Capítulo 39
Capítulo 39 – 1800 CIS (Calendario Solar Imperial)
Lyenor Cross – Jardín de los Susurros, guarida de la Unidad Cross
—Así que al final os vais, ¿eh? Estáis locos.
—Un poco sí, ya lo sabes, Lyenor —respondió Lansel con un asomo de sonrisa cruzándole el rostro—. ¿Nos echaras de menos?
Su visita había sido muy breve y triste, repleta de sucesos que jamás habría imaginado que pasarían, pero sí, los iba a echar de menos. Lansel y Damiel me traían recuerdos de quien había sido durante mucho tiempo y echaba de menos a aquella Lyenor. Además, quería a aquellos chicos. Lansel a veces me lo ponía complicado, la verdad. Su sentido del humor lograba que me entrasen ganas de ahogarlo. Por suerte, con Damiel era todo mucho más fácil. Él era pura nobleza y bondad; demasiada nobleza y bondad para este mundo. Tarde o temprano tendría que abrir los ojos y con suerte allí estaría su padre para guiarlo.
—Sobreviviré —dije, y aprovechando que en aquel entonces no había nadie por la zona, los abracé—. Sed cuidadosos, ¿de acuerdo? Ese lugar es peligroso.
—Lo seremos —respondió Damiel con seguridad—. Lo tenemos en cuenta, te lo aseguro. Hoy trazaremos el plan de acción y mañana, cuando llegue Marcus, cogeremos el coche. Con suerte, por la noche habremos llegado.
Marcus, Lansel y Damiel... menudo trío. Los tres eran magníficos Pretores, inteligentes y valientes, pero para enfrentarse a un lugar como el bosque de Nymbus iban a necesitar mucho más que espadas y pistolas.
Retrocedí unos pasos, situándome junto a la entrada de mi guarida. Iban a vivir una gran aventura, estaba convencida. Aquel sería uno de aquellos viajes que los uniría para el resto de sus días, si es que no lo estaban ya, y del que hablarían a sus hijos. El bosque de Nymbus... a Aidan se le habían puesto los pelos como escarpias cuando se lo había dicho. Poco después Damiel le llamaría para pedirle permiso, tal y como habíamos acordado, pero yo había decidido adelantarme. Sabía lo que el Centurión opinaba de aquel lugar y no quería que les cortase las alas tan pronto. Después de todo lo que estaba pasando, aquellos chicos necesitaban aquel viaje. Necesitaban desconectar y coger aire. Además, serían solo unos días. Nymbus estaba muy cerca, al norte de Hésperos. Con suerte, en apenas un par de jornadas todo quedaría solventado y ellos volverían renovados, y si el Sol Invicto les sonreía, con información.
—¿Irás a ver a mi padre? —me preguntó Damiel tras aguardar a que Lansel se perdiese entre los árboles, camino a su propia guarida—. Llegará mañana. Va a anunciar la captura de Gregor Waissled al príncipe Lucian.
—Algo me ha dicho —admití—. Creo que va a pasar unos días aquí, interrogándolo. Por lo que me ha dicho, Misi y Olic se van a encargar de su traslado.
—Así es... pero no me has respondido. —Damiel se cruzó de brazos—. ¿Irás a verle o no?
Le guiñé el ojo a modo de despedida. Por supuesto que vería a Aidan, aunque esta vez esperaría que fuese él quien acudiese a mi encuentro. Desconocía si volvería con Davin o si estaría entretenido asegurando el futuro de Jyn en el Palacio Imperial y no quería molestar. Cuando tuviese tiempo, si le apetecía, volveríamos a vernos. Hasta entonces, mientras tanto, no me quedaría otra que seguir en mi lugar, vigilando Hésperos desde las sombras y rezando al Sol Invicto para que las garras del "Fénix" no tocasen a ninguno de mis queridos Sumer.
Así que no, esta vez no acudiría a su encuentro... pero nos veríamos, estaba convencida.
Luther Valens – Walson, afueras de Hésperos
El olor era muy intenso en la entrada de la casa. Desconocía qué encontraría en su corazón, pero por el aroma metálico que en aquel entonces embargaba mi garganta, supuse que no sería nada bueno.
Debí suponerlo.
