Capítulo 2: Mi arte
HIJOS DE LA NOCHE
HIJO DE UN RECUERDO
CAPÍTULO 2: MI ARTE
2017
Conocí a Alex a inicios de mi tercer semestre de universidad, medio año después de unirme al equipo de voleibol y de haber negado las invitaciones de Vanesa para que también lo hiciera al club de lectura. Pertenecía al departamento de Difusión Cultural, el encargado de dar a conocer las diferentes artes en nuestra facultad.
De hecho, primero la conocí a ella.
Vanesa Cruz (o Vanesita, como le decía para molestarla), fue la primera persona con la que hablé cuando recién entré, pues nos tocó trabajar en el mismo equipo durante los cursos propedéuticos. Su risa superaba la mía de lo fuerte que era, apoyaba al mismo equipo de futbol que papá y yo, y éramos originarios del mismo estado de la República.
—Me mudé antes de entrar a preparatoria para acostumbrarme —me explicó en uno de nuestros descansos—. Mi tía me dijo que tienen cierta preferencia por la gente que está en las escuelas bajo el nombre de la universidad, así que quería que el proceso de inscripción fuese más fácil. Claro, en ese entonces ni siquiera sabía que quería estudiar esto.
Yo hice lo mismo en mi último año de prepa, con la diferencia de hacerlo porque mi hermano ya estaba en proceso de inscripción y presentación del examen. Nuestros papás decidieron que nos mudáramos todos para que fuese sencillo y porque, a palabras suyas, había más oportunidades de trabajo en Montemayor.
Durante nuestro primer año, Vanesa me llevó a un recorrido por todos los museos de la ciudad y yo me encargué de siempre conseguir un boleto extra, cada que había partido de futbol en el estadio de la universidad, en Ciudad Universitaria.
"Recordar es vivir".
Hicimos de todo en aquel entonces. Nos metimos al gimnasio, quisimos emprender vendiendo galletas, participamos en actividades de Sociedad de Alumnos para darnos a conocer, y nos inscribimos en grupos de los departamentos que nos llamaron la atención: deportivo y cultural.
Fue en este último lugar donde sucedió, donde nuestros caminos se cruzaron o las estrellas y el destino influyeron para que nos encontráramos.
Difusión Cultural no era más que un pequeño espacio en el primer piso del edificio de Fotografía, uno que pasaba desapercibido por casi todos aquellos que no formaban parte de alguno de los clubes. Constaba de dos salones para las sesiones, oficinas para los muchachos que decidían hacer el servicio ahí, una bodeguita y una serie de pasillos que conectaba todo.
—Es mucho más triste de lo que imaginé —pensé en voz alta la primera vez que estuve ahí. No tenía mucho tiempo de haberse inaugurado, así que había poca gente inscrita—. Al menos no huele feo, como las oficinas de deportivo. Una vez estuve a punto de vomitarme en medio de una junta con el equipo.
Para tercer semestre, Vanesa subió de puesto a encargada de Distópicos, o el club de lectura, después de que la líder anterior tuviera que salirse por motivos de tiempos con sus prácticas. Desde esas últimas vacaciones de verano, no me había dejado tranquilo y, siempre que podía, sacaba el tema a la luz.
—Entraré a las sesiones y ayudaré en todo lo que necesites, pero no pienso leer —advertí, cuando fui incapaz de seguir negándome—. No esperes mucho. Sabes que mi prioridad será el voleibol y, si logro entrar y ajustar mis tiempos, el básquetbol.
Entusiasmada con eso, cerramos el trato. La razón detrás de su insistencia era muy obvia para mí: no había hombres en el club. Necesitaban un poquito de apoyo.
—No es tan malo como parece, de cualquier forma —me animó, encaminándome al salón donde haría la primera sesión—. A diferencia de otros, nosotros no nos presentamos con bailes o cosas así. Trabajamos detrás de bambalinas, si lo quieres ver así.
