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Capítulo 24: El buen dolor de la nostalgia

HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE UN SUEÑO

CAPÍTULO 24: EL BUEN DOLOR DE LA NOSTALGIA

Scorpius puso otra condición, aparte de informar a las Maine sobre el movimiento "recuperación de Asher" (YoungSoo decidió llamarlo así), y era que tanto él como James tendrían que acompañarnos.

Los demás estuvieron de acuerdo, sin dejarnos opinar a Mareritt y a mí.

Debía de confesar que, muy en mi interior, eso me tranquilizaba un poco. Estaba trabajando en no ser la persona más imprudente a la hora de hablar y temía decir algo fuera de lugar en medio de su plática, sin mencionar que no estaba seguro de si quedarme en su reunión sería buena idea. No quería parecer entrometido.

Se lo admití esa tarde.

—No seas ridículo. Si todo marcha bien, serás como un cuñado para él —minimizó Mar entre risas—. Para mí, él es como Demian contigo. Es mi hermano de otra madre, así que es muy importante que estés ahí. Quiero que estés conmigo.

Estábamos en la sala principal, durante la llamada informativa a su familia. Los muchachos habían salido a hacer la despensa de los siguientes días al no tener nada planeado para esa tarde y los únicos que nos encontrábamos presentes eran los líderes y los sucesores.

—¿Y cómo planeas mandarle el mensaje? ¿Por sus perfiles oficiales? —Preguntó James.

No lo había pensado antes. Se habían cambiado de número telefónico todos, nos comunicábamos con redes sociales exclusivas del mundo demoniaco y, entre nuestros últimos días en Colombres y sus primeros en Abaddón, habían avisado a sus seguidores que estarían lejos de los medios por un tiempo.

—Tenemos secundarios. Son privados —Aira explicó, encogiéndose de hombros. Llevaba un vestido suelto y un suetercito, al ya ser otoño en el reino—. No teníamos a mucha gente ahí... Ahora que lo pienso, no éramos muy sociables. ¿Habrán pensado que somos una clase de secta?

Shirley rio por las ocurrencias de su hija.

Tenía razón, hasta cierto punto.

Por muy agradables que fueran con todas las personas, no eran los seres más sociables o, al menos, no de los que se quedaban para siempre. No hacían más que establecer las conexiones necesarias para sobrevivir.

Eran nómadas reservados que iban de corazón en corazón y alegraban los días oscuros.

—Deben de parecerse mucho a los Ainsworth —pensé en voz alta, siguiendo un hilo mental que nadie más parecía haber notado—. Para los Lynx —proseguí al notar los ojos de todos en mí—, ustedes deben de parecerse a ellos.

Pensé en que, a lo mejor, eso hizo que las estrellas unieran a Crystal, una Lawson con corazón de Ainsworth, con Aira cuando lloraba en medio de ese centro comercial donde se conocieron.

Me pareció algo romántico.

—¿Qué dices? —Rio ella, sus ojos azules se achicaron. Supe que Crystal la amaría—. Por mucho que oiga tus canciones, tu cabeza sigue siendo un mundo extraño para mí.

Scorpius sí me entendió y, con una sonrisita silenciosa, confirmé que tía Emma también.

—¿Qué hora es allá? Debe de ser temprano todavía, ¿no? —Shirley preguntó. Estaba cubierta de pintura por pintar con Hyun e Iris—. Mándale el mensaje de una vez. Entre más rápido lo hagas, más le mostrarás interés y habrá más esperanzas.

Eso hizo. Ya tenía escrito el texto que le mandaría.

—Hace mucho no me siento tan ansioso por recibir una respuesta —confesó al haberlo mandado.

Su madre soltó un bufido, un intento fallido de ocultar sus ganas de reírse.

—Qué mentiroso eres —lo regañó. Tenía un poco de tierra en su pantalón por ayudar a Ethan con el jardín durante su ausencia en las rondas—. Recuerdo el día de la convención esa en donde se conocieron. Llegaste acelerado, sudando en pleno invierno y diciendo que acababas de conocer al hombre más guapo...

—¡No hay necesidad de recordar eso ahora, mamá!

