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Capítulo 28. Habitación Δ-247

El día anterior fue una completa locura. Silvia se había ido. No solo eso, sino que en el caso de que lo que dijo fuese cierto... "¡Luchad por que vuestro número no llegue a cero!" A Miriam se le helaba la sangre cada vez que recordaba aquel último mensaje. Sus 28 puntos... ¿Realmente durarían casi tres semanas más?

—No podemos salir de aquí, ya lo dijo Delta —mencionó, irritada, Blanca.

Ah, era cierto, estaban debatiendo lo ocurrido. La cabeza de la joven médica se distrajo casi al par de minutos de comenzar a discutir la situación. Necesitaba procesar antes lo surrealista que estaba siendo su realidad durante esas semanas.

—Porque si alguno se va, el experimento puede verse alterado —aclaró Bea, pues al ser la única que trató de abandonar sabía perfectamente los motivos de esa norma—. Pero si renunciamos todos...

Sergio, quien ni siquiera estaba sentado en la misma mesa que los demás, rió por lo bajo. Había estado escuchando todo este tiempo.

—¿Tú crees que nos van a dejar ir? ¿De verdad crees que si Silvia dijo la verdad, se van a arriesgar a que podamos ir a la policía y denunciarles?

—¡Obligarnos a quedarnos aquí en contra de nuestra voluntad es ilegal, joder! Esto no me gusta nada, quiero irme.

—Creo que eso es lo menos ilegal que Apeiro hace, cielo —respondió el matemático con su característico e insoportable rostro de "nada me preocupa".

—Todos queremos irnos—respondió Víctor con cara de circunstancia—, pero... Va a ser difícil ¿Escapar es opción? Durante las prácticas, por ejemplo.

—No sé yo si nos conviene montar un espectáculo... —dijo Fer, preocupado por la idea de que sus compañeros pudiesen hacer algo de lo que se arrepintiesen a futuro— Si hablamos con Delta, probablemente nos comprenda o bien nos relaje. No sabemos si lo que dijo Silvia es cierto o una prueba más.

—¿De verdad sigues creyendo en Delta? ¿Para ti todo lo sospechoso es solo un montaje parte del experimento o qué? —rechistó una Bea estresada y agitada— Paso de vuestra ignorancia, yo me piro. Estaré en mi habitación para cualquier cosa que necesitéis.

Mientras abandonaba la sala, el resto simplemente continuó el debate. Miriam tan solo escuchaba, no sabía cómo colaborar, aunque tampoco es que le apeteciese del todo. A pesar de todo... una voz en su cabeza le comenzó a decir que debía comenzar a actuar si no quería ser la próxima en subir a aquel ascensor. ¿Después de todo lo que había visto, ¿realmente seguía dándole igual perder el experimento?

—Vamos a ver... —interrumpió Blanca— Ya hemos hecho ilegalidades en el sector Gamma para investigar la muerte de Germán. Silvia ha debido de ser trasladada al Sigma, ¿no? Allí nos dijeron que iríamos los eliminados. Vamos a buscarla y punto.

El resto pareció no estar en desagrado con aquella idea. Los ojos de Miriam se abrieron como platos al oír la propuesta.

—Yo no voy, lo digo de ya —mencionó Miriam enseñando el número de su brazalete—. No me lo puedo permitir. Además, el sector Sigma...

Prefirió ahorrarse el discurso: su bajo número debía ser más que suficiente. Blanca asintió. Lógicamente, no podían dejar ir a quienes menos puntuación tuviesen. Eso descartaba a Miriam y a Víctor. De ahí pasábamos a los 74 puntos de Sergio y en adelante.

—Bea tenía aún más de noventa —recordó la chica de las gafas—, creo que lo mejor sería que vaya ella.

—¿Sola? ¿A por Silvia? ¿A la central de Apeiro?—cuestionó Fer—. No. Iré con ella, tengo 89 aún. Asumiré las consecuencias.

—Solo quedaría preguntarle a Bea, pues —aclaró Víctor.

—Claro, eso y que os permitan la entrada al sector Sigma —refutó Sergio mientras jugueteaba con los cordones de su sudadera—. Pensáis que es un sector como cualquier otro, pero os lo recalco lo que Fer ha dicho: es la central de Apeiro.

Nadie supo qué contestar. En cierto modo, no sabían nada de aquel sector. Sí, era el más importante. Sí, era el hogar del dueño y líder de la organización. Pero nada más: ni los campos que estudiaba, ni cual era el trabajo de sus miembros... Nada.

Un grito de puro estrés resonó en toda la sala, alertando a los cinco jóvenes.

—¡Eh!

Todos voltearon a la entrada del comedor. Bea había vuelto con una expresión no mucho mejor que la que poseía al abandonar la cantina. ¿Qué había pasado?

—Ya que os molestó no avisar cuando entré en el cuarto de Germán, os aviso ahora: El de Silvia está entreabierto. No he entrado aún, y creo que paso de hacerlo sola.

