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Hijo De La Luna.

Se dice que en el Edén originario, debajo del Árbol del Bien y del Mal, floreció un arbusto de rosas. Allí, junto a la primera rosa, nació un pájaro, de bello plumaje y un canto incomparable.

Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, cayó sobre el nido una chispa de la espada de fuego de un Querubín, y el pájaro ardió al instante...

Ha perdido ya la cuenta de los días y las noches, de las veces que ha renacido, de las mañanas a las que le ha cantado y las horas que ha pasado hablando con Selene, su única compañía, siempre a su lado cuando Helios se esconde tras las montañas al horizonte. No tiene nada que conocer puesto que ya lo ha visto todo, ha volado sobre cada montaña y dormido bajo la sombra de cada árbol. No puede saber más nada, porque tiene el conocimiento que le fue obsequiado, infinito como su inmortalidad. Ha conocido a tantos hombres, buenos y malos al pie de su árbol, les ha mostrado el camino del bien y la sabiduría, ha escuchado a cada uno de ellos, científicos, artistas, historiadores, hombres de fe y hombres que la han perdido.

Pero está cansado, de la monotonía, de la inmortalidad, de la sabiduría. Sólo, llora al pie de su nido, sus lágrimas que sanan, caen al suelo sin reparo, el Fénix se apaga, se siente morir y Selene le observa, alimentando uno de sus corceles blancos con gajos de manzana, sentada al filo de un árbol.

-¿Eres feliz?

El Fénix no sabe la respuesta.

Selene cabalgó un día entero, sin descanso para ella ni sus corseles, que tiraron con devoción y fuerza del carruaje blanco hasta el Olimpo, donde Zeus recibiría a la Luna.

Su único deseo, era poder ayudar al ave, que jamás pidió nada y siempre entregó su sabiduría y consejo a cualquier hombre que le cuestionara. Entregarle, de alguna manera, la felicidad que tanto anhelaba, aquella que le hacía falta en cada una de sus lágrimas curativas que caían de sus ojos al anochecer. Selene, su único testigo.

Zeus, tan sabio y justo como era, se negó a otorgarle la humanidad al Fénix, con la negativa de exponerlo al mundo y su maldad, de ser corrompida su alma y pensamiento con los placeres mundanos.

-¡Pero podría encontrar la felicidad en otro ser!

Sin embargo, había un costo...

A cambio de la humanidad para el Fénix, cada 500 años en su renacer, habría de olvidar a aquel que amara con todas sus fuerzas, la razón de su humanidad y felicidad prometida, fruto inmaculado del vientre de Selene: su primer hijo y quien habría de llevar de por vida, el costo de su existir.

El amanecer encontró su camino sin la guía del canto del Fénix. Helios, preocupado por este hecho, encargó el amanecer a Eos, su hermana, mientras bajaba en busca del ave, extendiendo la Aurora Eos en su esplendor, creando el amanecer más largo jamás existido. El cielo se pintó de rosado, naranja y amarillo mientras el astro Rey buscaba, en el árbol del Bien y el Mal, al poderoso Fénix.

Cuando llegó al recinto, lo que encontró fue un joven hombre desnudo de pecho, cubierto por una manta tejida de Cielo, dormido en brazos de Selene.

El vientre de su hermana ya era notable, embarazada desde su regreso del Olimpo y negada a dar explicaciones. La Luna acariciaba los cabellos rojos del hombre, velando su sueño con mirada preocupada.

-¿Quien es el hombre?

-El Fénix.

Helios le recriminó con la mirada a Selene la humanidad del ave más hermosa, la falta de su canto al alba y la aurora eterna sobre el cielo.

-Sufrirá, Selene, sufrirá por tu culpa.

Y la Luna acunó al Fénix entre sus brazos de plata, pidiéndole en susurros que despertara, porque debía conocer a su hijo...

Cuando despierta, ya es de noche.

Le pesa el cuerpo, siente frío, el miedo se alberga en su corazón y la incertidumbre nubla su razón. El manto que lo cubre es suave, ligero y tejido del cielo, no está en su nido, tampoco en el árbol.

El Fénix parpadea, acostumbrando sus ojos a la luz cegadora y blanca que hay alrededor de su ser. Se mira las manos, grandes, de nudillos fuertes. Su piel, ligeramente morena, suave al tacto y tan ardiente como lo fue su plumaje. Siente sus alas, contraídas a la espalda y el calor que de ellas emerge.

-Bienvenido... -le saluda Selene, acunando su ser en cuarto menguante.

-¿Selene? - el Fénix se aferra a la punta de la luna bajo sus pies. -¿Que es esto?

