Capítulo 60. Un mundo perfecto
—Pase, Beta. Le estaba esperando.
Un joven muchacho de tez pálida y un frondoso pelo negro entró a la sala, una oficina bastante amplia pero simple ubicada en lo más alto del sector Sigma. El ya reconocido líder de la organización estaba ante él, con su característico rostro serio y mirada vacía. Cada vez que le veía, su pelo blanco y ondulado se veía más y más largo. ¿Nunca se lo cortaría o qué?
—Buenas tardes, Sigma.
—Quería hablarle de un asunto importante. Ya hemos encontrado un sucesor para su puesto, y la verdad que es alguien que promete.
—¿Ya ha decidido?
—Sí. β-ABM parece ser el más indicado de los perfiles que me enseñó el mes pasado. Supe que ese muchacho sería especial desde que vi sus métodos de juego en el examen de acceso.
—Ya. Sí, es cierto que tiene algo que le hace... destacar —respondió con sinceridad. Su próximo movimiento sería hacer un par de preguntas—. Y eso, ¿qué supone para mí, si puedo preguntar? ¿Puedo renunciar ya al cargo?
—Técnicamente, sí, ya es libre de jubilarse. Si decide hacerlo, podrá elegir a dónde ir y se le enviará allí con recuerdos modificados, su tarjeta de crédito y una serie de ventajas que le ayuden a asentarse en el mundo exterior. Aunque bueno, imagino que todo esto ya lo sabía.
Beta asintió con felicidad. Le apenaba tener que perder los recuerdos que había hecho en Apeiro, pues aunque gran parte de ellos no eran demasiado alegres, conservaba otros en los que verdaderamente había estado conforme con la vida que le había tocado. A pesar de todo, sabía que había contribuido a la organización como ningún otro líder de aquella y de cualquier otra generación que hubiese gobernado en Apeiro, y por tanto llevaba consigo información peligrosa.
—Pero... tengo otra oferta para usted.
Los verdes ojos del psicólogo se iluminaron por un momento.
—De los seis, usted es el líder de sector más fiel a la compañía. Sé que sin usted gestionando su sector las cosas cambiarán un poco, incluso con un nuevo líder en el que, realmente, sí que tengo fe —admitió con una sonrisa que denotaba cierta melancolía—. Pero a mí me queda poco tiempo, Beta. Me queda muy poco tiempo.
Preocupado, el hombre tragó saliva. Podía ir intuyendo por dónde iban los tiros.
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que necesito un sustituto. Apeiro necesita un nuevo Sigma, uno que no esté temiendo por su salud cada día. Yo no conseguí alcanzar la meta que buscamos, pero quizá usted...
Beta no se podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Me está pidiendo que le sustituya como Sigma? Pero... —Beta no estaba seguro de qué decir.
—En efecto —le reveló, cortando sus siguientes palabras—. Estamos en nuestros días de gloria, entre otras cosas gracias a su constante esfuerzo y trabajo. Creo que podré retirarme tranquilo si sé que es usted quien va a heredar Apeiro.
—Pero... —el muchacho hizo una pausa. Quizá de la emoción, quizá de los nervios, las palabras no le salían— No sé si seré capaz. Usted siempre ha ido un paso por delante de mí y de cualquier otro líder. Usted es Sigma, yo solo soy una letra más. No tengo sus capacidades.
—Beta, sus capacidades no tienen un límite. Lo sabe, ¿verdad? Es nuestro lema. Apeiro lucha por descubrir qué tan lejos podemos llegar como humanos, y usted no está más que a mitad de camino.
—Necesitaré a alguien que me ayude. Si usted se jubila, ¿de quién voy a aprender?
Sigma curvó su boca en una sonrisa.
—Que yo me jubile no significa que no siga ahí para iluminarle el camino —dijo con una perturbadora calma—. Ser el próximo Sigma no solo significa pasar a liderar dicho sector, no: va más allá. ¿Me permite contarle algo?
Beta asintió con decisión.
—Ilumíneme.
—A ver... Ya sabe que, como líder de mi sector, debo encargarme de que los proyectos que aquí llevamos a cabo se mantengan en secreto, incluso de altos cargos como el suyo. Pero si quiere sucederme, necesitará saberlo todo. Mis ideales, mis planes, mis conocimientos. Debe entenderme, así como yo tuve que entender al anterior Sigma.
El muchacho arqueó una ceja, sin terminar de procesar lo que quería decir. Realmente tenía razón: si quería tomar las riendas del sector más importante de Apeiro sin destrozarlo en el intento, necesitaba saberlo todo. Aunque eso sería complicado, ¿no?
