Capítulo 5 "Visita inesperada"
Dedicado a Mirita_Karla que es una amiga excelente y me apoya e impulsa a ser cada día mejor.
Dos días después...
Hace pocos minutos que pasaron las siete de la mañana. Samael está durmiendo plácidamente entre sus sábanas blancas. El calor dentro del cuarto le hace abrir los ojos incómodo, pero los cierra de inmediato y continúa tratando de dormir.
Cuando al fin logra caer nuevamente en el sueño sus oídos detectan un sonido que viene de la puerta. Piensa que son ruidos que ha fabricado su conciencia somnolienta y que pronto cesarán. Pasan dos minutos. Vuelve a escuchar como alguien toca la madera.
Samael abre el ojo derecho con mucho pesar. Gruñe como un pitbull enojado. "¡Ya voy!"
No esperaba a nadie en casa tan temprano en la mañana. Levanta su cuerpo marcado de tinta de la cama. Está muy pegajoso. Necesita una larga ducha fría, para quitarse de la piel el sudor que adquirió durante la noche.
Aún se escucha el sonido en la puerta "¡Qué ya voy!" grita con más exasperación.
Cubre su pecho con una camiseta roja que encuentra tirada en el suelo del cuarto. Sus piernas las guardas dentro de un par de bermudas negras.
Se acerca al rectángulo de madera que marca una división entre la calle y su casa. La abre con cara de pocos amigos.
-Buenos días señor. Perdone la hora.
Delante de Samael se encuentra un hombre robusto y panzón. Está vestido con un overol y gorra azules. Su piel es de una tonalidad canela. En su rostro destaca un enorme bigote negro con algunos pelos plateados y blancos. Debe tener unos cincuenta y tantos de años.
Lleva en la mano derecha una caja roja de herramienta. Samael desvía la mirada. Enfoca la camioneta negra y azul que hay detrás de él.
-¿Qué quiere?-Responde el chico a modo cortante. No le gusta que lo despierten bruscamente.
-Yo soy uno de los técnicos especialista en equipos electrodomésticos que solicitó unos días atrás.
El chico queda pensativo y mirando al señor durante unos segundos. Encoge el ceño luego con irritación.
-"Unos días" no. Llevo esperando por el servicio más de dos semana.
Él está enojado por la falta de formalidad laboral que mostraron hacia él, pero la idea de volver a tener el equipo de aire acondicionado en correcto funcionamiento le despeja la mente.
Invita al extraño a pasar a su casa. No le queda más opcion: tendrá que esperar a la tarde para ir a lavar la ropa. Es una suerte que la nueva lavandería a la que irá hoy funciona veinticuatro horas.
Samael le indica al técnico, con su dedo índice derecho, donde está la habitación. El señor del bigote pasa junto al chico y se dirige al lugar de los hechos. El señor observa la habitación. Se asombra al ver que no tiene ventanas y lanza un comentario:
-De verdad que hace mucha falta un aire acondicionado aquí.
-Por eso llamé a su equipo...hace siglos.-Añade esto último a modo de reproche.
-Estuvimos ocupados.-Explica calmado el señor.
-La culpa es toda mía. No debí confiar en esas falsedades de "resolvemos el problema de inmediato".-Se cruza de brazos y se recuesta a la pared.
El hombre del overol le echa un vistazo a la estructura externa del equipo.
-Después de ese anuncio en la radio nos empezaron a llover pedidos.-Explica mientras observa-Hemos hecho lo que hemos podido.
Samael deja escapar un pequeño suspiro que lo seda.-Está bien. Vea, por favor, si la chatarra esa aún tiene arreglo.
-La estructura externa se ve muy bien. El cableado que va hasta el enchufe parece estar en perfecto estado. Eso bueno por una parte, pero malo en el sentido de que el problema puede estar en el interior. Tendré que desmontarlo y abrirlo.
-Hágalo-Lo insita manteniendo el tono de voz sereno-A ver si aún puede, como mínimo, espantar un poco el calor.
-Sí, pero voy a necesitar un poco de ayuda para retirarlo de su lugar.
Entre los dos sacan el aire acondicionado de su agujero en la pared. El técnico lo abre por completo y lo revisa. El diagnóstico es que por dentro tiene mucha suciedad y que la humedad ha dañado un cable. Por eso no llega el flujo de corriente eléctrica a todo el equipo.
