Capítulo 10 "Siendo ridícula"
—Son un par de princesas—Menciona Carlos, por décima vez quizás, refiriéndose a las chicas de la mesa cercana.
—Que sí, carajo—Responde Samael irritado ya, mientras sostiene el puente de su nariz con los dedos de su mano derecha. Está desparramado hacia atrás en la silla.—No jodas más. Ninguna de las dos te va a hacer caso.
—¿Quieres ver como sí lo hacen?
—Vamos, inténtalo, idiota. No sería la primera vez que pasas una enorme vergüenza.
—¡Ya vas a ver!
—Pues adelante.—Remata con indiferencia—Haz que lo vea.
Carlos arregla el cuello de su camisa. Mete un dedo entre la tela y su piel y lo desliza por los bordes. Tal pareciera que la prenda lo estuviese aficcioando. Las primeras gotas de sudor se forman en su frente, debido a los nervios.Su corazón comienza a latir como loco. Le da más angustia las posibles burlas del castaño, que el rechazo en sí.
—Aquí vamos.—Se dice antes de levantarse e ir hacia ellas.
Carlos, no es precisamente el amo de la seducción pero tiene conocimientos de técnicas fuertes. Está consciente de que lo primero a tener en cuenta es la seguridad en uno mismo. Sabe de sobra que las mujeres no encuentran atractivo a un hombre sin actitud y carácter.
Debía ir a los seguro, y sintiéndose seguro.
—Esto lo tengo que ver—Murmura Samael, antes de voltearse a ver la escena.
—Buenas noches señoritas.—Saluda Carlos cortésmente y recibe un par de miradas de confusión. Pero él prosigue como si nada—Me llamo Carlos y...
—Déjame adivinar:—lo interrumpe de inmediato la chica del vestido azul. Lo fulmina con una mirada de completa seriedad.—Te parecemos atractivas y quieres invitarnos a una copa.
A pesar de que la respuesta de la pelirrizada es acertada él lo niega magistralmente.
—No.
—¿Entonces que hace aquí?—Esta vez la sentencia la dicta Susan.
—Me refiero a que no he venido precisamente a eso.—Respone él. Se gana unas cejas derechas alzadas por parte de ellas. Se logró intrigarlas.
—Pues dinos qué quieres—Responde la chica de los ojos celestes y cabellos dorados. Su mirada viaja al cuerpo de Samael. Sus palabras se endulzan un poco.—O... ¿tiene algo que ver con su amigo?
—¿Cuál amigo?
—Ese,—le dice pero no lo señala—el atractivo, alto, castaño. El de la gabardina verde.
Ya lo ha reconocido. Es el mismo cliente que fue a desayunar hace unos días a la cafetería donde trabaja ella. El mismo que no sale de su cabeza. El hombre atrevido, hermoso y sensual que la dejó con las hormonas totalmente descontroladas. El que nunca la llamó.
Le estuvo dando tantas vueltas al tema de que le dio su número de teléfono que en el proceso memorizó la cara de él, por si algún día volvían a encontrarse. Aunque de todos modos dentro de ella bailara el sentimiento de culpa, pues le había dado el número de su celular a un hombre con novia. O al menos eso cree ella hasta este momento.
Carlos no pierde la oportunidad de echar a su camarada a la hoguera para salir ileso.
—Sí, mi amigo me mandó a que les hablara.—Hace una seña, con la mano hacia, él.
Por primera vez la chica de cabellos castaños se gira y visualiza a Samael.
—Y...—Interroga ella volviéndose a enderezar—¿por qué no viene él y en cambio te manda a ti?
—No lo sé. —Carlos se encoge de hombros y finge no entender el por qué su amigo asumiría una actitud así. Todo es una farsa; pero tiene que créersela él primero para tener el mínimo chance de hacérselo creer a las chicas—Vergüenza quizás.
La rubia aprieta los labios inconscientemente mientras observa al chico "tímido" que está sentado a cierta distancia. Sus miradas se vuelven a cruzar. Él le parece tan tierno.
—Pues dile a tu amigo que no estamos interesadas.—Dice la del pelo crespo de forma contundente.
—Tai, tampoco hay que ser así.—Expresa la rubia con voz serena y pausada—Dejemos que los chicos compartan con nosotras.
La del vestido azul abre sus ojos con asombro—Pero, Su...
—Yo te explico luego—le comenta por lo bajo y luego se dirige a Carlos.—Pues dile a tu amigo que venga y que se siente con nosotras, pero antes necesito cinco minutos para comentarle algo a mi amiga. ¿Puedo?
—Claro, como gusten.
Carlos se retira, pero le presta oído a cualquier cosa que puedan decir ellas a sus espaldas "Susan Bush, ¿te has vuelto loca?" alcanza a escuchar.
Samael ya tiene en su rostro la sonrisa burlona con la que piensa recibirlo.
Carlos ocupa su asiento, fingiendo estar muy abatido.
—Te lo dije.—Habla Samael mientras le rellena con whisky el vaso.—La seducción es una arte del cual tú no tienes ni...
—Logré que aceptaran compartir con nosotros su noche.
Samael fija en él una mirada neutra y con los labios en línea. Piensa que son exageraciones y mentiras—¿Qué?
—Cómo lo oyes.—Carlos estira el brazo y toma su vaso—Aunque sinceramente espero que la del vestido azul me dé más que compañía hoy—bebe un trago sintiéndose el hombre más poderoso de todo el mundo.—Y esa rubia tampoco me caería mal.
—No te creo.
—Te lo juro.
—¿Qué les dijiste?
—Lo normal.—Expresa y bebe un poco más—.Me acerqué, les dije que queríamos compartir la mesa con ellas y aceptaron de buena gana.
—Sigo sin creerle a tu lengua y a las palabras que te ayuda a formar.
—Ahora, solo falta que nos hagan la seña de que vayamos.
—Aaah, ¿porque te dijeron que fueras cuando te avisaran?—Samael contrae lo más posible una carcajada. El resultado es una risa casi muda pero que le hace cerrar los ojos—¿Cómo eres tan imbécil? Eso es como cuando te dicen "no quiero bailar ahora, ven más tarde". Se han deshecho de ti como de la mierda cuando la piezas en la acera.
En aquel preciso momento la rubia hace un amago a Carlos con la mano para que se acerquen. El pelinegro seductor le responde con la mano.
—Técnicamente amigo mío, esto es como cuando te dice "dame cinco minutos". Y de verdad son solo cinco minutos.—Carlos mira la hora en el reloj de Samael—O quizás menos.
Samael alza ambas cejas con duda—¿De qué estás hablando?
—La princesa ya nos está invitando a que vayamos a su carruaje.—Carlos aparta la silla de la mesa con su sumo cuidado. Ya de pie termina de beberse el whisky en su vaso de un solo trago. Toma en la mano la cerveza que no ha sido abierta y su puro—Es hora del baile, campeón.
Carlos es el primero en sentarse. La mesa es para cuatro comensales. Él ocupa el asiento que queda a la izquierda de la castaña y a la derecha de la rubia.
Samael se aproxima y saluda a las muchachas como todo un caballero—Buenas noches, señoritas—Se sienta justo en frente de Carlos.—¿Están bien?
—Sí—responden ellas casi al mismo tiempo.
Carlos de repente recuerda algo importante e informa mientras se va parando del lugar:
—Voy a informarle a alguno de los camareros de que dejamos nuestra mesa libre.
Se va por un tiempo breve. Deja a Samael en compañía de las chicas, que hasta ese momento solo se han dedicado miradas de complicidad y pequeñas sonrisas disimuladas.
Él de cabellos negros regresa de inmediato y ocupa su lugar.
—Bueno, ya que han aceptado compartir con nosotros sería muy bueno que nos presentemos. Yo me llamo Carlos y este es mi amigo, Samael.
La pelicastaña es la primera de las féminas en responder.—Mucho gusto, Soy soy Taila.
—Y yo Susan.
—¡Wow! ¡Qué nombres tan hermosos! Pero bueno, ¿qué más se puede esperar? Dos chicas lindas deben tener nombres lindos.
—Carlos,—lo requiere Samael—bájale dos rayitas a tu intensidad que las vas a hacer sentir incómodas.
—¡Ay, no te preocupes! Tu amigo es encantador.—Dice Susan mientras hace un resto con la mano para restarle importancia.—Y muy exorvertido.
—Sí, al menos más que tú,—Habla Taila ahora—o no lo hubieras mandado a hablar con nosotras en tu lugar.
Samael le brinda una mirada muy seria a la par que fulminante a Carlos. Este último se rasca la cabeza nervioso.
—Pues yo no sabía que había hecho eso.—Comenta sin dejar de mirarlo.
—Bueno, en fin chicas, que quisiera tomar. Nosotros las invitamos.—Expresa como forma de escape ante la situación.
—Ya mandamos a pedir lo que queríamos, gracias.—Le dice la del vestido azul con toda sinceridad.
Después de unos tragos la chica de pelo castaño, que recién acaba de saber que se llama Taila y que su apellido es Herrera está más animada. Le ha reído a Carlos cada chiste. Tengan gracia o no. Quizás porque su cóctel estaba demasiado cargado de alcohol. Susan deja escapar alguna risa de vez en cuando. Samael se mantiene algo serio, pero sí que alza las comisuras de los labios y muestra sus dientes ante alguna broma verdaderamente graciosa.
A los oídos de Tai llega un ritmo y unas cuantas frases que ponen todo su cuerpo en Modo Fiesta. Se escucha de fondo un movido tema de reguéton que a ella le fascina
—¡Oh, esa es mi canción!—comienza a talarear parte de la letra—Ella quiere discoteca toda la noche y no hay quien la pare...—Canta un pedazo de la canción y se comienza a menear en la silla. Se roba las miradas divertidas de Samael y Carlos—Susan, vamos a bailar.
—No,—la rubia le hace una seña discreta hacia el castaño que la amiga comprende muy bien—ahora estoy algo cansada.
—¿Y tú Samael?
—Yo...
—Este no baila nunca,—comenta Carlos poniéndose en pie sin dejar siquiera que Samael responda—pero yo sí y sería un honor acompañarte a la pista. Además—Se acerca al oído de la chica—Creo que estos dos necesitan de un pequeño momentos a solas. He notado tensión en el ambiente.
—¡Ey!¿Qué tantos cuchicheas?—Protesta Samael.
—Nada, hombre. Nada.—Responde su amigo.
Carlos toma a Tai por la mano derecha y se acercan al grupo de personas que bailan al ritmo frenético de la canción.
Baila toda la noche. Fuma toda la noche, Hazlo todo la noche...Todo Conmigo.
—Esos dos están muy locos.—Comenta Susan, más que nada para evitar los silencios incómodos.
—Sí, pero hay que admitir que son agradables. Sobretodo tu amiga. Bueno, al menos lo aguanta que es lo más importante.
Susan ríe y prueba un sorbo de su cóctel a base de vodka. Cosmopolitan se llama. Es el tercero que se bebe, pero el primero de este tipo.
—No es por intrometerme, pero deberías ir más suave con el alcohol. No puedes confiarte.
—¿Lo dice por esto?—Señala el trago.
—Sí.—a Samael le irrita señalar lo evidente.
—No te atormentes demasiado. Estaré bien. Además, no siempre tengo tiempo para salir. Así que, tengo que aprovechar.
—Supongo que tu trabajo en la cafetería te ocupa mucho tiempo.
—¿Recordaste que trabajo en una cafetería?
—Sí, te recuerdo perfectamente. Fuiste la que me atendiste hace unos días cuando fui a desayunar allá.
—Ah, pues parecía que me habías olvidado...—para de hablar un momento para exclamar "¡Camarero otro!"—...como no me llamaste ni nada.
—Es que yo...
—Tranquilo.—Suelta una pequeña risilla—No estoy reprochándote nada. Simplemente te lo digo. Además, sé que no podías hacer eso. Fui yo la que me excedí dándote mi número. Fue mi culpa. Debí seguir los consejos de Taila. Ella trabaja conmigo y fue la que me dijo que no lo hiciera y mucho menos si tenías novia. Pero no escuché.
—Con respecto a eso, Susan. No tengo novia. Fue una pequeña mentira.
Ella no parece enojada. Sonríe satisfecha y trata de disimularlo.—Pues, eres muy mentiroso.
—Tampoco lo soy tanto.
—¿Y por qué no me llamaste entonces?
—Perdí tu número. Pero de todos modos ¿Cuál era tú interés en mí?
—No finjas que es la primera vez que le llamas la atención al sexo opuesto o a tu mismo sexo.
—No. Y no te critico que te puedas sentir así. Pero no deberías darle tu celular a desconocidos. Nunca sabes quién pudiera ser un asesino o un traficante de órganos.
Susan suelta una carcajada—¡Qué gracioso eres! Y con una mentalidad tan catastrófica que da miedo.
—No bromeo.
Él camarero se acerca con la orden de otro Cosmopolitan. Susan agradece, toma la copa y bebe gran parte de su contenido.
—Además sería muy sensual. Pero no creo tener la suerte de encontrarme con un chico hermoso, y con un pasado o un presente tan oscuros.
Samael alza la ceja derecha desconcertado—¿Eso te parece sexy?
Ella afirma moviendo la cabeza y de inmediato le dice:
—Sexy y emocionante.
—No sabes lo que estás diciendo.—Musita él y se acomoda en su asiento.
—Pero eso no va a pasar. Mi vida es tan aburrida que da asco.
Al largo rato regresan Taila y Carlos. Están más que sudados de tanto bailar. Tai busca en su bolso y retoca su maquillaje. Carlos al parecer se ha lavado la cara en el baño, pero tiene extrañas manchas de carmín rojo en su camisa. Samael le dedica una mirada a cada uno. A juzgar por el tiempo que han estado lejos habrían podido hacer otras cosas, más que puramente bailar al ritmo de músicas movidas. Sin embargo no hace preguntas, ni los mira con piscardía. En fin, le importa muy poco lo que estuviesen o no haciendo.
—¿Y se divirtieron mucho?—le pregunta Susan a su amiga, con voz picarona. Ya el acento a ebria ha comenzado a aparecer.
—Sí—Tai le devuelve la mirada y luego fija la vista en la mesa. Queda estupefacta al ver tantas copas vacías—¿Quién coño ha tomado tanto?
Susan alza la mano derecha y ríe al mismo tiempo—Yo.
—Oye, sabes que tienes poca resistencia al alcohol. ¿Por qué hiciste esto?
—Yo le dije que parara, pero según ella estaba todo bien.—Admite Samael con un hilo de preocupación en su voz. Se pone en pie al lado de la silla de Susan.
La de los ojos celestes le dedica una mirada a Samael y luego una a su amiga.
—Yo no tengo poca resistencia al alcohol.—Comenta en su defensa—Simplemente no bebo a menudo y por eso es que yo... Yo... ¡Ay! Se me olvidó lo que iba a decir—Se carcajea.
—¡Se acabó! Vámonos antes de que te pongas peor. Voy a pedir la cuenta.
—No te preocupes por eso, linda.—le dice Carlos—Bajen ustedes y pidan un taxi. Samael y yo nos encargamos de eso.
—Está bien.—Menciona Tai. Ella está algo enojada con su amiga.—Además, a saber a cuento asciende el monto a pagar por tantos tragos.—echa la silla para atrás y se pone de pie.
—Ash, mira... que eres enojona Taila. —Se queja Susan e intenta pararse.—Te dije que estaba bi...
Oscila levemente de un lado a otro hasta que pierde el equilibrio por completo. Samael actúa rápido y la sostiene por la cintura para evitar que se golpeé contra el suelo. De este modo, quedan con sus rostros frente a frente. Ella sonríe de costado como una niña. Alza sus pálidos brazos hacia él y rodea su cuello. No aguanta más las ganas y une sus labios con los de Samael.
Susan cae presa de un escalofrío cuando siente el roce de la boca cálida del chico. Cierra los ojos después.
Se quedan así pegado, sin más movimientos por parte de ninguno de los dos.
Tai abre los ojos como platos ante la escena. Carlos se echa a reír cubriendo su boca con el dorso de la mano izquierda.
—Mejor será que las acompañemos a parar al taxi.—Dice el de la mancha de carmín para romper con la atmósfera de tensión.—¿Dónde vive tu amiga?
Samael aparta a Susan delicadamente.
—En la Calle 8, del barrio en Santa Lucía.—Responde Taila a la pregunta de Carlos.
—¿Escuchaste Samael? Eso no es lejos de tu casa.
—Claro que pude oírlo—Pasa el brazo derecho de la rubia por detrás de su cuello y la agarra por la cintura.—Carlos, mete tu mano en mi billetera y saca dinero para ayudarte con la cuenta.
Las dos chicas y el castaño se roban las miradas de todos, cuando van del salón hacia la puerta.
—Mira que te lo he dicho...—Va requiriendo Taisa a su amiga, por todo el camino. Ella presiona un botón en el ascensor y las puertas se abren—Los cócteles no son refrescos con gas.—Entran los tres—Te tomas uno, dos y tres. Piensas que no va a pasar nada. Al rato el alcohol llega a tu cerebro y hace estragos ahí.
El ascensor comienza a bajar.
—Que sííí pesada.—Dice la rubia con exasperación.—Ya en la casa hablaremos. Por ahora déjame tranquila.
—Y ni pienses que voy a dejarte sola. Hoy me quedo a dormir contigo.
—Mira que eres oportuna.—Susan gira los ojos.
Samael aún la sostiene y hace oídos sordos a la conversación. Está enfocado en que la chica preciosa y rubia vaya a caerse por no sostenerla bien.
—Espero que mi pijama favorito esté limpio—Dice la amiga de vestido azul, justo antes de que las puertas del ascensor abran en el primer piso.
—Voy a dejarla sentada en el sillón—Le informa Samael a Taila—Volveré por ustedes cuando pare a un taxi.
Así lo hace.
Tal es su suerte que justo iba pasando un vehículo amarillo con la palabra Taxi encima. El chico le hace señas y el señor aparca justo en frente de él.
Cuando Samael retorna ve que ya Carlos ha bajado.
—Dame mi billetera.—Extiende la mano delante de se amigo y este se la cede. La guarda en el bolsillo derecho del pantalón y vuelve a tomar a Susan.
Se montan en el vehículo. Samael va junto al chófer, Tai y Carlos están junto a las puertas y la rubia con un par de copas de más va en el centro. Taila da la dirección exacta y el chófer se pone en marcha.
Durante todo el camino nadie dice nada importante. Solo Susan se recuesta al hombro de su amiga y le susurra cerca de su oído "Lo siento". Algo a lo que la pelicastaña responde con una mirada tierna y acariciando la cabellera dorada de ella:
—No te preocupes, Susie. Eso le pasa a cualquiera. Pero contrólate la próxima vez.
Susan deja escapar una pequeña risilla—Lo haré.
La chica de los tatuajes y el vestido rosa vive en el tercer piso de un edifico moderno. Muy cerca de la lavandería donde coincidió con Samael sin saberlo.
Se bajan los cuatro de taxi y pagan por el viaje. Ellos suben con las chicas. Carlos para despedirse de su quería Taila y Samael para seguir ayudando a Susan.
Cuando llegan a la puerta del apartamento de 103 Taila toma las llaves del bolso de su amiga y abre.
—A partir de aquí yo me haré cargo—Dice ella después de dejar los bolsos sobr una silla—Samael gracias cargar a esta irresponsable.
—No hay de que.
—De verdad fue divertido y pasamos un buen rato.—Continua diciendo Taila.
Carlos y ella se despiden con un beso en el cachete.
Cuando Samael suelta a Susan esta le pide a los demás que los dejen a solas
Tai la mira dudosa, se encoge de hombros—Chao entonces—y entra a la casa.
—Te veo abajo, amigo.—Carlos le pasa por a lado y se acerca a su oído para susurrarle—Si vas a quedarte haciéndole compañía nocturna, me avisas. No me dejes esperándote en vano.—Acto seguido se aleja y baja las escaleras.
—Entonces ¿Qué quieres decirme?—pregunta Samael muy tranquilo.
—Yo...—Ella tiene la mirada fija en el suelo de baldosas grises.
—¿Tú?
—No debí besarte pero es que me atraes demasiado.—Levanta la cabeza y sus miradas se hacen coincidir—No sales de mi cabeza desde aquel día en la cafetería.
—¿Por eso fue que bebiste tanto? ¿Estabas nerviosa por mi presencia? ¿O querías una excusa para besarme?
Susan ríe.—En parte sí y en parte no.
—Chiquita, si quieres algo simplemente dilo. Somos adultos. No había necesidad de dejar el bar sin alcohol.
Susan se lanza al cuello de Samael y lo vuelve a besar.
—Quédate conmigo está noche.—Le pide en un susurro, sobre sus labios.
Samuel se sorprende ante la petición y la aparta dócilmente.
—Muy tentadora la oferta, pero hay un problema.
—¡Oh! ¿Lo dices por Tai? Somos como hermanas. Cuando meto chicos ella duerme en el cuarto de huéspedes y no...
—No es eso.
—Entonces es por tu amigo. Sí, lo entiendo. No lo quieres dejar tirado.
—Carlos es lo de menos. Él no se mete en mi vida sexual y no hace escenas de celos por mujeres. El tema es otro.
Susan lo mira demasiado desconcertada. Es el primer hombre que le pone tantos peros.
—¿Cuál?
—No me acuesto con mujeres ebrias. Y muchos menos si yo estoy sobrio. Una locura entre borrachos la tiene cualquiera pero ¿así? Así no.
—¡¿Qué?!
—No lo tomes personal. Estás deliciosa. Cualquier hombre enloquecería por ti, pero borracha no estás en tus plenas capacidades ni con tus cincos sentidos al ciento por ciento. Susan, si te follo, quiero que lo disfrutes, que lo goces, y sobre todo que recuerdes todo a la mañana siguiente. Que no hayas tomado la decisión porque tienes unas copas de más encima.
—Quédate. Estoy ebria, pero te deseo y cuando amanezcas a mi lado lo recordaré todo y no me arrepentiré. Eso te lo aseguro.
—Yo ya hablé, no me hagas repetirlo, por favor.
—Vamos, pasa esta noche conmigo y hazme tuya. Lo estoy deseando desde que te vi por primera vez.
—Ya te dije que no, no te humille más.
—¡Ay! ¿Qué clase de hombre rechaza una oferta así?—Suelta ella finalmente.—Eres un imbécil.
—Y tú una maldita ridícula que va repartiendo su número de teléfono y usando el alcohol como excusa para besar a un hombre y luego llevarlo a su cama.—escupe él cada palabra como si fuese veneno.
Susan se queda mirándolo con rabia. Samael no le presta atención a su rostro.
—¡Taila!—Grita él.
La chica reaparece con un pijama blanco formado por amplios pantalones y una blusa de tirantes. Su cabellos está recogido en un moño alto y se ha retirado gran parte del maquillaje.
—¿Qué sucede?
—Ya tu amiga y yo terminamos de hablar. Éntrala al apartarmento y ayuda a que se ponga cómoda—La vuelve a mirar.—Necesita descansar.
Sin decir más le da la espalda y se retira, con esos aires de macho alfa dominante y dejando atrás una rubia enojada que sólo supo decirle a su amiga:
—¡Este tipo me fríe el puto cerebro!
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