Magnus y yo nos encontrábamos en Walson, un pueblo situado en las afueras de Hésperos, al norte, en las puertas de la casa de los Corven. Hacía días que Tara Goldwid los vigilaba, atenta a todos y cada uno de sus movimientos. Después de la muerte de su hija, Arthur y Winny Corven habían pasado varios días sin salir de su casa, enterrados en el profundo dolor de la pérdida. Los había visto en la despedida que se había hecho al grupo de baile, pero no en ningún evento específico para Jyn. Ellos habían preferido celebrarlo en su casa, en la más absoluta intimidad, donde habían congregado a varios amigos de la familia. A partir de entonces habían pasado días y días sin salir, encerrados entre aquellos gruesos muros de piedra.
Con el paso del tiempo habían ido recuperándose, pero incluso ahora, tras más de un mes tras la pérdida de Jyn, su vida había seguido muy marcada por su desaparición. Arthur y Winny salían lo imprescindible, solo para comprar o asistir a alguna reunión importante de trabajo, y después volvían a la mayor brevedad a casa, para volver a aislarse. Según había podido averiguar Tara, habían contratado a varias personas de confianza para los encargos más mundanos. Pero incluso así, saliendo muy, muy poco, habían creado una rutina con horarios muy marcados.
Y era precisamente por la ruptura de dicha rutina por la que aquel día nos encontrábamos allí, ante las puertas de su casa. Tara tenia un mal presentimiento al respecto, temía que algo pudiese haberles pasado y no quería arriesgar.
Aunque llamamos varias veces al timbre, nadie respondió, por lo que tuvimos que entrar a la fuerza. Tara aseguraba que tenían que estar dentro, que no habían salido en las últimas veinticuatro horas, y como pronto descubriríamos, estaba en lo cierto. Nada más abrir la puerta una bocanada de hedor a sangre nos sacudió el rostro. Magnus y yo intercambiamos una fugaz mirada, plenamente conscientes de lo que aquello significaba, y sacamos nuestras armas.
Poco después encontramos el primer rastro de sangre.
—Sol Invicto —murmuró Magnus, agachándose en el corredor principal de la casa para comprobar los goterones que había en el suelo—. Esto tiene mala pinta.
Me adelanté a mi compañero y seguí avanzando hasta alcanzar el comedor, donde todas cortinas estaban corridas y las luces apagadas. Allí el olor a sangre era insoportable. Barrí la sala con la mirada, temeroso, hasta que mis ojos chocaron con las dos figuras que había sentadas frente a la televisión. Ambos estaban de espaldas a mí, con las manos atadas a las espaldas y las cabezas ligeramente caídas hacia atrás.
Y estaban cubiertos de sangre.
Bajé el arma y encendí la luz, comprendiendo al fin que habíamos llegado demasiado tarde. A continuación, tratando de ignorar los grandes charcos de sangre que había a los pies de los dos cuerpos, bordeé el salón hasta lograr situarme frente a ellos. Ambos estaban amordazados y tenían los ojos muy abiertos, desorbitados.
No necesité ver más para imaginar el terror de sus últimos minutos de vida. Sus expresiones lo decían todo. Me acerqué a ellos, sintiendo el corazón latir con fuerza en mi pecho, furioso, y comprobé con amargura que habían muerto degollados.
—Jefe, aquí hay una cámara —exclamó Magnus.
Volví la vista atrás para comprobar lo que decía. A dos metros de la televisión había un pasadizo en cuyo interior, montada en un trípode, había una cámara aún encendida. Ambos nos acercamos, con el sabor metálico aún en la boca, y comprobamos que había una cinta metida.
Habían grabado el asesinato.
—Llévala al laboratorio para que la analicen —le ordené—. Puede que haya huellas.
—¿No deberíamos mirar la grabación antes, Luther? Puede que se vea al culpable.
—Ya sabemos quién es el culpable —repliqué con amargura—. Hemos capturado a Waissled y Jyn no ha aparecido, ¿qué esperabas?
Regresé al salón y me detuve ante los cuerpos de los Corven. Conocía a aquellas personas desde hacía mucho tiempo. Eran gente bondadosa. Estrictos, sí, y a veces un tanto elitistas, pero había creído en ellos cuando decidí entregarles a mi sobrina en adopción. El que hubiesen muerto de aquella forma era muy doloroso e injusto. En el fondo, no habían tenido culpa de nada.