-Humanidad. - la Luna se mece, tranquilizando al muchacho de alas de fuego.

-Quiero verme. -El Fénix se cubre con las alas, solamente su cabello visible a Selene. -Quiero saber como soy.

Y la Luna le permite bajar del cielo, en vuelo rapaz sobre un estanque tan claro como calmo. Las estrellas asoman, curiosas de la flama en el cielo, admirando el reflejo de un hombre sobre el estanque. Sus rasgos, fuertes y definidos, ojos marrones y profundos, labios gruesos y nariz recta. Su cabello del rojo más brillante jamás visto, un cuerpo humano perfectamente definido y las majestuosas alas del Fénix a su espalda.

Cuando alza la vista, maravillado del reflejo y su nueva apariencia, la Luna le sonríe, orgullosa.

-SeokJin. -lo nombra Selene desde el cielo. -Tu nombre es SeokJin.

Nació en la noche más larga del año, cuando las estrellas decidieron cubrir a la Luna en parto, cuando el Sol y la Aurora dormían en espera del nacimiento del hijo de Selene.

SeokJin observa, revestido de la manta blanca de nube que cubre su desnudez desde la copa del Árbol. El cielo brilla y la Luna está llena, imponente en el cielo en su belleza de plata.

Selene le dijo que ese día, en Mayo, nacería su primogénito, enviado de Zeus al mundo para otorgarle felicidad al desdichado ser que tanto la anhelaba. Un hijo de la Luna, nacido de Zeus, destinado a ser la luz eterna del Fénix.

Cuando oscurece el cielo y las estrellas se apagan, SeokJin se aferra con fuerza a las ramas, pues se le advirtió no subir bajo ninguna circunstancia. El Fénix observa preocupado y cuenta los segundos en que todo es penumbra y miedo...

-¡Selene! - SeokJin grita con todas sus fuerzas, en esa voz ronca que le fue otorgada. -¡Selene!

Pero el cielo no responde.

Su respuesta, llega en forma del llanto de un recién nacido.

El cielo se ilumina en resplandor blanco, las estrellas brillan encantadas del nacimiento del hijo de la Luna, los lobos aullan a su madre en el cielo y los grillos le cantan la bienvenida al pequeño vástago de Selene.

El cielo se regocijó de la alegría del nacimiento y SeokJin durmió bajo la preciosa luz de la Luna, esperando conocer al hijo de quien tanto cuidó de él, cuando fuera de día y Selene pudiera bajar con su niño en brazos.

SeokJin abre los ojos, interrumpido su sueño por el toque de la Luna en su cabello y el gimotear de un bebé. El Fénix despierta sobresaltado y Selene le sonríe, tranquilizando a SeokJin. En sus brazos, cubierto por mantas de hilos de plata, descansa su recién nacido.

-SeokJin, quiero presentarte a JungKook.

-Puro, blanco...

-Digno. - completa la madre, su mano en la mejilla del Fénix. -Promete cuidar de mi hijo, SeokJin, ha nacido para ti.

SeokJin asiente, sus lágrimas cayendo sobre la mano de Selena que le limpia y susurra un gracias, depositando al bebé en brazos de Fénix.

Cuando SeokJin descubre el rostro del niño, la imagen del mismo cielo hecho hombre se plasma ante sus ojos. De piel tan blanca como la luz de luna, labios rosados, nariz pequeña y ojos hundidos, cerrados, su frente cubierta de los mechones blancos que nacen de su cabeza.

-JungKook... -SeokJin acerca un dedo a los puños cerrados del recién nacido y el bebé lo sujeta con fuerza, esbozando una sonrisa. -Bienvenido al mundo, JungKook...

Selene ha regresado al cielo a cubrir su lugar iluminando la noche cuando su hijo abre los ojos por primera vez frente al Fénix, y el cielo llora, cubre de su llanto al Fénix, Selene le pide perdón en silencio, por pagar en él, inocente, la cuota de su existir... Porque el Hijo de la Luna, es ciego.

JungKook creció para ser la estrella más brillante del cielo, en sus ojos azules se reflejaba de la forma más hermosa el brillo de su madre, en su sonrisa existía la cura del miedo y la tristeza del Fénix. El niño de apenas diez años, inquieto y travieso, le sacaba las risas más sinceras al Fénix cuando se escondía detrás de las montañas y el brillo de su ser lo delataba. Seguía durmiendo en cuna de su madre, menguando Selene para arrullar a su hijo, volaba en la espalda del Fénix y se bañaba en el estanque que vio por primera vez el rostro del Fénix.

SeokJin le cantaba al alba, sin falta ni prisa, despertando al pequeño de cabellos blancos que asomaba detrás de su madre, despertando siempre en el cálido cantar del Fénix, guiado por el sonido de su voz.

JungKook era ciego al mundo superficial, incapaz de ver el rostro de las personas, de su madre, el propio. Su entorno, la luna, las estrellas y el brillo en ellas era perfectamente visible al niño, el alma y sentimientos puros de su madre, el cálido resplandor del Fénix que lo cuidaba en el estanque, desde lo lejos, que lo llevaba a hablar con las flores en los montes, su sentir, el amor que le profesaba sin palabras.

Jamás pudo ver el rostro de aquel que contó en secreto a su madre, amaba con todas sus fuerzas. Tenía quince años cuando aquella confesión fue guardada en brazos de su madre, en la promesa de las estrellas de no contarle a nadie y una noche, que su madre brillaba llena en el cielo, JungKook pudo bajar a dormir por primera vez fuera del arrullo de la Luna, en el árbol, en brazos de SeokJin.

-¿Cómo puedes decir eso, pequeño, si nunca me has visto? - le pregunta entre sonrisas de tristeza el Fénix, acunando al muchacho vestido de cielo en brazos.

JungKook toca con sus manos, el rostro del Fénix y percibe en sus ojos azules, el aura que rodea su humanidad, percibe su tristeza y le duele en el pecho. Delinea la mandíbula y la nariz y se crea un retrato mental del rostro de su amado. Solo comprueba, como dijo momentos antes, que el Fénix es precioso.

-Porque veo lo que sientes... -JungKook coloca sus manos en el pecho ardiente del Fénix, las alas de SeokJin abrazando su cuerpo. -Y para mi eres precioso.

-Si tu supieras lo hermoso que eres, no dirías semejante locura... -SeokJin le acaricia los mechones de plata, delinea sus mejillas.

Y JungKook se esconde, ruborizado, en el pecho del Fénix, donde dormita cubierto del cálido abrazo de su amado.

-Se que vas a morir pronto... -JungKook susurra, sus dedos jugando en las clavículas del Fénix. -Se que vas a olvidarme...

SeokJin abraza más fuerte a su Luz y su Brillo, sujetando su pecho contra el propio. -Mañana debemos preocuparnos por eso, JungKook...

-Mañana es demasiado pronto. -el chico solloza sobre el pecho de SeokJin, sus palabras firmes. -No sabrás quien soy, ni lo que siento por ti.

-Si me lo dices tú, no podría olvidarlo nunca.

JungKook no conoce el mundo, criado en el cielo y las montañas, bañándose en el estanque y corriendo tras los rayos de Helios, despertando en el brillo de Eos y el canto de SeokJin, durmiendo en la cuna de su madre. No conoce otro amor que el de SeokJin y Selene, no sabe como expresar lo que sus ojos perciben en los ajenos y se inclina, tocando con sus labios de palabras mudas los del Fénix, transmitiendo en un roce lo que no es capaz de articular en letras. El amor de SeokJin es blanco, le besa los pómulos, los párpados, lo abraza en sus alas y aún desnudo, no tiene frío. Le susurra que lo ama, le promete que dejará de doler, le toma las manos y se ve rojo, se ve rosa, se ve blanco cuando se unen y estallan y JungKook brilla más fuerte que nunca, el Fénix arde de amor con el hijo de la Luna en brazos.

Cuando el Fénix ve llegar su final, construye un nido especial con ramas de roble y lo rellena con canela, nardos y mirra, en lo alto de una palmera. Allí se sitúa y, entonando la más sublime de sus melodías, expira. A los 3 días, de sus propias cenizas, surge un nuevo Fénix.

JungKook cuidó del nido fúnebre de quien le jurara amarlo eternamente en cuerpo y alma bajo el brillo de su madre, día tras día y noche tras noche, sin dormir ni correr, ni comer los jugosos frutos del bosque. Solamente velaba por el partir en paz de SeokJin y tres días después, del nacimiento del nuevo Fénix.

Lo primero que hace es tomarlo en brazos, a penas un polluelo de plumas rojas y ardientes que le canta al abrir los ojos y JungKook llora, porque puede ver a SeokJin en ese polluelo. Puede ver el rojo de su alma, el rosa de su corazón y el blanco de sus sentimientos, los destellos son iguales a los que vio la noche anterior en brazos de SeokJin y no se ha ido, porque ni siquiera Zeus puede hacer que olvide lo mucho que lo ama.

-Bienvenido, SeokJin...

Y las noches que haya luna llena

Será porque el niño esté de buenas

Y si el niño llora menguará la luna

Para hacerle una cuna...

Gracias a @Byun-Bacoon por permitirme adaptar su historia ♡

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