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Capítulo 4: Cena

HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 4: CENA

Apenas la electricidad se reestableció en casa, mamá nos ordenó que horneáramos algo como agradecimiento a los Ainsworth, que nos ducháramos y que nos arregláramos desde temprano para estar listos a tiempo; papá y Donovan decidieron hacer galletas de mantequilla y yo las decoré con algunos diseños sencillos que hallé en Internet.

El trabajo difícil fue buscar el atuendo perfecto para esa velada, porque la jefa de la casa (como en esas ocasiones preferíamos llamarle) nos rechazó más de tres conjuntos a cada uno, diciendo que unos eran demasiado informales y otros muy formales.

—Deberían de tener más delicadeza a la hora de vestirse —nos reprochó, dándose por vencida en algún punto.

No es que tuviéramos malos gustos, simplemente estaba nerviosa porque no sabía cómo iría la otra familia y no quería que desencajáramos con el ambiente; si íbamos muy casuales podríamos vernos desinteresados y si lo hacíamos elegante sería tan ambicioso que podríamos incomodarlos (sin mencionar que el aura del restaurante no era para tanto).

Al final, ella optó por un vestido cómodo y papá por una camisa que combinaba con el mismo; mi hermano decidió usar una camisa verde oliva, un pantalón oscuro y zapatos negros.

—Pareces uno de esos muchachos vagos de las películas juveniles de Hollywood —sentenció el menor de los cuatro cuando me vio bajar las escaleras con mi típico calzado, pantalones anchos sujetos al mismo y con una camisa informal sobre una camiseta negra—. Cabello revuelto, ropa holgada y esas malditas botas enormes... No sé cómo diablos caminas con ellas.

—He cubierto mis tatuajes, así que no pueden quejarse con que me descuidé —reproché en mi defensa, caminando hacia la puerta principal.

En casa, quedábamos nosotros dos, mientras que nuestros padres nos esperaban en el auto de mamá (no podíamos mancharnos el trasero yendo en la parte trasera de la camioneta, al parecer).

—Ay, por favor —utilizó un tono burlón y tiró de las mangas de mi camisa, deteniéndonos en el porche y haciendo que nuestra madre tocara el claxon—. Estamos en pleno siglo XXI y los tatuajes son tus únicos encantos físicos —no me ofendí porque sabía que era broma. Al menos yo me sentía muy cómodo con mi físico ordinario y algo atractivo—. Vamos a arremangar esto así... Y así... Ahí está —me arregló las mangas hasta los codos y palmeó mi espalda antes de caminar hacia el coche—. De todas formas, desatinado ya estás, a comparación nuestra.

—No es mi culpa que te pusieras la camisa que mamá te sacó porque te dio flojera buscar algo mejor —me defendí.

—Me rechazó cuatro conjuntos —resumió antes de subirse y desplazarse en los asientos traseros para hacerme lugar—. Era esto o no venir y quiero hablar con Víctor sobre nuestro partido. Ojalá me diga cómo se hizo ambidiestro a la hora de hacer saques y qué me recomienda.

—Practicar, practicar y practicar —papá dijo cuando la única mujer de la casa puso en marcha el vehículo—. Podría ayudarte recibiendo los balones durante mis días libres.

—¡Yo podría recogerlos! Me desespera demasiado cuando las canchas están llenas de ellos durante las prácticas —mi mamá también se ofreció, sin saber que antes hablábamos de su intensidad para escoger el conjunto perfecto.

—Igual quisiera hablar con él —mi hermano confesó tras haber agradecido por su ayuda. Les dijo que aceptaría siempre y cuando no le hicieran pasar un momento vergonzoso, como papá regañándolo y mamá regañando a papá por regañarlo a él.

Cuando llegamos a "Los Encinos," los Ainsworth apenas se estaban estacionando. Tenían una bonita camioneta negra, modelo del año anterior (según Donovan, porque el resto de la familia no tenía ni idea).

A diferencia del día anterior, y a pesar de haber tenido un sueño muy vago con Aylan de nuevo, en esa ocasión no me sentí tan inquieto. A lo mejor era porque iba acompañado del resto y eso me relajaba, pero, muy en mi interior, sabía que estaba algo emocionado. Tal vez era por todos ellos o porque vería a Aylan.

Una persona honesta no negaría nunca la belleza de alguien y yo era una de ellas (al menos la mayoría del tiempo), por lo que supuse que mi emoción era provocada por la posible atracción física que tenía por él. Me parecía una mezcla de misterio y ternura.

—¡Dianthus! —Exclamó la señora Iris, corriendo hacia mamá para rodearla con sus brazos. Vestía un lindo conjunto de blusa blanca con mangas hasta la mitad del antebrazo, una falda alta y larga que llegaba hasta debajo de las rodillas y zapatos de tacón negro; su pareja iba de los mismos colores—. Estoy muy feliz porque aceptaron venir. Ojalá la pasemos muy bien.

—Verás que sí —mamá sujetó sus manos una vez se separaron y sonrió con los labios cerrados. Pareció aliviada de no haber escogido nada demasiado extravagante—. ¡Tú debes de ser Crystal!

No me había dado cuenta de cuándo una mujer pelirroja había bajado de la camioneta, ignorando la mano de ayuda que le brindó Ethan. Iba tan guapa como Iris y con los labios tan rojos que me sorprendería si no se veían a unos metros a distancia.

—Hola, buenas noches —me dio la impresión de no querer estar con nosotros, más allá del propósito de complacer a su amiga—. Un gusto conocerlos, por fin. De haber sabido que estarían en el partido de Víctor, me habría esforzado por ir. No soy mucho de deporte, así que no tuve muchas ganas de asistir —rio. No me pareció del todo sincera, puesto que no me transmitió la misma aura que los Ainsworth—. Tú debes de ser Hayden —me sorprendí cuando extendió una mano hacia mí, por lo que tardé un poco en aceptarla—. Tienes un estilo... Encantador, sí.

—Vago de Hollywood —mi hermano repitió la broma con una risita baja. También saludó a la mujer una vez ella acertó su nombre, con mi padre pasó lo mismo.

Los últimos en bajar fueron los tres jóvenes, pues se habían detenido por la risa que les provocó no saberle mover a los asientos para que permitieran a Víctor salir de la parte trasera de la camioneta. El muy dramático actuaba como si estuviera hiperventilando muy cerca de la ventana que daba hacia nosotros e Ethan tuvo que llegar a su rescate.

Iris pidió disculpas por eso, ocultando la diversión de su rostro.

Vi a Aylan arreglarse el cabello en el reflejo de uno de los espejos laterales y luego le sonreí desde mi lugar cuando se dio cuenta de ello. Fue entonces que me encaminé al interior del restaurante, siguiendo al resto de las personas que iban entrando. Era acogedor, con un amueblado cómodo y olía a café recién hecho y pan horneado.

—Como somos muchos, separamos dos mesas; así que los chicos pueden sentarse en una y nosotros, los adultos, en otra —Iris lucía feliz por la tranquilidad existente entre todos—. Pueden pedir lo que quieran. Nosotros invitamos.

—Muchas gracias —escuché que papá fue quien tomó la palabra mientras que todos escogíamos asiento—. Mis hijos y yo hemos preparado estas galletas para ustedes como agradecimiento... Aun así, alguna vez deberíamos de repetir esto para regresarles el gesto como es debido.

Las mesas estaban en extremos opuestos de un mismo pasillo y nos podíamos dirigir a alguno del grupo ajeno con facilidad y sin molestar al resto de los clientes (los cuales eran muy pocos esa noche). En realidad, no nos interesaba mucho lo que hablaran ellos. Eran temas aburridos para muchachos de nuestra edad, pese a ya no ser adolescentes de preparatoria desde hacía años. Existían mejores cosas de las cuales hablar.

—Estoy muy feliz de poder verte afuera de la cancha, al fin —Víctor fue quien tomó la palabra una vez el mesero nos trajo a los cinco nuestros menús. Se dirigía a Donovan—. La noche del partido no tenía ni la menor idea de qué decir porque era muy incómodo tener a tanta gente mayor cerca.

—No te preocupes. A mí también me hace mucha ilusión conocerte —admitió, tal y como dijo cuando salíamos de casa—. Quería felicitarte por tus saques...

—Ay, no hablen de deportes tan temprano —reprochó la única muchacha entre nosotros, prediciendo que su pareja iba a comenzar a hablar tanto que ni siquiera ella podría seguirle el cuento—. Primero pidamos algo de tomar y charlemos de un tema general. Les recuerdo que hay tres personas en la mesa que no juegan voleibol.

—Chico atleta sin cerebro de Hollywood —me burlé ahora de mi hermano, continuando con su apodo estúpido.

Se sonrojó al haberme comprendido. Ambos nos sentamos juntos, mientras que Aylan escogió el lugar frente a mí, Ryuu a su lado y Víctor el extremo de la mesa que estaba a la izquierda de su pareja.

—Podemos hablar de nuestras edades y carreras —una vez pedí una limonada con agua mineral al mesero, mencioné un posible tema de conversación.

—¡Es buena idea! Después de todo, ya nos estabas espiando ayer —Aylan bromeó para hacer que la atención cayera en mí, en especial la de Donovan, el cual me miró con sus clásicos ojos de " me ofende muchísimo que no me lo hayas contado"—. Cumplí veintidós el dos de julio y estoy cursando mi último semestre en la licenciatura de danza contemporánea.

» El baile que me viste practicar es parte de un proyecto de verano para puntos extras; como nos mudamos hace poco más de un año, tardé un poquito en adaptarme.

Yo no pude pensar en nada más que en lo lindo que me pareció que usara el diminutivo de "poco".

—A mi hermano igual le gusta bailar, solo que él es más de hip-hop y jazz —Don dijo con emoción, ganando la curiosidad de Aylan, quien se enderezó bien en la silla tras haber pedido su bebida, un jugo de frutos rojos—. De hecho, mamá le pidió ayuda como profesor auxiliar durante algunas tardes en su centro de artes. Les recomiendo ir a echar un ojo. El lugar es muy bonito —susurró al final, asegurándose de no ser oído por mamá para que no lo regañara por haber tratado de seducir a los "vecinos".

—Es muy lindo que sea un negocio familiar —Ryuu confesó tras reír por su oferta—. A la tía —supusimos que así se refería a Iris de cariño— le gusta mucho pintar, Aylan baila y el tío Ethan toca varios instrumentos. El resto de la familia somos más de ciencia, leer y esas cosas. De hecho, yo acabé de estudiar psicología hace poco —aparentaba tener casi veinticinco.

—Yo estoy en mi último semestre de diseño de interiores, así que le estoy ayudando con abrir y decorar su propio consultorio. Lo abrirá con otra muchacha que se graduó el año pasado de la misma carrera —Víctor sujetó la mano de su pareja sobre la mesa y le sonrió—. Son demasiado estrictas, así que es muy probable que yo seré el primer paciente que vaya con alguna de ellas por estrés o ansiedad. En fin... —Suspiró, ganándose un suave empujoncito por parte de ella.

—Dicen por ahí que los psicólogos terminan siendo los más locos después —le di un codazo a mi hermano, el cual se quejó y pidió disculpas. Ella no pareció molesta por su chiste—. Yo me gradué hace poco de mercadotecnia y planeo centrarme en el campo editorial, pero ayudaré con clases de alfarería en "Claveles Rojos" y me concentraré en el equipo de voleibol.

» Hayden estudió arquitectura y se graduó hace... Eh... Si cumplirás veinticuatro... ¿Un año y medio, más o menos?

—¡Oh! Sí me dijiste algo así antes de irte ayer, ¿no? —Ryuu se dirigió a mí. Era la que más hablaba de ellos tres, pues los otros estaban mucho más interesados viendo qué pedir de comer. Yo lo había decidido casi desde que vi la imagen en el menú: chilaquiles verdes con mucho queso gratinado—. Ayudarás a tu tía en su trabajo.

—También hago más cosas —admití, sin querer sonar presumido. Si bien dejé de hacerlas debido al cáncer (por mis ánimos más que nada) quería irme recomponiendo y volver a ser el mismo de antes—. Como dijo Don, bailo y me gusta mucho dibujar, pintar y la música.

—Todo lo contrario de él —Víctor acertó entre risas, escaneando a mi hermano con la mirada—. Qué envidia que se lleven tan bien, siendo diferentes.

—Nosotros igual lo hacemos —Aylan se apuró a decir, ofendido y queriendo hacerse notar.

—Yo sé que quieres más a Ryuu que a mí, no te preocupes —sacudió su mano como signo de indiferencia y sirviendo como seña para que el mesero regresara para levantar las órdenes de todos—. ¿Qué son los boneless? —Preguntó una vez el hombre se fue. Don había pedido una orden con salsa búfalo.

—Es pollo preparado como las alitas, Víc —explicó la muchacha, arreglándose el cabello—. He oído que aquí saben muy bien...

La cena fue muy buena, tanto por la compañía como por la comida. Los temas iban y venían, algunas veces uno o dos se centraban más en comer y, en otras ocasiones, todos hablábamos con naturalidad.

Descubrí que la razón por la cual todos tenían acentos tan diferentes era porque provenían de distintas partes del mundo: Aylan de Alemania, Ryuu de Japón, los adultos de Inglaterra y Víctor era mitad mexicano y mitad argentino.

Mi hermano y yo no preguntamos las razones por las cuales estaban ahí, tomando en cuenta que la mayoría venía de países con una economía y política mejor (hasta donde sabíamos), ni tampoco por qué los hermanos eran de países diferentes; yo supuse que fueron adoptados.

De todas formas, Colombres era un pueblo demasiado pequeño para personas como ellos.

Alejandro y su prometida eran una pareja encantadora. Se molestaban entre ellos, solían mirarse con admiración cada que mencionaban un logro del otro y se demostraban gestos de cariño muy respetuosos para no incomodar al resto de los presentes; a lo poco que alcancé a conocerlos, podría compararlos con una versión más joven de Ethan e Iris, incluso de mis padres.

Crystal era un poco antipática y su aura desprendía seriedad, en especial en los momentos cursis de la pareja mayor de los Ainsworth. De cualquier forma, tuvo una chispa muy rápida en una conversación con mi papá, con el cual pudo hablar con fluidez sobre economía y de cómo el alcalde hacía un buen o mal trabajo.

—El jazz es divertido —Aylan dijo cuando el baile salió de nuevo como tema de conversación al haberlo invitado a hacer un dueto alguna vez y mencionar algunos géneros como opciones.

Él encargó unas tostadas. Eran enormes y tuvo que pedirle ayuda a Víctor y a Donovan para poder terminárselas. Justo en ese momento, tenía una mancha de crema en la nariz.

—Tú eres divertido —corregí, pues esa escena me provocó tanta risa y ternura que me vi en la necesidad de señalarle dónde se había manchado. Víctor también rio, alegando que siempre se molestaban con él por no tener cuidado al comer.

—Es que tú comes como un puerco a veces, amor. No te puedo invitar a comer alitas porque te manchas la camisa —Ryuu intervino, haciendo que el sonrojo avergonzado del menor de los Ainsworth pasara al otro.

—Donovan es igual también —volví a hablar, haciendo que éste soltara un quejido.

—Somos taaan soulmates —ambos jugadores de voleibol tomaron sus manos y pestañearon en dirección al otro.

—¿Acabas de guiñarme un ojo?

Pese a no ser capaz de verlo, la carcajada de Víctor y los tosidos de Ryuu y Aylan al borde del ahogamiento me hicieron entender que, en efecto, mi hermano intentó hacerlo.

—¡No sé guiñar un ojo, perdón! —Fingió lloriquear—; sin embargo, puedo guiñar dos. Mira —pestañeó una vez más y Víctor soltó una exclamación cargada de una falsa actuación.

—Creo que me has enamorado.

—Seremos enemigos en la cancha y amantes fuera de ella.

Sabía que tanto mamá como la señora Ainsworth estaban felices de ver que todo marchara muy bien en nuestra mesa. En algunas ocasiones, nos dirigíamos a ellos para que comprendieran las bromas que hacíamos o para saber con exactitud lo que pasó en alguna anécdota que contábamos.

Antes del postre, Aylan anunció que iría a caminar un poco para hacer espacio y, como los otros tres estaban muy ocupados hablando de una película, decidí acompañarlo para que no se fuera sin nadie. Aprovecharía para digerir la comida y compartir tiempo a solas con él.

—Lo peor de salir en estos meses es el calor —fue éste el que comenzó la plática una vez bajamos los escalones del restaurante para llegar a la banqueta—. No puedo vestirme bonito porque comienzo a desesperarme, como hoy.

Me arrepentí de no decir en voz alta que me parecía que se veía bonito en esa ocasión, con su camisa blanca fajada y unos pantalones negros que le acentuaban bien.

—Con este clima, lo último que importa es la moda.