—Me siento como Chad de High School Musical cuando canta con Ryan —confesé, haciéndola carcajear—. ¿Segura que no necesitaré bailar y cantar?
—¿Por qué bailaríamos y cantaríamos? Nosotros leemos y escribimos, Don —acomodó unos cojines en el piso para los integrantes y se sentó con la espalda apoyada en la pared—. Somos quienes hacen la revista del departamento cada mes y participamos en concursos de escritura o declamación.
Reacomodé algunos de los cojines para que estuvieran en círculo y todos pudieran verse a la hora de sentarse. Tenía experiencia dirigiendo grupos pequeños, gracias al poco tiempo que alcancé a trabajar en Claveles Rojos, antes de mudarnos y cerrarlo.
—¿Qué gano yo con todo esto? —Suspiré como todo un dramático.
—Te ayudaré con tus tareas de Redacción Publicitaria —respondió.
Como se trataba de un chiste y no esperaba siquiera una respuesta, no me negué y acepté lo que me ofreció. No era el mejor haciendo las partes teóricas o creativas de los trabajos, siempre me gustó más organizar, analizar y exponer.
Cinco minutos antes de la hora de llegada, las veteranas llegaron en filita y cargadas con el montón de cosas típicas que pedían en la primera semana de clases. Estaban tan enfrascadas en su plática sobre las vacaciones que no se dieron cuenta de mi presencia, hasta que estuvieron sentadas.
—¿Tú eres el amigo que Miranda mencionó? —Preguntó una de ellas.
Negué.
No sabía si su nombre era Lizeth o Lizbeth, solo que la apodaban Liz y que sería la mano derecha de Vanesita. Llevaba unas botas altísimas y glamurosas, que seguro moría por usar para marcar tendencia y resaltar entre las demás alumnas, lentes con armazón finito y un delineado casi invisible.
—Tú debes de ser Donovan, entonces —acertó en esa ocasión—. Vane nos dijo por el grupo de WhatsApp que te unirías. Qué bueno, antes de ti y el amigo de Miri, no teníamos hombres.
—Ya no podremos hacer chistes de cómo todos los hombres son iguales —pensó en voz alta una pelirroja. Sonó más desanimada de lo que me hubiera gustado—. Ni modo, tocó quedarnos con la broma sobre que todos aquí somos LGBTQ+.
Entorné los ojos.
No era el más afín a los comentarios de ese tipo. Me hacían sentir incómodo e incomprendido, al no identificarme con la ideología de querer etiquetar a todos por lo que son o les gusta. Me gustaba la simpleza y, para mí, era más sencillo decir que cualquier ser vivo exigía respeto.
—Le gustan las personas —resumió por mí Vanesa.
—Qué padre —una segunda voz masculina nos hizo alzar la mirada—. Yo soy una persona.
Apoyado en el marco de la puerta, se encontraba un muchacho con las prendas más extravagantes que había visto en mi vida, ¡ni hablar del maquillaje! Y eso era mucho que decir, tomando en cuenta la grandísima cantidad de espectáculos que había visto montar a mamá desde que tenía memoria.
Usaba un leotardo, una falda con tul y unas botas negras con plataforma que me hicieron preguntarme cómo no se había torcido un tobillo.
—Lo siento por llegar tarde y luciendo así —empezó, mientras buscaba un lugar dónde sentarse. Lo hizo junto a mí—. Estaba en la prueba de vestuario para el musical de Alicia en el País de las Maravillas que presentaremos pronto en el Teatro Universitario.
Sabía que estaba mal juzgar y, sin embargo, me alivió saber que no solía salir así de su casa todos los días y que se debía a su otro taller. Era un poco demasiado para una primera impresión, incluso para los que estábamos en la Facultad de Comunicación.
—Pensé que eras de FAV —Facultad de Artes Visuales, los más alocados cuando se trataba de su imagen—. Con eso que aceptan a gente de diferentes partes...
No me di cuenta de cuándo dije eso, hasta que lo oí reír.
—Cuando acepté ser la Reina de Corazones tampoco imaginé que me pedirían esto —tranquilizó, suspirando. Ya de cerca, pude notar lo incómodo que estaba—. Lo que hace uno por el amor al arte. De haber sabido que usaría falda y leotardo, mejor aceptaba el protagónico y usaba el vestido de Alicia. Debe ser más cómodo.
Y luego, Liz hizo la pregunta que ni siquiera yo me atreví a hacer:
—¿No te cala ahí abajo?
El desconocido llevó el dedo índice a sus labios y pidió silencio, incapaz de decir lo que estaba pasándole por la cabeza por respeto a todos los demás.
Todas rieron.
Imaginarme vistiendo eso me hizo removerme en mi asiento, incómodo.
—Miranda es la encargada del área de vestuario, así que no creo que alcance a venir a la primera sesión —retomó la palabra, después de sonreírme un poco—. Me pidió que les mandara saludos y disculpas. No volverá a pasar.
Vanesa tomó eso como señal para dar comienzo a la primera reunión oficial del semestre de Distópicos. Sacó su laptop para mostrarnos una presentación, donde anotó el propósito del club, cuándo se creó, sus miembros de confianza y las actividades que habían hecho en el pasado, seguidas por las que haríamos.
Contradiciendo mis condiciones, creo que fui uno de los que prestó más atención.
—Aprovechando que no tenemos ningún evento por el cual necesitemos organizarnos pronto, ¿qué les parece si, antes de decirles cuál será nuestro primer libro, nos presentamos? —intentó integrarnos Vanesita, aun sabiendo cuánto odiaban presentarse sus chicas—. Empiezo yo, luego Liz y seguimos en ese orden.
Eso me dejó de penúltimo, con la posibilidad de ensayar en mi mente qué quería decir para evitar quedar como tonto. Ya decía mucho de mí al admitir que casi nunca leía novelas, a menos que me obligaran a hacerlo.
—Soy Donovan Lynx —comenté, cuando llegó mi turno—. Tengo diecinueve, estoy en tercer semestre de mercadotecnia y soy foráneo. Me uní porque Vane me insistió, así que aquí estoy... Aunque, siendo sincero, no leo mucho. Al menos no lo que leen ustedes. No conozco ninguno de los libros que dijeron hasta ahora...
—Que no lea autoayuda, que no lea autoayuda, que no lea autoayuda... —Susurró Alejandra, la pelirroja. Traía un vestido verde muy lindo.
—Soy más de ensayos, en realidad —eso le hizo hacer una mueca—. Ensayos e investigaciones... A veces mangas, por mi hermano mayor. Me hizo leer Haikyuu, ¿lo conocen?
—Lo odio —confesó otra, Marina. Su libro favorito era uno de Colleen Hoover y amaba las baladas—. Es aburridísimo. No sentí nada de evolución en los personajes y detesto al protagonista. Es insoportable.
Decidí guardarme mis comentarios porque, claro, la única razón por la cual me gustó fue el voleibol, mi poca experiencia en mangas y porque me lo recomendó Hayden.
—¿Qué clase de ensayos e investigaciones te gustan? —Preguntó el único otro chico. Ya había deducido que era Alex, por la breve descripción que dieron de él antes—. A mí me gustan los literarios. ¿Has leído a Ítalo Calvino?
Le dije que no.
—Soy más de científicos —eso le provocó una mueca a más de uno—. Quiero estudiar una maestría en neuromarketing o psicología, así que es lo que más he estado leyendo estos últimos meses. Siento que se uniría muy bien a la carrera.
—Qué nerd eres —exclamó la líder del club de lectura. Me ofendí un poco—. Y pensar que das la imagen de típico deportista preocupado por cuánta proteína echarle a su licuado —bromeó, dándome un empujoncito con su pie—. Sigue presentándote.
