Capítulo 61. El hijo de Dios
No lograron descubrir quién atacó a Sigma: todos los presentes, a excepción de Fer, estaban de espaldas y no lograron alcanzar a identificar al agresor antes de que se esfumase. Por supuesto, las cámaras no fueron de ayuda al haber sido apagadas por culpa de la falta de energía proveniente del núcleo. Pero el líder de sector ya había tenido demasiados contratiempos, por lo que dio el caso por cerrado y procedió a lo importante: cerrar la primera fase del maldito proyecto Theos de una vez por todas. Tenía sus sospechas en Sergio, pero no pensaba arruinar todo su trabajo por culpa de aquel incidente.
Aún no se podía creer que los ocho jóvenes que Alpha y Delta seleccionaron hubiesen dado tanta guerra. Realmente, sus ganas de luchar por lo que ellos consideraban correcto para ellos demostraban la gran capacidad que todos y cada uno de ellos poseían, desde trabajo en equipo hasta lealtad... aunque fuese entre ellos, y no hacia Apeiro. Sigma comenzaba a entender que había mentes imposibles de cambiar.
En cuanto a los líderes, habría mucho que hablar tras aquellos incidentes. Beta fue inmediatamente enviado a investigar un método para reforzar el sistema de neutralización de emociones, así como una explicación a futuro para la extraña condición de Sergio que le hacía inmune a dichas drogas. Por otra parte, Sigma decidió tener un mínimo de benevolencia con Delta, y su terrible comportamiento tan solo tuvo como consecuencia una advertencia dada su fidelidad a la organización durante tantos años y sus ganas de seguir trabajando para ellos ahora que su punto débil estaba fuera de escena. Además, buscar un sustituto para su puesto en aquellos momentos sería un quebradero de cabeza.
Sigma fue claro con ella, así como con el resto de líderes: si cualquiera de ellos se atrevía a mostrar el más mínimo acto de rebeldía de nuevo, serían castigados. Y todos tenían claro el tipo de castigos que su líder era capaz de hacerles. Tras aquel toque de atención, Alpha y Delta parecieron perder un poco el contacto, pero el dueño de Apeiro no se dignó a pensar en ello lo más mínimo.
Porque su prioridad era dar comienzo a la fase dos del proyecto Theos.
A las cinco en punto, tanto él como Delta abrieron las puertas del complejo donde se había llevado a cabo el experimento para buscar al sujeto ganador, quien ya estaba en el recinto principal, sentado en un banco, practicando algún tipo de truco de magia con cartas mientras silbaba una canción.
—Hombre, por fin —se atrevió a decir, aún ante la presencia de Sigma—. Haber pasado un día entero aquí solo casi me hace enloquecer.
—Tampoco es que por enloquecer un poco más vaya a cambiar la cosa —Sigma le hizo un gesto para que se levantase y les acompañase—. Supongo que podemos ahorrarnos el perder tiempo anunciando al ganador del proyecto.
—Sí, tampoco es que queden muchos candidatos —dijo con sarcasmo, mirando hacia los lados—. Pero vamos, oír cómo me proclamas ganador no estaría de más, teniendo en cuanta todo el trabajo que he hecho durante este mes...
El líder de Apeiro suspiró. A ratos se replanteaba si aquel chaval era realmente la mejor opción para la próxima fase del proyecto Theos. Quizá Fer, si no se hubiese revelado ante él, hubiese sido mejor opción. Al menos se veía más sumiso que aquel huracán de energía que tenía delante. Una pena que valorase la lealtad por encima de —casi— cualquier otra aptitud.
Lo que Sigma no terminaba de tener claro era si Sergio tan solo era leal a ellos porque le convenía serlo. ¿Le interesaba Apeiro? Sí, por supuesto. ¿Sería fiel hasta el punto de dar su vida por ellos, tal y como muchos otros sujetos hacían? Eso quizá no. Pero estaba en camino de optar a ser uno de los seres humanos más poderosos del planeta a nivel intelectual, además de asegurarse un puesto de trabajo y una vida más cercana a la que él siempre quiso vivir.
La libertad era subjetiva, al fin y al cabo, pues a pesar de saber que estaba encarcelado, se sintió mas libre que nunca durante aquel mes de pruebas, matanzas e incertidumbre: no saber qué podía esperarle cada domingo era una de sus razones para aguantar hasta el final. Aquella aburrida y monótona vida que le tenía tan amargado no tenía ni punto de comparación. No volvería ni loco.
Tras echar un último vistazo a lo que fue su hogar durante las últimas semanas, Sergio se dispuso a abandonar por siempre el complejo Theos, dejándolo finalmente desolado. No pudo evitar sentir un frío sentimiento de soledad al imaginarse las habitaciones de cada uno de sus compañeros vacías, pero aún intactas, como si de un día para otro tan solo hubiesen desaparecido dejando todo lo que estaban haciendo a medias: camas deshechas, ropa para lavar, objetos desordenados por la habitación. Él se tomó el tiempo de recogerla antes de partir, principalmente porque pudo hacerlo al contrario del resto.
No iba a negar que, de todas las preocupaciones que podían atormentar a la sociedad, sentirse solo era la única que le llegaba a afectar.
Delta y Sigma le escoltaron hasta el sector de este último, con armas en mano, tan solo por lo que pudiese pasar. El líder de sector no olvidaba lo que había pasado la noche anterior. Vamos, como para hacerlo: aún le dolía infinitamente su costado, pero se había tomado la molestia de no dormir aquella noche con el fin de recibir los tratamientos suficientes para poder proseguir su trabajo al día siguiente sin riesgo a que dicho suceso acabase con él. Por lo pronto, la herida no se había reabierto, y todo gracias al excelente trabajo de los cirujanos y enfermeros de élite que Gamma tenía en su sector. Eran detalles como aquel los que le hacían ver que, en el fondo, Apeiro no iba tan mal.
O eso quería pensar. Que los trabajadores hicieran bien su trabajo era el mínimo, lo que ya de por sí debían hacer. ¿Tanto había rebajado sus expectativas en su propia empresa, aquella que debería seguir brillando como lo hacía en la era de su predecesor?
Ojalá Sergio lograse cambiarlo todo aquella tarde.
Tras un viaje en metro y un corto paseo por el sector Sigma, el trío se introdujo en los sótanos del edificio: una zona poco conocida incluso por sus propios trabajadores, dada la confidencialidad de todo lo que allí ocurría. Al igual que para Sergio, era la primera vez que Delta se adentraba en aquellos blancos y silenciosos pasillos que, cuanto menos, transmitían unas energías no muy positivas.
Sin prisa pero sin pausa, Sigma les guió por un ancho y largo pasillo circular, con puertas que conducían a diferentes laboratorios en ambas paredes. A pesar de la cantidad de recintos que parecía aguardar dicha planta, no vieron un solo científico en todo el camino, algo extraño si se comparaba con lo concurridos que solían ser el resto de sectores.
Una vez frente a una puerta que destacaba por no poseer una placa con su nombre como las demás, acercó su brazalete al identificador y esta se abrió para revelar una habitación con forma de cúpula, muy similar al recinto principal del complejo Theos, solo que más pequeño y lleno de aparatos científicos —lo esperable de un laboratorio.
Las puertas se cerraron tras Sigma, quien primero dejó paso al sujeto y a su compañera. Sergio se dispuso a dar unos pasos hacia delante e investigar con la mirada el tétrico establecimiento en el que se encontraba.
—Este sótano está dedicado única y exclusivamente a la investigación de la inmortalidad y, por ende, al proyecto Theos. Como habéis podido ver, no es que haya mucha gente trabajando en ello dados los escasos avances que hacemos —el dueño de Apeiro se giró hacia Sergio—. Y ahí es donde entras tú. Hemos investigado lo suficiente como para encontrar un proceso que, de funcionar, podría darnos indicios de esa inmortalidad que buscamos y de cómo lograrla. La primera fase del proyecto solo se centraba en buscar el sujeto ideal, el sujeto perfecto.
—¿Y por qué perfecto? —preguntó, intentando sacar toda la información posible— ¿Me consideráis perfecto?
—Uy, qué va. Pero eres lo más perfecto que hay en Apeiro ahora mismo... Más que perfecto, eres adecuado. Además, el éxito de este experimento va de la mano a la capacidad cerebral del sujeto, así que necesitamos a alguien que realmente parezca útil en ese aspecto.
Sergio arqueó una ceja.
—Cualquier trabajador de Apeiro tiene más capacidad que yo. ¿Por qué no habéis elegido a uno de ellos?
Cansado de responder tantas preguntas, Sigma trató de ocultar su pérdida de paciencia y trató de dar una respuesta a la que no se le pudiese dar muchas vueltas.
—Porque ellos ya tienen una finalidad, tú has entrado para esto. Eso y que, bueno, tú... tienes eso que te hace tan único.
—Ajá. ¿La inmunidad a las drogas que nos metéis, dices?
—A eso mismo. La evolución que tu cerebro ha tenido no solo es de las más positivas de tu grupo, sino que ha sido todo mérito tuyo: Apeiro no ha tenido nada que ver. Y eso es extraño cuanto menos.
Halagado, el sujeto sonrió y se permitió mostrar un leve rubor en sus mejillas.
—Que no es para tanto...
—Habla por ti, para nosotros sí lo es. Cuando terminemos con este experimento, tendrás que echarnos una mano con la mejora de estos métodos. Suerte vas a tener si Beta no me soborna para que te encaje en su sector.
—Bueno, el perfil lo tengo.
—Ser un mentiroso compulsivo y un buen manipulador no te hace necesariamente un sujeto acorde al sector Beta.
—Ya, ya —Sergio se adelantó para sentarse en una camilla bastante grande en el centro de la sala que, sin saberlo con certeza, ya se imaginó que era donde se iba a tener que colocar para el desarrollo del experimento—. Bueno, ¿vamos a empezar?
—Sí, mejor —indicó Sigma, haciendo un gesto a Delta para que tomase los mandos de un enorme monitor que se encontraba apagado—. Túmbate en la camilla en la que estás sentado ahora mismo.
Obediente, el joven se dejó caer sobre esta antes de analizarla. Parecía poder estirarse y encogerse para adaptarse al tamaño del sujeto. Y menos mal porque, en ese instante, le iba un poco justa. En cada lateral y cerca de sus pies, cuatro especies de brazaletes de hierro se dejaban mostrar sobresaliendo del cuero del que estaba hecho la camilla, dándole a entender que, por alguna razón, probablemente le retendrían con dicho mecanismo. Estar obligado a permanecer inmóvil en aquella cama no le terminaba de hacer mucha gracia, sobretodo por lo inquieto que era, pero qué iba a hacerle.
Mientras oía a Delta teclear a unos metros de él y a Sigma deambular por la sala mientras ajustaba su camilla y colocarle aquellos brazaletes en muñecas y tobillos, Sergio se quedó con la mirada fija en una pantalla negra que tenía sobre él y que no había visto antes. Poco después, pareció encenderse y perder un poco de oscuridad, logrando ver un pequeño destello blanco en el centro que parpadeaba a cada segundo. Las cosas se estaban poniendo macabras: había muchas cosas cuyo uso no era capaz de intuir, y no sabía si emocionarse o preocuparse.
Pasó un rato más largo de lo esperado antes de que Sigma le indicase que estaban por comenzar. Incluso le dio tiempo de pensar en Miriam y Fer, quienes podrían estar en cualquier parte de España en aquellos momentos —incluso de vuelta en Apeiro, a tan solo unos metros por encima suya—, antes de pasar a la acción.
—Vale, Sergio —dijo Delta, con su puesto de trabajo listo—. Vamos adelantándote de qué va el experimento. El objetivo es comprobar si existe algún tipo de relación inversamente proporcional entre el esfuerzo que tu cerebro le pone a tus sentidos y el que le pone a todo lo demás.
—Me he quedado en lo de inversamente proporcional.
—Que te vamos a ir quitando los cinco sentidos uno a uno para ver lo que pasa —recalcó Sigma, tan seco como siempre—. De forma indolora, por supuesto. Ya se sabe que el cerebro de quien pierde un sentido puede, dicho de mala forma, dedicarle más esfuerzo a los otros. Pero, ¿qué crees que pasaría si no tuviese sentidos a los que ponerle su atención? ¿Qué haría?
Un escalofrío recorrió la espalda de Sergio.
—Oye, suena muy interesante pero, ¿seguro que voy a salir vivo?
—A ver, consideramos que en el peor de los casos te devolveremos las capacidades de tus sentidos y ya está.
