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Capítulo 3: El tiempo

HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE UN RECUERDO

CAPÍTULO 3: EL TIEMPO

2018

A pesar de ser el peor año para la familia Lynx, admito que los tres primeros meses no fueron tan malos, llegando a considerarlos de los mejores desde que nos mudamos a Montemayor.

Después de su confesión, si bien Alex y yo no profundizamos mucho nuestra amistad, por elección mía para evitar que mis sentimientos crecieran y verme sufriendo por un amor platónico por alguien que ni siquiera estaba interesado en los hombres, durante nuestro cuarto semestre en la universidad nos fue imposible no pasar mucho tiempo juntos.

—Quiero concentrarme en las cosas que me apasionan y en mis calificaciones —nos explicó en la primera reunión del club, alentando a que las integrantes que le ayudaron a decidir chillaran de emoción.

Llevaba el cabello más largo que de costumbre, tenía unos cuantos rizos rebeldes sujetos detrás de sus orejas y usaba el suéter verde que Liz le regaló en el intercambio navideño que hicimos el año anterior.

Creí que se veía lindo. Sus mejillas estaban rojas por el frío de la habitación y no dejaba de temblar en su lugar, causado por uno de sus clásicos ataques hiperactivos y por un intento mediocre de mantenerse calentito.

En cambio, yo me sentí algo cohibido por la oleada repentina de calor que me invadió desde que puso un pie en el salón y procesé que muy apenas intercambiamos palabras durante las vacaciones. Él había mandado el primer mensaje, preguntando algunas cosas sobre mi equipo de fútbol favorito; yo, absorto en mis pensamientos y entrenamientos, muy apenas pude seguirle la conversación.

Ni siquiera fui capaz de mirarlo a la cara durante los primeros minutos de la sesión, por la pena que me invadió teniendo la cabeza hecha un lío.

Fue aún más vergonzoso cuando mi celular no dejó de vibrar por los cientos de mensajes que Vanesa me mandó durante los primeros diez minutos, burlándose con que me veía patético y que no debía de sentirme intimidado por algo tan superficial.

Una vez la sesión se acabó, después de yo también avisar que dejé el equipo de baloncesto por no sentirme cómodo con su forma de llevarse entre ellos, esperó a que todos se fueran para hablar conmigo.

—No importa cuánto evadas esto —señaló, acomodando en una pila a los cojines que solíamos usar—. No importa cuán rápido corras o qué tan bien te escondas, esos sentimientos saldrán, te alcanzarán y, cuando menos te lo esperes, te devorarán.

Yo me desparramé en el frío suelo de madera del salón, soltando un largo suspiro.

—No tengo idea de lo que hablas —intenté mentir.

—Claro que no —se burló, sarcástica. Se sentó a mi lado, al acabar su trabajo—. Es cuestión de tiempo para que esto crezca, ¿sabes? Lo que sientes será imposible de retener y se desbordará, si permites que siga creciendo.

Por mucho que me molestara diciendo que nos veía siendo una pareja linda, se encargó de ser lo más imparcial posible, desde que le conté la pequeña confesión de Alexandro sobre su sexualidad... Por mucho que la haya tomado de sorpresa y le pareciera imposible haber fallado con su buen ojo que tenía para unir personas.

—¡Tartamudeaste cuando lo saludaste! —Detalle del que no me di cuenta hasta ese instante—. No quiero ni pensar qué pasará ahora que estarán más horas juntos. Si antes te quedabas viéndolo embobado, no sé si mi objetividad soporte verte suspirar cada que te pida ayuda para ensayar sus líneas o algo así.

No quise ni preguntarle de dónde sacó semejante escena.

—Todavía no es tarde para detenerlo —siguió. Tenía mucha razón—. Tienes cientos de opciones, Donovan. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres ser su amigo y que esto trascienda? ¿Sabes ponerte un alto tú mismo? ¿O quieres confesarte, ser rechazado y así superarlo más rápido? ¿Quieres que te ayude a mantenerte ocupado?

