Capítulo 22
Capítulo 22 – Davin Valens, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)
Dicen que es complicado detectar el momento en el que un hombre cruza la delgada línea entre la cordura y la demencia. En la mayoría de casos viene ocasionado por una simple tontería, por un detalle que, sumado a un cúmulo de circunstancias, lo empuja más allá de los límites de la realidad. Otras, sin embargo, la causa es una situación cuya violencia emocional es de tal calibre que el sujeto queda traumatizado para el resto de sus días.
Hay muchas posibilidades, tantas como personas, pero con un único resultado. La locura devora a su dueño convirtiéndolo en un ser al que ya nada ni nadie puede devolver a su estado inicial. Y sí, borra su identidad para siempre. Aunque su rostro y sonrisa sigan siendo los mismos en apariencia, la persona oculta tras la máscara ya no es la misma, ni nunca lo será. Algo muy duro de aceptar, pero necesario de ver, y más cuando ese alguien es capaz de cambiar el destino del mundo. Solo los más valientes se atreven a tomar cartas en el momento oportuno... a levantar la mano a pesar de conocer las consecuencias.
Y yo fui uno de ellos.
Aunque cueste creer, el más cobarde de los Sumer se rebeló cuando nadie se atrevió a hacerlo, y me enfrenté a quien en el futuro golpearía Albia con todas sus fuerzas. Le miré a los ojos y, dejándome arrastrar hasta el abismo de su locura, estuve a punto de saltar al vacío. Estuve a tan solo a un paso... a una palabra. Pero antes de hacerlo logré aferrarme a uno de los pocos pilares estables que aún quedaban en mi vida y me enfrenté a él, logrando con mi arrebato despertar su cólera. Una cólera que, gracias a la intervención de mi tío y Centurión Luther Valens, se transformó en una condena de cinco meses en la Ciudadela.
Cinco malditos meses atrapado en una celda de tan solo dos metros cuadrados por señalar lo evidente... por denunciar que la ira de aquel hombre iba a acabar destruyendo todo lo que el Emperador había logrado construir en aquellos últimos años.
Por hablar demasiado.
Servir y obedecer, pero nunca opinar. Aquella era una lección que siempre me había resistido a acatar, pero en aquel entonces, aislado de cuanto me rodeaba día tras día y noche tras noche, no tuve más remedio que aceptar. Si lo que quería era seguir formando parte de la Casa de la Noche tendría que aprender a cerrar la boca...
La gran cuestión era, ¿realmente valía la pena?
Durante aquellos cinco meses tuve tiempo más que suficiente para reflexionar al respecto. En los últimos años la seguridad en mí mismo había crecido enormemente gracias al apoyo de mi tío y el resto de mis compañeros. La unidad Valens era muy diferente a la Sumer, y aunque en ciertos aspectos echaba de menos a mi familia, aquellos hombres y mujeres habían logrado darme lo que realmente necesitaba. Ni sonrisas ni apoyo incondicional. No. Yo no necesitaba gente que me quisiera y me apoyase aunque no tuviese la razón. Lo que yo necesitaba era dureza y disciplina, un muro contra el que chocar una y otra vez hasta lograr entrar en razón, y mi tío me lo había ofrecido. Él no quería débiles a su lado; no quería agentes en los que no podía confiar. Él quería aliados, compañeros a los que poder confiar su vida sin ser traicionado.
Y en mí encontró al mejor.
Pero aunque era leal a mi tío y el resto de mis compañeros por encima de todo lo demás, aún había una parte muy humana en mí. Una parte que me hacía creer en la justicia y el bienestar de Albia por encima de todo. El Davin humano que seguía queriendo a su familia a pesar de todo el rencor que le separaba de su padre; un Davin que habría dado su vida por salvar la de cualquiera de sus dos hermanos.
¡Ah, Sol Invicto, como odiaba a aquel Davin! Aquella parte de mí me hacía ser débil. Irónicamente, mi tío y Danae decían que era la faceta que más les gustaba. Que era la que me diferenciaba del resto de agentes, pero tras semanas y semanas de encierro, resultaba complicado no odiarla un poco.
