Capítulo 39. La amistad no es para siempre
La búsqueda de Blanca fue interrumpida por un comunicado de los altavoces. El ciervo había sido eliminado por el equipo de Bea. Eso significaba que el siguiente objetivo era ella misma.
—Por favor, equipo B, elegid a alguien para que sea retirado del campo de batalla. Se os ha implementado la opción de comunicaros por el brazalete para que toméis la decisión.
Segundos después pudo oír a su compañera hablar con un tono agitado con murmullos de fondo.
—¡Blanca! ¡Han disparado a Fer!
—¿¡A él también!? ¡Dime que no es grave!
—No sé yo qué decirte... Tiene la cintura hecha trizas. No puede moverse bien. Creo que...
—Eliminadme a mí, por favor.
—¿Fer?
—No voy a ser útil aquí dentro. No creo que me penalicen por retirarme del campo de batalla. Iré a enfermería y me curaré con calma, ¿sí?
Blanca suspiró.
—Dejarte así, sin vigilancia... La única que podía dañarte era Irene, no te pasará nada aquí.
—Si me quedo aquí tendría que irse Miriam. Me quedaría yo en esta piedra sin hacer nada mientras tú me buscas para curarme. Vendrían los demás y acabarían disparándote. Y eso sí que no pienso permitirlo. Dejad que me vaya, por favor.
—Blanca... Tiene razón. Mejor que se vaya él. En el sector Gamma hemos aprendido lo suficiente como para que sepa curarse solo. Estará bien, tranquila.
—Estoy perdiendo mucha sangre, por favor...
—Vale, vale... Mejórate, ¿sí? Nos vemos cuando todo esto acabe...
Una vez se confirmó la decisión, los altavoces informaron que las puertas se abrirían para Fer y que estaba prohibido hacerle daño antes de que saliese.
—Suerte... —le dijo Blanca antes de que cortasen su comunicación.
—Igualmente, chicas.
—Blanca, nos vemos en la roca del principio. No nos separemos.
La joven asintió.
—Allí nos vemos.
Y finalmente se cortó la llamada. La física no se lo pensó dos veces y puso rumbo a aquella zona que, con un poco de suerte, podría localizar pronto. A pesar de la inmensidad del territorio no era muy difícil moverse por él y memorizar puntos de referencia.
No tardó mucho en comenzar a pensar en algo que había omitido: habían matado a Irene. Oficialmente había un asesino en aquel grupo de seis. Y probablemente pronto serían dos. Irene, una chica sin culpa ninguna, obligada a participar en algo que rechazó desde un principio. Definitivamente, Apeiro no tenía límites. Límites en crueldad.
Quedaban once días de proyecto y, en un rato, cinco participantes de los ocho que originalmente entraron aquel uno de julio. ¿Realmente solo saldría uno vivo? El proceso tendría que acelerarse en las próximas semanas para que así sea. Se les avecinaba una terrible tormenta y aquel horripilante juego de cacería no era más que el primer trueno.
Sumida en sus pensamientos, la agitada joven se dio cuenta de la presencia de una puerta camuflada en una de las paredes del recinto. Sin distraerse de su entorno, se paró en seco para echarle un vistazo en la distancia.
—¿Me acerco...? —se preguntó en voz alta.
Miró a los lados antes de que su curiosidad la venciese y se dispusiese a poner la mano en el pomo de aquella vieja puerta pintada del mismo color que la pared.
No se abrió.
"No tengo tiempo para esto... Volveré luego", pensó antes de seguir su camino. Aquella puerta ni siquiera parecía importante.
Pasó un buen rato hasta que Blanca llegó a la roca. Pero su compañera no estaba allí. Soledad, una vez más. Aprovechó para subir la guardia y apoyarse sobre la roca de forma que no pudiesen atacarla por la espalda. "Por favor, date prisa..."
Como si le hubiesen leído el pensamiento, unas pisadas se aproximaron a la joven. ¿Miriam?
No, Bea.
—Ah... Eres tú —dijo con una cara imponente.
Blanca tomó su arma y se levantó de un salto. Pudo observar que su hombro estaba ensangrentado.
—No te muevas.
—Que no, coño. ¿Estás sola?
—¿Y tú?
Hubo un silencio incómodo. Bea asintió.
—Mira... Creo que queda claro que no vamos a salir juntas de aquí. Así lo han querido esos cabrones que ahora estarán mirándonos mientras se ríen y apuestan por nuestras cabezas.
La joven hizo una pausa y se sentó junto a su amiga.
—No quiero matarte, pero tampoco quiero morir. Como amigas que somos, me gustaría que pasásemos un rato juntas antes de que suceda lo que tenga que suceder.
