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Capítulo 32. Había que intentarlo

Clase de introducción a Apeiro. El aula estaba a oscuras y poco se podía ver más allá de la figura de Delta apuntando y explicando una diapositiva que hablaba de los distintos rangos que los trabajadores de Apeiro podían poseer.

Todos comenzaban de la misma manera, incluso los líderes: una entrevista de trabajo muy peculiar o un experimento como en el que ellos siete estaban involucrados. Los seleccionados en su respectivo proceso serían oficialmente integrados en el sistema de trabajadores de Apeiro como sujeto en prácticas: así es como se podían adaptar al entorno y al sector al que pertenecerían a futuro.

Lo normal era que, tras unas semanas, todo sujeto en prácticas fuese exitosamente ascendido a trabajador una vez alcanzase el coeficiente intelectual y los conocimientos necesarios. Ahí empezaba la lucha por escalar hasta la cima.

El siguiente paso era contribuir como encargado. Ese el puesto más bajo y el menos reconocido. Con un poco de suerte, un par de años después, los mejores podrían escalar rangos y acabarían en el punto de mira de sus superiores, los encargados de élite. Estos tienen como tarea atender y supervisar a todos aquellos trabajadores con la misma primera letra en su código de tres.

Por último —sin contar a los líderes— están los jefes de zona, los que se aseguran de que todo vaya en orden dentro un determinado ala del sector donde trabajan. Por encima de ellos solo manda el líder de sector, un cargo casi inaccesible.

Por supuesto, todo esto a Blanca le importaba entre poco y nada. Aunque se encontraba con la mirada fija en la pantalla para fingir interés, su cabeza estaba más que ausente. Pensaba en todo lo que sucedería minutos después, cuando la clase acabase y justo antes del descanso pidiesen a Delta abandonar. En su interior sabía que no lograría nada, pero... necesitaban intentarlo. Había que intentar de buenas antes que ir de malas directamente. Ella misma se encargaría de reflejar las preocupaciones del grupo a su superiora.

La hora llegó y Delta se dispuso a abandonar la sala hasta pasada una hora, pero Blanca la detuvo. Era momento de comenzar el plan.

—¿Pasa algo? —preguntó la mujer con calma mientras retrocedía un par de pasos para acercarse a su discípula.

La chica buscó con la mirada el apoyo de sus compañeros antes de hablar.

—Necesitamos... pedirte algo. Todos, los siete.

—No podéis iros.

Eso fue rápido. Demasiado, de hecho.

—¡Pero si no nos has escuchado!

—Porque no quiero hacerlo, solo conseguiréis perder vuestro tiempo y gastar energías.

Blanca no continuó por no perder los nervios. Quería que escuchase sus motivos y sus temores, pero Delta estaba totalmente cerrada a ello. Quedó paralizada por unos segundos, pero su dulce voz la hizo reaccionar poco después.

—Os dije que no podríais iros pasado cierto periodo de tiempo, lo siento —recordó antes de caminar hacia el frente de los siete jóvenes—. Todo esto se debe a lo que ha estado sucediendo estos días, ¿cierto?

—¿Te refieres a haber descubierto que vamos a morir, que nos tenéis drogados, a la aparición de una niña supuestamente importante pero sin brazalete, y que de sobrevivir seremos explotados durante años hasta que nuestro cerebro no dé a basto?

Ante las punzantes palabras de Sergio, Delta reaccionó fulminándole con una imponente mirada durante los próximos segundos.

—Sí, Sergio, eso.

—Pues creo que es suficiente motivo para que estén preocupados.

—¿Es que tú no lo estás?

—Meh.

—Pues todos deberíais pensar como él —avisó la mujer, mirando al grupo—. Por separar sus emociones del trabajo, es uno de los participantes con una mayor evolución. Además, si tan informados estáis, sabréis que eso a lo que vosotros llamáis muerte no es tan malo como parece.

—¿¡Estás intentando justificar que nos queráis matar!?

—Bea, cálmate. No es una muerte permanente. Y es indolora, desde vuestro punto de vista solo os dormiréis para despertar en el sector Sigma tras un tiempo.

—¿Y te parece normal?

—Lo es en Apeiro.

—Pero nosotros nunca quisimos esto al aceptar el trabajo.

—De hecho Irene ni siquiera aceptó —recordó Víctor, a lo que la rubia asintió algo preocupada.

Delta arqueó una ceja, como si las palabras del pelinegro tuviesen algo raro en ellas.

—Así que no aceptaste... ¿Segura, Irene?

—Sí... No recuerdo haber firmado nada. El resto lo hizo, yo nunca llegué a esa fase de la inscripción.

Mientras Irene hablaba, la mujer ya se había acercado a la única mesa vacía —donde Germán solía sentarse— para abrir su carpeta de documentos y buscar algo. No pasó demasiado hasta que encontró lo que buscaba. Era un papel lleno de texto y datos personales de alguien. Blanca no pudo verlo desde su mesa, pero distinguió una firma. Delta se acercó a Irene y puso el papel en su mesa.

En efecto, era la prueba de que aquella chica sin brazalete había aceptado su ingreso a Apeiro, al igual que todos.

—Entonces, ¿qué es esto?

Todos miraron a Irene en busca de una explicación, pero estaba tan boquiabierta como el resto.

—No recuerdo haber firmado eso...

—Pues se ve que lo hiciste.

La joven no tenía nada más que decir, solo le quedaba procesar sus pérdidas de memoria —si es que no se la habían colado, aunque aquella era, en definitiva, su firma—. Blanca aprovechó para volver a la carga.

—Si firmó como todos, ¿por qué llegó tarde?

—Pues es lógico, porque firmó tarde e igualmente se presentó en el lugar donde os citamos.

—Yo nunca subí al bus, me secuestrasteis...

—Eso es verdad, yo no la recuerdo en el viaje —corroboró Sergio al hacer memoria.

—No sé si es justo que mantengas tus recuerdos —replicó la científica, quien comenzaba a preocuparse por el extraño don de Sergio.

—Ni que fuese mi culpa.

Delta suspiró. En definitiva, aquel muchacho era un caso perdido para ella.

—Como sea, no vais a abandonar. Asimiladlo cuanto antes o será peor para vosotros. Nos vemos en un rato, disfrutad el descanso.

Tras aquellas palabras, la jefa de sector tomó el papel que enseñó a Irene y abandonó el lugar con seriedad.

—Os lo dije.

—Sergio, cállate —contestó Bea—. Encima parece que la has enfadado, justo lo que nos faltaba.

—Hombre, es que con esa forma de hablar... —dijo Víctor con cara de circunstancia.

—Soy realista. Esa es mi forma de expresarme y pensar.

—Pues a ver si te cortas la próxima vez que tengamos que hablar con Delta —replicó la pelirroja con enfado—. Así no vamos a salir de aquí en la vida.

—Lo haremos por las malas —intervino Fer por primera vez en toda la hora—. No pienso quedarme aquí.

—Ni tú ni nadie —respondió el ingeniero—. Ay, qué remedio. Todos a la habitación de Silvia, que quedan cosas por hacer.

El resto asintió y se levantó ordenadamente para ponerse en marcha. Le habían dejado la habitación patas arriba a la pobre Irene, pero era necesario para no volver a perder tiempo buscando determinados objetos.

Bea y Blanca se adelantaron con Irene mientras el resto caminaba a su ritmo, queriendo darse un corto descanso entre clases. Por suerte para la rubia, la física estaba encantada de hacer de guía y asesora durante sus primeros días en el complejo: la había visto tan perdida y asustada, mientras que todos se olvidaban de que su aparición era una incógnita más... Nadie había pensado en ella —menos Blanca—. Ni siquiera Fer, pero su compañera prefirió no decirle nada puesto que era justificable tras lo que tuvo que haber visto en el sector Sigma.

Por otra parte, la pelirroja siguió a Blanca en su idea de ayudarla. De hecho, llevaba tras ella desde la noche del baile de máscaras. Había notado alguna especie de cambio en su compañera, como si no quisiera que se separasen. Blanca sabía que no era muy lista interpretando los comportamientos de la gente, pero tenía la sospecha de que quizá le sentó mal haberla dejado algo de lado para bailar con Miriam. Aunque a veces se agobiaba, tampoco lo consideraba algo grave, así que veía mejor dejarlo pasar por el momento.

Irene pasó su tarjeta por el pomo y la puerta se desbloqueó. Acto seguido, las tres se adentraron para encontrarse con el desordenado escenario que dejaron atrás la noche anterior. La caja fuerte seguía a la vista de todos, junto al papel de letras borrosas que Víctor y Sergio encontraron.

—Esa caja tiene algo —dijo Blanca.

—Joder, ¿te has planteado ser detective? —vaciló Bea de brazos cruzados, generando una ligera pero pasable molestia en su compañera.

—Me refiero a que tenemos que abrirla como sea, tiene que guardar lo que buscamos.

—Quizá la clave esta en el papel que nos enseñó... ¿Víctor?

—Sí, Víctor —afirmó Blanca, puesto que a Irene aún le bailaban los nombres de sus compañeros—. El problema es que faltan letras al azar, sin sentido alguno. Y la clave es numérica.

—Ya, pero... —Irene se paró a pensar— Igual es un cifrado. ¿Conocéis el cesar?