—Lo que digas, Vanesita —me di por bien servido cuando la vi fruncir el ceño, disgustada—. Mi hermano ama Harry Potter, así que sé que soy Slytherin.
—Te oyes más Ravenclaw...
—Estoy tratando de sorprenderlos, no se hagan ilusiones —avisé, haciéndolos reír—. Hayden, mi hermano, sí lo es. Tiene un montón de cosas de la saga... Ahora que lo pienso, él quedaría mejor en este club que yo.
La diferencia era que no lo veía en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Aun si no lo pareciera, era muy tranquilo. Sabía que se exasperaría con las personalidades, tan excéntricas y ruidosas, con la que muchas veces nosotros teníamos que lidiar. Más con la gente de Sociedad de Alumnos.
—Me uní nada más para ayudar y dar visibilidad masculina —no me sentía cómodo fingiendo—. No planeo leer... Ni ayudar en la revista. No soy bueno escribiendo.
Eso llamó la atención de las muchachas que se habían quedado calladas hasta ese momento, o que se habían entretenido en sus celulares.
—¿Cuál es el chiste de tenerte, en ese caso? —Preguntó Alex—. Literalmente no harás como la mitad de las cosas que se hacen en el grupo. No seas tan descarado.
—Con todo respeto, es una mamada —le dio la razón Liz—. Cuando nos ayudes en la Feria de Servicios para atraer a gente, no sabrás qué responder a las preguntas de los interesados. Ustedes están aquí nada más porque los invitaron.
Vanesa estrelló la palma de su mano con su frente y suspiró. No parecía haber contemplado que yo abriera mi gran boca.
—Perdón. No tengo tiempo porque estoy en el equipo de voleibol y planeo entrar al de básquetbol —intenté explicar por mi cuenta, al notar la visible expresión frustrada de mi amiga.
—Yo estoy en teatro musical, trabajo y no me ando quejando, eh... —Sentí un poco personal el ataque de Alex, en especial por su picardía—. Yo digo que lo hagamos leer, como mínimo.
Así fue cómo el trato que hice con Vane se fue al caño y terminé por aceptar leer.
Después de casi hacerme firmar un nuevo acuerdo, en donde me comprometía en hacer lo que me correspondía como integrante activo, fue el turno del último miembro.
—Soy Alexandro Leyton, pueden llamarme Alex —su apellido era casi tan extraño como el mío—. Tengo diecinueve, estoy en tercer semestre de mercadotecnia y soy de aquí. Me gusta las novelas ligeras y los clásicos, en especial los que me hacen pensar. Trabajo medio tiempo en la cafetería de una prima, así que casi no me verán por aquí.
Durante todo su pequeño discurso, me le quedé viendo con la esperanza de intimidarlo un poco, como venganza por tener participación en mi desgracia.
No lo logré, claro está, pues estaba acostumbrado a tener los ojos de los demás sobre él. En el escenario y en la vida cotidiana.
—Y, pese a saber que soy Hufflepuff y conocer de Harry Potter, soy más de Percy Jackson —lo único que sabía de esa saga era de lo horribles que eran sus películas como adaptaciones—. Espero que nos llevemos bien y nos hagamos amigos... ¡Y que vayan a una de las funciones del musical!
La alarma que puso Vanesa en su celular, antes de iniciar, nos avisó que la sesión había finalizado. Debíamos salir para que el siguiente grupo pudiera pasar. Seguían tres horas de ensayo de Ensamble Musical, estudiantes dedicados a la música en vivo.
—¡No alcancé a decirles el libro! —Exclamó ella, apurada—. Se los comunicaré por el grupo de avisos.
Me quedé a ayudar en recoger los cojines, como disculpas por el pequeño numerito que se armó por mi culpa.
