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Capítulo 21

Capítulo 21– Jyn Corven, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)




—¿Por qué me haces esto? ¿Acaso nos conocemos? Llevas años persiguiéndome... ¿por qué? No te había visto anteriormente nunca en mi vida... no eres nadie para mí. ¿Por qué yo sí lo soy para ti? ¿A qué viene esta obsesión? ¿A qué viene esa mirada...?

¿A qué viene esa sonrisa?

Aunque intentaba dejarla en blanco, mi mente no paraba de formularse una y otra vez las mismas preguntas. Estaba obsesionada con lo que estaba sucediendo y con lo que muy pronto pasaría, y no lograba salir de aquel bucle. El miedo se había apoderado de ella, y no era para menos. Viéndome en la situación en la que me encontraba, no podía pedir mucho más. Bastante hacía no abandonándome. De haber podido, probablemente habría escapado de allí, dejando mi cuerpo abandonado como un muñeco de trapo en el escenario...

Me estaba costando reprimir las lágrimas. La rabia que con tanta furia ardía en mi corazón me había dado la fuerza suficiente como para mantener los labios sellados y no decir palabra alguna a pesar de las provocaciones, pero los nervios me estaban traicionando. Las lágrimas querían brotar, querían salir e inundar mis ojos de miedo y debilidad, y probablemente lo acabarían consiguiendo.

Era horrible.

Claro que, pensándolo fríamente, ¿acaso no habría sido más fácil dejarme llevar por las emociones y echarme a llorar como la adolescente asustada que era? Cualquier otra lo habría hecho, estoy convencida. Yo, sin embargo, no podía dejar de lanzar miradas de soslayo a mi alrededor en busca de algo que poder emplear como arma.

Algo que poder hundir en la garganta de aquel tipo.

Algo para acabar con él antes de que se me adelantase.

No recuerdo cuánto tiempo pasé sobre aquel escenario. Tampoco recuerdo exactamente cómo lo habían decorado, pues las imágenes de aquella fatídica noche son confusas en mi mente, pero cada vez que vuelvo la vista atrás viene a mí el olor de las rosas negras. Miles de rosas negras que, repartidas por todo el decorado y el teatro hacían que todo cuanto me rodeaba emitiese aquel olor.

Un olor que siempre me acompañaría.

Rosas en el suelo, rosas en las columnas, rosas en las butacas... incluso la suya, la quinta empezando por la derecha de la primera fila, estaba engalanada de negro. Y no solo eso. Él tenía una de las flores entre las manos...

Recuerdo que acariciaba los pétalos con los dedos mientras me miraba.

Y sonreía.

Jamás olvidaré el modo en el que sus labios se curvaban mientras me observaba con detenimiento en lo alto del escenario, caída de rodilla en el suelo. Pretendía que bailase para él, que mi cuerpo se moviese al ritmo de la suave música de violines, pero yo no podía. Ni mi mente respondía, ni tampoco lo hacían mis rodillas.

Estaba demasiado asustada para ello.

—Pero Jyn, levanta, mujer. ¿A qué viene esa cara? Ya te he dicho que no voy a matarte... al menos no mientras me diviertas.

Mientras me diviertas.

Me pregunté cuándo me habría convertido en la diversión de aquel perturbado que con tanto anhelo acariciaba la rosa que tenía entre manos. En nuestros anteriores encuentros había puesto en evidencia cuánto le gustaba, pero jamás imaginé que podríamos llegar hasta aquel extremo. Aquel hombre estaba totalmente obsesionado conmigo, y a no ser que hiciese algo para remediarlo, acabaría muriendo en sus manos.

La gran duda era, ¿qué podía hacer yo? Teniendo en cuenta que sobre el brazo derecho de su butaca aguardaba una pistola, dudaba tener muchas opciones.

—Jyn...