Por suerte, las semanas y los meses fueron pasando, y antes incluso de darme cuenta de ello, llegó el día en el que mi encierro llegó a su fin. Me despedí de los guardias que a lo largo de aquellos meses me habían acompañado y del propio director, recogí la caja donde habían guardado mis posesiones personales y finalizando así una oscura etapa de mi vida, regresé a las calles de Hésperos, dispuesto a tomarme unos días de vacaciones antes de regresar al Jardín de los Susurros. Después de aquel castigo, necesitaba pensar. Y sí, sé que el Centurión conocía perfectamente la fecha de mi liberación y que probablemente contaría conmigo aquella misma noche, pero en aquel entonces ni tan siquiera me planteé la posibilidad de volver directamente. Necesitaba pensar, necesitaba dedicarme unos días a mí mismo, y sabía que no había mejor lugar para hacerlo que en mi auténtico hogar.
Hacía muchos años que no pisaba aquel sitio. Trece, de hecho. En varias ocasiones mi padre y mi hermano me había propuesto volver y visitar la casa en la que me había criado mi madre, pero hasta entonces nunca me había sentido preparado. Aquel lugar se había convertido en un lugar de culto para mí, un altar de recuerdos al que no quería acercarme hasta que estuviese realmente preparado. Y en aquel entonces, con los veintiocho años ya cumplidos y la mochila mucho más cargada de lo que probablemente debería, me sentía con fuerzas.
Además, ¿qué otro lugar había mejor que aquel para replantearme el futuro?
A la llave le costó girar en la cerradura, y aún más abrir la puerta, pero una vez logré despegarla del marco, mi hogar ancestral me dio la bienvenida en forma de bocanada de olor a cerrado. Permanecí unos segundos bajo el umbral de la puerta, sintiendo como las emociones despertaban de nuevo en mí inundando mi mente de recuerdos. Me bastaba con mirar al jardín para recordar a mis dos hermanos jugando. Damiel le cogía las manos a Jyn y la ayudaba a caminar mientras que mi madre, con el teléfono en la mano, charlaba animadamente. En aquel entonces pensaba que era con mi padre o su hermano con quien hablaba tanto. Inocente de mí. Sea como fuera, en mi recuerdo todos eran felices, yo incluido. Era una lástima que mi padre no estuviese, como siempre, de haber contado con él, probablemente la estampa habría sido perfecta.
Pero mi vida no estaba formada precisamente por momentos idílicos, por lo que no esperé que ninguno de ellos acudiese a mi memoria. En lugar de ello atravesé el umbral de la puerta, me encaminé hacia la cocina y accioné las tomas de luz. Inmediatamente después, una suave luminiscencia blanca se apoderó del interior de la vivienda.
Y aunque por un momento deseé que alguien rompiese el silencio con una cálida bienvenida, no tuve más remedio que hacerlo yo mismo.
—Bienvenido a casa, Davin.
La casa estaba en bastante buen estado gracias al servicio de limpieza que acudía cada dos meses a limpiar. En el ambiente se percibía el abandono y la falta de habitantes, pero incluso así seguía resultando un lugar agradable. Eso sí, el silencio era abrumador. Tanto que, aprovechando que el mando estaba encima de la mesa del comedor, encendí el televisor para que el sonido de voces humanas se apoderase de la casa.
Normalmente no me importaba estar solo. Es más, disfrutaba del silencio absoluto, pero en aquel entonces, estando donde estaba, preferí mantener la melancolía a raya. Bastantes emociones sentía ya como para encima empeorar las cosas.
