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Capítulo 33. Ascenso al cielo de Apeiro

No era precisamente hora de estar despierto para Fer. Si no fuese por la siesta que se echó durante la tarde y el café tras la cena, probablemente se hubiese quedado dormido. Bueno, él y el resto de sus compañeros. Había sido duro para todos tener que aguantar despiertos hasta las dos y media, pero había algo que debía ser comprobado. Porque si sus teorías eran correctas, no les quedaría otra que escapar con las horas de sueño contadas.

— —— —

—Así que esto es lo que había en la caja fuerte... —dijo Víctor mientras contemplaba la caja fuerte.

—Pues vaya mierda... —replicó Miriam— No tiene mucho sentido.

—Algo significará, ¿no? —aclaró Fer mientras revisaba también los números del papel—. Lo que no entiendo es la falta de un sitio donde meter alguna clave.

Las tres chicas continuaron revisando las paredes del elevador en busca de algo que les sacase de dudas. Como se vieron venir, no encontraron nada. Era cristal, nada más. No tenía sentido que algo hecho íntegramente de aquel material poseyese un sistema que permitiese ingresar una clave, pero... ¿Entonces?

Mientras el grupo debatía y perdía la cabeza, Sergio entró en escena. Parecía venir de su habitación.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó Víctor.

—Hice una paradita para soltar una cosa, lo siento —respondió con serenidad— ¿Pasa algo?

—Abrimos la caja y dentro encontramos esto —dijo Víctor, antes de estirar su brazo para acercarle el dichoso papelito.

Sergio hizo un par de movimientos de ojos para leerlo con un rostro serio y en silencio. Acto seguido, preguntó:

—¿Y cuál es el problema?

—Pensábamos que era alguna clave para el ascensor, pero no hay dónde meterla.

Sergio calló por unos segundos más. A continuación, señaló la primera fila de números.

—Esto... es una hora. De 02:30 a 03:30, intuyo que de la madrugada. ¿No lo habéis visto o qué?

Todos se asomaron a ver donde el dedo del joven apuntaba. Tenía razón: eran horas, unas bastante complicadas. Nadie había ido a revisar el ascensor de madrugada porque ninguno estaría paseándose por el complejo a esas alturas de la noche. ¿Era entonces esa la respuesta?

— —— —

Volvieron al ascensor sobre las tres de la tarde, solo por si acaso. Pero nada cambió. Ahí lo tuvieron claro: algo podría suceder a las dos y media de la madrugada. Les tocaría mirar aunque les costase una noche de su preciado sueño.

Conforme se acercaban al elevador, sumido en la tenue luz de las farolas y de la falsa luna, podían notar un leve brillo azulado emitido a un costado del cilindro. Eso era nuevo. Al alcanzar por fin sus puertas, observaron la presencia de una brillante pero pequeña huella. Las miradas del grupo se cruzaron.

—¿Ponemos el dedo? —propuso Irene con inquietud.

Sergio asintió con la cabeza:

—Pues habrá que hacerlo, ¿no? Adelante, nueva.

La joven informática siguió sus órdenes y dio un paso al frente para colocar su dedo en el destello índigo. No pasó ni una décima de segundo antes de que una pantalla holográfica hiciese acto de presencia sobre el dedo de la chica.

El panel numérico donde ingresar la clave que tanto anhelaban por fin apareció ante sus ojos. Ahí estaba, el primer rayo de esperanza en toda la semana.

—El papel lo tengo yo —aclaró Blanca—. ¿Quieres que te dicte la clave?

—Adelante.

Nueve, siete, uno, seis... Diez cifras fueron apuntándose en la pantalla, una tras otra. El holograma cambió a un color blanco en cuanto Irene pulsó el último número para, segundos después, desaparecer.

Las puertas se abrieron.

—Gracias, Silvia —susurró Blanca.

—Al final... no era tan hija de puta —admitió Bea, avergonzada.

—Tenemos que entrar de dos en dos, ¿sí? —recordó Fer al ver el reducido espacio dentro del ascensor— Pase lo que pase, esperad al otro lado.