Se hizo un silencio, probablemente producido por la sorpresa de la situación. Algunos se miraron entre ellos y, poco a poco, fueron levantándose. Víctor y Blanca no habían siquiera terminado de comer por haber estado hablando todo el rato, pero no dudaron en seguir a su compañera. Como no era el caso de Miriam, cuyo plato llevaba vacío casi diez minutos, poco le importaba acompañar al resto. ¿Qué se les había perdido en la habitación de Silvia?

Era una habitación normal y corriente, a simple vista. Entonces, al pasar la puerta de entrada, todos notaron la gran cantidad de papeles llenos de información y garabatos desperdigados por toda la sala: en el suelo, en la pared, incluso en el baño. También destacaba una pila de cosas que Silvia pareció haber estado recopilando gracias a sus tres pedidos diarios. La gran mayoría parecían bastante peligrosas, cosa que sorprendió dada la norma de "prohibido pedir cosas potencialmente letales". Claro, que Silvia era una infiltrada, traidora y asesina. Obligada a ello o no, eso daba igual.

Pero, por encima de todas las anomalías de aquella desordenada vivienda, nada destacaba tanto como aquella joven que yacía inconsciente sobre lo que fue la cama de Silvia. En cuanto se percataron de su presencia, todos entraron en un silencio sepulcral y quedaron totalmente inmóviles. Su largo, bello pero desaliñado cabello rubio colgaba de los extremos del mueble y parecía estar en una postura bastante incómoda, como si la hubiesen tirado allí sin respeto alguno, como una muñeca abandonada. Miriam y el resto observaron en shock aquella escena. ¿Era una trabajadora? No lo parecía: vestía como un sujeto. Pero... ¿Acaso podían introducir nuevas personas al experimento a casi dos semanas de comenzarlo?

Sergio se acercó a ella sin demasiado cuidado. Lo primero que hizo fue apartar un mechón de pelo del código de su uniforme. Δ-247: el mismo que Silvia. Entonces su cabeza pareció ponerse a pensar. Y se percató de algo aún más extraño.

—No tiene brazalete.

Casi al instante, los brillantes ojos verdes de la joven se dejaron ver. Un gruñido y un par de débiles movimientos bastaron al grupo para alarmarse y retroceder un paso, Sergio incluido. Aquella chica se veía totalmente desorientada, sus ojos denotaban terror conforme leía su entorno con unas pupilas tan dilatadas que daba miedo. Cuando su mirada se cruzó con los del joven frente a ella, un respingo la hizo despertarse del todo y pegarse a la pared tras ella.

—Q... ¿Quiénes sois? —preguntó asustada, sin apartar la mirada ni de Sergio ni de los chicos tras él— ¿¡Qué hago aquí!?

—Tranquila, chica, que nosotros tampoco lo sabemos —contestó el joven de las gafas—. Te acabamos de encontrar, esta era la habitación de una de nuestras compañeras. Y... ahora es tuya, supongo.

La rubia frunció el ceño y dedicó unos segundos a asimilar la situación.

—¿Qué es este sitio?

—Apeiro —contestó Blanca—. ¿No lo sabes...?

Su rostro se petrificó como si hubiese oído el nombre de su peor enemigo.

—Me estáis vacilando... —murmuró mientras recuperaba la compostura para sentarse al borde de la cama y se echaba las manos a la cabeza.

—Lo primero de todo —interrumpió Sergio— Te llamas...

—Irene —contestó con voz temblorosa—. Lo... Lo siento, estoy un poco aturdida. ¿Cuánto tiempo llevo dormida?

—Y yo qué sé, hemos descubierto tu existencia hace un momento.

—Relájate, que parece agobiada... —recomendó Fer a su compañero, quien asintió y se retiró un par de pasos más para dejarle paso a él— ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Creo que me han secuestrado. Apeiro, quiero decir.

—¿Cómo? —volvió a cuestionar el alemán, bastante impactado, al igual que el resto.

—Me llegó una carta hace un par de semanas con una oferta de trabajo aquí. No la acepté pero... Bueno, aquí me veis.

Cuanto más hablaba aquella joven, más se confundía el resto. Justo algo así era lo que faltaba por suceder para que el grupo perdiese lo que les quedaba de cordura. ¿Una sujeto secuestrada? ¿Qué barbaridad era esa? Miriam se percató de algo digno de análisis en sus palabras.

—¿Dos semanas...? Si hablas de una carta sobre el proyecto Theos mí la carta me llegó hace ya un mes, al acabar las clases.

—Es verdad, y a mí —corroboró Víctor.

Luego Blanca, Fer e incluso Sergio. Irene pareció comenzar a estresarse —de nuevo— y sus ojos se llenaron de lágrimas en cuestión de segundos. No habían pasado dos semanas desde que le llegó la carta.

—¿No estamos a 2 de julio? —preguntó con miedo de saber la respuesta.

Oh, no.

—Estamos a trece, cielo —contestó Bea con una mirada de preocupación.

Y las lágrimas comenzaron a derramarse por sus pálidas mejillas, mientras todos observaban en silencio.

—¡Me quiero ir a mi casa! ¡Yo no acepté el trabajo! ¡Por favor, decidle a quien sea que lleve esto que ha habido un error!

Miriam pensó algo. ¿Y si esta era la chica cuyo hueco tuvo que cubrir Silvia? ¿Era la verdadera sujeto Δ-247? Eso parecía, pero... ¿Por qué ahora? Debía de ser otra de las gracias de Apeiro, seguro que era eso.

Blanca se sentó a su lado y trató de calmarla, pero parecía inútil. Le preguntó por su edad, de dónde era... Los datos que le preguntaría a cualquier persona que acababa de conocer. Tan solo quería normalizar la situación para despreocuparla un poco, pero no dejaba de ser un caso peculiar que confundió a todos. No solo por su repentina aparición, sino también porque le faltaba su brazalete.

—Debes tranquilizarte, ¿vale? —repitió una vez más— Estás rodeada de gente que está mismo nivel que tú. Vamos a conocernos, a ayudarte a hacerte a este sitio, y luego te pondremos al día. Han pasado muchas cosas desde que llegamos.

—Bueno, a nosotros no nos han secuestrado y tal...—murmuró Sergio, antes de callarse por las amenazantes miradas del resto.

—Disculpa la pregunta —comenzó a hablar Víctor— pero, ¿cómo te han traído aquí entonces? O sea, no entiendo la parte del secuestro.

Irene suspiró para tranquilizar sus disparadas emociones e hizo el intento de contar lo que sabía.

—No sé, ¿vale? Recibí la oferta de trabajo y no terminé de fiarme, así que la rechacé —la joven hizo una pausa—. Pero solo por curiosidad fui al lugar donde me citaron al día siguiente y... No sé. Acabo de despertarme después de eso. Llevo once días desaparecida, joder... Mis padres y mi amiga deben de estar preocupadísimos...

Blanca no supo cómo seguir. En señal de ayuda, cruzó miradas con el resto. Claro estaba que era una situación igual de rara para todos.

—Oye —dijo Miriam—, supongo que tendrás hambre.

Irene pensó su respuesta. Debería tener hambre tras dos semanas dormida, ¿no?

—La verdad es que no demasiada.

—Pues sí que te han cuidado bien donde sea que te han tenido escondida.

Aún podía verse preocupación en la cara de Irene, y con razón. Por lo poco que había contado, no era nadie especial como para ser traída por Apeiro a la fuerza: tan solo una joven de 19 años en segundo año de ingeniería informática, aficionada a programar y a diseñar herramientas web. ¿Tanta falta les hacía alguien como ella?

—Aun así es mejor que comas algo normal —propuso Fer—. Llevarás todos estos días subsistiendo a base de líquidos médicos, como los de la gente en coma.

—Es verdad —continuó el pelinegro—. Dios, qué horror, yo me moriría si no comiese durante más de un día. ¿Vamos todos y te ponemos al día? No sabrás un coño de cómo va esto, supongo.

Irene rió mientras secaba sus lágrimas.

—Exacto. Lo agradecería mucho, la verdad.

El pelinegro sonrió.

—Nada, las víctimas nos ayudarnos unas a otras.

Tras aquello, la joven se levantó ante la imponente presencia del resto. Miriam pudo notar sus nervios al estar ante un grupo de desconocidos, se veía... igual que ella. Ah, si ni siquiera se había presentado.

—Me llamo Miriam, por cierto.

Al caer en ello, el resto hizo lo mismo. En cuanto Irene salió de limpiarse la cara en el baño, y ya en un ambiente mucho más estable, el grupo decidió salir de la habitación de Silvia. Bueno, de Irene.

La chica nueva echó un vistazo al interior del cuarto antes de cerrar la puerta.

—Voy a tener que hacer bastante limpieza...

Sergio se volteó al instante.

—Alto ahí, señorita. Esas cosas son de Silvia, quien ocupó esa habitación hasta ayer. Antes de tirarlo todo, me llamas y echamos juntos un vistazo a lo que puede servir y a lo que no.

—Ah, lo siento —su rostro de angustia volvió a hacerse notar—. ¿Puedo preguntar qué le pasó?

—Nada, solo ha dejado el experimento. Pero digamos que era una chica única y diferente. Puede que tenga algún que otro cachivache útil... Te enterarás luego.

—¿Qué pretendes, tío? —interrumpió Bea, quien había puesto el oído a la conversación —Tú no vas a tocar nada de Silvia sin que estemos todos delante, que ya nos conocemos

Antes de contestar, el chico rió de una forma un tanto exagerada.

—Sí que va a costar que confiéis en mí.

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