Decidí recorrer la casa en silencio, re-descubriendo todas y cada una de las salas una vez más. La mayoría de ellas estaban tal y como las habíamos dejado la última vez, como recordaba, pero había algunas que habían cambiado. El cuarto de mi tío Jarek estaba muy ordenado y casi vacío, con las pocas pertenencias que quedaban del gemelo de mi padre metidas en un arcón. El de mis hermanos y el mío, sin embargo, estaban exactamente igual que lo habíamos dejado, con nuestra ropa y juguetes desordenados por los armarios y el suelo. Aidan había pedido que nadie los tocase, y el servicio de limpieza había cumplido a rajatabla con la orden. El de mis padres, sin embargo, estaba inmaculado. Las fotografías, la ropa, los recuerdos; absolutamente todo estaba en su lugar, como si de un momento a otro fuesen a llegar y ocuparlo con naturalidad.
Como si todo fuese como antes.
Cogí uno de los marcos de foto y tomé asiento en el extremo de la cama. Frente a mí, reflejando mi nuevo rostro después de haber perdido diez kilos, mi propio yo me miraba con cansancio. En aquel entonces, a pesar del tiempo pasado, me costaba reconocerme. La cicatriz que ahora cruzaba mi cara como recuerdo de la operación de Talos me había cambiado la expresión, y si bien era innegable que yo era su dueño, creo que nunca llegué a sentirme cómodo con ella. Era como si, de alguna forma, mi semblante se hubiese convertido en una máscara tras la cual se ocultaba el auténtico Davin Sumer.
Un Davin Sumer que tan solo necesitó ver la fotografía de sus padres para sacar el teléfono móvil del bolsillo y encenderlo. Después de cinco meses de estar apagado tenía centenares de llamadas y mensajes pendientes de leer y escuchar. Tantos que incluso el terminal se bloqueó durante unos segundos.
—Genial, última tecnología, ¿eh?
No tardó mucho más en responder. Accedí a la agenda de teléfonos, busqué el de mi hermana y apreté el botón de llamada. Jyn se había convertido en mi prioridad desde hacía mucho tiempo. Mi tío me había pedido que no lo hiciera, que esperase antes de ir a verla, pero lo cierto era que ni tan siquiera pude aguardar un día en ir a visitarla. Cuando descubrí la verdad fui hasta su escuela, y allí estuve cada tarde durante meses hasta que volvió de su gira.
A partir de entonces no volvió a pasar una semana en la que no nos viésemos o hablásemos por teléfono al menos una vez.
—Vamos, Jyn, coge el teléfono, anda...
Esperé a que saltase el contestador automático para colgar. A lo largo de aquellos años la relación entre Jyn y yo había tenido altos y bajos. Nunca habíamos dejado de hablarnos ni habíamos tenido discusiones fuertes, pero sí que había habido temas sobre los que habíamos discrepado. Entre ellos, el de su pertenencia al cuerpo de baile de las "Elegidas". Aquel, sin duda, había sido el tema estrella de los últimos años. Por suerte, su decisión de abandonarlo temporalmente nos había traído una temporada de paz. Fuera de los escenarios, la seguridad de Jyn era algo fácil de sobrellevar. Viajando de un extremo a otro de Gea, por contra, las cosas se complicaban...
Me pregunté si estaría enfadada conmigo. Meses atrás, antes de mi detención, habíamos tenido una fuerte discusión por su deseo de regresar al cuerpo de baile. Ella insistía en que era lo que deseaba, pero yo, temeroso de que volviese a sufrir un ataque, me había negado en banda. Y habíamos discutido... vaya si habíamos discutido. De hecho, en nuestra última conversación había acabado colgándome el teléfono, fuera de sí. Poco después, muy a mi pesar, había sido detenido, por lo que no había tenido oportunidad de volver a hablar con ella.
Me pregunté si seguiría enfadada. Teniendo en cuenta que tenía más de cien llamadas suyas sin responder, todo apuntaba a que al menos me había tenido muy presente...
Volví a llamarla, pero ante la falta de respuesta opté por mandarle un mensaje de texto. En la memoria del dispositivo habían quedado grabados muchos de los que me había enviado a lo largo de todos aquellos meses, preguntándome si estaba bien y, sobre todo, porqué no le cogía el teléfono. Y no eran en tono conciliador precisamente...
