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Capítulo 31. El ascensor de cristal

La sala en la que el grupo completó el primer examen estaba intacta. Todos los apuntes y papeles que los participantes usaron estaban en el mismo sitio en el que los dejaron días atrás. Incluso los de Silvia.

—Esta chica no hizo mas que escribir garabatos —replicó Sergio con los escritos de Silvia entre sus manos—. Estaría muerta de nervios, supongo.

—¿Seguro que no hay nada más? —preguntó Víctor mientras revisaba el escritorio donde Delta se sentó, aunque este estaba vacío.

—Eh... No, nada. Al menos nada con sentido.

Tras decir eso, alzó al aire un folio con algo escrito.

—Esta es la única que tiene algo legible, son las teorías de Silvia y lo que el resto estaba diciendo. Supongo que lo hizo para saber como contradecir datos.

—A ver, trae para acá.

El pelinegro se acercó y tomó la los escritos de las manos de su compañero para analizarla: efectivamente, no eran más que cosas que los demás dijeron, escritos y ordenados con una letra sorprendentemente limpia. En cualquier caso, en esa sala no había nada importante. ¿O...?

No mucho después de revisar de arriba a abajo la información, Víctor notó algo fuera de lo común.

—Eh, mira. ¿No hay varias letras borrosas?

El estadístico se subió las gafas y se acercó al papel. Parecía ser que Víctor estaba en lo correcto: algunas estaban borrosas, como si las hubiese frotado con fuerza hasta emborronar la tinta del bolígrafo. ¿Para qué haría eso Silvia?

—Guárdate eso, que igual nos sirve de algo.

—Ajá —asintió, mientras doblaba su descubrimiento y se lo guardaba en en el bolsillo del pantalón—. A ver si no se me pierde.

—Intenta no ser tan torpe por un par de minutos, haz el favor —vaciló Sergio—. Aquí no queda nada más, así que... ¿Volvemos al cuarto de Silvia?

—Sí, a ver qué han encontrado el resto.

—Con la montaña de mierda que tenía ahí, algo útil sacarán seguro.

El dúo ingresó a la habitación Δ-247 para encontrarse un entorno mucho más ordenado que el que vieron antes de separarse: todos los artefactos que Silvia había encargado estaban ordenados y a la vista, los papeles de las paredes apilados y separados según la información que proporcionaban y todo lo irrelevante o inútil había sido apartado para no estorbar. Sergio se esperaba un peor trabajo por parte de la nueva y sus compañeros, pero una vez mas los subestimó.

Blanca corrió hacia Víctor en cuanto le vio entrar.

—¿Qué tal? ¿Encontrasteis algo?

—Supongo —dijo mientras enseñaba el papel plegado—. Son apuntes de Silvia normales y corrientes, pero tienen letras sueltas borrosas que igual significan algo. ¿Y vosotros?

—Venid, anda. Hay mucho de lo que hablar.

Lo primero que vieron fueron varias filas de objetos bastante peligrosos sobre el escritorio: botellas de productos peligrosos, armas punzantes —incluidas agujas como las que pudieron haber acabado con Germán—, pastillas... Tras todo esto podía reconocerse una pequeña caja con un candado numérico.

—¿Y eso? —preguntó Sergio, mientras inspeccionaba el cacharro con la mirada.

—No hemos encontrado la clave —contestó Irene—. Pero estos papeles tienen información sobre Silvia y Apeiro.

—¿Buena o mala? —preguntó Víctor, de brazos cruzados y arqueando una ceja.

—Juzga tú mismo...

Sobre la cama yacían bastantes pilas de papeles y post-its llenos de información, pero había un par que destacaban por estar apartados. Irene caminó hacia ellos y los cogió para dárselos a sus compañeros recién llegados. Sergio alzó la mirada antes de comenzar a leer: todos parecían ligeramente tranquilos, pero esa expresión de calma que siempre estaba en Fer había desaparecido. Y Bea parecía intranquila por alguna otra razón.

Llevaban así unas horas. Sergio era consciente de que ambos habían visitado el sector Sigma, pero supuestamente solo les prohibieron el acceso y poder buscar a Silvia. ¿Por qué desde entonces estaban tan perturbados? ¿Qué habían visto? Sergio no se creía lo que habían contado, pero tampoco era plan meter el dedo en la herida.

Antes de que se le fuese la hora, decidió comenzar a leer junto a Víctor, por lo que se acercó al folio que su compañero recorría sigilosamente con la mirada.

"Sé del proyecto Theos casi tan poco como el resto de los participantes, pero no me creo que sea tan inofensivo como lo habéis pintado. Alcanzar la inmortalidad para devolverle la vida a todos aquellos que han caído en vuestras redes. Qué bonito, definitivamente les hacéis un favor a vuestras víctimas.