—No estoy enamorado, como para confesarme —tenía los ojos cerrados, así que no me di cuenta de la repentina relajación de sus músculos faciales—. Me parece lindo y, a lo poco que hemos convivido, puedo decir que me gusta estar con él. Sin embargo, no es tan diferente a como te veo a ti o a las demás.

Para cuando volví a abrir los ojos, supe que volvió a tensarse, al detectar la gran mentira detrás de mis palabras.

—Después del intercambio de Navidad, estuviste mandándome mensajes sobre lo bonito que te pareció esa tarde y de cómo no podías creer que era heterosexual —recordó. Y luego me citó con un patético tono de voz más grave que el suyo—: "¡Es que no puedo creerlo! Llevo desde secundaria sin tener atracción por alguien y, cuando sucede, es por alguien al que no le gustará nunca lo que tengo entre mis piernas" y otras tonterías que no vale la pena mencionar.

La ignoré porque creía que estaba exagerando, por mucho que intentara ayudarme.

Pensé que me conocía lo suficiente a mí mismo, como para controlar lo que sentía por Alex y limitarlo a la amistad en que estaba interesado en construir con él. Lo que dije el año anterior no había sido nada más que mi incredulidad hablando por cuenta propia, no quería decir nada más.

Sabía en lo que me metía.

—Algún día, Don —prosiguió, poniéndose de pie—, será imposible detenerlo. ¿Qué pasará si te terminas enamorando de verdad? ¿Le dirías? ¿Te daría miedo? ¿Te separarías de él? Es jugar con fuego, incluso si resulta ser bisexual... ¡Y luego no te vayas a quejar de mis bromas, eh!

Me reí y la imité. Tendría práctica en una hora.

Deseé tranquilizarla con que sus rollos mentales nunca pasarían, pero habría sido una vil mentira. No tenía forma de ver el futuro. Por mucho que quisiera negarlo, tenía curiosidad si en verdad jugar con fuego era tan malo como todos decían.

Estar enamorado tampoco sonaba a una tortura y, tomando en cuenta las pocas veces en las que estuve a punto de hacerlo de otras personas a lo largo de mi vida, podía asegurar que me gustaba el ser en el cual me convertía cuando eso pasaba.

Si en el tiempo con él me enamoraba, y resultaba ser un amor no correspondido, sería el mismo tiempo el encargado de hacerme olvidar esos sentimientos. Ningún amor era en vano, después de todo.

Aunque, siendo sincero, debí suponer que el miedo de Vanesa pasaría. No debí de minimizar los pequeños indicios de cuando Alex empezó a mudarse poco a poco de mi cabeza a mi corazón, cuando los días juntos nos fueron haciendo cercanos sin darnos cuenta.

Lo imaginaba siempre.

Lo imaginaba llegando tarde a la sesión, cuando no había rastro de él cinco minutos antes de dar comienzo.

Lo imaginaba invitándome a salir a un sitio bonito, después de un periodo pesado de tareas, ensayos y entrenamientos.

Lo imaginaba alcanzando mi mano entre la multitud, cuando debíamos de cruzar la calle e íbamos rumbo al centro de la ciudad, su lugar favorito.

Lo imaginaba pidiéndome un abrazo, cuando no hacíamos nada más que estar con el otro, sentados o acostados por los pasillos de la facultad.

Lo imaginaba riendo entre los besos que siempre quise robarle, cada que íbamos a una exposición y me parecía el muchacho más guapo al ponerse a leer las descripciones de las fotos o pinturas.

Sí, lo imaginaba siempre.

A veces, mis deseos pasaban; otras veces, no.

Y, oh, no me estaba enamorando.

Estaba enamorado.

Las cosas habrían seguido así, de no ser por el día que marcó para siempre las vidas de nuestra familia: el día en que los resultados de Hayden arrojaron no ser una simple falta de sueño y buena alimentación, o una pequeña deficiencia de hierro.

Poco antes de que el doctor Perfecto volviera con el informe, mi hermano nos pidió esperar afuera para que pudiera calmarse a solas. Antes de eso, nunca lo había visto tan serio, a menos que estuviera aprendiendo una nueva canción o coreografía.

Alex me había ayudado a llegar, gracias a la vieja camioneta que su papá le regaló. Vanesa y él estaban con nosotros porque, antes de recibir la llamada de mamá donde me decía que debía ir al hospital universitario en ese instante, fuimos a pasar el rato a una cafetería.

Todos estábamos en una salita de espera no muy lejos de la habitación de Hayden. No creo haber sido el único que consideraba que los minutos pasaban más lentos de lo normal.

La pierna izquierda no me dejaba de temblar, delatando mi nerviosismo, y tenía un tic en el ojo que de seguro iba al ritmo de cada tic-tac del reloj.

No podía creérmelo, no del todo.

¿Cómo era posible que estuviéramos en el departamento de hematología? ¿Por qué debía de ser mi hermano el paciente? ¿Por qué sentía que estaba pasando por una agonía que no imaginé sentir jamás, hasta más entrados los años? ¿Por qué mi cabeza ya me estaba conduciendo a las malas noticias? ¿Por qué no me podía mantener positivo?

Ser positivo.

Me habría gustado haberlo sido.

Sentía a papá caminando de lado a lado por la sala y mamá estaba aferrándose a su bolso por nerviosismo. Vane se había ido a la tienda que estaba cruzando la calle, con la promesa de volver pronto con té para todos, y Alex yacía sentado junto a mí, serio y apenas capaz de sonreírme un poco, cuando nuestras miradas se encontraron.

El doctor regresó y nos hizo pasar con Hayden.

El ambiente de la habitación fue envolvente en todo momento, como flotar en aguas tranquilas.

El detalle era que se trataban de aguas desconocidas.

Aguas desconocidas, calmadas y densas, que tiraban poco a poco de nosotros hasta el fondo, por mucho que intentáramos nadar a la superficie para ser el soporte del otro y salir de ellas.

Sí.

Deseaba haber sido más positivo.

...

—No se trata de eso —me dijo Alex esa noche.

El viento fresco de abril y el polen le habían dado alergia, así que hablaba extraño.

Estábamos sentados en la banqueta, afuera del hospital, después de habernos despedido de Vanesa y comprado un elote preparado para los dos. Teníamos un poco de hambre, tras haber pasado toda la tarde ahí.

—No se trata de luchar con el agua para salir de ella —prosiguió, jugando con su cuchara—, ni de ser positivo o no. No intentes hacer ver esto como un momento en donde tú eres el protagonista.

No entendí.

Quizá lo habría hecho, si no fuera porque estaba manchado de salsa y ya no teníamos servilletas a la mano.

—Hayden no necesita de alguien dando patadas de ahogado, intentando escapar de la realidad —explicó. Pasó su pulgar por mi mejilla y me limpió—. Tampoco creo que necesite a alguien que lo entienda, ¿sabes?

» Él no necesita salir de este mar, ni flotar como si nada importara. No hay manera de hacerlo, de todos modos. Lo que requiere es de alguien dispuesto a nadar con él, a acompañarlo a seguir la corriente y que sirva de salvavidas cada que su mente y cuerpo no puedan más.

—¿Y eso qué tiene que ver con ser positivo o no? —Pregunté, un poco patético.

Alexandro entornó los ojos y se lamió el pulgar con el que antes me limpió.

Pensé en que, tal vez, estaba exasperándolo por no dejar que comiera a gusto con mi aura decaída.

—Que no necesita a alguien diciéndole que todo estará bien, Donovan Gael Lynx Zamora —la única que me había llamado por mi nombre completo había sido mi mamá, así que intenté comprender—. Necesita a su hermano menor, apoyándolo. No son tú y tus padres nadando, es él nadando.

—Deberías agradecerme —dijo Hayden una tarde, sentado en su cama de hospital.

—¿Por qué?

Le estaba ayudando con una maqueta desde la noche anterior y me dolía horrible la espalda. Ya habíamos bromeado que compartiría su título conmigo como agradecimiento.

—Porque, gracias a mí, pasas mucho tiempo con Alex —nos reímos al mismo tiempo—. No sé cómo puedes decir que no te gusta. Es muy guapo, atento y viene contigo siempre que puede... ¡Hasta le trajo gelatinas a Miguel! Ya se lo embolsó con eso.

Miguel era el "abuelo adoptivo" de mi hermano. Era un viejito un poco cascarrabias que siempre tenía historias de su niñez y adolescencia por contar. Todos los fines de semana priorizaba sus tardes con Hayden para ver o leer algo juntos.

—No lo sé... —Soné sarcástico—. ¿A lo mejor porque es heterosexual y no me gusta?

Lo hice carcajear tan fuerte que una enfermera tuvo que ir a callarlo.

—Son patéticos —resumió para sí mismo.

—¡Oye! —Exclamé, ofendido. No podía tratarme así mientras le hacía la tarea—. Te recuerdo que estoy haciéndote esta cochinada, Cabeza de Durazno. Puedo sentarme sobre ella y hacerte perder la mitad de tu calificación.

—Tampoco es como que tengas algo mejor que hacer, tomando en cuenta que tus proyectos no son nada más que presentaciones —atinó, encogiéndose de hombros.

Volvió a acomodarse de mala gana entre las mantas, cubriéndose del insoportable fresco nocturno de noviembre. Odiábamos esos climas en los que no sabíamos si taparnos o no, usar pijamas gruesos o no.

—Los dos son patéticos —se estiró para alcanzar su celular y poner algo de música bajita para ambientarnos—. Algún día se arrepentirán de huir, se cansarán de correr. Espero que no sea muy tarde cuando eso suceda.

—Nunca será tarde porque estoy bien —resalté. Había perdido la cuenta de las personas que me dieron ese sermón—. No me gusta, no le gusto, es heterosexual y somos amigos. No es difícil de comprender.

Estábamos llegando al final de otro semestre, mi quinto y su séptimo, y seguía sin querer darle la razón a ninguno de mis conocidos. No importaba cuánto me gustara o no Alexandro, no cuando me sentía con la responsabilidad de estar al pendiente de lo que necesitara la familia.

"Los amores vienen y se van", era lo que me repetía.

No obstante, algo que siempre me dejaba pensando cuando surgían discusiones como esas era ¿por qué metían a Alex? ¿Por qué él también sería patético? ¿Por qué sería tarde para los dos y no para mí? ¿Por qué todos daban por hecho cosas que él nunca nos había dicho? ¿Estaban guiándose por los estereotipos?

—Hay cosas, Don —siguió mi hermano—, que son más fáciles de ver desde afuera que desde dentro. Y, en caso de equivocarme, la conexión que tienes con él es algo que me gustaría que hallaras en la persona con la que compartirás el resto de tu vida.

—El amor se presenta en diferentes formas, Hayhay.

Se quejó.

Odiaba ese apodo.

—Entonces, ¿aceptas que hay amor entre ustedes? —Insistió, molestándome.

—Eso nunca lo negué.

No dudé.

Éramos mejores amigos, incluso si ese amor iba más allá de una simple amistad que surgió de la nada.

...

Acabé la maqueta unos minutos antes de tener a mis papás y al dueño de mis pensamientos en la habitación, listos para recoger las cosas regadas del día para no darle tanto trabajo a las enfermeras y a los doctores.

Todos hablamos acerca de lo hicimos en el día. Nos preguntamos cómo estaría el clima la mañana siguiente, si alguien oyó ruido en la recámara de Miguel, para saber si irnos a despedir o no, y debatimos cuándo sería la siguiente quimioterapia.

Alex era callado y se limitaba a oírnos la mayoría de las ocasiones. Le gustaba disfrutar de nuestra familiaridad, o eso nos dijo una vez.

Finalizamos cuando le lancé a mi hermano su viejo peluche de Hedwig.

—Hay un muchacho en la facultad... —Empezó mi amigo con torpeza.

