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Capítulo 6: Las burbujas y la serpiente infinita

HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 6: LAS BURBUJAS Y LA SERPIENTE INFINITA

Para finales de agosto, Aylan aceptó trabajar en "Claveles Rojos" como profesor auxiliar de baile. Los niños lo amaron al instante, encantados con su gracia al bailar y por la elegancia que transmitía en el más mínimo movimiento. Siendo honesto, me llegué a sentir un poco celoso porque no podía verlo bailar tantas horas seguidas, solo cuando ensayábamos la pieza que habíamos elegido (la cual tardamos en pulirla y coordinar, no en aprenderla).

Era una dicha verlo adueñarse del estudio, girando y dando piruetas, porque sus mejillas acababan rosadas y su cabello alborotado.

El calor incrementaba y ni siquiera las míseras lluvias dedicadas a la zona norte del país ayudaban a aligerarlo. La temperatura no bajaba de los 36°C, las casas sufrían de apagones por la cantidad de electricidad que se empleaba con los aires acondicionados y los afortunados pasaban horas en albercas o yendo a la playa más cercana, a dos o tres horas de Colombres. Por fortuna para mi familia, Donovan nunca volvió a olvidarse de pagar la luz y no tuvimos que sufrir, a menos que tuviéramos que ir a pie hacia algún lado o al tender la ropa.

Cuando mi cumpleaños veinticuatro estuvo a la vuelta de la esquina, decidí que lo pasaría en un parque acuático a las afueras de la ciudad con mi familia. Donovan me rogó para que invitara al líbero de su equipo junto a su novio, por lo que accedí siempre y cuando me diera dos regalos. Mamá también pensó que debíamos de invitar a los Ainsworth como agradecimiento oficial por aquella cena en "Los Encinos", por lo que creí que era buena idea. El invitarlos se convirtió en mi misión para el último día de agosto.

Aquel martes, mi tía organizó una comida al aire libre con todos sus trabajadores y su esposo para celebrar el haber terminado el proyecto de la cafetería, el cual fue un éxito. Preparó aguas frescas, su sabroso puré de papas, un jugoso brisket y un enorme pastel alemán de postre.

Hubiera sido una tarde muy agradable en la que tuve que hacer nada más que vestirme cómodo para trabajar en el centro artístico y degustar la deliciosa comida, si no fuera porque mis tíos comenzaron a discutir "bajito" detrás de mí y del resto de trabajadores.

—Polo, ¿por qué no compraste los platos desechables que te pedí para el postre? ¡Te los puse en la parte trasera de la lista!

Eran gritos ahogados y molestos, queriendo "no incomodarnos".

Misión fallida.

Sentí a dos de los empleados (Tomás y Luis) hundiéndose a cada costado mío y a Sofía, la secretaria, levantarse para fingir que iba a servirse más agua de tamarindo.

—¿Qué te cuesta leer? ¡Estaba bien claro!

—Pues se me olvidó, ¿bien? Me puse a buscar otras cosas que no estaban y se me reinició todo —en otra situación, me hubiera reído por la expresión. No lo hice por respeto.

—Ya quisiera yo que tuvieras un botón de reinicio —masculló mi tía, mandándolo a volar con un ademán—. No te puedo confiar nada porque no lo haces. Te digo algo y empiezas a gritar.

—¿¡Quién chingados grita!?

—¡Tú!

—¡Así hablo!

Cuando estuve a punto de levantarme, Lucas, el perro de mi primo segundo (el cual se mudó al centro del país), llegó meneando la cola hacia donde estábamos. Era un bonito labrador marrón, alegre y energético que hacía sonar la placa de su collar cada que corría.

Luis le dio un poco de su pedazo de brisket mientras yo acariciaba sus orejas.

—Me compadezco de ti por tener que convivir más tiempo con ellos y oírlos pelear —él me dijo, haciéndome reír. Luis era un hombre que debía de rondar por la edad de papá y se hacía cargo de algunos trabajos de carpintería en el taller—. Dante y yo nos hemos acostumbrado después de trabajar para ella casi toda la vida —hablaba de su mejor amigo, un señor moreno y con manos rasposas.

—Así como ustedes, ya me acostumbré. Es su forma de demostrarse amor o algo así —susurré, a lo cual rio junto a Tomás, quien oyó nuestro intercambio de palabras. Él era un practicante menor que yo—. Siempre he creído que los adultos después de los sesenta demuestran su cariño a gritos, ¿será normal?

