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Capítulo 23: Bailaba y vibraba

HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE UN SUEÑO

CAPÍTULO 23: BAILABA Y VIBRABA

Dean condujo de regreso a casa, muy metido en la plática con su pareja como para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo en los asientos traseros del vehículo. Estaban emocionados por haber conseguido la meta que se propusieron y por casi igualar la recaudación que nosotros hicimos con los postres.

Mareritt tenía la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla con los ojos cerrados. Sus respiraciones eran pausadas y pesadas, casi como si le costara tomar aire y estuviera a punto de sollozar.

Entrelacé nuestras manos y sujeté la suya con fuerza, mi pulgar acariciando su índice y nuestro hilo envolviéndolas como de costumbre.

Aquí estoy.

Aquí estás.

No me iré.

Lo sé. Lo sé.

Le había prometido que lo protegería.

No podía ponerlo en riesgo de tener una sobredosis de emociones esa noche, no estando rodeados de tantos humanos que no entenderían la razón por cual podría estar nevando en pleno otoño. Mucho menos sabiendo que ahí, a un lado del hombre al que presumía como uno sus lugares seguros, estaba la persona que lo dañó hasta romperlo.

Cuando llegamos a casa, no dudó en atravesar la sala hasta llegar a la puerta corrediza del jardín y encaminarse a nuestra habitación. No se detuvo ni siquiera cuando nuestro líder lo llamó para pedirle ayuda para cargar unas cosas.

—Quería ir al baño.

Fue la mejor excusa que se me ocurrió y, de todas formas, no logré evitar que Scorpius me viera con una ceja alzada y una expresión de incredulidad.

No me gustaba mentirle, no a él. Algo en mi cabeza siempre martillaba constante y profundo cada que lo hacía. Culpa, quizá.

Me detuvo en medio de la cochera, sosteniéndome del brazo.

—Algo está pasando —dedujo, viéndome a los ojos. Los demás estaban entrando y saliendo para acomodar las cosas—. Sabes que no soy tonto. Los conozco. Puedo verlo, Chase.

Sentía que no era una noticia que me correspondiera decir a mí, al menos no solo.

—Hay mucho verde, verde oliva. ¿Y sabes qué pasó la última vez que vi ese tono de verde en alguien del clan? ¿Lo recuerdas?

Falta de honestidad.

Fue el día en que Scorps llegó frustrado y enojado de su viaje por Montemayor, el mismo en que Dean confesó haberle rebelado información importante a Cepheus por la amenaza de mandar a sus padres al Bosque del Perdón.

Fruncí mi ceño, ofendido.

—¿Estás dudando de nuestra lealtad?

—Estoy dudando de su veracidad. Pueden tener sus secretos, pueden no decirme todo lo que pasa en sus vidas —entrecerró los ojos. Pasaron de azul a rojo y a azul de nuevo—. Lo que no quiero es que estos secretos sean los causantes de nuestra caída o que sean signos de desconfianza, puntos débiles de los que Clyde y su gente se puedan aprovechar después.

Solté una bocanada de aire y me solté de su agarre.

Tenía un punto.

—Lo hablaremos cuando se haya calmado. Está alterado, dale tiempo.

Eso llamó su atención.

Se me quedó viendo en silencio unos segundos, intentando descifrar las vibraciones del lazo que nos unía y las pulsaciones de mi corazón.

Su semblante se relajó, sus manos cayeron a sus costados y sus mejillas volvieron a adquirir el color rosado que las caracterizaba.

—Es sobre él —asentí—. ¿Volvieron a discutir?

—No, Scorps. No hemos tenido diferencias ni nada por el estilo.

Bueno, la mañana anterior me regañó por dejar la toalla mojada tirada por descuido.

—¿Tiene algo que ver con...? —Guardó silencio y esperó a que todos entraran—. ¿Está relacionado con la misión de las quimeras? ¿Están bien?

