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Capítulo 7: Mejor amigo

HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE UN RECUERDO

CAPÍTULO 7: MEJOR AMIGO

El señor Colom se encargó de recordarme su promesa un mes después, tiempo que creyeron más que suficiente para que el próximo clan Lynx pudiera acostumbrarse y ser considerado parte del territorio de Abaddón, para que mi transformación trascendiera más pronto a ojos anaranjados.

La mordida no me dolió tanto como el estómago, después de haber probado uno de los platillos más famosos entre los vampiros: la moronga. Por mucho que hayan intentado ocultar su sabor en tacos, no soporté comer más de tres bocados.

La familia Spinster, antes Sallow, fueron los encargados de organizar una gran fiesta en mi nombre y para festejar la llegada oficial de mis dos futuros integrantes.

Se realizó en lo que parecía ser la plaza principal de Anemoi y sirvió para que fuéramos presentados a todas las personas importantes. Hubo mucha comida, música en vivo por parte de Midnight Pleasure, presentaciones de baile que volaron la cabeza de mamá, un Alex un poco ebrio por accidente, y magia y polvo de estrellas revoloteando por todas partes.

—El alcohol aquí es más fuerte que en el mundo humano —me susurró Víctor y lo regañé por no haberme avisado.

Lo último que oí al alejarme de él fue su carcajada.

Adoraba la idea de volver a convivir todos los días con él y Ryuu, en especial oírla a ella regañándolo por hablar nada más de deportes, por su mal vocabulario o por su falta de tacto en algunos temas.

Esa misma noche, se llevó a cabo una transmisión en vivo en la que los reyes y el Gran Consejo se encargaron de dar aviso de la gran noticia a todos aquellos que no pudieron asistir.

De hecho, el público que no tuvo el placer de estar presente se encontró dividido, cosa por la cual no pude culparlos. No habían podido conocerme en persona y, tomando en cuenta los conflictos por los cuales pasó el territorio hacía pocos años, era normal que se mostraran un poco reacios.

A palabras de los demás, los ciudadanos estaban sorprendidos de la actual y vigente habilidad de su antiguo gobernante, pues parecían haber considerado muy lejana la simple idea de tener a un nuevo fundador entre sus filas. Pensaban que todo quedaría en las manos de Scorpius y James, en su propósito de hacer crecer la población vampírica bajo sus nuevos ideales.

—Temen que haya un choque de ideas —explicó el rey más joven, alimentando al pequeño Oliver—. Parece que olvidan que yo fui escogido por eso, por estar de acuerdo con las cosas impuestas por Karlav. Lo que él buscaba no está demasiado lejos de lo que nosotros buscamos, sin duda.

» Al comienzo, pasó algo parecido con los O'Hara. Ahora todo está bien.

Era un nuevo día, recién me había despedido del último periodista que vino a hacerme unas cuantas preguntas para satisfacer la curiosidad de la gente.

Los Sallow nos fueron a visitar a nuestro departamento, cerca de la casa de Iris y de su familia, para ver cómo seguíamos.

Después de pasar unas pocas noches en el castillo, fuimos a Beanon Finance, el banco central del reino, para cambiar nuestros pesos mexicanos y dólares por las monedas que manejaban: crémilos y plutos. Lo primero que hicimos fue buscar un lugar donde vivir hasta lograr asentarnos mejor, al no querer aprovecharnos de su bondad.

Respetaron nuestra decisión.

Nuestro nuevo hogar era más pequeño que el anterior y estaba en el segundo piso de un edificio antiguo. Tenía tres habitaciones, una cocina, dos baños, una sala agradable y un balcón diminuto que daba a la calle. Mamá no tardó en convertirlo en su jardín. Los muebles eran los básicos para subsistir y debíamos ir a lavar la ropa sucia con los Ainsworth, quienes nos visitaban cada semana y nos llevaban a hacer el mandado.

—Una conversión con resultados instantáneos, como en tu caso, es algo digno de aplaudir —continuó. Se refería al anaranjado atardecer de mis ojos—. Pasó conmigo y Mareritt, por ejemplo. ¡Y ni hablar de tu habilidad de campos protectores! Cuando la explores más, necesitaremos de tu ayuda para mejorar los que hacemos cada que visitamos el mundo humano.

» Pronto te ganarás sus corazones, como te ganaste los nuestros, y se les pasará esta incertidumbre... Ni hablar de la paz que reinará el día en que evoluciones a carmín y puedas convertir a tu mamá y a tu destinado.

