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Capítulo 27. El joven del sector Alfa

Tras una interminable jornada laboral, el día de Delta estaba comenzando a perder intensidad. La apertura del laberinto, la reunión y la observación de los sujetos la tenía muerta, tal y como le habían advertido. Administrar un proyecto de tales magnitudes era de todo menos sencillo, y ni hablar del día del primer examen. La científica solo quería terminar pronto, usar su poco tiempo de descanso en cenar y leer algo, dormir sus siete horas y media de sueño y rezar para que día siguiente no fuese tan infernal.

Pensaba en cuánto tardarían en completar la prueba los tres sujetos que quedaban a esas alturas. Mientras tanto, caminaba por los eternos pasillos del sector Alfa, rodeada de oficinas y becarios que deambulaban con las manos llenas de documentos, de un lado a otro, como si ni siquiera tuviesen un rumbo fijo. El ambiente era muy distinto al que ella acostumbraba a experimentar en su respectivo área de trabajo: los trabajadores del sector Alfa eran conocidos por su gran capacidad de llevar varias tareas a la vez, todas ellas igual de tediosas. Y justo por eso, sumado a la capacidad sobrehumana que todos aquellos poseían a la hora de gestionarse y reaccionar velozmente a imprevistos, era que se les tenía como la élite de los trabajadores de Apeiro. Todos querían ser del sector Alfa, sobretodo aquellos que sabían que optar por un puesto de líder de sector o jefe de zona era imposible para ellos.

Cuando Delta volvía a su antiguo sector, sentía que había sido desterrada de él por no ser lo suficientemente ambiciosa para ellos, por mucho que ahora fuese una de las personas más importantes de Apeiro. No podía negarlo: aún le dolía ser Delta y no Alpha. Su coeficiente intelectual era significativamente superior que el de los trabajadores de cualquier rango por debajo del suyo—por algo era líder de sector—, pero aun así, ellos brillaban mucho más que ella... o así lo sentía. Al fin y al cabo, era el sector más importante por detrás del Sigma, y su jefe no era ni más ni menos que la mano derecha de la persona que controlaba todo Apeiro. No podía ser de otra forma viniendo de Alpha, persona con la que la científica había quedado en unos minutos.

A paso ligero, la mujer alcanzó la sala común de la planta baja, una amplia habitación donde los trabajadores descansaban y convivían durante sus periodos de descanso, sobretodo cuando no les daba tiempo de volver a sus residencias. A esas horas no estaba muy concurrida, cosa que podía verse a simple vista: el número de presentes en el gran salón no llegaba apenas a diez. Entre ellos se hallaba aquel muchacho alto, algo entrado en carnes y de mirada seria. No tenía más de cuarenta, pero podían notarse los años en la cara. Igual de la vejez, igual del estrés —el mismo al que probablemente se debían esas enormes y negras ojeras que colgaban de sus ojos verdes—, pero su rostro no parecía del todo sano.

—Hombre, Delta —dijo sonriente, ondeando la mano en el aire—. Me alegra verte, hace tiempo que no me haces una visitilla.

—Ya sabes que a Sigma no le gusta que nos movamos tanto de sector.

—Era una broma, mujer. En el fondo le entiendo, ya sabemos lo perfeccionista que es.

—Nadie lo sabe mejor que tú —dijo Delta con cansancio, pero devolviendo la sonrisa—. Y bien, podemos ir yendo a tu habitación, ¿no? No sé por qué quedamos aquí.

—Son las diez de la noche. ¿De verdad ibas a liarte a organizar informes sin cenar?

—Yo me apaño con un café, ya cenaré cuando vuelva a la residencia.

—Déjate de rollos y vamos al restaurante del primer piso. Igual no te lo crees, pero se come perfectamente.

—Si es que tenéis aquí montado un centro comercial. El sector Delta también necesita tiendas y sitios para comer como los de este sector, ¡apúntatelo como propuesta urgente, que no es normal que nos alimentemos a base de máquinas expendedoras!

Ambos rieron y procedieron a abandonar la sala mientras seguían debatiendo acerca de los establecimientos que sus sectores tenían o dejaban de tener. Entre ellos había una relación cuanto menos cercana, cosa que Delta agradecía siempre. Aún recordaba cómo se conocieron.

El mismo año que fue admitida como empleada en el sector Alfa, él acababa de ser ascendido a miembro veterano. Esta casualidad hizo que el joven Alpha fuese su mentor, un hecho a partir del cual poco a poco se desarrolló una amistad. Ambos escalaron puestos casi a la par y fueron siempre de los más brillantes del recinto, además de haber tenido a Sigma siempre contento. Aunque, como todos, este tenía un favorito.

No tardaron demasiado en llegar al restaurante y coger mesa. Al contrario de la sala común, este comedor sí estaba lleno. La gran mayoría de trabajadores acababan de salir de su turno o estaban a punto de entrar en este, por lo que generalmente paraban en el proceso a cenar o almorzar allí. Relativamente barato, de calidad y con servicio rápido, era sin duda alguna uno de los mejores locales en Apeiro. Definitivamente estaba a la altura del sector en el que se encontraba.

Un robot camarero se acercó a la mesa y ambos realizaron su pedido. La inteligencia y el software que los robots humanoides camareros poseían era de las mejores que se habían creado en Apeiro. A pesar de estar trabajando aún en el aspecto físico y en el nivel de habla de la IA, aquella máquina se acercaba mucho a lo que era un humano real, de carne y hueso.

La robótica en Apeiro estaba mucho más desarrollada que en el exterior: al fin y al cabo, poder cubrir trabajos poco importantes a nivel de desarrollo como el de limpiador, cocinero, camarero u otros oficios alejados de la ciencia permitía a la compañía ahorrarse puestos de trabajo que podrían ser ocupados por un equipo de científicos.