Blanca suspiró para tratar de reducir sus desbordados nervios. No eran pocos los puntos que había perdido hace rato por no controlar sus emociones durante aquel examen.
—Vale.
Otra pausa.
—Últimamente... No hemos hablado mucho —confesó la pelirroja.
—Me contaron lo que le hiciste a Fer. No me gustó nada.
—Ya —suspiró Bea—. Bueno, con la cantidad de tiempo que pasas con Víctor no es que haya tenido mucha oportunidad de hablar contigo. De aquello o de cualquier otra cosa.
—Lo que le dijiste no tiene justificación. ¿Estás celosa o qué? —preguntó, arqueando una ceja.
—A mí me la suda con quién pases tu tiempo. Te gusta Víctor, ¿verdad?
Blanca no contestó, pero tampoco le hizo falta. Ya era obvio para todos.
—Da igual, no hace falta que me lo confirmes —continuó la psicóloga—. Es solo que... Bueno, me han pasado cosas. Cosas que tienen consecuencias en el presente. Digamos que me he sentido apartada de ti. Eres la primera amiga que hice aquí y... no sé, es como si te viese más feliz con Víctor o Fer.
—Bea, joder... —suspiró, volviendo a su agobio— ¿No podías haberme contado esto antes de estar en peligro de muerte?
—¡No era el momento! Si muero, quiero hacerlo en paz contigo. Si mueres, me gustaría poder confesarme contigo antes y no tener que vivir con carga de consciencia.
—Yo siempre he estado en paz contigo. Es solo que... Víctor es diferente. Y yo soy muy pava, ya lo sabes —confesó con una sonrisa—. Y Fer podría decirse que es mi mejor amigo en este lugar, igual que tú. Sentí que te distanciabas por razones que no entendía y entonces comencé a unirme más a ellos e incluso a Miriam. No sé... No es mi culpa, yo solo quiero intentar ser feliz aquí dentro.
—Tampoco es mi culpa.
—No estoy diciendo que lo sea.
—Lo parece.
—Pues no me estás entendiendo, Bea. Estas cosas pasan. O sea, el tener que dispararnos en cuanto acabe la conversación no. Las peleas de amigas, quiero decir. No podemos llevarnos bien eternamente, toda amistad tiene sus altibajos y todos tienen sus preferencias. Nada dura eternamente.
Bea agachó la mirada.
—No puedes pretender ser la primera opción de todos —añadió, intentando no ser brusca—. Y no es algo malo sentirte mal por ello. Solo que si no lo controlas... pues pasan estas cosas.
—No es exactamente eso. Y tú tampoco puedes reducir tu vida a tu novio, chica. A donde va Víctor vas tú y viceversa. No es justo ni plato de buen gusto para vuestros amigos. ¿Habéis pensado en Fer?
—¿¡Cómo íbamos a hacerlo si no sabíamos que le gustaba Víctor!? —reclamó alzando la voz más de lo que le hubiese gustado— Ah, y no hace falta decir que más te vale que Víctor no se entere de ello.
—Lo hará eventualmente, Blanca. Sobretodo porque Sergio lo sabe.
—Eso es un problema.
—Sergio en sí es un problema.
—Pues te has aliado muy rápido con él. Lo planeasteis ayer, ¿verdad?
—A ver, no puedes negar que es la mayor amenaza para todos. Es quien más papeletas tiene para ganar este juego y yo estaba en un momento de debilidad. Necesitaba aumentar mis propias posibilidades.
—Ya, da igual. Pero no nos desviemos, anda.
Bea puso los ojos en blanco.
—¿Qué más quieres decir de ese tema?
—Nada. Solo quiero que me prometas dos cosas si sobrevives a este examen.
—A ver.
—La primera que cuides de Víctor y Fer, además de que no dejes que Miriam vuelva a quedarse sola. La segunda que... Bueno, que aprendas de todo lo que ha pasado. No dividas al grupo, ¿sí?
Blanca pudo ver que la psicóloga no parecía muy convencida con sus palabras. La había ofendido, estaba segura, pero ya era un paso que se tragase su orgullo. La joven tomó su arma y se levantó.
—Acabemos con esto pues. ¿Amigas?
—Nunca dejamos de serlo —dijo con una sonrisa mientras se ponía en posición.
Se colocaron una frente a la otra, con las escopetas apuntándose mutuamente. Blanca temblaba como un flan. Aquello no podía ser real. "Algo malo he tenido que hacer en mi anterior vida para acabar aquí", pensó antes de tragar saliva y mirar fijamente a su compañera.
—¿Cómo lo hacemos...? —preguntó, nerviosa pero cansada de la espera.
—Podemos hacerlo como en las pelis. Nos damos las espaldas, damos ocho pasos y... Quien sea más rápida.
—¿No necesitaríamos un tercero que nos vigile?
—Confías en mí, ¿verdad? Yo en ti sí. Sé que no harás trampas. Es más, puedes contar tú en voz alta.
Blanca asintió, cada vez más aterrada. ¿Confiaba en Bea?
El asunto quedó en la propuesta de la pelirroja. Tras un último abrazo, ambas juntaron sus espaldas y quedaron en contar ocho pasos al frente, uno por segundo. Ni más rápido, ni más lento.
Dieron comienzo.
Un paso... Dos pasos...
La joven de pelo castaño estaba haciendo un sumo esfuerzo en sostenerse en pie. Debía de estar a punto de comenzar a perder puntos, porque jamás había estado tan aterrada... Tan cerca de la muerte.
Tres... Cuatro...
¿De verdad podía confiar en ella? ¿Cómo podía asegurarse de que Bea no se daría la vuelta antes de tiempo? ¿Era buena idea dejar el asunto así? La única forma de garantizar su supervivencia era... siendo ella la traidora.
Su cruel idea fue interrumpida por el sonido de una pisada más fuerte que las demás y, acto seguido, un disparo. Un disparo que la petrificó. Tras un par de segundos pudo procesar que ninguna parte de su cuerpo estaba agujereada —además de su aún ensangrentada oreja—. Entonces se volteó.
Bea la estaba apuntando. Tenía un rostro pálido e inexpresivo. Entonces comenzó a derramar sangre por un lateral de su cabeza. Mucha.
—Lo siento.
Eso fue lo último que dijo antes de caer al sucio suelo de tierra sin fuerza alguna. Blanca se llevó las manos a la cara y pudo ver a Miriam tras un árbol. El cañón de su escopeta dejaba escapar humo.
—Iba... a dispararte antes de lo que acordasteis.
Pero la joven no contestó, solo corrió hacía su compañera al borde de la muerte y le levantó la cabeza.
—¡Bea! ¡Bea, responde!
No lo hizo. Respiraba con dificultad y podía mirarla con unos ojos que poco a poco perdían brillo, pero no contestó. No podía.
—¡¿Por qué?! ¡¿Es que eres gilipollas?! ¡¿Por qué rompiste las reglas?!
—Todos queremos sobrevivir, pero no todos están dispuesto a hacerlo jugando limpio —dijo Miriam mientras se acercaba con ojos llorosos. Se agachó para poder estar a la altura de sus dos amigas—. Perdón, Bea.
—Miriam... Yo... —murmuró con dificultad, tratando de no desviar sus ojos del lloroso rostro de su amiga.
No pudo terminar la frase antes del último latido de su corazón. En cuanto Bea dejó de respirar, la física se desplomó sobre su compañera. Estaba harta, cansada de aquella tortura.
—¿Por qué nos hacen esto...? —sollozaba. La joven de flequillo blanco no podía hacer más que abrazarla mientras la acompañaba en el llanto.
—Nunca lo entenderemos. Nunca...
— —— —
Claudia, la devastada amiga de Irene, llevaba caminando por las soleadas carreteras de Formentera un buen rato. De sus manos colgaba un tupido ramo de crisantemos blancos. Tras una larga y triste caminata, llegó a su peculiar destino y se paró frente a él: un poste de luz.
No era uno cualquiera. Bajo este había un número incontable de ramos, velas y otros objetos que cuando solían reunirse en público significaban una cosa: fallecidos. Sobre aquel fúnebre escenario yacía un cartel con nueve fotos, ocho de ellas dejaban ver a unos adolescentes y una última a un adulto entrado en edad. Un pedazo de periódico estaba colgado a un lado.
"Trágico accidente de autobús acaba con la vida de ocho jóvenes y su conductor"
La devastada joven miró la foto de su mejor amiga antes de desbordar sus retenidas lágrimas y arrodillarse para dejar el ramo junto a los demás.
—¿Por qué te subiste al bus, Irene?
• • •
[Σ-392. Germán Guerrero]
[Puntuación: 0]
Δ-095. Ferdinand Koch
Puntuación: 75 - CI: 192
[Σ-450. Beatriz Alonso]
[Puntuación: 0]
Δ-192. Blanca Cañamero
Puntuación: 72 - CI: 202
Δ-211. Miriam Dutari
Puntuación: 23 - CI: 183
[Σ-735. Silvia Moreno]
[Puntuación: 0]
Δ-281. Víctor Sánchez
Puntuación: 33 - CI: 214
Δ-334. Sergio Espinosa
Puntuación: 54 - CI: 229
[QUEDAN 5 SUJETOS]
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