—A ver, el caso es que no voy a dejarle a su suerte, no va a comenzar desde cero. Yo tampoco lo hice —explicó—. En el sector Sigma se desarrolló una forma de, digamos, trasplantar en usted los conocimientos que yo he adquirido durante mi mandato, así como yo recibí los de mi predecesor y así sucesivamente.
—No le entiendo. Disculpe mi desconfianza, pero suena... a que va a trasplantar su cerebro en mi cuerpo.
—No es eso, hombre. Seguirá siendo usted: la esencia de uno mismo es importante, al fin y al cabo. Apeiro no puede evolucionar si un líder no le da su toque personal. Es solo una manera rápida de ir almacenando todos los avances que los Sigmas tengamos, ¿entiende? Y una manera rápida de que pueda incorporarse sin la ayuda de nadie más que usted mismo. Este proceso aún no tiene nombre, pero parece estar conduciéndonos a un concepto muy interesante que no sé por qué aún no está en la lista de objetivos principales de Apeiro. Es algo que querría que usted explotase por mí.
—¿Cuál?
Sigma sonrió. Pero algo en su expresión no estaba bien.
—La inmortalidad.
Un escalofrío recorrió la espalda de Beta.
—¿Están investigando la inmortalidad allí dentro?
—Entre otras cosas, sí. Por algo sigo aquí: he logrado prolongar un poco mi tiempo de vida, pero parece que la muerte me ha acabado ganando como a todos.
Sigma hizo una pausa, como si estuviese invitando a su discípulo a procesar la información en silencio. Acto seguido, prosiguió su discurso.
—Si acepta, será el próximo candidato a ser inmortal. Y bueno, si no lo consigue, al menos habrá contribuido a que su sucesor lo logre. Podrá tener a todo Apeiro trabajando para lograrlo si quiere. Lo que haga con la organización cuando esté en sus manos no será mi asunto, pero confío que la guiarás a una mejor época que esta.
Aquel discurso no le estaba gustando nada a Beta. Pero, por otra parte, le atraía la idea. No tenía ni idea de qué hacer. No se sentía lo suficientemente mayor como para renunciar a la ciencia, pero consideraba que ir tan lejos era... complicado. No quería jugar a ser un Dios.
—¿Es necesario que me dedique a ello?
—No, claro que no. Ya se lo he dicho: Apeiro será suyo y no habrá nadie que le impida cambiar el rumbo de la organización. Sabiendo que es libre de hacer lo que quiera, ¿acepta entonces?
Beta suspiró profundamente. Esperaba no arrepentirse de lo que estaba apunto de hacer. Heredar Apeiro era tentador si no estaba obligado a investigar la inmortalidad. Era un concepto que incluso él temía. Tan solo echaría un vistazo a los descubrimientos sobre el tema sin caer en la tentación. Eso sería fácil...
¿Verdad?
—Sí, acepto.
Sigma jamás olvidará cómo se sintió cuando despertó del procedimiento que emplearon en él para implantar en su cerebro todo lo que su predecesor aprendió. Todas las atrocidades cometidas en el sector Sigma de aquella época comenzaron a arremolinarse en su cabeza, los lamentos de aquellos que tuvieron la mala suerte de ser enviados al sector equivocado, las horribles ideas que aquel en su día idolatró escondía al otro lado de su imagen de líder perfecto...
Tampoco olvidará nunca cómo se sintió al darse cuenta de que él estaba empezando a querer tomar el mismo camino. Apeiro nació como fruto de la ambición de un grupo de científicos que decidió buscar una humanidad perfecta... un mundo perfecto, uno sin sufrimiento.
Pero para que algo fuese perfecto, había que eliminar primero sus impurezas. Y eso es lo que haría Sigma, aunque tuviese que sacrificar la paz que gobernaba en Apeiro antes de su subida al trono, principalmente debido al desconocimiento de lo que realmente aguardaba en otros sectores.
Y lo peor de todo, lo que más le carcomía cada noche antes de dormir era que, por más que algo en lo más profundo de su alma se lo pidiese, no se arrepentía de nada. Jamás lo haría.
—Sigma —murmuró Delta, aterrada ante su presencia inesperada—, ¿qué haces aquí?
El hombre hizo una breve pausa antes de responder.
—La pregunta es, ¿qué hacéis vosotros aquí? Creo que dejé más que claro que el próximo acto de rebeldía tendría graves consecuencias. ¿O no?
—Ha sido Sergio, ¿verdad?
Sigma centró su atención en la intervención de la joven peliblanca, quien parecía haber ignorado por completo su último comentario.