James estaba con Lyra en la recámara de invitados, recibiendo consejos de maternidad (paternidad) de mamá. Alex había salido en compañía de Ryuu a una entrevista de trabajo en el museo Hijos de un Sueño, hecho en honor a Midnight Pleasure y sus pasos hacia la fama.

El gran felino que acostumbraba a deambular por la propiedad se aproximó a nosotros y apoyó su pesada cabeza en el regazo del rey, haciéndole casi tirar el pequeño biberón del bebé.

Scorpius vaciló en cómo acariciar su pelaje grisáceo moteado sin incomodar al niño, antes de lograr una extraña posición que me hizo reír.

—Lince ibérico, ¿eh? —Comprendió al instante.

—Hayhay —presenté y el animal soltó un corto gruñido.

El pequeño Oliver pareció desinteresado, pues la única vez que abrió los ojos en medio de su comida fue para echar un escaso vistazo al lince. Debía estar acostumbrado a animales de todo tipo, tomando en cuenta que sus padres tenían ciervos y lobos.

—Aira y tú se parecen un poco —siguió hablando Scorps, conteniendo una risita por el nombre de mi animal protector—. La forma en la que aman y reflejan ese amor, quiero decir —explicó, al notar mi confusión—. Su golondrina se llama Mar, en honor a su primo.

A papá le hubiera encantado conocerlos. Tenía una curiosa fascinación por los deportes invernales, en especial con las historias detrás de los mejores deportistas de esa índole.

—Me alegra ver a Hayhay cómodo aquí —era honesto. Podía sentirlo en nuestra unión—. Verte aquí, con nosotros, es un milagro que siempre agradeceré a las estrellas. Es lo mínimo que podíamos darte por tu ayuda, por guardar nuestro secreto y apoyar a tu hermano. Espero con ansias ver cómo te conviertes en el gran líder que sé que serás, Donovan Lynx.

Scorpius no se equivocó, al decir que la gente calmaría sus inseguridades apenas me vieran evolucionar al siguiente nivel de mi transformación. No tardé en llegar a él, después de dos meses de ser mordido por tío Karlav.

Los periódicos, las revistas y los portales web más importantes fueron a realizarme nuevas entrevistas para hablar sobre este cambio, y rogar por hacerme fotografías con los ojos rojos o mi espíritu protector para la primera plana.

Muy apenas me dieron oportunidad de acompañar a mamá a una entrevista en Arca de Noé, donde ayudaría a YoungSoo a hacerse cargo de la academia, luego de tenerlo tan ocupado. Yo conseguí trabajo en los centros de patinaje de los Maine y su amigo, Asher O'Hara, como mercadólogo encargado de la elaboración y publicación de anuncios.

La noticia perdió popularidad, tras hacer público los ojos de mis dos integrantes: unos de tono mandarina; los otros, albaricoque.

Estos últimos eran mis favoritos, Alex siempre me los mostraba antes de besar mis labios y desearme buenas noches. Era una clase de recordatorio para que no olvidara que estábamos juntos en este pesado comienzo, en esta nueva vida.

Lo amaba tanto que no sabía cómo fui capaz de contener ese sentimiento por más de diez años y cómo tuve la suerte de ser correspondido, incluso después de todo ese tiempo. No todo el mundo tenía tanta buena suerte y, a decir verdad, yo tampoco la tenía siempre, así que me limité a disfrutar lo que la vida me daba.

—Estos últimos meses han sido muy difíciles —me susurró. Su mano acariciaba mi mejilla y su pequeño corgi descansaba a nuestros pies—. ¿Qué te parece si nos tomamos un descanso este fin de semana y salimos a una cita? Nunca hemos tenido una... Aparte de nuestras salidas en Montemayor.

Mamá se estaba desvelando con Ethan e Iris en la azotea del complejo, hablando de flores, sobre cómo le estaba yendo en Arca de Noé y cuánto eso le hizo extrañar Claveles Rojos y a papá. No sabía cómo hilaron todos esos temas en la misma conversación.

Nosotros estábamos cansados, así que nos fuimos a acostar antes.

—¿Tienes algún plan? —Quise saber.

Las cortinas estaban cerradas, la única fuente de luz que nos permitía vernos con claridad era una lámpara en su buró que cambiaba de colores. No le gustaba la oscuridad y yo había terminado por acostumbrarme, por disfrutar la relajación de dormir con la cara hundida en su pecho para que no me calara la iluminación.

—Porque yo no conozco mucho —continué—. Nada más los caminos por los que pasó todos los días y, a pesar de ver cientos de locales, ninguno me parece tan bonito como para nuestra primera cita.

Sus dedos viajaron por mi mandíbula, mi cuello y mis clavículas descubiertas. Parecía pensar en algo que, por mucho que fingiera, yo sabía que ya había decidido. No me habría invitado de no ser así.

—Hay un lugar al que me gustaría ir en Levante —confesó, al cabo de unos segundos—, aunque no sé qué tan bueno sea para una primera cita o si entra en tus parámetros para ser considerada una.

—Si hacemos algo divertido y pasamos tiempo juntos, será suficiente para ser perfecta —rio por la pequeña contradicción entre mi comentario anterior y ese.

—Se trata del Mercado del Sol —explicó. Sus roces se detuvieron y su tacto se detuvo de nuevo en mi mejilla—. Es un mercado de agricultores al aire libre y parece que también habrá muebles de segunda mano. Podríamos comprar productos frescos y algunas cosas para decorar el departamento.

Me avergoncé un poco, al darme cuenta de cómo nuestro hilo rojo estaba meneándose y contorsionándose alrededor nuestro, culpa de la ternura que sentí al oír su plan.

Era algo pequeño y noble, típico de él. De esa vibra hogareña que desprendía y que me hacía amarlo y disfrutar el tiempo a su lado cada vez más. No había cosa que hiciera y evitara que me enamorara cada vez más y fuerte de él.

—Y quiero tallar calabazas y tomar chocolate caliente contigo —agregó.

Fue un deseo tan sencillo que no pude contener mi risa.

Pecaba de bueno, de lindo y, Orión, mis colmillos picaban cada que me preguntaba en qué momento se volvió mi mundo, las estrellas de mi cielo y las galaxias de mi universo.

Me acerqué a juntar nuestras frentes y mi mano apretó la suya, que estaba en mi rostro. Nuestras piernas estaban entrelazadas bajo la sobrecama y sentía aumentar poco a poco ese típico calor que nos envolvía, cada que estábamos juntos.

—Claro, Alex —acepté porque no había nada que me hiciera rechazarlo. No a él—. Hagamos todo lo que quieras.

El color albaricoque brilló en sus ojos y los lazos vibraron.

Aquí.

No hay nada mejor.

No hay nada mejor que aquí.

No hay nada mejor que tú.

Besé sus labios.

Eres felicidad. Eres hogar. Eres amor.

Eres... Eres... Eres...

Eres tanto.

Eres tanto que duele.

Un dolor tan bueno.

Sus dedos me robaron un suspiro entrecortado, en el instante en que rozaron mi nuca y acariciaron el cabello creciente. Trazaba y borraba líneas invisibles sobre mi piel que no permití hacer a nadie más, un lienzo siendo pintado de los colores del amor.

Me elegiste.

Siempre ahí.

Siempre conmigo.

Déjeme amarte.

Déjame amarte como te mereces.

Déjame amarte y perder la cabeza por ti.

La profunda oscuridad en sus ojos volvió, esa clásica mirada que transmitía que no veía a nada ni a nadie más que a mí. Esa con la que se encargaba de recordarme que yo era su centro y él, mi comienzo.

—Eres mi mejor amigo —dijo.

—Y tú el mío —respondí, porque era verdad.

Susurros de una confesión ahogada.

Una conexión que no todos podían presumir.

—¿Puedes escucharlo? —Preguntó.

—¿El qué? —Quise saber.

Su corgi había desaparecido y nuestros cuerpos parecían no conocer el concepto de espacio.

—El silencio.

—¿Escuchar el silencio? —Quise reírme.

—Sentirlo —se corrigió—. ¿Lo sientes?

No lo entendí.

Al menos, no a la primera.

No lo hice, hasta que condujo una de mis manos por debajo de la playera de su pijama, encaminándola a su pecho y asegurándose de que sintiera los latidos de su corazón. Latía desbocado y, de no ser por la cercanía, no creía haber sido capaz de darme cuenta de cómo retenía la respiración.

Su piel ardía.