Mi experimento de acceso no tuvo una finalidad concreta: fue la mayor matanza que he podido presenciar y, al fin y al cabo, este es otro de esos experimentos solo que más currado y con una excusa. Veinte personas peleamos por salir vivos y a pesar de haber sido la única en lograrlo, aquí estoy de nuevo. Nada me garantiza que vaya a morir esta vez, pero al fin y al cabo es es Apeiro. El ΔE-08.261 solo fue uno de los infinitos genocidios que lleváis acabo aquí con el único fin de conseguir a los sujetos más aptos, ¿no es así, Delta? Selección natural la llamáis... Debería daros vergüenza.

Siempre me has dicho que me esfuerce por ganar, que tengo potencial. Al fin y al cabo me hicisteis una trabajadora en prácticas por algo. Pero entonces, ¿qué hago de nuevo en el sector Delta? Ser la ganadora no me librará de la muerte, nunca lo hizo y nunca lo hará. Solo queréis retrasar lo inevitable: perder a una de los vuestros.

Yo no quiero ganar. Solo quiero vivir, y aquí dentro eso no es una opción. Ya no. Si algún día lográis revivir a los sujetos del Sigma espero que os olvidéis de mí, porque una vez muerta, prefiero quedarme así a tener que volver a serviros.

Y si vosotros, compañeros, leéis esto (porque probablemente lo haréis), no cometáis el mismo error que yo. El ascensor de cristal es la salida más accesible, pero necesita un código. Si tenemos la suerte de que Delta no lea esto antes que vosotros, podré ayudaros de forma discreta a llegar hasta ese código. Porque sí, lo conozco, pero no puedo dároslo en bandeja: Apeiro se daría cuenta. Usad vuestros cerebros.

Como último mensaje... Siento haberte elegido de víctima, Bea, pero no me quedaba otra que intentar sobrevivir. Aunque si estás leyendo esto es porque fui yo quien perdió el juicio. Lo merezco, supongo que no soy más que una de ellos. No tengo más que decir, así que buena suerte."

Sergio notó a Víctor tragar saliva, pero él estaba bastante tranquilo. Nada que le terminase de sorprender: Apeiro es malo, mata gente, los guarda en el sector Sigma —o eso parece— y están usándolos para encontrar la forma de revivirlos con un fin desconocido. Así que esto era lo que Bea y Fer descubrieron.

Lo que no terminaba de tragarse era el cuento de que Silvia les ayudaría a escapar. Era una trabajadora de Apeiro, después de todo, por mucho que no fuese más que otra adolescente como ellos.

El pelinegro alzó la cabeza para mirar a Sergio y, acto seguido, al grupo.

—¿Qué pensáis de esto?

Varios apartaron la mirada.

—Que estamos jodidos —dijo Irene sin miedo alguno—. Esos cabrones fueron capaces de secuestrarme y tenerme inconsciente pero viva durante dos semanas. Además, mira este lugar, podría ser perfectamente un escenario de ciencia ficción.

—Irene tiene razón —Fer pareció no poder guardar silencio durante mucho más—. Bea y yo lo vimos con nuestros propios ojos en el sector Sigma.

La pelirroja se llevó una mano a la frente y se sentó al borde de la cama antes de soltar un tembloroso suspiro.

—Se notaba que ocultabais algo, pero me daba miedo preguntar... —dijo Blanca con una expresión preocupada.

—Esto es una puta mierda —replicó Bea con ira—. ¡Si es que tendría que haberme ido cuando Delta me dejó! ¿Creéis que si vuelvo a darme un golpe en la cabeza...?

—Tú estate quieta y no digas tonterías —rechistó la joven física—. No necesito más motivos para hablar con Delta y decirle que abandonamos. Todos.

Sergio sonrió mientras dejaba salir una ligera risilla.

—Mucha suerte convenciéndola. Seguro que nos deja salir al mundo exterior sabiendo lo que traman aquí dentro.

—¿Y tú por qué estás tan tranquilo, si puede saberse? —preguntó Bea con mala leche.

Las palabras de alguien resonaron en la mente del estadístico.

—Porque no merece la pena perder los nervios. ¿Este problema tiene solución? Entonces dejad los llantos y vamos a ponernos a ello. ¿Y en caso contrario? Pues no perdáis el poco tiempo que os queda lamentándolo.

Nadie pareció saber qué respuesta dar. Aunque la cara de Bea pudo darle a entender a Sergio que su respuesta le había resultado repugnante, el resto pareció haber entendido lo que quería decir. Fuese como fuese, allí ya poco podía hacer.

—Venga, un poco de alegría. Ya pensaremos en cómo entrar al ascensor de cristal —dijo mientras se giraba hacia la puerta—. Por mi parte me piro. Chaito.

La puerta se cerró tras el muchacho y la habitación quedó en silencio durante unos segundos. Este fue interrumpido por Víctor, quien dejó el papel sobre el escritorio y se dignó a hablar.

—Yo... sé que ahora estamos en una situación un poco complicada. Quiero decir, hemos acabado sin querer en un matadero de humanos —dijo, tratando de darle algo de humor a la situación a pesar de estar igual de nervioso que los demás—, pero Silvia ha querido ayudarnos a pesar de todo. Esta habitación debe tener pistas que nos conduzcan a la clave del ascensor y, por tanto, a un escape.