—No me termino de acostumbrar a estas cosas, en serio —dijo Delta.

—Dan un poco de miedo, sí. El sector Lambda debería darle más importancia a su capacidad de reflejar emociones. Parecen cadáveres que han vuelto a la vida, o personas muertas por dentro... algo así. Bueno, ahí también influye el trabajo de Beta, y ya sabemos lo poco que le gustan los robots a este muchacho.

—No me extraña, la verdad —rió Delta, aún pendiente al humanoide— ¿En el Centro de Cuidado Infantil también tienen de estos?

—Ay, si tú supieras... —Alpha bajó la cabeza y soltó una risilla— Los dos se han obsesionado con uno de sus cuidadores. Me hablan siempre de él. Parece que lo hacen mejor que estos, porque juegan con ellos, le dan tema de conversación y le enseñan de todo. Me alegro de que, aunque no puedan estar conmigo, estén en buenas manos.

—Debe ser una putada estar tan lejos de tus hijos, por mucho que lleven toda la vida allí.

—Lo es. No me gusta admitirlo porque se nos tiene dicho que... ya sabes, no desarrollemos empatía por los sujetos. Pero son mis hijos, llevan mi sangre, creo que es normal.

—¿No conoces a más padres?

—Parece ser que somos muy pocos. Dos o tres más en todo Apeiro —explicaba Alpha mientras acaricia su corta barba—. Serán muy crueles, pero no tanto como para hacer experimentos con más críos de la cuenta.

—No lo digas muy en alto... sé de muchos que llegaron aquí con menos de seis años.

—Lo sé, lo sé. La mayoría de niños del CCI vienen de fuera. Que si padres muertos, secuestros, accidentes, abandonos... qué horror.

—Al menos les estamos dando una buena vida.

Alpha rió con un notorio sarcasmo. Un instante después, el mismo robot dejó dos platos de comida en la mesa y un entrante en el centro. Ambos líderes hicieron una breve pausa para preparar los cubiertos.

—En fin, refiero no responder —dijo el jefe de sector mientras removía un poco la pasta de champiñones que había recibido—. Como sea, ¿qué tal has visto los perfiles de tus chavales?

—Ha sido sencillo clasificarlos y resumirlos para sacar los puntos clave de cada uno —indicó Delta—. Son adolescentes con una personalidad bastante definida, la verdad. De hecho, te recuerdo que a tu sector va a ir uno de ellos.

—Me interesa ese tema, sigue contando.

—Sergio, el chiquillo que sospechaba de la existencia de un infiltrado. Estaba estudiando un doble grado de matemáticas y estadística. Parece que está obsesionadísimo con estos campos, vive rodeado de números y sabe definitivamente mucho más de lo que le han enseñado por defecto.

—Eso me gusta. Parece que tiene espíritu.

—Más de lo que crees. Quizá estamos ante tu futuro sucesor.

—¿Un líder salido del proyecto Theos? Que venga Dios y lo vea.

Ambos rieron por lo bajo, pues sabían perfectamente que ser líder de sector no estaba en los planes de ninguno de los ocho sujetos de dicho experimento. Aspiraban a algo mucho más importante que eso.

—Con suerte —prosiguió Alpha—, el martes comenzamos con las prácticas individuales y me permito el lujo de enseñarle las instalaciones.

—Eso si para mañana han terminado el examen, claro.

—A ver mujer, cinco en unas horas es mucho más de lo que creía.

—Las hormonas que deberían haberlos desorientado y asustado dejaron de hacer efecto tras el ataque a Beatriz. Parece que han comenzado a preocuparse los unos por los otros.

Antes de contestar, Alpha se llevó el tenedor a la boca.

—Madre mía, qué mal les va a ir.

—No podemos hacer otra cosa, por desgracia.

—¿De verdad no te da pena lo que va a ser de ellos?

—Llevamos años viendo esto.

Hubo un silencio incómodo, sobretodo para Delta, quien estaba recibiendo la fulminante mirada de un Alpha que sabía perfectamente que aquella respuesta era una mentira. Se conocían demasiado bien.

—Vale, sí —continuó la científica—, un poco. Es solo que tienen mucho potencial, pero es lo que pasa cuando el experimento solo permite un ingreso en condiciones.

—Y a ver qué es de ese ingreso.

—Todo saldrá bien, Sigma ha trabajado mucho en esto. ¿No te ha contado nada del procedimiento?

—Absolutamente nada. Solo sé que sigue trabajando en ello a día de hoy, cree que le queda mucho por hacer.

—No parece fácil.

—Nada de lo que hemos hecho para este experimento lo es. Nada de lo que hacemos para Apeiro, para ser precisos.

Cuánta razón tenía Alpha. Debido a su propio sufrimiento, Delta llegaba a olvidar que el resto de sus compañeros también se estaban machacando por el bien del proyecto. Sobretodo aquel hombre frente a ella, que había tomado el papel de seleccionar los posibles candidatos óptimos según una infinita lista de características requeridas por Sigma. Pero podía estar orgulloso, porque hizo una preselección excelente. Solo uno de los ocho finalmente reclutados rechazó la oferta —causa del ingreso de Silvia al proyecto—, lo que animó mucho al encargado de aquella tarea. Delta no podía imaginar el proyecto Theos con otros sujetos que no fuesen aquellos.

Tan solo Alpha dudaba de su coeficiente de 1291 y de su lógica inquebrantable, por mucho que no hubiese día que no demostrase ser una persona con una capacidad que ni las mayores mentes de la historia en conjunto podían alcanzar. Por desgracia para él, la inteligencia emocional no va ligada a la racional.

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