—Yo creo que...

—¡Hey, Hayden! —La voz chillona de Sofía interrumpió a Tomás desde el otro extremo del jardín delantero de la casa, donde estaba la mesa de aguas frescas. La mujer llevaba unos shorts de cintura alta y una linda blusa blanca—. Creo que el chico bonito que vino por ti hace unos días está en la otra esquina.

—Oh, ¿cuál chico bonito? —El más joven se me quedó mirando con curiosidad y una sonrisa burlona mientras mis mejillas se acaloraban.

Desde que el menor de los Ainsworth comenzó a trabajar para mamá, pasaba por mí para irnos juntos a ensayar durante nuestra hora libre y, después, comenzar nuestras jornadas en el centro. Solía recogerme en mi casa; cuando comía con mi tía, cambiaba un poco su ruta (un poco mucho, ya que estaba a más de quince minutos caminando y, bajo el Sol para alguien que parecía sonrojarse con facilidad, debía ser una tortura).

A decir verdad, no tuve ni la menor idea de cómo logré salir de ahí. Fui el blanco de un montón de preguntas inesperadas por parte de los trabajadores, de los silbidos de otros y de las miradas confusas de mis tíos, de los que me logré despedir apenas dejaron de lado su discusión de los platos.

Por fortuna, logré salir vivo y antes de que Aylan pudiera contemplar todo.

Cerré la reja detrás de mí y me apuré en alcanzarlo para que no tuviera que ser visto más de la cuenta, ahorrando el posible escándalo planeado por parte de los presentes.

La noche anterior no recordaba haber soñado con él. Para ese punto del mes, comencé a creer que tener un "diario de sueños" sería una buena idea, el problema era mi pereza.

—Escuché que la secretaria dijo algo sobre mí —susurré un bajito "ay, no".

Aylan era un descarado cada que oía un cumplido hacia su persona y el hecho de haber escuchado a Sofía halagarlo significaba que me retaría con esos ojos brillantes y su típica sonrisa.

—Oyes muchas cosas —desvié el tema, apresurándome a tomar el atajo para llegar rápido al gran parque donde estaba el edificio de mi mamá.

—Es imposible no hacerlo cuando dicen que soy bonito.

No me esforcé en negarlo. Era de los muchachos más lindos que había visto, ¡y eso que en Montemayor logré toparme con una gran cantidad de chicos considerados guapos!

—Llegaste para salvarme —dije, a lo cual rio. No me sorprendería que se hubiera percatado de la discusión de mis tíos, tomando en cuenta su increíble oído. Hasta llegaba a sentirme sordo a su lado.

Llama, grita, si me necesitas —canturreó la canción de la caricatura "Kim Possible", cerrando sus ojos para mover la cabeza al ritmo de la melodía.

Si bien fue una broma, creí que, si lo llamaba, si gritaba su nombre o si lo necesitaba, estaría para mí. Tal vez porque yo también me imaginé acudiendo a su lado cada que él lo necesitara.

—No creo que sea buena idea...

Después de trabajar tres horas seguidas en nuestras respectivas áreas del centro, habíamos acabado con todos nuestros pendientes y ya era la hora de la cena. Todos los profesores estarían una hora más ahí porque tendrían una junta, por lo que mis papás no llegarían a casa hasta después y Donovan se encontraría con algún amigo, por lo que aproveché para preguntarle a Aylan si quería que le enseñara a preparar algún platillo básico que no fuese un aburrido sándwich o cereal... También quería algún pretexto para ver a la cara a los señores Ainsworth y así invitarlos a la reunión que tendría por mi cumpleaños.

Justo en ese momento, estábamos en la parte delantera del edificio, bajo la luz del alumbrado público. La Luna decoraba el cielo junto al brillo de las estrellas, hacía demasiado calor (ya no era ninguna novedad) y había muchos mosquitos y otros insectos. Nos daban mucho asco.

—No quiero quemar nada —a pesar de haber reído, su risa fue ausente y nerviosa. Me parecía que tenía un serio problema con hacer cosas nuevas, lo contrario a mí—. ¿Y si hago molestar a mis tíos? ¿O si rompo algo? —Sacudió las manos, exasperado.

—Confía en mí —palmeé su espalda. Yo no sabía que eso le molestaba porque era "lenguaje de amigos"—. Además, no te dejaré sin ayuda a un lado del aceite...

—¿¡Aceite!? —Sus ojos se abrieron tanto que pareció un dibujo animado. No tardó en darse cuenta de mi broma, así que me empujó y me salvé por poco de no pisar a un grillo que estaba cerca, haciéndonos gritar del asco apenas lo vimos—. Bien. Acepto porque no quiero estar más tiempo aquí. Siento escalofríos con los insectos... ¿Podemos pedir un taxi?

Pediré un taxi —corregí.

En definitiva, tampoco quería caminar si existía la posibilidad de ser atacados por una cucaracha, de toparnos con un enjambre de hormigas voladoras o que tener que pasar por un foco rodeado de palomillas.

Esperamos al auto en el mismo metro de la banqueta, como si no hubiera ningún otro lugar seguro, mirando como paranoicos a nuestro alrededor. Aylan los podía esquivar muy fácil y yo hacía mi mayor intento.

No sabíamos de dónde venía nuestro miedo a ellos, lo único bueno fue que acabamos riéndonos del otro cada que una polilla pasaba y terminábamos lloriqueando. Era patético ver a jóvenes en sus veintes actuando como niños pequeños por los bichos.

A los que no les temía eran los mosquitos. A esos los terminaba matando porque me parecían muy molestos, zumbaban mucho cerca de las orejas.

Deseé que todas las noches fuesen como aquella que pasamos la primera vez que bailamos juntos o cuando nos conocimos después del partido de Víctor y Donovan, sin molestas interrupciones de horribles bichos.

Llegamos muy rápido a la casa de los Ainsworth, estaba bien iluminada y parecía más silenciosa de lo que imaginé.

Era mi primera vez dentro. Su estructura interna era muy similar a la nuestra, la única diferencia eran sus colores vivaces, los cuales supuse que fueron idea de Víctor. Había un aroma a té de limón que provenía de pequeños difusores y decoraron algunas mesitas con pequeños ramos de flores y fotos de todos.

—¿Llegaste, Aylan? —Pasamos por el pasillo del recibidor que conectaba con la sala y la cocina para toparnos con la dueña de la voz. Era Iris, quien se estaba poniendo unos aretes y me miró con una sorpresa que, en ese momento, creí que era genuina—. Hayden, ¡qué gusto verte! Hace mucho no te veía en persona... Mm... ¿Cuánto ha sido? ¿Desde la cena? ¡Oh! Y he oído de ti por mi sobrino y tu mami.

—¿Hablas de mí? —Pregunté. Él se encogió de hombros, ocultando su sonrojo con un gesto de desinterés mientras se ponía en marcha a la escalera.

—Eres lo único interesante aquí —yo también lo consideraba como lo único interesante, hasta ese momento—. Espérame un poco. Quiero cambiarme de ropa para estar más cómodo y no manchar de más mi atuendo favorito para bailar.

—¿Manchar? —Iris se dirigió a mí con curiosidad. Era nuestra primera conversación privada, así que sentí un poco de pánico ante la idea de decir alguna cosa fuera de lugar.

—Le enseñaré a preparar algo de cenar —expliqué tras asentir. Ella formó un pequeño círculo con sus labios y asintió, sin parecer comprender del todo—. Estaba pensando en una tortilla española, ¿la conoce?

Sus ojos se iluminaron por un segundo y juré haber visto a su niña interior reflejada en ellos en ese momento.

—¡Claro que lo hago! Un amigo vivió en España.

Me pidió que hiciéramos lo suficiente para que todos pudieran probar y le expliqué que, en ese caso, usaríamos más ingredientes de lo esperado. Ella lo minimizó diciendo que no importaba porque acababa de ir al supermercado durante la mañana.

—Justo ahora voy de salida. Ethan pasará por mí porque debemos de hacer unas cosas y los demás muchachos salieron a una cita, ¡pero siéntete como en tu casa! Además, Crystal está en su habitación... Creo... Sí, sí está —habló tan rápido que apenas pude seguirle el hilo y se ató el cabello en una coleta—. No debe de tardar mucho, así que iré saliendo...

—En ese caso —yo igual me apuré en hablar, interrumpiéndola con algo de vergüenza. Aylan ya iba bajando—, me gustaría decirle algo antes.

Le conté del plan que teníamos para ese viernes, mi cumpleaños, a lo cual exclamó encantada.

