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Capítulo 53. La culpa era suya

Cuando Delta vio en cámaras el brutal ataque que Víctor recibió no tuvo más remedio que correr al complejo, aunque tan solo fuese para observar la escena en vivo y en directo. La científica tuvo claro desde el principio que la eliminación de aquel aplicado chico ocurriría tarde o temprano, sembrando el caos entre el resto de sujetos, pero no esperaba que esta se diese de una forma tan cruel como un sangriento intento de asesinato. Definitivamente nadie iba a tomárselo bien.

Nada más llegar al recinto se encontró con Miriam, ya nerviosa de esperar sin resultado alguno a cualquiera de sus compañeros. En cuanto vio a Delta entrar por el portón de entrada, un escalofrío recorrió su cuerpo: sabía que algo malo estaba por pasar.

—Delta... —Miriam se levantó para acercarse a ella, preocupada— ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo?

—Sabes que no puedo responderte —respondió con firmeza—. He venido a ver cómo termina el examen, tú espera y verás.

La médica tragó saliva mientras imaginaba todo tipo de situaciones en su cabeza, qué tipo de heridas tendría que curar en caso de ver como por la puerta de salida aparecía uno de sus compañeros brutalmente heridos.

Y eso fue lo que sucedió poco después: Sergio llegó al recinto principal cargando con dificultad a Víctor, quien dejaba atrás un rastro de gotas de sangre que casi infartó a Miriam cuando lo notó. No fue hasta después de unos segundos de shock que la joven corrió hacia sus compañeros.

—Sergio, ¡¿me explicas qué coño es esto?!

—¡Bea nos hizo el lío, ¿vale?! ¡Tú calla y ayúdame a llevarle a la enfermería si no quieres que se muera!

El herido joven yacía en los brazos de sus compañeros, respirando con dificultad y con la mirada fija en el techo. No dijo ni una sola palabra mientras que los dos sujetos cargaban con él para dejarlo sobre una de las camillas de la enfermería. Miriam ni siquiera era capaz de despejar su mente para pensar cómo comenzar el trabajo: el estado del joven decaía por segundos.

—Hay demasiadas heridas, joder... —murmuró la joven, tratando de no perder la calma e ir desinfectando y vendando los varios cortes—. Víctor, ¿me oyes?

El pelinegro consiguió sacar las suficientes fuerzas para levantar un poco la cabeza y asentir con dificultad antes de toser en la cara de Miriam un poco de sangre.

—Tranquilo, voy a curarte, ya verás —Miriam no sabía qué decir para calmarle—. Sergio, por favor, échale un ojo mientras agarro el material.

Sabía perfectamente que salvarle sería un milagro, pero no intentarlo no era una opción que valoraba. Víctor estaba hecho un cristo: el color blanco de su ropa ya apenas se apreciaba bajo aquellas grandes manchas de sangre, además de que la tela de esta estaba totalmente desgarrada ante las varias apuñaladas que había recibido su cuerpo tanto en extremidades como en el tronco. Algo que Miriam notó rápidamente mientras trabajaba fue que sus órganos vitales estaban intactos. Moriría por pérdida de sangre, pero el autor de aquella obra estaba claro que quería prolongar al máximo su muerte, por alguna razón.

—Oye... —la médica se percató de algo más en cuanto le miró con detenimiento a los ojos— ¿Está drogado?

—¿Tú crees? —respondió Sergio, quien tan solo presionaba en silencio algunos de los cortes mientras Miriam atendía otros.

—¡Pero mírale las pupilas, por Dios!

—Yo creo que más que drogado es que está perdiendo mucha sangre.

—Tío, eso no funciona así... —Miriam no paraba de lavar, desinfectar, coser vendar las heridas de Víctor, pero había demasiadas, algunas demasiado profundas.

La escena fue interrumpida por los dos sujetos que quedaban por presenciar la horrible escena. Su reacción fue muy similar a la de Miriam, o al menos al principio. Segundos después, Blanca corrió hacia la camilla mientras derramaba las primeras lágrimas.

—Si es que lo sabía... ¡Lo sabía! ¡¿Quién ha hecho esto?!

La médica miró de reojo a su compañera, dudando en si responder o no mientras vendaba el brazo de Víctor bajo presión.

—Ha sido Bea —terminó por decir Sergio.

La respuesta de Blanca fue quedarse en silencio, mientras observaba con una mirada vacía a la débil víctima que, tras aquellas palabras, giró su cabeza para observar a la joven que se encontraba allí, de pie en silencio y con un rostro inexpresivo.

—B... Blanca...

La física sintió un dolor punzante en su interior a escuchar la quebrada voz de aquella persona que juró proteger hasta el final, y que podría haber salvado si no se hubiese separado del resto al principio del examen. Se acercó a él con los ojos inundados en lágrimas que trataba de no derramar para no agobiarle más ni a él ni al resto de presentes. Delta sabía que no duraría mucho sin desmoronarse.

—Víctor... —la joven le dio la mano y la apretó gentilmente en un intento de hacerle saber que estaba a su lado— Vas a curarte, ¿sí? Miriam va a tratar tus heridas como siempre y...

Un pitido proveniente del brazalete de Blanca llamó la atención de todos. Sus puntos estaban comenzando a bajar, sin prisa pero sin pausa. Esto hizo que Fer hablase por primera vez desde que entró a la habitación, incapaz de hacer algo más allá que mirar.

—Blanca, tus puntos están... —trató de advertirle, pero su compañera no pareció escuchar: seguía con la atención puesta en el malherido.

Miriam se percató de lo que estaba ocurriendo, pero no podía permitirse ir más lento, no ahora que la vida de dos de sus compañeros corrían peligro. El ritmo que llevaba era probablemente algo que cualquier enfermero o médico envidiaría con solo verlo.

Pero no era, ni de lejos, suficiente.

—Blanca, relájate, no te quedan puntos suficientes...

—Sálvale, por favor.

—No sé si voy a poder...

—¡Por favor, solo te pido eso!

—¡No puedo hacer milagros, Blanca, no soy Dios, puedo taparle las heridas pero no devolverle la sangre así por las buenas!

Las gafas de la física empezaron a empañarse y por sus rojas mejillas comenzó a caer una fuente interminable de lágrimas. Su puño impactó con fuerza en la camilla donde el indefenso joven se hallaba, sacudiendola ligeramente.

—¡NO SE PUEDE MORIR!

Miriam no podía aguantar más su compostura, la situación la superaba. Sabía que el ritmo cardiaco de Víctor era cada vez más débil: decrecía a tal velocidad que, por mucho que sellara, ya no tenía solución. La sangre que había perdido era demasiada.

Como si de un milagro se tratase, el frágil cuerpo de Víctor consiguió hacer fuerzas para mover su otra mano sobre el puño que Blanca aún apretaba con todas sus fuerzas.

—Te dije que esto... iba a pasar eventualmente —farfulló, casi de forma incomprensible.

La física dejó de llorar instantáneamente para devolverle la mirada, pero sus puntos seguían bajando.

—Víctor, sé que eres fuerte, tienes que aguantar, ¿cómo vamos a salir de aquí los demás? Eres... eres el único que intentó mantenernos unidos hasta el final.

—Ya no os hago falta —balbuceó con una notable dificultad— habéis llegado a la última semana.

—¡No digas eso, da igual qué semana sea! —la estabilidad de la muchacha iba a peor— ¿Y la promesa? Dijiste que saldríamos juntos, ¿te acuerdas?

Por mucho que intentase convencerse, Blanca sabía que no había vuelta atrás. En aquellos instantes quería maldecir a Apeiro, a su asesino, a Delta... Solo quería gritar lo más fuerte que pudiese, lo suficientemente fuerte como para poder ser oída desde cualquier punto del sector. Víctor se estaba muriendo y cada segundo que pasaba era un segundo que el reloj de su vida perdía.

Y lo peor de todo, es que aquella muerte sobraba: todos podrían haber aprobado el examen —sin contar a los clones—, pero por alguna razón, a Bea se le cruzó la idea de atacarle. ¿Por qué no se lo dijo cuando se encontraron? ¿En qué punto del examen sucedió aquella tragedia? Blanca quería ordenar la información que tenía con el único hecho de sentirse mejor al comprender la situación, pero no era capaz de dar respuesta a lo poco que sabía.

No, no iba a perder el poco tiempo que le quedaba a su amigo pensando en cómo pudo haber. No quería saberlo.

La culpa no era de Apeiro por haberles encerrado en aquel infierno, tampoco era de su asesina —quien tan solo era, en cierto modo, una víctima más del sistema al que habían sido introducidos—, ni de la carta que les llegó aquel día de junio poniendo patas arriba lo que todos ellos creían que sería un verano más viviendo una vida sin estudios.

La culpa no era más que de aquellos ingenuos que decidieron aceptar la invitación de una organización que, más que científica, era criminal.

—Blanca... la promesa...

La joven salió de sus pensamientos tras unos segundos en silencio.

—¿Qué pasa con la promesa?

—No quiero... que te mueras. Tú no tienes que morirte. Sal de aquí, eres lo suficientemente fuerte para hacerlo sin mí, ¿sí? Tú misma lo dijiste antes, nos hemos cambiado los papeles. Ahora te toca a ti ayudar al resto.

Blanca apenas podía ver a causa de una cortina de lágrimas formada sobre sus ojos. La débil voz de Víctor la estaba matando por dentro.

