Capítulo 11
Capítulo 11 – Davin Sumer, 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial)
El tren ciego se movía a gran velocidad.
Sentado en la inquietante pero cómoda butaca en forma de boca de nuestro camarote privado contemplaba el corazón de Talos en silencio, con una pluma en una mano y un diario en la otra. Me apetecía escribir. No solía hacerlo, pero en aquel entonces, adentrándome más y más en sus profundidades, sentía la necesidad de plasmar por escrito las excentricidades de nuestros vecinos más conflictivos.
Los talosianos eran extraños. Además de creer en un dios inventado al que llamaban "Vórtex", estaban totalmente obsesionados con la tecnología. El motivo era obvio: cualquier cosa era válida para desvincularse al máximo posible de Albia y su creencia en el Sol Invicto, pero visto desde fuera era un tanto ridículo. Después de todo, ¿quién podía creer que todo aquel complejo subterráneo estuviese siendo soportado por las monstruosas infraestructuras con las que habían poblado el subsuelo en vez de por el deseo de nuestro amado dios? Lo dicho, era ridículo. Pero aunque su mentalidad fuera absurda, era innegable que tenían buen gusto diseñando las cosas. Y en gran parte era por ello que aquella noche me apetecía escribir y dejar mi testimonio grabado en tinta para que en el futuro mis hijos pudiesen disfrutar de aquel increíble viaje.
Incluso bajo tierra, Talos podía llegar a ser muy sorprendente.
El tren ciego no era tal y como había imaginado. Aunque su estructura interna era similar a la de los ferrocarriles de Albia, por fuera era totalmente distinto. Conformado por un largo vagón de color negro con centenares de conexiones recorriendo sus laterales a modo de patas, el tren ciego se asemejaba a un gran ciempiés de metal. La parte delantera del transporte estaba compuesto por doce células de energía rojas que, situadas estratégicamente en la superficie circular, creaban la ilusión de un rostro arácnido repleto de ojos capaces de ver en la noche. Aquella imagen, sumada a las conexiones laterales gracias a cuyos impulsos eléctricos el tren avanzaba a grandísima velocidad, y a los miles de arcos en forma de vértebras que componían el túnel por el que nos deslizábamos, convertía el viaje a través de la tierra un apasionante paseo subterráneo.
Como he dicho, el tren en sí era sorprendente. Su aspecto y diseño parecían más propios de un libro de fantasía que de Gea... pero incluso así no era lo que más llamaba mi atención. Lo que realmente me tenía el corazón encogido era el estremecedor paisaje que aguardaba más allá de los cristales tintados. Un paisaje conformado por ríos de lava, puentes levadizos y distintos túneles que, tallados en la piedra, conformaban un laberinto subterráneo por el que los trenes ciegos se movían a grandísima velocidad.
Los pasajeros del tren ciego eran gente singular. Aunque ya nos habían advertido al respecto, resultaba sorprendente estar rodeado de tantas grandes personalidades talosianas. Deportistas de élite, científicos, escritores... incluso había algún que otro niño prodigio, como los que tanto gustaban en Albia. Contábamos también con la presencia de diplomáticos afamados, familias de muy buena posición social y periodistas; una gran mezcla de gente y personalidades que incluso podía llegar a abrumar. Por suerte para nosotros, al no conocer prácticamente a ninguno, nos daba bastante igual. Donde estuviesen los famosos albianos que se quitasen los demás.
—Creo que he visto a Silvyn Mileth —exclamó Damiel nada más entrar en el camarote tras media hora de desaparición.
Además de con una amplia sonrisa, mi hermano llegó con una caja blanca entre manos que depositó sobre la mesa en forma de media luna que había junto a las literas. Abrió las solapas de un tirón, sin cuidado alguno, y extrajo de su interior dos cilindros de color rosado y una caja llena de unas llamativas esferas de colores cuyo aroma dulzón rápidamente se apoderó de toda la sala.
—¿Qué es esto? —pregunté con cierto recelo—. Se suponía que ibas a por algo de comer.
—Esto es lo que está de moda entre la gente "guapa" de Talos, Davin —aseguró probando uno—. Los llaman "frecos" y están especialmente diseñados para cubrir todas las...
—¿Diseñados? —interrumpí—. La comida no se diseña, se cocina. Anda, hazte un favor y escúpelo. No puede ser bueno.
—Venga ya, es comida de diseño —aseguró, y volvió a coger otra de las esferas—. Con un poco de suerte no vas a tener más oportunidades de probarla, hermano, así que aprovecha.
