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Capítulo 4: Aprender

HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE UN RECUERDO

CAPÍTULO 4: APRENDER

En la actualidad

Era surreal, casi parecía un sueño.

Iris Ainsworth, la bella mujer que entabló una amistad con mamá y que se encargó de hacernos más ameno el tiempo en Colombres con su familia, estaba sentada en la sala de nuestro departamento, tomando una tacita de café.

Nunca imaginé que la volvería a ver, no después de recibir el mensaje de Víctor en donde me contaba con lujo de detalle todo lo que había ocurrido con el asunto de las quimeras, sobre cómo pensó que morirían por una manada de lobos infectados por el virus esparcido por Clyde Bellemore, y de cómo ahora sus tíos, Scorpius y James, eran los reyes de Abaddón.

Pensé que ya no me necesitarían, que me quedaría en la Tierra y me limitaría a recibir algunas actualizaciones de sus vidas. Aún recordaba cómo me hablaron del nacimiento de los mellizos Sallow Mun, la apertura de los diferentes centros de patinaje en los que Víc trabajó de la mano de los primos Maine y Asher O'Hara, el resurgimiento de Microcosmos en honor a Dania Montoya y algunas felicitaciones por cumpleaños o buenos deseos en todas las Navidades y Año Nuevo.

Mis amigos dijeron que era un secreto a voces, que no debían de seguir en contacto conmigo porque las despedidas y la distancia eran duras incluso para los de su especie. En un inicio, tras la muerte de Hayden y Aylan, pensaron que lo mejor sería cortar lazos y desaparecer para que todos pudiéramos seguir con nuestras vidas. Siguieron, no obstante, acudiendo a mí cada que tenían preguntas del mundo humano y aprovecharon para continuar mensajeándome algunas veces al año.

Iris Lilium lucía igual de guapa y etérea de como la recordaba, como la fotografía que mi hermano pegó en el diario en donde escribió todo lo que aprendió de los vampiros y demonios durante sus últimos meses sano. Llevaba el cabello castaño recogido y con sus clásicas puntas onduladas, sus ojos eran tan azules como el cielo y su porte era igual de elegante que antes.

Lo único que desentonaba con la imagen refinada que tenía de ella era, tal vez, su atuendo cómodo y un poco informal para lo que solía verla llevar. Yo no tenía forma de saberlo, pero su repentina suavidad era por el hecho de conocerme, de la paz que le dio volver a verme.

—Veo que ya casi somos de la misma edad —señaló. Vislumbré una pequeña sonrisa en su rostro—. Parece que fue ayer cuando te conocí. Salías de un partido de voleibol, ¿te acuerdas? Me parece que fue en el que te aceptaron de manera oficial en el equipo, la noche en que Red y yo los presentamos a todos.

Nos había traído el clásico pastel de zanahoria de su esposo y unas galletas que recordaba haber visto hacer a Ryuunosuke alguna vez. Los regalitos estaban sobre la mesita de la sala.

—Fueron buenos días —agregó con ensoñación.

No encontré mi voz para darle la razón o para preguntar el porqué de su visita.

Mamá estaba dormida en su recámara. Había estado encerrada en la antigua oficinita que usaba papá, donde continuaba con el trabajo que no alcanzaba a terminar en el bufete. Se pasaba ahí todas las tardes, leyendo o a viendo fotos viejas porque, según ella, le ayudaba a sentirse conectada a él. La mayoría de las veces yo la acompañaba.

—Ella hará muchas preguntas si te ve —mi comentario la hizo soltar una risita—. Es como si hubiera viajado al pasado, ¡te ves tal cual la última vez! Es muy extraño.

—Es halagador que lo digas —corrigió, apoyando su taza sobre su regazo. Llevaba el anillo de una serpiente mordiéndose la cola—. Después de todo lo que tuvimos que pasar y ayudar a cuidar a dos bebés que, por mucho tiempo que transcurra, siguen viéndose casi igual desde que nacieron... Bueno, pensé que ya hasta tendría arrugas.

No quise ni imaginar lo que sería cuidar a recién nacidos que envejecieran un año demoniaco cada cincuenta humanos. Eso equivalía a mucho estrés y muy pocas de horas de sueño de una persona ordinaria.

—¿Bebés?

Me sentí patético cuando me sobresalté, al oír la voz de Alex tan cerca de mí, en especial porque fui yo quien le pidió que se quedara y nos acompañara.

Había estado tan ocupado, procesando la presencia de Iris, que había ignorado casi por completo la de los otros dos hombres que nos acompañaban: la del que conocía a la perfección y la del antiguo rey.

El señor Karlav Colom me superaba por unos centímetros, parecía un poco más mayor que mis padres y tenía el aspecto de haberse rasurado recién. Su cabello platinado estaba recogido en una coleta floja, usaba un traje semiformal azul marino y llevaba un bastón con detalles de plata.

Víctor también me había contado de cómo el anterior monarca quedó ciego, durante la pelea final con las quimeras, cuando James hundió sus garras en él y Scorpius clavó sus colmillos en la arteria que recorría su cuello. El territorio había hablado a sus príncipes y ellos supieron oírlo, o eso entendí.

Karlav me daba curiosidad, su mera presencia me daba mucho en qué pensar. Sin embargo, estaba aún más encantado por la presencia de la tía de mis amigos, de la mujer que tuvo el privilegio de ser llamada igual por mi hermano.

"¿Una nueva misión?" Me pregunté, "¿me agradecerán por lo de hace años? ¿Me enseñarán las fotos de la boda de Hayden? ¿Me darán un premio? ¿Se mudarán cerca, de nuevo?"

—¡Mis sobrinos! —me sacó de mis pensamientos Iris —. Son unas bolitas de amor.

Sus ojos brillaban de la emoción, mientras se ponía a buscar algo en su celular.

Al cabo de unos segundos, nos mostró la pantalla para que pudiéramos ver lo que tanto se concentró en buscar. Nos estaba invitando a que echáramos un ojo, así que, una vez Alex hubo agarrado el teléfono, pudimos ver desde más de cerca lo que nos quería enseñar.

Eran imágenes, tantas que parecían ser cientos de ellas. En unas estaban dos bebés juntos, dormidos, despiertos, comiendo, con ropa chistosa o sonriendo; en otras, nada más estaba uno y, en unas cuantas más, había miembros de la familia y amigos de los Sallow con los chiquillos.

—Les presento a Lyra Jasper y Oliver Corvus, los hijos de Scorps y James —se oía orgullosísima. Brillaba de la emoción—. Quisieron ponerles un nombre de constelaciones por las estrellas y otro referente a piedras preciosas o minerales. Ya saben lo cursis que son, según para que cada uno lleve algo de sus papás siempre.

Pensé que era lindo, más allá de la tortura que sería criarlos.

—¡Son adorables! —Exclamó Alex por ambos y le regresó el celular—. Se parecen mucho a los papás, al menos de lo que recuerdo de cuando los conocí y de las pocas fotos que he visto... Aunque pensé que los vampiros no podían tener hijos.

A diferencia de la cara de sorpresa de Iris, Karlav torció los labios en una sonrisa apenas visible y sus mejillas se sonrojaron.

—Te aposté que le había contado —dijo él, sin darnos una explicación.

Fue la primera vez que habló desde que nos sentamos, más allá del agradecimiento de cuando recibió su taza de café. Su voz tenía un efecto arrullador y apaciguador en quien la oyera, como si Abaddón todavía lo reconociera como actual gobernante de sus tierras y buscara maneras de calmar a sus habitantes.

No se equivocaba, de cualquier forma.

Yo le había contado la verdad a Alexandro hacía años, meses después del reencuentro que tuve con Scorpius para llevarlo al cerro el Chupón. Jamás di aviso de eso a Víc y a Ryuu. No estaban en posición de reprocharme ni de exigirme silencio cuando, muy a mi pesar, me usaron y, de no haber sido por mis dos amigos, también habría sido abandonado, incluso si esa no fue su intención.

¿Qué esperaban? ¿Cómo querían que soportara la muerte de mi único hermano, y la desaparición de las únicas personas en las que pude haber hallado algo de consuelo en ese momento? ¿Acaso pensaban que siempre estaba fresco y relajado, como si no doliera que ellos hubieran acompañado en sus últimas horas a Hayden? ¿Querían que agradeciera por no dejarme estar presente en su boda improvisada?