—Esas tuvieron que ser las preguntas iniciales —sonrió con pena y me dejó continuar—. Estamos bien y sí, tiene que ver con eso. Descubrimos algo. ¿Puedo irme?

Volvió a sujetarme cuando intenté rodearlo para entrar.

—¿Me prometes que me lo dirán?

—Claro. Mañana, cuando esté mejor. Quédate con que hoy fue un buen día.

Dudó en soltarme; sin embargo, lo hizo.

Se paró sobre las puntas de sus pies y besó el lóbulo de mi oreja.

—Es una promesa.

Me dejó ir después de eso.

...

Para cuando llegué, Mareritt tenía encendido el pequeño difusor que echamos previendo que habría situaciones en las que lo necesitaría para calmarse. Estaba acostado en la cama, usaba su pijama favorito de verano y nuestros aromas se combinaban con el de los aceites esenciales de lavanda y melisa.

Ya sabía que no le gustaba que me echara con la ropa con la que salía a la calle, así que busqué mi pijama para entrar al baño a cambiarme.

A veces, me gustaba molestarlo y arrastrarlo conmigo, rodearlo con mis piernas y brazos y atraparlo contra mi pecho.

Esa noche me propuse que no sería una de esas ocasiones, no lo alteraría más.

Cuando terminé, él seguía en la misma posición en que lo encontré minutos atrás, acariciando el cubrecama y la mirada perdida en el techo que decoramos días atrás con calcamonías de estrellas que brillaban un poco en la oscuridad.

Cerré las cortinas antes de acercarme.

Me quedé de pie en un costado.

—¿Puedo acostarme?

No respondió.

Palmeó el lugar a su lado.

Nuestros dedos se rozaron al acomodarme.

—Le prometí a Scorpius que hablaríamos de lo ocurrido mañana —no podía ocultárselo. No sabía si logró oírnos hablar desde aquí—. Podemos hacerlo nada más los tres, sin James y el resto. Lo entenderán, estoy seguro.

Su índice buscó el mío y se entrelazaron. Ahí era donde se ponía el anillo que le regalaron mis padres y ahí seguía, no se lo había quitado para acostarse. Apreté un poco la piedra y sus formaciones se plasmaron en mi yema.

Sentía su calor corporal y el amargo olor del sudor recorriéndolo, por mucho que estuviera encendido el aire acondicionado y estuviera en lo más frío.

—¿Quieres hablar de lo que pasó?

Tardó poco más de cinco minutos en responder.

Para él, el techo seguía siendo lo más interesante para ver en toda la habitación, así que yo también me le quedé viendo. Quería ver lo mismo que él.

—Hubo algo más —comenzó. Su mano había terminado por cubrir la mía—, algo que no creo que hayas podido ver ni sentir.

—Ah, ¿sí?

—Fue fuerte, como una sacudida de pies a cabeza o una dosis de adrenalina después de haber ofrecido el mejor espectáculo. Era... Felicidad y estallidos, estruendos que retumbaron en mi interior y debes tener los pies bien puestos en la tierra, Mareritt. No lo viste ni lo sentiste, ¿verdad?

—¿El qué?

Quería haberle podido decir que sí.

—Yo tampoco lo vi —respondió, en cambio—. No es como nosotros. No es un vampiro, no es un demonio. No lo vi, pero lo sentí. Y, oh, Chase... Bailaba y vibraba. Ese instante el que me miró fue suficiente. Los recuerdos tararearon en mi mente y no quería ignorar el tirón que dio a mi corazón cuando comenzamos a alejarnos.

—¿De qué...?

—Nuestro lazo —explicó con antelación—. Mi lazo con él. Tiene que ser brillante y pesado, como me describiste que es el tuyo con Demian... Y no puedo ignorarlo. No quiero hacerlo.

—Está con el enemigo —señalé.

—No, no. No me estás entendiendo —se enderezó, apoyándose en sus codos, y se giró a verme. Sus ojos eran bermellón—. ¿Recuerdas cómo fue después de la mordida que te dio Scorpius? ¿Cómo comenzaste a ser consciente de él y YoungSoo? ¿O cómo tu unión con Demian, Lizzy y Matthew se fortaleció gracias a Midnight Pleasure? ¿Cómo era tener a alguien en tu cabeza y cómo esos hilos iban tejiéndose un camino a tu corazón?

Palidecí.

Las quimeras no estaban lejos de ser un vampiro, eso habían encontrado en los informes de Cepheus. Jamás pensé que sería algo que pudiera implicarnos a nosotros también.

Ellos tenían una historia que ni las estrellas ni los lazos del destino podían ignorar.

—Está con ellos porque está perdido. Está asustado.

—¿Piensas que se arrepiente de estar de su lado?

—No lo pienso. Lo está —detalló. Su seguridad me hizo no dudar—. No creo que sea consciente de esto, de lo que nos une, ni que sepa siquiera cómo se siente él mismo.

No iba a mentir.

No sabía lo que estaba pidiéndome, ni a dónde quería llegar.

—Quiero intentar hablar con Asher —soltó y volvió a acostarse—. Necesito saber la razón por la cual está con ellos, si está bien, si lo forzaron a unirse... No creo que esté con Lucas por gusto. Quiero pensar que no, no después de todo lo que pasó este año.

—Mar...

—A lo mejor necesite ver que puede seguir confiando en mí, que no estoy enojado. Es mi mejor amigo, no puedo dejarlo ahí, no cuando sé el posible final de las quimeras que no acepten sus errores.

No sabía cómo decirle que no.

Más bien, no sabía qué decir con ese tema.

—Incluso si los acepta, si pide disculpas y hace trabajo social, ¿quién asegura que no será rechazado por el resto de los demonios y vampiros? —Dolía. Tenía razón—. Por el mero propósito con el que fueron creadas, las quimeras serán vistas como amenazas, como abominaciones. Por mucho que el rey tenga sus normas, no puede estar presente en todas partes.

Los demonios aceptamos a los vampiros porque fueron pacíficos y trabajaban bajo los valores e ideales del señor Colom; las quimeras, como decía Mareritt, fueron modificadas para acabar con esa paz.

El simple concepto de su creación era asqueroso. No los recibirían de la misma forma.

—Si todavía no es demasiado tarde, si aún no confía en ellos y todavía existe una amistad recíproca, puedo hacer que cambie de opinión, ¿no? Hay una pequeña posibilidad. Todos somos merecedores de segundas oportunidades.

Volvió a concentrarse en el techo.

—¿Y si no quiere volver a tu lado?

Tenía que preguntarlo.

—Nunca será tarde para que lo haga. Quiero que al menos sepa que, cuando se canse de aparentar ser alguien que no es, siempre estaré para él —se calló unos segundos antes de proseguir—. Aun así, no lo esperaré con los brazos cruzados.

Sonreí un poco y me acerqué a dejar un beso en su mejilla.

Rio, una risita burbujeante que estalló para eliminar las inquietudes que no supe cuándo comenzaron a crecer en mi interior.

—Sabré que hice todo lo que estuvo en mis manos para intentar salvarlo. Mi lealtad está con ustedes, con Scorpius —no necesitaba que me viera directo al rostro para creerle. Sus latidos sinceros lo decían todo—. Estoy contigo. No pienso irme a ninguna parte.

Mi corazón se regocijó con eso y me encargué de repetir sus palabras hasta que hicieran eco en cada pulsación.

—¿Te estás pavoneando acostado?

No me di cuenta del momento en que hinché el pecho de orgullo hasta que me dio un pequeño picoteo en mis costillas.

Cayó mi quejido con un beso, corto y sonoro, que ocultaba sus nuevas ganas de reír.

—¿Estás conmigo en esto? —Susurró.

Su cara estaba a escasos centímetros. Aunque estuviéramos casi a oscuras, podía ver el azul hielo con pizquitas de gris en sus ojos, las pocas pecas en sus pómulos y sobre el puente de su nariz y los lunares que tanto ocultaba con maquillaje, mismas que a mí me encantaban.

Sonreímos como tontos cuando nuestras manos chocaron entre ellas por intentar estirarlas para acariciar las mejillas ajenas. Él las entrelazó y las apoyó a un costado de mi cabeza.

Todo se volvió Mareritt, Mareritt, Mareritt cuando subió a mi regazo.

Me gustaba sentir su peso sobre mí.

—Siempre —prometí.

¿Por qué?

Nuestro lazo preguntaba la razón.

No porque no la supiera, sino porque le gustaba oírla.

—Porque me domesticaste.

Carcajeó.

En verdad, carcajeó tan fuerte que mi mundo tembló por él.

—Me conformaba con un "porque te amo".

Creo que nunca me había sonrojado tanto como esa noche.

—Es lo mismo con otras palabras. Es lo nuestro —me defendí.

—¿Lo nuestro?

Se inclinó sobre mí, sonriendo de manera burlona al oír el bombeo apresurado y delatador de mi corazón. Sus ojos brillaban como estrellas azules, bermellón y de nuevo azules.

—Me gusta lo nuestro —agregó al pensárselo un poco.

Me besó. La explosión de una guerra de mora azul y arándano, frambuesas y zarzamoras, salvaje y valiente impregnándose en menta y jengibre, mora y limón, picante y explosivo.

A la mañana siguiente, Scorpius nos esperaba en la salita que unía nuestras habitaciones. No comentó nada de las risas provenientes de nuestro baño minutos antes de salir, ni de cómo se cayeron un par de productos cuando me sujeté al lavabo para no resbalarme con, en efecto, una toalla que dejé tirada.

—A ver si así aprendes.

Nuestros hombros chocaron al detenernos bajo la mirada serena del líder.

Nuestro lazo rojo se anudó y acortó para impedirnos separarnos más de lo necesario.

—Veo que están mejor —comentó con una sonrisa y nos señaló el sofá frente a él—. No planeo dejarlos salir de aquí hasta que sean sinceros conmigo, así que siéntense. No se preocupen por el resto, James los llevará a correr si ve que tardamos mucho.

Me recordó al desayuno que tuvimos Mar y yo con el señor Colom antes de poner en marcha nuestro plan, con la diferencia de esta vez tener en la mesita central una jarra de agua, vasos de cristal, fruta picada y pan tostado con guacamole, huevo revuelto con queso y un poco de pimienta.

Dudé en si tendría permiso de sentarme en el suelo para estar más cerca y no tirar nada.

—¿Él no debe de estar aquí? —Preguntó Mareritt, ayudándome a servirme.

—¿Quieres que esté aquí? Puedo traerlo. No se han ido.

Scorps detuvo sus intenciones de ponerse de pie cuando vio el gesto despreocupado que recibió y volvió a acomodarse, apoyando en sus piernas un platito con fresas, granola y yogur griego.

—Está bien. No lo molestes —minimizó—. Hablaré con ellos después, dependiendo de cómo vayas a reaccionar con lo que contaremos. Me siento más tranquilo nada más contigo por ahora.

Pude sentir su lazo dorado danzar de felicidad entre ellos, reventando burbujas de felicidad que solo ambos podían ver y disfrutar.

—¿Quieren que me vaya? —Pregunté a medio bocado, por si acaso.

Mi novio entornó los ojos, soportando la risa.

—También me siento tranquilo contigo. Quédate conmigo.

Eso hice.

Comenzó:

Mandarina y jazmín.

—Asher —recordó Scorps—. Así huele él; eucalipto y tomillo, Lucas.

—Sentimos eso anoche, en el parque —asintió y dejó su plato en la mesa—. Decidimos seguir el rastro para dar con la fuente de todo, para comprobar si nuestras sospechas eran ciertas o si fue mera coincidencia.

Nuestras conexiones se tensaron.

—Eso fue una decisión muy irresponsable. ¿Cómo pudieron ser tan inconscientes? —Nuestro líder casi se pone de pie por la preocupación—. Se supone que estamos haciendo todo esto para trabajar juntos, para ser uno mismo. No pueden hacer este tipo de cosas así de repente. Es peligroso. Pudo haberles pasado algo.

—No teníamos intenciones de acercarnos mucho a ellos y tampoco son tan estúpidos, como para hacer tremendo espectáculo entre tanta gente —tranquilicé para que pudiera pasarse bien sus fresas—. Además, nada más eran ellos dos. Lucas y Asher. No estaban los demás. No los sentimos, ni los olimos.

Pudo respirar con calma.

—Lo siento. Todo esto es muy... Demandante. No quiero que vuelvan a corren riesgos así sin que estemos todos presentes, por muy buenas que sean sus razones.

Mareritt y yo nos vimos de reojo y reímos al mismo tiempo, nerviosos.

Scorpius alzó los ojos al cielo y estuvo a nada de decir que no, que por supuesto que estaba en contra de cualquier plan que hayamos ideado y que pusiera en riesgo a cualquier integrante del clan, que éramos su responsabilidad, que éramos su familia, que no había forma de...

—Por favor.

Tenía una debilidad por él, por Mareritt.

Un encanto entre ellos que nadie más podía romper.

Accedió a escucharlo y a prestar atención a cada mínimo detalle, así que eso hicimos. Le contamos con pelos y señales toda nuestra travesía, desde el momento en que percibimos las esencias hasta cuando logré convencer a Mar para regresarnos, por mucho que doliera dejar a su amigo atrás una vez más.

Él escuchó y anotó un par de cosas en una libreta que encontró en otro mueble desde que escuchó la descripción del lazo dorado e invisible que unía a ese par, de cómo las estrellas no pudieron, no quisieron, cortarlo.

—Bien, ya entiendo —cerró el cuaderno y lo dejó a su lado—. Quieres encontrarte con Asher para hablar con él sobre el pasado, intentar dialogar, hacer que se dé cuenta de la pésima decisión que tomó (si es que siquiera le dejaron decidir), aclararle que no todo está perdido y que puede volver a tu lado. Palabras más, palabras menos.

—Bueno...

—Diciéndolo así, se oye como un pensamiento individualista —completó Mar. Ya habíamos acabado nuestro desayuno—. ¿En verdad se oye tan mal? Perdón, no quise...

Scorpius rio.

Destellos amarillos, cálidos y centellantes que aprendí a leer hace tiempo, nos rodearon.

Felicidad, optimismo y amistad.

—Está bien pensar en uno mismo de vez en cuando —calmó—. Es algo que estoy aprendiendo con todo esto. ¿Cómo te dice Chase...? No te limites a sentir, tampoco pidas disculpas por algo así. Es tu mejor amigo y quieres lo mejor para él. Yo también quiero eso y más para YoungSoo.

La puerta delantera fue abierta y cerrada.

Los muchachos se fueron.

—¿Confías en Asher?

—Sí.

—Entonces confío en él —asintió y se puso de pie—. Debe sentirse perdido y no hay persona más apta para ayudarlo que tú... Lo único que te pido es que, aparte de contárselo a los del clan, también lo hagas con tu familia. Ellas también deben de estar informadas.

Los ojos de Mareritt se iluminaron y casi tira su platito por saltar a abrazar a Scorps.

Fue una imagen linda.

Su relación me parecía una de las más cómplices y silenciosas de todos los Sallow. Era cuestión de tiempo para verlos pasar el rato juntos, por horas y horas.

—Ahora ayúdenme a lavar los platos y a preparar las cosas para cuando regresen todos —casi me quejo—. El que proteste hace la cena los siguientes tres días.

Apreté los labios y los oí reír mientras recogía los platos.

—Ánimo, Chefcito. Agradece que no los regañé por los ruidos de anoche.

—¡Eso es un chiste sexual!

—Es un comentario. 

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