Pero no era ella la única que me había escrito. Durante aquella temporada en Hésperos había hecho amigos. No muchos, pero los suficientes para que, a diferencia de antes, alguien me dejase unos cuantos mensajes de texto.
Decidí responderlos un poco más tarde. Dejé el marco donde lo había encontrado, cerré la habitación de mis padres y, a la espera de recibir una respuesta de Jyn, seguí comprobando el teléfono. Me decepcionó no tener ningún mensaje de mi hermano, aunque lo comprendía. No había respondido a los últimos.
Ni a los suyos ni a los de mi padre. Y había querido hacerlo, la verdad... pero el orgullo me lo había impedido. Por suerte, aunque mi hermano no había insistido, mi padre sí.
Di gracias al Sol por ello. Accedí a su bandeja de entrada y, cogiendo un poco de aire antes de seleccionar el mensaje, lo abrí. El mensaje era de ayer y constaba solo de tres palabras: "llámame, es urgente". Nada más.
Era extraño.
Me pregunté qué debía hacer. Después de tanto tiempo sin hablar con mi padre, no me veía con fuerzas de hacerlo. Además, no tenía ganas. El rencor seguía muy presente en mí. Tantos años de engaño había sido demasiado...
Mientras pensaba en ello, tomé asiento en uno de los sillones del salón, justamente el mismo en el que, siendo un crío, me había sentado a diario para cenar. Abrí un par de mensajes más, demasiado distraído como para leer el contenido, y desistí.
Y fue justo entonces, cuando dejé el teléfono en la mesa, dispuesto a dejar la mente en blanco un rato y relajarme, cuando me di cuenta de que en la televisión estaban emitiendo las noticias. Noticias que, para mi sorpresa, hablaban de un inminente viaje del príncipe Lucian Auren hasta Ballaster debido a un grave incidente.
A un asesinato.
—Según fuentes cercanas al Palacio Imperial, es cuestión de horas que su alteza el príncipe Lucian Auren se desplace hasta Vespia para asistir al levantamiento de los cadáveres —decía la periodista con aparente indiferencia mientras las cámaras enfocaban las afueras de un imponente palacio—. Por el momento las autoridades locales han cerrado los accesos al palacio y la zona está siendo vigilada por la policía local. De momento no hay demasiados datos sobre lo ocurrido en el interior de la vivienda, pero varias filtraciones apuntan a que, tal y como había sucedido unos días atrás, el asesinato habría sido cometido durante la cena. Se baraja la posibilidad de un posible envenenamiento, pero la información aún está pendiente de ser confirmada. Hasta entonces, lo único que podemos confirmar es la muerte de los cuatro miembros de la familia Swarz y de los once componentes del grupo de baile "Las Elegidas", con la propia Lisa Lainard entre los fallecidos.
Las imágenes mostraron momentáneamente el interior del salón durante una fiesta celebrada con anterioridad donde la Condesa Swarz disfrutaba de la compañía de un grupo de deportistas locales. Al parecer, Margot Swarz era una aficionada a aquel tipo de eventos. Seguidamente mostraron una a una las fotografías de todos los miembros del grupo de baile de mi hermana. Garnet Montgomery, Irina Kurtz, Cristal Tavernise, Amanda Ricetto, Mindy Verniev, Arthur Fain, Sebastian Artese, Wallace Reidy, Lucca Lauritsen, Lisa Lainard y, por supuesto, Jyn Corven.
Jyn.
Aunque conocía a todos los chicos de las fotos, pues a lo largo de aquellos años había tenido ocasión de hablar con ellos, en aquel entonces no me importó su muerte. Tampoco la de Lisa Lainard. Ellos, en el fondo, nunca habían sido nadie para mí. Actores secundarios, nada más. Pero Jyn...
Tardé unos segundos en reaccionar. Totalmente desconcertado tras escuchar la demoledora noticia, mi mente no era capaz de concebir lo que estaba diciendo. ¿Jyn muerta? No tenía sentido... no podía ser.
Recogí el teléfono de la mesa y rápidamente marqué el número de mi padre. El corazón se me estaba acelerando hasta tal punto que empezaba a notar su latido en la sien. Me negaba a aceptar lo que estaba escuchando. Aquellas noticias, aquellas habladurías... no podía ser.
Por suerte, no tardaría ni tan siquiera dos tonos en descubrir la verdad.
—¿¡Qué demonios significa esto, Aidan!? —grité nada más escuchar su voz—. ¡En la televisión están diciendo que han matado a Jyn!
—Ven a Vespia de inmediato —respondió él.
—¿Estás allí? ¡Por el Sol Invicto, dime la verdad! ¿Es cierto lo que dicen? ¿Es verdad lo de Jyn?
—No voy a hablar por teléfono de esto, Davin. Ven para aquí y...
—¡¡Responde!!
No me di cuenta de que me había puesto en pie y de que estaba gritando hasta entonces. Mi padre se mostraba conciliador y tranquilo, como siempre, probablemente tratando de transmitirme un poco de paz con el tono, pero yo estaba totalmente fuera de mis cabales. La noticia me había golpeado como un martillo y no lograba asimilarlo.
Después de tanto tiempo desaparecida, Jyn no podía morir. No podía perderla de nuevo.
No lo soportaría.
—Aidan, por tu alma, dime que no es cierto —insistí, sintiendo ya las lágrimas inundar mis ojos—. ¿Cuando ha pasado? Ayer me escribiste, fue por esto, ¿verdad? Fue por...
—Sí. Necesito que vengas, es importante —prosiguió él, sin variar el tono conciliador—. El príncipe Auren está a punto de coger un tren hacia aquí. Pide a tu Centurión que te deje acompañarlo como miembro de su guardia personal. No creo que te pongan ninguna traba.
—¿El príncipe Auren? —respondí—. ¿Lucian, dices? ¿El mismo que me ha tenido cinco meses encerrado en la Ciudadela? —Pateé el sillón con rabia—. ¡Al infierno con él, Aidan! ¡Al infierno con él!
Perplejo ante la noticia, mi padre permaneció unos segundos en silencio, sin saber qué decir.
—¿En la Ciudadela? ¿De qué demonios hablas? ¿Hace cuanto?
—Cinco malditos meses —dije con rabia—. ¡Ese maldito cerdo me ha mandado a prisión cinco meses por decir lo que todos pensamos sobre él! ¡Se está volviendo loco!
—Pero Lyenor... —Parecía desconcertado—. Lyenor me dijo que te vio hace un par de semanas. Que te habías encargado de la detención de Mina Giordano...
No pude evitar que una estruendosa carcajada escapase de mi garganta ante la mera mención de Mina Giordano, una de mis grandes obsesiones de los últimos años.
—Yo seguí el caso hasta que me encerraron. Quien la detuvo fue Danae, siguiendo lo que yo empecé. Pero no fui yo. ¡Él me lo impidió! Je, ¿de veras te dijo eso tu amiguita? —sacudí la cabeza con desprecio—. No sé porque me sorprende, ¡es una mentirosa! Es verdad es que nos vimos hace unas semanas, pero fue aquí, en la Ciudadela. Venía a interrogar a uno de los prisioneros...
—Bueno, eso es lo de menos ahora —intervino—. Encuentra la forma de venir para Vespia cuanto antes, ¿de acuerdo? Te necesitamos aquí. Cuando llegues, llámanos, iremos a por ti.
—¡Pero aún no has respondido! —insistí, volviendo a alzar el tono de voz—. ¿¡Está muerta!? ¿¡La han matado!?
Con el tiempo me arrepentí de haber formulado una vez más aquella pregunta. No debí hacerlo. Mi hermana estaba muerta, debería haberme bastado con la confirmación de las noticias. Lamentablemente, yo necesitaba más, quería asegurarme de que no era cierto...
Y una vez más, me equivoqué.
—Sí. Está muerta, Davin —dijo con cansancio—. Ven cuanto antes, por favor, te necesito.
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