—Eh... A mí me gustaría que Blanca me acompañase a un sitio antes de subir —declaró el pelinegro—. Si no os importa ir subiendo vosotros...

Todos miraron al joven con confusión —algunos, como Bea o Sergio, incluso le pusieron mala cara—, pero nadie se declaró realmente en contra.

—¿Qué pasa? —preguntó la joven de las gafas, tan extrañada como el resto.

—Nada, nada. Ahora te explico —Víctor se puso en marcha—. Ven, anda.

La joven se volteó al grupo antes de caminar a paso ligero tras su compañero. Fer los vio alejarse y algo dentro de él se hizo notar. Era... un sentimiento malo. ¿Decepción, quizá? Era posible, pero por mucho que intentase convencerse de que no era así, sabía que Blanca estaba un paso por delante que él para Víctor, y no podía hacer nada. Trató de apartar sus pensamientos y volvió al lío. No era hora de lamentarse.

—¿Quiénes van primero?

Las respuestas de sus compañeros fueron claras: Bea giró la cara, Irene no apartó la mirada del suelo, Miriam curvó su boca en una muesca de desagrado... y bueno, Sergio solo observó fijamente al alemán. Podía olerse lo que iba a decir.

—¿Por qué no entras tú?

Los recuerdos del sector Sigma se avivaron cuando pensó por qué no se ofrecía a ir el primero. ¿Y si se encontraba una escena igual de horrible?

—Ya tomé el riesgo de ir al sector Sigma.

—Por eso, más desagradable que lo que viste allí no va a ser lo que se encuentre al otro lado del ascensor.

Fer suspiró con cansancio, mucho cansancio.

—Alguien tendrá que entrar conmigo, ¿no?

—A ver, somos siete... Uno tendría que entrar solo de todas formas.

No. Hasta ahí no alcanzaba su compañerismo.

—Lo siento, pero no voy a ir solo si entro el primero. ¿Tú qué riesgos has tomado hasta ahora, Sergio? Miriam y yo buscamos el cadáver de Germán, Bea y yo fuimos al sector Sigma... Tú no te has arriesgado aún. Si tengo que ir yo por tercera vez, lo haré, pero solo si es contigo. Es muy sencillo pedirle al resto hacer el trabajo sucio mientras tú solo eres espectador.

Sergio sonrió de una forma que desesperó a Fer. Había una asquerosa prepotencia en su rostro.

—Vale, vale. Me has pillado. Entraré contigo, total... ¿Contento?

—Supongo.

El rubio dio unos pasos al frente y se colocó al fondo del ascensor. Tras él entró su compañero. El grupo observó en silencio cómo las puertas se cerraban y la plataforma sobre la que se encontraban comenzaba a ascender.

Fer alzó su mirada para ver que el techo curvado del complejo se iba acercando a un ritmo acelerado. Aunque desde abajo parecía que se situaba a una altura considerable, no tardaron en sobrepasarlo. La oscuridad se hizo en la cabina en cuanto dejaron atrás el anillo de luz.

Tan solo el sonido del suave roce entre la plataforma y los muros del duro vidrio podía oírse en medio de la silenciosa oscuridad que les rodeaba. La voz de Sergio interrumpió aquella paz.

—A ti te gusta Víctor, ¿no?

—¿Eh?

—A ver... Se te nota bastante. Cuando te he visto mirarles mientras se iban lo he tenido claro del todo.

—Eso no es así. Igualmente, ¿qué más te da a ti? ¿A qué viene eso en un momento como ahora?

—Nada, nada. Curiosidad. Solo ten cuidado.

Fer pensó dos veces su siguiente movimiento, pero la curiosidad lo venció.

—¿Por qué lo dices?