—¡Estaremos ahí...! ¿En dónde dijiste que será?

—En el parque acuático "Splash!" que está a las afueras de la ciudad. Es muy fácil de llegar y, con el horrible calor que ha estado haciendo, me pareció una muy buena idea.

Miró a su sobrino unos segundos y volvió a sonreír cuando regresó sus ojos a mí, prometiendo que irían sin falta. Pareció un poco inquieta; sin embargo, no supe la razón.

—Me saludas al resto de tu familia, Hayden. Diles a tus papás que muchas gracias por cuidar a Aylan durante el trabajo —me dio un pequeño apretón de manos y salió, agregando que su pareja debía de estar esperándola ya.

Cuando me giré para ver a mi único compañero (porque Crystal no había bajado para saludar), tuve que ocultar la satisfacción que sentí al haber cumplido con mi tarea.

Yo era fiel creyente del destino y pensé que el haber entrelazado nuestros caminos fue obra de éste, que por eso congeniamos tan bien y todo parecía estar a nuestro favor... O, a lo mejor, quería justificar la comodidad que sentía cuando estaba con ellos. Con Aylan, en especial.

—No sabía que tu cumpleaños estaba tan próximo —llevaba su cabello oscuro en una pequeña coleta, unos pantalones más cómodos que los ajustados que llevaba antes y una camiseta sin mangas que dejaba a la vista los costados de su abdomen. Me dio una liga para el cabello, invitándome a recogérmelo igual que él—. Algo así dijo Donovan en la cena, creo... ¿Cumples este viernes, entonces? ¿Qué quieres que te regale?

—No es necesario que me regales algo —me reí cuando por fin acabé de peinarme—. Yo no te di nada.

—Porque no nos conocíamos —me recordó. Yo seguí sintiéndome incómodo al no gustarme la sensación de deberle algo a alguien—. Puedes darme algo el próximo año... O en navidad... ¿En año nuevo se acostumbra a dar regalos? También puede ser en San Valentín...

—Bien, bien. Ya entendí —me alegré al saber que contemplaba un futuro en nuestra relación—. Aun así, sigo opinando lo mismo; así que, si planeas hacerme un regalo, que no sea muy extravagante porque tendré que rechazarlo.

—¿Te gustan las flores? —Me preguntó mientras me mostraba el camino hacia la cocina.

—Sí —sonreí—. El nombre de mamá significa "clavel", por eso se llama así su centro; así que nos inculcó el amor por ellas, solo que a Donovan se le da mejor cuidarlas que a mí... ¡Ah! Creo que una vez dijo que, si hubiera sido niña, me hubiera puesto Dalia.

—En ese caso, puede que te dé dalias.

Su forma directa de admitir las cosas en algunas ocasiones causaba cierto cosquilleo y, sin mentir, me daba algo de emoción recibir flores de su parte. Nunca me habían dado algo así, a excepción de cuando me gradué.

Esa noche descubrí que Aylan Lars era un pésimo pelador de papas, que le revolvía el estómago el aroma del huevo y que no se dejaba vencer tan pronto porque seguía intentándolo por su cuenta mientras yo lo vigilaba a un lado para guiarlo en su aprendizaje; incluso él alegó que era el alumno y que yo no debía de hacer nada más que el ejemplo. También en algún punto creí haberlo visto cortarse un dedo, aunque pareció ser idea mía, pues apenas lo revisé no tenía ninguna gota de sangre.

—No puedo creer que lo haya hecho yo —admitió después de que corté el primer trozo de la tortilla. Estaba humeante y hasta pareció más apetitosa que la de papá. Cuando la probamos, confirmé que era mucho mejor que la de él o, quizá, era parte del gozo de haberle enseñado.

Poco después de una hora, Víctor y Ryuu llegaron a la casa con una enorme sonrisa. No cenaron con nosotros porque Vic necesitaba hacer una tarea antes de las doce; no obstante, se llevaron un pedazo para compartir en su habitación, al cual halagaron con asombro desde el balcón de las escaleras.

Aylan pareció un niño encantado por descubrir algo en lo que era bueno, cerrando sus ojos debido a su sonrisa e insistiéndome en que le enseñara algo más otro día.

Crystal bajó cuando comenzamos a lavar lo que usamos, dejando el resto de la tortilla cubierta para quien quisiera probarla (y para Iris). Llevaba unos pijamas de verano y el cabello despeinado como una estrella de rock.

