Capítulo 6. Examen de diagnóstico
El fin de semana había pasado muy rápido. Como tuvieron más tiempo libre que durante la semana, el grupo se decantó por aprovechar las instalaciones dedicadas al ocio como podían serlo la piscina olímpica, las pistas deportivas o la sala de recreativas con bolera incluida —lugar donde Blanca, Fer, Víctor y Bea perdieron toda la tarde del sábado—. Además de pasar gran parte de aquella jornada con Germán, pudieron ver al resto merodeando por otros recintos: Silvia y Sergio fueron a nadar y... bueno, de Miriam no supieron nada más que durante el horario de la cantina.
Había sido un par de días entretenidos cuanto menos, pero aquello no fue más que la calma antes de la tormenta. El domingo llegó y las doce del mediodía se acercaban. Los ocho jóvenes adultos seleccionados para el proyecto Theos estaban reunidos en la sala de espera de un área nunca antes vista dentro del complejo.
Ya no era de extrañar para ellos que las puertas se abriesen y cerrasen conforme fuese necesario. Ferdinand había pedido los planos del recinto como uno de los tres objetos diarios a los que cada sujeto tenía derecho, y así pudo confirmar la complejidad de aquella residencia que a simple vista parecía simple. Si bien al joven alemán no le interesaba demasiado investigar sobre Apeiro, sí que le daba curiosidad conocer el terreno. No vio nada fuera de lo normal, tan solo observó un enmarañado de salas y pasillos aquí y allá que supuso que irían descubriendo poco a poco y una amplia zona aparentemente al lado del pasillo de habitaciones. Como los lugares no iban acompañados del nombre, poco podía hacer.
La puerta frente a ellos se abrió y de ella salió Delta, vestida con su característica bata de laboratorio azul océano y portando una serie de documentos agarrados a una carpeta sujetapapeles. Antes de hablar se subió las gafas, que brillaron momentáneamente ante la refracción de los paneles luminosos del techo.
—Muy bien, grupo. Como ya se habló en vuestra última lección, hoy da comienzo el primer examen. Gracias por acudir con puntualidad a la sala de estudio, lo tendremos en cuenta —la científica se echó a un lado de la entrada y les invitó a pasar con un gesto—. Podéis ir entrando de uno en uno. Colocaos ordenadamente en las sillas y seguid las instrucciones de vuestro encargado.
A pesar de la situación, Fer no sentía ninguna presión. Ni siquiera al entrar en aquella gran sala, llena de instrumentos científicos rodeando lo que parecían una serie de ocho sillones de metal colocados en círculo y acompañados de esos trabajadores que tan acostumbrado estaba a ver desde su llegada. Como todos los que había visto, eran prácticamente iguales, tan solo diferenciados por sus cansados rostros y aquel código que cada uno poseía en su pecho. El chico podía apreciar en detalles así la calidad de la organización en Apeiro, aunque de primeras le resultaba macabro.
Siguiendo las instrucciones de Delta, Fer se sentó en uno de los asientos del fondo, junto a Víctor y Miriam. Los dos amigos se miraron. El joven pelinegro parecía algo nervioso, como si estuviese preocupado. "Eh, Víctor." murmuró su compañero, esbozando una sonrisa y levantando el pulgar. Este le devolvió el gesto e inspiró profundamente. En realidad le entendía, la sala daba escalofríos. Lo más parecido que el alemán había visto a aquel lugar era una consulta del dentista. Odiaba los dentistas.
Fer echó un vistazo a lo que colgaba sobre su cabeza: una especie de casco bastante grande conectado a lo que parecía ser una pantalla. Cables blancos entraban y salían de aquella enorme pieza de algo similar a cristal tintado. Lograba ver en su interior dos piezas de metal situadas en lados contrarios, en lo que podría ser la sien. Víctor le imitó y, casi al instante, tomó un poco de aire.
Los trabajadores pasaron un par de minutos gestionando y ajustando la gran maquinaria que los asientos rodeaban. Parecieron haber terminado cuando un ruido de motor pido oírse a la espalda de los jóvenes. El alemán miró al frente, pero podía notar que su amigo se giró con miedo.
—Por favor, sentaos mirando al frente y no os mováis hasta que los cascos vuelvan a su posición inicial —indicaba Delta, que podía oírse desde algún lugar de la sala.
Lo próximo que Fer vio fue una pantalla de cristal oscuro cubriendo toda su visión. Segundos después notó dos frías piezas de metal a los lados de su cabeza, apretando ligeramente mientras escuchaba el zumbido del cacharro en el que estaba metido.
No era tan malo como pensaba que sería. Le hubiese gustado ver cómo estaba Víctor, pero no pudo ni siquiera moverse. Le sorprendió ver aquel miedo en él, alguien que la mayoría del tiempo se la pasaba haciendo bromas y disfrutando de la compañía del resto de sujetos, quitándole importancia a todo problema que se presentase. Al fin y al cabo, le conocía de menos de una semana, lógicamente aún no sabía como era en realidad.
Hacía tiempo que no veía a alguien tan social como él, tan... encantador, si podía describirse así. No veía el momento en el que él tuviese que abandonar el proyecto. Lo mismo le pasaba con Blanca. Preferiría irse él antes que ellos, simplemente por no tener que quedarse solo. Eran amigos, buenos amigos. Y el tiempo que llevasen siéndolo, por alguna razón, no le importaba. Fer no los veía como desconocidos.
¿Así se sentía la compañía?
Mientras la máquina hacía de las suyas, Fer pensaba en sus compañeros de la universidad, en su padre, en su entorno. Les echaba de menos. Irónico, ya que el motivo por el que aceptó no fue otro que alejarse de ellos, sobretodo de su padre. Igualmente no pudo evitar preocuparse, estaba solo en casa por primera vez desde que su madre... ¿Por qué tuvieron que confiscarles el móvil al entrar a Apeiro? ¿Y si ocurría algo y debía volver?
— —— —
—Papá, ¿tienes un momento?
Un hombre imponente, tan alto como Fer pero de un color de cabello más apagado apartó la mirada de su computadora para centrarla en su hijo, quien se asomaba por el marco de la puerta con nervios.
—Dime, Ferdinand.
—Los amigos de la universidad van a salir a cenar mañana para celebrar el fin de semestre. Pensé que estaría bien ir y despejarme un poco...
No hubo respuesta inmediata.
—Pero los viernes vemos una película después de cenar, ¿no quieres?
—Sí, no es eso. Sabes que son pocas veces las que me dejas salir, y esta es una ocasión especial. He sacado matrícula de honor en todo, creo que lo merezco.
—¿Quién eres tú para decidir qué te mereces o no? En todo caso seré yo, o al menos mientras vivas aquí.
Fer apartó la mirada y trató de evitar resoplar.
—¿Puedo o no salir?
—Te quiero de vuelta antes de las doce. Te espero despierto para ver la película que te dije, seguro que te gusta.
En realidad no le apetecía. Estaba cansado de tener que ver las aburridas propuestas de su padre viernes tras viernes, sin falta. Se sentía solo y era normal tras la pérdida de su mujer, pero el joven alemán siempre pensó que se aprovechaba de él para superarlo. Era su padre, no quería malpensar de él, pero...
—Muchas gracias. Volveré a las doce, sí.
—Antes.
—Papá, tengo diecinueve. No me va a pasar nada por estar fuera hasta la medianoche.
—Madrid es muy peligroso por las noches. ¿Y si te pasa algo? Sabes que a los extranjeros no es que nos den el mejor trato, nunca se sabe. Por favor, ten cuidado. O si no, olvídate de salir más.
A cada palabra que cruzaba con él se enervaba más y más. Quería contestarle, refutarle y desobedecerle. Pero era su única familia, no podía hacerle eso. Además, no iba con su estilo. Fer era el chico joven, inteligente y obediente que no llamaba la atención y era agradable con todos. ¿Qué maldad tendría alguien así?
—Vale. Muchas gracias, te quiero papá.
— —— —
Ferdinand deseó que el casco se retirase de su cabeza de una vez. No podía ponerse a pensar en esas cosas, menos aún en una situación así. Le estaban estudiando el cerebro, o al menos eso dijeron. ¿Podrían estar viendo sus pensamientos? ¿O cómo iba eso exactamente? Ninguno de los ocho estaba haciendo realmente ningún esfuerzo intelectual.
Pasaron unos 10 minutos hasta que el grupo pudo apreciar cómo los zumbidos de la maquinaria frenaban lentamente. Acto seguido, sus cabezas dejaron de ser apretadas y el casco volvió a su posición lentamente.
"Podéis levantaros" dijo Delta. Los sujetos obedecieron. Víctor aprovechó para estirar las piernas mientras soltaba un suspiro de alivio.
—Es que no me gustan los médicos —le susurró a Fer con una sonrisa pícara. Ya había vuelto el Víctor de siempre.
La pareja se giró para encontrarse con las pantallas que colgaban sobre el casco encendidas y reflejando una detallada información a cerca de ellos, mil veces más específica que la disponible en sus brazaletes. Eso sí que no lo vieron venir.
—Bueno —comenzó a explicar Delta de nuevo—, parece que hemos terminado el estudio. Podéis ver en las pantallas vuestros respectivos datos. Lo más destacable podría ser el coeficiente intelectual, ese número que podéis ver en grande junto a vuestra foto. Justo debajo se encuentra la gráfica de capacidades por sector. Ahí podéis ver qué tan aptos seríais como sujetos de cada sector a excepción del Delta y del Sigma. Lo demás es información que más que a vosotros nos interesa a los administradores del proyecto.
Fer observó su pantalla. Un gran 156 se dejaba ver junto a la foto que entregó con el currículum. Echó la vista atrás para recordar aquel test de CI que se hizo al entrar a la universidad. Si no recordaba mal era de 139, por lo que... bueno, había mejorado. Acto seguido se fijó en una gráfica donde observaba un distinguible pico en el área del sector Gamma. ¿Ese era el de medicina y biología? Sí, lo era. Al fin y al cabo eso estudiaba. El segundo campo más alto, aunque con bastante diferencia, parecía ser el del sector Lambda. Luego el Alfa, el Omega y por último el Beta, casi en el cero.
Giró su cabeza para observar el de Víctor. 178 de CI y un claro pico en el sector Lambda, aunque el Omega no quedaba muy atrás. Los resultados de Miriam también le causaron curiosidad. Quizá era su única oportunidad de saber algo de ella vista su actitud con el grupo, por lo que sacó su lado cotilla por una vez.
La pantalla marcaba un CI de 160 y un sorprendente pico en el campo del sector Gamma, incluso más que el que pudo observar en su propia gráfica. El resto de sectores no quedaban demasiado por debajo.
Pasó otro cuarto de hora en el que Delta se dedicó a resolver dudas respecto a los resultados. Algunos se sorprendieron con ellos, ya fuese porque en ciertos casos la gráfica no correspondía con los campos a los que esos sujetos se dedicaban, como también era el caso de Germán. Parecía que su pico se encontraba en el sector Alfa y no en el Omega, donde iban generalmente los geólogos. Otros cuestionaron por qué sus coeficientes habían subido tanto. Blanca por ejemplo, subió 21 puntos desde su último test, algo bastante destacable; y Silvia se impactó al ver cómo los cinco sectores la consideraban igual de apta. Ambas chicas debían ser prodigios de la ciencia.
Pasado este periodo, la administradora llevó al grupo a la cámara principal del recinto. Eran las 12:33, aún no apetecía comer. Además el examen estaba por comenzar. De hecho debería haber comenzado o estar a punto, según lo que Delta indicó el viernes. Pero no había cambiado nada.
Blanca, Fer y Víctor se reunieron en una de las mesas de la zona común a esperar juntos el comienzo del examen.
—Estoy muy nerviosa —dijo Blanca mientras toqueteaba uno de los mechones de pelo que yacían sobre su hombro—. ¿Cómo será el examen?
—Después de lo que nos acaban de hacer me espero cualquier cosa —contestó Víctor—. Nos acaban de hacer un chequeo cerebral completo en tan solo 10 minutos, ¿qué es esto?
—Un poco de miedo sí que ha dado. Me he puesto bastante nerviosa al oír la máquina encenderse. Ha sido raro, ¡pero al final no estuvo mal!
—Qué entusiasta —dijo Fer.
—Es que no sabía que la ciencia estaba tan avanzada. Quisiera saber cómo han conseguido tecnología así, es que todo esto es...
—Como si estuviésemos en el 2109 —respondió el pelinegro con una gran sonrisa de emoción—. ¡Como una película de ciencia ficción!
—Se te ve mejor que durante el experimento, ¿eh? —comentaba el alemán.
—Ya, ya, es que tanta tensión me puso nervioso. Esas cosas de metal casi me dan un infarto cuando me tocaron.
—¿Tan asustadizo eres? —preguntó Blanca con una sonrisa de lástima.
—Estaba temblando del miedo. Qué pena no haberle visto cuando bajaron los cascos —indicó Fer entre risas con un notable tono de vacile.
—¡Ya, ya! Pero a ti te he visto descompuesto cuando ha acabado. ¿Viste un espíritu o qué?
Fer giró su cabeza fingiendo indignación.
—Lo que tú digas.
En realidad sí que sintió algo de vergüenza al enterarse de que Víctor le vio así. Se le tuvo que poner mala cara durante la charla que tuvo consigo mismo.
—Bueno —volvió a hablar Víctor—, para la próxima ya sé a qué me enfrento. No voy a negar que hoy he dormido poco dándole vueltas a lo que nos harían en la revisión.
—¿Qué te creías, que te abrirían el cerebro? —le preguntó Blanca con un tono burlesco.
—Sí cariño, eso mismo —dijo antes de mostrarle el dedo medio con una gran sonrisa y levantarse de la silla para echar un vistazo general al lugar—. Y a ver si dicen ya en qué coño consiste el examen, que me matan los nervios.
Mientras trataba de localizar a sus demás compañeros, Bea le sorprendió corriendo desde el interior del pasillo de habitaciones. Esta alzó sus manos para llamar su atención.
—Hombre Bea, qué de tiempo. ¿Qué pasa?
Los otros dos jóvenes giraron su cabeza al oír el nombre de su compañera.
—Tenéis que venir. Creemos que el examen ya ha comenzado y que... bueno, es que es difícil de explicar. Venid, anda.
La pelirroja se giró e hizo un gesto indicando que la siguiesen antes de volver en dirección a las habitaciones. El trío obedeció y caminó a paso ligero a aquel pasillo. Pensando que encontrarían cualquier chorrada, lo que descubrieron fue que ese corto pasadizo de habitaciones había perdido la pared del fondo. El camino ahora se extendía varios metros a lo largo y contenía varias ramificaciones que podían notarse a simple vista.
Los cuatro chicos se reunieron con Germán y Sergio, que observaban atentamente aquel descubrimiento tan sorprendidos como ellos. A Fer no le dio tiempo a pedir contexto antes de que Miriam saliese de una de aquellas bifurcaciones y volviese con el grupo.
—¿Y bien? —preguntó Sergio con calma.
—Es un laberinto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro