Capítulo 26: Ardiendo
HIJOS DE LA NOCHE
HIJO DE LA LUNA
CAPÍTULO 26: ARDIENDO
—A veces los cambios son buenos.
Era 06 de enero.
Mis padres aún no volvían y mi hermano y yo decidimos aceptar la invitación de Víctor para celebrar el día de los Reyes en casa de los Ainsworth con chocolate caliente y una rosca rellena con queso crema. A pesar de todos tener raíces de diferentes países, él era el alma festiva que se encargaba de animar a todos para participar; después de todo, México tenía una de las mejores culturas a su parecer.
En Colombres, incluso en invierno solía haber días calurosos (mucho, en especial las tardes); ese año no fue así. El mes comenzó más frío de lo esperado. El viento era helado, chocaba con fuerza contra los tejados y congelaba la nariz de cualquiera que no se cubriera bien el rostro.
Mamá y papá estuvieron peor al estar más al sur, aunque nosotros teníamos lo que ellos no: las curiosas criaturas que atacaban a los animales. Sus avistamientos se detuvieron desde inicios de año; sin embargo, todos seguían con la incertidumbre de si iban a volver a las andadas una vez acabara el frío.
—Todos lo hacen —Crystal me dijo.
Estábamos poniendo la mesa mientras esperábamos a que los Ainsworth volvieran de la panadería y el supermercado con las cosas que prometieron tener en la reunión.
Donovan también nos acompañaba en ese momento. Fue quien se hizo cargo de preparar un desayuno sencillo, así que estaba en la cocina.
—Las familias, las escuelas, las empresas, las personas por su propia cuenta... Se trata de evolucionar y alcanzar nuevos propósitos.
—¿Por qué me cuentas esto? —Quise saber.
Ella rio, suave y melancólica. Lo sentí como una despedida y, por alguna razón, me oprimió un poco el pecho.
—Quiero decir, no me molesta. Lo sabes, ¿no es verdad, tía?
La palabra brotó sola, como un chorro de agua.
Se me quedó mirando y noté un brillo peculiar en sus ojos.
Ya no estaba a la defensiva cuando nos encontrábamos juntos y no me intimidaba. Lo más seguro era que yo hubiese comenzado a sentirme mejor junto a ella por el tiempo que pasé las últimas semanas en su casa y que todo fueron ideas mías, como lo sospeché.
—La cosa es que... Es extraño.
—Quiero cambiar —me confesó.
No supe si eso me gustó o no.
Cambiar, en algunas ocasiones, no significaba hacer lo correcto.
Ella era buena tal y como solía ser.
—No pienso que sea lo mejor —su voz titubeó— y, a la vez, creo que debo hacerlo.
Deseé ser el tío Scorpius para ver más allá, contemplar su aura y comprender a lo que se refería.
Saboreé la atmósfera y esperé hallar algo que se encargara de eliminar cualquier rastro de preocupación de mí.
No hallé más que un sabor amargo.
—Si consideras que es lo correcto para ti, entonces hazlo —animé con el tono más neutro posible.
Mis manos comenzaron a sudar y mi garganta se secó y cerró casi por completo el paso de aire. Me sentía en el lugar de Ethan, dando consejos misteriosos y curiosos. Yo no era el segundo de nadie, no era la mano derecha de Iris.
Era Hayden, un muchacho que acabó conviviendo con un grupo de vampiros.
—Confío en tus decisiones. Eres mayor que yo por demasiados años. Eres lo suficiente madura para saber qué hacer.
—Puedo cometer errores —le dije que todos los cometíamos—. .
No mentí y asentí porque era cierto.
Mi sexto sentido casi nunca fallaba, así que confíe en él, aun si no estuviera seguro de lo que hablaba.
—No obstante, ya he cometido algunos en el pasado y uno más no manchará el expediente —se llevó la mano hasta una de sus clavículas e hizo presión ahí con el ceño fruncido.
Hasta ese momento me percaté que nunca la vi con un escote que permitiera ver esa zona. Justo en esa fecha, yacía cubierto con un vestido de invierno sobre una blusa con cuello de tortuga.
—Nadie se libra de cometer errores. Seguro que hasta su rey lo ha hecho.
—Tienes razón.
De lo que no tuve ni idea fue que ella se vio a sí misma como un error de Karlav por no ser la líder que él quería, por renunciar a cosas por un amor no correspondido y por sentir esa trágica oleada de celos e ira cada que recordaba ese detalle.
Crystal se vio a sí misma gris y verde con una pizca de rojo.
—Incluso con más de trescientos años, supongo que podemos cometerlos.
—¿Por qué haces énfasis en tu edad? —Me reí, tratando de alivianar el asunto.
El aroma a tocino y panqueques que Don cocinaba me llegó de golpe, como si hubiera perdido conocimiento de todo lo demás que me rodeaba por unos momentos.
—Creo que alguien como tú puede llegar a ser más maduro que alguien de nuestra edad, hasta más que los demonios más viejos —su risita me dio escalofríos—. Nosotros evolucionamos física y mentalmente cada cincuenta años. Scorps y tú no deben de tener una gran diferencia en su forma de pensar, por ejemplo. Él te lleva un año.
—Entonces una persona de quince es más inteligente que un demonio con la misma edad porque él seguiría siendo un bebé... —Hice cuentas en mi cabeza.
Crystal pareció divertida ante mi descubrimiento porque dejé la boca abierta por la impresión. Eso me dejó muy en claro por qué Aylan y yo logramos congeniar tan bien apenas nos vimos, aparte de los detalles místicos de ser destinados y compatibles en el clan Ainsworth.
—Es lo que te intentó decir Ryuu con tu duda de los embarazos —me recordó—. Por eso tener un bebé demonio se tiene que planear muy, muy bien. No cualquiera arriesga su estabilidad para tener a un niño llorón por más de cincuenta años.
Tuve que morder mi labio para no reír porque parecía querer llegar a un punto con todo esto.
—A lo que me refiero es que los humanos evolucionan rápido, son fugaces. Justo ahora, mi inteligencia mental es de alguien en sus treinta y que una persona en sus veinte, como tú, vea la vida como lo haces me hace sentir cohibida.
—¿Lo siento...?
—Soy joven, dentro de lo que cabe —continuó, minimizando mi disculpa con una sonrisa—. De cualquier forma, tú lo eres más. Tienes tanto y, a la vez, tan poco. Te tengo envidia.
Los Ainsworth.
Se refería a la familia Ainsworth.
Ella era una Lawson, la única Lawson.
—Tienes el valor de rechazar la mordida, la suerte tener a una pareja dispuesta a renunciar a la vida eterna por ti y el apoyo incondicional del resto porque eres de los suyos.
Me comencé a sentir un poco abochornado.
Me estaba reprochando cosas que se salían de mis manos.
—Tengo más de trescientos años y no he hecho nada de provecho...
—El que no tengas su apellido no quita que eres de la familia. Tú...
—Y estoy cansada —confesó, interrumpiéndome.
Sus ojos ardieron, anaranjados con destellos mínimos de rojo y miel, casi amarillo.
—Estoy cansada porque no tengo un clan, porque renuncié a la persona que amo para que sea feliz, porque no tuve el coraje de desvincularme de su familia para ser fuerte por mí misma, porque estoy celosa de un niño en sus veinte... Y eso necesita cambiar.
Mi mirada viajó de ella a la cocina, donde Donovan cocinaba.
Quise pedirle ayuda porque me sentí un poco inquieto al no saber qué hacer ante semejantes confesiones.
—Me dieron un único propósito y lo abandoné. ¿Y sabes qué es lo peor?
Apretó tan fuerte el borde de una silla que pensé que la rompería en cualquier momento. Los nudillos se le marcaron y fue algo aterrador.
—Tía...
—Lo peor es que ella nunca me lo pidió —susurró entre una risa triste e incrédula.
Tuve que tomar valor para acariciar su espalda, frotándola en círculos con la esperanza de ayudarla a relajarse. Cuando se giró a verme, anhelé no haberme topado nunca con esos ojos tristes, enojados y decepcionados consigo misma.
Se hundía en gris y azul y, con sus siguientes palabras, comenzó a ahogarme con ella.
—Nunca me obligó y hasta habló varias veces conmigo. Fueron mis decisiones las que me llevaron a esto.
—Errores, errores —susurré y la invité a un abrazo.
Extendí mis brazos y los aceptó sin dudarlo.
Hasta cierto punto, lo comprendí. Desde el día en el que me contó sobre los rangos y los clanes supe que la vida no era justa.
—Ellos te quieren en su clan. Eres familia —continué.
No dijo nada y yo no pude ver su rostro afligido porque lo ocultó en mi hombro. Podía sentir el aroma de su champú picándome la nariz.
—No sé qué más decir para tratar de calmarte —mi confesión fue patética.
—No digas nada —pareció reír o, al menos, se removió un poco entre mis brazos—. No me hagas sentir más patética, por favor. A veces, estar en silencio y en compañía de una persona es más que suficiente.
Quise preguntarle por qué me confió eso, por qué me mostró lo fragmentada que estaba, si apenas me conocía, a comparación del resto.
—Aylan dijo que dabas buenos abrazos.
Su mención me hizo sonreír y mi corazón pegó un brinco en mi pecho.
Azul y gris.
Todos éramos azul y gris, en algunas ocasiones.
—¿Sí?
—Ajá.
—¿Y está funcionando?
No dijo nada, por lo menos no por unos segundos.
—Cambiaré —susurró.
Su respiración me hizo cosquillas.
—Lo harás.
—Puedo estarme equivocando...
—Tal vez.
Confié en que haría lo correcto para todos.
—Encuéntrame —rogó—. Pase lo que pase, encuéntrame y perdóname.
Yo nunca comprendí las mierdas misteriosas de los vampiros, nunca la entendía a ella, pero se lo prometí.
¿Qué prometí? No supe.
Tampoco supe a lo que le alenté a hacer hasta tiempo después.
...
El desayuno que preparó mi hermano estuvo delicioso, calentito y empalagoso, perfecto para la época de Guadalupe-Reyes. La rosca de Reyes (o "el roscón de Reyes", como le llamó Víc) estaba recién hecha, suave y algo humeante; junto al chocolate caliente, mi parte favorita (aquella que parecía estar hecha de la parte superior de una concha) era dulcísima.
—Esta cosa sabe asquerosa —Aylan confesó.
A él le tocó una parte con frutos secos, por lo que se me quedó viendo con ojitos vidriosos cuando notó que yo obtuve una de las mejores partes del bollo.
Me convenció apenas comprendí lo que quería.
—Gracias, amor —Víctor produjo una queja de asco por el apodo cursi y Ryuu le dio un pisotón en nuestra defensa—. Lo siento.
Se rio cuando recordó que acordamos no usar sobrenombres así frente a la gente porque nos molestarían, en especial mi hermano (alias "el solterón") y Alejandro ("el solo-yo-puedo-ser-cursi-con-mi-chica-sin-verme-mal", resumido como "el ridículo" por su prometida).
Cuando Donovan salió con el tío Ethan y Víc para jugar voleibol, hablamos acerca de cómo y cuándo sería la renuncia a la vida eterna de Aylan y creímos que lo más viable sería después del festejo primaveral de "Claveles Rojos".
Él presentaría una solicitud para ver al rey (en una fecha donde hubiera una Superluna), iríamos a Anemoi y sucedería la magia. Yo lo cuidaría con sus efectos secundarios que, según, variaban en cada persona: baja o alta temperatura corporal, pesadez, dolores musculares y malestares relacionados.
—Si bien él quita la vida eterna, quienes nos puede matar con facilidad son nuestros propios líderes con su sangre —me contó mientras Ryuu e Iris se hacían cargo de levantar todo.
Estábamos sentados en el sofá, él con una pierna encima de las mías y con la espalda apoyada en el descansabrazo del mueble.
Me pareció verlo tan fantástico e intocable, como un modelo de revista.
—Pese a que hay otras maneras, es la más convincente porque es rápida.
—"Yo te di la vida eterna y yo puedo quitártela", ¿eh? —Él rio y asintió—. Entonces Karlav haría lo mismo con su sangre para matar a los líderes —volvió a asentir.
—Hay más maneras, degollar al contrincante es un ejemplo... Claro, hacerlo significa mucho problema y derramamiento de sangre. Qué asco —contradictorio para un vampiro, sí—. Al estar hechos a imagen y semejanza de los demonios, aplica lo mismo para los dos.
Mi diario rebosaba de papeles con anotaciones.
—Cuando vas ante Karlav lo que se busca es dejar la vida eterna y seguir viviendo como civil ordinario en el mundo humano; si vas con tu líder, es suicidio... O asesinato, como lo quieras ver.
—De todas maneras, reencarnan —pareció divertido por eso.
—En el caso de ser el líder, se infecta una daga de plata con su sangre y se debe de provocar un corte profundo con ella; en el del rey para los líderes, él bebe su sangre y para los civiles recita un ritual —me pareció menos sanguinario y horripilante eso último—. El proceso de degollación es, la mayoría de las ocasiones, usado para cuando habrá cambio de líder y segundo al mando. Es terrorífico tener que matar a alguien de tu familia.
—Aunque renuncies a la vida eterna seguirás siendo un Ainsworth, ¿verdad?
—Nadie te quitará el apellido de tu clan —Iris dijo desde la cocina, oyéndonos. Nunca me quejé de ser oídos la mayor parte del tiempo—. El clan es familia y la familia siempre está unida.
Ese día, Crystal salió mientras jugábamos juegos de mesa.
No volvió para la noche.
No respondió su teléfono, ni el llamado de la tía Iris a través de su lazo.
De pronto, dejó de sentirla, una luz se apagó y una agonía recorrió a los Ainsworth mediante sus conexiones.
Un frágil cristal se estrelló contra ellos.
Iris gritó entre dolida y aterrada, tan alto y agudo que Don y yo llegamos a escucharla desde la vieja casa, por lo que nos apuramos a salir para saber qué pasaba. Con pijamas y nuestros zapatos mal puestos, corrimos y corrimos por poco más de dos minutos.
Los cantos atormentados y descompuestos de un ave y una mujer resonaron en mi cabeza, aún sin lazos formales.
Corre, corre decía una voz te necesito, me duele, no sé qué hacer.
Yo solo dije Aylan, Aylan, Aylan.
El pájaro fénix emprendió el vuelo poco antes de nuestra llegada y comenzó la búsqueda de la desaparecida.
Cuando arribamos, hallamos a una mujer irreconocible por el dolor y en medio de un ataque de nervios.
Con el cabello pegado al rostro y cubierta por una bata vieja, Iris Lilium yacía desplomada en el césped del patio delantero, tirando con fuerza de él mientras su esposo la sujetaba entre sus brazos.
Ya no estaba la preciosa señora en sus treintas que todos estuvimos acostumbrados a ver.
Era una mujer llena de aflicción y pánico que se hundía en un mar azul y gris poco a poco, jalándonos con ella hasta sus profundidades.
Sentí el tirón y Donovan, quien no era un Ainsworth, también lo hizo.
Sin comprender del todo, fue directo a la pareja de jóvenes para rodearlos con sus brazos porque Víctor no podía sujetar con la fuerza requerida a Ryuu entre los suyos.
Agonizaban.
Iris los estaba matando de tristeza y culpa.
—Quiero cambiar —dijo.
—No pienso que sea lo mejor —dijo— y, a la vez, creo que debo hacerlo.
—Puedo cometer errores —dijo—. Esto puede ser un error; sin embargo, ya he cometido algunos en el pasado y uno más no manchará el expediente.
Ella me dijo, dijo y dijo y yo no entendí.
Yo la alenté y, tal vez, yo hice que pasara eso.
No.
Crystal ya estaba decidida.
Ya había tomado la decisión cuando me lo comentó, ¿no es así? Necesitaba convencerme con esa idea o acabaría asfixiándome también en azul y gris.
Ella también dijo que daba buenos abrazos, así que rodeé con mis brazos a Aylan cuando sus ojos se humedecieron. Lo sostuve con fuerza y lo arrullé de un lado a otro. Besé su frente, sus mejillas y su nariz.
Le prometí que todo estaría bien y deseé creerme a mí mismo.
—Quema —susurró—. Mi tía... Quema.
Y nosotros ardimos con ella.
Nos consumimos entre llamas y nos hicimos cenizas y humo.
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