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Capítulo 16

Capítulo 16 – Jyn Corven, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)




Podía oír su respiración. Mientras estiraba los músculos, con la mirada fija en el gran espejo que cubría la pared del gimnasio, sentía su presencia. Mis ojos no lo veían, pues era un experto en ocultarse, pero estaba casi convencida de que estaba allí, observándome...

Vigilándome.

Intentaba convencerme de que aquella sensación era producto de mi imaginación. Que el miedo había logrado germinar en mi interior y que ahora simplemente era víctima de mis propios temores... pero el instinto me decía que aquella vez no era una fantasía. Él volvía a estar allí, acechándome, esperando el momento más oportuno para caer sobre mí, y a no ser que hiciera algo, esta vez nada podría detenerlo.

Si al menos hubiese traído conmigo mi pistola...

Obligándome a mí misma a calmarme, desvié la mirada por la sala, asegurándome así de que estaba sola, y volví a concentrarme. No era la primera vez que me pasaba. En los últimos tiempos, después del ataque en el camerino, me había vuelto muy paranoica, y no era para menos. Si bien en aquel entonces no había llegado a hacerme nada, podría haber muerto en sus manos.

O algo peor.

Desde aquel fatídico suceso habían pasado dos años. Dos largos años en los que había decidido apartarme de los escenarios, demasiado aterrorizada como para seguir bailando, y había vuelto a casa con mis padres.

Dos años extraños, sin duda...

Pero ahora volvía a estar en la compañía de baile, preparándome par mi gran regreso, y aunque creía que había superado los miedos, lo cierto era que volvían a estar muy presentes, acelerándome el corazón cada vez que una sombra se cruzaba en mi camino.

Era duro.

—Pero tienes que superarlo —me dije—. Aquí no hay nadie, Jyn. Estás sola...

Y aunque era cierto, pues en aquel entonces no había nadie en aquella sala del gimnasio salvo yo misma, me costaba mucho ignorar la sensación de peligro que tanto me taladraba la cabeza.

Como bien había dicho mi madre, no iba a ser fácil, pero si esa era mi decisión, tendría que luchar por ella.

—Quedan solo cuatro días —insistí, silenciando así mi voz interior—. Cuatro días y volverás a los escenarios, Jyn. Vamos, no es nada: todos te estarán mirando. Toda Ballaster, toda Albia... toda Gea. No puedes fallar.

Las cosas no habían sido fáciles últimamente. Tras los primeros dos años de éxito gracias a la gira que nos había permitido conocer Albia en profundidad, nuestra compañía de baile empezó a viajar por todo el continente. Al principio era emocionante ir de un lugar a otro, atravesar fronteras y conocer nuevos horizontes. Siendo en aquel entonces una niña de doce años, no había nada que me asustase. Ni el cansancio ni la sobre-exposición: sencillamente quería comerme el mundo, quería convertirme en una de las figuras del baile más importante de toda Gea, y gracias a Lisa Lainard lo estaba consiguiendo.

Cuanta mayor era mi fama, más eran las personas que querían conocerme. Muchas de ellas me seguían por distintas ciudades, acudiendo a todos mis espectáculos. Veían mis entrevistas en la televisión e incluso esperaban a la salida de las fiestas más selectas a las que era invitada para verme unos segundos. Era increíble. Para mí tanto interés era extraño, pues jamás habría imaginado que pudiese llegar tan lejos, pero me gustaba la fama. Al menos aquella cara, claro. También tenía detractores, por supuesto, y había artículos en revistas y periódicos en los que aseguraban que era la joven más sobrevalorada del momento, pero gracias al apoyo incondicional de mi directora y mis amigas lograba que no me afectasen aquellas cosas. Por mucho que lo intentase, no podía gustarle a todo el mundo.

Pero aunque la fama a veces tuviese su lado oscuro y las giras fuesen muy exigentes, el esfuerzo había valido la pena. Había sido muy feliz mostrando lo que sabía hacer. Lamentablemente, la mala suerte había querido que uno de mis seguidores cruzase la línea y su obsesión acabase obligándome a abandonar los escenarios.

¡Qué estúpida había sido! Si hubiese hecho caso al instinto, nada de esto hubiese sucedido. Desde un principio había sido consciente de que debía mantener las distancias con el público. Lisa me lo había advertido, mis entrenadores me lo habían recordado y el propio Doric Auren me lo había dicho en varias ocasiones, pero incluso así yo siempre había querido mostrarme cercana. Me sentía muy afortunada de contar con tanto apoyo y quería compartir mi alegría con ellos. Así pues, siempre que salía de la estación de tren junto a mis compañeros, dispuestos a coger el autobús que me llevaría a mi destino, me acercaba al gentío que aguardaba más allá de las barreras para tenderles la mano. Me hacía fotografías con ellos, les sonreía y saludaba, y nunca sucedía nada... al menos hasta el último día. Tres años atrás, me encontraba en la estación de tren de Solaris, contenta como pocas veces de poder visitar de nuevo la gran ciudad, cuando un grupo de chicos habían llamado mi atención. Todos vestían con camisetas en las que aparecía el nombre de las ciudades que habíamos visitado y las fechas de los eventos, lo que me dio confianza. Además, aseguraban haberme seguido a todas partes, y solo pedían una fotografía. Una foto, nada más. ¿Cómo negarme? Tanto esfuerzo merecía una recompensa. Además, a mí no me costaba nada, así que, desobedeciendo una vez más al equipo de seguridad que nos acompañaba, decidí dársela. Me acerqué a la barrera, me situé de espaldas a ellos para aparecer en la instantánea y, de repente, algo sucedió. Unas manos se cerraron con fuerza alrededor de mi cintura y, sin darme tiempo a reaccionar, tiraron de mí con fuerza, tratando de llevarme más allá de las barras de seguridad. Asustada traté de liberarme de la presa, pero me tenían sujeta de tal forma que no sirvió de nada. Otros tantos pares de manos se cerraron alrededor de mis piernas y brazos y, de un momento a otro, me vi alzada en volandas, camino al interior del gentío. Afortunadamente, los agentes de seguridad del evento actuaron con rapidez y no llegué ni tan siquiera a cruzar la barrera, pero tal fue el pánico que sentí en aquel entonces, inmovilizada y siendo arrastrada hacia el gentío, que aquella noche no pude conciliar el sueño.

Ni aquella noche ni las tres siguientes. Cerraba los ojos y allí estaban, mirándome, vigilándome... tirando de mí sin importarles el daño que me hicieran.

Era horrible.

Aún recuerdo las marcas que aquellos seguidores me dejaron en la piel. Los moretones me duraron cerca de una semana, tiempo más que suficiente para que el equipo de maquillaje tuviese que hacer un esfuerzo extra para evitar que se viesen durante los espectáculos.

Aquel día parte de mí quiso abrir los ojos. La verdad no era tan bonita como se mostraba y aquel incidente así lo había evidenciado. Desafortunadamente, a las pocas semanas lo ocurrido cayó en el olvido cuando, a modo de disculpa, el grupo de fans enloquecido llenó de ramos de flores mi camerino. ¿Cómo no perdonarlos después de aquel regalo y de las más de ocho horas de insistencia de Lisa? Las acepté, qué remedio.

Tras aquel susto, pasé varios meses relajada, manteniendo las distancias con el público. Intentaba seguir siendo cercana, tal y como la directora quería, pero me costaba. Poco a poco me iba volviendo más reacia al contacto con los seguidores y, con el tiempo, empecé a tener miedo. Miedo de las grandes aglomeraciones que nos rodeaban allá donde fuésemos y de los fans que intentaban subir al escenario para saludarnos. Miedo de las incesantes llamadas de números desconocidos al teléfono en plena noche, en su mayoría causadas por las "bromas" de mis insoportables compañeros como Garnet Montgomery o Arthur Fain, que disfrutaban dando mi número a quienes no debían, o de los que conseguían las direcciones de nuestros hoteles y nos vigilaban noche y día.

Había ocasiones incluso que creía oírlos en el pasadizo, cuchicheando entre sí, preguntándose cuál era mi puerta...

A veces hasta la golpeaban.

Todos aquellos acontecimientos y sensaciones me habían llevado a un estado de alerta y de paranoia que, cumplidos los catorce años, empecé a creer que alguien entraba en mi camerino. No sucedía siempre, pero sí las suficientes veces como para que al final me negase a entrar sola por temor a encontrarme a alguien dentro. En aquel entonces Lisa no me creía, decía que exageraba, pero yo sabía que alguien tocaba mis cosas. La ropa estaba descolocada, el nivel del perfume iba bajando y, en general, encontraba mis cosas en un estado diferente al que las dejaba antes de salir a actuar. Obviamente cabía la posibilidad de que fuese cosa del servicio de limpieza o de alguna otra broma pesada, pero cuando lo mismo sucedía una y otra vez en distintas ciudades, el instinto se disparaba.

Volviendo la mirada atrás, creo que en aquel entonces debí dejar los escenarios. Distintas señales me decían que las cosas se estaban complicando, que la fama me estaba superando y necesitaba un descanso, pero decidí no prestarles atención. Lisa tenía un gran poder sobre mí y en el fondo me necesitaba para su espectáculo, por lo que, día y noche, hacía todo lo que estuviese en sus manos para convencerme de que debía seguir.

Y yo seguía.

Unos meses después, cansada ya de tanto tiempo fuera de casa y con ganas de regresar y tomarme un descanso, un fallo de seguridad en el Teatro Azul de la ciudad de Versad, en el este de Albia, causó que uno de mis seguidores lograse subir al escenario y abalanzarse sobre mí con un cuchillo. Al verlo aparecer el resto de mis compañeros huyeron despavoridos, dejándome totalmente sola cara a cara al agresor. Por suerte para mí, no era mi vida lo que quería, sino un mechón de mi cabello, por lo que aquella noche sobreviví. El tipo me tiró al suelo, me cortó el pelo y escapó a gran velocidad, burlando así la seguridad del teatro, si es que alguna vez hubo. Como era de esperar, lo ocurrido causó un gran escándalo por toda la ciudad, y más aún cuando, tras sufrir un ataque de nervios que se alargó durante casi una hora, Lisa Lainard me obligó a volver al escenario para acabar el espectáculo.

Recuerdo que unas horas después me encontraba en mi habitación del hotel, discutiendo acaloradamente con la directora, cuando un joven legionario irrumpió en la sala. Alguien que, aunque en aquel entonces no conocía, con el tiempo se convertiría en alguien muy importante en mi vida.

—¿¡Pero quién demonios te crees que eres para entrar sin permiso!? ¡Sal ahora mismo antes de que...! —gritó Lisa.

Pero él no la dejó acabar. Alzó la mano y, llevándose el dedo índice a los labios, le ordenó que se callase. A continuación, fijando su mirada de ojos castaños en mí, se acercó y me tendió la mano.

Me dedicó una escueta sonrisa sincera.

—Señorita Corven, me envían para que la lleve de regreso de inmediato a Hésperos. ¿Se encuentra usted bien?

—¿Para volver a Hésperos? —pregunté con sorpresa, y miré su mano. Junto al dedo pulgar tenía tatuado el número II con tinta negra—. ¿Quién eres? ¿Quién te envía?

—Su alteza el príncipe Doric —dijo con orgullo—. Mi nombre es Nat Trammel y pertenezco a la II legión, la Vulkana. Ahora, si es tan amable, tengo órdenes de llevarla cuanto antes de regreso a la ciudad.

—Pero...

—No hay peros, señorita. ¿Nos vamos?

Aquella fue una derrota más a las que Lisa Lainard se tuvo que enfrentar sin decir palabra. El legionario tenía órdenes claras y no iba a irse del hotel sin cumplirlas. Obviamente, en caso de haberme negado, me habría quedado junto a los míos, pero tal era el miedo que en aquel entonces sentía que no lo dudé. Tomé su mano y me fui sin volver la vista atrás. Tres semanas después volvería junto a los míos, pero aquel breve periodo que pasé en el Palacio Imperial, rodeada de protección y de personas que se preocupaban sinceramente por mí, me sirvió para abrir los ojos.

—Aunque me gustaría, no voy a poder cuidar de ti eternamente, Jyn —me dijo el príncipe Doric Auren aquella misma madrugada, tras viajar a Hésperos precipitadamente y recibirme en uno de los despachos del Palacio Imperial—. ¿Te han hecho daño? Ese cerdo las pagará, te lo aseguro. Esto no va a quedar así.

En realidad sí que quedaría así, pues a pesar de la búsqueda nunca darían con él, pero en aquel entonces sus palabras fueron tan convincentes y su abrazo tan protector que me di el lujo de verter unas cuantas lágrimas. No demasiadas, pues Lisa se había encargado de que aprendiese a controlar las emociones, pero sí las suficientes como para que mi buen amigo las secase con el dorso de la mano.

—Anda, no llores... casi que te ha hecho un favor cortándote un mechón. ¿A quién demonios le gusta llevar el pelo verde? Esa directora tuya es una auténtica majadera, Jyn.

—Oh, Doric...

—Era broma, mujer —aseguró, y me pellizcó la mejilla con cariño—. Anda, tranquilízate, aquí estás a salvo. Tienes mi palabra.

Durante aquellas tres semanas en el Palacio Imperial Doric me planteó la posibilidad de quedarme. Él iba a partir hacia el frente para iniciar su entrenamiento en la Legión que en el futuro comandaría, pero yo podía quedarme allí, como invitada. Según decía, su padre, el Emperador, así lo quería. Desde luego fue una oferta muy tentadora, pero sin él en el Palacio ni tan siquiera la consideré. No tenía sentido. Se lo agradecí y, prometiendo que cuidaría de mí misma, volví junto a los míos. Y aunque lo hice con más fuerza que nunca, mi estancia junto a las "Elegidas" fue relativamente breve. Unos meses después, cumplidos ya los quince años, nuestra gira nos llevó hasta Herrengarde, lugar en el que el mismo tipo que me había cortado el mechón de pelo logró colarse en mi camerino estando yo dentro.

Aún me tiemblan las piernas de solo pensar en aquel momento. El espectáculo había acabado y yo estaba quitándome el maquillaje frente al espejo cuando la puerta se abrió y él entró. Alto, joven, con los ojos claros y una mirada de lo más perturbadora, tan solo había pasado unos segundos detenido junto a la puerta antes de cerrarla y abalanzarse sobre mí.

Segundos en los que el corazón se me había detenido y la garganta secado.

Por suerte, logré gritar lo suficiente para que Lucca Lauritsen, el más joven de mis compañeros, me escuchase y decidiese entrar a ver qué sucedía.

A partir de entonces me alejé de los escenarios durante casi un año. Mis padres me abrieron las puertas de casa y regresé al hogar que probablemente nunca debí dejar. Todo lo ocurrido me había dejado una herida muy profunda. Una herida que debería haber luchado por sanar. Por desgracia en aquel entonces estaba sola, sin ningún amigo en quien apoyarme, por lo que cuando Lisa Lainard volvió a por mí y me tendió su mano, la cogí.

Y precisamente por ello me encontraba en aquel entonces en el gimnasio entrenando, preparándome para mi gran noche. Mi regreso. En cuatro días volvería a pisar un escenario y, aunque creía haber superado mis miedos, lo cierto es que ahí seguían, acechándome, persiguiéndome...

Obligándome a mantener la mente en blanco para no enloquecer.

Era tan complicado...

—Vamos Jyn, calma, estás sola, estás...

Un repentino corte del suministro eléctrico logró ponerme en pie de un brinco. Giré sobre mí misma, con la oscuridad reinante rodeándome peligrosamente, y retrocedí hasta alcanzar el espejo con la espalda. A mi alrededor las luces de emergencia empezaron a parpadear...

Y en la oscuridad de la noche creí ver una sombra.

Aterrorizada abandoné la sala a la carrera, con un grito de terror en la garganta. Me lancé al pasadizo sin mirar atrás, temerosa de que la sombra pudiese caer sobre mí, y seguí corriendo a gran velocidad hasta girar el recodo. Al final de este, aguardaban los vestuarios femeninos... y allí mis compañeras.

Antes de llegar a la puerta, sin embargo, alguien salió de otra de las estancias laterales y choqué de pleno contra él. De hecho, tal fue la violencia del impacto que incluso caí al suelo. Por suerte, reconocer su carcajada maliciosa me bastó para, a pesar de todo, calmar un poco mis ánimos.

—Hay cosas que no cambian, ¿eh? —exclamó Arthur Fain, el séptimo bailarín del cuerpo, y me tendió la mano para ayudarme a levantarme—. ¿Qué te ha pasado esta vez, Corven? ¿Te ha atacado el espejo?

Acepté su ayuda para incorporarme, pero no respondí a sus provocaciones. Arthur era un auténtico mamón, como Garnet, pero en aquel entonces su presencia fue tan tranquilizadora que preferí no entrar al juego. Sencillamente le dediqué una sonrisa falsa y seguí con mi camino, hasta adentrarme en el vestuario de mujeres. Una vez dentro cerré la puerta y me apresuré a correr hasta mi taquilla, donde se encontraba mi mochila, dispuesta a sacar mi pistola.

Sin embargo, no fue necesario. A punto ya de abrir la cremallera las lámparas volvieron a encenderse y descubrí que, a apenas un par de metros de mí, Irina Kurtz me miraba con una ceja levantada.

—¿Estás bien?




¿He dicho alguna vez lo mal que me caía la mayor parte del cuerpo de baile? De los diez componentes, tan solo tres se salvaban. La primera y más importante era Cristal Tavernise, mi compañera de habitación y mejor amiga. Junto a ella había pasado mis mejores y peores momentos, le había contado mis tristezas y alegrías, y unidas habíamos logrado salir adelante, apoyándonos en todo lo que podíamos. La segunda era Irina Kurtz, la chica más joven del equipo junto a Lucca Lauritzen. Era dos años menor que yo, y aunque en un principio no había habido demasiado feeling entre ambas, en aquel entonces nos unía una estrecha amistad gracias a la cual los viajes estaban siendo más agradables. A Irina le gustaba reír, cantar y bromear, y parte de aquel espíritu alegre que tanto la caracterizaba se me pegaba cuando estaba en su compañía.

Era, sin duda, un oasis en mitad del desierto.

El tercero que se salvaba era Sebastian Artese, y únicamente cuando estaba a solas. Cuando se juntaba con el resto de los suyos, con Garnet y Arthur a la cabeza, se convertía en un auténtico idiota demasiado cobarde como para dar la cara por las que aseguraba que eran sus "amigas". Por fortuna, nosotras no lo necesitábamos. Unidas, Irina, Cristal y yo nos habíamos hecho fuertes dentro del equipo. Tan fuertes que, incluso después de todo lo ocurrido, nadie se había atrevido a poner en duda de que yo volviese a ser la bailarina principal. Era innegable que gran parte de aquel mérito le pertenecía a Lisa Lainard, que era mi más incondicional apoyo, pero también el mero hecho de que, sin nosotras, y más en concreto sin mí, aquel grupo de bailarines era del montón. Yo marcaba la diferencia, y cuanto más mayor me hacía, más evidente se hacía.

Pero el que yo fuese respetada en el escenario no implicaba que fuera de él las cosas no fuesen diferentes, y muestra de ello eran las habladurías y las burlas que, en plena cena, estaba sufriendo. El bocazas de Arthur, pues no tenía otro nombre, se había encargado de contar lo sucedido en el pasadizo una hora atrás y ahora ya todos hablaban sobre ello.

Para diversión de todos, Jyn la loca había vuelto.

—Silencio, chicos —exclamó Lisa tras aguardar a que los camareros del hotel en el que estábamos instalados se llevasen los segundos platos.

La directora se puso en pie y golpeó el costado de su copa con un cuchillo para captar nuestra atención. Lisa apenas había cambiado a lo largo de aquellos años. De estatura muy baja, extremadamente delgada y con el cabello pelirrojo sujeto en un moño prieto, la directora se mostraba flamante aquella noche vestida con un imponente vestido negro y rojo. Por lo visto, a medianoche se había citado con un amigo del pasado, motivo más que suficiente para que sus ojos brillasen con más entusiasmo de lo habitual. Aquella mujer disfrutaba de su vida, le apasionaban los viajes y conocer gente, codearse con la alta sociedad, pero sobre todo ser reconocida y admirada. Triunfar, salir en las noticias, ser entrevistada... su ambición era tal que creo que habría sido capaz de cualquier cosa con tal de conseguir su objetivo. Era un alivio saber que nunca volvería a cometer el mismo error del pasado. Mientras el Emperador tuviese el ojo fijo en mí, cosa que dudo que jamás fuese a apartar, estaría atada de pies y manos.

—Como ya sabéis, dentro de cuatro días celebraremos el regreso de Jyn por todo lo alto ofreciendo el mejor espectáculo jamás visto. Llevamos muchas semanas entrenando para que todo sea perfecto, por lo que confío en que os esforzaréis al máximo. Van a haber muchos ojos mirándonos: tantos que incluso cabe la posibilidad que esto se convierta en nuestro renacer. Nuevos contratos, nuevas giras... un nuevo futuro.

—Confías demasiado en la gente de Vespia, directora —intervino Amanda Ricetto con una media sonrisa cruzándole el rostro. Como de costumbre, en la mano derecha sujetaba una copa de vino tinto—. Ballaster es un Reino insignificante.

—A nivel político quizás —admitió Arthur—. En el fondo no deja de ser un aliado menor de Albia, pero es un buen lugar para relanzar nuestras carreras. Las fiestas de Ballaster son conocidas en toda Gea por su elegancia y majestuosidad. Si triunfamos en Vespia, lo más probable es que aparezcamos en las televisiones de todo el continente.

—Tú lo has dicho —le secundó Lisa—. Aunque no es un país como Albia, es poderoso, y más en el ámbito que nos interesa. Triunfar en Ballaster es sinónimo de éxito asegurado en el resto de países fronterizos. Es por ello que os pido, una vez más, que os esforcéis al máximo, muchachos. Nuestro espectáculo tiene que llegar al corazón de todos los espectadores.

Lisa me dedicó una fugaz mirada desde el otro extremo de la mesa. La función era buena, era innegable, pero todos sabíamos que el auténtico éxito residía en mi regreso. Aquello, obviamente, me generaba bastante presión. Después de tantos viajes y recitales había aprendido a sobrellevarla bastante bien, pero en aquel momento, tras haber pasado una temporada alejada de los escenarios y con el nerviosismo a flor de piel, no pude evitar que se me hiciese un nudo en el estómago. Consciente de ello, Cristal me apretó la mano por debajo de la mesa.

—Lo harás genial —me aseguró con un disimulado susurro al oído.

Ojalá tuviese razón.

—Como ya sabéis, el teatro en el que vamos a actuar se encuentra en el palacio de la condesa Margot Swarz —prosiguió Lisa—. Su residencia está abierta al público a lo largo de todo el año. Al parecer, sus bodegas y salones son dignos de admiración, y son millones de personas las que pisan sus suelos a lo largo del año. Somos afortunados de que nos hayan reservado una torre para instalarnos; la anfitriona se está tomando muchas molestias para que todo salga bien.

—Escuché que se habían vendido todas las entradas hace unos días —exclamó Garnet, orgullosa—. Volvemos a llenar, ¿verdad, directora?

—Así es, querida. Y no solo eso. Tal es la expectación que hemos creado que la propia condesa ha hecho instalar unas macropantallas en los jardines para que aún más invitados puedan visionar el evento. Como veis, toda la sociedad de Ballaster está esperándonos con ansia. De hecho, hoy mismo han confirmado que incluso la gran duquesa Elyana Auren va a asistir al espectáculo. Le han reservado el palco presidencial.

—¿Elyana Auren? —intervine yo con sorpresa—. ¿La prima del Emperador Konstantin?

—La misma. —Más que nunca, Lisa Lainard sonreía profundamente satisfecha—. La gobernadora de Ballaster estará viéndonos, así que no podemos fallar. Ni durante el espectáculo ni el día antes. La Condesa Swarz nos ha invitado a una cena de gala con ella y sus tres hijos en el palacio. ¿Es necesario que os diga que vamos a ser los mejores invitados que jamás haya tenido? No, ¿verdad? Así me gusta.

No, no era necesario. Una vez más, no defraudaríamos.

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