—¿Vuestro compañerito el estadista? ¿El mismo que ha sido atrapado hace un rato por Alpha en el núcleo de Apeiro?
Miriam puso los ojos en blanco. Debería habérselo imaginado.
—Ese mismo, sí.
—Quién diría que le atraparían, ¿eh? —murmuró Fer, sarcástico.
—Pues sí, ha sido él. Supongo que el pobre no sabría que en el gimnasio había micrófonos, porque se puso a repasar el plan en voz alta y, claro... Uno es ciego, pero no sordo, ¿verdad, Delta?
La mujer no fue capaz de dar una respuesta. Sergio los había traicionado, y una líder de sector como Delta ni siquiera se lo olió. Que existiesen personas que antepusiesen el quedarse en Apeiro a volver a sus vidas normales era difícil de creer.
—No me hagáis atacaros y volved al complejo Theos —prosiguió el líder—. Pero, por supuesto, no tengáis muchas esperanzas en salir de allí. La lealtad es algo que en Apeiro es crucial, pero que solo uno de los tres que quedáis ha parecido poder demostrar.
Miriam suspiró, más decepcionada que sorprendida.
—Claro que no podíamos confiar en ese cabrón... Era obvio que nunca pudimos.
—¿Nos ha... vendido a cambio de su victoria? —Fer parecía más impactado que nadie.
—¡Pues claro que nos iba a vender si así se aseguraba la victoria! ¿Es que después de todo aún te extraña?
—Yo ya no sé nada, Miriam. Solo quiero que esto acabe.
Delta, quien escuchaba los murmullos de sus dos discípulos en silencio, no podía soportar más la situación. Sigma iba escoltado por dos guardas pero, ¿eran suficientes para pararles? Aún tenía oportunidad, sobretodo porque ya estaba todo perdido al haber sido pillada con las manos en la masa. Quizá Sigma no era tan poderoso en persona más allá de su imponente aura.
Sin siquiera pensarlo, la científica sacó un táser de su bolsillo y se dignó a abalanzarse sobre uno de los corpulentos hombres que tenía delante para clavarle el arma en el costado. Como acto reflejo, Sigma se echó a un lado bruscamente y su otro guardaespaldas alzó su escopeta para apuntar a la agresora, pero no disparó.
—¿¡Qué hacéis ahí parados!? ¡Echad a correr, YA!
Impactados por la escena, Miriam y Fer necesitaron tiempo para poder reaccionar y disponerse a correr de una vez por todas al interior del metro. Aún con el otro guarda inmovilizado por Delta, Sigma alzó su mano para apuntar a los fugitivos.
—Tenéis autorización para dispararles.
No pasó ni un segundo entre aquella frase y el primer disparo, proveniente del único guarda aún capaz de atacar. Aterrado, el genetista se agachó bruscamente y por suerte no se tropezó en el intento. Por otra parte, la peliblanca no dejó de correr, igual de asustada que su compañero. De alguna forma intactos, los dos jóvenes lograron entrar al vehículo, aunque la ráfaga de poderosos disparos no cesaba. Podían ver como el cristal del vagón se hacía pedazos y la carrocería recibía unos golpes considerables, pero ninguno de los proyectiles conseguía alcanzarles. Lo más rápido que pudieron, los dos sujetos gatearon hasta la sala de control del tren, cruzando los dedos para no ser acribillados por las balas.
—¡Miriam! —dijo Fer, tembloroso— Ve arrancando, voy a hacer tiempo. Escuches lo que escuches, no pares hasta que este metro esté en marcha, ¿sí?
La joven se giró, preocupada.
—No irás a hacer una locura, ¿verdad?
—Por favor, ¿confías en mí?
Miriam no parecía muy segura, pero no le quedaba otra.
—Sí.
—Pues ponte a ello, porque no tenemos tiempo. Ahora vengo.
Ni corto ni perezoso el alemán se dio la vuelta hasta la puerta por la que entró al vehículo y, sin asomar un pelo, trató de comunicarse con sus superiores. Un proyectil rozó su pierna izquierda antes de esconderse por completo tras las puertas y, a pesar de apenas haberle dejado una marca apreciable, toda su pierna pareció sucumbir ante alguna especie de dolorosa corriente eléctrica, dejando una sensación similar a la de golpearse los nervios del codo. ¿Con qué clase de armas les estaban disparando?
—¡Por favor, dejad de disparar! ¡Dejadme hablar!
La escena no cambió durante los siguientes segundos, pero los guardas parecían tener menos interés en darle a Fer.