—No voy a salir de aquí sin ti, ¿vale? ¡No quiero salir de aquí sin ti!

Pasaron los segundos y la sala se sumió en silencio. La respuesta que todos esperaban por parte del ingeniero nunca llegó.

—¿Víctor?

Hubo silencio, una vez más.

—¡VÍCTOR!

—Ya está, Blanca —interrumpió Miriam, intentando disimular su voz quebrada—. Ya no se puede hacer nada más.

Tras aquellas palabras, no hubo una reacción agresiva por parte de la joven. Tampoco hubo llantos, ni gritos, ni nada. Solo unos ojos que perdieron su brillo casi en el mismo instante que el corazón de Víctor dejó de latir.

Si no fuese por el constante pitido del brazalete de Blanca, la enfermería estaría sumida en una calma digna de funeral. Miriam se secó rápidamente sus lágrimas y sacudió levemente a su compañera en un intento de hacerla reaccionar.

—Vas a quedarte sin puntos, ¿es que no lo ves? ¡Reacciona ya!

Delta pudo ver el buen pero cruel trabajo de Beta al haber implementado aquella forma de perder puntos en el brazalete: había dado en el clavo. Una joven excelente como Blanca, derrumbada y llevada a la miseria en menos de diez minutos, tan solo por ver con sus propios ojos como se desarrollaba algo que en Apeiro abundaba sobre el resto de cosas, incluso más allá de las paredes del complejo Theos: la muerte.

Ya no sabía si no podía reaccionar, o simplemente no quería. Cinco, cuatro, tres...

Miriam tuvo que abofetear a Blanca para hacerla por fin reaccionar. El insoportable pitido cesó, con un solo punto restante.

—¿Vas a rendirte después de escuchar a Víctor pedirte que salgas de aquí? ¿En serio? ¡¿Vas a hacerme sentir culpable toda la vida por haberte quitado cincuenta puntos que te hubiesen salvado?!

Por más que lo intentase, Miriam no consiguió que Blanca volviese en sí. Era médica, no psicóloga: tratar con personas no era ni fue nunca su punto fuerte. Perder a Víctor le dolía, pero perderla a ella también era algo que jamás se podría perdonar.

—¿¡Tan débil eres, en serio!?

Un último pitido le hizo saber instantáneamente que no debió de haber dicho eso.

—Sí.

Blanca escuchó con claridad el sonido que acompañó la aparición de aquel número cero que todos temían, por lo que sabía lo que iba a ocurrir a continuación. Aun así, la joven no apartó la mirada de su difunto amigo.

—Lo siento —dijo, cayendo al suelo de rodillas y con la frente apoyada en un costado de la camilla.

Miriam, al igual que el resto, no tenía ni palabras ni rostros que pudiesen describir lo que sentía en aquel momento: no podía hacer otra cosa que observar la escena en silencio, rezando por que todo aquello solo fuese una broma de mal gusto. No había forma de asimilar que no había nada que hacer por Víctor y Blanca.

La líder de sector dio un paso al frente y posó su mano en el hombro de la afectada física.

—Vamos, Blanca —dijo con calma—. Has sido eliminada.

Algo en el tono empleado por la líder se sentía apagado y decaído, como si ella misma estuviese sufriendo por aquella situación. ¿Era eso posible? ¿Estaba Delta lamentando delante de otros tres sujetos aquel par de muertes?

Blanca no se resistió y se puso en pie para bajarles los párpados a Víctor y darle una última caricia en la mejilla antes de irse. Tras colocarse tras Delta y seguirla al ascensor, decidió que era la hora del adiós. Mientras los cuatro jóvenes hablaban por última vez, la mujer ordenó a un par de guardas que fuesen a por el demacrado cadáver del difunto sujeto.

Aunque tras la muerte del pelinegro sentía que no le quedaba nada por lo que luchar, saber que era su final y que debía despedirse de Fer y Miriam no ayudaba. Incluso de Sergio, quien observaba unos pasos por detrás, con el mismo rostro de indiferencia de siempre.

Fer se acercó a Blanca y le tomó una mano.

—Yo... No me puedo creer lo que está pasando —la voz de Fer sonaba dolida, mucho más de lo que Blanca esperaba.

—Solo cumplo la promesa que hice —respondió—. Mirad el lado bueno: ahora al puesto de ganador solo aspiráis tres, ¿no? Eso es fácil de ganar.

—No tiene gracia.

Fer trató de no sollozar lo más mínimo, pero oír a Miriam romper silenciosamente en llanto detrás suya terminó por destruirle.

—No te vayas tú también, por favor... —dijo, tratando de limpiar sus mojadas y coloradas mejillas.