Blanca asintió, aunque Bea pareció dudar un par de segundos.

—Sí, pero ya probamos todas las combinaciones —la física vio la cara de confusión de su amiga y decidió parar a dar una explicación—. A ver, Bea. Coges el alfabeto, y mueves todas las letras cierto número de posiciones hacia delante. Así te queda una frase totalmente sin sentido pero que empleando dicho método del revés te revela el significado original.

—Ah. Claro... Lo conocía, sí —respondió, aliviada pero con un tono bastante poco realista—. No ha funcionado, ¿no?

—No. Y yo más códigos... No conozco.

—¿Vigenere? —propuso Irene.

—Uy, ese es muy complicado y necesitamos más información, pasapalabra —pensó Blanca.

El trío se dispuso a pensar en otras formas de usar esas letras para algo. ¿Por qué Silvia tenía que hacer todo tan complicado? Bea se sentó mientras tanto y Blanca e Irene se acercaron a inspeccionar la caja. No indicaba cuántos dígitos había que ingresar siquiera. El silencio prosiguió mientras cada una se comía la cabeza a su manera, hasta que la física se percató de un detalle.

Las letras que faltaban eran la "B", "C", "G", "I" y "E". Todas entre las nueve primeras del abecedario. Un cifrado tan simple que ni tuvo en cuenta vino a su cabeza de un golpe.

—¿Hemos probado el A1Z26?

—¿Qué coño es eso? —preguntó Bea, arqueando una ceja— Me estáis hablando en chino.

—Chica, es sencillo. Sustituye cada letra por su correspondiente puesto en el abecedario. A es 1, B es 2, C es 3 y así hasta la Z que es 26.

—Y lo dices como si fuese cultura general.

Blanca suspiró, llevándose una mano a la cabeza.

—¿Lo hemos probado o no?

—No —interrumpió Irene—. No me suena, pero puede servir. ¿Qué nos quedaría?

Blanca alzó la cabeza para hacer el cálculo mentalmente, pero no tardó en agarrar un papel y escribir. 23795. Esa era la clave, o al menos una opción. No se detuvieron a discutirlo, no perdían nada ingresando el número directamente en la caja. Con el código en mano, la joven se acercó a los botones numéricos y los pulsó uno a uno. Luego el botón de aceptar y...

Clic.

La caja estaba abierta.

—¿Solo un trozo de papel...? —murmuró decepcionada Bea.

—A ver que dice —propuso la rubia—. Y muchas gracias Blanca, justo ese no se me había ocurrido.

—Nada mujer, era cuestión de probar... —la chica se llevó una mano a la nuca— Me alegra ver que tú también sabes de cifrados.

—Es entretenido, me gusta la criptografía.

—Bueno, vamos a centrarnos —interrumpió la pelirroja con aquella tira de papel en la mano.

Era un código. Otro, mejor dicho. Este era un poco más curioso.

"0230-0330"

"9716.3502.48"

—Esto... —dijo Irene confundida— ¿Para qué sirve?

—¿Y si es la clave del ascensor? —propuso la psicóloga al echarle un mejor vistazo— Es que no se me ocurre nada más.

—¿Cuál de las dos? —preguntó la rubia.

—¿Las dos, quizá...? No sé.

—Vamos a revisar el ascensor. Delta no vuelve hasta dentro de unos veinte minutos, nos da tiempo de darle un sentido a esto —dijo Blanca mientras cerraba la caja fuerte y se guardaba la información en el bolsillo—. Daos prisa.

Con velocidad y sin siquiera cerrar la puerta de la habitación, las jóvenes partieron al centro de la cámara principal. Nunca se habían parado a ver cómo funcionaba, pero parecía muy simple. Un tubo totalmente transparente con una plataforma del mismo material que ascendía cuando un grupo de gente lo pisaba. Debía tener la capacidad para no más de un par de personas. Sus puertas dobles apenas se notaban gracias al perfecto corte y encaje de las piezas, pero con solo acercarte lo suficiente podía saberse dónde se situaba la entrada. Lo que no había era un panel donde ingresar algún tipo de código.

Recordaron los movimientos de Delta: se acercaba, se abría, entraba y se cerraba. No hacía nada más. Eso sí, solo funcionó tras la eliminación de alguien, tanto de Germán como de Silvia. ¿Eso significaba que... alguien debía llegar al cero para que pudiese abrirse de nuevo?

No, debía de haber otra respuesta. Tenían dos líneas de números. La de abajo aparentaba un código pero, ¿qué era la de arriba? Por suerte para las jóvenes tanto Víctor como Fer y Miriam se estaban acercando desde el comedor.

Les tocaría ayudar a descifrar el misterio del elevador de cristal si es que no querían morir allí.

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