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Capítulo 57. Una última cena

Fer aún no se lo podía creer, pero estaba a punto de irse de su sector por última vez. Saliese bien o no el plan de Delta, era casi seguro que no volvería a pisar las instalaciones del sector Gamma nunca más. Y, muy en el fondo, le daba pena.

—Bueno —dijo la líder del sector a sus dos discípulos—, hasta aquí llegan mis enseñanzas sobre vosotros. La verdad es que no puedo negar que esté orgullosa de vuestro avance.

Ambo jóvenes asintieron en silencio.

—Si da la casualidad de que alguno de vosotros gane el proyecto probablemente nos volvamos a ver. Estaré encantada de teneros en mi sector.

"Si tú supieras", pensó Fer. Por mucho que le gustase haber trabajado en los laboratorios del sector, Apeiro no dejaba de ser una cárcel sin ningún tipo de valores. No volvería a trabajar para ellos por nada en el mundo. ¿Se sentiría Gamma igual? Si se hubiesen conocido en otras circunstancias, Fer estaría encantado de ser su empleado.

—Pero bueno, disfrutad hasta entonces de los dos días que os quedan, si es que podéis —mencionó con incomodidad, sabiendo perfectamente lo difícil que era pasarlo bien en un lugar como Apeiro—. Y, sobretodo, esforzaos al máximo en el último examen. Sería un orgullo que un sujeto del sector Gamma ganase un proyecto tan importante.

—¿Es que no tenemos tanto prestigio como otros o...? —se atrevió a preguntar Miriam. Total, era la última vez que veía a Gamma, ¿por qué no aprovechar para tener una última conversación con ella y sacarle información?

—Bueno, sí, no mucho —respondió—. No más que otros sectores, como el Beta o el Alfa.

—Entiendo.

—Sergio, nuestro otro compañero, es del Alfa —informó Fer al oír el nombre de dicho sector.

—Lo sé, por eso os deseo suerte. No es muy sencillo entrar al sector Alfa, y hay que admitir que los que lo consiguen son unos prodigios.

—Pero ya trabaja para ellos, ¿no? Al igual que nosotros para ti —volvió a preguntar Miriam.

—A los sujetos del sector Alfa se les suele acabar derivando al Omega, solo quieren a lo mejor de lo mejor —reveló, dejando caer que Sergio no tendría su puesto en la élite asegurado aunque ganase—. Pero bueno, no os entretengo más, que vuestro metro va a llegar. Mucho ánimo.

Miriam y Fer se despidieron moviendo su mano y se dispusieron a caminar hasta el andén, donde tomarían el metro hasta el complejo.

Delta ya les había dado el anuncio oficial de la cena con Sigma, y les había dicho que pasasen por el complejo para cambiarse la ropa. Una más elegante e ir hasta el sector Sigma escoltados por ella misma y dos de sus guardas.

Con las tareas ya hechas y los nervios a flor de piel, Fer se pasó por la habitación de Miriam para ir juntos a la entrada del complejo y allí esperar a su supervisora.

—Qué bien te queda el traje —murmuró una voz a espaldas del joven, mientras esperaba a que su compañera saliese.

—Ah, Sergio. Gracias, a ti también —contestó, ocultando el sobresalto ante su repentina aparición, como de costumbre—. No me esperaba que nos diesen ropa nueva para la cena.

—Es Sigma —recordó el matemático—, hay que darle buena imagen. ¿Crees que muchos sujetos pueden tener el honor de conocerle en persona?

—No sé.

—Bueno, tú lo viste.

Fer suspiró.

—Ya. Incluso el recepcionista del sector Sigma parecía asustado cuando lo vio entrar en la sala.

—Eso es que no, no muchos le han visto la cara—dedujo, cruzándose de brazos—. ¿Cómo es? Sé que no te gusta hablar de lo que viste aquel día, pero creo que nos iría bien tener información de antemano.

Miriam salió de la habitación para tan solo saludar y mantenerse en silencio, pendiente de la conversación entre sus compañeros y sorprendida por ver al fin a Fer hablar del tema.

—No sé. Algo en su aura estaba mal.

—Su aura —repitió Sergio.

—Sí. Suena raro, pero es que... Se me pusieron los pelos de punta con tan solo verlo. No parece mayor, pero tampoco parece joven. La poca piel que llevaba al descubierto era pálida y su pelo era completamente blanco. Quizá es albino.

—¿Y eso es lo que tanto te perturba de él? ¿Que es albino? —preguntó el estadista ocultando de mala manera sus ganas de reírse.

—No, joder. Era su forma de hablar, y... —el joven dejó de hablar por unos segundos, notablemente preocupado. Tragó saliva antes de continuar— No podía ver. Llevaba un antifaz sin agujeros para los ojos, pero aun así se desenvolvía como alguien sin problemas de visión. Bea y yo sabíamos que nos estaba mirando. Además, me sentí como si estuviese hablando con un muerto, alguien sin alma.

Un escalofrío recorrió la espalda de Miriam, y Fer pudo notarlo. Los tres jóvenes parecieron caer al mismo tiempo en por qué Delta quiso comunicarse con ellos mediante escritos: Sigma no puede ver, solo oír. Eso significaba que llevaban todo este tiempo siendo escuchados, pero no vistos, o al menos por él. Delta debía hacer de ojos para Sigma, pero si le engañaba...

Ahora lo entendían todo. A pesar de no poder comentarlo, una mirada entre ellos les bastó para saber que los tres habían pensado en lo mismo.

—Suena como un tipo raro —comentó Sergio interrumpiendo el silencio mientras se rascaba la barbilla—. No tiene pinta de que vaya a ser una cena normal y corriente.

—No, eso está claro —admitió Miriam con la mirada fija en el suelo—. Hay que prepararse para lo que venga.

Delta ya estaba en la entrada del complejo Theos cuando el trío alcanzó la sala central, de brazos cruzados y apoyada en la pared junto a la puerta. El grupo intercambió con la mujer miradas de temor. Delta asintió al ver que ya estaban listos y abrió el gran portón, revelando dos guardas al otro lado de este.

—Vamos, ¿sí? Sigma nos espera allí a las ocho.

El viaje de ida fue silencioso, quizá por los nervios del momento, quizá porque ninguno de los jóvenes estaba acostumbrado a interactuar con Delta fuera del complejo, mucho menos con dos guardas a su lado.

Todos los trabajadores y sujetos en el mismo vagón evitaron a toda costa hacer contacto visual con ellos, mucho menos con Delta. Sabían perfectamente quién era Delta, y probablemente podían imaginar que ellos también eran personas importantes al no portar la vestimenta de un sujeto convencional. ¿Sabrían del proyecto Theos? ¿Se hablaría de ellos, los aspirantes a descubrir la inmortalidad? ¿Sería tema de conversación su intento de franquear todos los sistemas de seguridad del sector para escapar?

¿O quizá no eran tan especiales como ellos creían?

El metro paró poco después en el sector Sigma, tan frío y desolado como siempre. Fer se sintió sumergido de nuevo en aquel entorno infernal, en las fauces de un abismo inexplorado. Delta salió la primera y caminó hacia la entrada al vestíbulo. Algo había cambiado: había guardas de seguridad en cada puerta. Parecía ser que Sigma estaba tomando medidas por si acaso.

Los recuerdos de uno de los peores días de la vida de Fer comenzaron a fluir conforme recorría el pasillo y la recepción del sector. Un muchacho diferente al que vio en su primera visita yacía al otro lado del mostrador, expectante de recibir a Delta y el resto.

—Buenas noches, tenemos cita con Sigma.

—Por supuesto —contestó el muchacho, con una amplia sonrisa—. Seguid a mi compañero por aquí.

Acto seguido, el recepcionista dio luz verde a un corpulento hombre para abrir la puerta junto al mostrador y guiarles por un largo y oscuro pasillo lleno de salas enumeradas que no parecían terminar.

—La iluminación en este sector podría mejorarse un poquito —murmuró Sergio, llamando la atención de Delta y sus compañeros, quienes le dedicaron unas miradas de tensión.

—Sigma no es muy fan de las luces potentes —explicó la mujer ante unos segundos de silencio por parte del trabajador del sector—. Todas las instalaciones del sector cuentan con el mínimo de brillo.

"Pero si no puede ver", pensó Fer. Aquella persona se cada vez más misteriosa y confusa.

El pasillo llegó a su fin tras girar a la izquierda, revelando la entrada a un espacioso ascensor gris industrial con puertas en sus cuatro paredes. A pesar de su tamaño, por culpa de la luz y la falta de espejos se sentía como un lugar claustrofóbico, incluso aunque las siete personas no ocupasen ni la mitad del espacio.

Una vez en la quinta planta, las puertas se abrieron y fueron finalmente guiados hasta la entrada a una sala llamada "Comedor Sigma". Sí, ese era su destino. Los dos guardas Delta se retiraron, mientras que el que les había llevado hasta allí se encargó de darles acceso al recinto para a continuación quedarse en la entrada de espaldas al interior.

Era una habitación amplia pero vacía, contando tan solo con una gran mesa redonda en el centro sobre la que podían verse una serie de platos y cubertería de la mayor calidad. En uno de los cinco asientos estaba aquella figura que Fer ya había conocido en el pasado, esa persona que tanto miedo tenía de volver a ver. Una vez más, se sintió directamente observado por él, a pesar de que seguía portando aquel dichoso antifaz.

La iluminación de la habitación, sorprendentemente, no era mala: unos enormes ventanales tras Sigma permitían que entrase la ligeramente anaranjada luz del sol, ya cerca de cruzar el horizonte.

—Tomad asiento —ordenó con frialdad.

Ni un "buenas tardes", ni un "bienvenidos". Directo al grano, como era propio de él.

Fer tragó saliva antes de sentarse a un asiento de Sigma, entre Delta y Miriam. Aprovechó el silencio que se generó en la mesa para clavar su mirada en la cubertería, aún vacía. Los cuchillos parecían afilados, así que probablemente probarían un plato de carne.

—Espero que no tengáis hambre, porque aún queda un ratito para comer —enunció—. Es temprano todavía, ¿no? El sol ni siquiera se ha puesto.

No hubo respuesta. Delta no parecía querer comenzar la conversación, sino que hizo un pequeño gesto a los jóvenes para que fuesen ellos quienes hablasen. Pero por lo menos a Fer no le salían las palabras.

—Por favor, no seáis tímidos —prosiguió, dejando mostrar una macabra sonrisa en sus finos y apagados labios—. ¿Es que os doy miedo?

Sergio alzó la vista.

—-Hombre, un poquito.

El soberano giró su cara para observarle, si es que podía.

—Sé que no soy el tipo de persona que estáis acostumbrados a ver. Me veréis como un señor con vestimenta extraña que se dedica a extorsionar adolescentes y usarlos como conejillos de Indias en juegos crueles. Quizá es lo que soy.

—Depende de cómo lo mires...

—No sé. ¿Qué opinas, Delta?

La mujer miró de reojo a su superior, extrañada por la pregunta. Antes de que pudiese responder, ya había vuelto a hablar.

—¿Somos o no somos unos asesinos psicópatas?

Hubo un segundo de silencio y tensión.

—Lo hacemos por la ciencia.

—Exacto —respondió el hombre—. Pero no todos aprecian los sacrificios que a veces hay que hacer para evolucionar como especie. En fin, ¿qué tal estáis? ¿Os han gustado nuestras instalaciones? ¿Se ha portado muy mal Delta con vosotros?

Miriam se atrevió a incorporarse a la conversación.

—El sector Gamma es interesante. No he podido ver mucho de los otros.

—Me alegra saberlo. Es una pena que no tengáis el permiso de moveros entre sectores, pues os estáis perdiendo grandes experiencias allí fuera. Pero no se puede saber de todo, ¿no?

—Bueno —interrumpió Sergio—, eso es relativo.

Sigma no dio respuesta por un par de segundos, como si estuviese esperando que el sujeto siguiese hablando. Al ver que no lo hacía por su cuenta, decidió darle un empujón.

—Desarrolla.

—Tú sabes de todo. Delta seguro que también sabe de todo. A nosotros también nos habéis enseñado de todo.

—Sabéis mucho menos de lo que creéis.

—¿Y tú?

—El mio es un caso diferente.

—Quizá tú tampoco sabes tanto como crees. ¿Crees que lo sabes todo?

—Sergio... —murmuró Delta, preocupada por la repentina rebeldía en las palabras de su discípulo.

—Silencio, Delta —le interrumpió el líder de sector, a lo que la mujer asintió para acto seguido agachar la cabeza—. Tienes razón, Δ-334. No sé tanto, o al menos no tanto como me gustaría.

—Imagino que es por eso que has creado este proyecto. Te facilitaría las cosas tener conocimiento absoluto, ¿no es así? Siendo inmortal no te faltará tiempo para descubrir todos los secretos de nuestra existencia.

—Vaya. No me extraña que alguien como tú haya llegado hasta aquí —admitió.

—Gracias, supongo. Espero poder aportar todo lo que pueda antes de mi eliminación, si es que llega.

—No hace falta que me pelotees. Ya sé lo mucho que has sacrificado para estar aquí, no necesito que me demuestres nada más.

Sergio se encogió de hombros antes de responder un simple "vale". A continuación, Sigma clavó su "mirada" en Fer, quien se petrificó al darse cuenta de ello.

—Y tú, ¿no vas a decir ni una palabra? Que ya nos conocemos, hombre, no esperaba tanta tensión. ¿Te sigo emitiendo un aura rara?

