Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 11. Dilema moral

Sergio, que pasó cinco largos minutos corriendo con todas sus fuerzas en un intento de cazar a la fugitiva, no podía más: se paró en seco para tomar aire durante unos segundos. Apoyó su mano contra la pared, bajó la cabeza y jadeó como si hubiese acabado de correr una maratón.

No había manera de encontrar a aquella muchacha, el laberinto era muy grande y seguramente echó a correr bastante antes de que llegase, aunque pudo guiarse al ver más de una puerta abierta. Aun así había un problema en Silvia que le preocupaba. ¿Cómo pensaba volver? Tiró la brújula y la cuerda la tenía él, solo le quedaba el walkie-talkie, objeto al que Sergio no le vio uso alguno a primera vista.

Vencido por el cansancio, el joven decidió dar media vuelta para reunirse con Víctor. ¿Habría despertado ya Bea? Igual era muy pronto. Lo que tenía claro era que si no volvían pronto, Blanca y Fer se adentrarían en su búsqueda. Quedaba poco para el final de su turno y si no se relevaban, se preocuparían como siempre hacían. "Qué pesados...", murmuró Sergio al pensar en ellos.

El muchacho cruzó un puñado de pasillos con el pensamiento de que debía quedarle un buen rato para encontrarse con Víctor y Bea, pero para su sorpresa algo ocurrió antes, mucho antes de eso. El otro extremo de la cuerda estaba ahí, tirado, entre una intersección. Sergio no reaccionó durante un par de segundos —que usó para mirar el pasillo en el que se encontraba—. ¿Había vuelto al comienzo? No, no era el pasillo de habitaciones ni mucho menos.

Se había perdido. Igual que Silvia, ahora no tenía forma de volver. Ni siquiera recordaba los caminos que había tomado, iba tan rápido que ni los memorizó. Su estado de shock terminó cuando se le ocurrió gritar con todas sus fuerzas en un intento de que Víctor le oyese y le guiase con la voz.

Desgraciadamente no sucedió nada. Estaba totalmente solo, perdido en un eterno y silencioso laberinto que, conforme más caminaba, más le perturbaba. No tomó ningún walkie-talkie y la brújula solo le podía ayudar a moverse en dirección a la pared en la que la entrada se encontraba.

Se le ocurrieron dos cosas: la primera era usar el viejo truco de seguir una de las paredes hasta encontrar o bien la entrada o bien la salida, pero era mala idea teniendo en cuenta que llevaba una hora merodeando por ahí y no sentía que había recorrido ni un tercio de ese lugar; la segunda era caminar sin rumbo hasta encontrar algo, daba igual el qué. Fuese como fuese, tenía la brújula. Cuando se cansase, no tenía que hacer más que caminar hacia el sur.

Sí, con eso bastaba. Saldría en un par de horas como mucho, ¡igual incluso habiendo completado el examen! Y dadas las actuales preocupaciones de Sergio, ni se le pasó por la cabeza pensar qué fue lo que cortó la cuerda, no tenía tiempo de pensar en aquellos detalles menores...

Mientras tanto, Silvia no estaba precisamente lejos de él. El plan debió de haber funcionado: la joven traidora, con unas tijeras que guardó sin que nadie la viese, cortó la cuerda que Sergio seguía para no perderse. Ahora tenía vía libre para alcanzar la salida del laberinto. Eso sí, tenía que darse prisa, porque sabía que no era la única con la capacidad de alcanzar la meta sin recursos. Silvia tenía muchos defectos, pero la prepotencia no era uno de ellos. Sus compañeros eran rivales dignos y no necesitó más de cinco días para darse cuenta. Por algo usó un truco tan sucio para sacar ventaja, aunque fuese solo contra Sergio. Al fin y al cabo, él era quien más peligro le transmitía.

En su pasado la chica tuvo la oportunidad de desarrollar su sentido de la orientación que, junto con su gran capacidad de memorizar caminos, haría de este primer examen probablemente el más sencillo al que se enfrentaría. Quizá, conociendo a Apeiro, habían hecho aquella prueba para ella, para que fuese la primera —o la única— aprobada.

Para su sorpresa, no fue más de media hora lo que necesitó para alcanzar una habitación. Después de tantos pasillos y acertijos enrevesados, había llegado a un lugar diferente. Paredes blancas e iluminación potente, tal y como el resto del laberinto, pero algo era diferente: la presencia de un dispositivo similar a una tableta.

Dudosa, Silvia presionó la pantalla. Esta se encendió y una voz hizo un curioso comunicado. Esa sala era el aclamado "final" del laberinto, y ese dispositivo era el premio. No el aparato en sí, sino lo que mostró a continuación: una lista con los nombres de sus siete compañeros y una simple pregunta sobre estos:

"¿Cuál de tus compañeros quieres que sea eliminado?"

Estaba bromeando, ¿no? ¿De verdad iban a darle la oportunidad de quitarse de encima a un rival a su elección? Quizá era una trampa para demostrar lealtad... o quizá no. En el lado inferior de la pantalla pudo leer: "Completarás el examen al seleccionar a un miembro de la lista". No podía irse sin elegir, pues. Aún con la duda de si era una trampa, pulsó sin pensarlo demasiado el nombre de Blanca. Entonces una alerta apareció en el dispositivo: "El sujeto seleccionado acaba de perder veinte puntos. Felicidades, has aprobado el examen. Puedes abandonar la zona de examinación".

No terminaba de entender qué acababa de pasar, pero... Si realmente Blanca había perdido tantos puntos, se alegraba. No era mala chica, pero sin duda no era su estilo. Era demasiado alegre. Además era cuanto menos una rival muy fuerte y una con las que menos había tratado. Como que no terminaba de sentirse mal por lo que acababa de hacer.

El suelo frente a ella se abrió para revelar unas escaleras de mano. Vía directa a la entrada del laberinto, gracias a Dios. La jugada de putear a Sergio y Bea sin duda salió bien, a pesar de contar con un par de contras —como que sería difícil quitarse de encima las culpas—. Con cuidado bajó al pasadizo y vio la salida a no más de cincuenta metros en linea recta. La entrada del laberinto estaba mucho más cerca de la meta de lo que creía, aunque seguramente la composición del laberinto dificultaba de más la tarea de alcanzar dicho punto.

Silvia apareció en la sala común, en uno de los pequeños recintos con césped y arbustos florales que rodeaban el conjunto de mesas y aquel ascensor central. Era hora de reencontrarse con el grupo.

No, mejor no. Si Blanca había visto sus puntos bajar y ahora aparecía sin más, tendría que decir la verdad. No le convenía revelar lo que había visto y hecho tan pronto, harían fijación en ella. Era mejor esperar a que más personas completasen el examen y rezar para que nadie sospechase únicamente de ella. "Menuda mierda haber sido la primera".

No fue hasta poco después que Bea y sus rescatadores regresaron al área de habitaciones. Necesitaban llevar a la joven pelirroja a su cama y dejarla reposando, tarea que completó Víctor. Por otra parte, Blanca acudió a Miriam para pedirle ayuda mientras su compañero se quedaba atendiendo a la herida.

—¿Qué? —respondió a la llamada, asomando medianamente la cabeza por la estrecha apertura de la puerta.

—Alguien ha atacado a Bea en el laberinto, la encontramos inconsciente y con una herida en la cabeza —explicaba Blanca algo inquieta—. Estudias medicina, ¿no?

—Eso sería cosa de un enfermero, pero supongo que... tampoco pierdo mucho echándole un vistazo. ¿Dónde está?

—En su habitación, ven.

Las dos chicas se dirigieron a la habitación Δ-143 que, con la puerta abierta de par en par, permitía a cualquiera que pasase por delante observar la escena. Miriam se acercó a la joven que yacía en la cama para revisar su herida con cuidado.

A pesar de que no parecía muy interesada en el campo, Blanca y Víctor la vieron como toda una experta al tratar a la chica. No tardó mucho en empezar a sacar conclusiones.

—Bueno, vamos a ver. Así a simple vista, sin instrumentos que me faciliten el diagnóstico, no puedo hacer demasiado. ¿Puedes profundizar en cómo te sientes o qué pasó?

—No me acuerdo bien. Directamente no me acuerdo de gran parte de lo que me pasó en el laberinto. Entré y... desperté en el suelo, junto a ellos dos y Fer —explicaba en detalle—. Me duele mucho la cabeza, estoy bastante mareada. Me han tenido que cargar hasta aquí, porque por mi cuenta igual acabo desplomándome de nuevo...

Miriam asintió mientras observaba con detenimiento la irritada zona del golpe.

—Debe ser un traumatismo craneoencefálico. Más que la herida, el problema es que vas a necesitar medicamentos. Con eso y reposo valdrá, pero va a ser una recuperación larga para el tiempo que pasaremos aquí.

—Tenemos que avisar a Delta —propuso Víctor—. Alguien le ha hecho esto, es injusto. ¿Cómo va ella a continuar aquí? Peor aún: ¿cómo vamos a dejar que el agresor siga aquí?

—Igual debería retirarme. No estoy en condiciones de ir mañana a clase. Ni mañana ni en un buen tiempo, y teniendo en cuenta que el proyecto dura un mes...

—No digas eso Bea, espera a que hablemos con Delta —dijo muy preocupada la joven física, quien se negaba dejar que una de sus compañeras abandonase el recinto por culpa de otra persona. Antes que rivales, eran amigos—. Además, creo que está muy claro quién fue.

—Silvia iba con Bea en ese momento, eran las únicas en el laberinto —explicó Víctor a Miriam, quien no contaba con el contexto de la situación.

—Ah.

—Que igual nos equivocamos, pero...

—¡Claro que no, Víctor! —exclamó una atacada Blanca— Cuando vuelva hablaré con ella, ya veréis.

—Blanca, cariño, relájate o te bajarán los puntos —indicó Víctor con un tono cansado mientras acariciaba levemente la melena de su amiga.

—Igual lo mejor es que vayáis a buscar a Delta antes de nada —interrumpió Bea— No os preocupéis por mí, podéis iros los tres si queréis. Mientras cerréis la puerta...

—¿Segura? ¿No necesitas la ayuda de Miriam para nada? —preguntó Víctor.

—Anda, anda. Como mucho pedidme las pastillas que necesite.

El grupo centró su mirada en Miriam.

—No sé, eh... —la joven pensó con notables nervios por unos segundos— Son unos pocos, dejad que los apunte en un papel.

—Mirad, id vosotros dos y que Miriam se quede aquí anotando los nombres. Hoy solo pedí la cuerda, así que puedo conseguir al menos dos de ellos.

Blanca y Víctor se miraron momentáneamente y asintieron, dejando la habitación tras despedirse de sus dos compañeras. Su objetivo pasó a ser buscar a Delta. El problema era que ella no se encontraba en el recinto mientras no hubiese algún evento que requiriese de su presencia. Siempre entraba por el mismo lugar: el portón principal.

Y como suponían, lo encontraron cerrado a cal y canto. No había forma de abrirlo a simple vista, pero... Sí que había un pequeño botón que parecía ser de ayuda. "Emergencia", podía leerse a su lado. Igual podían liar la grande al pulsar el botón, podía no tener de finalidad ese tipo de emergencias.

Pero no quedaba otra. Blanca lo pulsó de forma impulsiva, ante la mirada nerviosa de Víctor. Como saltase algún tipo de alerta de incendio, o de emergencia grave...

Atemorizados por lo que podría pasar, esperaron unos segundos, pero solo sonó un altavoz que aseguró la llegada de Delta en breves. Blanca sonrió del alivio, y Víctor solo suspiró mientras se deslizaba hasta tirarse al suelo.

Como se había indicado, la jefa de sector apareció en poco tiempo, acompañada de dos trabajadores vestidos igual que el resto de personal que habían visto. Se veía muy tranquila y, con su característica sonrisa reconfortante y su agradable tono de voz, se refirió a los dos sujetos.

—¿Ocurre algo?

—Delta, alguien... —Blanca intentó explicarse con claridad, pero los nervios volvieron a invadirla.

Víctor la apartó levemente con una sonrisa.

—Mejor le cuento yo. Vamos a ver, hemos estado explorando el laberinto como sabrás, pero alguien en su interior ha golpeado a Bea haciéndole una herida grave. Necesita ayuda médica.

La mujer tardó unos segundos en contestar. Parecía algo confundida, pero igual de calmada que antes.

—Bueno, eso no es una emergencia.

—¿Perdón? —soltó la joven, ojiplática.

— Tenéis una médica entre vosotros, ¿no? También tres objetos diarios cada uno, lo que son veinticuatro en total.

—Pero solo es una estudiante —prosiguió Víctor—. Más o menos nos hemos apañado, pero... tanto ella como nosotros agradeceríamos un médico de verdad, con experiencia y recursos. Ni siquiera tenemos enfermería.

—La tendréis. Realmente no me esperaba una situación así en un punto tan temprano del experimento. Tenemos algunas salas que podréis aprovechar en un futuro cerradas, entre ellas una enfermería totalmente equipada.

—¿Podrías abrirla momentáneamente?

—No puedo hacer eso, Víctor.

—Pues entonces sácala de aquí, coño. ¿Quieres tener una estudiante en esas condiciones?

—Claro que no. Pero si quiere abandonar el experimento, tendrá que venir ella misma a decírmelo antes de que acabe el día. Lo siento chicos, pero no tengo permiso de tomar este tipo de decisiones.

—Delta, aparte de eso —interrumpió bruscamente Blanca—. Si hay cámaras de seguridad, deberías mirarlas para detectar al culpable de la agresión. Merece ser expulsado por violencia, ¿no crees?

La científica tan solo sonrió.

—Ay, Blanca... yo en ningún momento prohibí la violencia física durante los exámenes, ¿verdad?

La joven quedó atónita ante las palabras de su "amable" tutora.

—Y si me disculpáis tengo prisa. Le comentaré a Sigma el tema de la enfermería, pero ya os adelanto que abre pronto. Hasta luego, suerte con lo de Bea.

Y tal como entró, se fue seguida por sus dos escoltas. Los dos jóvenes no hablaron por unos instantes. Blanca inhaló y exhaló varias veces para no perder la calma. Gracias al shock no se produjo en ella una reacción nerviosa, mucho menos violenta.

—Menuda hija de la gran puta —murmuró con suavidad.

—Lo sé.

Minutos mas tarde se encontraron de nuevo en la habitación de Bea. Sobre la mesilla de noche había un puñado de cajas con pastillas y Miriam estaba sentada sobre la cama en la que yacía la enferma. Pero lo raro no era eso, sino una transmisión en directo en el televisor de la sala donde podía verse a Delta hablar con la chica. Al notar esto, Víctor agarró a Blanca para que no entrase y así no interrumpir.

—¿Entonces quieres dejar el experimento?

—¿Me ves capaz?

—Si no es grave como dice Miriam, te aseguro que sí. Tienes una gran capacidad, Bea. ¿De verdad quieres desperdiciarla y dejar esta experiencia? —Delta calló unos segundos— Ni siquiera debería dejarte ir a estas alturas, pero si supuestamente estás tan enferma... Piénsalo.

Un ambiente pesado se formó en la sala.

—Tus nuevos amigos, lo que vas a aprender, el dinero... Perderías tu nueva vida, Bea.

Delta, quien observaba fijamente la cama, intimidaba más aún ahí que en persona. La pelirroja comenzó a dudar de su decisión. Si se iba, perdería grandes oportunidades, como su tutora acababa de decir. Pero se encontraba mal... y había un examen a completar.

El examen que debía completar.

—¿Puedo abandonar más adelante si así lo pido?

—A ver... —la mujer se rascó la barbilla unos segundos—. Te doy hasta que acabe el examen.

Bea miró a sus tres compañeros antes de hablar.

—¿Puedo confiar en vosotros?

Sin saber del todo el por qué de esa pregunta, los tres asintieron uno tras otro. En ese caso, por ahora, Bea no tenía más que decir.

—Vale, Delta. Me quedo.

La científica sonrió.

—Buena elección. En fin, que te sea leve. Os dejo por ahora.

Delta colgó tras ondear su mano con alegría. Consiguió lo que quería: retener a Bea. Igualmente, una herida como aquella sería la menor que le abrirían en Apeiro, por lo que tenía que aprender a lidiar con ellas.

La noche se echó encima, con el examen aún sin completar: algunos aún se encontraban merodeando por el laberinto, siendo Germán una de ellas. Empezó tarde y terminaría tarde, pero no se atrevió a adentrarse antes: sus turnos con Miriam fueron incómodos y el laberinto infundió cierta inseguridad en él. Pero sabía que tenía que hacerlo.

Entre las paredes de aquel infierno blanco donde únicamente se oía el sonido de las luces, las pisadas de alguien por detrás de él se hicieron notar. Cuando lo asimiló se volteó con nervios. Había alguien a unos pasos de él, con las manos tras su espalda y una sonrisa.

—Hola —dijo el geólogo—. ¿Tú tampoco has terminado el examen? Pensé que sí.

No hubo respuesta. La sonrisa se apagó lentamente y aquella persona dio un paso al frente para acercarse al confuso chico. Con un rápido movimiento le agarró del cuello de la sudadera para acercarlo, y sin mucho remordimiento, le susurró algo al oído:

—Lo siento, tengo que hacerlo.

———

HOLAAAA, tenía ganas de escribir al final de un capítulo como hacen las chicas wattpaders famosas. ¿Qué taaal, os ha gustado este capítulo? ¿Qué creéis que va a pasar con el pobre Germán?

Yo os aseguro que nada bueno. ¡Pero en fin! Espero que estéis disfrutando de la historia, porque estamos a un capítulo del final apoteósico de la primera parte y el verdadero arranque de esta historia. Siento haberos puesto un prólogo de 12 capítulos, pero es que me gusta desarrollar personajes. Venga, un beso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro