Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 13 "¿Nada Importante?"

El viernes en la mañana. Samael despierta debido al ruido del televisor de la sala de espera de la clínica. Están transmitiendo un concierto en vivo de uno de esos grupos sur coreanos en donde todos sus integrantes se parecen.

El castaño quedó dormido en una de las sillas mientras veía una película para adultos llamada "La tentación de los lirios". No tenía contenido pornográfico pero con las simples insinuaciones y la tomas de cámara se podía deducir que el protagonista era un Don Juan. Samael no sabe si lo venció el sueño o si es que la trama no estaba lo suficientemente entretenida para su gusto.

Hace lo posible por enderezarse y nota que tiene adoloridos los músculos del cuello y el hombro debido a la mala posición al dormir.

Samael mira la hora en el reloj digital de la pared: doce pasadas las diez.

Frunce el ceño y nota que algo no anda bien.

—¿Dónde está el doctor? No es normal que llegue tarde.

Entonces es cuando Samael ata cabos.
María tampoco fue en la madrugada así que algo habría pasado.

Samael deja todo acomodado. Apaga el televisor y luego cierra el local antes de ir a la casa de su jefe.

En la puerta lo recibe María, pero no lo invita a pasar. Ella trae el cabello recogido en una cola de caballo hecha a la carrera y su ropa son largas piezas de tela muy blanca. Parecía una paciente de un hospital psiquiátrico con ese aspecto.

—¿Está tu papá?

Ella asiente con la cabeza.

—Comenzó con fiebres ayer y tiene fuertes dolores de cabeza. Yo lo estoy cuidando, pero todavía no sabemos si es algo contagioso o no. Él es testarudo e insiste en que solo es un resfriado.

—Entonces estaría bien que ponga un letrero fuera de la clínica que avise que estará cerrada.

—Será lo mejor. Créeme si no te invito a pasar es porque no quiero que te contagies. Además, lo más probable es que yo me enferme mientras lo cuido a él. Así que ni un beso voy a poder darte.

—Tú siempre tan considerada niña—le lanza con sarcasmo—. No te preocupes que tus besos no me son imprescindibles.

—No te pongas insoportable que sabes que eso me atrae .

Samael pone los ojos en blanco.

—Papá me dijo ayer que necesitaba llevarle algo a unas amistades que viven cerca del centro. En la caja va la dirección.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Que él está enfermo bobo, y  yo lo estoy cuidando. Puedes ir tú a llevarlo. No te llevará ni media hora.

—Genial. Ahora también soy el chico de los recados.

—Para mí tú eres muchas cosas.—María se muerde el labio inferior—Pero eso no viene al caso. Voy a traerte esa cosa. Espera aquí.

A los pocos segundos reaparece ella con el estuche de cartón sellado con cinta adhesiva ocre. Se la pasa a Samael.

—Di que vas de parte de Hernández el doctor. Dijo papá que ellos saben de qué se trata. Entonces ten un bonito día. Cuando papá esté mejor te hago la visita.

—No va a hacer falta.

—Siempre dices eso y siempre terminamos follando así que ni caso te hago. Adiós, lindo.

María se despidió a la par que cerraba la puerta.

Cuando Samael llega a la casa del destinatario toca el timbre y lo recibe un señor de más o menos la edad de Hernández. Samael informa que el médico estaba enfermos y que por eso no fue personalmente a llevar el paquete.

El señor lo invita a entrar cordialmente.

Ya dentro de la casa aparece la esposa. Saluda a Samael y luego fue a curiosear la caja que su marido tenía en su posesión.

—¿Qué es eso querido?

—Ese Hernández es espléndido. Le comenté que nuestra hija se va a casar y no dudó en mandar un presente.

—Con su permiso.—dijo el castaño Tatuado —Me retiraré. Tuve una noche difícil.

—¿Tan rápido?—Interrogó la mujer —Quédate a tomar una taza de café al menos.

—No gracias señora yo ya me voy. Solo vine a traer eso. Fue un placer conocerlos. Y mis mayores buenos deseos en la boda de su hija.

—Gracias, hijo. —Agradeció ella.

—Venga. Te acompaño a la puerta.—Comentó el hombre.

Samael sale y comienza a caminar en dirección a su casa. Sus tripas gruñen a modo de recordatorio. No ha desayunado nada y ya casi es hora de almorzar.

