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Capítulo 22. Noche de sábado

Por fin cayó la noche. No solo Víctor, sino todo el complejo Theos, se estaba preparando para aquel repentino baile de máscaras que Delta había anunciado el día anterior. En caso del pelinegro, la hora se le había echado un poco encima. Como de costumbre, perdió la noción del tiempo en la ducha. Por mucho que Apeiro exigiese puntualidad, no podía evitar ser el tardón que siempre había sido durante su tiempo libre.

Blanca pegó más de una vez a su timbre mientras terminaba de atarse los cordones de aquellas botas negras que le habían dado. Antes de dirigirse a la puerta hizo una parada en el espejo del baño para colocarse aquella extravagante máscara que todos debían llevar. Al menos era aceptable: su brillante superficie blanca ornamentada con detalles dorados, además de la ligereza del material, hacía que llevarla puesta fuese cómodo y divertido. Igual sobraba el logo de Apeiro en la zona de la frente, pero no era más que un detalle menor.

Una extraña oscuridad impactó el campo de visión de Víctor en cuanto abrió la puerta para recibir a Blanca.

—¡Hombre, por fin sales!

Aunque sabía que era ella, el pelinegro se quedó pasmado al toparse con aquella figura totalmente cubierta por ropa. Entre el ancho y llamativo traje, la capa con capucha que lo rodeaba y la careta... No parecía Blanca a simple vista. Ni él Víctor, naturalmente.

—Joder, ¿así de ridículo me veo yo también?

—Un poquito —rió la joven—. ¿Vamos? Nos están esperando los demás.

Tras asentir con la cabeza y mirar su alrededor con confusión, ambos se dispusieron a salir del pasillo de habitaciones. Música clásica se oía suavemente desde los altavoces de todo el complejo.

—¿Y esta oscuridad?

—Ni idea, eso me pregunté yo. Creo que han decorado ligeramente el ambiente para el evento, el anillo de luz ahora es rojo y las farolas iluminan menos que de costumbre.

—¿Te has asomado al recinto principal? —Víctor puso una sarcástica cara de indignación que su compañera no pudo apreciar— ¿Sin tu gran amigo y acompañante?

—¿Qué pretendías que hiciera al verme sola en este pasillo a oscuras? —se quejó la chica— ¡No haber tardado veinte minutos!

—Algo de miedo sí que da, sí.

Al ingresar al lugar del evento, Víctor pudo ver lo que su compañera describía. Ambos pudieron notar cuando se acercaron al centro del recinto un trabajado catering sobre las mesas que generalmente usaban para charlas, compuesto de bocados de todo tipo de comida, pero toda con una pinta y presentación mucho mayor a la provista en el comedor. Pues sí que iba en serio la fiesta.

Igualmente, al ingeniero seguía extrañándole la repentina organización de aquella celebración. Dos semanas de experimento... Tampoco era algo tan importante, ¿no? Solo hubo un eliminado —y desafortunadamente parecía ser debida a causas ajenas a las normas del proyecto—. Si no fuese por esa razón, todos estarían celebrando aquella ceremonia que Delta había pintado de privilegio.

No. Privilegio era el estar en Apeiro, no seguir en Apeiro. Y por eso, justo por el hecho de que la fiesta se situase en aquella semana y no en la primera o en la última, Víctor decidió mantener la guardia alta... Tan solo por si acaso. Por eso y por la estúpida regla de tener que ir totalmente cubiertos, claro.

Todos parecían iguales, eran casi indistinguibles unos de otros —principalmente gracias a la capa, que ocultaba casi la totalidad de la forma de los cuerpos—. Y eso que, para el momento de la llegada de la pareja, solo había dos personas más.

Blanca se acercó con emoción. Víctor, en cambio, ya se olía quiénes eran.

—¡Buenas noches! ¿Sois...?

Una figura algo más alta que la chica de gafas redondas dirigió su mirada al dúo.

—Anda, ya llega alguien.

Era Sergio, tal y como supuso Víctor. Y la otra persona...

—Ah, buenas noches. Imagino que tú eres Silvia —respondió Blanca con un tono algo menos animado al asimilar de quiénes se trataban.

—Así es. Bienvenida al fiestón —dijo sin siquiera girar su cabeza al dúo, de forma sarcástica.

Un silencio algo incómodo se formó nada más acabó la conversación. Víctor no sabía cómo sacar tema de conversación con Blanca y Silvia en el mismo grupo.

—Y bien... ¿Sabéis de qué va esto?

—Pues eso, supongo que para celebrar que no estamos muertos.

—Sergio, por Dios —replicó su compañera.

—Perdón. Igualmente, es literalmente eso. ¿Le veis vosotros dos sentido?

—No, no mucho —admitió finalmente Víctor.

—Anda, no seáis quejicas. Ya puestos, vamos a pasarlo bien, ¿no? —dijo Blanca sin mucho entusiasmo.

—Hacedle caso, puede que esta sea la última y única vez que Apeiro haga algo por vosotros —añadió la química.

La chica de las gafas guardó silencio.

—Pues nada, a pasarlo bien —Sergio se levantó de su asiento—. Voy a por algo de picar, creo que vi tortilla de papas por ahí. ¿Vienes, Silvia?

Sin decir más que un "bueno", la joven siguió los pasos de su compañero y abandonó la escena en busca de las mesas de comida. La otra pareja se miró.

—Ahora tengo ganas de tortilla, la verdad.

Blanca emitió un leve sonido de risa.

—¿Quieres que vayamos a por algo?

—Nah, vamos a esperar a los demás —decidió mientras tomaba asiento—. En realidad... el ambiente está bien, ¿no? Tiene música y todo.

—Para quien disfrute la música clásica sí. Ya puedo imaginarme las quejas de Bea... —rió la joven.

—Je je, ahí tienes razón. Hablando de Bea, a ver si vienen. Que mucho quejarte de mí, pero ellos... ¡Vaya tardones!

—Pues sí. No sé qué clase de fiesta es una sin gente.

—Ya llegarán y lo pasaremos bien, hay noche por delante —dijo Víctor con una sonrisa, antes de quedar en silencio por unos segundos. Era agobiante no poder ver las expresiones de Blanca, y que ella no pudiese ver las suyas.

Durante aquel tiempo en el que tan solo la música y el murmullo de la otra pareja podía oírse, sus miradas se cruzaron un par de veces de forma accidental —aunque con máscaras de por medio—. No era incómodo, pero alteraba un poco los sentimientos del joven. Le daba algo de corte la situación, pero... disfrutaba de ello.

Finalmente decidió preguntarle aquello que rondaba su cabeza desde el anuncio de la fiesta.

—Oye, Blanca.

La chica alzó la cabeza.

—Ya sabes que esto es un baile de máscaras. Supongo que habrá que bailar... Digo yo, ¿no?

No poder verle la cara estaba poniéndole nervioso.

—Bueno, pues eso, que si bailamos juntos—repitió, al no recibir respuesta—. Pensé que lo dejé claro...

Blanca rió con confianza.

—Sí, tonto, solo quería ponerte tenso —contestó mientras le daba dos palmadas en el muslo—. Pues me gustaría, pero Bea nos pidió a mí y a Miriam de bailar juntas. Que conste que les dije que quería ir contigo, pero me llamó aburrida.

¿Blanca quería bailar con él?

—No te preocupes, me basta con lo que has dicho. Ay, cómo sois las mujeres... —vaciló con sarcasmo— Va, pues se lo pediré a Fer. Será gracioso bailar con él.

Y hablando del rey de Roma...

Tanto él como sus dos compañeras llegaron a paso ligero. A Víctor le hizo gracia verles vestidos igual, pero aun así saber quién era su amigo por la notable diferencia de altura.

—¿Os podéis creer que me he quedado encerrada en mi propia habitación? —recriminaba la agitada voz de Bea tras su máscara.

—No abría ni por fuera ni por dentro, Miriam y yo hemos estado intentando ayudarla alrededor de cinco minutos.

—Al final abrió —aclaró la chica de flequillo blanco.

—Creo que eso se da por hecho —respondió su compañera, aún ofuscada.

Blanca y Víctor escucharon con confusión el extraño suceso, pero una vez terminaron de hablar de ello el ambiente finalmente se animó un poco más.

Lo primero que hicieron fue ir a por comida. Sobretodo el pelinegro, quien estaba al borde del desmayo al no haber apenas comido en todo el día. No negaba tener algunos problemas a la hora de medir el nivel de comidas que hacía al día, aunque no solía suponerle algo grave. En definitiva, el catering contaba con platillos que agradaron a todo el grupo. Víctor pudo observar la ausencia de un par de pinchos de tortilla y, a raíz de ello, también la de Sergio y Silvia.

Tampoco se preocupó por ello, sabiendo la desgana que llevaron al evento lo más probable era que se hubiesen vuelto a la habitación. Algo le decía que ninguno de los dos tragaba a Blanca, pero no entendía el por qué por mucho que lo intentase. ¿Habían mediado acaso palabra con ella?

Pensamientos innecesarios aparte, tras tener una cena adecuada y hablar de los varios temas que solían sacar durante las comidas, llegó la hora de comentar el baile. Ya que tenían música... Víctor recordó que tenía que bailar con Fer. No solo porque no le quedase otra, sino porque realmente le hacía ilusión.

Él era un buen amigo. Quizá no de la misma forma que Blanca, pero casi. Disfrutaba de su compañía y su calma hasta el punto de haber abierto sus interiores unos a otros mutuamente. Fueron más de una vez el psicólogo del otro. A pesar de aquello, no sentía que había hecho demasiadas cosas divertidas con Fer más allá de hablar y jugar en las recreativas o al tenis, así que aquella noche era la oportunidad perfecta para hacer cosas diferentes. Echando la vista atrás, sí que habían pasado cosas en dos semanas.

—¿Conmigo?

—Claro. He dicho contigo, no con Tigo.

—Joder, esos chistes tienes que mejorarlos, ¿eh? —contestó el alemán con una risa nerviosa— Pues... No sé, pensé que bailarías con ellas.

Fer parecía bastante tenso por la propuesta de Víctor. Ni que le hubiese pedido matrimonio. ¿Es que no quería bailar con él?

—Que si no te apetece no pasa nada. Pero quería pasar un rato contigo aprovechando que estas tres locas van a ir por su cuenta.

—Ah, no, si yo encantado... Perdón, es que simplemente no me lo esperaba —justificó de nuevo con aquel tono de disculpa que usaba cuando se le malinterpretaba.

Víctor no podía verlo, pero sabía que Fer estaba sonriendo. En dos semanas había conseguido calarle bastante bien. En cuanto a sus nervios, supuso que le daba vergüenza bailar con otro chico. ¿Era eso posible? Solía pasar, había conocido hombres lamentablemente frágiles en ese aspecto, pero no se lo esperaba en alguien como él. Fuese como fuese, solo eran amigos que iban a pasarlo bien, no había razón por la que incomodarse.

A unos metros el trío de chicas bailaba de la mano como si de damas en un salón de baile se tratase. Bueno, solo dos de ellas, pues la tercera tan solo miraba desde la distancia. Las tres eran irreconocibles, así que poco podía opinar Víctor de lo que veía.

En cuanto a él y Fer, ahí estaban, dando pasos de baile sin sentido bajo aquella luz roja que, poco a poco, iba agradando al joven.

—La música también está graciosa—opinó Víctor.

—Me encanta la clásica. Mi madre me la ponía de pequeño, había bastantes músicos alemanes que ella admiraba.

—Qué buen gusto tenía entonces. Siempre que me hablas de ella lo haces con mucha felicidad, por cierto —destacó, esperando que no le supusiese un comentario negativo—. Tenía que ser una buena madre.

—Lo era. Aunque pasen los años no me olvido de ella ni de todo lo que hizo por mí. Me da miedo olvidarme un día de su cara o su voz pero... eso no ocurrirá.

—Anda ya, tu cerebro estará informado de que es un recuerdo importante. Sobretodo con la capacidad que tiene, je je.

—Eso espero —dijo tras soltar un decaído suspiro—. ¿Y tus padres? No los mencionas mucho.

—Sin más. Son geniales, pero me sofocan un poco. Agradezco poder pasar el verano aquí y no en mi casa, la verdad.

—¿Quieres hablar de ello?

Víctor lo pensó mientras bailaba al ritmo de la música.

—No. Quiero bailar, no deprimirme —contestó animado, antes de darle un brusco giro.

—Pues mejora tus pasos, porque... Como sea, me sé un baile más decente que casualmente aprendí de mi madre. Si no quieres, no pasa nada.

Por supuesto que le dijo que sí. Fer merecía más que unos pasos improvisados. Eso, o que el tema de su difunta madre ablandó a Víctor. Lo mismo era.

—Bailemos, pues.

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