—No nos fue tan mal, como imaginé después de oírte decir eso en voz alta —me calmó y dio una palmadita a mi espalda para animarme—. Y parece que les caíste bien a todos, ignorando eso. Sabía que podía contar contigo.
Nos detuvimos frente a su casillero. Necesitaba sacar un cambio de ropa cómodo, ya que le tocaría clase de danza urbana dentro de unos minutos. El espacio era tan pequeño que su mochila cabía a duras penas y podía ver sus tenis hechos bola casi al fondo.
—Por cierto, no sabía que Alex se uniría este semestre —siguió hablando—. El pasado no pudo por sus horarios. Lo siento por decirte que no teníamos hombres, no tenía idea.
Le di la espalda para que se cambiara. La mayoría de la gente se cambiaba de ropa como si nada en los pasillos, detrás de muebles o mantas, en vez de irse a cambiar a los baños que estaban subiendo las escaleras. Nunca comprendí si era por flojos o prácticos.
—¿Por qué me pides disculpas? —Me reí, sorprendido.
—Porque parece que te mentí para hacer que te inscribieras —obvió, usando un tono chistoso.
—¿Lo hiciste?
—Nop —sentí cómo casi se cae por intentar ponerse sus leggins deportivos.
—No me pidas disculpas en ese caso —minimicé, encogiéndome de hombros—. Lo que me preocupa ahora es cómo organizar mis tiempos para leer.
—¿Por qué no escuchas audiolibros mientras estás en el gimnasio? —Brindó la opción.
Al no hallar ninguna objeción, le di la razón y le prometí que haría eso.
Ambos nos sentamos en las escaleras y me acompañó a comer, mientras esperaba a que diera la hora para su siguiente clase. De los dos, si bien ambos hablábamos hasta por los codos muchas veces, ella me ganaba. Admiraba que tuviera tantos temas de conversación.
—Lo único que te pido es que, para la presentación oficial, no me empastes la cara con tanto maquillaje... —A unos cuantos metros, vimos a Alex discutiendo con Miranda sobre lo incómodo que fue usar su vestuario durante la reunión.
Ella carcajeaba tan fuerte que podíamos oírla hasta nuestro lugar.
—Se le veía lindo su disfraz —confesé, ignorando lo que Vane dijo antes.
Ella se giró hacia donde yo veía y, en silencio, contempló por unos segundos al curioso par. Casi parecían primos de lo parecidos que eran, con la diferencia que Miri era demasiado bajita.
Alex era casi tan alto como mi hermano, de piel morena, rizos casi tan oscuros como sus ojos y, ya viéndolo sin todo lo que traía encima antes, tenía un semblante relajado y amigable. Su mirada parecía la de un cachorro, brillante, divertida y profunda.
—Le dijiste que parecía de FAV... —Me recordó ella.
—No fue un insulto —reproché al instante.
La atención de mi amiga volvió a mí, al cabo de unos segundos.
—Notaste que te coqueteó antes de entrar, ¿no?
Su pregunta me desconcertó un poco, haciéndola reír.
—¡No puede ser! ¿No lo oíste? Cuando dije que te gustan las personas, él celebró y dijo que era una —rememoró la escena, como si fuera necesario—. No sé, para mí, mega te coqueteó.
—Lo único que hizo fue seguirte el juego, ¿qué tonterías estás diciendo? —Fue mi turno de reírme—. No andes inventando cosas, menos en esta facultad. Capaz y hay alguno del periódico interesado en los chismes y, por tu culpa, sale una historia que nada que ver.
—¡Fue coqueteo! —Y entonces, algo hizo clic en su cabeza—. E intentó molestarte con que él sí se hacía tiempo para leer, como para llamar tu atención.
—Esto no es un libro como los que lees —le recordé—. Controla tus hormonas.
