Capítulo 5. El error de Apeiro
Eran cerca de las 14:00, concretamente faltaban 4 minutos según el reloj del brazalete de Germán. Cada sujeto se situaba frente a una mesa con un buen puñado de productos químicos y material de laboratorio. Pasaron la última hora aprendiendo algunos conceptos básicos sobre química para establecer una base fija en todos los nuevos al campo.
Como ya sucedió en cada clase de ciencias del proyecto, no era Delta quien estaba impartiendo la lección sino uno de los sujetos en sí: esta vez era el turno de Silvia. Estudiante de tercer año —en unos meses cuarto— de ingeniería química si Germán no recordaba mal, por lo que era ella la encargada de enseñar la asignatura a sus compañeros.
Ya fue el turno de Blanca con física, el de Fer con genética y el de Miriam aquella misma mañana con medicina. Eso sí, muchas ganas no le puso esta última a su trabajo. No solo lo notó Germán, quien lo comentó con Sergio y este le dio toda la razón. "Se nota que se le da bien, pero no sé yo si le termina de gustar ese tema", opinó durante el desayuno. "De todas formas, tampoco es que la muchacha sea muy animada generalmente".
Germán aún no había tenido que ponerse frente a los escritorios, pero sabía que, por desgracia, eventualmente llegaría su turno. Su campo era la geología, cosa que había leído más de una vez en el horario. De hecho, estaba casi seguro de haber visto que darían una hora el lunes o el martes siguiente. Tenía aún el fin de semana para prepararse. Maldito pánico escénico. Aunque solo eran siete chicos de su edad y una profesora, seguía dándole el mismo miedo.
No se quería sentir juzgado. ¿Y si no se explicaba bien? ¿Y si a nadie le interesaba lo que contaba? De hecho, siempre se habían reído de él por lo que estudiaba. "¡Cuatro años para estudiar piedras!" Dicho así sonaba ridículo, pero era más que eso. Tampoco es que tuviese mucho interés en hacer ver a la gente la belleza de su carrera. O igual sí, pero lo escondía.
En ese momento maldijo a Delta y a todo el equipo de Apeiro por pensar que sería buena idea poner a un grupo de adolescentes a dar clases a sus propios compañeros. Según la administradora esto estaba hecho para proporcionar al grupo los mismos conocimientos que al resto de sus compañeros en todos los campos, además de cierta confianza en sí mismos y un mínimo de capacidad de liderazgo. Pero sobretodo, no querían que en un principio aquel que hubiese estudiado biología supiese más del tema que quien estudiase matemáticas y viceversa. Aunque al fin y al cabo especializarse era lo más lógico, no se podía saber de todo, ¿no?
Allí sí, de eso trataba el experimento.
Más adelante Delta aseguró que los que aún siguiesen en el experimento recibirían lecciones privadas sobre su especialización, pero aún era muy pronto y debían estudiar su potencial en sus respectivos campos.
Mientras Germán estaba sumido en sus pensamientos, la alarma de las dos sonó. Fin de la clase de química y de la jornada del día. Delta se acercó a Silvia para felicitarla por su lección. Aunque lo ocultaba, todos pudieron notar que esta sonreía con satisfacción. Había que ser sinceros, no se le daba nada mal. Por eso estaba en Apeiro, claro. Como el resto, al fin y al cabo.
—Un momento, clase —interrumpió la mujer—. Debo recordaros que el primer examen será este domingo. No habréis hecho la semana completa pero queremos tener datos de vuestro cerebro lo antes posible, porque de no ser así nuestros resultados a la hora de comparar el antes y el después no serán acertados.
Todos atendieron mientras recogían un poco sus mesas. Así que el primer examen y el primer estudio de sus cerebros... Interesante, aunque algo aterrador.
—La primera fase del examen, que consistirá en la revisión de vuestras capacidades intelectuales, se llevará a cabo a las 12:00 del domingo. Allí no tendréis que hacer nada, la máquina encargada hará todo el trabajo y los resultados solo se usarán para orientarnos y analizaros mejor —Delta hizo una corta pausa—. La parte más interesante llega una hora después, cuando hayáis salido de la revisión. Poco después de regresar a la sala común comenzará el examen. ¿Dudas?
Germán se quedó mirando a la jefa de sector. ¿Cómo no iba a tener dudas después del rollo que acababa de soltar? ¿Revisión? ¿Cambio en el lugar? Eso sonaba a todo menos a un examen. ¿Dónde coño se había metido?
—Sí, yo —dijo de nuevo Blanca, con la mano levantada— ¿Cuánto durará, si puede saberse?
—Hasta que lo terminéis. Estimo que no más de veinticuatro horas.
—¡¿Tanto?! —exclamó la joven. Y con razón, ningún examen duraba un día entero—. ¿Y es individual?
—Eso es más cosa vuestra.
Nadie dijo nada más por unos segundos. Delta observaba sonriente a Blanca, quien ahora tenía más preguntas que antes.
—¿Hace falta estudiar? —preguntó Víctor con un tono preocupado.
La mujer se rió mientras negaba con la cabeza.
—Mirad, es mejor que a los exámenes vayáis sin saber en qué consisten. Prefiero manteneros con las dudas hasta el domingo y que os preparéis a cualquier situación —explicó con un rostro alegre, como si disfrutase de la inquietud de sus alumnos—. Venga, nos vemos mañana.
Blanca siguió a Delta con un rostro de nervios y Germán escuchó como la llamaba para hacerle más preguntas, pero ambas salieron de la escena a paso ligero. El resto fue abandonando la clase poco a poco, no sin antes reunirse con quienes ya habían marcado como sus amigos.
Al ser ocho tampoco es que hubiesen podido crearse muchos grupos. En el caso del joven geólogo, sus primeras conversaciones fueron con Sergio y Silvia. Desde entonces se acostumbraron a moverse juntos, aunque la chica pasaba mucho tiempo en su cuarto y Sergio hablaba con cualquiera que se le cruzase.
El joven solía también observar al grupo de Blanca, Fer, Víctor y Bea. Los envidiaba un poco, parecían más abiertos y unidos los unos con los otros, como si se conociesen ya de un tiempo. ¿Cómo era eso posible a tres días de conocerse? También juraría que había cierta química entre Víctor y Blanca. Le gustaría acercarse más a ellos, aunque le daba bastante vergüenza. Su grupo ya era el que era y no podía hacer demasiado. Deseaba poder comprender cómo alguien era capaz de ser tan sociable sin miedo al rechazo.
Por último estaba Miriam, siempre sola y con una mirada amenazante y vacía. Solo se la veía en clases y durante las comidas, a veces ni eso. Sergio había intentado hablar con ella un par de veces pero parecía ser imposible. Igualmente nunca había escuchado a su compañero quejarse de ella por su hostilidad. Era una chica extraña, pero si estaba aquí por algo era y menospreciarla podría ser un error.
Ni él ni Sergio pasaron por sus habitaciones antes de ir a comer. Tenían bastante hambre y no se iba a morir nadie por llevar el dispositivo de apuntes a la cantina. Ambos se acercaron al mostrador para pedir. Mientras la comida se servía, Germán se mantuvo en silencio observando el trabajo de los robots. Sergio silbaba una canción que no reconocía mientras se limpiaba las gafas.
—¿Te las has cambiado? —preguntó al percatarse de que no eran las que había estado llevando.
—Sí —respondió sonriente—. Pedí un modelo chulo con mi graduación y me las dieron. Iban en serio con eso de que podíamos pedir cualquier cosa. Mientras no fuese peligroso, claro.
—Vaya. ¿Intentaste eso último?
—Claro. Pero, obviamente, no iban a darme una ballesta —confesó con una sonrisa— Esta tarde haré más pruebas. Es divertido.
Minutos después la comida llegó y se sentaron en la mesa, comiendo la ensalada que habían pedido en conjunto como entrante. No había rastro de Silvia.
—¿Nervioso por el examen? —preguntó Sergio para cortar el silencio.
—No.
¿A quién trataba de engañar?
—Bueno, un poco. Es que lo ha pintado de una forma un poco macabra.
—Ya, ¿eh? Estudio de nuestras capacidades intelectuales. Suena un poco a que será un test de CI, pero me resulta raro. Las cosas no funcionan aquí igual que fuera.
—Bueno, un test de CI será el mismo en todos lados.
—No creo.
Hubo un silencio que ambos aprovecharon para masticar.
—¿Por?
—Hablando con Delta me enteré de que su coeficiente intelectual es... —Sergio se calló para comer un poco más, dejando a Germán con la intriga unos segundos— 1026.
Su compañero casi se atragantó.
—Eso es imposible.
—¡No lo es! Todos los líderes de Apeiro tienen un pedazo de coeficiente, eso sí que lo dijo en clase.
—No me jodas, ¿cómo es eso?
—Deberías atender más en clase, ¿eh? Tienen otro sistema para medir la inteligencia. Lo que me pregunto es cuál usan para que puedan salir puntuaciones tan altas. ¿Sabes que los trabajadores de Apeiro tienen un mínimo de 400?
—Mejor come y calla, me estás deprimiendo.
—¿Sabes tu CI?
—Me hice el test hace unos años, sí. Es de 141, nada demasiado increíble...
En realidad Germán suponía que estaba bastante bien. Eso le permitió adelantarse un curso —como a la mayoría de sus compañeros en aquel recinto— y poder sentir que valía para algo. Aun así sabía que dentro de lo que cabía no era una cifra realmente asombrosa, además de que aquel año ahorrado lo perdió por culpa de un episodio de fuerte depresión.