—Eres demasiado optimista —dijo Blanca con unos ojos vidriosos que hacían lo posible por evitar desbordarse—. No vamos a salir de aquí nunca... No nos dejarán.

—Ni tienen que hacerlo.

—Sigma y el resto de líderes nos tienen vigilados —informó Fer tras recordar los sucesos que vivió horas atrás—. Supo dónde y cuándo aparecer para detenernos a Bea y a mí. No hay forma de hacerles el lío.

—Hay que intentarlo —insistió Víctor—. Nadie se sentaría a esperar el día de su muerte, ¿verdad? Porque es lo que estamos haciendo ahora.

—No —interrumpió Miriam con un tono decaído—. Si jugamos su juego, uno de nosotros vivirá.

La tensión comenzó a hacerse notar en la sala.

—Eso nos volvería rivales —aclaró Blanca con pena.

—Siempre lo fuimos —dijo Bea—. Es culpa nuestra al habernos encariñado unos con otros.

—¡No pensábamos que moriríamos!

—Pues sorpresa.

Víctor interrumpió a las chicas.

—No voy a jugar. No hasta que hayamos probado todas las ideas que se nos ocurran. Y hasta que yo no intente escapar por el ascensor, me niego a veros como rivales. Los seis merecemos vivir —el joven miró a Irene—. Bueno, los siete.

Era cierto, aquella chica no tenía pulsera y seguían sin saber el por qué. Delta especificó en la primera clase de Irene que no era un fallo, que tenía un por qué que descubrirían ellos mismos. ¿Tendría que ver con el siguiente examen? Pero... ¿Eso la convertía en una compañía segura o no dejaba de ser una rival?

¿Tenía acaso posibilidades de ser la ganadora?

—Irene, tú no tienes brazalete —recordó el pelinegro—. Creo que podrías ser útil a la hora de hacer cosas que pueden suponernos una sanción al resto.

La rubia negó con la cabeza algo asustada.

—¿Y si me matan por ello?

—No creo... —el joven se paró a pensar, poniendo su rostro apuntando al techo y soltando un resoplo—. No sé. Pero es más seguro para todos: a fin de cuentas si te han traído aquí es por algo.

—Igual es porque os faltaba una informática.

—Eso es cierto. ¿Sabes hackear?

—Supongo que podría decir que sí, pero viendo la seguridad de este sitio va a ser inútil intentarlo. Ni que trabajase para la CIA.

—Tú por si acaso pide cuando puedas un portátil o cualquier cacharro que te permita hackear —propuso el ingeniero—. La verdad es que yo no tengo ni idea de esas cosas.

Realmente la idea no era mala, por lo que la joven pareció estar de acuerdo.

—Estoy cansada —dijo Bea con un bostezo—. Yo me piro, mañana vemos cómo organizarnos para seguir investigando.

Fer asintió, sobretodo a lo primero.

—Creo que es hora de descansar. O al menos de intentarlo...

El resto acabó por aceptar la idea de separarse para irse a sus habitaciones, por lo que poco a poco fueron abandonando el recinto. Víctor, una vez el pasillo quedó en silencio, se acercó a la puerta de su compañera por excelencia: Blanca. No pegó al instante, sino que pensó si hacerlo. Quería enseñarle algo, debía enseñarle algo. Pronto no tendría más remedio y quería que ella lo viese antes que el resto, como hizo con Sergio. Pero visto el ambiente, vistos sus ánimos... No.

Se dio media vuelta y caminó lentamente hasta su cuarto. Sacó la tarjeta con su código y el logo de Apeiro en el reverso, la pasó por el pomo y lo giró para abrir la puerta.

El característico olor a metal le inundó como de costumbre. Entró al baño a hacer sus necesidades y a cambiarse el uniforme por uno más limpio. Decidió que se ducharía por la mañana. Antes de abandonar el pequeño cuarto de baño se miró al espejo: sus ojeras habían crecido levemente, pero su acné, por alguna razón, estaba desapareciendo. Llevaba un buen tiempo comprobando si realmente lo estaba haciendo y cada día estaba más seguro. ¿Qué le estaba haciendo Apeiro?

Salió y se sentó al borde de la cama no sin antes encender el televisor. Con una sonrisa, fijó su mirada en el escritorio. Su obra maestra estaba ahí, tapada con una manta por si a alguien le daba por asomarse a la habitación sin avisar. Ya tuvo que esconderla rápidamente en la visita sorpresa de Sergio.

Su creación le aterraba por las consecuencias que pudiese conllevar, pero a su vez, aquello que yacía sobre su escritorio era la prueba de que él era más listo que Apeiro, y pronto se lo haría saber a sus superiores.

Iba a salir de ahí junto a Blanca, tal y como se prometieron. Una promesa que cumpliría sin importar cuántos cadáveres tuviese que arrastrar para ello.

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