Capítulo 51. Remanentes del más allá
El día del cuarto examen se echó encima de los pocos sujetos que quedaban en el complejo Theos. Tras el diagnóstico que cada domingo por la mañana debían hacerse y discutir sus resultados, los jóvenes se separaron para descansar y hacer tiempo hasta las cinco de la tarde, hora a la que Delta les citó para el comienzo del examen.
Los nervios de todos estaban a flor de piel: sabían que se enfrentarían a algo mucho más cruel que el juego del ciervo, pero sus mentes simplemente no podían dar con algo más peligroso y desagradable que darse cada entre ellos. Algunos aún no procesaban la ausencia de Bea, sobretodo tras tres semanas de amistad —o enemistad, según quién.
Blanca y Víctor pasaron la última media hora en la habitación de este último. Ahora que no tenía ningún arma que esconder, al pelinegro no le importaba invitar a su chica a pasar tiempo con él.
—Queda poco... —destacó Blanca tras mirar el reloj, ocultando sus nervios— ¿Estás preparado?
—Es imposible estar preparado a un examen de Apeiro. Pero da igual, pase lo que pase saldremos adelante, ya verás.
El joven tomó la mano de la física y la apretó con fuerza.
—No me asustes —contestó ella—. Suenas más preocupado que de costumbre.
—Blanca...
Víctor tragó saliva antes de sacar las suficientes fuerzas para enseñarle sus verdaderos miedos.
—Seamos sinceros... Cuantos menos quedemos, más altas son las posibilidades de caer. Quedamos cinco y no conocemos las normas, pero dudo que vayan a ser benévolos. Este es ya el penúltimo examen, recuerda.
Hubo un corto silencio provocado por el temor de perder al otro.
—No quiero que me veas como alguien pesimista, pero... quiero que estemos preparado para lo que pueda pasar. Ya vimos la semana pasada que no van a cortarse un pelo en enfrentarnos los unos a los otros.
—¡Víctor, no vamos a morir!
—¡No es solo eso, ya me jodería tener la mala suerte de que nos toque cobrar esta vez! Pero piensa en Miriam y Fer. Incluso en Sergio. Mírame a la cara y dime que no piensas que uno de ellos va a morir antes de que acabe el día. También temo por ellos, ya no es como cuando creíamos que de ser eliminados nos iríamos a casita.
Blanca se levantó repentinamente ante aquel comentario, notablemente enfadada.
—Mira, si algo he aprendido de ti es que la mejor forma de combatir esta situación es no pensando en lo malo, y me jode que seas tú ahora quien menos ánimos lleve al examen —la joven se cruzó de brazos—. Has conseguido que Miriam se sienta mejor consigo misma, has minimizado las rabietas que me daban día sí y día también cuando llegué, incluso has hecho que Sergio se interese en llevarse bien con los demás. ¿Vas a preocuparte ahora por lo que pueda pasar?
Los ojos de Víctor se apagaron aún más.
—Sí.
—Dios mío...
—No me culpes, yo también tengo mis malas rachas. Pensé que podía hablar contigo de ellas, pero supongo que me tocará seguir desahogándome con la almohada.
—Tampoco es eso, solo que... —Blanca bajó sus humos poco a poco al darse cuenta de que sus comentarios no habían sido los más acertados. Se estaba sintiendo un poco idiota— sin tu optimismo me hundo con más facilidad. Y ninguno de los que quedamos está pasando por una buena racha. Bueno, a Sergio le veo igual que siempre.
—¿Qué les pasa a Miriam y Fer?
—Supongo que estrés.
—Hablaré con ellos en cuanto pueda. Últimamente no he hablado mucho con ellos.
—Ni yo —confesó, cabizbaja.
—¿No crees que nos hemos aislado un poco?
—No sé —respondió— Es normal pasar más tiempo a solas cuando estás conociendo a alguien de esta forma, ¿no?
—Pero entendería que estuviesen molestos.
—Pensé que solo Bea lo estaba.
—No, si no sé la opinión de los demás, pero... —Víctor se quedó unos segundos en silencio, pensando mientras miraba a un punto fijo, pero no sacó nada en claro, o al menos nada lo suficientemente importante como para decirlo—. Mira, da igual. Vámonos ya, que se nos echa la hora encima.
Blanca asintió para acto seguido ponerse los zapatos y dirigirse a la puerta en completo silencio. Era la primera vez que tenía una conversación tan intensa con Víctor, y no iba con buen sabor de boca al examen. Sus nervios se habían multiplicado, pero debía mantener la calma si no quería activar el mecanismo de su brazalete o, peor aún, cargarse el examen.