Prefiriendo no arriesgarme, pero sin poder evitar que Damiel comiese todo aquello que yo no quise, pasé las siguientes dos horas contemplando el paisaje, intercambiando de vez en cuando alguna que otra reflexión con mi hermano. Para evitar levantar sospechas habíamos decidido hablar lo mínimo posible y en un tono muy bajo, pero después de pasar casi cinco horas encerrados bajo tierra empezábamos a estar aburridos. El viaje se nos estaba haciendo muy largo, y aunque en cuanto llegásemos a Norraxis no nos faltaría la diversión, en aquel entonces resultaba complicado poder disfrutar de la paz reinante. Por suerte, las cómodas literas nos ayudaron a sobrellevar un viaje que, de lo contrario, probablemente habría acabado con nuestros nervios.
—Hace días que le doy vueltas a algo, Davin... ¿estás despierto?
—¿Eso es a lo que le das vueltas?
Damiel respondió dando un suave puñetazo al colchón de la litera superior, donde hacía rato que estaba tumbado. Había intentado dormir, consciente de que en cuanto empezásemos con la operación de salvamento no habría ni un instante para descansar, pero había sido incapaz de conciliar el sueño. Hambriento como estaba y con la cabeza llena de todo tipo de ideas y preocupaciones, era imposible relajarse.
—Creo saber la respuesta, pero no estoy del todo seguro... puede que tú sí lo sepas.
—Vamos a comprobarlo —dije, y me asomé para poder mirarle a la cara—. Dispara.
—¿Tú por qué crees que el Emperador eligió a padre para una misión tan complicada? Porque seamos sinceros, ambos sabemos a qué ha ido.
En realidad no teníamos la confirmación, y de hecho estábamos equivocados, pues en realidad no era el Rey de Talos el objetivo de nuestra Unidad sino un científico, pero en aquel entonces estábamos tan convencidos de ello que ni tan siquiera barajábamos otra opción.
—Yo quiero pensar que es porque es el mejor —prosiguió Damiel—, pero a veces no puedo evitar que los rumores me envenenen.
—Los rumores...
Me bajé de la litera de un salto, incómodo ante el giro inesperado que estaba tomando la conversación. Sabía de qué rumores hablaba. De hecho, hacía muchos años que ambos sabíamos de su existencia pero jamás habíamos tratado abiertamente el tema. Siendo niños aquellas habladurías habían logrado herirnos en muchas ocasiones, pero tras la muerte de mi madre habían quedado en un segundo plano. Después de todo, ¿qué importaba ya? Con ella fuera del tablero de juego las especulaciones perdían sentido.
Pero en el fondo ahí seguían, grabadas a fuego en nuestras memorias, esperando el peor momento para volver a sacudir un mundo en el que al fin habíamos logrado encontrar nuestro lugar.
—Esos rumores son falsos —dije tras unos segundos de reflexión—. El Emperador y padre no son amigos íntimos, pero se tienen una gran estima. Es uno de sus favoritos, ya lo sabes.
—Eso es lo que dice padre —admitió mi hermano—, pero me cuesta creerlo. El favorito de Konstantin es Luther, y lo sabes. Todos lo sabemos... y antes de él, nuestra madre. De hecho, ya sabes lo que dicen...
Decidí probar el contenido del cilindro rosa que previamente había traído mi hermano para aclararme la garganta. Los rumores decían que entre mi madre y el Emperador había habido algo más que amistad. De hecho, había algunos que iban más allá e incluso decían que mi querida hermana tenía sangre Auren en vez de Sumer, pero como digo, eran solo rumores. Lo cierto era que, en realidad, mi madre había sido muy íntima de Konstantin, sí, pero la relación que les había unido era meramente amistosa, nada más. Ambos se habían conocido siendo niños, y si bien habían pasado un par de años separados durante la adolescencia, el resto del tiempo lo habían pasado juntos, trabajando tal y como sucedía con el resto de sus asesores. Así pues, ¿eran amigos? Desde luego: la relación que les había unido iba mucho más allá del terreno laboral. ¿Había habido algo más? No.
O al menos aquello era lo que quería obligarme a creer. Mi padre y mi tío siempre habían creído ciegamente en ella, en su lealtad hacia su familia, y yo no era nadie para llevarles la contraria. De hecho, tan solo había que mirar a sus hijos a la cara para ver que en sus rasgos únicamente había herencia Sumer o Valens...
—Tonterías —insistí tras el primer trago. Para mi sorpresa, el líquido no era tan repugnante como creía—. ¿De veras crees que el Emperador lo ha mandado a una misión suicida para deshacerse de él? Porque es eso lo que estás insinuando, ¿verdad?
—No sería descabellado.
—¡Venga ya! ¡No te montes historias, Damiel! El Emperador aprecia a padre, y aunque solo hubiese sido por nuestra madre, jamás habría hecho algo así. Además...
Antes de que pudiese acabar la frase el tren frenó en seco, lo que provocó que saliese despedido contra la pared. Choqué violentamente contra esta, incapaz de reaccionar a tiempo ante la violencia de la sacudida, y durante unas décimas de segundo estuve a punto de caer al suelo. Por suerte logré mantener el equilibrio en el último momento. Mi hermano, sin embargo, salió despedido del colchón contra la mesa.
Tardamos unos segundos en reaccionar.
—¿Pero qué...?
Damiel se estaba ya levantando cuando las luces del camarote se apagaron. Ambos intercambiamos una rápida mirada llena de sorpresa, confusos ante el repentino parón, y nos apresuramos a fundirnos con la oscuridad. Acto seguido, tras lanzar un rápido vistazo por la ventana y descubrir que estábamos parados en mitad de uno de los túneles sobre un río de lava, desenfundamos nuestras armas.
Una explosión lejana sacudió el convoy. Me apresuré a recoger mi mochila, allí donde tenía mis pertenencias y armas, y me apresuré a salir al pasadizo. Fuera la oscuridad era prácticamente total a causa del fallo eléctrico. Asustada, la gente iba y venía de sus camarotes chocando entre sí y tropezando. Nadie parecía saber lo que estaba sucediendo, pero por la repentina oleada de gritos que rápidamente atravesó el tren de cabo a rabo como una ola de terror, debía ser algo grave.
—¡Davin!
Siguiendo los pasos de mi hermano me acerqué a una de las ventanas y la abrí para ver qué estaba sucediendo. Al igual que nosotros, otros tantos pasajeros también miraban, pero ninguno de ellos era capaz de ver más allá de la nube de polvo y sombras que envolvía el tren. Nosotros, sin embargo, no necesitamos más que activar nuestra Magna Lux para descubrir que, en la parte delantera del transporte, colgando del techo, había un monstruoso ser de aspecto insectoide sobre cuya cabeza había varias figuras humanas que se estaban encaramando al tren.
Tardé unos segundos en comprender qué estaba sucediendo. En Albia había asaltos, desde luego. Nuestro Imperio era violento como pocos. No obstante, los ataques siempre venían perpetrados por gente de carne y hueso, normalmente armada hasta los dientes, y con distintas motivaciones. En aquel entonces, sin embargo, probablemente tendrían sus motivos, pero los atacantes no eran precisamente lo que estaba acostumbrado a ver... y mucho menos aquella bestia colosal sobre la que viajaban cual extraños jinetes.
Aquel ser parecía escapado de una pesadilla.
Una segunda explosión provocó que toda la estructura se zarandease violentamente. Damiel y yo nos alejamos de las ventanas, conscientes de que por la vibración que se estaba extendiendo por el tren no tardarían en reventar, y nos situamos en el centro del pasadizo. Al final de este, más allá de una docena de paredes divisorias, el griterío de los pasajeros se mezclaba con golpes y disparos.
Los asaltantes habían entrado en el tren.
—Esto tiene mala pinta —exclamó Damiel tras de mí, captando así mi atención. En aquel preciso momento las ventanas saltaron por los aires, cayendo sobre nosotros una poderosa lluvia de cristal—. Oh, mierda, ¡tiene muy mala pinta!
—Debe ser un atraco o un secuestro —comprendí de inmediato—. Aquí viaja todo tipo de personalidades, ¿recuerdas?
—Ya podrían haber esperado a cualquier otro momento —replicó él—. Tenemos que largarnos, Davin. Es cuestión de tiempo de que llegue la policía o lo que sea que tengan aquí.
Decidimos salir a través de las ventanas rotas y trepar al tejado del tren. A lo largo de la travesía habíamos visto que cada cierta distancia había escaleras de emergencia que probablemente conectaban con el exterior, así que decidimos probar suerte.
Una tercera explosión sacudió toda la estructura, provocando la ruptura de muchas de las patas laterales que conectaban el convoy con los arcos. Aunque desde la distancia era complicado asegurarlo, juraría que eran los impactos de la cabeza del gusano gigante contra el chasis del tren lo que provocaba las detonaciones.
—¡Allí! —exclamó Damiel, señalando hacia un punto en la oscuridad—. Está algo lejos, pero si trepamos a uno de los arcos que conforman la vía podremos subir.
Ambos empezamos a avanzar hacia el arco, pero no llegamos a encaramarnos a él. El peso de la responsabilidad nos lo impedía. Aquellas personas no eran albianos, pero incluso así no merecían lo que les estaba sucediendo...
Dejándonos llevar por el sentido del deber decidimos avanzar hasta lograr ver qué estaba sucediendo realmente. La polvareda y la confusión del momento sumada al griterío y a que los pasajeros hablaban otro idioma dificultaba poder interpretar lo que ocurría, pero era evidente que los asaltantes habían secuestrado el tren.
Aún ocultos al ojo humano, decidimos descolgarnos por el lateral del tren para comprobar a través de una ventana qué estaba sucediendo. Dentro del vagón, arrodillados en el suelo y con las manos cruzadas tras la nuca, los pasajeros temblaban y lloriqueaban de puro pánico mientras que varias figuras gritaban órdenes mientras los apuntaban con armas automáticas.
Fijé la mirada en uno de los secuestradores. El tipo medía casi dos metros y ocultaba su rostro bajo un casco de aspecto bastante rudimentario en forma de águila. Lucía botas pesadas, de aspecto militar, y ropas oscuras. Las manos con las que sujetaba el arma eran muy grandes, algo desproporcionadas, y las tenía ocultas bajo gruesos guantes de cuero.
Me pregunté quién se ocultaría bajo aquel disfraz. A pesar de que su aspecto era aparentemente humanoide, sus movimientos eran extraños y pesados... como si le costase caminar.
—Yo diría que son los famosos drones de Talos —comenté tras unos segundos de reflexión. Unos metros más adelante, amenazando a los pasajeros con su arma, otro secuestrador de aspecto bastante parecido al anterior reforzaba mi teoría con su extraña forma de andar—. Fíjate cómo se mueven...
—Comprobémoslo.
Sin darme apenas tiempo a reaccionar, Damiel se adentró en el vagón, rodó por el suelo y de dos disparos precisos en el pecho y cuello derribó a los secuestradores. Inmediatamente después, provocando el pánico entre los pasajeros, los dos caídos respondieron a su ataque desde el suelo, accionando sus armas. Damiel lanzó una exclamación más de sorpresa que de miedo y desapareció del campo visual para volver a aparecer pocos segundos después junto al primero de los drones y lanzarlo a través de la ventana de un fuerte empujón lateral.
Acto seguido, yo me encargué del segundo... o al menos lo intenté. Tal era el peso de mi extraño enemigo que necesité que mi hermano acudiese en mi ayuda justo cuando este ya se disponía a responder a mi ataque. Damiel se abalanzó sobre él y, empleando para ello toda su fuerza, lo lanzó contra la pared, donde entre ambos lo enviamos a las profundidades del río de lava a través de una de las ventanas.
Una vez libres de la amenaza de los dos secuestradores los pasajeros empezaron a correr hacia el fondo del vagón, donde otros tantos viajeros ya se habían encerrado en los camarotes en busca de protección. En la dirección opuesta, sin embargo, los gritos y las amenazas seguían adelante de mano de varios otros secuestradores.
Nos acercamos a una de las puertas divisorias para comprobar por la ventana qué sucedía. La escena era bastante parecida con la diferencia de que, mientras que uno de los drones mantenía a los pasajeros arrodillados en el suelo, cara a la pared y con las manos en la nuca, otro entraba y salía de los camarotes en busca de algo.
O mejor dicho, de alguien. Alguien que en aquel preciso momento sacó a rastras de una de las estancias, provocando con su secuestro los gritos desoladores de una mujer que, aparentemente, debía ser su madre.
—Es una niña —murmuré con sorpresa—. ¿Qué debe tener? ¿Ocho años? ¿Diez?
Tuviese la edad que tuviese, el dron la arrastraba por el pasadizo cogida por la larga cabellera, sin importarle los llantos ni los quejidos de dolor. Su madre, impotente, trataba de acercarse a ella, de recuperarla, pero otra pasajera la sujetaba, plenamente consciente de que, en el momento en el que se acercase, el otro dron dispararía.
Era, sin duda, desesperante.
—¿La reconoces? —preguntó mi hermano con curiosidad—. Debe ser famosa, ¿no? Para que monten todo este tinglado por ella...
—Supongo —dije.
Y sin tan siquiera plantearme nada más, volví a encaramarme al techo del convoy a través de una de las ventanas. La imagen de la niña siendo arrastrada por el pelo me había impactado tanto que, más que nunca, no me importaba que aquella gente fuese de Talos. No iba a permitir que aquellos tipos se saliesen con la suya, y si para ello tenía que mostrar abiertamente mi identidad, no tendría la más mínima duda de hacerlo.
Por suerte, no estaba solo.
—¿Cuál es el plan? —me preguntó Damiel mientras ambos corríamos por el tren a gran velocidad, con el gran gusano como objetivo—. ¿Cortamos vía de escape?
—Tú lo has dicho: a por el bicho.
A pesar de que nos habíamos prometido a nosotros mismos que no lo mostraríamos en público, pues aquella gente no lo merecía, ambos desenfundamos nuestras espadas rituales para enfrentarnos al musculoso ser. No sabíamos lo que nos esperaba, ni tampoco si habrían más drones preparados para acabar con nosotros cuando nos acercásemos, pero no nos importó. Sencillamente nos acercamos el máximo posible, ocultos entre las sombras, y una vez estuvimos a su alcance nos lanzamos sobre su viscosa cabeza, donde clavamos nuestras espadas a la altura de su nuca. Furioso, el ser empezó a sacudirse tratando de quitarse a sus dos atacantes de encima con violentos movimientos espasmódicos, pero aferrados a él como dos arañas seguimos clavando una y otra vez las espadas, sacando borbotones de sangre negra con cada corte, hasta que, tras unos delirantes segundos en los que no sé cómo logramos mantener el equilibrio y no caer despedidos al río de lava que nos aguardaba en el fondo del túnel, el gusano cayó sin vida sobre los arcos, interrumpiendo así definitivamente el avance del tren.
—¡Midkad!
Un disparo me pasó rozando la cabeza, lo suficientemente cerca como para que sintiese un escalofrío recorrerme la espalda. Me agaché, aún sobre el cuerpo sin vida del gusano, con la mala suerte de que mis botas pisaron uno de los regueros de sangre negra del monstruo y resbalé hasta el suelo. Mi hermano, mientras tanto, se incorporó y, esquivando los disparos a base de apariciones y desapariciones a golpe de Magna Lux, fue avanzando hasta lograr alcanzar al tirador, cuya cabeza separó del cuerpo de un rápido tajo con la espada. Inmediatamente después, haciendo girar el arma elegantemente sobre sí misma, le rebanó el brazo que sujetaba el arma.
—Al infierno contigo, monstruo —dijo, y lo lanzó fuera de la vía de una fuerte patada en el pecho.
Otras dos figuras surgieron del gran agujero creado en el lateral del tren por el que había surgido el primer tirador. La primera de ellas era otro agente más vestido de negro y con casco; el segundo, sin embargo, era una persona cuyas manos controlaban un dispositivo de control. El hombre se asomó y tras echar un rápido vistazo al inminente enfrentamiento que mi hermano y el dron mantendrían se ocultó de nuevo en el tren, con el ceño fruncido.
Empezó a hablar con alguien dentro.
Decidí intervenir. Sé que lo correcto habría sido ayudar a Damiel, pero a sabiendas de que podría encargarse perfectamente solo de su adversario, preferí internarme de nuevo en el tren. Corría el riesgo de que aguardasen más de aquellos seres que, atrapado en un espacio tan pequeño, podrían darme muerte, pero también sabía que con suerte podría frenar el secuestro. Así pues, pasando junto a mi hermano y su oponente a la carrera, volví a encaramarme al vagón y pasé al otro extremo, desde donde me descolgué para lanzar un rápido vistazo a su interior. Acto seguido, sin darle tiempo a reaccionar, irrumpí dentro justo a tiempo para hundir mi espada en el pecho del tipo del control. El hombre abrió mucho los ojos al verme aparecer ante él. Separó los labios, dispuesto a decirme algo, pero no llegó a hacerlo. Sus rodillas cedieron y cayó al suelo sin vida. Inmediatamente después volví la vista hacia el interior del vagón. Frente a mí, a unos veinte metros de distancia, una mujer visiblemente nerviosa mantenía retenida a la niña, con la pistola apoyada en su sien.
Le temblaban las manos.
—¡Hadish va der königam divia, midkad! —gritó con nerviosismo—. ¡Hadish ni gah oda...!
—No te entiendo —respondí yo con brevedad—. No hablo tu idioma.
—¡Albiano...! —exclamó uno de los pasajeros que yacían en el suelo, con las manos en la nuca y cara a la pared. Por su acento, debía tratarse de un habitante de Belladet—. ¡Dice que no dé un paso más! ¡Que si lo hace disparará!
—Dile que no lo haga —dije de inmediato—. No tiene nada que hacer. Sus drones y su transporte están muertos: no tiene a donde ir.
Acostumbrado a aquel tipo de situaciones, hablaba con seguridad, sin mostrar un ápice de nerviosismo. El resto de presentes, sin embargo, apenas eran capaces de contener las lágrimas. Los pasajeros estaban aterrorizados, temerosos de que el enfrentamiento acabase en más muertes. Muchos de ellos estaban heridos, y por el modo en el que temblaban era evidente que estaban en shock. Otros, por el contrario, sencillamente yacían en el suelo, muertos sobre sus propios charcos de sangre. Al parecer, los asaltantes no habían dudado en abrir fuego para abrirse paso.
Debía ir con cuidado. La secuestradora parecía asustada pero no lo suficiente como para dar su brazo a torcer y liberar a la niña. Por su mirada era evidente que prefería morir matando a entregarse. Aquello era malo... afortunadamente, la niña parecía haber logrado controlar los nervios, lo que era muy positivo. Si todos manteníamos la calma, todo sería más fácil.
—La mujer dice que tú tampoco tienes donde ir —tradujo el pasajero tras dejar unos segundos a la secuestradora para que respondiese a mis palabras—. Los albianos no son bien recibidos en Talos. En cuanto llegue la policía, ambos estaréis en graves problemas...