"Me escuchó, claro", dijo para sus adentros antes de buscar una respuesta que dar sin parecer aterrado, aunque posiblemente ya se hubiese dado cuenta de ello.

—No tengo mucho que decir ahora mismo, lo siento —Fer sintió como su voz se quebraba del pánico en el último par de palabras.

—Nada que sentir. Espero que al menos estés disfrutando de estar aquí.

—Sí, bueno. Solo estoy un poco nervioso y tal...

—No me extraña. Además, con los días que has tenido últimamente... Has visto de todo, ¿no?

Fer asintió en silencio, dolido por el comentario. Sabía que estaba hecho a consciencia.

—Me sorprendió lo rápido que superaste la muerte de Δ-281. Estabais bastante unidos, por lo que sé. No esperábamos que surgiese un romance entre vosotros. Bueno, no mutuo, pero...

Apretando el puño bajo la mesa, el alemán se resignó a responder.

—Habla de Víctor —aclaró Sergio.

—Ya lo sé —bramó con disgusto.

Aquello no era una cena, era una prueba más. Con los puntos tan bajos, Sigma pensó que igual colaba que alguien cayese en sus trucos, siendo eliminado delante suya. Pero no iba a ser su caso. No había superado a Víctor y nunca lo haría, pero ese no iba a ser su final. Quería vivir, por él, por Blanca y por todos aquellos que no habían podido hacerlo.

Pero aquel demonio seguía presionando.

—Al final no indagasteis en su asesinato, ¿no? —preguntó con un tono de curiosidad— Sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que movisteis cielo y tierra para resolver el de Germán. ¿Y si en el próximo examen se repite la premisa? Esta vez no tendríais pruebas.

—Sigma, sabemos perfectamente que eso no va a pasar. Darle más vueltas solo traería más peleas entre nosotros, además de que no creo que seáis tan poco originales como para hacer dos exámenes iguales.

—¿Estás segura de eso?

—No hay otro traidor entre nosotros, fue un clon y ya está.

—Pues parece que lo tienes claro, sí. Pero en lo del clon te equivocas.

Fer se congeló al oír aquellas palabras, mientras que Miriam suspiró para tratar de relajarse y se llevó una mano a la cara. Aquello iba a salir mal.

—Hay que ver, a veces eres un poco cerrada de mente, ¿no? ¿Quizá por eso apenas te quedan diez puntos? Ten cuidado, que aún puedes perderlos todos.

—No voy a perderlos, no te preocupes.

—Igual el impacto de saber quién es el asesino de uno de tus compañeros te altera más de la cuenta.

—¡Que no me importa quién haya matado a Víctor!

—¿Segura? ¿De verdad no quieres saber que tu mejor amigo es un asesino?

Atónito, el alemán alzó la cabeza, cruzando miradas con una Miriam ojiplática. Ninguno de los dos procesaba lo que acababa de decir Sigma.

—¿Fer...?

Aunque quería, el alemán no era capaz de emitir un solo sonido de su interior. No entendía lo que estaba pasando. Estaba petrificado.

—¿Tú... mataste a Víctor?

—¿Eh? Ah, no, que me he equivocado —interrumpió Sigma con una leve risilla—. Si es que aún me lío. El asesino es Δ-334.

Tanto Miriam como Fer se detuvieron a mirar el código que colgaba del pecho de Sergio para a continuación procesar una vez más las desagradables palabras de aquel ser. ¿Sergio era un asesino? ¿Podían creerle realmente? Algo en lo más profundo de Fer no quería hacerlo, pero...

—Ups, me pillaron.

Aquel comentario lo dejó claro. Antes de que cualquiera de ellos pudiese reaccionar, un caballeroso muchacho de pelo castaño se acercó a la mesa desde lo que parecía ser la cocina del establecimiento con una serie de platos de lo que parecía ser algún tipo de carne con un bastante buen olor. Fer pudo verle colocar los platos de uno en uno en el más sumo silencio. Delta tenía la atención puesta en él, extrañada por algún motivo.

—Disfruten de la cena. Chuletón de ternera al punto con guarnición de verduras frescas. Ahora les traigo las bebidas —enunció educadamente antes de darse la vuelta y desaparecer por las puertas de la cocina.

—Es carne cara, ¿eh? No dejéis un solo trozo —mencionó Sigma, sonriente.

Sergio arqueó una ceja, confuso por el repentino cambio de conversación. ¿Nadie iba a retomar un tema tan importante, ahora que había sido expuesto en contra de su voluntad?

Fer lo haría, por supuesto.

—¿Por qué lo hiciste?

—A ver, a ver... Tengo mis razones, pero no te enerves.

—Ocultas que mataste a Víctor... ¿Y me pides que no me enerve?

—Sí, básicamente —respondió sin escrúpulos—. Mira, le maté porque se me cruzó la oportunidad. Todos sabemos que solo uno de nosotros va a vivir, y yo... pues bueno, me vi amenazado por Víctor. En el anterior diagnóstico tuvo resultados más positivos que yo.

Fer no podía creer lo que oía.

—Tu excusa es que le mataste porque pudiste.

—Más o menos —admitió—. Vamos a ver, a mí no me afectan las drogas que os han colado a vosotros. No he desarrollado el maravilloso lazo afectivo que vosotros sí habéis conseguido. Sois mis rivales y siempre lo habéis sido, ¿vale? Dejarme morir por otra persona, para mí, es suicidio, y me aprecio lo suficiente como para no dejar que eso ocurra.

La expresión de Fer no era propia en él: estaba enfadado, más de lo que lo había estado jamás.

—Agradece que estamos en medio de una cena, porque si pudiese te mataría aquí y ahora.

—Bueno —interrumpió cautelosamente Sigma mientras comía—. Si tenéis que echaros uno encima del otro, no os cortéis. O sí, cortaos, que para eso están los cuchillos.

El alemán clavó su vista en el afilado utensilio mientras usaba todas sus fuerzas en calmar la ira e impotencia que estaba sintiendo en aquel instante.

—Fer, no hagas nada de lo que te vayas a arrepentir, por Dios.

Al contrario de Miriam, Sergio no parecía estar asustado por lo que podría suceder a continuación. Lo demostró cuando agarró su cuchillo y se levantó de la mesa con decisión.

—Pues aquí me tienes —enunció con una sonrisa pícara y el arma apuntándole.

Una vez más, el dichoso camarero interrumpió la escena para traer vasos de agua.

—Solo disponemos de agua, lo siento —dijo en silencio mientras repartía el líquido de la gran botella antes de volver por donde había venido.

Fer se detuvo para observar el ahora lleno recipiente frente a él. Era una copa de cristal, una que en una situación normal se hubiese usado para servir vino. Pero les habían dado agua. Quizá en Apeiro estaba mal visto el alcohol.

—Por favor... —volvió a pedirle su compañera, viendo que se estaba replanteando sus actos.

Por tan solo un instante, el muchacho pensó que sí, que era mejor quedarse quieto. Estaban a punto de salir de Apeiro, siendo Sergio quien se quedaría allí, sufriendo por Dios sabe cuánto tiempo. ¿No era ese suficiente castigo para él? Pausó sus pensamientos momentáneamente para beber agua, toda la que había en su copa, hasta no dejar una sola gota. Inspiró profundamente e intentó volver a enterrar sus impulsos.

Pero al final decidió que no podía cargar el resto de su vida con el peso de no haberle dado una buena paliza a aquel hijo de puta cuando pudo.

La copa de Fer voló hasta la cabeza de Sergio con velocidad y una sorprendente puntería, dándole de lleno en la frente y rompiéndose en pedazos. Antes de que al matemático se le ocurriese contraatacar, Miriam se levantó de su asiento con decisión y le arreó una buena bofetada a su amigo para hacerle volver en sí.

Una bofetada que dejó su mente en blanco y su visión en negro por un momento. ¿Qué estaba pasando? Se había desorientado con un mero tortazo en la cara. ¿Tanta fuerza tenía Miriam? Su cabeza comenzó a dar vueltas y por un momento sintió que caía en un vacío infinito.

De un momento a otro, la luz poco a poco volvió a alcanzar sus pupilas de nuevo y su visión se restauró gradualmente. Estaba desubicado, sobretodo porque no estaba en la sala donde creía que estaba.

Frente a él estaba Delta. Bueno, no Delta, sino Nieves, con la mano alzada y la mirada fija en él. Al observar su mano, Fer notó un ardor en una de sus mejillas.

—Basta —murmuró con un tono entrecortado—. Por favor. No te hagas más daño.

El muchacho agachó la cabeza para ver sus manos ligeramente manchadas en sangre que provenía de sus muñecas. Desorientado, miró a su alrededor. Una consulta bastante pequeña y acogedora, cuyas paredes estaban forradas por estanterías llenas de libros. Un título de graduado en psicología colgaba de la única pared libre de muebles, la que estaba tras la estresada mujer.

—Fer, la terapia no funciona. No puedo hacer mucho más por ti.

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