Mientras el señor trabaja Samael se baña, se viste y prepara algo de desayunar. Busca unas latas de cerveza para brindarle al técnico. No muchas, no vaya a ser que se emborrache el gordo y no haga un buen trabajo.
Cuando está el aire acondicionado supuestamente arreglado. Los dos lo colocan en su lugar levantándolo de ambos lados. El técnico mueve el interruptor que lo hace encender y el equipo echa a andar sin problemas.
-La garantía del arreglo es de quince días. Si en ese tiempo ocurre algo como otra ruptura, la reparación es completamente gratis o se le devuelve su dinero.
A Samael le pareció bien.
-¿Cuánto le debo?
-Deme cuarenta dólares. Le cobraré la mitad por las tardanzas y por lo bien que me ha atendido. Realmente no fue nuestra intención dejarlo tanto tiempo sin la solución.
Samael busca en su billetera y le entrega el dinero.
-No hay problema, al menos el trabajo fue eficaz y rápido.
El técnico toma su pago, agradece y guarda sus herramientas en la caja roja. Sale de la casa y se va en su camioneta. Samael lo ve irse desde la puerta. Es un problema menos.
Él aún tiene en mente llevar su ropa a lavar. Recoge todo lo que tiene sucio. Hace un bulto que guarda en una mochila.
Samael sale de su casa cargado de ropa usada y se dirige a la lavandería. Él, evita por todos los medios ir dos veces al mismo lugar. Eso está dicho. Hoy es el turno de ese establecimiento. La próxima semana sería otro. No sabía cuál.
Decide ir caminando. No vale la pena tomar un autobús para ir a un sitio tan cercano. También así, estira un poco las piernas.
Actualmente se encuentra en un barrio llamado "Santa Lucía". El sitio es bastante agradable, limpio y moderno. De vez en cuando te encuentras a un loco por la calle, pero eso es normal en cualquier sitio. El aire se respira fresco y puro. En este barrio viven varios personajes importantes de la ciudad y parte de las mejores familias.
Llega al establecimiento. Lo primero que hace es observar que no haya muchas personas. No le gustan las aglomeraciones, ni las largas filas. Mira desde fuera. Está de suerte, dentro del local solamente hay tres clientes: un señor muy gordo, barbudo, de cabellos negros que espera a que la lavadora termine de girar. Está de pie, con los brazos cruzados y marca el ritmo de la impaciencia con el pie derecho. Hay una señora muy mayor, de pelos plateados. Presenta arrugas y manchas en la piel, propias de la edad que debe tener. Tal vez setenta, u ochenta, quizá noventa. A Samael no le intriga demasiado, y tampoco le preguntará.
Mira a la tercera persona. Su vista se emociona al ver a aquella chica. Ella esta de espaldas. Es un poco más baja que él. Tiene la piel muy clara. Samael se queda prendido observando que la chica tiene varios tatuajes que adornan su piel tersa y pálida. Ella está usando un top rosa y shorts cortos de tela de mezclilla azul. Él baja aún más la mirada por su cuerpo esbelto y delgado. Tiene unas curvas muy pronunciadas que forman su cintura y su cadera. Unos pequeños trozos de sus glúteos se ven por debajo de la mezclilla.
Ella vive muy cerca de aquí. Se nota porque está usando chanclas negras. Su rubia cabellera está recogida en un moño alto. Se nota que se lo ha hecho con apuros.
El chico entra al fin a la lavandería. Saluda con un "buenos días" poco sonoro. Las dos féminas le devuelven él gesto sin mirarlo. El gordo continua marcando el ritmo de la poca paciencia en el suelo. Quiere irse a casa ya.
La rubia aún está de espaldas. Ella lee un envase de detergente. "Típica chica solitaria y rebelde...,"piensa él, que la debora con la mirada "...se va de casa y no sabe ni usar una lavadora. Por eso necesita leer las instrucciones en los envases".
