Capítulo 14. Nadie confía en mí
El transcurso de la mañana fue demencial. Sergio salió de aquel infierno únicamente con ganas de sentarse y dormir toda la tarde. ¿Era por el estrés y el poco descanso que tuvieron durante el fin de semana anterior? ¿O quizá era por la misteriosa muerte de uno de sus compañeros?
Bueno, a él en concreto le daba absolutamente igual. Lo que realmente se le hizo una molestia fue el ambiente que aquello provocó. Fueron un par de días de pesimismo y silencio, no hubo apenas interacción entre ellos. ¿Tanto les molestaba que un casi desconocido muriese? Lo verdaderamente preocupante era el motivo de muerte, no el suceso en sí: alguien podía haberlo matado y, de no ser un accidente, quién sabe si podría caer otro más.
Sergio entró en la cantina para encontrarse con Miriam y Silvia, quienes tenían las mismas caras muertas que llevaba aguantando toda la santa mañana. Tan solo soltó un suspiro antes de acercarse al mostrador y pedir un plato de raviolis de carne. Minutos después, su pedido fue dejado en la barra por un robot camarero. La velocidad con la que traían cualquier tipo de comida seguía siendo sorprendente.
—¿Qué tal? —dijo mientras se sentaba junto a su compañera ingeniera— A ver si alegramos esa cara.
La chica alzó la cabeza de su plato para arquear una ceja con mala gana.
—¿Cómo quieres que me alegre? Eres el único que ignora que han matado a uno de nosotros.
—No lo ignoro, pero es que... ¿Qué voy a hacer? ¿Llorar algo que no tiene remedio?
Silvia observó fijamente al matemático.
—¿Y por qué coño te has teñido de rojo?
—Porque era el color favorito de Germán, así le hago un tributo a su persona. ¿Lo sabías?
—No, no lo sabía.
—¿Qué clase de amigo no conoce el color favorito de los demás?
—Pues... —la joven paró unos segundos a valorar la extraña pregunta— Tampoco me sé el tuyo.
—Yo el tuyo sí: el blanco.
—Bah, come y calla.
—¿He fallado?
Silvia pasó de contestar y siguió comiendo, por lo que el joven no tuvo más remedio que hacer lo mismo. No levantó la cabeza del plato desde entonces, ni siquiera cuando vio de reojo a Blanca y Bea llegar juntas o cuando lo hicieron Fer y Víctor. Siete personas en un comedor rodeado de un ambiente muy hostil. Era normal, al fin y al cabo todos sabían ya de la traición de Silvia —sumando así dos atacantes entre ocho personas—. Tampoco confiaban en Sergio, pues no tenían forma de afirmar que estaba fuera del laberinto cuando Germán fue sacado de allí sin vida.
Esta conversación la tuvieron ya el día anterior.
— —— —
Los siete sujetos estaban frente al intrigante ascensor que, a pesar de llevar allí toda la semana, su uso no fue explicado jamás. Lo descubrirían más o menos minutos después del fallido rescate de Germán, cuando los trabajadores que extrajeron su cadáver del laberinto se montaron con él a aquel largo tubo de cristal.
Algunos observaban en silencio, otros no estaban en condiciones de prestar atención a causa del shock. El elevador se activó en cuanto sus puertas se sellaron y, a ojos de todos, ascendió hasta perderse más allá del tenue anillo de luz en el techo del complejo.
Uno menos.
Delta tampoco se dignó a abrir la boca. Prefirió no interrumpir los lamentos de quienes lloraban la muerte del joven, sobretodo Víctor y Bea. Una vez parecieron ser calmados por sus compañeros, el pelinegro decidió hacer una pregunta.
—Por favor, Delta —dijo con un tono entrecortado pero que trataba de sonar seguro—, me gustaría que fueses sincera al responder esto. ¿Qué ha causado la...?
Las lágrimas volvieron a caer por sus mejillas. Se veía a leguas que se sentía culpable por lo que había hecho horas atrás, además de muy asustado por si aquello pudo tener consecuencias más graves de las que esperaba.
—Lo siento, pero es información confidencial. El cuerpo está siendo trasladado al sector Gamma para que se le realicen las pruebas necesarias al cadáver.
—Espero que el hecho de que su número llegase a cero no tenga nada que ver —dijo Blanca con seriedad.
—Ay, por favor. ¿Creéis que vamos a inyectaros veneno cuando seáis eliminados o algo?
Nadie respondió a aquella pregunta.
—¿Y el ascensor entonces para qué sirve? —preguntó Silvia.
—Por ahí vais a salir del complejo cuando seáis eliminados. Se os hará un último chequeo antes de ser o bien trasladados al sector Sigma o bien expulsados de Apeiro.
La joven asintió antes de fijar de nuevo su mirada en aquella sospechosa maquinaria.
—Es mejor que volváis a vuestras habitaciones y descanséis. Lo hecho, hecho está. Os informaremos de lo que sea, si se nos permite, una vez se realicen las correspondientes pruebas —opinó Delta para acto seguido voltearse y caminar a la salida.
—Delta, un momento —Blanca volvió a hablar—. La violencia estaba permitida dentro de los exámenes, ¿no?
—Sí. Era algo que comentaría en posteriores pruebas pero parece ser que lo habéis descubierto solos.
La expresión de la joven de las gafas se mantuvo fría y hostil.
—Pero el asesinato no lo está —continuó Delta—. Tampoco podéis pedir objetos que sean potencialmente peligrosos como cualquier tipo arma blanca o de fuego. Tenedlo en cuenta antes de haceros la cruz entre vosotros.
Delta hizo una breve pausa antes de hacer un último comunicado.
—Casi se me olvida, pero debo deciros que todos habéis aprobado el examen. Os felicito por vuestra rapidez. No entréis más al laberinto, se cerrará durante la noche de hoy y no me gustaría que ninguno quede atrapado allí de nuevo.
Tras decir esto, la científica abandonó definitivamente la sala. El grupo permaneció donde estaban, mientras se miraban entre ellos y trataban de buscar las palabras correctas para empezar una conversación.
—Antes de que digáis nada, Delta tiene razón —dijo Fer—. No le echéis a ninguno las culpas de lo que acaba de pasar. Pudo ser un agente externo lo que lo provocó.
—En mi defensa diré que terminé el examen la primera —dijo Silvia—. Me da igual revelarlo y admitir que me quité de en medio a Bea de un golpe en la cabeza.
La joven pelirroja hizo un intento de acercarse a la hablante, pero fue frenada por Víctor.
—Eh, ¿a dónde vas en tus condiciones?
—¡Eres una tramposa de mierda, así cualquiera gana!
—Pues haberte espabilado y atacado tú, aquí ya se sabe que solo va a ganar el mejor.
—Sí, ¿no? Porque definitivamente tirarnos de los pelos es la solución a todo.
—¿Podéis recordar lo que he dicho hace un momento? —interrumpió Fer con los brazos en alto.
—Me la suda acusar o que me acusen a mí de lo que quieran, yo no he hecho nada malo. ¡Solo quiero irme de esta mierda de sitio! —continuó gritando Bea, quien cada vez perdía más los nervios.
—Relájate, por Dios —le dijo Blanca mientras la sostenía de un brazo para que no perdiese el equilibrio.
—No quiero, es injusto. ¡Alguien ha matado a Germán y tener a una posible asesina entre nosotros no me hace gracia!
—¿Me estás llamando asesina?
—Una agresora eres, por lo menos.
—¿Tu motivo es que te he dado un golpe en la cabeza? —Silvia soltó una risa falsa— ¿Quieres un verdadero motivo?
La chica dirigió su mirada a Sergio.
—Este es el único al que no hemos visto en su habitación cuando llegaron los rescatadores. ¿Dónde estabas?
El joven levantó la cabeza con algo de retraso. No estaba prestando atención pero, en efecto, le estaban hablando a él.
—Sí, tú.
Mientras Sergio buscaba qué responder, Fer y Víctor abandonaron en silencio la escena con un rostro derrotado. No había forma de calmar a las masas.
—Pues en mi cuarto, durmiendo. Como la gente normal, supongo. ¿Y tú?
Antes de que Silvia continuase la conversación, el joven notó como Víctor levantaba la cabeza y se daba la vuelta ante su comentario.
—¿Qué? —le preguntó con intriga.
—Sergio, me dijiste que tenías insomnio.
La sala se llenó de miradas de desconfianza. Fer le dio un pequeño codazo a su compañero. En definitiva, ya nadie buscaba mantener la paz tras aquella tragedia.
—A veces me duermo rápido, estoy cansado. El día de hoy ha sido...
—¿Veis? —interrumpió Silvia— Y luego la mala soy yo por traicionar a una desconocida. Porque eso es lo que es, ¡una desconocida, no le debo nada!
—No somos desconocidos, somos compañeros —contestó Blanca—. Pronto podremos considerarnos amigos si no nos dedicamos a jodernos por dinero. Vamos a cobrar todos más de treinta mil euros, ¿no es eso bastante? ¿De verdad que para vosotros unos miles más son motivo suficiente para agrediros y, ojalá que no sea el caso, mataros? ¡Estáis locos!
—Pero si uno de nosotros es responsable del asesinato de Germán hay que procurar que sea expulsado —dijo Miriam—. No quiero compartir espacio con alguien así, prefiero irme yo.
—Yo no quiero compartir espacio con personas que cuando me dé la vuelta intenten apuñalarme —murmuró Bea lo suficientemente en alto como para que su enemiga lo oyese.
—Ya está bien, ¿no? —respondió de mala gana, pero ya cansada del espectáculo.
—Lo siento, pero yo al menos no puedo confiar en vosotros hasta que una de dos: Delta nos diga la verdad del asesinato o decidamos colaborar para descubrirlo por nuestra cuenta —dijo Blanca—. ¿Nadie sabe nada?
Sergio pensó en el traidor, papel que obviamente no era el suyo. Miró a Víctor para hacerle un disimulado gesto de silencio. No era momento para revelar aquella sospecha. Aparte de eso, nadie hizo ni dijo nada.
—Pues no hay más que hablar —Blanca sujetó a Bea, aún calentada por la situación, y ambas comenzaron a caminar a sus habitaciones—. Buenas noches.
— —— —
Fue una noche intensa cuanto menos. La buena noticia era que el examen había terminado, y que lo hiciese con uno menos en el plantel era algo que varios se esperaban. La mala era que la nueva fase del experimento estaba a punto de comenzar aquella misma tarde.
Delta les explicó durante la primera hora de las clases del día que ahora serían separados para realizar prácticas más específicas y centradas en sus especialidades. Los martes y los jueves cada sujeto pasaría cuatro horas en su respectivo sector y participarían en un duro entrenamiento administrado por su correspondiente líder.
En el caso de Sergio, era el sector Alfa el cual visitaría en menos de un par de horas. Demasiado extraño era que un proyecto tan importante solo tuviese cuatro horas diarias de formación... aunque demasiadas eran ya para su gusto. Aun así, no estaba nervioso ni preocupado: tenía ganas de enfrentarse a un reto de su nivel y de conocer a su futuro jefe, del cual Delta había hablado sorprendentemente bien.
Lo malo era que la siesta de media tarde tendría que esperar.
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