Decide pasar cerca del centro comercial. Hay buenos restaurantes de comida rápida ahí.

Pide una ración de muslos de pollos fritos y una enorme gaseosa de cola. Cuando se siente satisfecho paga la cuenta y se dispone a salir.

Del enorme lugar va saliendo una rubia que ya él conoce: Susan. Lleva un conjunto de blusa negra y jeans azules. La pobre anda muy cargada de bolsas de la compra.

De repente la vista de ellos se cruza. Ella lo reconoce también pero finge que no lo ha hecho. Entonces una de sus  bolsas se cae al suelo. Una naranja sale rodando y choca con el pie derecho de Samael. Él, como todo un caballero, toma la fruta del suelo y se la entrega a su dueña.

—Hola, rubia. Esto es tuyo.

—Gracias.

Intenta agarrar la naranja pero deja caer otra bolsa con alimentos. Esta vez no sale rodando nada, afortunadamente.

—Supongo que tomarás un taxi ¿verdad?—Indaga Samael—Es demasiado para un par de brazos.

—No. Vivo cerca. Normalmente busco mis compras y las llevo a pie hasta casa. Solo que hoy me excedí un poco porque tengo una actividad en casa en dos días con unas amigas.

Samael toma varias de las bolsas. Susan hace un amago para negarse pero él insiste.
En el fondo él quería ayudarla porque se sentía algo culpable. Cree que fue muy duro en el modo de expresarse la última vez que hablaron.

Caminan una cuantas calles ni mediar palabra. Susan no dice nada porque la presencia de él la pone nerviosa y teme a decir una tontería. Y él no lo hace porque el silencio no le parece mala idea.

Pasaron juntos a la iglesia católica. El sitio era majestuoso. Y se robó las miradas de ambos.

A la distancia Samael reconoce la figura corporal de la castaña de pelo corto que le entregó el folleto religioso. Está hablando con otras mujeres fuera de las puertas de la iglesia. La conversación parece ser muy agradable porque ella sonrie ampliamente y de vez en cuando suelta una leve carcajada.

Eva cambia el punto de mora y su ojos chocan con los de Samael. Se quedan lelos durante unos segundos, antes de que ella vuelva a prestarle atención a lo que sea que le está comentando la persona que tiene en frente. El castaño dirige la vista al camino y actúa, por alguna razón, como si no la hubiese visto.

El hogar de Susan de verdad que no queda lejos del super mercado. Es un apartamento espacioso y cómodo. Con paredes blancas, cortinas azul cielo, suelo de madera y muebles caros.

—Pasa y deja las bolsas sobre la mesa del comedor, por favor.—Le dice a Samael.

Él sigue la indicación al pie de la letra.

—Bueno,yo ya me veo —Comenta él después de cumplir con el cometido.

—Tampoco tienes que irte tan rápido. ¿Quieres compartir una taza de café y charlar?

—Es la segunda oferta de es tipo que me hacen. Ya la primera la rechacé.

—¿Por qué eres así?

—No bebo nada con personas que acabo de conocer.

—Ah pues a mí si me lo vas a aceptar. Ya hemos chocado más de una vez.

—Sí, pero...

—No aceptaré un no como respuesta, Samael.—Susan le pasa por al lado—Dale, ven conmigo.

Ella busca entre los cajones de las encimeras el envase donde guarda el polvo oscuro y prepara la cafetera eléctrica.

Informa que en breve estará el café y que mientras tanto pueden esperar en la cocina.

Samael se sienta en la mesa del comer. Susan está recostada a la encimera mientras espera. Hay otro silencio que Samael quiebra casi de inmediato:

—Es muy bonita tu casa.

—Gracias, pero no es mía la alquilo.—Susan suspira profundamente—Lamento la escena de hace días. Debes tener una pésima imagen de mí. Aunque la verdad es que no recuerdo mucho. Tai fue la que me lo contó los hechos.

—Tranquila. No hagamos un poblema de aquello.

—Dice Taila que entré a casa muy enojada, después de que hablamos a solas en el pasillo. ¿Discutimos?

—No es necesario hablar de eso.

—Pero yo lo quiero saber. Por favor.

—Veo que vas a insitir, rubia.

—Sí. Y puedo llegar a ser muy molesta.

—La verdad es me pediste que pasásemos la noche juntos y te respondí que no, porque estabas ebria y no recordarías nada. Luego insististe y ambos perdimos la paciencia.