—Haces esto incluso en el silencio —volvió a hablar, ahora más bajito. No quería romper la atmósfera—. ¿Cómo lo haces? ¿Cómo logras que vea mágico todo lo que haces? ¿Las estrellas buscan que me vuelva loco? ¿Cómo provocas tanto con tan poco?

Volví a besarlo, más corto y suave.

—¿Aún después de todo este tiempo? —Pregunté, o cité.

Sonrió y lo vi aguantándose un chiste sobre mi referencia.

—Siempre.

Fue cuestión de minutos.

Mis besos. Sus roces. Nuestras risitas cómplices.

Nuestra ropa regada por diferentes partes de la habitación.

Sus manos en mi pecho, mis dedos marcando su cintura.

Las sábanas arrugadas al pie de la cama.

Sus gemidos. Mis jadeos.

...

¿Dónde estoy?

¿Dónde estás?

¿Estás aquí?

Estoy aquí.

Te siento.

Soy Donovan Lynx.

Soy Alexandro Leyton.

Somos... Somos... Somos...

Soy Arthur Leroy.

Soy Allan Hallward.

—Ojalá las cosas fueran distintas —susurro.

Es 1879.

Estamos en un internado para varones en el sur de Francia. Se encarga de impartir la palabra de Dios, proteger el honor de las familias, y educar a los nobles bajo los conocimientos y valores impuestos por una sociedad lejana a respetar lo diferente.

No somos más que simples adolescentes descubriendo el amor.

También aquí es otoño.

¿Lo sientes?

El viento fresco se cuela por las ventanas rotas de la vieja bodega, en donde nos escondemos luego de clases todos los días.

Tu rostro pecoso tiene signos de golpes, tus ojos azules están hinchados y tu nariz sangra.

Duele.

Duele verte así.

Quiero hacer más.

Quiero hacer más que abrazarte contra mi pecho y decirte que todo estará bien.

Promesas vacías.

Eso es lo que son.

Al final del día, después de nuestra despedida habitual, decides dejarme y no te hallo hasta la mañana siguiente.

Tu cuerpo inerte colgando de la rama del árbol en donde nos dimos nuestro primer beso.

No puedo con la agonía.

El grito de desespero parece que rasga y rompe mis cuerdas vocales.

No puedo ni siquiera concentrarme en tu temblorosa caligrafía, en la carta que me dejaste junto a nuestro libro favorito para que no se fuera volando, hasta que son también mis últimas horas por elección propia.

No es lo mismo sin ti.

No puedo hacerlo sin ti.

—Mi corazón nunca se arrepentirá de amarte —recuerdo en la noche. El aire hiela mis huesos, pero no soy consciente de eso—. Prefiero morir, antes que entregárselo a alguien más, antes de tener que negar esto que siento por ti.

Porque prefiero morir.

Prefiero morir, que vivir sin la felicidad que me das.

...

Soy Donovan Lynx.

Soy Alexandro Leyton.

Somos... Somos... Somos...

Soy Thomas Engel.

Soy Thomas Haas.

Somos Thomas y Thomas.

Es chistoso.

Las coincidencias son chistosas.

Me llamas la atención por compartir nombre.

Eres un chiquillo delgaducho, vuelves a tener pecas y los ojos más brillantes que he visto, desde que entré a los campos de concentración.

Eres de los rebeldes, el único que me vuelve loco. Siempre te metes en problemas y te salvas por los pelos, por alguna razón.

Yo.

Yo soy la razón.

No puedo y lo sabes.

No puedo atraparte.

Me tienes pendiendo de un hilo.

Te gusta sonreírme y jugar conmigo.

Comienzas haciéndolo por tu plan.

Terminas tan enamorado como yo.

Ya tenía a alguien antes de ti, un protegido.

No lo amaba. Era mi amigo.

Un confidente en medio de la guerra.

Corté todo lo que tenía con él para estar a tu lado. Para que vieras que no importara lo que viniera, me haría cargo de mantenerte a salvo.

—Lo ayudaste a escapar —dices. Estás ofendido, no celoso—. La gente no deja de hablar de eso y ahora no nos dejan ni un minuto en paz. Sabes cuánto llevo intentándolo desde que estoy aquí, cuánto me he retenido porque te encontré y ahora no quiero dejarte atrás.

No quise contarte lo asustado que me sentí, al ver los irises ardientes de una mujer, ni cómo logré creerle su historia de vampiros y de cómo debíamos de hacer algo o sería tarde. Lo sentía en sus lazos, según dijo, y estaba preocupada por su pequeño.