Cerré los puños con fuerza. Por supuesto que quería ver la grabación. Quería ver al culpable de aquella atrocidad, pero sabía que en cuanto lo hiciese iría tras él a darle caza, así que preferí esperar. Lo primero era desatar los cuerpos y acabar con aquella cruel humillación. Después, mataría al culpable.
—Deberíamos avisar a la Unidad Sumer y a Davin, Luther —propuso mi buen amigo desde el pasadizo, prefiriendo quedarse en un segundo plano—. Quizás a la chica no, pero...
—Habla con la Centurión Lyenor Cross, ella sabrá lo que tiene que hacer —respondí, agachándome ante el cuerpo de Arthur Corven para quitarle la mordaza—. Y dile a Tara que venga, la necesito aquí. Que Danae se asegure de que esto no sale a la luz de momento. No quiero darle ese placer al "Fénix".
Lástima que por aquel entonces ya se estuviese relamiendo de pura satisfacción.
Marcus Giordano – el "Nido", afueras de Vespia
Me encontraba aún bajo las sábanas, con el rostro enterrado en la almohada, cuando alguien golpeó mi puerta. Desconocía qué hora era, pero tenía sueño... mucho sueño. Lástima que a quien fuese que aporreaba mi puerta no le importase. Murmuré una maldición por lo bajo, reticente, y volví a cerrar los ojos. Fuese lo que fuese, podría esperar unas horas más...
O no.
Volvieron a golpear, esta vez con más insistencia y fuerza, hasta lograr que reaccionase. Levanté la cabeza de la almohada, descubriendo así que me encontraba solo en la habitación, y desvié la mirada hacia la puerta. Al otro lado del umbral, Misi no paraba de golpear los nudillos contra la madera.
—¡Levanta de una maldita vez, Giordano! ¡Es urgente!
Urgente.
Tardé unos segundos en reaccionar. Me incorporé, recogí del suelo mi ropa, me vestí a toda prisa y, descalzo, salí al pasadizo donde Misi me esperaba con el rostro sombrío.
Sin decirme palabra alguna, mi compañera me cogió del antebrazo y tiró de mí hacia el comedor. El silencio había vuelto a instalarse en el "Nido". Ya no quedaba nadie en su interior salvo nosotros, y se notaba en el ambiente. Incluso Olic se había ido.
—¿Pero qué pasa? —pregunté—. ¿De qué va esto? ¿Y el resto? ¿Dónde está el Centurión?
—Jyn se fue a primera hora con el príncipe y el legionario —respondió sin soltarme. Parecía bastante más alterada de lo habitual—. Me pidió que me despidiese de ti.
Me llevé la mano instintivamente a la mejilla, imaginando una vez más sus labios sobre mi piel. Me habría gustado que me hubiese despertado para decirle adiós, pero agradecía el haber podido dormir unas cuantas horas seguidas. Después de pasarme tantos días por las calles de Vespia buscando a Perséfone necesitaba aquel descanso.
—¿Y qué pasa con el Centurión y Valens? ¿Siguen aquí?
—Se han ido también, pero volverán. Al menos el Centurión. Davin tiene otro destino.
Alcanzado el salón, me soltó para coger el mando de la televisión y subir el volumen. En pantalla había la imagen congelada de dos personas de mediana edad maniatadas y amordazadas que miraban al frente con los ojos llorosos. Tenían miedo... temblaban de miedo, y no era para menos.
Parpadeé con perplejidad, paralizado ante la imagen. No entendía lo que estaba viendo.
—¿Pero qué demonios...?
—Me lo ha mandado Aidan hace unos minutos —dijo, señalando el cable dorado con el que había conectado su teléfono a la televisión—. ¿Sabes quienes son?
No lo sabía, pero ella no tardó en decírmelo. Alguien había grabado la muerte de Arthur y Winny Corven. Los había grabado suplicando piedad, gritando socorro y por último muriendo. Atrapados en su propia casa, sin saber porqué les estaban haciendo aquello, el final de los padres de Jyn había sido terrible. Demasiado terrible para no sentir lástima por ellos...
Pero lo peor no era que hubiesen sido asesinados vilmente por alguien que aseguraba actuar en nombre del "Fénix". Aquello había sido duro, pero predecible. El problema era que lo había hecho con el rostro al descubierto, sin temor alguno a mostrar su identidad, y lo había reconocido.