La conversación se vio interrumpida por una leve luz que comenzó a hacerse notar sobre sus cabezas. Poco después el ascensor comenzó a frenar mostrando un corto pasillo con tres puertas: dos a los lados y una al frente. El ascensor acababa ahí, no iba más allá. En cuanto salieron de su interior, este se deslizó hacia abajo, volviendo a aquel negro pasaje en el que se vieron atrapados durante unos segundos.

—Pues no hay nada raro por aquí —dijo Sergio, acercándose a las puertas.

—Habrá que ver el resto de habitaciones —respondió mientras abría con lentitud la puerta izquierda—. Sea como sea, no hagas mucho ruido. Quizá hay más gente por aquí.

La habitación a la que Fer ingresó era pequeña, pero muy similar a aquella donde realizaban los estudios de sus cerebros cada domingo. En lugar de ocho sillas, solo había una en el centro del recinto. Varias pantallas se situaban a ambos lados del asiento y un casco parecido al de la sala de estudios colgaba sobre esta. Fer se acercó tras asegurarse de que no había nadie en la sala. Una mesa con varios utensilios y papeles bastante organizados podía hacerse notar tras la silla y, en una esquina, había una camilla con una manta. Por lo demás, el recinto estaba vacío. Era extraño.

Fer no halló la forma de encender la silla ni de averiguar su funcionamiento, pero tenía un muy mal presentimiento. Se alejó y escuchó a Sergio entrar tras él.

—En la otra habitación solo hay un ordenador que necesita contraseña y varias taquillas cerradas.

—Vaya por Dios. ¿Y la otra puerta?

—No sé, a ver.

Ambos se dirigieron al portón al final del pasillo, ligeramente más ancho y alto, cubriendo casi toda la pared. Antes de que Fer pudiese abrirla, Sergio volvió a interrumpirle.

—¿Qué es lo que le veis todos a Víctor?

El alemán se detuvo en seco, volteándose segundos después no sin antes suspirar. Ambos cruzaron miradas.

—¿Se puede saber por qué el repentino interés en mí?

—Nunca hemos coincidido a solas, y este tipo de preguntas son feas de hacer delante de los demás, ¿no crees?

—Hombre... Un poco —contestó, tratando de no parecer nervioso—. Pero preguntas por Víctor como si tú no fueses el primero en no querer despegarte de él.

—Solo es mi compañero —admitió con sinceridad—, el único que me queda a estas alturas. Solo eso.

—Quizá te convendría hacer más amigos.

—Pues sí, porque llegará un día en el que Víctor y Blanca se vuelvan inseparables y no quieran saber más del resto, o al menos eso es lo que a mí me parece que va a pasar, porque son la típica pareja insoportable. Pero bueno, es que tampoco tengo mucho donde elegir —Sergio sonrió mientras observaba fíjamente a Fer— ¿Quieres ser tú mi amigo?

—No hasta que aprendas a no criticar a mis amigos.

—Sabes que tengo razón. Deja de fingir a todas horas que eres un chico perfecto y carismático sin ningún tipo de opinión controversial, haz el favor.

La tensión del lugar fue interrumpida por la aparición del ascensor. en el cual iban subidas Bea e Irene.

—Es un sitio bastante tranquilo —dijo la rubia, aliviada de no encontrarse nada peligroso—. ¿Qué hay por aquí?

—Nada importante hasta ahora —contestó el alemán—. Íbamos a cruzar esta puerta, pero... mejor esperar al resto.

Ambas chicas asintieron y se dispusieron a revisar las habitaciones ya registradas por la primera pareja. Minutos después llegó Miriam y se unió a ellos. Ya solo quedaban Víctor y Blanca.

—Cuando he subido no los he visto —confesó Miriam—. No sé qué están haciendo, pero espero que se den prisa.

—Eso digo yo, coño —dijo la pelirroja—, que son casi las tres.

—No tardarán, tranquilos —comentó Fer, con la mirada fija en el ascensor.

Y como si le hubiesen escuchado, ambos salieron del agujero del suelo con una sonrisa. El joven llevaba algo encima: algo muy grande y pesado. Todos se fijaron en ello.

Víctor tenía entre sus manos una pistola.

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