—No me digas que fue por eso. —Susan agarró el puente de su nariz —Muero de vergüenza.

—Jajaja.

—¿De qué te ríes?

—Te pones roja como una manzana cuando te avergüenzas. Te ves tierna además.

—Basta, jajaja, vas a hacer que me sonroje. —Susan le brinda a Samael una mirada de complicidad—¿Sabes algo? No justifico mi ebriedad, pero la verdad es que pasar una noche contigo debe ser como un sueño.

—¿Acaso me estas haciendo la propuesta de nuevo?

—Solo te digo una realidad. Además tengo veinticuatro años ya. Entiendo cuando me desean y cuando no.

—Simplemente no quería hacerte el amor estando borracha. Mira como casi no recuerdas nada. Además, Susan, no te voy a mentir. No ando buscando vínculos sentimentales y tú te ves tan interesada que temo hacerte daño. Yo no puedo ofrecer un noviazgo a nadie en estos momentos.

—Yo tampoco quiero saber de sentimientos. En todo caso sería solo sexo.

Samael alza una ceja con picardía. Se pone en pie y acorrala a Susan entre la encimera y su cuerpo.

—¿Y no temes que conmigo sea un error?

—Samael, si es un error o no quisiera saberlo después de que ocurra.

—Tú lo pediste.

Samael la carga en peso y la trepa a la encimera. Ella rodea su cuello. Sus miradas se cruzan y luego sus labios chocan en un beso salvaje y ardiente.

Samael aprieta las nalgas de la rubia para acercarla más a él, sin dejar de besarse. Ella no sabe que hacer con sus manos. Las lleva al cabello del chico, toca su barba, aprieta sus torneado y tatuado brazos.

Se comienzan a calentar. La piel de Susan está más rosa, sus mejillas arden y en su entrepierna ya ha hecho una laguna al nivel de sus bragas. Samael mete ambas manos por debajo de la blusa de la chica y se la retira por sobre su cabeza.

Quedan delante de él un par de senos perfectamente redondos y tan blancos como nubes en días soleados. Las aprieta un pequeño sostén negro que Samael le retira al desabrocharlo  con una mano. Ahora tiene a esta mujer hermosa delante, sin nada que le cubra de la cintura para arriba.
Los pezones de Susan son pequeñas manchas rosas que en este momento están erectas y duras. Casi tanto como el miembro de él, que parece que está loco por romper el pantalón.

Con una mano Susan acaricia la entrepierna de Samael y comprueba que está hecha concreto puro. Con la otra le indica a su compañero que quiere que la manosé un poco por debajo del abdomen.

Samael capta la señal rápidamente y le deshabrocha el pantalón a ella. Introduce la mano por debajo del tanga negro.

Palpa con la punta de sus dedos esa humedad celestial. Eso es invitación inmediata para que se volviera más loco de deseos de poseerla en aquella cocina con olor a café.

La rubia de ojos celestes le va quitando al chico la camisa, sin dejar de besarse con fervor y ganas.

Él le retira los jeans por completo. Entonces se dedica a jugar con los pliegues vaginales de Susan. Su intimidad parece  una mariposa de alas carnosas, anchas, húmedas y rosadas.

Introduce la punta del dedo índice lentamente, dentro de ella. Susan gime como poseída y le clava las uñas en la piel. Y le susuarra a Samael que se lo retire todo. Que quiere tenerlo de frente como Dios lo hizo llegar a este mundo.

Él se aparta de ella entonces. Se retira el pantalón y, luego los bóxers. Los desliza por sus piernas y luego los aparta de sus pies.

—Madre mía—Los ojos de Susan se llenan de asombro ante el cuerpo desnudo del castaño—Estás demasiado bueno. Y ese pene se ve jugoso. Creo que sería capaz de correrme nada más mirándote —le dice ella mientras se masturba con moviemientso circulares sobre su clítoris.

Samael toma los muslos de Susan y su boca se pierde de vista entre los labios vaginales de la chica. Ella grita de placer una vez más y lleva su cabeza hacia atrás.

Samael pasa la lengua por los labios mayores con movimientos circulares pausados. Luego hace una espiral que va disminuyendo su diámetro hasta tocar el pequeño botón carnoso del placer.

Ya ahí y con la punta de su lengua Samael juguetea como loco. Susan siente como por todo su cuerpo va subiendo una sensanción de calor y que se concentra en sus manos y rostro.

Samael aumenta la velocidad de la su lengua mientras la penetra lentamente con el índice y el dedo del medio.

La rubia cierra los ojos y vuelve a soltar un gemido. Unas cosquillas deliciosas invaden sus genitales y eso la hace entrelazar los dedos de sus mano con el cabello de Samael para tener el control absoluto de su cabeza.

—Ahí, ahí no pareces te lo ruego. —Susurra ella casi sin aliento.

Samael continua unos segundos más. Susan grita una vez más y sus piernas comienzan a temblar como si estuviese teniendo un ataque de epilepsia. Pero no. Es un orgasmo, tan grande y tan perfecto como el mismo paraíso.

Samael no para. Él sigue ahí. Degustando los labios de vaginales de ella. Disfruta del sabor de sus fluidos y de sentir como sus muslos intentan juntarse entre temblores.

Solo cuando Susan se ha corrido por cuarta vez consecutiva Samael se detiene. No quiere dejarla exhausta y mucho menos ahora que es su turno de disfrutarla a plenitud.

Toma su miembro que no dejó de estar duro ni por un segundo y lo lleva al encuentro con la vulva de la chica. Lo frota por toda la zona hasta que esté muy húmeda.

—¡Métela ya, por favor ! ¡Quiero sentirte!

Pero Samael no le hace caso a su súplica. La toma por el pelo con la mano que tiene libre y la acerca a su rostro.

—¡Cállate!

Le dice eso con total rudeza y Susan se siente cada vez más excitada.

Samael la besa nuevamente y esta vez incluye mordidas en los labios y una lucha sexy entre sus lenguas. Mientras la besa como si la vida se le fuera en ello, la va penetrando hasta que su miembro desaparece de la vista de ambos en las entrañas de Susan. Ella intenta volver a gritar para desahogar las sensaciones, pero él la silencia.

—Shhh.

Escucha ella antes de que las embestidas la empiecen a hacer querer llegar al quinto orgasmo.

Ella lo abraza con las piernas y los brazos para sentirlo muy cerca. Hunde su boca en el hombro de Samael y sus uñas en la piel de su espalda.

Nunca la habían cogido así de bien y lo sabe bien porque tiene varias experiencias para comparar.

Samael le ordena que se baje de la encimera. Ella lo hace sumisamente y cuando la tiene de pie en frente de él la voltea con rudeza. Le mete los dedos de la mano izquierda entre las hebras de cabello rubio y le pega la cabeza a la encimera.

Las nalgas de Susan están completamente expuestas para él. Esta chica tiene unos glúteos preciosos, adornados con el tatuaje de un atrapasueños. Samael muerde su labio inferior antes de volver a meterle el pene hasta el fondo de su cueva femenina.

Con la mano que le queda libre le aprieta y le golpea tanto las nalgas que se las deja muy rojas, sin embargo ella no se queja. Está demasiado ocupada en soportar todo lo que está recibiendo y en sobrevivir a este tsunami de sensaciones.

Samael mueve su pelvis de atrás hacia adelante, en círculos, y de arriba hacia abajo. No quiere dejar ni un milímetro de vagina sin follar.

Entonces, él comienza a sentir que su pene se acalambra pero no para de moverse. Al contrario, acelera. Los gemidos de Susan lo están haciendo excitarse mucho más. Piensa en que sería delicioso descargarse dentro de ella y ver como sus jugos masculinos chorrean por sus piernas.

Esas intenciones lo ponen mucho más cachondo y lo dejan con ganas de soltar todo su semen cálido.

Samael le sigue dando a Susan la follada de su vida por unos minutos más antes de llegar a su punto de no retorno. Retira su mienbro de la vagina. Se descarga sobre la espalda y los glúteos de la chica.

Ella se queda en la misma posición gimiendo en un intento de recuperar el aliento. El pecho del chico se mueve rítmicamente. Inhala y exhala con fuerza para intentar recuperarse.
Con el dorso de una de sus manos seca el sudor de su frente. Y con la otra induce a Susan a estar de roddillas delante de él.

—Trágate los restos.—Le ordena implacablemente.

Ella, desde su posición lanza una mirada de lujuria y su lame el labio inferior.

—Será un placer.

Dice esto antes de meterse el miembro de Samael en la boca por primera vez. Siente en su legua el sabor del semen de él. Le sabe a gloria porque es es una mezcla extraña entre dulce y salado.

Mas Susan solo sabe mirar hacia arriba para disfrutar de como su amante la mira: con esos ojos de diablo y ese brillo de perversión en la mirada.

Samael manda a Susan a que se detenga y a que se ponga en pie nuevamente. Ella obedece. Él la carga en peso y le susurra al oído:

—¿Dónde está la habitación?

Susan sonrie traviesa y responde:

—Al fondo a la derecha. 

Él la lleva allá cargada. Cuando están en el cuarto de ella, la lanza a la cama. Samael se queda en pie junto a ella.

—Quiero que te toques completamente. Deseo que se me vuelva a poner como piedra mientras te veo.

Susan procede a darse gusto con sus manos. Aprieta sus senos, acaricia su piel desnuda y por último, toca su vagina. Se introdice dos dedos y comienza a moverlos rápidamente.

—Eso es señal de que te gusta duro y rápido, rubia.

Ella afirma con la cabeza sin dejar de darse placer. El pene de Samael a los pocos minutos vuelve a reaccionar.

—Ahora ven, y chúpalo—vuelve a ordenar.

La rubia abandona su posición y gatea sobre el colchón hasta quedar delante de él. Introduce el pene de Samael en su boca.
Comienza nuevamente a chupar y a succionarlo con total destreza. Se tiene que apoyar de sus manos para hacer presión en el tronco, porque si no se quedaría sin mandíbula.

Este pene es demasiado grueso, venoso y está muy duro para su delicada boca de barbie.

Samael la voltea para que quede a cuatro patas, pero de espaldas a él. La vuelve a penetrar en la postura del perrito.

Ella estira una de sus brazos para alcanzar una almohada. Samael le está dando, tan fuerte y tan delicioso que ella no puede evitar gritar como loca.
Al menos la almohada silenciarís un poco los gritos de placer.

Terminan y se quedan acostados, abrazados en la cama. Susan está acomodada en su pecho y él le está acariciando los cabellos.

—Eso estuvo demasiado genial. Pero no permitiste que me trepara encima tuyo. —comenta ella.

Samael deja ver sus dientes en una ligera sonrisa.

—Perdona. Soy muy bruto a veces.

—Me gustaría que hubiese una próxima vez.

—Sí, la verdad es que en la cama somos un gran equipo. Al menos por lo que puede ver y sentir hoy.

Samael observa la hora en un reloj de la mesa de noche. Casi las cinco de la tarde.

—Rubia, me tengo que ir.

—¿En serio? Es una lástima.

—¿Puedes decirme dónde está el baño?

Susan señala una puerta blanca—Ahí está el que le pertenece a esta habitación.

Samael se pone en pie de espaldas a Susan. Antes de dar el primer paso ella se le prende del cuello, con el pecho contra la espalda de él. Susan comienza a tocarlo y a acariciarlo hasta que siente algo extraño en la zona de la escápula derecha del castaño.

—No había notado que tienes una cicatriz ahí. Los tatuajes te lo tapan muy bien.

Cuando Samael la escucha mencionar la cicatriz aparta a la chica con un movimiento brusco del brazo y se mete al baño sin decirle nada más.

Él toma un baño bien helado para refrescar su piel y sale a los pocos, minutos enredado de cintura a rodillas por una toalla blanca. Susan ya no está en la habitación y él sale a buscarla en la sala. Entonces la encuentra.
Ella está recién duchada también, envuelta en un albornoz rosa y bebiendo una taza té de hierbas.

Samael nota que la ropa de él está acomodada en el sillón. Se acerca a las prendas y comienza a vestirse

—¿Ya no piensas hablarme.?—Le pregunta ella.

—Solo estoy apurado. Tengo que irme.

—¿Qué  fue eso del cuarto?

—No sé de que me hablas, rubia.

—Cuando te pregunté por la cicatriz te pusiste como loco.

—Ah, ¿eso? No es nada importante.

—¿Nada importante? ¿En serio?

—Si ya te dije. Y esta vez no insistas.

—Está bien. No pienso molestarte con el tema.

Samael se dirige a la puerta.

—¿Entonces piensas volver algún día?

Él se queda pensativo y al final le reponde con otra interrogante:

—¿Quieres que vuelva?

—Por mí perfecto, pero mantendré mis esperanzas al mínimo.

Susan le da un último sorbo a su té y observa como Samael  desaparece de su campo visual.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro