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Capítulo 17. El topo entre nosotros

—Me salgo un momento —dijo Miriam con una entrecortada voz antes de abandonar la sala a paso ligero.

La trabajadora y el alemán cruzaron miradas antes de que este último cerrase la cabina del desafortunado fallecido que había estado toqueteando por fingir. Acto seguido, fue en busca de su compañera.

La encontró junto a un buen charco de vómito colocado al fondo del pasillo principal. Algo había visto, estaba más que claro. La joven en cuanto le vio acercarse, intentó aguantarse las arcadas y, a base de leves empujones, le indicó que tenían que salir de allí.

—¿Pero qué has visto?

—Te cuento cuando volvamos a la residencia, después de mi espectáculo van a pillarnos seguro —los ojos de Miriam comenzaron a brillar—. No tendríamos que haber venido. Perdón.

—No, joder. ¿Perdón por qué? No hiciste nada malo.

La médica no contestó y un par de lágrimas se derramaron por sus mejillas.

—Sabíamos las consecuencias de meternos a esto, ¿no? Pues ya está, no pasa nada. Lo importante es que has descubierto algo, la bajada de puntos merecerá la pena.

—Los perderás por mi culpa.

—Mejor dicho por la de Bea —Fer puso los ojos en blanco—. Qué fácil es organizar estas misiones sin participar en ellas. Relájate antes de salir del ascensor y finge normalidad hasta salir de aquí, igual no ocurre nada, ¿vale?

El joven pudo notar que su compañera seguía en un mal estado, pero no podía hacer nada una vez se abriesen las puertas del ascensor. Les castigasen o no por hacer lo que hicieron, a Fer le daba igual y no culparía a nadie.

Solo quería resolver el misterio de la muerte de Germán y expulsar a su asesino del grupo, si es que existía y se encontraba entre ellos. Justo por eso no le importaban las consecuencias; hablaría con Miriam de vuelta al sector Delta y luego lo comentarían con el resto de sus compañeros si era necesario.

La huida salió bien y nadie llamó la atención de los dos sujetos aunque, de todas formas, el charco de vómito se quedó allí. No sabían el peso de manchar aquel brilloso suelo de losas blancas, pero no era nada que no pudieran limpiar los robots que por ahí deambulaban sin descanso. Poco después ambos ingresaron al metro que acababa de llegar, cerca de las 19:10, tratando de no pensar demasiado en la última hora que habían vivido.

Supuestamente Víctor y Silvia se debían encontrarse en el vehículo, pero debieron de entrar a otro vagón porque no los vieron. La pareja tan solo se sentó en cualquier asiento libre y esperó la siguiente parada.

—¿Estarás lista para hablar cuando lleguemos? —preguntó Fer a su compañera, quien miró a otro lado sin parecer saber qué decir.

—Lo intentaré.

El viaje fue corto, pero pesado y silencioso. Ninguno habló, ni ellos ni el resto de personas montadas en el vagón. Tan solo se oía el constante sonido de las ruedas deslizándose por las vías a través del largo y oscuro túnel. El ambiente era extraño, ahora que Fer prestaba más atención: los trabajadores no parecían animados, estaban en un entorno decaído y gris. El alemán no sabría explicarlo si le preguntasen, pero simplemente supuso que Apeiro no era tan alegre como parecía desde el complejo Theos.

Recordando que no ingresó al proyecto por dinero o trabajo... ¿Realmente le interesaba ser el ganador? ¿Debía ser el elegido para el proyecto Theos un simple estudiante de genética que solo aceptó por escapar de su padre?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el frenado del metro. Habían llegado al familiar sector Delta. Al salir del vagón observaron a sus dos compañeros caminando unos pasos por delante de ellos a unos metros de distancia, sin percatarse de su presencia: sí, estaban en otro vagón.

También encontraron en el mismo andén a Blanca y Bea, que dejaron de hablar en cuanto vieron a los dos jóvenes abandonar el vehículo para acercarse a ellos. Las intenciones eran claras.

—¿Qué descubristeis? —preguntó con ansias Blanca.

—Primero habrá que ver si han hecho algo —replicó la pelirroja con duda, mientras observaba fijamente a los jóvenes del sector Gamma.

Dado que —como de costumbre— Miriam no habló, Fer decidió tomar la iniciativa y echarle una mano. ¿Qué menos podía hacer?

—Pues veréis, llegamos a la morgue y encontramos el cuerpo de Germán —dijo con discreción—. Miriam lo revisó y vio algo, pero ha preferido esperar a compartirlo con todos al mismo tiempo.

Los dos chicos se miraron. Fer asintió levemente con la cabeza en señal de ánimo y comenzaron a caminar dirección al complejo Theos, donde el grupo de trabajadores encargado de gestionar la entrada y salida del grupo esperaba su llegada.

—A Germán lo han matado, como supusimos —soltó Miriam, prácticamente susurrando—. Creo que con una inyección de aire en la yugular.

El grupo pensó en qué decir a continuación. Una inyección de aire... Fer recordó las palabras de Delta.

—No podemos pedir objetos que puedan ser mortales, dudo que le diesen una jeringuilla a alguno de nosotros, ¿no? Menos si iba con esos propósitos...

—¿Descartas entonces que alguno de nosotros sea un asesino? —preguntó Bea con inquietud.

—¿Supongo...?

—Si Delta no nos mintió, entonces ha debido de ser alguien afiliado a Apeiro —comentó Blanca—. Algún trabajador que se haya metido al laberinto por alguna entrada que no hayamos visto.

—O uno que siempre estuvo entre nosotros.

¿Qué acababa de decir Miriam?

—Un infiltrado, vaya —concretó.

Blanca arqueó una ceja.

—¿Por qué meterían entre nosotros a algún trabajador? Además, somos todos universitarios.

—Pues alguien miente. Es probable, ¿no? No nos conocemos de nada, cualquiera de nosotros podría ser alguien totalmente distinto a quien dice ser —dijo Miriam fríamente—. Alguien le dio a Germán una dosis de aire en vena, algo claramente mortal, y ese alguien no tiene los mismos poderes que nosotros, porque si no ya hubiese sido castigado.

—Cierto es que no comprendo por qué un trabajador ajeno al experimento entraría solo para matar a alguien, pero... —Fer pensó por unos segundos— Tampoco el por qué le darían permiso a un infiltrado a hacerlo. Simplemente, no sé qué sacaría alguien matando a German.

—¿Cuál era su puntuación? Antes de palmar, digo —planteó Bea.

Fer no lo tenía claro. Víctor y Bea le quitaron 20 puntos cada uno. No sabía las elecciones de Miriam y Sergio, por lo que ahí pudieron irse otros cuarenta en el peor de los casos. Si a eso le sumaba los leves desequilibrios emocionales que el joven tuvo, la cosa podría haberse quedado cerca del cero... o incluso por debajo.

—Tampoco sabemos si tuvo un ataque dentro del laberinto. Aquello pudo llevarlo al cero en el caso de haber sucedido.

—Tienes razón —dijo Miriam—. Yo voté por Sergio, no mentiré pero tampoco profundizaré. Si él tampoco le votó, fueron solo 40 los puntos que perdió.

—En resumen, es prácticamente imposible que llegase a cero antes de morir —aclaró Blanca con alivio—. Por tanto este es un asesinato por voluntad propia, fuera teorías que digan que murió por llegar a cero. Además, los ceros iremos al sector Sigma. Difícil sería hacerlo estando muertos.

—Entonces nos quedamos sin un por qué.

—Pues por el mismo motivo por el que a ti Silvia te reventó la cabeza —continuó diciendo—. Por competición, rivalidad. Un concursante menos es estar un paso más cerca del premio.

—Me parece horrible matar por un simple puesto de trabajo —lamentó Miriam—. Vale que yo no le eche ganas, pero ni echándoselas... Y no sé cómo Delta lo ha dejado pasar.

Fer comenzó a plantearse una explicación al por qué una infracción tan grave no fue castigada ni para un infiltrado. Debía haber un motivo por el cual aquella persona tuviese aquellas ventajas, al fin y al cabo. No solo eso, sino que también tendría que existir un incentivo que llevase a alguien a acabar con la vida de alguien tan joven.

Entonces algo pasó por su cabeza. Algo que, en cierto modo, aterraba con solo pensarlo. Quizás había algo más allá del premio, algo que únicamente los trabajadores conocían y, por ende, el infiltrado también. Algo que incitaba a matar con tal de ser el ganador, algo así de sumamente esencial. Tanto que era mejor escondérselo al resto de participantes por el momento. Y por eso mismo, el alemán prefirió guardarse aquella sospecha.

—¿Veis bien compartir esto con el resto? —preguntó, sin saber qué más aportar.

El grupo dudó en primera instancia.

—Por mi parte no tengo problemas en decírselo a Víctor —comentó Bea—, pero a Sergio y Silvia... Hm.

La cosa de decírselo a Víctor es que es amigo de Sergio, y él de Silvia. Puede correrse la voz —respondió Blanca—. No demasiado, porque somos cuatro gatos, pero lo suficiente como para que el infiltrado se entere.

—Si es que no está aquí ahora mismo, je je —insinuó con tono vacilante la pelirroja.

—Bea... —Fer puso los ojos en blanco.

—Pero bueno, ¿existe o no la posibilidad?

—Sí, pero... Casi que prefiero poder confiar en vosotros.

—Entonces prefiero que os calléis esto —pidió Miriam algo preocupada—. Paso de líos.

El grupo llegó al gran portón del complejo poco después. Tras saludar a los dos guardas e ingresar al interior, la sala volvió a cerrarse. Parecían haber sido los últimos en llegar. Tampoco era de extrañar, habían hablado tanto que ni notaron el lento ritmo que llevaban.

Tal y como alcanzaron el área residencial, los cuatro sujetos se separaron para descansar un par de horas, antes de la hora de cenar. Sería, de hecho, la primera vez que Miriam no comería sola. Bea y Blanca lograron convencerla al fin, dado que Víctor se iría con Sergio y Silvia como hacía a veces. En cuanto a Fer... Le mandaron con ellos para cotillear. Nunca venía mal tener oídos en algunos sitios, ¿no?

Fue justo antes de cerrar la puerta de su cuarto cuando algo extraño sucedió. Sumida en sus pensamientos y en el silencio de un pasillo ya vacío, Miriam escuchó algo proveniente de la habitación de enfrente.

La de Germán.

Estaba cerrada, lo sabía porque ya habían tratado de abrirla. ¿Quién había dentro entonces, y por qué tenía acceso? Esperó unos segundos a ver si captaba algo más, pero no fue el caso. Aquel sonido, de pasos y movimientos leves pero audibles a cierta distancia, cesó en cuanto se detuvo a escucharlo.

Qué remedio, le tocaría entrar a su habitación y fingir que aquel suceso fue cosa de su imaginación. Por desgracia para ella, había sitios en los que poner el oído no bastaba y poner los ojos era imposible.

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