Yo no sabía si estaba rojo de la vergüenza o por el exceso de emoción que estaba tratando de retener en ese instante. Era la primera vez que alguien de ellas me hablaba sobre eso; a mí los Sallow ya me habían dejado en vergüenza hacía tiempo.

—Oh, sí. Tu papá actuó muy protector y yo le di un coscorrón para que no reventara tu burbuja —guardó silencio unos segundos y recargó su espalda en el respaldo del sofá—. Fueron buenos días, con todo y lo gris que nos sentíamos sin Aira.

Ella no se ofendió. Sabía a lo que se refería su tía, a la presencia que echaba de menos y que no veía más allá de sus sueños desde que se mudaron al castillo, regalos de nuestra tierra por su valentía.

Por un momento, nadie dijo nada, ni siquiera su hijo.

La dejamos disfrutar de los recuerdos y del buen dolor de la nostalgia.

—Y, cuando obtuviste su número —prosiguió—, atravesaste corriendo toda la casa en búsqueda de algo lindo que ponerte. Me dejaste todas mis joyas regadas en la cama por buscar unos aretes y le dijiste a Aldo que su ropa era muy anticuada y que debías acompañarlo a comprar nueva. Shirley fue la única en librarse de tu tornado.

—Huracán —corrigió y ambas rieron—. Así lo describió él.

—Casi lloras de impotencia por no saber qué ponerte —lo vi capaz. Se alteraba fácil por cosas que yo consideraba pequeñas—. Decías que no sabías por qué estabas tan entusiasmado, que no comprendías cómo un desconocido hacía vibrar tu pecho de esa manera y no dejabas de sonrojarte cada que nos contabas, una y otra vez, lo divertido que fue cuando se presentaron. Ni siquiera recordabas el nombre de Scorpius y James por tener los ojos en él.

Conocer el otro lado de Mareritt era chistoso, ese que no topaba para nada al que me saludaba como "muchacho bonito" y pedía disculpas con total normalidad por haberme jalado al medio de la pista para bailar.

—Y maldecía.

—Ah, claro que maldecía —tía Emma le dio la razón a su amiga—. Casi nunca lo hace. No le gusta. ¡Y estaba haciéndolo! Algo sobre la casa, la maldita casa, y que no podía ser posible que el maravilloso desconocido, que se presentó como Chase Spinster, viviera ahí.

Accedieron a que siguiera viéndome porque se propusieron sacar información.

Debían de sacar provecho del joven que parecía más accesible y que no podía negarse a ninguna de sus peticiones.

—Y no pudimos negarnos —dijo en cambio—. No pudimos decirte que no fueras, que dejaras de verlo. Más allá de Aira, más allá de nuestras dudas, había algo que no habíamos visto en ti desde hacía mucho tiempo. Un brillo que habías perdido y que ni siquiera yo sabía cómo regresártelo.

—Fue difícil. A mí no me gustaba que estuvieras con él —confesó su tía—. Pensaba que era el enemigo... Y lo era, de cierta forma.

—Intentaste hacerte el fuerte muchas veces —Emma continuó. Sus ojos nunca abandonaron los de Mar—. No sabía cómo detenerlo, cómo poner un alto a la guerra de emociones que estabas viviendo. Me dolía saber lo dividido que estabas, ver cómo no te permitías disfrutar por completo esa etapa y cómo admitías sin titubear lo acostumbrado que estabas a las mentiras.

Tomó aire. Una respiración temblorosa que olía a llanto y arrepentimiento incluso estando a la distancia.

No me había dado el tiempo de procesar la vergüenza que cubría los lazos de mis líderes.

Aira sostuvo la mano de la mujer y le dio un apretoncito.

—Todos estaban pasando por días malos y pesadísimos —resaltó—. Los Sallow, los Ainsworth, ustedes, yo... Hicimos lo que creímos necesario para bien o para mal. Y ahora estamos aprendiendo de eso.

Tenía razón. Todos hicimos lo que estuvo al alcance de nuestras manos para intentar proteger a los nuestros.

Mareritt parecía tener intenciones de agregar algo hasta que la vibración de su celular lo interrumpió.

Echó un rápido y último vistazo a su madre.

—¿Es él? —Quiso saber.

—Sí.

—¿Y bien?

—Aceptó.

Asher accedió a vernos con la condición de ser en un lugar público, cosa a la que no pensamos negarnos ni un segundo. Preferíamos que fuera así y evitar enfrentamientos sorpresa, no queríamos que la gente de Santa Cruz corriera peligro.

Mar y él acordaron la reunión el 31 de octubre, al atardecer, en La Fuente.

—¿Confías en que no traerá a Lucas o a alguien más? —Pregunté.

—Lo prometió, así que sí.

Habíamos pedido frappés, él de oreo y yo de taro.

—¿Y sabe que estoy aquí?

Scorpius y James estaban, pero ellos se quedaron en el auto a la vuelta de la cuadra.

—Le dije que mi novio vendría, sí.

No creí que fuera momento para sentirme tan satisfecho con eso; sin embargo, lo hice y me gané una risa suya.

—Eres un tonto.

—¿Quién es un tonto?

Un escalofrío recorrió mi espalda.

Asher O'Hara estaba de pie frente a nuestra mesa.

Lucía cansado y nervioso, como si no supiera cómo actuar. Tenía ojeras, sus manos estaban escondidas detrás de él y apretaba los labios, como si intentara que no fuera obvio el temblor de ellos.

No lo habíamos oído llegar, lo cual me pareció increíble.

No supe cómo pudimos ignorar el latido apresurado de su corazón.

Sus grandes y oscuros ojos estaban tristes y parecía haber llorado hacía unas horas.

Tenía la mirada de un perro que solo conocía el maltrato, que le daba miedo acercarse a un desconocido y recibir un golpe cuando menos lo esperara. No sabía si intentaría mordernos o si se encogería en su lugar.

Algo en él en verdad era animal y feral.

Usaba ropa deportiva y llevaba un corte de cabello que me remontaba a los noventa, a un Leonardo DiCaprio joven con un tono castaño.

No tuvo tiempo de sentarse frente a nosotros, no cuando Mareritt acabó poniéndose de pie y saltando a sus brazos, como si no fuera parte del enemigo y como si no lo hubiera apuñalado por la espalda juntándose con Lucas.

No.

Ese coraje no me correspondía. No se trataba de mí. No podía presumir cómo se sentía uno si no conocía al otro. Era injusto.

Me repetí eso mientras los veía abrazarse, Asher todavía con un poco de incertidumbre y Mar parloteando sobre lo mucho que lo extrañó, de lo mucho que quería haberse acercado antes y de lo enojado que estaba por no haberle mandado un mensaje antes, de no haberle explicado las cosas y no haberle dejado en claro lo especial que era.

La leve fragancia de eucalipto y tomillo impregnada en su ropa desapareció bajo la de frambuesas y zarzamoras.

Estuvieron así por un rato.

—El hubiera no existe, Dragón.

Eso me habría dado mala espina, si no fuera porque continuó:

—Cometimos errores, tal vez yo más. Hay que aceptarlos, aprender de ellos y seguir.

Tomaron asiento.

Tenían una sonrisa triste en su rostro.

Sujeté una mano de Mareritt bajo la mesa.

Aquí estoy.

Aquí estás.

—Él es Chase Spinster, mi novio —me presentó. Hizo un pequeño ademán como saludo—. El hombre del que te conté que soñaba con él después del golpe que me di cuando me accidenté en la pista.

—¿Llegó a enterarse de eso?

—Fue nuestra última plática por chat, si no me equivoco —asintió y agregó—: Él es Asher O'Hara, mi mejor amigo. Ya sabes quién es.

—Puedes llamarme As.

Supe que así lo apodaban en las competencias porque lo leí la noche anterior.

—No sé si sea la mejor situación para un reencuentro —confesé, sin querer sonar grosero—. Sin ofender, es... Todo esto es un riesgo.

As sonrió, un gesto apenas visible y que parecía triste.

Todo en él parecía azul y gris.

Era una corriente de agua ligera que me arrullaba, como si ya hubiera tenido tiempo suficiente para aceptar su dolor. No me ahogaba; flotaba.

—Les contaron a sus líderes que vendrían, ¿no? —Se acomodó mejor en su asiento y cruzó las piernas—. A todo su clan, de seguro. ¿También al Gran Consejo?

—Sí.

No iba a mentir.

Mar me estaba dejando hablar porque sabía que debía de ser yo mismo quien disipara mis dudas. Que no importaba cuánto dijera que el joven frente a nosotros era de fiar y yo intentara creerle, necesitaba oírlo.

—Lo supuse —y entonces—: Yo no le dije a nadie. Ni a Clyde, ni al resto.

No lo llamó "líder", tampoco a los otros "compañeros".

Su corazón no cambió su ritmo. Tampoco olía a mentira y ni siquiera intentó apartar la mirada.

Estaba siendo sincero.

—No los ves como equipo —dije—. Como un clan.

Meneó de lado a lado la cabeza.

—No confío en ellos. No me agradan —admitió—. De igual forma, no lo hago en ustedes. No sé quiénes son ni qué quieren, no más allá de lo que me han contado terceros. Accedí a venir por Dragón, para ver cómo estaba.

—No están aquí, ¿verdad? Clyde, Lily, Amelia y Emilia.

Una vez más, dudó.

—Están y no están —otra vez, no fue mentira—. Vienen y se van. Los que estamos aquí somos Lucas y yo. ¿Lo supiste porque no tengo su esencia combinada con la mía?

Asentí.

Era algo natural. Se revolvían por todo el tiempo juntos.

Mareritt acarició el dorso de mi mano con su pulgar, apoyándola sobre su muslo.

—Estoy bien —contestó—. He mejorado mucho desde la última vez que supe de ti. Fui a terapia y, para hacer la historia corta, luego los conocí a ellos. Ahora somos familia.

Supe la razón por la cual se quedó en silencio, viéndolo.

Sabía lo de Aldo.

No lo comentó y volvió a sonreír.

Me señaló con la cabeza.

—¿Es el correcto?

Mar carcajeó al sentirme un poco ofendido.

—En esta vida, en las anteriores y en las que siguen.

—Son destinados —dedujo con eso—. Todos en su clan... Lo son, ¿no?

—Algo extraño, si me dejas admitir. No hay privacidad. Oímos todo. Aira se vuelve loca si está cerca.

As y yo nos permitimos reír al mismo tiempo, sin darnos cuenta.

Él se recompuso antes.

—Lucas y yo... —Inició y tardó un poco en continuar. Buscaba las palabras correctas—. Él y yo tuvimos algo momentáneo los primeros meses en los que te fuiste, besos y toqueteos. Era muy brusco, no me gustaba y lo dejé. Me dijo mentiras sobre ti y yo las creí. Pensé tanto en mí que no me di cuenta de cuán herido estabas tú, o no quise pensar en eso.

—Es brusco y no sabe lo que es un "no".

—¡Exacto! Y lo que hacía ni siquiera lo sabía hacer bien.

Hice una mueca al imaginarlo.

En verdad, no quise hacerlo.

Ambos rieron por mi expresión.

—¿Qué fue lo que dijo sobre mí? —Preguntó—. Necesito saber por cuántas y cuáles razones tengo que clavarle un carámbano diferente en el trasero.

Parecía fácil hacer bromas al respecto.

Lucía como una tregua.

Esperaba que no fuese una simple tregua.

—Nada del otro mundo. Que estabas exagerando, que no había pruebas suficientes y las que mostraste fueron negadas en el juicio —frunció la nariz. Era grande—. No supe cómo acercarme a ti. Sé que no debía de hacer que el problema girara alrededor de mí y, aun así, lo hice. Estaba dolido y confundido. No sabía qué creer, no cuando siempre te guardabas tus problemas. Llegué a dudar de nuestra amistad, de nuestra unión.

De su lazo. La conexión invisible que los rodeaba y que las estrellas se negaban a romper porque era ahí en donde debían de estar.

—Y sé que debí de confiar en ti y no lo hice. Era como una nube negra en mi cabeza, mi orgullo estaba herido porque pensé que no era suficiente para ti. Te contaba todo, cada pequeña cosa de mi día a día, y tú muy apenas me hablabas del tuyo. De tu vida. Eras como un desconocido.

Nosotros, que llevábamos menos tiempo a su lado, sabíamos más de su pasado que su propio mejor amigo. Quizá era algo que uno se ganaba.

—Creí que podía con eso, que así eras tú y yo estaría bien porque sabía que lo estabas. Y tú... —su voz tembló. Carraspeó—. Y no lo estabas. No estabas bien y no estuve para ti. Decidí cegarme, creer en tus palabras por mucho que viera lo contrario, en vez de hacer más por ti. Porque mereces más. Lo sabes, ¿verdad?

Mar sonrió. No lloraba.

Pronto lo haría. Lo sentía.

—Lo sé.

Yo era un espectador. No podía opinar, no en eso.

—Pero no quiero que creas que no estuviste para mí, Asher —él no le llamaba por su apodo—. Lo estuviste, siempre. Incluso sin saber lo que pasaba, estuviste a mi lado. Tu presencia me daba la paz que necesitaba en esos días y construiste una burbuja que me ayudó a escaparme de mi realidad más veces de lo que te imaginas.

—¿No estás enojado conmigo?

Sonaba incrédulo.

—Lo estuve —aceptó—. Lo estuve hasta que dejé de estarlo. Me di cuenta de mis errores, de que yo tampoco te ofrecí una amistad justa. Te di por sentado y nunca te dije lo especial que eres para mí.

Soltaron un par de lágrimas, las gotas reflejando los últimos rayos del sol. No fue un llanto intenso, fue uno silencioso que fue barrido con sonrisas tristes y temblorosas.

—No eres alguien de muchas palabras, por lo menos no en esto. Eres más de actos —y luego se corrigió—: O lo eras. Lo sabía desde antes de hacernos amigos.

—He aprendido que, a veces, algunas personas necesitan que les recuerden ciertas cosas —recordó y nos sonreímos entre nosotros—. Tú eres alguien más verbal que yo. Tuve que haber intentado demostrarte lo que siento por ti a través de tu lenguaje, como tú intentabas comprenderme y apoyarme.

Se pusieron de pie para abrazarse, un abrazo prologando y caluroso.

Comprendí que no era lo que me pareciera justo o no a mí.

Era justo para ellos y eso era suficiente.

Si Mareritt era feliz, entonces yo lo era.

Y lo sentía. Sentía cómo un lazo, fino y todavía invisible, comenzaba a enmendarse entre ellos y me alcanzaba con una pizca que me hizo estornudar.

Una vez la situación se calmó, pregunté:

—¿Cómo acabaste con ellos?

No dije nada cuando se sentaron juntos.

Mar sujetaba mi mano sobre la mesa y sentía sus pies juguetear con los míos.

—Clyde y las hermanas fueron primero por Lucas —se había pedido un helado de café—. Fue hace meses, semanas después de la muerte de Cepheus. Le prometieron venganza por aquellos que le quitaron todo lo que logró construir en honor a los antepasados Miracle. Le ofrecieron fuerza para seguir de pie, de regenerarse sin importar los golpes que reciba y un veneno que lo mantuviera firme.

—El lagarto escorpión —deduje.

—Lagarto de cuentas, lagarto de chaquira... —Tenía muchos nombres—. Él lo aceptó sin pensarlo mucho, o eso me dijo Emilia.

—Ese desgraciado y ridículo —Mareritt casi se ahoga del coraje. Mis dedos acariciaron los suyos—. ¿Lo que logró construir? ¿Un mundo a base de mentiras, abuso y acoso? Está enfermo si piensa que él hizo lo correcto. Él fue quien nos quitó parte de nuestra juventud. Ahora son años que están manchados por sus recuerdos.

—Créeme. Es una tortura verlo todos los días —confesó—. Tengo que fingir estar bien, que estoy cómodo con él. Me siento... Demacrado. Como si hubieran chupado y succionado mis fuerzas.

—¿Fueron por ti después?

Negó.

—Por Molly y Lily.

—Molly murió —destaqué.

—Sí. El plan era que fueran ellas dos porque Clyde confiaba en ambas.

Preguntamos qué ocurrió en ese caso, por qué acabó así.

—No soportó el proceso de transformación. Estaba bajo estrés —explicó. Su helado se estaba derritiendo—. Clyde le mostró un lado de él que nunca había visto, a la bestia que se escondía y usaba a la gente a su favor. Estaba impactada y él la obligó. Ellas no querían y las forzó a beberse las infusiones.

Se quedó atascada y su corazón no toleró el golpe emocional que recibió de su hijo.

—Olí sangre, llanto y desesperación cuando entré por primera vez a esa casa —recordó. Tenía la mirada fija en su postre—. Era como si las paredes hablaran, como si retumbaran con el eco de sus gritos en medio de la agonía que estaba pasando. Y, al mismo nivel, estaba esta aura... Ese corazón aplastado y magullado.

—Fuiste el último.

—Dijo que sería más fácil lidiar con las emociones, que un animal no puede distinguir con tanta facilidad el dolor por el que estaba pasando —lamió sus labios. Sus ojos eran violetas—. Y Lucas, siempre Lucas, estaba con él. Me dijo que estabas con el enemigo, que debía de salvarte. Que corrías riesgo con ellos, Mar.

—Yo no...

—Lucas no sabe que él siempre ha sido el enemigo —interrumpió—. No quiere ver que ha sido él quien lanzó la piedra primero, quien hizo las cosas mal y quien se unió al monstruo. Lo venera, ¿sabes a lo que me refiero? Como si fuera un Dios, como si todo lo que dijera Clyde fuera la verdad absoluta.

—Él está bien con nosotros —aseguré. Y después—: Estás bien con nosotros, ¿verdad?

No debía de hablar si no era por mí.

Mareritt rio, cantarín y enternecido.

—Lo estoy. Más contigo.

Agregó eso último porque sabía que me gustaba oírlo.

—Sé que está bien con ustedes. Acepté porque estaba dolido, cualquier cura o tratamiento para soportar esta culpa que me estuvo invadiendo era suficiente —su corazón nunca cambió su ritmo—. Y sabía que, si accedía, podría verte.

...

Asher nos contó otros datos más, los cuales dijo que sabía que les contaríamos a nuestros líderes y que estaba bien. Ya había pensado en todas las posibilidades antes de aceptar la reunión.

—Entonces, ¿por qué no te unes a nosotros? —Preguntó Mar, sujetándole las manos—. Puedes hacer lo correcto. Venir conmigo. Abaddón...

—No confío en ellos —repitió—. Confío en ti, no en ellos.

Estábamos por irnos. Scorpius y James estaban de pie en la esquina de la cuadra, esperándonos, y veían la escena con un poco de pena.

—Eso debe ser suficiente.

—¿Tú te unirías a las quimeras solamente por mí?

Su silencio le hizo asentir.

—No puedes estar con ellos —insistió una vez más—. No le importa acabar con la vida de animales inocentes, de seres que no deberían de ser siquiera tocados con esas intenciones, ¡quién sabe qué más es capaz de hacer para cumplir con los propósitos de Cepheus!

Apretó los labios.

Ahí, en ese momento, sus latidos se aceleraron.

Nos ocultaba algo, aunque no sabía qué.

—¿No te das cuenta? Te estamos dando una oportunidad.

Sostuve su hombro.

Era demasiado. Hasta yo podía sentirlo.

—Déjalo pensar —dije—. Tanto tú como él necesitan procesar todo lo que acaba de pasar. No es algo fácil de digerir, ni una decisión que se pueda tomar a la ligera.

Mar me vio con un puchero; no obstante, me hizo caso y me pidió darme la vuelta para que pudiera sacar de mi mochila lo que había traído.

—Aira fue a tu antiguo departamento —confesó—. Tomó esto.

Era el marco con la foto de ellos tres y el collar que había estado usando esos últimos días.

—Fue un impulso. No sabe por qué lo hizo. Dijo que lo correcto era que me lo quedara yo, solo que ahora no me parece justo. Es tuyo.

Asher sonrió, tomándolos entre sus temblorosas manos.

—Gracias.

Se dieron un último abrazo y eso fue todo.

Tenían mucho en qué pensar.

...

Esa noche, a nada de caer rendidos, Mareritt y yo oímos el aullido de un lobo solitario a lo lejos. Una canción triste y helada dedicada a sus únicas compañeras, la luna y las estrellas. 

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