Capítulo 14
Capítulo 14 – 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial)
Damiel Sumer – Hospital General de Hésperos, Albia
—Eh, eh, no aprietes. Que no pueda moverla no implica que no la sienta.
—No me extraña que no la sientas, yo diría que está muerta, eh.
—¿Muerta? Me tomas el pelo, ¿verdad?
—En absoluto. Tiene un color y un aspecto que... oye, he tenido una idea.
Lansel no era un buen enfermero. Era un buen amigo y un buen agente, desde luego, pero como sanitario era nefasto, y muestra de ello era la falta de consideración que en aquel entonces tenía conmigo. Tumbado en una camilla, con un gotero taladrándome las venas cada pocos segundos y el cuerpo paralizado de cintura para abajo, no me quedaba otra que ver las peripecias de mi amigo y el maletín médico que había traído consigo.
—Mira —dijo alzando un afilado bisturí. Con la otra mano sujetaba unas extrañas tijeras curvas cuya punta era de oro—. Comprobemos si lo notas de verdad o no. Si te clavo esto...
—¡Como me claves algo te pego un tiro! —le advertí, buscando a tientas en la mesilla mi pistola—. ¡Lansel...!
Mi buen amigo se abalanzó sobre mí y empezamos a forcejear en broma. Poco a poco mi cuerpo iba despertando, pero aún tardaría unas cuantas jornadas más en recuperarme por completo. Por suerte, hasta entonces, Lansel permanecería a mi lado, tratando de arrancarme una sonrisa a su extraña manera.
—Sois como niños...
Por suerte, no solo Lansel estaba a mi lado. Desde que se enterase de mi llegada un par de días atrás, Olivia había estado acudiendo a visitarme a diario después de su jornada laboral. Normalmente lo hacía uniformada, lo que provocaba todo tipo de bromas y burlas frente a las que, aunque fingía ofenderse, estaba encantada. Ambos sabían que mi situación era complicada, que lo más probable era que mi padre hubiese muerto, así que hacían todo lo que estuviese en sus manos por mantenerme animado y distraído.
Y así había ido pasando los días, uno detrás de otro, con la duda de qué habría sido de los míos incluido mi hermano, que no me cogía el teléfono ni respondía a mis llamadas, hasta que la tarde del duodécimo día alguien entró en la habitación justo cuando, por fin, había logrado ponerme en pie. No había sido sin ayuda, por supuesto, Lansel y Olivia me sujetaban cada uno de un brazo, pero al menos había sido un gran avance. Pero como digo, me encontraba precisamente de pie frente a la camilla, con las rodillas ligeramente curvadas hacia dentro y los pies firmemente plantados en el suelo, cuando la puerta se abrió... y no fue precisamente el doctor Sauka el que entró.
—¡Olic! —exclamé con sorpresa.
Con el uniforme sucio y desgastado de todos aquellos días, el rostro ojeroso y una expresión de profundo agotamiento grabada en el semblante, Olic Torrequemada alzó la mano a modo de saludo. En algún momento había perdido sus gafas, al igual que sus armas y el cordón de una de sus botas, pero en general tenía buen aspecto. Después de unas cuantas horas de sueño y una buena cena, el agente empezaba a recuperarse.
—¿Cómo estamos, chavalería? —respondió—. ¿Me echabais de menos?
Dejándome en manos de Olivia, que logró que no cayese al suelo a base de fuerza bruta, Lansel acudió al encuentro del agente para estrecharle la mano con entusiasmo.
Todos queríamos a Olic.
—¡Ya empezaba a creer que te habías largado de vacaciones, Torrequemada! —le dijo mi buen amigo, y ambos se fundieron en un rápido abrazo tras el apretón de manos—. ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde están tus gafas?
—¡A saber! Perdidas en las profundidades de Talos, supongo. Ha sido una auténtic...
—¿Y mi padre? —interrumpí. La mera pregunta logró causarme vértigo, como si estuviese bajando una montaña rusa—. Me alegro mucho de verte, Olic, pero...
—Vivo —respondió para tranquilidad de todos los presentes, incluida Olivia—. Está vivo, puedes estar tranquilo. Él y Lyenor están bien, tu tío y tu hermano se encargaron de ello.
No pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas de agradecimiento al escuchar aquellas palabras. Asentí con la cabeza, esforzándome al máximo por ocultar mi arrebato, y rápidamente apoyé el rostro contra el hombro de Olivia, escondiendo en él el resultado de toda la tensión de aquellos días. Lloraba de puro nerviosismo y ansiedad, de alegría y agradecimiento, pero también de miedo. Había estado tan cerca de perderlos que el mero hecho de pensar en ello me secaba la garganta.
Noté la mano de Olivia acariciarme la cabeza con cariño, mucho más cercana de lo habitual. A pesar de su perpetua máscara de frialdad y dureza, la Olivia que en aquel entonces me había acompañado había mostrado un lado tan humano que resultaba complicado no quererla cada día un poco más.
—¿Ves? Te lo dije —me susurró al oído—. Ahora cálmate, ¿vale? Llorar es de niñas.
—¿Y qué pasa con Mia? —escuché que preguntaba Lansel a Olic—. ¿Ella...?
—Ha sido un honor trabajar con ella durante tantos años —respondió el agente, y apoyando la mano sobre el hombro de mi compañero, se dirigió a los dos—. Sé que no es fácil, pero debéis recomponeros y coger aire para enfrentaros a lo que se nos viene encima, muchachos. Sois aún muy jóvenes, pero me temo que vuestro periodo de aprendizaje ha acabado. Os necesitamos en plena forma... y no solo porque Mia haya muerto. Las cosas van a cambiar mucho a partir de ahora, chicos, y Aidan y yo os vamos a necesitar en plena forma. Respirad hondo y disfrutad los últimos días que os quedan de juventud. La próxima vez que nos veamos, será ya como iguales.
Y sin dar mayor explicación o detalle de lo que había sucedido, Olic abandonó la habitación dejándonos con una amarga sensación de incertidumbre que, por desgracia, no duraría demasiado. Aquella noche no lo sabríamos, ni tampoco a lo largo de unos cuantos días, pero llegaría el momento en el que la Unidad volvería a unirse y, tal y como había asegurado Torrequemada, nada iba a volver a ser igual.
Davin Sumer – Jardín de los Susurros
—Me habéis mentido.
—Así es.
—¿Así es? ¿Eso es lo único que vas a decir? ¿Lo admites sin más?
—Diga lo que diga te va a parecer mal, Davin, ambos lo sabemos. Estás enfadado, y aunque puedo entender tu malestar, ya va siendo hora de que lo superes. Ya no eres un crío.
De pie en el despacho de mi tío, moviéndome nerviosamente delante de su mesa de un extremo a otro de la sala, me costaba pensar con claridad. Hacía ya unas horas que habíamos llegado a Hésperos, y aunque había tenido tiempo más que suficiente para analizar e intentar digerir lo sucedido, aún no lo había conseguido. De hecho, no tenía claro que fuese a hacerlo jamás. La mentira había sido de unas dimensiones tan tremendas que dudaba que jamás pudiese llegar a perdonárselo. Ni a él ni a mi padre... pero sobre todo a mi padre. En el fondo, todo aquello apestaba a Sumer por todas partes.
—Davin...
—¡Dijisteis que había muerto! Maldita sea, tío, ¡es mi hermana! ¿Cómo habéis podido ocultarme algo así?
—Fue necesario —respondió él con sencillez—. Al menos al principio. Hace años que le pedí a tu padre que os dijese ya la verdad, que os lo confesase antes de que lo descubrieseis por vosotros mismos, pero no se atrevió. Creía que si os lo contaba podríais ponerla en peligro.
—¿En peligro? —Una carcajada nerviosa escapó de mi garganta—. ¿¡Es que estamos locos!? ¡Nosotros jamás haríamos nada para perjudicarla!
Luther me mantuvo la mirada durante unos segundos, dándome así tiempo para que reflexionase sobre lo que estaba diciendo. Me estaba comportando como un estúpido de miras muy cortas al que solo parecía importarle su propio dolor. Pensaba en lo decepcionaba que me sentía porque me hubiesen ocultado la verdad, pero no en sus motivaciones. De hecho, a lo largo de todos aquellos días ni tan siquiera me había molestado en planteármelo. Tal era mi decepción que sencillamente me había limitado a recrearme en mi enfado y victimizarme hasta límites insospechados. Eso y, por supuesto, en buscar más información sobre mi querida hermana, y es que aunque para la sociedad era un personaje público muy de moda cuyo rostro era tremendamente conocido, yo apenas sabía nada sobre ella.
Por suerte, aquellos minutos me permitieron ver un poco más allá. Desvié la mirada hacia el suelo y permanecí un rato en silencio, tratando de ordenar las ideas.
—¿Ya? —preguntó unos minutos después—. ¿Se te ha pasado ya el berrinche?
—¡No es un berrinche! —respondí yo a la defensiva—. ¡Pero...!
—Piensa fríamente por un momento, Davin. Piensa en lo que le pasó a tu madre. ¿Realmente crees que su muerte fue una casualidad? —Luther negó con la cabeza—. Entraron en vuestra casa para asesinarla, sobrino. La observaron y esperaron el momento oportuno para poder acabar con su vida y la de tu hermana. ¿Entiendes ahora por qué no queríamos que se supiese que Jyn se había salvado? De haber detenido al asesino, todo habría sido diferente, te lo aseguro, pero mientras ese monstruo siga libre, ella no estará a salvo.
—Lo sé, pero...
Dejé la frase en el aire. Las palabras de mi tío me habían caído como una gran losa de la que me estaba costando levantarme. Tenía lógica... por supuesto que tenía lógica. En el fondo aquella mentira no había sido para calmar nuestras almas, sino para proteger a la pequeña de la familia.
—Pero no lo entiendo... ¿acaso ella no murió? Yo vi el cuerpo de una niña...
—Aquella noche murió una cría, sí, pero no fue tu hermana. Cuando el asesino entró en la casa, Jyn estaba con una amiga. Tuvimos suerte de que estuviesen jugando y que fuese a la otra niña a la que viese primero el asesino. La confundió con ella y acabó con su vida. Jyn, mientras tanto, se había escondido por órdenes de tu madre... —Luther se puso en pie con las manos en la espalda, visiblemente pensativo—. Imagino que lo recuerdas, pero fui yo el primero en llegar a casa y descubrir lo que había sucedido. Cuando entré encontré los cuerpos de tu madre y de la niña, pero no el de tu hermana, así que creí que la habían secuestrado. Por suerte, decidí seguir buscando y, gracias al Sol Invicto, localicé a tu hermana en el inferior de un cofre. Cuando di con ella estaba medio ahogada, asustada y temblorosa, pero viva, que era lo importante. Poco después llegó tu padre y decidimos sacarla de la escena del crimen antes de que nadie más la viese. Temíamos de que el asesino volviese a por ella en cuanto descubriese la verdad.
—¿Y qué pasó? ¿Con quién se ha criado? ¿Ella sabe quién es?
—En aquel entonces tenía tan solo tres años, por lo que sus recuerdos son muy pocos y borrosos. Apuesto a que recuerda el rostro de su madre y puede que el de su padre, pero poco más. Por su propio bien la dejé en manos de una familia que sabía que cuidaría de ella. Eran unos amigos de muy buena posición social que prometieron cuidarla... y hasta donde sé, no lo han hecho demasiado mal. Ahora está metida en la escuela de baile de Lisa Lainard, pero únicamente porque así lo ha deseado ella. Los Corven hubiesen preferido otro futuro para ella, pero por desgracia hay mucha sangre Sumer en sus venas.
—Sol Invicto... —murmuré—. Me va a costar asimilar todo esto, tío.
Mostrándose sorprendentemente cercano, rasgo que jamás le había caracterizado, Luther se acercó a mí para rodearme los hombros con el brazo.
—Era por su bien, Davin. Intenta ver un poco más allá: simplemente queríamos cuidar de ella. Y sí, es cierto que deberíamos habértelo contado hace tiempo, cuando los años empezaron a pasar y las cosas se calmaron, pero tu padre prefirió mantener el secreto por el bien de todos. Incluso hoy en día teme que ese asesino pueda regresar e ir a por tu hermana.
—¡Pero incluso si así fuera, podemos protegerla! ¡Somos Pretores de la Noche, y...!
—¿Y acaso no lo éramos cuando tu madre murió? —Luther me apretó el hombro con suavidad—. No puedes dedicar tu vida únicamente a proteger a una persona, Davin. Precisamente porque eres un Pretor te debes a toda Albia, no solo a tu familia. Tu padre lo sabía, y en el fondo yo también, de ahí a que respetase su decisión... hasta ahora.
Luther volvió a su escritorio y tomó asiento. A continuación, invitándome a que ocupase una de las sillas, extrajo de uno de los cajones ocultos en la madera un sobre amarillo en cuyo interior había una fotografía: un retrato.
El Centurión lo giró hacia mí, mostrándome el rostro de un hombre de mediana edad.
—¿Sabes quién es? —me preguntó.
Tomé la imagen por los extremos para poder verlo un poco más de cerca. Aunque a simple vista su rostro no me resultaba familiar, sabía quién era. Parte de mi trabajo comportaba conocer a todas las grandes personalidades de la ciudad, y si bien aquel hombre no era de los más reconocidos, sabía quien era.
Las noticias se habían encargado de ello.
—Laen Mardis —dije—. Apareció muerto hace unas semanas... de hecho, creo que fue la noche antes de que partiese hacia Talos. La noche en la que hablamos.
—Yo maté a Laen Mardis —confesó con sencillez, confirmando así los rumores—. No sé si lo sabes, pero el Emperador invitó al grupo de danza de tu hermana a una de sus fiestas. Cara a la galería fue debido a la notoriedad que están obteniendo en los últimos tiempos. Jyn está destacando mucho y, aprovechando su popularidad, decidió invitarlas. Obviamente, sus razones eran otras. Todos aquellos que conocemos la auténtica identidad de tu hermana nos preocupamos por ella y Konstantin quería verla en persona. Imagino que no hace falta que te lo diga, pues todo el mundo lo sabe, pero tu madre y el Emperador eran buenos amigos.
—Sí, lo sé. Se oye de todo, pero...
—Eran amigos, nada más —sentenció Luther con determinación—. La cuestión es que quería conocerla en persona y me avisó que la había invitado, así que asistí a la fiesta. De hecho, hablé con ella. La observé durante toda la noche, y aunque no quería tener trato, no tuve más remedio que hacerlo. Laen Mardis estaba en la fiesta y se estaba acercando demasiado. Su actitud era sospechosa.
—¿Que se estaba acercando demasiado... ?
Un escalofrío me recorrió la espalda de solo imaginar la situación. Miré con fijeza a mi tío, viendo la rabia que aún residía en su interior a través del frío brillo de sus ojos, y apreté los puños con fuerza.
—Tuve un mal presentimiento. Después de la fiesta, cuando tu hermana y el resto de su compañeros volvieron a la escuela, Mardis abandonó el Palacio Imperial y decidí seguirlo. Anteriormente había conocido a gente como él y como Lisa Lainard, y te aseguro que incluso aquí, en Albia, el dinero abre muchas puertas. Así pues, le perseguí con el coche hasta que finalmente llegó a su objetivo. ¿Y sabes cuál era? —Chasqueó la lengua con desdén—. La Academia de tu hermana. Desconozco cuáles eran sus intenciones, pero no eran buenas, te lo aseguro. Por suerte para todos, ni tan siquiera le dejé entrar en el edificio. Tan pronto bajó de su coche, fui a por él. El resto te lo puedes imaginar. No voy a permitir que nadie le ponga la mano encima... y es por ello que decidí que tenías que saber la verdad. Tu hermana se está convirtiendo en un personaje público con muchos seguidores, con lo que ello comporta, y lo que es aún peor, se está acercando peligrosamente al Príncipe. De hecho, ya aparecen imágenes de ellos juntos en los periódicos, tal y como sucedía con tu madre y el Emperador hace años. ¿Cuánto tiempo crees que tardará la gente en relacionarlas? El parecido físico, el nombre, la cercanía con los Auren... aún es muy joven, pero tengo la sensación de que Jyn se va a convertir en alguien muy importante dentro de poco y va a necesitar que alguien cuide de ella.
—Ese alguien soy yo, ¿verdad?
Luther fijó la mirada en mis ojos, visiblemente pensativo.
—Mi oferta sigue en pie, Davin. Únete a mí y podrás no solo convertirte en mi Optio, sino que podrás velar de ella desde la ciudad. Podrás estar cerca... podrás asegurarte de que nadie le hará daño. —El Centurión extendió la mano sobre la mesa—. Únete a mí, sobrino, te aseguro que no te arrepentirás.
Miré su mano y después de nuevo la fotografía. Inmediatamente después, sintiendo el miedo estrujar mi corazón con fuerza, no tuve la más mínima duda de lo que debía hacer. Atrás quedaban la desconfianza y los temores: ahora sabía qué era lo que el Sol Invicto quería de mí. Sabía qué debía hacer con mi vida.
Ahora todo tenía sentido.
Tomé su mano y se la estreché.
—Cuenta conmigo, tío.
Jyn Corven – Academia de Baile "las Elegidas"
—¿Has hecho ya la maleta, Jyn? Salimos en cinco ho... Oh, ¿en serio? ¿Otra vez mirando ese trozo de periódico?
Se me escapó una risita nerviosa al ver a Cristal Tavernise reflejada en el espejo del tocador. Hacía rato que mi compañera de habitación revoloteaba por la sala, de armario en armario, probándose ropa y guardándola en su enorme maleta. Al día siguiente partiríamos muy pronto, con el primer rayo de luz, y no volveríamos en varios meses. Después de mucho trabajo, una de las grandes compañías de espectáculo albianas nos había contratado para una gira por todo el Imperio, con lo que aquello comportaba.
Estábamos exultantes.
Y en gran parte todo había sido gracias a mí. Ninguna de mis compañeras lo admitiría nunca, desde luego, y muchísimo menos Lisa Lainard, que estaba convencida de que había sido su popularidad y sus contactos lo que nos había conseguido el contrato, pero por suerte tampoco necesitaba escucharlo para ser consciente de ello. En el fondo, me daba igual. Yo era feliz haciendo lo que hacía, y si gracias a ello podía ayudar a la escuela, estaba más que satisfecha.
Me hacía ilusión viajar y actuar en escenarios de toda Albia. Sabía que lo que me esperaba era una vida dura llena de inacabables jornadas de entrenamiento, prisas y sonrisas fingidas, pero me ilusionaba el poder conocer mundo. La popularidad era un dulce plato al que pocos sabían decir que no, y yo, siendo una niña, no era uno de ellos. Al contrario.
Pero aunque el viaje me hacía muy feliz, no era lo que aquella noche me hacía sonreír tanto. Estaba emocionada, desde luego, y en cuanto pudiese dejar de mirar la fotografía prepararía mi maleta, pero hasta entonces mi mente seguiría en el Palacio Imperial, donde había pasado aquella última tarde en compañía del Príncipe Doric.
—La verdad es que es guapo —dijo Cristal, acercándose a mí para ojear el recorte—. ¿Es simpático?
—Mucho.
—¿Qué hacíais cuando os sacaron la foto? Es eso un jardín, ¿no?
Asentí con la cabeza, orgullosa. Nos habían fotografiado el día anterior, mientras paseábamos por los jardines del Palacio. Yo no había llegado a ver al periodista encargado de la instantánea, pero por la carcajada que Doric había lanzado aquella misma mañana al enseñármela, no parecía demasiado preocupado al respecto.
—Os estáis haciendo bastante amigos.
—¿Amigos? Anda ya, solo lo he visto tres veces...
Pero había sido más que suficiente para que, al menos yo, le hubiese cogido un cariño especial. Imaginaba que en gran parte era por quién era. No era tonta, no cualquiera se podía acercar al príncipe heredero, y mucho menos recibir tantas sonrisas por su parte. Pero más allá de su título, Doric me había caído bien. A pesar de lo poco que nos conocíamos, entre nosotros se había establecido una bonita relación de amistad en la que ambos nos sentíamos cómodos en compañía del otro, y eso, teniendo en cuenta el estilo de vida que ambos llevábamos, era de agradecer. Era una lástima que nuestros encuentros finalizasen con la gira, de haber podido, me habría encantado poder pasar más tiempo con él.
Por suerte, aquella imagen me serviría de recuerdo.
—¿Y crees que cuando vuelvas te invitará al Palacio Imperial otra vez?
—No sé —dije—. Dice que sí, pero no creo que se vaya a acordar de mí. El Príncipe tiene muchas amigas...
—Pero seguro que ninguna es tan especial como tú —aseguró Cristal con orgullo. Depositó un rápido beso en mi mejilla y, volviéndose hacia mi cama, señaló la maleta—. Venga, prepara tus cosas. Después, si quieres, puedes seguir mirando la foto, pero lo primero es lo primero... a menos que quieras enfadar a Lisa, claro. ¿Es eso lo que quieres?
Lancé un último vistazo al recorte antes de ponerme a recoger mis cosas. Me costaba no sonreír al verla. Me entristecía separarme de él tan pronto. Por suerte, el motivo era bueno. Si bien conocer al Príncipe había sido una auténtica inyección de ánimo y entusiasmo en mi vida, enfrentarme a toda una gira como bailarina principal del espectáculo era no solo un reto, sino lo que en aquel entonces creía que era mi sueño.
Aidan Sumer – Palacio Imperial
Aunque no era la primera vez que pisaba el salón del Trono, y mucho menos que me reunía con Lucian Auren, el hermano del Emperador, estaba nervioso. Las últimas semanas habían sido muy intensas, y aunque al fin había abandonado Talos y poco a poco me estaba recuperando de cuanto me había hecho Farr, no podía evitar que el corazón me latiese acelerado en el pecho. Por suerte, Lyenor se encontraba a mi lado, inspirándome tranquilidad y paz con su mera presencia. Aquella mujer no solo me había salvado la vida una vez más, sino que no me había abandonado en ningún momento a lo largo del viaje de vuelta. Siempre había estado a mi lado, incluso en los peores momentos en los que, furioso con lo que había sucedido con Luther y Davin, me había comportado como un auténtico cretino.
Era muy afortunado de tenerla a mi lado.
Aguardamos pacientemente el uno junto al otro a que la puerta de la sala se abriese y el Príncipe acudiese a nuestro encuentro acompañado por dos Pretores de la Corona. En aquel entonces Lucian tenía treinta y cinco años y ya era el Legatus de la Legión I, conocida como la Lumina. De él se decía que era un gran militar, un estratega con una visión del campo de combate singular, valiente y feroz como pocos. Personalmente había coincidido con él en muchas ocasiones, aunque he de admitir que siempre había habido más gente delante. Aquella ocasión, si la memoria no me fallaba, era la primera en la que iba a tratar un tema relacionado con mi Unidad directamente con él, y teniendo en cuenta los resultados, estaba un poco preocupado. Afortunadamente, por la sonrisa con la que nos saludó, Lucian parecía satisfecho, por lo que no tardé demasiado en serenarme.
Le estreché la mano.
—Alteza.
—Centurión, Optio —saludó él.
Alto, fuerte, con los ojos claros y el cabello corto muy rubio, Lucian Auren era un hombre al que resultaba complicado mantener la mirada. Apuesto, siempre elegantemente uniformado y con la determinación grabada en el semblante, él era el más imponente de los Auren. Un hombre al que muchos respetaban y admiraban, pero al que otros, tras haber mostrado su poderío militar, temían como al que más. Lucian representaba el lado más duro y brutal de Albia: el tan temido puño de hierro que con tanta ferocidad combatíamos al enemigo.
—Me alegra veros de vuelta —prosiguió—. La misión que se os fue asignada no ha sido fácil, pero sabía que no me equivocaba al elegiros para llevarla a cabo. Sin lugar a dudas, la Sumer es una de las Unidades más potentes con las que contamos hoy en día.
—¿Fue usted quién nos eligió? —pregunté con curiosidad—. Vaya, pensaba que...
—Que había sido cosa del Emperador, ¿verdad? —Lucian negó suavemente con la cabeza—. Konstantin insistió en ser él quien te lo transmitiese, Centurión, pero la idea fue mía. Y como ya he dicho, me alegra no haberme equivocado en mi elección. Landon Farr era un peligroso sujeto al que era imperativo eliminar cuanto antes. ¿Podéis confirmar su muerte?
—Se la confirmamos, Alteza —aseguré—. Ambos vimos su cadáver.
—Bien... por favor, explicadme cómo sucedió.
Lucian Auren escuchó con atención la narración de los acontecimientos. Para él, aquella operación había sido una más de una larga lista de acciones diseñadas por él mismo para eliminar los enemigos más directos de Albia, hombres y mujeres que, por distintas razones habían convertido su afán de destruirnos en su objetivo en la vida. Por suerte, al igual que Landon Farr, ya eran varios los que habían sido eliminados, pero aún quedaba mucho por hacer. La sombra del enemigo era alargada, y aunque a veces al cortar una de las cabezas la hidra se debilitaba, en la mayoría de ocasiones surgían otras tantas tan peligrosas o incluso más que la anterior.
Y Farr era una de ellas.
—¿Lograste acceder a sus sistemas?
—Tan solo durante un par de minutos, tiempo suficiente para hacer una copia de los últimos movimientos —expliqué—. Si el instinto no me falla, es posible que los avances de Farr hayan sido compartidos con otros científicos de Talos. Aunque a simple vista parezca que trabaja en solitario, durante mi estancia en sus instalaciones pude oírle conversar con otros. Además, no olvidemos que su laboratorio está situado bajo el castillo del Rey Kritias. No creo que sea casual.
—En absoluto —admitió el Príncipe—. De hecho, tendría mucho sentido. ¿Habéis oído hablar de la Liga Áurea?
Lyenor y yo intercambiamos una rápida mirada. Ninguno de los dos la conocíamos.
—Me temo que no, Alteza.
—Como debe ser —respondió él—. La conoceréis, tranquilos. Ambos la conoceréis... pero no será hoy. Seguiremos con esta conversación, os lo aseguro, pero primero necesito que reorganicéis vuestras unidades para poder ingresar en la Liga.
—¿Nuestras unidades? —pregunté con inquietud—. Lyenor es mi Optio, Alteza. Ambos formamos parte de la unidad Sumer.
—Formabais parte —corrigió Lucian, y dejándome de lado momentáneamente, centró su mirada en una Lyenor tan sorprendida o incluso más que yo—. Tu valentía no ha pasado desapercibida a ojos del Emperador, Lyenor Cross, y mucho menos a los míos. He conocido a muchos Optios con gran potencial a lo largo de mi vida, pero pocos han tenido las agallas que tú has demostrado tener enfrentándote a Landor Farr en solitario. Viajar hasta Talos e infiltrarte en la base del enemigo, sin temor a poner en riesgo tu vida y a sabiendas de que estabas sola, te convierte en alguien muy especial. Alguien con un gran futuro más que preparado para liderar su propia unidad. —Le tendió la mano—. Enhorabuena, Lyenor Cross: a partir de hoy pasas a ser un Centurión de la Casa de la Noche.
—¿Centurión? —respondió ella, repentinamente pálida, y aunque en ningún momento apartó la mirada de Lucian, supe por su expresión que era en mí en quien pensaba.
En mí y en los chicos... en cómo iba a quedar la Unidad después de que Lucian Auren la obligase a abandonarla... pero también en qué sería de nosotros dos ahora que nuestros caminos se separaban.
Necesité unos segundos para poder reaccionar. La noticia había sido tan inesperada que no sabía cómo encajarla. No me planteaba el futuro inmediato sin Lyenor, y mucho menos ahora que las cosas con Davin se habían complicado tanto. Aquel inesperado giro me había dejado totalmente noqueado...
Pero incluso así, sintiéndome más solo que nunca, fui capaz de sonreír y tenderle mi mano para felicitarla.
—Felicidades, Lyenor, no podían haber elegido a nadie mejor para ocupar ese puesto.
—Pero... —murmuró ella.
—Lo harás bien —aseguré, y retrocedí un paso, dándome por vencido definitivamente—. Ahora, si me disculpáis, debería volver con los míos.
—Por supuesto, Sumer —respondió el Príncipe—. Volveremos a vernos dentro de muy poco, tenemos muchas cosas de las que hablar... Bien, Cross, acompáñame, te presentaré a tus nuevos compañeros.
Es curioso como pueden cambiar las cosas en tan poco tiempo. Cuando decidí viajar a Talos sabía que cabía la posibilidad de no volver. La operación era peligrosa pero no temía la muerte. Mi vida y la de los míos estaba ordenada, por lo que no tenía de qué preocuparme. Podía morir en paz. Sin embargo, en contra de todo pronóstico, había logrado volver con vida y aquello había traído unas consecuencias que jamás habría imaginado. Con Davin conocedor de la verdad sobre su hermana y más alejado que nunca, Damiel en el hospital, Mia caída en batalla, Olic mal herido y Lyenor en otra Unidad, no me quedaba otra que apretar los puños y sacar fuerzas para enfrentarme a una nueva realidad en la que, más que nunca, me sentía totalmente solo.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro