Capítulo 7 "Ahora eres mi empleado"
—Acepto, pero será durante un mes—Responde por fin a la oferta de empleo de Hernández.—Es para ayudarlo y que descanse un poco.
Están en la oficina del doctor. Un lugar pequeño, asfixiante y con una única ventana por donde entra la mayor parte de la iluminación presente. Las cuatro paredes lucen un tono de verde espantoso. El suelo es blanco, sin embargo no está muy limpio. Se aprecían las colillas de cigarros y los restos de tabaco a simple vista. También hay recetas médicas y documentos inservibles que han desbordado el cesto de basura. Están sentados frente a frente con el escritorio en medio.
—Por mí, todo perfecto—Dice el doctor con alegría y se acomoda hacía tras en su silla giratoria.—Acepto ese tiempo.
Se mueve lentamente de derecha a izquierda. Se ve muy a gusto y se siente imponente. Como si fuese un trono. Además acaba de marcarse una pequeña victora. Por supuesto que se siente bien.
—Luego de ese tiempo regresaré a mi normalidad.—Advirtió el chico con simpatía—.Y no quiero volver a saber nada sobre que usted u otras personas de este barrio estén interesados en mi vida privada. Aquí, todo el mundo sobrevive como puede y a veces no de la manera políticamente correcta. Así que, a mí no tienen porqué tocarme los cojo...—Se detiene justo antes de decir una buena barbaridad. Entonces se rie solo.
—No hay necesidad de ponerse vulgar.
—Sí, lo sé.
—Y te ya dije que no me interesa en lo más mínimo. Lo que hagas, con tu tiempo de existencia en este mundo, es asunto tuyo; y de nadie más.
Samael asiente con la cabeza. Está completamente de acuerdo con Hernández. El doctor se levanta de su asiento movedizo lentamente. Abre el primer cajón de un archivador negro que queda a su lado.
—¿Puedo prender un cigarro?—Pregunta el chico castaño de los tatuajes. Y va sacando la caja del bolsillo izquierdo de sus pantalones.
—Claro.—Recibe en respuesta afortunadamente—. Aunque, ahora que vas a trabajar aquí, debes saber que está prohibido fumar en cualquier otro lugar que no sea este. Más que por nada, por mis pacientes.
Samael ya tiene el cigarrillo en la boca. Acerca sus manos para prenderle fuego con su foferera.
—Entiendo—Se escucha el típico sonido, distorsionado por tener los labios apretados contra el cilindro blanco relleno de tabaco.
Cuando lo enciende guarda la caja y la fosforera bolsillo de antes. Toma un poco del humo, y lo retiene. Luego lo deja salir.
Mientras tanto, Hernández, busca entre los documentos dos papeles grandes que sean completamente nuevos y un papel carbón. No tarda ni diez segundos en hallar todo. También toma una pluma azul, aunque ya casi no tiene tinta. Hernández, pone todas sus esperanzas en que justo en ese momento no falle. Vuelve a la silla de antes y se acerca al escritorio hasta que su abdomen toca contra la madera.
Samael observa todo en silencio. Su cigarro se está deshaciendose lentamente.
El doctor coloca el papel carbón en medio de las hojas blancas yhace coincidir los bordes de los tres. Se apoya en el escritorio y escribe algo con velocidad. Cuando termina deja su firma en un extremo.
—Ya está.
Samael inhala para tomar el humo.
—¿Que és eso?—Interroga y después deja escapar el gas gris.
Hernández aproxima al chico las páginas blancas.—Firma en ambas.
Samael apaga el cigarro retorciéndolo en el cenicero que está en el escritorio.
—¿A qué está jugando?
—¿No quieres trabajar durante un mes? Pues aquí tienes el contrato.—Le explica con calma—No es lo más profesional del mundo, pero al menos ambos nos quedamos con una copia. Y si algo pasa, sirve como prueba del acuerdo.
Samael lo mira escéptico ycon el ceño fruncido. Toma ambos papeles. Lee rápidamente y en voz alta: "Yo, Estéban Hernández". Se detiene al instante.
—¡Ah! Mire usted, esto es interesante—Dice sin levantar la vista del papel.
—¿A qué te refieres?
—A su nombre—Levanta la mirada—. No me lo sabía.
—Pero será porque no has querido.
Samael le muestra una ligera sonrisa—Quizá.
—En este barrio todos conocen mis nombres. Utilizan el apellido para más formalidad. Además—Añade después de una pausa—Yo no sé tu apellido. Aunque tampoco siento que sea importante averiguarlo.
—Pues muy bien.—El castaño de los tatuajes contesta rápidamente y sigue leyendo—"Este contrato tendrá vigencia por mes..."
Su vista salta a las cláusulas. Hablan sobre que a Samael se le dejaría de pagar si faltase al trabajo, si robara, si se metiera en problemas con algún paciente o con el empleador. Está escrito que el horario de trabajo será en las mañanas de lunes, miércoles y viernes. Jueves y martes cuidará el local durante toda la noche.
—Así que...¿También le serviré como perro guardián?
—La idea es algo como eso, pero el concepto que utilizaste no me gusta. Di "vigilante" y punto. Esas guardias nocturnas te serán pagadas mucho mejor.
—Bueno, al menos con el salario podré comprarme unos cicles en la tienda de la esquina.—Respode Samael mientras firma ambos documentos con un garabato horrible, como si fuese un niño, que juega a firmar autógrafos.
—Tu simpatía es un cuarto de las cosas que me gustan de ti, jovencito.—Le dice Hernández con simceridad absoluta.
—¿Ah, sí?—Le cede el papel escrito con tinta y se queda con la copia. La dobla y guarda en el bolsillo derecho de su pantalón.—¿Y qué otras cualidades mías, cubren los tres cuartos restantes de su opinión?
—Me gusta tu porte y estilo. Y la manera en que te expresas. Que eres una persona con la que se puede razonar sin temor a que te apuñale. Eso serían dos cuartos más.
—Pero, nada de eso me hace especial. Así, como usted describe, puede ser cualquiera.
—Para nada, créeme.
—¿Y el un cuarto restante? ¿Qué lo cubre?
—No lo sé, es como si lo estuviese borroso. Sé que hay algo bueno, pero no decirte lo que es.
Samael rie.—Ya, hombre. No se ponga trascendental y profundo.
Se levanta de su asiento. Estéban le devuelve una sonrisa.
—Sí, sé que serlo no me combina, para nada
Samael extiende su brazo para darle un apretón de manos. El doctor acepta con gusto.
—Esta ha sido la mejor entrevista de trabajo que he hecho en mi vida—Dice el chico. Mezcla un tono de broma con uno sarcástico.
—Al menos de esta saliste contratado.
Sueltan sus manos. Samael las mete en los bolsillos de sus pantalones.
—¿Cuándo tengo que empezar?
—El próximo lunes. Sin falta.
—Bien, con su permiso...—Se aparta y va hacia la puerta de la oficina.
En el salón de espera hay unas cuatro personas. Samael, las ignora lo mejor que puede mientras camina. Pero uno en particular llama su atención. En uno de los asientos hay un señor gordo y de rasgos toscos que se queja de un fuerte dolor en su mano izquierda. La sangre que brota de ahí baña el suelo.
El hombre perdió el dedo índice en un accidente laboral. Su mano tuvo un poco agradable encuentro con una sierra de picar madera.
Ahora convirtió el suelo de la clínica en un cóctel asqueroso entre la sangre que brota del dedo mutilado y los vómitos intermitentes que se provocan por el fuerte dolor.
Samael hace una mueca de asco e incomodidad. No por la sangre y el dedo. Para nada. Durante su vida ha visto morir o perder extremidades a más de uno. Aún recuerda al idiota que no le quiso pagar parte de una mercancía a El Reo. Le quitaron la cabeza, lentamente y con un machete frente a su esposa. Esa mujer no volvió a ser la misma ¿Cómo le ira en el hospital psiquiátrico?¿Seguirá delirando y pensando en ese día?¿Sigue teniendo pesadillas dónde la mutilan hasta la muerte? No se sabe.
A Samael lo que le vuelve el estómago un nudo es el vómito. A parte del color verdoso que tiene ha llenado la habitación con ese olor inconflundible de alimentos a medio procesar.
Samael sale de ahí "Si estuviese trabajando ahí tendría que limpiar eso. Es repugnate." Afirma para sí mismo lo que es más que obvio.
Pasan los días. Eso es inevitable. Y Samael empieza a trabajar en la clínica.
Las tareas no son muy difíciles. Incluso se le hizo rutina.
Despierta temprano y abre el local. Con su tono de voz firme y usando el carácter logra controlar a las personas que van al lugar. Calma a la señora que necesita urgentemente una receta médica para comprarle antibióticos a su hija. A otra que tiene a su bebé con diarreas. Al chico este. Es asmático, pero no suelta el maldito cigarro. Esa falta de control sobre este hábito hizo incomodar a Samael.
—Escucha imbécil. Te he dicho mil veces que aquí adentro no se puede fumar.
—¡Vete al demonio, idiota! Tú eres un simple empleado.—Lo desafía desde el asiento encenciendo otro cigarro.
Alrededor de ellos hay tres personas que observan la escena. Samael sonrie de repente e invita al chico a ponerse de pie frente él para conversar con él. El chiquillo, que no debe tener más de diesiete años, lo hace mientras continua fumando. El tatuado se mantiene con su sonria. Se cruza de brazos y toma el puente de su nariz.
—¿Tú eres sordo?—Le pregunta sin borrar de su rostro la expresión de falsa felicidad.
El chico aparta el cigarrillo de su boca un momento.
—No lo soy. Yo fumo si me da la gana.—Lo pone entre sus labios. Inhala y deja escapar todo el humo hacia la cara de Samael.
—Hay personas enfermas a tu alrededor.-Agita sus manos para apartar la pequeña nube gris- No deberías hacerlo.
—¿Y quién me lo va a impedir?¿Tú, asalariado de mierda?
Samael muta su falsa cara de felicidad a una inexpresiva. Toma al chico por el hombro izquierdo. Hace un puño con su mano derecha y le propina un puñetazo en el estómago que lo deja sin aire. El cigarrillo cae al suelo en el acto. Samael toma la cabeza del chico y le susurra al oído "Si te digo que no fumes, tu no lo haces y punto. ¿Entendiste, imbécil?"El chico afirma con la cabeza y aún sosteniéndose por el abdomen.
"Eso, buen chico". Lo empuja hacia la silla plástica y le habla como si fuesen los mejores amigos en el mundo. "Ahora mantente ahí tranquilito, que en breve el doctor te traerá tu nuevo inhalador".
Las demás personas en el lugar vieron toda la escena, pero no dijeron nada. El chico había sido demasiado insolente y Samael le dio una buena lección. Ahora aprenderá a ser responsable en la elección de los lugares donde disfruta de su mal hábito. Si quiere que sus pulmones se hagan basura que lo haga, pero no donde hay personas enfermas. Eso es ser demasiado cabrón.
Samael apaga el cigarro, que yace en el suelo, con la suela de su zapato derecho. Y luego pasa la escoba, para eliminarlo junto con la cenizas que dejó. Así estuvo el lunes, el miércoles y el viernes de la primera semana de trabajo. Cuando debe ser un perro guardián no tiene que ir a trabajar en la mañana. Como comienza a las seis de la tarde tiene tiempo de descansar durante todo el día.
El martes fue su primera noche de guardia y pensaba que iba a ser muy tranquila, además de aburrida.
Samael cerró el local cerca de las siete de la noche. Aunque un sitio donde se atienden la salud de las personas debería estar abierto todo el tiempo.
Estuvo hasta las dos de la mañana sentados en la sala de espera. Se desplomó sobre una de las sillas plásticas. Usaba una sudadera roja con capucha y vaqueros anchos azules. Como no había pacientes cerca, ni los iba a haber en muchas horas, se regaló el poder fumarse un cigarro. Cuando terminó con ese lanzó el cabo a la basura y prendió otro.
Miró programas aburridos en el pequeño televisor negro está en la pared. No tenía otro modo de entretenerse. Cambió al canal de noticias. Al rato se estresó con todos los reportajes sobre los discursos cínicos de los políticos. Samael, era consciente de que él no había hecho nada, hasta el momento, para convertir al mundo en un lugar mejor. Pero, al menos nunca lo había prometido delante de cuatro cámaras, cincuenta periodistas y un país. Vio veinte minutos de una comedia horrosa, y varios cortes para anuncio publicitarios.
Llevó, un pequeño termo para mantener caliente un poco de café y su bate de béisbol. No es que pensara que en ese lugar alguien robaría. Pero como las casualidad a veces son increíbles, pensó en que sería buena idea.
Cerca de las tres de la mañana Samael se estaba quedando dormido en la silla.
Saltó con exaltado cuando escuchó un ruido. Pareció provenir de cerca de la puerta trasera. Esa da a un callejón. Ahí hay un enorme contenedor verde de plástico dónde se desechan todos los algodones sucios, los envases vacíos y las jeringas usadas. Samael, volvió a escuchar el ruido, sin embargo no se preocupó.
"Deben ser los gatos callejeros o los drogadictos de la zona". Se dijo.
No resulta raro imaginarlo. Algunas de las personas que acostumbran a drogarse buscan entre los desechos médicos jerigas usadas para inyectarse y frascos con restos de medicamentos.
"Poco van a encontrar. Todos los envases que he tirado estaban vacíos. Además partí en dos todos las jeringuillas".
Escuchó otra vez los ruidos. Fueron muy claros esa vez. Samael estaba seguro de que algo, o mejor dicho, alguien llamaba a la puerta. Era hora de abandonar aquella silla e ir a investigar.
La puerta continuó siendo golpeada. No había dudas de que alguien quería que lo dejaran entrar; pero, ¿a las tres de la mañana? Eso estaba demasiado fuera de lo común.
Samael tomó el bate de béisbol y se dirigió lentamente a la puerta. Caminó con sigilo por los pasillos hasta que la tuvo en frente. Pegó su espalda a la pared, a la izquierda de la puerta. En su mano derecha sostenía el bate con fuerza. Con la otra hizo girar el pomo de la cerradura. De manera que, el que estuviera del otro lado, vería sólo una puerta que se abriría y oscuridad en segundo plano. A nada ni nadie más.
Cuando quedó entreabierta la sombra de una mano se deslizó por la apertura, tomó el borde la madera. Empujó para abrir más y así poder meter su cuerpo.
Samael vio que una persona entró lentamente al local entre la oscuridad.
Él contuvo la respiración para no hacer ruido. Llevó su otra mano hacia el bate para tener un mejor agarre.
Estuvo a punto de reducir a golpe a quién sea que fuese. Al menos ya tenía esa intención.
Afortunadamente, antes de eso pasara, escuchó esa voz femenina que conocía muy bien."¿Hola?¿Hay alguien aquí?".
Samael giró los ojos. Estaba realmente furioso y fue hacía el interruptor para prender las luces de esa parte del local.
Se reveló la figura misteriosa. Traía su cabello castaño suelto, pendientes largos y el rostro maquillado. Usaba un enorme abrigo marrón. Muy elegante, por cierto. Con solapas de muesca, y cierre con grande botones negros en la parte delantera. Tenía las mangas largas hasta los codos y dos bolsillos laterales. Quedaba muy bien el cinturón. Hacía que la prenda se ajustara a su cintura. El abrigo la cubría desde el cuello hasta más abajo de las rodillas. Se veían sus piernas a la perfección. Portaba unos elegantes zapatos negros de tacón alto que le cubrían todo el pie y hasta el tobillo.
Samael dejó el bate de béisbol contra la pared, mientras le hacía una pregunta a su compañante. Las palabras salieron de su boca como navajas.
—¿Qué coño estás haciendo aquí, Hernández?
—¡Ah!—Hizo una mueca de enfado—¡Qué poco cariñoso eres!—Sonrió luego—Me encantas.
—No has contestado a mi pregunta.
—Creo que hace mucho frío.—Se acercó a la puerta. La juntó con el marco y luego compró que estuviese bien trabada-¡Uf! mucho mejor.
—¿Te das cuenta que son las tres de la mañana?
—Sí, lo sé.
—Tu padre te va a matar si...
—Papá duerme profundamente. Y yo apoveché para dar un vuelta. La noche está estupenda.
—Vines a follar conmigo ¿Verdad?
—¡Ay, por supuesto que sí Samael! Pareces tonto a veces.
—Tenía mis dudas, pero ya estoy completamente seguro de que estás muy mal de la cabeza.
—Desde que mi papá me dijo que te contrataría he pasado noches enteras pensando en ti. También en todo lo podemos hacer sobre su escritorio o sobre las sillas plásticas de la sala de espera—Mordió su labio inferior.
—Ya tu no tienes noción del peligro.
María se le acercó lenta y sensualmente. Rodeó su cuello con sus brazos.
—No.—Respondió descaradamente y depositó un beso en sus labios.
Esa actitud de María a Samael no le hacía gracia. Sin embargo, y en ese momento notó como su pene comenzó a dar sus "duras y abultadas" opiniones desde dentro del pantalón. Él la apartó con cuidado.
—No soy tu juguete sexual, niña loca.
—No quiero que lo seas.—Besó su cuello—Eres mi vecino—Luego repitió el beso en su mejilla—Y el empleado de mi padre.
Él colocó sus manos entre sus rostro y la boca de la chica para detenerla. Luego la tomó fuertemente por sus brazos.
—Sí, lo soy, pero sólo un mes. Quiero que lo sepas.
—Yo sabía eso también.
Ella se agitó. Fue un intento de zafarse para aproximarse a él. Samael la soltó.
—¿Y qué más sabes?
—Que tienes horarios nocturnos dos veces a la semana. Eso hace un total de ocho noches.—Se acercó a sus labios. Y habló sobre ellos casi gimiendo— Apovechémoslas ¿Sí?
Samael la apartó de nuevo. Con un poco menos de delicadeza esa vez.
—Eres un psicópata. Eres calculadora. ¿Cómo es que te enteraste de todo eso?
—¿Se te olvidó quién es lava la ropa de papá?
—¿Y qué?
Ella le explicó. A medida que hablaba se iba poniendo más caliente y arrogante.
—Vi el papelito. Papá lo había dejado en su chaqueta. Estaban escritos de su puño y letra todos los detalles. Voy a disfrutarte mucho este mes que estarás trabajando para mí.
—No creas importante, María. Estoy ayudando a tu padre porque me lo pidió
—Por lo que sea Samael. Esta clínica también es mía por derecho. Durante estos días eres mi empleado. Con más razón debes complacerme.
—¿Toda esta situación te excita verdad? Sentirte que eres más inteligente que tu padre, pensar que voy a hacer todo lo que tú quieras y siempres que te apetezca...
María se contoneó hacia él y hasta que lo tuvo a menos de diez centímetros de distancia.
—Unas cosas me dice tu boca.—Rápidamente llevó su mano derecha a la entrepierna palpitante del chico. Agarró su pene—Pero este amiguito y yo nos entendemos de maravilla.
Samael se estremeció involuntariamente cuando sintió la mano de ella apretar su miembro por encima de la ropa.
—Niña, suéltame.
—Deja de hacer eso.
—¿De hacer qué?
Ella se apartó un poco y se cruzó de brazos.
—El difícil ¿Qué quieres despertar mi atención?
—Esa no es mi intención. Créeme
—Pues para ya de hacerte el interesante que eso me pone más caliente aún.
—María vete.— Él le hablaba en serio—Ya viniste, te divertiste entre las tinieblas. Te arriesgaste a que te violaran en el callejón. Perfecto. Una noche muy movida y completa. Así que, ya te puedes desaparecer.
—Sabes muy bien que no me voy a ir sin una buena ración de ti. Aunque tampoco pienso pasar lo que queda de madrugada charlando contigo parada aquí.
Volteó para darle la espalda. Comenzó a caminar hacia más adentro del local.
—¡María!
—Te espero en la oficina de mi papá.—Le informó antes de que la perdiera de vista—No tardes.
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