—Dile que no debe preocuparse por mí, no quedará ni rastro para cuando esa gente llegue.
Por el modo en el que frunció el ceño, la respuesta no pareció gustarle demasiado. La mujer lanzó una maldición, dio un empujón a la niña para que avanzase un par de pasos y, ya algo más cerca de mí, alzó el arma para apuntarme directamente a la cara.
—La mujer pregunta si sabes quién es esta niña —prosiguió el pasajero con nerviosismo—. Seguramente no lo sepas, muchacho, pero es Victoria Malden, la hija del Barón de Hierro. Es alguien muy importante en Talos... su vida vale una fortuna. Creo que esta gente pretendía secuestrarla para luego pedir un rescate.
—Las cosas que hay que oír...
—La mujer dice que iba a compartir el dinero con su socio, pero que si la ayudas a salir de aquí compartirá las ganancias contigo y tu compañero... que todos saldréis ganando.
—¿Intenta llegar a un acuerdo? Por el Sol Invicto, ¿¡quién se cree que soy!?
—La fama albiana no es buena en estas tierras, muchacho...
Tal fue el nivel de ofensa que en aquel entonces sentí que tuve la tentación de abalanzarme sobre la mujer y decapitarla de un solo tajo. Sé que es una reacción un tanto violenta, pero teniendo en cuenta la imagen que aquella gente tenía de los albianos, nadie se habría sorprendido. Triste, ¿eh? Por suerte para todos, logré mantenerme firme y decidí no arriesgar. En lugar de ello, fingiendo mi mejor sonrisa, me mostré comprensivo.
—¿De cuánto dinero estamos hablando?
Sorprendido, el pasajero hizo ademán de volver la vista atrás.
—¿Cómo?
—¿No me has entendido?
—Sí, pero... —Tal era su sorpresa que incluso empezó a tartamudear—. Pero esa niña...
—Díselo, vamos. ¿De cuánto hablamos?
Mientras el pasajero traducía, yo activé mi Magna Lux. Fuera mi hermano aún seguía intercambiando golpes con el dron, por lo que el rescate quedaba en mis manos. Observé en silencio la reacción de la mujer, la cual soltó una nerviosa carcajada de satisfacción al creer que había encontrado en mí un aliado, sin perder en ningún momento de vista a la niña. Su mirada era tan intensa que parecía capaz de leer mis pensamientos.
—Dice que el veinte por ciento.
—¿Que me da un veinte por ciento? —repliqué con perplejidad—. Imagino que es una maldita broma, ¿no? ¡Esto es insultante!
—Bueno...
—Dile que o me da un setenta por ciento o que no hay trato.
—No creo que...
—¡Díselo! Se debe creer que los albianos somos idiotas...
Aunque no iba a quedarme el dinero, me ofendía aquel trato. ¿De veras tenían una imagen tan distorsionada sobre nosotros? Entendía la parte de salvajes. Sí, éramos un Imperio expansionista y violento por naturaleza, ¿pero estúpidos? Aquello era surrealista. De haber estado allí mi padre, le habría arrebatado la vida únicamente por ofenderle.
—Bueno, dice que...
Seguimos negociando durante un par de minutos más hasta que logré que aceptara entregarme el cincuenta por ciento del rescate. Como ya he dicho, la cantidad era lo de menos, pero quería dar sensación de seguridad. Quería que aquella mujer confiase en mí... y precisamente fue aquello lo que conseguí.
Le tendí la mano.
—Cincuenta por ciento —dije.
Aproveché que ella extendió la suya para cerrar el trato para finalizar mi plan. Cerré los dedos alrededor de su muñeca y, tirando de ella con fuerza, la aparté lo suficiente de la niña como para que la bala que en aquel entonces escupió su arma no la alcanzase. Acto seguido, silenciando el grito que en aquel entonces atravesaba su garganta, hundí la espada en su pecho, a la altura del corazón.
—Buen trato —dije a modo de despedida.
Y logrando con aquel gesto causar el pánico entre los presentes, arranqué el arma de su cuerpo y la dejé caer en mitad del vagón, dando así por finalizado el secuestro. A continuación, antes de que el griterío histérico de los presentes ensordeciera mis oídos, salí al exterior donde mi hermano aguardaba pacientemente a que me reuniese con él.
—Te lo has tomado con calma, ¿eh? En fin, ¿está la niña bien?
—Vivita y coleando. Por lo visto era hija de un conde, o algo así. Gente guapa como tú dices. Venga, vamo...
Mi hermano se abalanzó sobre mí antes de que acabase la frase. Ninguno de los dos los habíamos visto llegar, pero de repente, procedente del otro extremo del tren, varios agentes uniformados de policía salieron de todos los rincones del túnel disparando sus extrañas armas, dispuestos a detenernos.
Tuve que sujetar a Damiel para que no cayese al suelo. Desconocía con qué le habían disparado, pues no había sangre en su ropa, pero por la expresión de dolor de su semblante y la parálisis de sus piernas, supuse que era algo grave.
—¡Cógete! —dije.
Me lo cargué a las espaldas y, volviendo a activar la Magna Lux, nos fundimos con la oscuridad reinante.
—Arg, Davin... me duele tanto la cabeza...
—Y yo que pensaba que no ibas a despertar nunca...
Durante las tres horas que mi hermano permaneció inconsciente en la cama del motel abandonado que encontramos a varios kilómetros de la salida de emergencia, perdido en mitad del desierto talosiano, sentí miedo. Miedo porque sabía que la policía tarde o temprano nos encontraría y porque la noticia de que dos albianos habían participado en un intento de secuestro de una cría pronto cubriría todas las portadas de los periódicos nacionales. En ese sentido, habíamos metido la pata hasta el fondo quedándonos a ayudar. No obstante, aunque aquellos factores me preocupaban, lo que realmente me asustaba era que mi hermano no despertase. Después del gran esfuerzo de llegar hasta el hotel a la carrera a través de las dunas desérticas del triste y aburrido paisaje talosiano, Damiel se había dejado caer en la cama con la intención de descansar un poco. Durante el trayecto había logrado recuperar el control de las piernas, pero seguía sin encontrarse bien. Poco después, viéndole sumirse en un sueño tan profundo, había temido lo peor. Por suerte, los agentes de la Noche éramos fuertes, y más aún un Sumer.
Aún no había nacido nadie capaz de frenar a Damiel Sumer.
—¿Estás bien, hermano?
Le ayudé a incorporarse en la cama. Durante su largo sopor había decidido comprobar su espalda, allí donde las armas de la policía de Talos le habían acertado. Desconocía qué munición habían empleado para ello, pero tal era el moretón que le habían dejado que resultaba sorprendente que no le hubiesen roto la columna.
Había tenido mucha suerte.
—¿Dónde estamos? —preguntó, desorientado—. Lo último que recuerdo es que corríamos por el desierto, y...
—Encontramos un motel abandonado. Las habitaciones no son gran cosa, pero nos bastará para mantenernos ocultos durante unas horas. En cuanto caiga la noche, nos iremos.
No era un lugar seguro, ambos lo sabíamos, pero por desgracia el peso de Damiel impedía que siguiese con la huida con él cargado a mis espaldas. Mi padre hubiese podido, no voy a mentir, pero yo no. Una lástima. Al menos de momento no había rastro alguno de los policías, por lo que, si el Sol nos sonreía, lograríamos salir de aquella con vida.
Permanecimos un rato más descansando en la habitación, sentados en el suelo, fuera del alcance de las ventanas. La estancia en sí era pequeña y desangelada, con el mobiliario estropeado por el abandono y una gruesa película de polvo cubriendo cuanto nos rodeaba, pero perfecta para ocultarnos. Por el estado de la puerta, cuya cerradura había sido arrancada, era de suponer que no éramos los primeros en pisar aquel lugar tras su abandono, pero preferimos no pensar demasiado en ello. Sin ninguna luz que iluminase la estancia y nuestras fuerzas limitadas tras el esfuerzo, nos bastaba con saber que al menos estábamos bajo techo.
Tres horas después, con la caída del ocaso, Damiel se despertó de un segundo sueño en el que se había sumido. Mi hermano parpadeó un par de veces, sentado junto a mí en el suelo con la espalda pegada a la pared, y se frotó los ojos con las manos. A continuación, dedicándome una sonrisa cansada, me palmeó la rodilla.
—Perdona, dije que me mantendría despierto pero sea lo que sea con lo que me han disparado, me está afectando.
—Tranquilo —respondí—. Esa bala tenía mi nombre, así que qué menos. Te debo una.
—¡Anda ya! —exclamó él, restándole importancia—. Hoy por mí, mañana por ti.
—Si tú lo dices... eso sí, como sigas haciéndote el héroe mucho más, dudo que vaya a haber muchos más mañanas, Damiel. No te lo tomes a mal, pero...
—Por suerte tú siempre estarás a mi lado para cuidar de mí, ¿verdad?
Una amarga sensación de traición se apoderó de mí al ver el modo en el que mi hermano me miraba. Ambos sabíamos perfectamente que aquellas palabras tenían un segundo sentido.
—No se te escapa una, ¿eh? Y eso que se supone que yo soy el listo...
—Lo eres —admitió Damiel—. Pero que tú seas más listo que yo no implica que sea estúpido, hermano. Te ha ofrecido que te unas a él, ¿verdad? Padre decía que tarde o temprano lo haría y por cómo me miró cuando irrumpí en su despacho estoy convencido de que le pillé en plena declaración de intenciones. ¿Estoy en lo cierto?
Preferí no responder. Aunque mi tío no me había pedido confidencialidad creía que era mejor mantener en secreto nuestra conversación. Al menos hasta que tomase una decisión, claro. Después, en el fondo, todo saldría a la luz... al menos si decidía aceptar su propuesta, de lo contrario, con suerte, nadie tendría que saber lo ocurrido. La gran cuestión era, ¿ qué quería hacer? Mi tío había sido muy generoso conmigo al hacerme una oferta de aquellas características. Mucho más generoso de lo que probablemente fuese a ser nadie conmigo, de ahí mis dudas. Por un lado, la decisión era fácil: quería ascender. Quería llegar lo más lejos posible, como la mayoría. Por otro lado, sin embargo, el precio a pagar para conseguirlo era alto y en momentos como aquel, en el que mi hermano me miraba como hacía desde que era niño, irradiando amor y pasión por mí, resultaba complicado tomar la decisión.
Demasiado complicado.
—Davin, por favor, dímelo. ¿Te lo ha ofrecido? Sé que os traéis algo entre manos, y...
—Han matado a Val Widow, su Optio. ¿Lo sabías?
Sorprendido, Damiel se encogió de hombros.
—No tenía la menor idea. Que yo sepa, no lo han anunciado.
—No es aún oficial, no... pero así es —dije—. Murió hace unas semanas en una operación.
—Ya... y quiere que le suplas, ¿verdad? Que ocupes su plaza.
—Bueno...
—En nuestra unidad tienes un gran futuro por delante, Davin, y lo sabes. Tarde o temprano Lyenor será asignada como Centurión a otra Unidad y tú ocuparás su lugar. Es cuestión de...
—¿Yo el Optio de padre?
La mera idea logró arrancarme una carcajada triste. Sabía que mi hermano lo decía porque intentaba aferrarse a la idílica idea de que los tres podríamos convivir juntos el resto de nuestros días, felices los unos con los otros, pero lo cierto era que aquello no era más que una ilusión. Nunca lo haríamos, y no porque él no quisiera, sino porque, muy a mi pesar, yo nunca sería lo suficientemente bueno como para ser más merecedor que él del puesto de Optio, con lo que ello conllevaba.
—Damiel, por favor, no digas tonterías. Ambos sabemos que el día que eso suceda, tú estarás por delante de mí. Que yo sea el mayor no implica nada.
—Eso no tiene por qué ser así —aseguró—. Tienes que darte tiempo, Davin, no todos evolucionamos a la misma velocidad. Estás aprendiendo mucho. Tanto que, en unos años, estoy convencido de que serás imparable. Además, padre confía plenamente en ti, mucho más que en mí, y lo sabes...
—Sé que lo dices para agradarme, hermano, y te lo agradezco, pero...
—Si es únicamente por el puesto te aseguro que, en caso de que me lo propusiera a mí, lo rechazaría. ¡Te doy mi palabra! Yo quiero que te quedes con nosotros, Davin, que sigamos los tres juntos hasta el final, y si para ello tengo que decirle a padre que no, ten por seguro que lo haré sin dudarlo.
—Damiel...
—¡En serio! —exclamó con vehemencia, y cogió mi mano con las suyas—. Te lo juro, Davin, no quiero que nos dejes. Luther es nuestro tío, pero padre y yo somos tu auténtica familia. Si nos separásemos...
Damiel acabó la frase con un grito de dolor al sentir una nueva punzada en la espalda. Mi hermano se llevó las manos a los costados, con la vista nublada, y, cayendo de bruces al suelo, empezó a sacudirse espasmódicamente. Impactado ante la brutalidad del arrebato, tardé unos segundos en reaccionar. Hasta entonces nunca había visto a mi hermano así. Por suerte, tan solo necesité escuchar un nuevo aullido para reaccionar. Me apresuré a recogerlo del suelo y, luchando contra sus brazos, los cuales se sacudían con violencia, lo llevé hasta la cama, donde lo tumbé boca abajo.
Le levanté la camiseta para comprobar que los moretones se estaban oscureciendo peligrosamente. Aquello ya no eran simples contusiones...
—¡Damiel! —exclamé con horror—. No sé qué demonios te han hecho, pero...
El sonido de las ventanas al romperse tras ser impactadas por distintos proyectiles me obligó a lanzarme al suelo. Giré sobre mí mismo, consciente de que en aquella ocasión estaba solo para enfrentarme a lo que fuese que nos atacaba, y desenfundé la pistola.
—¡Métete debajo de la cama! —le ordené.
Y aunque en aquel entonces quise disponerme a hacer frente al enemigo, fuese cual fuese, no pude. Antes de que pudiese reaccionar, la policía de Talos irrumpió en la habitación.
Nos tenían rodeados.
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