Tampoco consideré correcto hablarlo.

Y entonces preguntas:

—¿Por qué no lo hacemos?

Me tomas por sorpresa.

Estamos en mi casa.

Estás desnudo en mi cama, el sol otoñal se filtra por las cortinas y juegas con las hojas del libro que te conseguí por tu cumpleaños.

Huele a madera, tierra mojada y lluvia.

Fue una noche pesada.

—¿Hacer qué?

—Huir —dices—. Juntos. Tú y yo.

Tu expresión de seriedad puede hacerme comer de tu mano, si eso quisieras. Puedo ver cómo los cientos de pensamientos cruzan por tu cabeza y cómo te encargas de formular las ideas más alocadas que he escuchado en mi vida.

No me considero homosexual.

Podría serlo por ti.

¿Eso está mal?

—¿Cuándo? —Pregunto.

Tu rostro se ilumina.

Descubrí que hay mejores cosas que tu seriedad.

Huimos.

Estamos asustados.

El corazón me late apresurado.

El tuyo hace lo mismo, ¿verdad?

Estaremos juntos, lejos y felices.

Sonríes, al estar lo suficiente lejos.

Me besas.

Me besas y siento que vuelo.

Eres peor que una droga.

—Te amo, Thomas Engel —dices.

Vistes de blanco, ropa vieja que conseguimos años después de la tragedia.

Eres el hombre más hermoso que he conocido.

—Te amo, Thomas Haas —digo.

Visto de negro y traigo tus flores favoritas porque piensas que es lindo.

Tu risa es música para mí.

Nos amamos.

Thomas y Thomas.

...

Soy Donovan Lynx.

Soy Alexandro Leyton.

Somos... Somos... Somos...

Somos nosotros.

Eres Alexandro Leyton.

Eres Donovan Lynx.

—Me hubiera gustado enterarme de otra manera —confesé. Estábamos comiendo helado en el terreno detrás de Claveles Rojos y me ves, confundido—. De lo tuyo con Jorge, quiero decir. ¿Por qué lo hiciste tan de repente y frente a todos?

No quiero admitir lo difícil que fue hacer chistes al respecto.

Son tus últimos días en Colombres e hiciste un excelente trabajo ayudando en el centro de artes. La familia está feliz de volver a verte y, al igual que yo, no quieren que te vayas tan pronto.

No te vayas.

No quiero estar lejos.

No quiero estar lejos de ti.

No de nuevo.

Me ves, entre dolido y ofendido.

No sé que esa expresión ya se la he visto antes a Thomas Haas. Sin embargo, sé que no me gusta verte así y, al instante, me arrepiento de mis palabras.

Lo sabes.

Suavizas tus facciones.

—No eres justo —te di la razón sin dudarlo—. Hago lo que puedo con lo que tengo. Esto sigue siendo nuevo para mí y quiero entenderlo.

No sabría mucho de lo que sé sin él.

Me ayudó a entender este camino.

Me ayudó a aceptarme.

Fue una buena experiencia.

Tú, Donovan, eres todo.

...

Seguimos siendo nosotros.

Sé a dónde nos lleva esto.

Me duele el pecho.

Estoy nervioso.

No te rías.

Eres tú, Don.

Nunca me reiría.

Son días antes de la muerte de papá.

Jackson Lynx siempre fue un hombre maravilloso que se encargó de proteger a su familia, que amó como ningún otro y que nos confió sus mejores armas, para que fuéramos capaces de afrontar las dificultades de la vida y los problemas que trae el amor.

Ahora estamos esperando por nuestro pedido en la fila de autos, afuera del Carls Jr.

Es algo tan cotidiano que pecaría de aburrido, de ser un día más, de no ser por el tema que él se encarga de sacar a flote.

—Te escuché por accidente cuando pasé por tu habitación —me espanta la naturalidad con la que lo dice—. Hablabas contigo mismo, ¿no? "Pasamos otra Navidad y otro Año Nuevo juntos... ¿Eso significa algo? ¿Es algo normal entre amigos...? ¿Nada más somos amigos? ¿Debería preguntarle?"

Es vergonzoso.

—Estamos bien como estamos —explico, como si esa hubiera sido mi conclusión—. El tiempo decidirá en qué acabará nuestra relación, si es que no es demasiado tarde. Nos tenemos el uno al otro, no importa si como amigos o pareja.

—El apoyo de una relación —dice tras reírse de mí—, la presencia de ese amor, es muy diferente al de una amistad. Di algo, escógelo, arriésgate.

Lo hiciste.

¿Qué hice?

Me escogiste.

Sí. Sí. Sí.

Siempre lo haría.

Siempre te escogería.

—No quiero echarlo a perder —digo, a diferencia de las presencias omnipresentes.

Mi respuesta lo hace negar, incrédulo.

Creo que piensa que soy cobarde.

—¿Entonces esperarás hasta que no tengas tiempo y sea demasiado tarde? —Parece melancólico y pensativo. Me arrepiento un poco de mis palabras—. Tú hermano estaría muy avergonzado de ti, de tus decisiones, si ese es el caso.

Oculté lo herido que me sentí, apretando mis labios.

—Aylan y él habrían hecho lo que fuera para tener todo lo que tienen Alex y tú —un pensamiento al que yo siempre le saqué la vuelta—. Su amor, pese a ser hermoso, fue fugaz. Tú lo tienes contigo. Lo tienes ahí, dispuesto a amarte. Lo tienes dispuesto a todo por ti.

...

Yo soy tú.

Tú eres yo.

Soy Alexandro Leyton.

Eres Donovan Lynx.

Somos uno mismo.

Somos pasado. Somos presente. Somos futuro.

Ha pasado un mes, desde la muerte de Jackson. Me duele ver a la pequeña familia incapaz de recomponer al ánimo, en especial aquel hombre que acostumbra a cargar todo consigo y que no sabe cuán obvio puede llegar a ser.

Me duele verte así.

Te invito a un curso exprés de baile en pareja, que se llevará a cabo en el parque cercano a mi antigua residencia, con la esperanza de alegrarte un poco o, al menos, causar algo.

Lo logro.

Tú, Donovan, me ves con curiosidad, casi con burla.

No sabes cuánto adoro esa expresión.

No sabes cuánto te adoro.

Aceptas a los minutos, antes de decirme que espere en la sala porque quieres darme algo.

Estoy confundido y emocionado.

Casi olvido que es mi cumpleaños.

Vuelves a los segundos y traes contigo un jarroncito con un moño dorado. Lo había visto por primera vez hacía años, en el último festival que fui de Claveles Rojos, y la última vez en tu viejo librero, hacía pocos días.

—No lo hice yo —avisas.

—Lo sé —aclaro.

Conozco tus trabajos de barro. Son limpios, perfectos. Este, en cambio, parece ser hecho por un principiante. Está un poco deforme y tiene el dibujito de un ramo de margaritas un poquito chueco.

—Me lo dio uno de mis alumnos de Colombres —explicas, tranquilo—. Yo estaba llorando y me veía espantoso. Él me lo dio y me pidió que se regalara a la persona más especial que tuviera.

Mi cabeza le dice a mi corazón que se calme.

No es una confesión, simplemente es algo.

Es un avance, un "aquí sigo".

Bailamos por lo que parecen horas.

Jósean Log es nuestra banda sonora.

Los pájaros cantan en los árboles.

Empieza a hacer un poco de calor.

El instructor no sabe que estoy dándote mis respiraciones.

Tú tampoco sabes del todo que estoy obsequiándote mis latidos.

Siento los tuyos contra mi pecho, mientras improvisamos después de olvidar la coreografía.

No hay motivos para decirnos adiós tan pronto —cantas y mi cuerpo se estremece—. Sigo vivo. Créemelo, mi amor. No soy tan tonto.

Si tú quisieras esta noche

Ir a bailar un chachachá,

Yo te puedo enamorar.

...

Volvimos a ser nosotros, al presente.

Su cabeza descansaba en mi pecho y su respiración estaba agitada.

Acaricié su cabello y sus rizos se enredaron en mis dedos.

Estamos pegajosos.

Asqueroso.

Reímos a la par.

Tenerlo ahora siempre en mi mente era lo mejor de esta nueva vida.

—Esperaría —habló de pronto—. Esperaría por ti cuanto fuese necesario. Lo vales, Donovan. Vales cada minuto, cada día y cada año.

Me permití deshacerme en el beso que procedió a darme.

Piña y menta, frutos salvajes y vainilla, calidez y libertad.

Granada y miel, almendra y coco, decisión y hogar.

FIN.

Nos vemos en "Hijos del Destino".

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