La física suspiró con pena e intentó levantar la cabeza del alemán antes de darle un abrazo. Le hubiese gustado llorar, pero no le quedaban lágrimas que derramar.

—Estarás bien, al menos siempre y cuando no te separes de Miriam —le dijo con una sonrisa melancólica mientras entraba al ascensor—. Voy a echaros de menos. Aunque no por mucho tiempo, supongo.

—Blanca...

—No digáis nada más. Pero... ¿Puedo pediros algo? —ambos asintieron como pudieron —Sobrevivid a esta mierda de juego. Por Víctor y por mí —Blanca sonrió con una sonrisa que parecía de todo menos forzada. Por alguna razón no parecía ni triste, ni asustada, ni enfadada: solo conforme y contenta de ver que no todo había acabado para dos de sus amigos—. Espero evitar con estas palabras que acabéis como yo.

Tras aquel comentario, las puertas del ascensor se cerraron y la líder y la sujeto se deslizaron hasta donde la luz cegaba la vista. No hubo conversación durante el tiempo que pasaron en la tranquila oscuridad del tubo de cristal.

—Bueno —dijo Delta tras salir del ascensor y guiar a Blanca a la habitación donde, por suerte o por desgracia, solo había estado una vez: con Silvia—. Supongo que ya sabes dónde sentarte.

La joven asintió y se dirigió a la extravagante silla en el centro de la sala. Ya no lloraba o se lamentaba, solo seguía las órdenes de su superior. Estaba más neutra de lo que nunca había estado dentro de aquella cárcel.

—Mátame ya, hazme el favor.

Delta tomó la silla del escritorio y la colocó frente a Blanca para, a continuación, sentarse en ella.

—¿No quieres hablar conmigo o qué?

—¿Tú qué crees? ¿Por qué debería? Sé que eres cruel, pero retrasar lo inevitable por hacerme sufrir es demasiado asqueroso, incluso para alguien como tú.

—Blanca, no. Quiero que hablemos porque tengo unos planes para ti que no son los que crees.

—¿Qué?

—A ver... Tu evolución ha sido excelente y tu personalidad e interés también son impecables. Tienes todo lo que un trabajador de Apeiro necesita. Es una pena que los sentimientos hayan jugado tan en tu contra, pero eso es realmente culpa nuestra.

—No —interrumpió, volviendo a sacar un poco de su carácter—. Da igual qué le echaseis al aire, ni se te ocurra decir que lo que Víctor y yo sentíamos era artificial.

—En ningún momento dije eso —respondió tras apretarse las gafas—, pero es un hecho que lo habéis sentido todo con más intensidad de lo normal.

Blanca no trató de refutar aquel hecho. Sabía que era verdad, que dos personas no podían enamorarse de tal forma en cuatro semanas porque sí.

—El caso es... —prosiguió la líder— que hemos decidido admitirte como trabajadora —hubo un corto silencio que Delta aprovechó para que su sujeto fuese procesando la información—. Bueno, no de trabajadora como tal.

Su discurso fue interrumpido una vez más por la agotada joven.

—Antes muerta a colaborar con vosotros. Ya sabes lo que pienso de ti y todos los demás: sois unos putos monstruos.

—Blanca...

—Ni Blanca ni blanco. No quiero ser como tú y jamás lo seré. Prefiero que me mates a tener que quedarme en esta puta mierda de infierno el resto de mi vida.

Delta suspiró, decepcionada pero no sorprendida: sabía que lo más probable era que le diese esa respuesta, aunque esperaba más cordialidad por su parte.

—Está bien —la líder se levantó y se dispuso a activar la máquina—. Recuéstate y respira hondo. No te va a doler.

Blanca tragó saliva. Su final se abalanzó sobre ella en cuanto notó un leve pinchazo en su brazo y todo su alrededor comenzó a dar vueltas. Sus sentidos comenzaron a debilitarse hasta que lo que quedó e la sala fue una joven inconsciente cuyo último pensamiento antes de perder la consciencia fue el dulce alivio de saber que su sufrimiento acabaría por fin, aunque eso significase morir, sin saber que lo que realmente le esperaba era despertar unos días después sin recuerdos y con un nuevo nombre: Omega.

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[Σ-392. Germán Guerrero]
[Puntuación: 0]

Δ-095. Ferdinand Koch
Puntuación: 71 - CI: 201

[Σ-450. Beatriz Alonso]
[Puntuación: 0]

[Ω-AAA. Omega]
[Puntuación: 0]

Δ-211. Miriam Dutari
Puntuación: 18 - CI: 198

[Σ-735. Silvia Moreno]
[Puntuación: 0]

[Σ-232. Víctor Sánchez]
[Puntuación: 0]

Δ-334. Sergio Espinosa
Puntuación: 47 - CI: 237

[QUEDAN 3 SUJETOS]

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