Samael está más cerca de ella. Puede ver y definir sus tatuajes. La rubia tiene la silueta de un gato negro pintada encima del codo izquierdo. Por toda la línea de su columna vertebral se extiende una larga serie de dibujos. Empiezan en su nuca y se pierden tras sus shorts. Por debajo de la tela que cubre la nalga derecha de la chica sobresalía la mitad de otro tatuaje hecho en negro. Él, no sabe definir lo que es. Tendría que quitarle la ropa para estar seguro, pero le invade la idea de que puede ser un atrapasueños.
También, tiene palabras debajo de sus glúteos y muy pegadas a ellos. El alcanza a leer "Happiness" en el izquierdo y "Believers" en el derecho.
A Samael le gustan las chicas con tinta. Lo encienden enseguida. Sin embargo, debe seguir con su labor.
Saca su ropa y la clasifica por colores. Deja los calzoncillos para lavarlos a parte. Paga el uso de las máquinas y compra un envases de detergente y otro de suavizante. No le presta atención a la fragancia y a la consistencia. Con que haga espuma le basta.
Samael mete la primera tanda ropa dentro cilindro plateado que la va a dejar impecable. Agrega el detergente cierra la puerta y progama el equipo. Se sienta a esperar.
La chica preciosa de los tatuajes ahora está parada de costado hablando con una empleada de lugar. Tiene una voz melodiosa y tierna. Samael se sobresalta ¿Dónde había escuchado esa voz antes? No lo recuerda y no le interesa mucho hacer memoria. Aunque le echa un último vistazo y busca más tatuajes. Tienes una mariposa, posada sobre una rosa, en su pecho. Justo sobre su seno izquierdo. A el chico le empieza a resultar familiar. Le mira el rostro. Trata de enfocarla. Ve que tiene los ojos celestes.
El pitido con el que la lavadora indica que ha terminado de girar lo saca de su trance de averiguación mental.
Sí, se siente algo estúpido. No debería mirarla tanto. Terminará llamando la atención de los presentes y él no quiere eso. Comienza a sacar la ropa lavada y mete el siguiente grupo.
Ahora es ella la que lo mira un momento, pero él está de espaldas y no lo reconoce. No le presta la más mínima atención. Para la chica rubia sólo es alguien que entró a ese lugar con el mismo objetivos con que lo hizo ella: lavar.
Pone su ropa limpia en una bolsa blanca de tela. En casa la planchará. Le gusta que su uniforme esté impecable. Su jefe es muy exigente y siempre dice "un negocio tiene éxito cuando no se descuida ni un detalle". No entiende el porqué de tanto alboroto.
Pasaba por su mente que tal vez su jefe quiere crear una franquicia de restaurantes y hacerse un gran empresario. Pero por ahora como mejor le hace honor a su propia frase es exigiéndole a sus camareras que sean mujeres intachables, pulcras y lindas.
La destreza de Samael con las lavadoras le viene del reformatorio. Allá también había lavandería y los chicos tenían que mantener limpias sus ropas. Los dividían en grupos para hacerlo y bajo la supervisión de los guardias. Así evitan que los chicos más violentos metieran a alguien en las lavadoras. Eso era muy común allá.
Odiaba ese lugar, pero aprendió muchísimo para la vida que le esperaba cuando saliera.
Su ropa está impecable ahora y seca. Samael la dobla, la guarda en su mochila. Se va a su casa caminando.
Cuando llega a "Los Sollozos" lo recibe una visita inesperada.
María Hernández, lo espera frente a su puerta. Su melena lacia y castaña está recogida en una cola de caballo apretada. En su cabeza destacan sus gafas de sol de marco rosa. Son sus favoritas. Los aros enormes que adornan sus orejas son rosados también. Está usando una blusa verde, tan trasparente y corta que se le ve el sostén blanco. Trae una mini falda color mar y tenis grises. Ella lo ve llegar y se le acerca.
-¿Dónde estabas, guapo?-Su voz suena muy sexy-Llevo esperándote varios minutos. Veinte creo.
-No recuerdo que te deba explicaciones, niña.
-No me las debes. Soy curiosa.
-No me gustan las mujeres preguntonas y controladoras.
-Sí, lo sé, eres puro misterio.-Se pega a él aún más para susurrar-por eso me enciendes tanto.
Samael mira a todos lados. No quiere que se sepa que entre ellos han habido encuentros clandestinos de índole sexual.
-¿Qué quieres?-Su cara no muestra ninguna realzada emoción.
-Hablar contigo. ¿Me invitas a tu guarida?
Samael no contesta. Pasa por su lado y abre la casa. Él entra primero, ella después. María cierra la puerta tras su espalda y se recuesta a la madera. Samael deja la ropa limpia sobre el sofá. Ignora la actitud de la chica. Él sabe lo que ella desea de verdad, pero quiere saber cómo va llevar la conversación hasta ese punto.
-¿Que quieres, Hernández?-Reitera la pregunta y añade el apellido de ella para sentirse en menos intimidad.
La observa de arriba a abajo para ver su vestuario al detalle.
-Sabes que me puedes tutear. Entre nosotros hay confianza.
-No la hay.-Se deja caer junto a su mochila llena de ropa-Te he dicho varias veces que no te confundas conmigo.
-Estoy jugando.-Ella se acerca a él, pero no se sienta-Me encanta ver lo nervioso que te pones cuando dejo salir mi lado infantil.
-Tú no tienes un lado infantil. Nunca lo has tenido. Con nueve años ya sabías que los bebés no vienen de París en los picos de las cigüeñas. Conocías la receta para fabricar niños. Y te encanta practicarla desde los doce.
-Es mi cuerpo Samael-Le responde con tranquilidad-.Yo hago con mi cuerpo lo que me plazca.
-Yo no he dicho que no. ¿Qué viniste a hacer aquí? Te he repetido mil veces que no me esperes frente a la puerta.
-Lo de que estuve veinte minutos era una broma. Acababa de llegar. Además tengo un buen motivo. Bueno no, dos buenos motivos en realidad.
-Habla.-Le dice tajante.
Ella disimula un escalofrío de excitación-Papá quiere verte.
-¿Ya se enteró que no eres la niña virgen e inocente que cree que tiene?
-Eso no tiene por qué saberlo. Soy muy discreta. Y no es eso. Quiere hablar contigo sobre la clínica.
-¿Ah sí?-La mira con dudas-¿Del matadero?-Añade porque sabe que ese término molesta a María.
-No es gracioso, Samael-Dice ella, mas no está enojada.
-Dile que ahora no puedo ir.
-Él no está. Fue a visitar a unos amigos que viven muy lejos de aquí y...
-Y tú supuestamente estás estudiando.-Completa la frase a sabiendas que no era lo que ella iba a decir.
-Tengo dieciocho. Yo decido si estudio o no.
-Te pago mil dólares si le das esa respuesta a tu padre.-Le dice. María abre la boca para decirle algo, pero él prosigue como si nada-Aunque debiste haber venido más tarde, cuando él esté en casa.
-Pero el problema es que si él está, no puedo venir a tener sexo contigo.
-Me imaginé que ese era tu plan inicial.
-Vamos, admite que extrañas mi cuerpo.-Se le sienta en las piernas. Juega con los pelos de la barba de Samael-. No tienes novia, ni amigas y no eres de esos que buscan mujerzuelas callejeras. Y los hombres necesitan cariño. Necesitan roce. Necesitan sexo.
-María,-Aparta la mano de ella con delicadeza-cuando dices "hombres" te refieres a ti ¿Verdad?
Ella sonríe y deshace su peinado quitándose la liga de pelo que lo sostiene. Su cabello largo cae sobre los hombros.
-¿Y qué si así es? Yo te busco cuando quiero sexo. Tú me lo das y todos felices.
-Y luego te vas a tu casa, te vistes de chica decente y finges que estudias para que cuando llegue papá no te castigue.
María acerca su rostro al de Samael.-No menciones a mi padre cuando estoy caliente que me cortas toda la inspiración.
Lo besa con furia y deseo, como si fuera a morir luego.
Esa María es el descaro en persona. Ese pequeño envase de dieciocho años sabe cómo poner a los hombres a sus pies. Con Samael es diferente, por eso le gusta tanto. Es ella siempre la que lo busca para apagar el fuego de su entrepierna juvenil. Él sabe detalles de la vida de ella, pero ella sabe muy poco de él. Tampoco desea esa información. Le encanta ese misterio que lo envuelve. Cada vez que lo hacen es como estar con un extraño en una discoteca. Pero es desconocido es su vecino. Lo ha sido por años.
Es el décimo quinto hombre con quién se ha acostado, pero con el que más ha repetido la dosis. Es que a María le gusta charlar e ir poniéndose caliente como chimenea encendida. Le gusta experimentar como su abdomen se contrae por los nervios y la adrenalina. Le gusta sentir los latidos de su corazón en sus genitales. Le encanta abalanzarse sobre Samael y llevarlo de una personalidad indiferente a una muy salvaje.
María se levanta del regazo del chico después de habérselo comido a besos. Se dirige hacia la habitación. Cambia su caminar por uno que incita al goce. Lo invita, con sus curvas, a seguirla. Samael gira los ojos, sonríe casi por inercia y la persigue. Se encierra con esa fiera entre cuatro paredes.
Suerte que el técnico apareciera por fin. Tener sexo en un cuarto sin ventanas no hubiese sido muy agradable, debido a que el sudor excesivo estorbaría demasiado.
Samael la toma del pelo. La besa desenfrenadamente otra vez.
-No quiero preliminares-Anuncia ella en un momento de pausa-Deseo ir directo al punto.
Así es ella. No le gusta el romanticismo. Le agrada la dureza. Lo indomable. Lo fuerte. Lo que hace que la cama golpee la pared con fuerza. A ella le gusta gritar. A María le gusta que la hagan mujer de una manera bastante bestial.
Samael la escucha y la lanza a la cama. Ella cae al colchón sobre su espalda.
La desviste con calma. La quiere desesperar. Se hunde entre sus piernas y le aplica sexo oral con fría lengua. A ella le gusta, pero quiere que la penetre de una vez. Samael se quita la ropa y se coloca un condón. Siempre guarda uno en su billetera.
Ella le está pidiendo a gritos que la haga suya. Encaja las uñas en la almohada. Mueve sus caderas. Pero él se toma su tiempo. Roza los genitales de ella con la yema de sus dedos. La dama suelta muchos más improperios y peores que lo anteriores. ¿Con esa boquita come? Su lengua trabaja para crear palabras prohibidas. Ofende a Samael. Le dice que un mierda, que no la va a hacer disfrutar, que es un maldito además de un bueno para nada que no sabe cogerse a una mujer como se debe hacer.
Samael alza las cejas muy serio. Ella quiere provocarlo. Hacerlo enojar para que la ponga a cuatro patas, le jale del cabello y la haga suya de una buena vez.
Decide complacerla porque ella está tan excitada y deseosa que teme que se vuelva loca dentro de su cuarto. Samael la toma en peso y la coloca como un perrito sobre la cama. Ella empina el trasero. Está lista para lo que viene.
Y lo recibe.
Profundo, rápido, violento, fuerte. Ella grita, él disfruta, ambos jadean.
Samael envuelve su antebrazo izquierdo con el cabello de ella y sostiene de las raíces con su mano. Golpea tan fuerte los glúteos de María que le deja un dibujo rojo e hinchado reinando en su piel.
No teme dañarla. A ella le gusta. Incluso gime más por tanto placer.
Samael respeta a las mujeres. No las ve como objetos sexuales, pero también sabe asumir cuando una chica es ninfómana y doble cara.
Cambia de posición. Se tira junto a ella. María está de espaldas a él pero aún está recibiendo lo que quiere.
Samael realmente necesitaba sexo. Masturbarse está bien. Lo disfruta, pero no es lo mismo. Una compañía sexual siempre viene bien.
Ella grita una grosería que le indica a Samael que está a punto de venirse. Él no varía el ritmo. Se queda penetrándola así durante unos minutos más hasta que ella explota.
Una mezcla de espasmos, gritos y un chorro de líquido que humedece la cama avisan que Samael logró hacer que ella lo pasara de maravilla.
María está exhausta pero a él aún le quedan fuerzas para moverse y aún no hay indicios de que se vaya a correr pronto. Así que le faltan varios minutos más del encuentro bestial para que finalice.
-Más te vale que empieces a rezar mi vida-Susurra él cerca de su oído.-Ahora es que esto se pone violento de verdad.
Ella sonríe un poco fuera de sí por el orgasmo. Su voz se escucha jadeante-Eso quiero verlo.
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