Se acercó a saludarme con naturalidad y se sirvió un poco diciendo que Víctor había ido a despertarla para contarle que el menor de la familia al fin entró a la cocina para hacer algo que no fuese un simple sándwich.

—Un amigo le echa cebolla —susurró, adormilada. Supuse que hablaba del mismo que la señora Ainsworth mencionó—. Qué bueno que ustedes no lo hicieron. No entiendo el afán de ponerle cebolla a todo —acarició la cabeza de Lars y le sonrió. A diferencia de cuando cenamos todos en "Los Encinos", esa vez pareció sincero el gesto, por lo que supuse que ella construía una barrera cuando conocía a gente nueva y, una vez entraba en confianza, la dejaba de lado—. Bien hecho.

Aylan acabó cubierto de burbujas de jabón cuando, por accidente, se rascó el rostro con la mano que traía la esponja para platos. Se quejó porque se le metió al ojo y me reí durante gran parte de sus lloriqueos a la par que él parpadeaba para disminuir el ardor.

—No sabía que tenías un tatuaje —le dije una vez no sentamos en el sofá para esperar a que mi hermano llegara por mí. Ocultos bajo la tela de su camiseta, yacían unos trazos hechos con la clásica tinta negra.

—Eso es porque nunca me lo preguntaste —se removió apenas un poco la prenda, dejando visible el dibujo trazado en su piel. Era una serpiente que, a base de varias curvas con su cuerpo, mordía su cola. Lucía majestuosa—. Es un uróboro. Significa el ciclo que hay entre vivir, morir y reencarnar.

—Un proceso infinito —asentí. El tono oscuro resaltaba en lo pálido de su piel, la cual parecía tersa y suave.

—Qué listo —en esa ocasión, su sonrisa era sarcástica, salvaje y atractiva. Se volvió a acomodar su camiseta y se cubrió con un cojín—. Todos los Ainsworth tenemos el tatuaje; Crystal, no.

—Ojalá mi familia quisiera hacerse uno conmigo —suspiré, acomodándome bien a su lado. No me pregunté mucho acerca de por qué su familia tenía un tatuaje así—. Tal vez con Donovan podría hacerme uno. A papá le dan miedo las agujas y mamá es muy quejumbrosa.

—¿Tus tatuajes tienen un significado?

—Mm...

Lo pensé un poco más de lo esperado porque, en su mayoría, eran por estética y para reflejar mis gustos (frases de canciones, la secuencia de unos símbolos representativos de un álbum de mi grupo musical favorito y cosas referentes a mis animes preferidos). Alcé un poco la manga de mi camiseta para contemplar por mí mismo lo que tenía.

—Supongo que los únicos que tienen un significado es mi flor de nacimiento, la ballena y la fecha en la que me dijeron que vencí al cáncer.

—Es la primera vez que lo mencionas —fue lo único que dijo al verme encogerme de hombros. La idea de mamá contándoselo a la señora Iris había rondado por mi cabeza varias veces en el pasado y, a su vez, dudaba mucho que Lars no supiera de mi presentimiento—. ¿Qué significa la ballena?

—Es la ballena más solitaria del planeta —expliqué—. Su canto no puede ser escuchado por otras ballenas, así que no tiene compañeros y nada sola.

—La ballena 52 Hertz —comprendió, asintiendo.

Ante mi breve explicación, me contó la razón por la cual conocía esa información.

Resultó ser que la canción que ambos habíamos elegido podía considerarse como la segunda parte de otra de los mismos artistas, BTS, la cual se titulaba "Whalien 52". Ambas hablaban de alguien solitario que canta, esperando ser escuchado y con la esperanza de serlo alguna vez; sin embargo, él me dijo que "Blue and grey" (la elegida) le parecía más oscura y triste. Entonces, le pregunté que si se sentía como esa ballena y me regresó la pregunta.

No le supe responder y tampoco hubo tiempo porque Donovan llegó por mí.

Esa noche, volví a soñar con él.

Estábamos comiendo lo que restaba de la tortilla española y el resto de su familia platicaba entre ellos en la mesa, así que aproveché para admitirle que hubo veces en las que me sentí así, pero que en la actualidad creía que sí era escuchado.

Su sonrisa fue comprensiva y, tras acariciarme el brazo sobre la tela de mi pijama, dijo que él siempre me oiría; así que le aseguré que yo haría lo mismo. 

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