Por mucho que haya intentado ignorarlo, Vanesa estaba lejos de darse por vencida con su loca idea y siguió insistiéndome siempre que podía sobre cómo, a su parecer, Alexandro me coqueteaba o de cómo nos veía potencial para ser una pareja. Nosotros no necesitábamos hacer nada más que existir cerca del otro para que ella encontrara una nueva razón para justificar su locura.
Era cierto que era lindo. En mi tiempo en la universidad, no había encontrado a alguien más atento a los detalles que él, ni con una sonrisa más encantadora que la suya o con las bromas más tontas que jamás hubiese oído.
Usaba ropa holgada, colores cálidos y andaba despeinado la mayor parte del tiempo. Mordía sus uñas cuando veía vídeos y se emocionaba por cosas simples, como descubrir que alguien más tenía el mismo modelo de celular que él.
Tenía esa belleza, esa chispa, que hacía mágico todo lo cotidiano con su simple presencia. Era como el olor de las flores en primavera, como andar descalzo por la orilla de la playa, el viento otoñal combinado con el aroma a tierra mojada y la calidez de una manta en invierno mientras tomas un chocolate caliente.
Algo en él me transmitía la paz que descubrí en las bibliotecas, el tierno ambiente que hallaba cada que hojeaba los volúmenes viejos de los libros que Vanesa me prestaba y la satisfacción de estirarme después de dormir por horas debajo de cientos de cobijas.
No hablábamos mucho, ni se quedaba más tiempo de lo necesario y yo mucho menos. Aun así, esa sensación estaba ahí.
Era agradable.
El club lo fue a apoyar, un mes después de iniciar las reuniones, tal y como prometieron que harían también cada que yo tuviera un partido. Inventaron porras para los dos y, cuando pasaba el staff de teatro musical, también para Miranda.
Así que ahí estaba yo, esperando afuera de la entrada a bastidores, con un ramo de flores que compramos entre todos para felicitarlo por su última función del día. Eran tulipanes de diferentes colores, yo los había escogido porque la florería quedaba más cerca de mi casa.
Había muchos padres de familia y amigos de los actores a mi alrededor, esperando con ansias el poder acercarse a felicitar a su estrellita. Me pregunté si por ahí estaban los papás de nuestro compañero, pues no veía a nadie que se pareciera a él.
Alex no tardó en salir. Llevaba su mochila llena de cosas, el maquillaje de su última escena y el termo azul en donde siempre llevaba té para calentar la garganta.
Pareció sorprenderse por encontrarme en medio de todo el gentío, cuando intentó atravesarlo y hablar lo mínimo con la gente concentrada en la entrada para no estorbar.
Era de noche, así que muy apenas fui capaz de percibir el sonroso de sus mejillas, una vez sus ojos se fijaron en el ramo que traía conmigo.
—¿Eres Romeo o algo así? —En su voz temblorosa y risa vibrante noté su nerviosismo.
No lo culpaba, yo tampoco sabía cómo actuar a la hora de dar flores. Nunca lo había hecho con alguien más en el pasado, a excepción de a mamá. Tenía pensado que Vanesa sería quien se las diera, ya que era la líder de Distópicos.
—Me mandaron a mí porque querían ir al baño y esperar a Miranda del otro lado del teatro —expliqué, en caso de ser necesario—. Te las compramos entre todos para felicitarte. Tiene tarjetita con dedicatoria y todo. Espero que te gusten.
Las tomó. Sonrió.
No lo abracé.
No parecía quererlo.
No éramos tan cercanos en aquel entonces.
Estaba bien, entendía que a la gente no le gustara ni siquiera cuando se conocían demasiado. Yo era de ese tipo, por eso lo único que hacía era darlos y no recibirlos. Hayden y yo ya habíamos discutido por eso muchas veces en el pasado, siempre acabando con risas por cómo yo reaccionaba como un témpano de hielo cuando me abrazaba sin motivo.
—Me gustan mucho los tulipanes —admitió.
—Lo pareces —respondí.
Me avergoncé. Mi boca fue más rápida que mi cabeza.