Un par de minutos antes de la hora citada todos estaban ya reunidos en la puerta donde Delta les había indicado que comenzaría el examen. A las cinco en punto, esta se alzó para revelar un pasillo: uno con un estilo muy familiar.
Era un pasillo normal y corriente del sector Delta, de los que ya estaban acostumbrados a ver en su camino a la estación de metro. Hubo miradas de confusión en el grupo antes de que Sergio se dispusiera a dar un paso al frente y adentrarse en esta nueva zona.
—No lo entiendo, ¿es una puerta trasera o algo? —se preguntó Miriam, quien analizaba el entorno con intención de asegurarse de que era realmente una zona común del sector.
—Eso parece... —contestó Fer, tan confundido como el resto— ¿El examen no es en el complejo o cómo va la cosa?
Los altavoces se encendieron, a lo que el grupo frenó antes de proseguir su camino.
—Por favor, sujetos, escuchen atentamente las reglas de este examen —dijo una voz femenina similar a la de Delta—. Vuestro objetivo en este examen es sencillo: salir del terreno de juego.
En cuanto dio aquellas instrucciones, la puerta por la que el grupo había entrado se cerró, dejándoles atrapados en aquel extraño lugar.
—Esta zona del complejo Theos imita un conjunto de zonas de diferentes sectores de Apeiro, donde podréis encontrar recursos similares a los disponibles en sus versiones reales. El terreno se divide en siete áreas, cada una ambientada en un sector diferente: comenzaréis en el área Delta, pasaréis al Gamma, luego al Lambda, al Omega, Beta, Alpha, Sigma, y por último, volveréis a esta misma zona. Los cinco primeros que lleguen exitosamente a la meta en el límite de tiempo aprobarán el examen. El resto perderéis cincuenta puntos.
—¿Tantos...? —balbuceó Víctor, aterrado, tras mirar que le quedaban poco más de treinta puntos.
Solo dos personas tenían más de cincuenta puntos a aquellas alturas: Blanca y Fer. Los otros tres, en caso de suspender el examen, quedarían eliminados.
—¿Y cómo que los cinco primeros? —Miriam parecía totalmente confundida.
—El límite de tiempo es de dos horas —terminó por decir la voz—. Vuestro brazalete os mostrará a partir de ahora el tiempo restante, además de actualizaciones sobre cualquier cambio o hecho que se dé en el terreno de juego. También podréis usar este dispositivo para realizar ciertas acciones, así que estad pendientes: nunca se sabe qué ventajas podéis ganar frente al resto.
—¿Por qué querríamos tener ventajas frente a los demás? —cuestionó Sergio, bastante confuso— Si podemos salir los cinco sin ningún problema, esto se trataría de una prueba en equipo más que otra cosa, ¿no?
—Creo que tiene truco —Víctor se cruzó de brazos mientras repetía en su cabeza las normas que les habían explicado—. Pero a priori, es solo una especie de circuito.
Las normas iniciales del examen eran, cuanto menos, más inofensivas de lo que esperaban. Segundos después de que la sala volviese al silencio, un pitido común entre los cinco brazaletes indicó el comienzo de la cuenta atrás.
—Vale... —dijo Fer— Aquí hay muchas puertas. Vamos a tener que ir revisando cuál de ellas nos lleva a otra sala.
Blanca se acercó a la puerta más cercana.
—Generalmente todas estas puertas llevan a laboratorios. La salida será aquella del fondo, pero vamos a ver qué encontramos...
Cuando Blanca giró el pomo se percató de que este no era móvil. No es que la puerta estuviese cerrada, es que la manilla que la joven tenía en su mano estaba pegada a la puerta, como si de un mero adorno se tratase.
—¿Perdón?
—Genial, puertas de mentira —indicó Miriam con un tono sarcástico.
—Esta tampoco abre —informó Víctor, tras probar a abrir una sala a unos metros del grupo.
Sergio le ignoró y se dispuso a caminar al frente.
—Vamos a la puerta del final, anda.
En efecto, esta sí que abrió. El grupo llegó entonces a una sala oscura y húmeda, más ancha pero menos profunda. Decenas de tubos de cristal llenos de un líquido que parecía agua —o cualquier otro líquido transparente—, se repartían por las paredes del lugar. La única fuente de luz de la habitación era la producida por varias pequeñas luces LED en los paneles de mando de los tubos.
—Esto es el sector Gamma, fijo —se percató Miriam.
—No me suena este lugar... —indicó el alemán, notablemente perturbado.
—¿Vuestro sector siempre da tanto miedo? —preguntó Sergio mientras analizaba las extrañas estructuras.
Miriam puso los ojos en blanco, mientras que Fer se adentró un poco más para alcanzar lo que parecían tres cabinas similares a las demás, con la diferencia de que en vez de estar hechas de cristal poseían paredes de metal. Una luz roja parpadeaba en la parte superior de estas estructuras.
—La siguiente puerta está bloqueada —informó Blanca, quien se había adelantado a ver si tenía salida.
—Esto parece importante —Fer tenía la mirada fija en aquellas estructuras.
Víctor se acercó a revisarlas también, pero no encontró respuesta.
—¿Sabes qué es?
—No lo sé. Parece más cosa de tu sector que del mío.
—En el Lambda no hay cabinas de metal —respondió—. Bueno, igual sí, pero no como estos...
Sus preguntas fueron respondidas en cuanto aquella luz roja se apagó por completo y un pitido comenzó a resonar del interior de dichas cabinas. Fer y Víctor se alejaron unos pasos de las tétricas estructuras y cruzaron miradas de pánico. Había alguien ahí dentro.
—Sujetos —volvió a interrumpir la voz de los altavoces—, tenéis compañía. Estos tres sujetos serán vuestros rivales y lucharán por un aprobado al igual que vosotros.
—¡La puerta de salida se ha desbloqueado! —gritó Blanca, cuyos nervios volvieron a hacer acto de presencia— ¡Yo que vosotros iba cogiendo ventaja!
Pero su consejo fue interrumpido por la apertura de las tres cabinas. En cada una de ellas se encontrada una persona vestida con la misma ropa que los demás y un machete colgaba de las manos de aquellos tres sujetos, pero lo más aterrador no era que iban armados, sino quiénes eran.
En cuanto Sergio se asomó por mera curiosidad e identificó sus rostros, retrocedió unos pasos ojiplático para, no sin antes tras echar una última mirada a aquellos sujetos, acelerar el paso hasta cruzar la puerta en la que Blanca estaba apoyada. Confusa por su reacción, no pudo resistirse a retroceder y echar un vistazo también.
Un chico de pelo negro frondoso y piel morena, una joven de mirada vacía y mechas californianas y una muchacha pelirroja con cara de pocos amigos. Todos ellos notablemente tan asustados como los demás. Blanca se echó las manos a la cara antes de hacer lo mismo que Sergio, a lo que Miriam reaccionó y la siguió.
—¿Germán? ¿Silvia? ¿Bea? —Víctor no procesaba lo que sucedía. Estaba en shock— ¿Qué hacéis aquí...?
—Vámonos —propuso el alemán antes de agarrar la muñeca de su compañero y tirar de él, aunque no parecía reaccionar— ¡Víctor!
—¿Quiénes sois? —preguntó la pelirroja— ¿¡Sois vosotros a los que tenemos que matar!?
Sin pensarlo dos veces, aquella persona parecida a Bea salió de la cabina y alzó su arma. Eso bastó para hacer a Víctor reaccionar y obligar a ambos a correr para alejarse de la escena.
Los tres sujetos que creían muertos comenzaron a moverse en dirección a la salida del establecimiento, acelerando el paso para dar caza a sus rivales.
La sala contigua se trataba de un laberíntico conjunto de pasillos a oscuras. Las paredes estaban adornadas con lo que parecían compuertas de metal similares a las que se podían encontrar en una morgue. Dada la cantidad de caminos, los sujetos terminaron por separarse sin siquiera darse cuenta. Para cuando Fer y Víctor alcanzaron el primer cruce, ya no tenían a la vista a ninguno de sus compañeros.
—¿¡Qué coño está pasando!? —vociferó el pelinegro mientras corría agarrado al alemán para no separarse de él, quien estaba toqueteando su brazalete en busca de alguna función "linterna".
—Creo que sé lo que ha pasado... —murmuró Fer tras lograr encender una débil pero suficiente luz en su dispositivo— ¿Recuerdas los pendrives?
Víctor se rascó la barbilla antes de caer en lo que Fer le estaba intentando decir.
—¡No me jodas! ¡¿Crees que los han clonado?!
—¿¡Tienes acaso una explicación mejor!?
—¡Pues la verdad es que no!
El ingeniero se volteó velozmente para comprobar si alguien les estaba siguiendo, y para su desgracia pudo ver al principio de aquel pasillo una luz balanceándose de lado a lado en su dirección. Alguien estaba tras ellos. Víctor aceleró el ritmo y pellizcó a Fer para atraer su atención.
—¡Corre!
No mucho más lejos de aquella ubicación, Sergio corría desesperado por una salida. A pesar de haber logrado encender también su brazalete, su vista estaba empezando a fatigarse dado el constante esfuerzo físico y la oscuridad cada vez más densa. Aquella situación le recordó a su incursión en el laberinto del primer examen, cuando quedó varado en medio de un enmarañado de pasillos iguales con una asesina suelta. El problema es que ahora los asesinos eran tres, y ninguno de ellos ocultaba sus intenciones. Si seguía así, acabaría odiando los laberintos.
Tras un par de minutos llegó a un pasillo sin salida. El matemático sintió que no podía tener más mala suerte. Sabía que, no a demasiada distancia, uno de los "zombies" le estaba siguiendo. En un intento de buscar una salida alternativa trató de abrir una de las compuertas y meterse dentro, pero eran tan firmes como las puertas del área Delta.
—¿Aquí todo es de pega o qué, joder? —murmuró mientras le daba una ineficiente patada al metal de la puertecilla.
Cuando se dispuso a girar de nuevo la esquina para retomar su camino, pudo ver a Germán acercarse hacia él, aún lejos pero caminando a paso ligero. No tenía escapatoria.
—Me cago en mis muertos...
El geólogo se acercó a él y le apuntó con el machete sin pensar. Sergio notó su miedo: manos temblorosas, pose defensiva, sudor recorriéndole la cara... En definitiva, aquel Germán poseía la misma personalidad que el verdadero. Supo que no era él cuando percibió la falta de la cicatriz de su muerte, y entonces recordó el ADN que encontraron días atrás.
—Oye, Germán...
—¿Cómo sabéis mi nombre? ¡¿Qué queréis de mí, por qué me habéis traído aquí?!
—Por favor, baja el arma, solo quiero hablar. Yo... solo soy una víctima más.
El muchacho no contestó, pero tampoco cedió. Su respiración cada vez se agitaba más y más, además de estar temblando como un flan. Sergio había tenido la suerte de cruzarse con el más inútil de los tres. Por cada paso que el estadista daba al frente, Germán retrocedía otro. No estaba muy claro quién le tenía miedo a quién.
—No voy a hacerte daño, cariño —siguió diciendo Sergio, con un rostro que asemejaba verdadera preocupación— ¿De verdad crees que lo haría...?
El geólogo tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Qué dices...?
—No me jodas que de verdad no recuerdas nada —Sergio logró forzar una pequeña lágrima quebrar su voz—. ¿Qué te han hecho...?
—¿Qué estás diciendo? ¿¡Quién eres!?
—¿Cómo no puedes recordar a tu propio novio?
Germán quedó impactado ante aquella última frase.
—Podemos salir los dos juntos, somos ocho para cinco plazas. Las otros dos se encargarán de los demás. Pero por favor, baja ese arma ahora, herirnos no solucionará nada —el muchacho siguió derramando lágrimas, cada vez más frecuentes.
No hubo respuesta.
—No me creo que te hayan hecho esto, de verdad... —volvió a presionar Sergio. Por fin te tengo de vuelta y...
—¿Puedes decirme... qué es todo esto? ¿Cómo puedo creerme lo que me dices?
—Ojalá tuviese fotos, pero es lo que tiene que nos hayan quitado el móvil. Llevamos un mes aquí, Germán. Nos secuestraron mientras volvíamos a casa y nos han obligado a participar en estos juegos macabros. Creo... que se trata de una secta. Te eliminaron en el anterior juego y te llevaron al cuarto oscuro, donde han acabado todos los eliminados. Pensé que os estaban matando, pero parece que... os han lavado la cabeza —Sergio solo necesitó un poco de esfuerzo para derramar otro puñado de lágrimas—. ¡Hijos de puta!
Germán bajó su brazo y comenzó a gimotear.
—¿Todo lo que cuentas es verdad...?
El estadista no contestó, y se acercó lentamente hacia él, esta vez sin recibir una respuesta negativa por su parte. Cuando estaba a tan solo unos palmos de su rival, posó su mano sobre el mango del machete y lo bajó.
—Tengo miedo, Germán... —murmuró antes de abrazarlo mientras lloraba, con lo que para el geólogo parecía la sinceridad más pura del mundo.
El muchacho seguía inmóvil, impactado por las palabras de la persona que decía ser su novio. Tras unos segundos donde el único sonido audible fueron los llantos de ambos, Sergio terminó por tomar con fuerza la mano que Germán tenía libre.
—Yo... No sé qué me han hecho, estoy confuso... Lo siento mucho.
—Tranquilo. Solucionaremos esto pronto.
La voz del chico con gafas se torció, pero antes de que Germán pudiese reaccionar, ya tenía su propio machete atravesándole el cuello. Sergio retrocedió unos pasos y dejó caer el ensangrentado cuerpo de su ex-compañero para acto seguido mostrarle una desalmada sonrisa que haría temblar incluso a un asesino en serie. Germán le dedicó un última mirada de horror antes de caer rendido al frío suelo del laberinto sin soltar por su boca más que borbotones de sangre y chillidos ahogados.
—Lo siento, mi vida, pero creo que soltero estoy mejor.
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