Sentí un escalofrío recorrerme toda la espalda al ver aparecer a Alice Fhailen en escena. El día anterior, cuando le había perdonado la vida tras acabar con su madre, Perséfone, le había advertido al respecto. Le había dicho lo que sucedería si cometía un crimen, e iba a cumplir con mi palabra. La buscaría y la mataría, lo juraba por el Sol Invicto... ¿pero cómo imaginar lo que iba a pasar?
¿Cómo imaginar que una cría iba a cometer tal atrocidad?
Mientras veía las imágenes, como se paseaba ante la cámara con la cuchilla con la que acabaría con sus víctimas mientras ellas gimoteaban de miedo, sentía que el corazón se me rompía. Aquella sonrisa, aquella mirada... aquellas palabras llenas de odio... el "Fénix" le había prometido mucho y ella lo había creído. Había tomado su mano cuando él se la había ofrecido y ahora se había convertido en un monstruo más.
Si la hubiese detenido a tiempo...
—Es increíble —murmuró Misi sin apartar la mirada de la pantalla—. ¿Cómo alguien tan joven puede cometer un crimen tan brutal?
Preferí ni planteármelo.
—¿Jyn lo sabe?
—No. No de momento. Es... es muy complicado. —Misi se cruzó de brazos—. Aidan viajará a Hésperos. Quiere ser él mismo quien se lo diga... pero no por teléfono. Lo hará en persona.
Me dejé caer en el sillón, desanimado. En la lejanía oía mi teléfono móvil sonar, pero no tenía fuerzas para ir a recogerlo. Aquellas muertes me pertenecían, tenían mi firma, y aunque yo no hubiese sido quien había empuñado el arma, no podía evitar sentirme culpable.
Jamás podría perdonármelo.
—¿La has oído? Dice que la sangre se paga con más sangre... y que el "Fénix" no va a olvidar lo ocurrido. Que jura acabar con todos y cada uno de los "elegidos". —Negó con la cabeza—. Me suena a despedida, ¿no te parece?
—Puede que desaparezca una temporada. La caída de Waissled es un golpe duro. Dependiendo de lo que logramos sacarle, podríamos llegar hasta él.
—Podría ser... aunque dudo mucho que ese hombre diga nada. Anoche intenté hablar con él y te aseguro que está totalmente desquiciado. El "Fénix" ha hecho un buen trabajo con él. Je... —Misi cogió el mando y paró la grabación—. Y pensar que nosotros lo buscábamos por Vespia. ¿Cómo hemos podido ser tan estúpidos? ¡Está en Albia!
En Albia. Ayer por la noche Alice estaba en Vespia y pocas horas después estaba en Walson, acabando con los padres de Jyn. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cinco horas? ¿Seis? ¿Siete?
No, no podía ser. No había ningún tren que viajase a tal velocidad... ni tampoco ningún coche. Fhailen había recorrido toda aquella distancia en apenas unas horas, pero era evidente que no lo había hecho por carretera. ¿Entonces?
Me levanté como un resorte al entender la verdad. Los albianos no volábamos: temíamos ocupar el espacio reservado para el Sol Invicto. Había algunos que se atrevían, sí, pero eran muy pocos. Respetábamos demasiado a nuestro dios... pero el "Fénix" no. Por supuesto que no. Estúpido de mí, ¿cómo no podía haberme dado cuenta antes? Todos los pájaros tienen alas.
—Creo que sé cómo podemos encontrarlo —anuncié para sorpresa de Misi—. ¡Se mueve en nave aérea, no terrestre!
—¿Una nave? —preguntó mi compañera con sorpresa—. ¿Tú crees? Suena muy descabellado.
—¡Hazme caso! ¡Anoche voló de Vespia a Hésperos! ¡Que revisen las entradas y salidas de los aeropuertos! ¡Estoy convencido!
—¿Pero cómo puedes estar tan seguro? ¡No tiene sentido! Una nave... —Negó con la cabeza—. Las pocas que hay sirven al ejército. ¡Los albianos no volamos!
—Pero él sí. Misi, créeme... Creo que si actuamos con rapidez, podremos detenerle.
Jyn Corven – Estación de servicio Wanda Marr, junto a la frontera de Ballaster y Albia
Volví a llamar una última vez antes de darme por vencida. Aún era pronto y suponía que seguiría dormido, pero tenía ganas de hablar con él. Después de tanto tiempo metida en el "Nido" estaba descubriendo nuevos y bellos paisajes y quería compartirlos con él.
Estaba siendo un buen viaje. Mientras que Nat conducía, Doric iba cambiando de cadena de radio continuamente, pasando de las noticias a programas musicales. Aquella mañana parecía indeciso. Además, miraba mucho el teléfono. Por su actitud era de suponer que tuviese algo en mente, pero dado que no lo compartió, preferí no preguntar. En lugar de ello les expliqué lo que había sucedido durante todos aquellos días en Ballaster, a lo que me había dedicado, a quién había conocido y, sobre todo, cuánto me alegraba de volver a verlos. Ahora que parecía que mi vida volvía a la normalidad, tenía un porvenir que plantearme.
—¿No responde?
Tan silencioso como de costumbre, Nat logró sobresaltarme al aparecer de repente a mi lado con una bolsa entre manos. Tras llenar el depósito, había entrado a la tienda de la estación de servicio a comprar suministros para el resto del viaje.
—No, parece que no —contesté, apartándome ya de la pared de ladrillo donde estaba apoyada para acercarme a él. No muy lejos de allí, Doric aguardaba junto al coche, con los brazos cruzados y los ojos cubiertos por unas gafas de sol circulares—. Debe estar durmiendo... oye, ¿has comprado algo para mí?
—¿A ti qué te parece?
Conociéndolo, lo raro habría sido que no lo hubiese hecho.
Me ofreció la bolsa para que curiosease su contenido. No había mucha variedad, la verdad, estábamos en una gasolinera y se notaba, pero todo lo que había me gustaba. De hecho, había una lata de galletas en concreto que no solo me gustaba, sino que era mi favorita. ¿Casualidad?
Ensanché la sonrisa.
—Gracias Nat, tú siempre tan atento.
—Bueno... ¿qué otra cosa podía hacer? —El joven legionario se encogió de hombros—. Ahora que has vuelto de entre los muertos habrá que asegurarnos de que disfrutas un poco de la comida de los vivos.
—Ya... —dije mientras abría la lata para probar una de las galletas. Deliciosa—. Hablando de muertos... te agradezco la despedida. Me hiciste sentir muy querida. Cuando te fuiste estuve a punto de salir detrás tuyo, te lo aseguro, pero Aidan no me lo permitió. No lo consideraba seguro.
Nat asintió, comprensivo. La noche anterior, al reencontrarnos, había sentido bastante vergüenza por lo que había ocurrido el día que había venido a despedirse de mí. En aquel entonces, probablemente cegado por la tristeza, me había dedicado palabras muy bonitas... demasiado bonitas para tratarse de simple amistad. En su momento quise pensar que había sido producto de la situación, de la mezcla de emociones y de la presión, y no le di importancia. No obstante, sabía que para él no había sido tan fácil. Las palabras habían salido de sus labios, no de los míos, y no iba a ser fácil olvidarlas.
—Yo habría hecho lo mismo en su lugar —respondió—. Lo importante es que estés a salvo.
—Doric dice que en el Palacio estaré bien. Tú te vas a quedar con él en Herrengarde, ¿verdad?
—Bueno... depende. ¿Tú qué quieres?
—¿Que yo qué quiero?
No entendía la pregunta. Querer quería muchas cosas, desde luego, y entre ellas que tanto él como Doric se quedasen en Hésperos conmigo, pero no era algo que considerase oportuno pedir. Al igual que yo, ellos tenían sus propias vidas y no era justo que me entrometiese en ellas. Bastante habían hecho aparcando todo temporalmente para ir a verme...
Pero aunque para mí al respuesta era obvia, por el modo en el que Nat me miraba era evidente que él tenía otra opinión al respecto.
—Sí, tú qué quieres —insistió—. Me refiero... —El legionario se llevó la mano a la nuca y desvió la mirada, repentinamente avergonzado—. Si tú quisieras... si me lo pidieras yo volvería a Hésperos contigo. No... no hay nada que me ate a Herrengarde. El príncipe va a estar ocupado siendo adiestrado, así que... en fin, ¿qué te voy a decir que no sepas? Yo...
Estaba lanzado. Nat parecía dispuesto a soltar todo lo que en aquel entonces le pasaba por la cabeza y yo no sabía si quería escucharlo. Serían palabras bonitas, desde luego, pero no era precisamente al apuesto legionario al que tenía en la cabeza...
Iba a ser una situación muy incómoda, lo sospechaba, pero después de lo que me había dicho en la despedida era cuestión de tiempo de que sucediese por lo que no me sorprendió cuando, armado de valor tras la montaña rusa de emociones a la que había estado sometido en los últimos días, se lanzó. Dejó la bolsa en el suelo, tomó mis manos...
Y justo en aquel momento, salvando la situación con su repentina llegada, Doric se unió a nosotros. El príncipe apoyó las manos en nuestros hombros, cercano, y, con una amable sonrisa cruzándole el rostro, hizo un ademán de cabeza en dirección al coche.
—Chicos, ¿nos vamos? Herrengarde está lejos y hay pronosticada una ventisca para esta noche. Tenemos que encontrar un buen lugar en el que descansar... por cierto, Jyn, me gustaría plantearte algo. ¿Qué tal si nos ponemos en marcha y hablamos? He estado pensándolo seriamente y puede que Hésperos no sea la única alternativa para ti. ¿Qué te parecería pasar una temporada con nosotros?
Davin Sumer – Afueras de la ciudad de Vespia
El cielo se estaba tiñendo del rojo del atardecer cuando detuvimos los coches junto al último mirador de la ciudad. Aparcamos junto a otros cinco vehículos que había estacionados, en la esquina occidental del parking, y bajamos. Ante nosotros, a unos cincuenta metros de distancia tras descender un largo tramo de escaleras, una bonita explanada de hierba alta nos aguardaba con una docena de personas cámara en mano haciendo fotografías a la gran capital de Ballaster.
Guiados por la curiosidad, Aidan y yo nos acercamos al primer peldaño para contemplar el hermoso espectáculo desde allí. Los altos edificios de la ciudad se alzaban contra el cielo carmesí como dedos grises y blancos dibujando una bonita estampa.
Ballaster, el país de los contrastes.
Después de aquellos días de viaje en compañía de mi padre mis sentimientos hacia él eran confusos. Seguía habiendo una gran distancia entre nosotros, un universo entero que impedía que pudiésemos volver al pasado, pero algo había cambiado respecto a la última vez que nos habíamos visto. Se podría decir que se había tendido un puente entre nosotros, aunque aún era pronto para decidir si quería cruzarlo. Eso sí, la posibilidad estaba allí, a mi alcance, y mientras que Aidan no cortase las cuerdas, seguiría habiendo esperanza. Hasta que tomase la decisión, sin embargo, nos mantendríamos como hasta ahora, cada uno firme en su posición, pero con la mano tendida.
—Te espera un largo viaje hasta la Torre de los Secretos —dijo mi padre con los brazos en jarra y la mirada fija en la ciudad—. Calculo que como mínimo tendrás que pasar tres noches en el camino. ¿Llevas dinero para el alojamiento?
—¿Tú qué crees? —respondí sin poder evitar que una media sonrisa se dibujase en mis labios—. No soy un crío, Aidan.
—Lo sé, lo sé... pero por si acaso, ¿llevas o no?
Me guiñó el ojo cuando lo miré. Había que admitir que se había portado bien. Había tenido mis dudas antes de iniciar el viaje a las "Marismas de Plata" juntos, pero tras el resultado obtenido estaba satisfecho.
Le tendí la mano.
—Te agradezco lo que has hecho. Si no hubiese sido por ti, probablemente pasaría el resto de mi vida encerrado en la Torre de los Secretos.
—Bueno, no cantes aún victoria —respondió él. Tomó mi mano y la estrechó con fuerza, cubriéndola con la otra en un gesto de cercanía—. Considero a Doric Auren un hombre de palabra pero hasta que no hable con su tío no sabremos el desenlace.
—Creo en él —dije, y no mentía—. Cuida de mis hermanos hasta mi regreso, por favor.
—Lo haré, tenlo por seguro. Y daré con el "Fénix". Esta pesadilla no puede alargarse eternamente... no después de lo que ha hecho con los Corven. —Negó suavemente con la cabeza—. Para cuando vuelvas, todo habrá acabado.
—Eso espero.
Tras el apretón de manos ambos desviamos la mirada hacia la ciudad, resistiéndonos a dar por finalizada la despedida. En cuanto volviésemos a los coches retomaríamos nuestras vidas y probablemente nuestros caminos no volverían a cruzarse en muchos años.