—Pareces un chico de tulipanes —aclaré, previniendo por si se malinterpretaba—. No sabía qué color te gustaba, así que compré de varios.
Salimos de la muchedumbre, esquivando a todo tipo de gente, y le señalé la banquita en donde les prometí a las muchachas que las esperaríamos. Teníamos pensado invitarlo a él y a Miri a cenar por su esfuerzo en la obra, pues la estuvieron ensayando desde el semestre anterior y durante vacaciones.
—Me gustan los blancos y los rojos. Son una combinación bonita —confesó. Le prometí que lo tomaría en cuenta para la próxima y pareció enternecido—. No esperaba que me estuvieras aquí. Es decir, sé que tenemos planes, pero no pensé que estarías esperando junto a las familias, amigos y parejas.
—¿No debería de haberlo hecho...?
Por un instante, me frustré con la idea de haber hecho algo que no le gustara. A lo mejor prefería estar unos minutos a solas, después de tanto tiempo estar rodeado de personas en los vestidores y de presentarse frente a otros cientos.
No sabía qué se hacía después de las obras y musicales.
—No es eso —tranquilizó casi al instante—. Solo no esperaba verte ahí. Es lindo. No suelo tener a nadie que me reciba cuando salgo. Mis amigos de clases siempre se quedan en la parte de enfrente cuando me vienen a ver y se van al poco rato.
—Oh.
Eso me hizo cambiar mi postura y sentarme erguido.
No esperaba sentirme satisfecho con algo así.
—Entonces ahora te esperaré aquí —avisé, orgulloso, y agregué—: Cuando te venga a ver.
Volvió a reír, esta vez más calmado.
Sus ojos brillaban bajo las lucecitas que rodeaban el tronco del viejo árbol detrás de nosotros, y su cabello, por primera vez desde que lo conocí, seguía igual de peinado después de varias horas.
—Lo hiciste muy bien —felicité, relajándome un poco—. De seguro a tus papás les encantó también.
Su ceño se frunció y negó casi al instante.
—Mis papás no vinieron a verme —aclaró, breve.
Su comentario me sorprendió un poco. Estaba acostumbrado a tener a los míos siempre que tuviera un partido, de acompañarlos a ver alguna presentación de Hayden o ir a participar en los eventos que organizaba mamá.
—¿No te gusta que vengan? —Había gente de todo tipo, después de todo.
—No les gusta que esté en este club —corrigió, encogiéndose de hombros—. No me molesta interpretar personajes femeninos o masculinos, pequeños o grandes papeles. Veo todo lo que obtengo como un reto, una forma de superar mis capacidades.
Pensé que era normal. Ningún artista quería quedarse estancado, ni siquiera yo con la alfarería, incluso si prefería los deportes. Era aburrido quedarse en la misma categoría mucho tiempo.
—A ellos no les gusta que me vista como mujer, mucho menos que interprete a una. Piensan que es un insulto a la creación de Dios —hice una mueca, al no saber que su familia era creyente—. No vienen, a menos que tenga un papel masculino, así que yo tampoco les comento mucho al respecto.
Mamá decía que el arte no debía medirse por distinciones tan banales, como la religión, la nacionalidad, el sexo o la orientación sexual. Alegaba con que, si así fuera, nos perderíamos de mucho y que la historia era marcada por el arte.
Alexandro continuó, como si estuviera cansado de esa mierda:
—Cuando lo hice por primera vez y les comenté, pensaron que era gay. Tuvimos una discusión horrible, ni te la intentes imaginar. Me ofendí, entre muchas otras emociones. No les correspondía etiquetarme por algo así, por la forma en que manifestaba mi arte.
Y, entonces:
—Lo peor es que todo fue en vano —carcajeó, cerrando los ojos—. Tantas discusiones al respecto para que sea heterosexual y no me crean en lo más mínimo. ¿Puedes creerlo?
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