Sumidos en las sombras del teatro, deambulando entre las estatuas de los arcángeles dorados que decoraban los pasadizos, había más personas. Una de ellas era el tal Gregor, el que me había sacado a rastras de la habitación, pero había más. Desconocía sus identidades, pues aún no los había podido ver, pero cada vez que se acercaban al escenario la temperatura variaba notablemente.

¿Magi, quizás?

—No soy tu muñeca —respondí al fin, logrando con mis palabras arrancarle una amplia sonrisa de pura satisfacción—. Y no me das miedo.

—¿De veras? Vaya, una chica valiente... no esperaba menos de ti. Siempre me has gustado mucho, querida. Independientemente de mis fobias personales hacia tu persona, he de admitir que eres una chica con mucho talento. Sin ti, esa Lainard ya habría caído en el olvido hace muchos años. ¿No te parece?

Aunque no respondí, mi mirada lo decía todo.

—¿Ves? Al menos en eso coincidimos. En el fondo, querida Jyn, no somos tan diferentes. Que el hecho de que te vaya a matar no te nuble las ideas, cariño. Podríamos ser buenos amigos.

—Pero dices que vas a matarme.

—Y lo voy a hacer, sí —admitió con descaro—. Te diría que me obligan, pero no te voy a mentir. Te voy a matar por gusto, porque llevo mucho tiempo esperando este gran momento, pero hasta entonces, como digo, podemos ser amigos. Nadie lo impide.

—No tiene sentido lo que dices... —murmuré, y reuniendo casi tantas fuerzas como valentía, le señalé con el dedo índice—. ¡Estás loco!

De haber sabido lo que mi respuesta provocaría, no habría dicho aquellas palabras. De hecho, no habría dicho nada. Sencillamente habría permanecido callada, a la espera de que, con suerte, todo acabase rápido. Desafortunadamente, aún me quedaba mucho por vivir con aquel hombre.

Demasiado.

—¿Yo? —respondió, ofendido, y soltó una carcajada—. ¿De veras crees eso? Qué decepción, querida... y yo pensando que podríamos ser amigos. En fin... —Volvió la vista atrás momentáneamente—. Gregor, pon la canción. Ya sabes, la que me gusta. La bailarina va a bailar para mí... ¿sabes, Jyn? Esa canción no es de tu último espectáculo, sino del primero, pero cuando la vi me gustó tanto que incluso me atrevo a decir que, gracias a ella, me enamoré un poco de ti. ¿Cómo imaginar que íbamos a acabar así? Es increíble, ¿no te parece?

—Que te den.

La música empezó a sonar a través de los altavoces, suave y lenta, como le gustaba al "Fénix". El hombre apretó la rosa que tenía entre manos, tiró los pétalos al suelo y, con renovado interés, cogió su arma.

Fijó su mirada en mí.

—Eres muy mal hablada, cariño. ¿Nunca te han enseñado a tratar bien a la gente? Imagino que el que matasen a tu madre siendo una cría no ayudó. Lo entiendo, la verdad. A mí tampoco me fueron las cosas demasiado bien con mis padres. Eran unos auténticos fracasados, ¿sabes? Tanto que no tuvieron más remedio que quitarse del medio, con lo que ello comporta... No es fácil sobrevivir a la soledad, te lo aseguro... aunque bueno, tú sabes perfectamente de lo que te hablo.

—¿Yo? No sé de qué demonios me estás hablando: yo nunca he estado sola.

—¿De veras? —El "Fénix" me dedicó una sonrisa torcida—. ¿En serio consideras a esos Corven como tu auténtica familia? Porque si es así, permíteme que te diga, cariño, no tienes el listón demasiado alto. ¿Acaso no ves en lo que te has convertido? Unos padres que realmente te hubiesen querido no lo habrían permitido.

Aunque creía que no lo lograría, ni él ni nadie, sus palabras lograron causarme un nudo en el estómago. Quería a mis padres por encima de todo, y siempre había querido creer que habían hecho lo mejor para mí dándome la oportunidad de elegir el camino a recorrer, pero lo cierto era que no era la primera vez que alguien ponía en duda su decisión. En varias entrevistas había tenido que escuchar a tertulianos en televisión hablando sobre ello, sobre la presión a la que me veía sometida siendo una niña... a la irresponsabilidad de haberme permitido vivir aquella vida.

Lo había oído y leído en tantas ocasiones y distintos formatos que incluso me habían logrado hacer dudar. Mis padres me querían, desde luego, pero en caso de haber sido su hija biológica, ¿me lo habrían permitido hacer?

El mero hecho de pensar en ello despertaba en mí fantasmas que, al menos en aquel entonces, habría preferido que se hubiesen mantenido en sus tumbas, bien ocultos.

Cállate, no sabes de lo que hablas —murmuré, apartando la mirada—. No tienes la más mínima idea de quién soy, así que...

Te conozco mucho más de lo que crees, Jyn —dijo él—. Pero como tú quieras. Si prefieres que eludamos el tema, adelante, no hay problema. Escuchas la música, ¿verdad?

Agradecida por no tener que seguir hablando sobre ello, decidí prestar atención a los altavoces. Me gustaba la canción que sonaba. Al principio me costó reconocerla, pues el nerviosismo no me abandonaría hasta el final, pero en realidad era una de mis favoritas. De hecho, aquel primer espectáculo, el de las bailarinas del cielo, había sido el mejor de todos. Imagino que el que fuese el de mi debut lo cubría todo de un halo de misticismo muy especial, pero incluso así era innegable que había sido muy bueno. Una auténtica obra de arte. Y aquella canción, "la luz de las estrellas", la que más, y no solo porque aquella parte de la coreografía la hubiese danzado en solitario. No. Aquella canción estaba tan llena de matices y sentimientos que el mero hecho de volver a escucharla logró que se me acelerase el corazón.

Cerré los ojos. Mi mente estaba demasiado asustada como para traer el recuerdo de aquel primer espectáculo, pero recordaba los nervios del momento. En aquel entonces había sido tan solo una niña inocente creyendo cumplir su sueño. Tonta de mí, de haber sabido lo que me aguardaría al final del camino, jamás lo habría cogido.

—Por tu cara veo que sabes qué canción es. Bien, me alegro. Imagino que sabes lo que quiero, ¿no? Pues claro que lo sabes... venga, en pie. No me obligues a portarme mal, ¿eh? Levanta y haz un poco de tu magia. Disfruta estos últimos minutos.

—¿Últimos minutos? —Se me secó la garganta.

—Me temo que sí, cariño, lo siento. Anda, venga, no seas así: levanta, en serio. ¿No decías que te gustaba tanto bailar? Pues adelante, baila: diviértete. Disfruta de tu último baile. Después todo se va a poner muy desagradable, te lo aseguro.

Muy desagradable. Bonita forma de decir que iba a morir. Resulta curioso. En aquel entonces creí que el miedo a la muerte me impediría articular palabra. Que finalmente rompería a llorar... pero no lo hice. Lejos de acobardarme, apreté los puños y, furiosa, respondí a voz en grito.

—¿¡De veras crees que alguien puede disfrutar cuando le están apuntando con una pistola!?

—Te sorprendería los gustos de la gente, querida. Vamos, levanta.

—¿¡Que me levante!? ¡Al infierno contigo!

—O te levantas o disparo, allá tú.

Por un instante dudé, pero no me levanté. Mi posición actual, de rodillas, no era muy favorecedora ni digna dadas las circunstancias, pero me negaba a obedecer. Después de todo, aquel tipo me iba a matar igualmente: ¿por qué cumplir entonces sus órdenes?

El orgullo me lo impedía.

—Jyn —dijo una vez más, endureciendo el tono—. Te doy diez segundos para que te levantes y empieces a mover el culo. Si no lo haces, atente a las consecuencias.

Tuve que hacer un auténtico esfuerzo para no decirle que "moviese el culo" su madre. Imagino que aquello habría provocado mi inmediata ejecución, por lo que doy gracias por el repentino auto-control. Eso sí, me quedé con muchas ganas de decirlo...

Al menos durante la cuenta atrás. Una vez finalizados los diez segundos, miré fijamente al "Fénix", desafiante, y él respondió apretando el gatillo de su arma. La bala recorrió la distancia que nos separaba en apenas unas décimas de segundo y, alcanzándome de pleno en el hombro, me lanzó contra el suelo, arrancándome un profundo aullido de dolor.

A partir de entonces, mi lado más guerrero se esfumó, dejando paso al más lastimero. Los ojos se me llenaron de lágrimas y la garganta de lamentos de agonía.

Jamás había sentido un dolor como aquel.

—Te lo dije —le escuché decir entre sollozos—. ¿Vas a empezar a obedecer o tengo que demostrarte una vez más quién es el que manda? ¡Levanta!

Levanta.

Era fácil decirlo, pero prácticamente imposible hacerlo. Tirada en el suelo, con la ropa cada vez más empapada de mi propia sangre, no me sentía capaz de dominar mi cuerpo. El pánico se había apoderado definitivamente de él y las extremidades no me respondían.

Pero tenía que hacerlo. Aquel tipo estaba loco, y a no ser que obedeciera, volvería a disparar... y sabía que no iba a poder soportarlo. Sería demasiado para mí. Así pues, reuniendo fuerzas de donde ya no quedaban, poco a poco me fui incorporando.

Y no sé cómo lo hice, pero finalmente me levanté.

—¡Muy bien! —exclamó el "Fénix"—. Ahora ya sabes lo que tienes que hacer. Te quedan menos de cinco minutos de canción, así que aprovecha... y suéltate el hombro, mujer. Por mucho que aprietes no vas a poder tapar esa herida. Vamos, empieza.

El hombre volvió a alzar el arma, y aquel gesto bastó para que yo tratase de moverme al ritmo de la música. Y no fue fácil, lo aseguro. Con aquel atroz dolor en el hombro que apenas me permitía mover el tren superior, mis movimientos se asemejaban más a los de un árbol que a los de la bailarina que era, pero por suerte a mi enemigo parecía bastarle. Ya no había gracilidad ni belleza alguna en mí, pero sí una comicidad negra frente a la cual no pudo evitar empezar a reír.

Sí, se estaba riendo de mí. Me estaba humillando como nunca había hecho nadie, pero no podía hacer nada para evitarlo... Por suerte, no estaba sola.

Llevaba ya un minuto moviéndome sobre el escenario, tratando de bailar al ritmo de la música, cuando el sonido de varios disparos procedentes del exterior del teatro interrumpieron mi actuación. Hubo un fogonazo en una de las esquinas, cerca de la entrada principal, y de repente, surgiendo de entre las sombras, Gregor se agachó junto al "Fénix" para susurrarle algo al oído.

Algo que aunque al principio le sorprendió, le hizo sonreír con profunda satisfacción. Respondió con un rápido asentimiento de cabeza y aguardó a que su ayudante se perdiese entre las sombras para volver a centrar la mirada en mí.

Aplaudió.

—Me hubiese gustado poder disfrutar un poco más de ti, Jyn, pero me temo que las circunstancias me obligan a irme... pero no dejes de bailar, mujer. No pares. Ha sido un placer conocerte.

Más disparos y fogonazos. El "Fénix" no quería que me parase, pero no pude evitarlo. Le miré durante unos segundos, sintiendo como la vista empezaba a emborronarse, e ignorando sus palabras, fijé la mirada en el fondo del teatro. Allí, envueltas en llamas y en destellos de luz, varias figuras se movían a gran velocidad.

Figuras oscuras que se sumían en las sombras para volver a aparecer en otro lugar, como surgidas de otra realidad. De otro mundo.

—¡No la toques! —gritó alguien desde el fondo de la sala.

Y aunque no pude ver su rostro, supe que esas palabras eran por mí. Fuesen quienes fuesen aquellas personas habían acudido a mi rescate... y el "Fénix" lo sabía.

Por supuesto que lo sabía, y precisamente por ello hizo lo que hizo.

—Ha llegado el momento de despedirnos, cariño —dijo, y disparó.




En aquel entonces no supe dónde me había alcanzado la bala, pero estaba convencida de que me había acertado en algún órgano importante. Lo supe en el momento en el que el proyectil se enterró en mi cuerpo como una aguja de hielo y fuego y caí de espaldas al suelo, fulminada con un grito en la garganta.

Lo supe cuando el corazón empezó a latir desbocado en mi pecho y todo cuanto me rodeaba empezó a girar sobre sí mismo... cuando los gritos se apoderaron de mi mente y no pude más que preguntarme, en mitad de aquella terrible marea de confusión, cuántos segundos me quedaban para reunirme con mi madre. ¿Cien? ¿Cincuenta? ¿Treinta?

Los querubines dorados que decoraban el techo del teatro empezaron a revolotear sobre mi cabeza en círculos. Los muy cabrones me miraban con sus ojillos despiertos llenos de vida, probablemente tratando de allanarme el camino, pero lo único que conseguían era que me enfadase más y más. No quería irme. No tan pronto... no sin antes devolverle todo el daño causado al "Fénix". Quería venganza, y la quería ya. Lamentablemente, yo ya no era dueña de mis actos ni de mis decisiones, y por mucho que intentaba aferrarme a la vida, ya no era su dueña.

Acababa de perder todo el derecho sobre ella.

—¡No, no, no! —escuché decir a alguien en la lejanía—. ¡Aguanta! ¡No me hagas esto, por tu alma!

Aunque en mi mente su voz sonó a gran distancia, como si hablase desde el otro extremo del teatro, su rostro apareció de repente ante mí, como un rayo de luz surgido entre las sombras. Su dueño, un joven de unos veintitantos años de bonitos ojos verdes y cabello oscuro, me miró fijamente a la cara, tratando de descifrar mi estado a través de mi mirada, y rápidamente apoyó la cabeza sobre mi pecho.

El mero roce me provocó un latigazo de dolor.

—Eh, ¡aún respiras! —dijo, y no fue hasta entonces, cuando volvió a alzarse sobre mí y sonrió con nerviosismo, que no comprendí que me estaba hablando a mí—. ¡Aguanta, Jyn! ¡La ayuda está en camino! Esto no es na...

Dijo algo más, pero una nueva explosión ensordeció sus palabras. El chico volvió la mirada atrás, visiblemente preocupado. A nuestro alrededor el teatro parecía estar en guerra, con detonaciones, gritos y disparos en todas partes.

Aproveché el momento para, dejándome llevar por el pánico, coger su brazo con la mano y aferrarme a él.

—¡Me muero! —dije con angustia—. ¡Ayúdame!

—¿Que te mueres? —repitió él, y aunque trató de mostrarse tranquilizador, en su mirada pude percibir la duda. Cogió mi mano con la suya y entrelazó los dedos—. No digas tonterías, anda. No voy a dejarte morir. Ahora cállate y trata de mantenerte despierta, ¿de acuerdo? Voy a intentar taponarte las heridas. Si sigues así, morirás desangrada... Eh, ¿qué te he dicho? Calladita estás más guapa, Jyn, hazme caso. Por cierto, ¿de quién ha sido la idea de ponerte ese pelo? Es raro.

—Bueno...

El chico dijo algo más, pero no logré escucharlo. Solo vi que movía los labios, que su sonrisa se quebraba y que, de repente, se esfumaba en la oscuridad del teatro. Él, nuestras manos entrelazadas, los querubines que nos rodeaban y, muy a mi pesar yo.

Siempre agradeceré su intento por mantenerme con vida. Por desgracia, Damiel Sumer no pudo hacer nada para evitar que la muerte me llevase.

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