Era triste.
—¿Vas a Hésperos entonces? —pregunté a pesar de saber la respuesta.
—En cuanto vuelva a la ciudad. Me llevaré a Marcus para que viaje con tu hermano y Lansel a Nymbus. Queremos hacer algunas averiguaciones.
—¿Y tú qué harás mientras tanto? ¿Te quedarás en la ciudad?
Aidan asintió con la cabeza.
—Misi, Olic y yo nos encargaremos de Gregor Waissled. Siendo la mano derecha del "Fénix", estoy convencido de que podremos sacarle mucha información. —Sonrió—. Como ya te he dicho, voy a cazar a ese tipo.
—Ya... lástima que mientras tanto yo vaya a estar encerrado en el culo del mundo con la tal Meda Cross. —Negué con la cabeza—. Aún no me has dicho qué hace allí. ¿Mató a alguien importante, o qué?
En el fondo no me importaba demasiado lo que hubiese hecho. Si Meda Cross era la mitad de sincera y legal que su hermana Lyenor Cross, estaría en buenas manos.
Aidan se encogió de hombros.
—A saber. Es una chica un tanto especial... pero es buena gente, te lo aseguro. Le he pedido que te eche una mano mientras estés allí. Si necesitas algo, podrás contar con ella.
—Ya, claro... ¿se lo has pedido tú o Lyenor? —Dejé escapar un suspiro—. El que no la menciones no implica que no exista, Aidan... y la conozco. Estoy convencido de que se ha encargado ella de todo, ¿me equivoco?
Aidan prefirió no responder, dándome así la razón. Aquello era propio de Lyenor. Después de tantos años juntos, a pesar de nuestras diferencias, sobre todo de mí hacia ella, sabía que aquella mujer me apreciaba. Era, por así decirlo, lo más parecido a un hijo problemático que tenía. Ni a ella le gustaba cómo me comportaba, ni a mí me gustaba ella en general, pero incluso más allá de nuestras diferencias, admitía que era una buena persona. La mejor persona con la que mi padre podría estar después de haber perdido a mi madre.
Claro que eso no se lo había dicho a ninguno de los dos jamás... ni se lo iba a decir. La muerte de mi madre era algo con lo que siempre cargaría, y más ahora que la aparición del "Fénix" lo había removido todo tanto. Los sentimientos estaban más a flor de piel que nunca, pero incluso así no era ciego. Sabía lo que mi padre necesitaba para ser feliz, y por mucho que me doliese reconocerlo, ese algo tenía nombre de mujer.
Dejé escapar un profundo suspiro. Lo que estaba a punto de decir atentaba contra mis sentimientos y contra todo mi ser en general, pero sabía que mi padre necesitaba escucharlo. Él necesitaba recuperar parte de cuanto le había arrebatado, y en el fondo yo quería devolvérselo. No soy estúpido, sabía que le había hecho mucho daño a lo largo de todos aquellos años. La herida era profunda, y probablemente nunca sanaría... pero al menos haría algo por intentar ayudar.
Se lo había ganado. Además, en el fondo de mi corazón sabía que era lo correcto.
—En fin, negaré haberlo dicho jamás, pero... —Volví la mirada hacia mi padre—. ¿A qué demonios estás esperando para casarte con ella? Es una buena mujer. Si la dejas escapar, te arrepentirás.
Perplejo, Aidan soltó una carcajada nerviosa. Jamás habría imaginado que aquellas palabras pudiesen salir de mis labios. Sí de los de Damiel, desde luego, adoraba a aquella mujer, pero de los míos... Estaba impresionado.
—¿Qué se supone que te has tomado, Davin? Te mandan al exilio, no a la muerte, te lo aseguro. No hace falta que digas nada.
—No hace falta, lo sé, pero quiero hacerlo. —Apoyé la mano sobre su hombro y lo estreché con suavidad—. Cuida de todos, padre. Os voy a echar de menos.
Sorprendido y puede que incluso un poco emocionado ante mis palabras, Aidan apoyó la mano sobre la mía y la estrechó con cariño. Después me sonrió... y lo hizo con tanto amor que aquella sonrisa me acompañaría a lo largo de los siguientes años, acudiendo a mi memoria cuando más la necesitase.
—Y nosotros a ti, Davin —aseguro—. Vuelve fuerte, te estaremos esperando.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
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