Esa no era de las ocasiones en las que se quedaba callado, así que todos dejamos de hacer lo que estábamos haciendo y prestamos atención. Hayden estaba sentado, con su lechuza entre las piernas y la cabeza apoyada en un costado de mi abdomen.

Recuerdo la leve picazón del cabello creciente en su nuca y la piel de durazno en el resto de su cabeza, su risa por las cosquillas que le daba y sus manotazos al aire que intentaban darme para que me calmara.

—Creo que es guapo —completó.

Y cayó como agua fría.

Mi respiración quedó suspendida, incrédulo.

Alexandro decidió que ver a los ojos a Hayden era lo mejor. Le daba pena hacerlo con nuestros padres y, lo más seguro, sabía que yo habría querido vomitar con esa noticia.

Le costaba hablar tanto como a mí respirar.

Llevaba poco más de un año intentando controlar lo que sentía por él, intentando negarlo y evitar que creciera más de la cuenta, para no meterme en problemas. Para no quedar como un estúpido enamorado de su mejor amigo heterosexual.

Y, oh.

Tuvo razón cuando dijo que siempre encontraba la forma en la cual yo acababa siendo el protagonista de las buenas y las malas noticias.

Me avergoncé.

—Me invitó a salir —continuó—. Le dije que no soy gay.

—Es bueno que sepas decir que no —mamá no sabía qué aconsejar en esos temas.

Sentí el brazo de mi hermano rodear mi cintura. Un abrazo flojo, del que me hubiera quejado en otras circunstancias, de no ser porque, en realidad, necesitaba que alguien me recordara que yo también podía hablar.

Algo vibró entre nosotros, un "te lo dije" que me hizo fruncir la nariz.

—Y creo que me gusta alguien más —continuó, haciendo trabajar a mi cabeza a mil por hora.

El karma era una mierda, si es que eso era karma.

—Debe ser una muchacha muy afortunada —alenté. Las palabras pesaron más de lo que pensé—. Llevo conociéndote un tiempo y nunca me habías hablado de alguien que te atrajera. Casi pienso que eres arromántico, asexual o algo así.

Sonrió hacia mí. Sabía que no era el mejor hablando con etiquetas.

—Me gusta un hombre —corrigió, para mi sorpresa. Y luego—: O, bueno, ¿me llama la atención? Creo que podría gustarme. Es bonito y tonto, parece un cachorro. ¿Eso me vuelve bisexual?

Sus grandes ojos cafés estaban fijos en mí, y brillaban de esa forma que me encantaba. Tan linda, tan única y tortuosa, que sentía cómo me atravesaban y desnudaban con facilidad.

Tardé en darme cuenta del sonrojo en sus mejillas.

La razón detrás de ellas me incomodó y confundió.

Nos quedamos en silencio.

¿Era una confesión?

—¿Te gustan calvos?

Papá le dio un zape a mi hermano.

...

—Decidí dar el primer paso con él —me dijo más tarde.

Nos habíamos quedado a solas en el auto, esperando a que mis padres se despidieran porque esa noche mamá se quedaría en el hospital. Creíamos que era lo mejor, después de yo estar casi toda la semana pasada y de tener que madrugar para llegar a tiempo a clases.

La maqueta que ayudé a terminar estaba en el asiento del copiloto, afuera llovía y yo no podía ver nada más allá de la silueta a oscuras de Alex.

—Dejé la puerta abierta y lo invité a pasar cuando él decidiera hacerlo —agregó, tan poético como típico miembro de Distópicos.

Mi corazón vibraba. El templo que construí a su alrededor para protegerlo no dejaba de temblar, a punto de ser derrumbado y de convertirse en nada más que escombros.

El murmullo de una confesión discreta me hundió en la oscuridad de sus ojos, y me jaló a un hoyo negro del que no sabía cómo podría escapar.

—¿No crees que entrarán muchos ladrones dejándola abierta? —Sentía la garganta seca y la lengua pesada, casi torpe.

No quería que lo robaran.

No quería que me robaran su corazón.

Lo hice reír.

—El tiempo nos lo dirá. 

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