—Sigma, por Dios, ¡basta! ¡No pienso salir hasta que deje de oír disparos.
Poco después, los estridentes sonidos de aquellas poderosas armas cesaron. Fer pudo suspirar del alivio.
—Ya puedes salir.
—No —dijo con firmeza—. Saldré si no vuelven a disparar una vez esté al alcance. No voy a andarme con juegos a estas alturas.
Con frialdad, Sigma asintió tras un par de segundos de una silenciosa valoración.
—Vale, no dispararán —el hombre se dirigió a sus dos guardas, uno de ellos con el arma en una mano y Delta agarrada por la otra—. Bajad las armas.
Fer pudo oír el sonido de dos objetos metálicos chocar con el suelo. Aún con la duda, se dispuso a dejarse ver, poniéndose de pie con dificultad y apoyándose en uno de los laterales de la puerta. Pudo ver como, efectivamente, las dos pistolas estaban en el suelo.
—Voy a entregarme a cambio de que dejes a Miriam ir.
Sigma no se inmutó ante aquel comentario, o al menos inicialmente. Poco después, se echó a reír.
—Pero, ¿esto qué es? ¿Un sujeto que ni siquiera ha logrado terminar su experimento de acceso intentando negociar conmigo?
—Solo soy una persona intentando negociar con otra.
—No soy tu amigo. Ni siquiera soy tu tutor en Apeiro. Creo que aún no te haces una idea de con quién estás hablando.
—Sé perfectamente con quién estoy hablando. No es la primera vez que lo hago, al fin y al cabo. Y solo te estoy diciendo que dejes ir a Miriam a cambio de mi vida... o de lo que sea que queráis hacer conmigo, si total.
—¿Dónde está?
—¿Quién?
—Ella.
—Ah. Le habéis dado. ¿Por qué crees que he tenido que salir en lugar de ayudarla a irnos de aquí cuanto antes? Si no dejabais de disparar, hubiese ido a peor.
—Puedo ver que te preocupas por ella.
—Claro que me preocupo, es mi amiga. ¿Tú no lo has hecho nunca o qué?
—Los sentimientos son solo un bache que nos dificulta aún más alcanzar nuestros objetivos. No necesito preocuparme por nadie más que por mí mismo y mi futuro. Y si querías ser parte de nosotros, deberías haber pensado así desde el principio.
—Mientes.
—¿Cómo que miento?
—Es imposible que nunca te hayas preocupado por nadie. No me creo que hayas sido así siempre.
—No sabes nada de mí.
—Ya —respondió Fer, con una leve sonrisa macabra—, pero no he necesitado demasiado tiempo para aprender a leerte.
Sigma aún mantenía la compostura, pero se notaba que estaba comenzando a caer en la palabrería del sujeto al haber cometido el error de dejarle hablar.
—¿A qué te refieres?
—Por ejemplo, es interesante como has preferido centrar los disparos en nosotros dos en lugar de Delta, quien ha agredido directamente a uno de tus guardas y nos ha dejado escapar. Si tan frío eres, ¿no consideras ese error lo suficientemente grave como para haberla matado al momento?
Sigma pensó sus próximas palabras, sin saber con exactitud cuáles eran las intenciones del sujeto.
—Eso es ridículo. ¿Me estás retando acaso?
—No, eso en realidad me lo he sacado de la manga para hacer tiempo. Lo que sí se nota es que aunque eres ciego, eres capaz de visualizar el entorno a la perfección, pero necesitas mucha concentración —la hasta hace poco aterrada expresión de Fer ahora estaba comenzando a mostrar una leve sonrisa de satisfacción—. Por ejemplo, estás tan atento a mí y a mi discurso, que no te has enterado de que alguien se ha colado en la sala sin que te dieses cuenta.
Sigma y los guardas no tuvieron tiempo para girarse antes de ser atravesados por un disparo cada uno. Y no era más que Sergio aquel que, con arma en mano, se había dispuesto a arrebatarle la vida al dueño de Apeiro y a uno de sus secuaces.
Unas gotas de sangre se derramaron por los alrededores, así como en el uniforme de Delta, que fue derribada junto con el hombre que la tenía retenida pero sin sufrir más daños que el de la caída. Atónita, lo primero que hizo fue soltarse del guarda y comprobar desesperadamente que Sigma estuviese vivo. Pero claro que lo estaba: la bala no le dio ni de lejos en la cabeza, sino en el estómago.
—¿¡Qué...!? —Delta no fue capaz de formular una sola frase completa.
Con una sonrisa en el rostro, Sergio se llevó un dedo a los labios para hacerles entender a su compañero y su tutora que lo que acababa de pasar tenía que quedarse como un secreto entre ellos. Acto seguido, levantó un pulgar en señal de suerte para Fer y desapareció por la puerta. El joven rubio aún no se terminaba de creer lo que acababa de ver, pero no podía pararse a pensarlo.
—Miriam, ¿cómo va?
—Ya está, nos vamos en cosa de un minuto.
Fer asintió y devolvió su mirada a Delta, por una última vez.
—Vaya panorama te dejamos encima, ¿eh?
—Voy a tener que rezarle a todos los dioses del mundo para salir viva de esta... —bromeó sin dejar de temblar, echando otro ojo a los tres atacados— Pero parece que vosotros vais a poder iros.
Por fin, Fer sintió que había logrado terminar algo exitosamente... aunque con sangre de por medio, cosa que no estaba en sus planes.
—¿Sigma está...? —el alemán tenía miedo de saber la respuesta.
—No tiene pinta —respondió Delta—. Lo llevaré al sector Gamma cuando me asegure de que estéis de camino al exterior.
Antes de que cualquiera de los dos sujetos pudiese responder a aquello, el herido líder de sector comenzó a moverse tras un periodo corto de tiempo totalmente inerte. En efecto, aún estaba vivo. Puso sus manos en el suelo y levantó parte de su cuerpo con dificultad para, por última vez, mirar directamente a Miriam y Fer.
—Sabéis que si quisiera podría deteneros aún.
Miriam se cruzó de brazos.
—¿Tenemos que darte las gracias o qué?
—No os quiero aquí, ni vivos ni muertos —prosiguió, ignorando la agresiva pregunta—, así que hagamos una cosa. Corred lo más lejos que podáis, no llaméis la atención de nadie y, por supuesto, no habléis de lo que habéis visto aquí. Porque en cuanto este metro vuelva, comenzaremos a seguir vuestra pista.
Un silencio incómodo se formó en la sala. Sigma estaba aceptando su derrota, pero... algo en la victoria no sabía bien.
—Os vigilaremos siempre que podamos y no dudaremos en que volváis a desaparecer de la faz de la Tierra si nos perjudicáis. Considerad esto un contrato firmado, ¿entendido?
Miriam y Fer cruzaron miradas antes de responder. La joven dio paso a su compañero para zanjar el tema.
—No volveréis a vernos el pelo.
—Más os vale —respondió Sigma, a lo que Delta asintió discretamente con la cabeza.
—Cuídate, Delta —Miriam ahora tenía la mirada fijada en su tutora.
—Lo mismo digo —sonrió apenada—. Yo también espero no volver a veros el pelo.
La médica asintió y a continuación se adentró de nuevo en el vehículo. Fer permaneció un par de segundos más en la puerta, hasta que el motor del tren comenzó a emitir ruidos que indicaban su arranque. La hora se acercaba.
—Bueno, creo que esto se va ya —continuó—. Mucha suerte. Para ti, para Gamma, para Alpha y para sus hijos.
El alemán hizo una corta pausa para pensar por última vez en aquella persona que, a pesar de haberlo sentenciado a muerte, se había dispuesto a salvarle una última vez. Pero desearle a él la misma suerte era mentir. Pero sí que había alguien que merecía unas últimas palabras.
—Sigma —dijo, llamando su atención—. Espero que algún día conozcas la felicidad.
Tras aquellas palabras, las puertas se cerraron y el metro comenzó a moverse. Miriam salió de la cabina del conductor para dedicarle una última sonrisa a Delta antes de desaparecer por el largo y oscuro túnel que los llevaría hasta Alicante.
—Pues... —dijo, apartándose el blanco pelo de su flequillo de sus agotados ojos— Ya está. Hemos escapado.
—Sí, eso parece.
Los dos cruzaron miradas por un par de segundos, en completo silencio. Por sus cabezas se cruzó un pequeño flashback de aquel primer día de julio en el que siete nerviosos adolescentes imaginaban con emoción cómo podría cambiar su vida tras el proyecto Theos al que estaban apunto de contribuir. Definitivamente cambió las vidas de algunos. Pero también terminó con las de otros. Palabras que nunca fueron dichas, recuerdos que nunca fueron compartidos.
Fer se secó la pequeña lágrima que estaba a punto de caer por su pálida mejilla al recordar que no podría ver la luz del Sol con aquel chico con quien se había imaginado fuera de Apeiro aún tras su muerte.
—Y ahora... ¿Ahora qué? —preguntó.
La joven doctora se rascó la cabeza mientras tomaba asiento.
—Ser libres mientras podamos.
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