—Pues te veía más inteligente, vaya.
—Pero bueno, ¿qué más quieres? —dijo intentando no mostrarse molesto, aunque no lo logró del todo.
—No iba a malas, era un comentario.
—¿Tú sabes el tuyo?
—Claro, 189. Tomado hace unos meses, que a partir de esta edad empieza a decrecer y quería tomarme un último. ¡Subí 12 puntos desde los 16!
No podía hablar en serio. No sabía si le molestaba más la prepotencia de Sergio o sus formas de decirlo, pero... prefería no decir nada. O igual solo era envidia de la mala.
—Pero tranquilo —prosiguió—, que en Apeiro estamos los dos. Igual me voy antes que tú, igual es al revés. No se sabe.
—Todos tenemos las mismas probabilidades de ganar.
—Hombre, en realidad unos más que otros, pero tranquilo que eso puede ir cambiando. Veremos a ver nuestros perfiles tras el estudio.
—No creo que un número sea muy influyente aquí.
—Pero si aquí todo son números. Además, un 141 es como ser de los tontos de Apeiro. Anda, ponte las pilas.
Germán no sabía qué más decir, así que comió en silencio. Se estaba agobiando. ¿Dónde coño se había metido Silvia? No quería estar a solas con Sergio, pero le daba apuro irse. Su corazón comenzó a latir demasiado rápido. Apretaba el tenedor con toda su fuerza y su respiración se aceleraba. Entonces recordó la vergüenza que hizo horas atrás, a primera hora. Solo llevaban tres días allí y así le iba. Era el menos listo, no tenía buenos amigos, su número fue el primero en bajar...
¿Por qué siempre tenían los demás que ser mejores que él? ¿Por qué tanta prepotencia? ¿Por qué era tan desgraciado?
—¡Germán, tu brazalete!
El joven reaccionó a la voz de Fer. Miró su dispositivo: las emociones negativas se habían disparado y está emitiendo un pitido mientras que el número bajaba. 98, 97... El chico trató de no asustarse e inspiró profundamente. Soltó todo el aire, ocultando y tratando de rebajar su ataque, pero no podía pensar con claridad. Fer estaba apoyando su mano en su hombro con la intención de calmarlo.
—Ya está, tranquilo... Vamos fuera, vamos —el alemán observaba cómo los picos de la gráfica de emociones no se reducían, así que le agarró y le ayudó a salir del lugar— Siéntate y respira hasta que se te pase, no pasa nada por un par de puntos menos.
El joven tardó un poco en reaccionar pero eventualmente su número dejó de descender y sus emociones volvieron a colocarse por debajo del límite. Sergio y Víctor llegaron al lugar.
—¿Puedo saber qué ha pasado? —preguntó Fer, aún preocupado. El geólogo no levantó la cabeza.
—Solo estábamos hablando y se puso así—contestó Sergio, mostrando una aparente confusión. ¿Cómo que ni idea?
Germán le maldijo en su cabeza, pero se obligó a mantenerse calmado.
—Gracias por avisar Fer, no me había... ni dado cuenta. Si es que no valgo para esto.
—¿Qué dices? ¿Crees de verdad que Apeiro escogería a alguien insuficiente para un proyecto así?
—No sé, todos cometen errores.
—No creo que ellos lo hagan —Fer notó el tembleque de su compañero— ¿Quieres venir y sentarte con nosotros? Bea ya se va, creo. Y si no nos salimos fuera, que hay mesas más grandes.
Antes de contestar miró a su compañero.
—Es que Sergio se queda aquí solo.
—Anda ya, si yo ya he terminado —dijo, mostrado la tarjeta de su habitación—. Haz amigos, que nunca sabes cuándo vas a perder los que ya tienes.
Germán miró al chico y luego a Fer. No podía soportar la vergüenza que le daba la situación y ser el centro de atención. Quería hablar con ellos, más aún después de los comentarios de Sergio. Pero le estaba invitando por pena, estaba seguro de ello.
Tras el chico rubio Germán podía ver Víctor observando.
—No necesitas que te de permiso, ¿eh? Nosotros encantados. ¡Además somos bien majos, ya verás! —el joven se acercó para hacer que se levantase— Bueno, Bea es un poco borde, pero con un poco de tiempo...
—Víctor, por favor... —dijo Fer intentando no reírse.
Germán sonrió y los siguió de nuevo a la cantina.
—Muchas gracias. Y perdón.
—No pidas perdón —insistió el alemán—. Cosas que pasan.
Sergio se despidió y tomó rumbo a su habitación. Germán ni se dignó a mirarle. Más le valía que esta fuese por fin la ocasión en la que lograse hacer amigos en condiciones.
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