Claro que sabía que su propósito siempre fue protegerme. Ellos no eran conscientes de lo mucho que me lo repetí hasta cansarme, de lo mucho que Alex me lo susurró cuando supo que mi historia no era mentira.

Estaba resentido. Los ojos me llegaron a arder del llanto y el pecho me dolió por la sensación tan parecida a la de traición, dividido en si sentir gratitud o desear no haberme encariñado con ninguno de ellos. Por no haber disfrutado los días a su lado y de las horas de risas que pasamos incluso en los peores momentos.

Dolió hasta que dejó de hacerlo, hasta que maduré y comprendí que las cosas no eran tan sencillas, como a todos nos gustarían que fueran. Me quedé con lo que tenía, los recuerdos y los mensajes ocasionales, para atarme a la memoria de esa época feliz y continuar el presente de la mano de mi familia y Alexandro.

—Me sorprende que hayas soportado tanto —se dirigió a mí. No sabía cómo sus ojos vacíos sabían con exactitud en dónde estaba—. He oído mucho de ti, de tu hermano, del ataque que viviste por parte de los Lawson, de tu ayuda, tus pérdidas y elecciones. No sé si eres un romántico empedernido, o si has logrado ser el mayor farsante que tu corazón ha conocido.

A pesar de estar en mi propia casa, no me sentí con el derecho de quejarme.

Sabía que tenía razón. Mucha gente me lo había hecho saber a lo largo de toda mi vida. Desde mis amigos y familia, hasta yo mismo y gente que apenas conocía la superficie de una larga historia de un amor que nunca se concretó.

Pasé la última década siendo un cobarde, por no decir que fue un poco más.

Mis excusas habían cambiado con los años, claro está. Pasaron desde "no lo conozco lo suficiente" y "es heterosexual, ¿lo olvidas?" a una clara evasión por querer pasar más tiempo con Hayden y a un pánico por arruinar nuestra amistad.

—Aun así, debo aclarar que no estoy aquí para hablar de tu vida amorosa, de cuáles han sido tus malas y buenas decisiones ni mucho menos —prosiguió.

Sin poder evitarlo, le eché un vistazo a Alex.

Seguía sentado a mi lado, derecho. Su rostro no titubeó ni siquiera un poco, por mucho que supiera leer entrelíneas e interpretara que sus últimas palabras hablaban sobre mis sentimientos hacia él.

Sus rizos estaban lo mejor peinados que pude dejarlos esa mañana. Llevaba una de mis sudaderas y pantalones deportivos que no combinaban, como hacía cada vez que no tenía que ir a trabajar. Eran prendas holgadas que lo hacían ver demasiado desenfadado, nada comparado al estilo indie que acostumbraba a usar para salir.

Sintió mi mirada y me regresó el gesto.

Ahí estaba, con sus ojos fijos en mí esperando a que hiciera algo.

Torpemente, entrelacé mi mano con la suya y fue el turno de mis mejillas de ruborizarse. Inclusive después de haberse mudado con nosotros y ayudarnos tanto con el proceso de la muerte de mi papá, todavía no sabía en qué punto estaba nuestra relación y no quería incomodarlo.

Tuve que parecerle dulce (o patético), ya que se rio y me dio un apretoncito como respuesta antes de volver a girarse.

No me quejé cuando apoyó su cabeza en mi hombro. Olía a las margaritas del jardín improvisado de nuestro balcón y a su champú de miel y avena que tanto me gustaba.

Medité un poco antes de apoyar mi mejilla sobre él.

Iris lució divertida, pues contuvo una risita y trató permanecer seria.

—Estoy seguro de que has oído del destino, ¿no es así? —indagó Karlav, pese a saber la respuesta de antemano—. La vida y la muerte son los mayores misterios para todos. ¿Qué nos trajo aquí? ¿Por qué tú? ¿Por qué yo? ¿Por qué nosotros y no alguien más? ¿Somos buenos, malos o un lienzo en blanco? ¿Cuál es la forma correcta de vivir? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo tener una vida feliz? ¿En verdad tú eres yo, y yo soy tú?

» Los vampiros y los demonios, en cambio, hemos sido bendecidos con un tiempo de vida mayor. Nosotros, a diferencia de los humanos, contamos con una cultura que aprecia en primera fila lo que es vivir y morir. Sabemos lo que hay antes y después del "hola" y el "hasta pronto" de un alma.

Antes de poder interrumpirlo y decirle que ya sabíamos eso, siguió:

—Las estrellas, la luna y el resto de los astros han construido un pasado, un presente y un futuro para nosotros. Nos han hablado de la importancia de rodearnos con las personas correctas, de saber recibirlas en nuestro corazón y, sobre todo, saber dejarlas ir cuando la hora ha llegado. Porque, para nosotros, más allá de la vida y la muerte, está el renacimiento. El reencuentro.

» Cada uno de nosotros somos la vida, la muerte y el renacimiento. Somos un ciclo de decisiones, de experiencias, fallos y aciertos. Somos alma, cuerpo y corazón. Y son los lazos del destino los que se encargan de ponernos aquí, frente a estas situaciones y esta gente maravillosa, o de castigarnos por los errores del pasado.

Era extraño.

Mi cabeza no dejaba de cuestionarse cuánto habrá tenido que ensayar su discurso, si tuvo que preguntarle a alguien qué le parecía y si estaba nervioso por tener que recitarlo enfrente de dos desconocidos y una de sus hijas adoptivas.

Por otro lado, mi corazón latía ansioso. De hecho, no había dejado de hacerlo desde esa mañana. El café que nos encontrábamos tomando debió tener efecto, pues casi podía jurar que se me saldría tarde o temprano.

No entendía lo que pasaba, ni las formalidades que se estaban molestando en tener.

—Hace siglos, el reino de Abaddón fue liberado de las garras de un tirano que ahora no es nada más que un fantasma atrapado en búsqueda del perdón —supe que hablaba de Dirk Miracle y de Amadahy—. Una vez muerto, la corona y el poder cayeron en mis manos. Tuve que aprender a hacerme cargo de las incontables responsabilidades que conlleva ser un buen líder y un padre de diez fundadores, un principito y su hermana.

» Doce jóvenes fueron los que recibí y protegí bajo mi manto... Y doce jóvenes fueron también a los que eduqué para que, algún día, estuvieran listos para lo que sea que viniera. Cometimos errores, aprendimos; cometimos aciertos, aprendimos. Aprendimos a equivocarnos, a pedir perdón y a perdonar, a amar y reír, a llorar y soltar. Estamos aprendiendo a vivir, a entender el secreto detrás de nuestra existencia y de aceptar que nuestro pasado nos hizo quienes somos y que es decisión nuestra cambiar o seguir igual.

» Hoy en día, una de ellas apareció, después de siete años, y dos de ellos son nuestros actuales gobernantes, el príncipe de Abaddón y el príncipe de las estrellas.

No pude evitar soltar un respingo, sorprendido.

—¿Crystal volvió? —Pregunté.

Iris sonrió y se llevó el dedo índice a los labios para indicarme silencio.

Karlav continuó:

—Pensé que no habría nadie más, que había acabado la tarea que el destino me había impuesto —soltó una risa que, si bien fue irónica, no tuvo ni chispa de malicia—. Qué tonto fui. La respuesta estuvo frente a nuestras narices todo este tiempo, la razón por la cual ese maravilloso hombre no encajaba con los Ainsworth o con el anterior clan Sallow, por mucho que todos lo desearan.

De reojo vi a Alex llevarse su mano disponible a la boca, incrédulo por comprender el propósito de la visita segundos antes que yo. Ni siquiera su nuevo apretón me lo dejó tan claro como lo último que el señor Colom dijo.

— Porque, Donovan Lynx, ya no son doce, si no trece —¿Yo? Yo. Yo—. O lo serán si lo aceptas, si entiendes lo que conlleva esta responsabilidad. El lazo dorado me lleva a ti, a tu vida, y une nuestros destinos.

Karlav Colom, elegido por las estrellas para salvar a todo Abaddón, estaba ahí por mí. Me invitaba a ser uno de sus hijos, a ser el undécimo fundador de clanes.

El clan Lynx. 

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