—¿Cómo que en el peor...? —al sujeto no le estaba gustando nada lo que oía, porque podía significar que no volvería a ver, oír u oler. Definitivamente aquello no parecía el premio que merecía por ser el último en pie.
—En el mejor de los casos no los necesitarás, por supuesto —dijo Sigma, recolocándose el antifaz que cubría parte de su rostro—. Mírame a mí, no necesito ojos para ver.
—Y la verdad que no le encuentro el sentido.
—Sergio, el cerebro es capaz de hacer cosas maravillosas —aportó Delta con un tono suave, sabiendo que debía calmarlo si no quería aguantar un espectáculo por su parte—. Y tú tan solo vas a ayudarnos a descubrir algunas de esas cosas.
—Bueno, confío en vosotros. Cosas más surrealistas habéis conseguido...
Sigma se colocó delante del sujeto, para poder valorar más de cerca su comportamiento así como la evolución del experimento conforme perdía sus sentidos. Delta abrió una pestaña en el monitor que indicaba los datos de Sergio, entre los cuales destacó su cociente intelectual, agrandándolo para que fuese más visible.
—Supuestamente, este numerito de aquí debería subir a un ritmo considerable conforme te vayas adaptando a los cambios en tu cuerpo. Sigma ha diseñado un mecanismo que acelerará este proceso.
—Vale, que sí, que os dejéis de tanta palabrería y arranquéis esto —bramó, dando un par de golpecitos con su pie encadenado—. Me estáis poniendo nervioso y todo.
Delta puso sus ojos en blanco y programó el comienzo del experimento.
—Empezamos —dijo en voz alta—. Primero vas a ver como la pantalla sobre ti emite un fuerte flash que te dejará sin visión. Si esto no ocurre tras el destello, avisa.
Sergio asintió y esperó a aquella señal. Las máquinas a su alrededor iniciaron sus característicos chirridos mientras el joven se preparaba para perder su visión temporalmente —si Dios quería—. Y cuando menos se lo esperó, toda la sala fue inundada por una potente luz blanca la cual el matemático no pudo apreciar por más de un par de segundos, antes de que todo se volviese... nada. Ni negro, ni blanco. Nada.
—Ha funcionado, sí —reveló—. Oye, ¿me habéis quemado las retinas o qué? Vaya lucecita.
—Por supuesto que no —aclaró la líder de sector—. Además, no te debería de haber dolido.
—A ver, un buen susto sí que me he llevado.
Sigma interrumpió la charla para hacer proseguir el experimento. Ahora que Sergio era incapaz de ver y, por ende, asustarse por la maquinaria que vería salir de la pantalla para tratarle el resto de sentidos, Delta dio luz verde al comienzo de la pérdida del olfato.
Sergio notó como la sala se inundaba de un fuerte olor a eucalipto, de manera que era imposible no sofocarse ante aquel aroma tras un rato. No tardó más de un minuto en sentir algo entrar profundamente por ambos orificios de su nariz hasta el punto de incomodarlo, pero segundos más tarde el olor a eucalipto desapareció abruptamente y lo que fuese que le metieron por su nariz salió por donde entró.
—¿Hueles algo?
—Afortunadamente, no.
Satisfecha con los resultados de la "cirugía", Delta se dignó a comprobar cómo el número del cociente intelectual de Sergio subía muy poco a poco, pero más rápido de lo normal.
—¿Cómo de cerca estáis de mí?
—¿Por qué? —preguntó Delta?— estamos donde antes, a unos cuantos metros de ti.
—Os escucho como si estuvieseis mucho más cerca.
Sigma curvó sus labios en una sonrisa ante dicha respuesta.
—Eso es bueno, tu cerebro está comenzando a reorganizar su actividad. Ahora vamos con eso.
—¿No es raro que lo haga tan rápido? —Sergio comenzaba a pensar que todo aquello era surrealista, que los avances de Apeiro quizá sí que estaban sacados de una historia de ciencia ficción. Y no se dio cuenta hasta aquel momento, porque no era lo mismo verlo que vivirlo.
—No en Apeiro.
El tiempo pasó, y los sentidos restantes fueron siendo retirados uno a uno, sorprendentemente sin ningún tipo de dolor ni complicación. Pasados unos diez minutos, lo único que le quedaba a Sergio era el oído.
En el fondo, el sujeto estaba algo tenso desde que perdió el tacto, y Delta pudo notarlo en una leve subida en su ritmo cardiaco.
—¿Estás bien? —preguntó— ¿Necesitas un descanso?
—No, no. Es que... Es un poco raro no sentir ni mi propia ropa sobre mí.
—¿Cómo te sientes ahora mismo? —preguntó Sigma con papel y boli en mano.
—No me siento, directamente. Es como... Quizá como estar desnudo en el espacio: ni aire, ni ropa, ni calor, ni frío. Pero tampoco siento mis pestañeos, ni mi lengua, ni mi pelo... y eso sí que me estresa un poco.
—Entiendo —contestó, apuntando los resultados.
Delta volvió a echar un vistazo al intelecto de Sergio, que ya rozaba los tres cientos. Mientras terminaba de programar el último paso, procedió a darle al joven las últimas instrucciones.
—Sergio, ahora es cuando vienen las complicaciones —admitió sin dejar de teclear—. Vas a perder el oído, lo que significa que no vas a poder comunicarte con nosotros. Necesitamos que nos digas todo lo que experimentes una vez veas que has dejado de escuchar. ¿Queda claro?
—No tardéis en devolverme los puñeteros sentidos.
Sigma suspiró antes de darle luz verde a Delta. Tras pulsar la última tecla —la cual retumbó en los oídos de Sergio—, un veloz pitido se introdujo en los oídos del joven antes de dejarlo totalmente aislado de su exterior.
No podía oler, tocar o ver. No podía hacer absolutamente nada más que hablar consigo mismo en su propia cabeza. Procedió a indicarle a Delta el éxito de la operación, pero tampoco escuchó las palabras salir de su boca. Ni el aire deslizarse de sus pulmones al exterior, ni sus labios moverse con el fin de vocalizar.
Nada.
Y esa nada duró más de lo que hubiese querido. Cinco minutos, luego diez, luego quince... Sergio no quería angustiarse, pero no poder saber lo que estaba pasando fuera de su cabeza estaba comenzando a perturbarle. Quizá Delta y Sigma le habían dejado allí, pero preguntar si seguían ahí le serviría de poco dado que no podría recibir respuesta de ningún tipo. ¿Realmente este aislamiento podía ir vinculado a la inmortalidad?
Lo que Sergio no sabía era que su cuerpo había dejado de funcionar acorde a su cerebro y sus pensamientos, llevando un buen rato intentando liberarse de los brazaletes que le retenían y pidiendo auxilio como un niño pequeño totalmente aterrado.
Y eso no era lo más impactante, sino que el cociente intelectual del joven estaba alcanzando unos números que un sujeto de Apeiro solo podía lograr tras años de entrenamiento. Novecientos puntos en tan solo media hora... no era lo que acostumbraban a ver.
Habían descubierto algo, cuanto menos.
Delta y Sigma trataron de estirar el tiempo de aislamiento de Sergio, sin hablarle ni tocarle —aunque supuestamente no pudiese recibir un estímulo de vuelta—. El estadista seguía retorciéndose y gritando como loco, mientras que en el interior de su cabeza tan solo esperaba pacientemente, irritado pero con la mayor calma que podía. Los líderes de sector no podían imaginar lo que estaba pasando en sus adentros, pero los gráficos mostraban un nivel de concentración en la actividad neuronal del joven que no cuadraba con lo que estaban viendo. Mientras que lo que ellos presenciaban era un joven comportándose como un animal que había perdido los estribos, el ordenador daba a entender que Sergio estaba —más o menos— tranquilo.
Pasada una hora, Sigma decidió pasar al siguiente paso. Ni corto ni perezoso, cuando vio que Sergio había superado incluso la cifra de su cociente intelectual —volviéndole oficialmente la persona con el cerebro más poderoso de Apeiro y probablemente del mundo—, se acercó a él y le agarró con fuerza la muñeca. Instantáneamente, su cuerpo y su mente volvieron a fundirse en una sola identidad con una reacción no muy buena, pero que en definitiva era lo que buscaban.
—¿Qué? ¿¡Quién está ahí!? —preguntó, mirando directamente hacia Sigma.
Lo había sentido.
Sin preocuparse por su estado, el jefe del experimento le puso una mano en la cara. Su reacción: un sobresalto y varios bruscos movimientos de cabeza que no cesaron hasta que el hombre no se apartó.
Pero, cuando pensaban que nada más podía suceder, ocurrió algo. Sin que nadie le tocase, Sergio volvió a gritar y a agitarse.
—¡Suéltame! ¡HE DICHO QUE ME SUELTES! ¡SIGMA!
Delta, tan confusa como aterrada, se giró para observar a su jefe parado a unos metros del sujeto de pruebas, petrificado por aquel inesperado suceso.
Los cabezazos contra la camilla volvieron.
—¡NO ME TOQUES! ¡AGH!
Entre grito y grito, los ojos de Sergio se enrojecieron como si estuviesen al borde del llanto. Delta se apartó del escritorio para ver la evolución de la situación, sobretodo porque estaba presenciando algo que jamás había visto antes: tanto Sergio como Sigma parecían asustados por primera vez desde que les conoció
Las amenazas y lamentos del joven no cesaron por un par de minutos. Delta volvió a comprobar el CI de Sergio para apreciar cómo subía a decenas por segundo: aquello era inhumano, tanto que la líder de sector incluso se planteó que el medidor se hubiese roto —lo cual no era el caso—. O las neuronas de Sergio estaban recibiendo una cantidad de estímulos que se creían inalcanzables por el momento, o algo realmente andaba mal en todo lo que habían hecho.
En medio de aquella escena de puro estrés, Sergio bajó la voz ante la presencia de los dos líderes, aún en silencio. Agitó su mano derecha por última vez, girando su cara hacia una zona de la sala totalmente vacía.
—¡No puedo más, Sigma, tenéis...! ¿Sigma?
Su mirada quedó fija en aquel vacío. Acto seguido miró su muñeca y volvió a subir la cabeza.
—Tú no eres Sigma.
Los latidos de Sergio comenzaron a acelerarse de manera que Delta tuvo que volver a su puesto para tenerlos controlados, pero el otro líder dio un rodeo a la mesilla para acercarse más a aquella zona en la que el sujeto tenía los ojos echados. Acto seguido, giró lentamente su cabeza para dejarla caer totalmente recta en el cojín, con la mirada perdida hacia arriba, demasiado calmado para que Sigma pudiese considerarlo algo bueno.
—¿Δ-334? ¿Puedes oírme? —preguntó—. ¿Qué ves?
Mientras Delta comenzaba a agobiarse por el negativo estado del ritmo cardiaco de Sergio y otros factores vitales, al joven se le dibujó una sonrisa como respuesta a la voz del líder de Apeiro.
—¿Me has oído?
—Sí, te oigo. Y te veo. No, lo veo. Lo veo todo.
Pero Sergio no estaba mirando hacia él.
—¿Qué es lo que ves?
En el climax del experimento y antes de poder recibir respuesta, un terrible sonido estático proveniente de la mesa de Delta interrumpió la conversación.
—Su corazón ha dejado de latir. No creo que nos convenga reanimarlo —lamentó la mujer, atónita, con las manos en la cara. Sigma reaccionó con un suspiro antes de proceder a cerrar el experimento desatando al sujeto.
En cambio, para sorpresa de ambos, el joven soltó unas últimas palabras.
—A Dios.
Aquello fue lo último que logró comunicar antes de ser perdido definitivamente. Con un nudo en la garganta, Delta señaló a Sigma la pantalla con el CI del difunto, el cual aún subía y subía, cada vez más rápido, tan rápido que los números empezaban a no caber en la pantalla.
—¿Cuáles son tus conclusiones? —se atrevió a preguntarle a su jefe, todavía con mal cuerpo.
Como respuesta, Sigma tan solo se quitó su característica capucha y se sentó en el asiento más cercano para recapacitar con las manos entremetidas en su pelo.
—No lo sé.
• • •
[Σ-392. Germán Guerrero]
[Puntuación: 0]
[Σ-450. Beatriz Alonso]
[Puntuación: 0]
[Ω-AAA. Omega]
[Puntuación: 0]
[Σ-735. Silvia Moreno]
Puntuación: 0]
[Σ-232. Víctor Sánchez]
[Puntuación: 0]
[Σ-088. Sergio Espinosa]
[Puntuación: 0]
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