—No parece que eso aplique en ti. Me gusta cómo te vistes —no me esperaba ese cumplido cuando acabábamos de comenzar a caminar—. Te ves como uno de esos chicos guapos que se halla uno en Pinterest.

—¿Me acabas de decir que soy guapo? —La pregunta salió sola. A decir verdad, creo que me había hecho sentir un poco tenso por su forma directa de ser.

—He dicho que te ves como uno de ellos, no que lo eres.

—Igual, acabas de decir que soy guapo.

—Bueno, tal vez lo he hecho... —Pareció pensarlo un poco mientras dábamos vuelta en la esquina. Rodearíamos la cuadra una o dos veces, pues (como dijo él) el clima era insoportable aún sin el Sol—. Sí, creo que lo he hecho, ¡pero no te hagas ideas raras! Ha sido un cumplido.

—Tú también lo eres —me obligué a mí mismo a decir lo que pensaba. Él sonrió hacia el frente—. Pareces una unión de muchas personalidades. ¿Versátil, tal vez? Eso te debe de ayudar mucho en el baile.

—Puedo ser sexi, lindo y adorable —no lo dudé ni un segundo—; así que, sí. Se podría decir que es de ayuda, aunque en estos momentos no la estoy pasando tan bien. Siento que el baile no me está llenando lo suficiente y esa sensación no me beneficia para nada en las expresiones faciales de mi proyecto.

—Tal vez te estás exigiendo demasiado —confesé—, al menos respecto al baile. No sé si tengas alguna otra inquietud —no dijo nada. No se lo reproché—. El tener que bailar por obligación puede ser una razón o el haber hecho la misma pieza tantas veces. Podrías intentar con un estilo diferente por unos días para distraerte.

—Me gusta el contemporáneo. Estoy cómodo con él, con las acrobacias, giros y todo lo que conlleva.

—No te digo que lo dejes para siempre, solo que despejes tu mente e intentes algo nuevo. Puedes tener más estilos de baile favoritos, como yo —alcé los hombros. No era la persona correcta para dar charlas motivacionales o algo así—. Hace un rato dijiste que el jazz es divertido.

—Pues... Sí, porque lo es —no parecía entender hacia donde quería llegar.

—¿Por qué no vas al centro de mi mamá? A los dos nos gusta el baile, así que podemos investigar en Internet algún otro estilo que te guste. Como no irás a clases como tal, busquemos una coreografía en YouTube con la que te sientas interesado y, ¡bum! Te olvidas un poco del proyecto —intenté explicar. Lo pensó un poco, escondiendo sus manos detrás de él—. Incluso puede seguir siendo contemporáneo. Lo diferente serían los pasos, la música.

—¿Y bailarías conmigo, sea o no jazz o hip-hop?

—Podría —accedí, pues no era ningún problema para mí y también sería de ayuda para que me fuera acostumbrando a explicar cosas a mis futuros alumnos—. No me gusta pasar por bloqueos creativos, tuve muchos estos últimos años —no preguntó la razón. Yo presentí que mamá tuvo que contarle a Iris en algún momento lo que viví y ella, a su vez, le dijo al resto de la familia Ainsworth—; así que quiero ayudarte para que no te quedes estancado tanto tiempo, como habría hecho yo sin Donovan.

—No sabría cómo pagártelo.

—Puedes invitarme el día en el que presentes tu proyecto, cuando recuperes tu chispa —Aylan tardó unos segundos antes de asentir—. Ayer lo hiciste muy bien, de cualquier forma. Te veías tan... —mágico. Me dio pena decirlo.

Verlo fue como un sueño, suave y dulce, picante y atrayente.

—Lo dijiste anoche.

—¿Qué? —Confundido, me giré para verlo.

Éste pareció palidecer más de lo que ya era por unos instantes.

—Quiero decir, Ryuu me lo dijo anoche —se corrigió—. Tú le habías dicho tu opinión y... Sí... Bueno, eso. Muchas gracias. Me hizo muy feliz —si bien sentí la honestidad de sus palabras, no supe cuán importante fue en verdad mi halago.

Le sonreí un poco confundido e ignoré esa sensación para continuar charlando por unos minutos más, hasta que Crystal salió a buscarnos para avisar que era hora de pedir el postre.

Esa noche compartimos un pequeño tiramisú. 

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