Capítulo 2: La competencia por el cielo
HIJOS DE LA NOCHE
HIJO DE LA LUNA
CAPÍTULO 2: LA COMPETENCIA POR EL CIELO
—Es tu carpeta personal, Hayden —me dijo el doctor hacía un año, durante mi última cita en el hospital.
Ese día fue tan caluroso que el mismísimo Diablo se hubiera derretido, pero ahí adentro sentí que moriría congelado; no precisamente por lo frío que estaba, sino por la mirada tranquila y orgullosa del hombre frente a mí. Ni siquiera me esforcé en comprender por qué me vio con una sonrisa.
—Es una clase de expediente en donde se encuentra todo tu proceso contra el cáncer, desde tu diagnóstico hasta tu dada de alta —prosiguió con toda normalidad.
—Ya no lo necesito —dije. La garganta se me secó y las manos me comenzaron a sudar. En mi interior, hice un berrinche por no querer comprender lo que me explicaba el señor Perfecto (sí, tenía un curioso apellido)—. Lo dejé atrás.
A pesar de haber decidido ir sin nadie, mis padres y Donovan lograron colarse a la oficina y escuchaban todo desde detrás de mí.
Sentí las grandes manos de mi hermano apoyarse en mis hombros, pues me cegué por un sentimiento que no supe describir. ¿Decepción? ¿Molestia? ¿Confusión?
—Todo está bien.
—No he dicho que no lo esté —se apresuró a decir y golpeteó la tapa dura de la carpeta con sus largos dedos—. Esto te ayudará si te enfermas y necesitas ir al hospital o, en general, si te mudas lejos de tus padres... Tus doctores deben de saber tu historial, más ahora que planean mudarse.
Entrecerré los ojos cuando las luces comenzaron a ser demasiado brillantes para ellos. Al destino no le bastó haberme puesto contra una prueba difícil, como lo fue la leucemia, al parecer, ya que debería de llevar conmigo un montón de papeleo tan grande como una enciclopedia que ni de loco tocaría.
El cáncer se llevó mis ánimos durante los últimos años de la universidad, la quimioterapia me dejó tan cansado que me sentí como un inútil por no hacer nada de provecho durante días, ¿y tendría que seguir viviendo con él, no solo como experiencia, sino que también con un maldito expediente?
—Gracias por todo, doctor —la voz de mi madre me hizo tomar una buena bocanada de aire, la cual me ayudó a relajarme en esos momentos. Estar enojado no era lo mío, menos actuar de manera infantil frente a la gente.
La charla continuó unos minutos más hasta que salimos al pasillo, siendo mi padre el último y quien cerró la puerta tras nosotros. El viaje a casa esa tarde fue silencioso, pese a que nos detuvimos a comprar helado y algo de comida para celebrar; apenas llegamos decidí guardar aquella enorme carpeta en mi buró, del cual no pensaba sacarla nunca. La dejaría ahí, olvidada, hasta que tuviera cabeza para pensar.
Ese mismo verano fuimos a Colombres, como todos los años, para pasar unos días lejos de la gran ciudad y dejar a mamá. Era la primera vez que nos separaríamos. Tres hombres adultos estaríamos bien por unos meses sin ella; papá cocinaría y mi hermano me sumaría sus tareas de limpieza una vez se mudase también al acabar su último semestre en la universidad.
Esas últimas semanas estuvieron llenas de emociones, pues al comienzo de las vacaciones estuve muy animado por la última cita, luego frustrado y enojado por las noticias del historial médico y, justo en ese viaje, me percaté que no sentía nada más que emociones pasajeras. Cuando me quedaba quieto y sin compañía, pensaba que estaba vacío; podía mirar un punto fijo en la habitación durante largo tiempo, incluso olvidando parpadear en algunas ocasiones.
Sí, existía. Estaba vivo. Aun así, no lo sentía suficiente.
Ni la música, la pintura o fotografía me animaban.
Todo tenía un sabor diferente.
Fue inevitable pensar así, aun siendo algo egoísta e injusto por tener que sentirme agradecido. Había un montón de personas luchando contra el cáncer y con la esperanza de salir de esa guerra victoriosos y yo me concentraba en lo malo.
Una noche, tras haber matado a un mosquito en el muslo de mi hermano y que éste me empujara por lo duro que fui, le conté mi inconformidad.
—¿Alguna vez has pasado por ese periodo en el que todo te parece diferente y ordinario a la misma vez? —Comencé con esa pregunta. Nos dirigíamos a uno de los pocos restaurantes de la pequeña ciudad, pues era la última noche antes de dejar a mamá por la tarde del día siguiente. Como siempre, íbamos en la cabina y oíamos música con sus antiguos audífonos—. Siento que nada me satisface.
—Creo que a todos nos ha pasado —admitió con una risita—. Es decir, sé que no soy psicólogo, un excelente observador o alguien muy empático; de todas formas, lo sostengo —le miré cambiar la canción desde mi celular y yo apoyé la cabeza contra el cristal de la ventana que conectaba la cabina con el interior de la camioneta—. Pasé por algo así, meses después de enterarme que tenías cáncer. A diferencia tuya, yo sí hice todas las cosas de antes; no me percaté del vacío que tenía hasta que me puse un alto —recordé cuando dejó de ir al gimnasio y cambió sus largas rutinas solitarias por salir a trotar o nadar con sus amigos—. Diría que la compañía siempre sienta bien en estas situaciones, pero, como te digo, no soy psicólogo. Cada cabeza es un mundo diferente.
Me calmó diciendo que no me presionara y que podría hablar con él siempre que lo necesitara, a lo que agradecí con una sonrisa y volví a deslizar mi cabeza, esa vez hasta su hombro, sin anticipar que papá pasaría por una callejuela con pozos que parecían cráteres, lo cual nos hizo zarandearnos. Ambos reímos a causa de ello.
Antes de ser diagnosticado con leucemia, mi relación con él no sobrepasaba a la de unos hermanos ordinarios y, a lo mejor, ni siquiera lo parecíamos del todo porque cada uno tenía su propio mundo (el de las artes o el deportivo); no obstante, tras ese periodo, nos volvimos uña y mugre.
Comencé a adorar a Donovan y se volvió mi "lugar seguro".
Él me cuidaba cuando mis padres no lo hacían y yo me até a él como si fuera un salvavidas que no me dejaría hundir en un mar de dolores, penas y angustias. Me llevaba a pasear por ahí, iba a todas mis citas y a cada sesión de quimioterapia; cuando no tenía ánimos de levantarme de la cama, se acostaba conmigo todo el día o me hacía jugar juegos de mesa con sus amigos.
—Las canciones que pones son tan deprimentes —dije y pulsé varias veces la opción de "siguiente" hasta que sonó una que me llamó la atención.
—No es mi culpa que tengas esas en tu lista de canciones favoritas.
Él era el hermano menor, aunque muchas veces llegaba a quejarse porque parecíamos lo contrario. Donovan era más alto y robusto que papá y acariciaba mi cabello porque sabía que me gustaba (me mandaba a volar cuando trataba de hacerle los mismos mimos); yo no era un enclenque, solo más delgado y unos centímetros más bajo.
—Yo creo que te ocurre esto porque no aceptas que el cáncer es una etapa de tu vida —continuó con el tema anterior—. El enterarte que debes de tener contigo esa carpeta te sacó de tus casillas y no estabas preparado —guardé silencio durante unos segundos, pensando en que sus palabras tenían algo de verdad—. Entre más rápido aceptes eso, más fácil te será vivir.
—En vez de estudiar mercadotecnia, tuviste que haberlo hecho para psicólogo o de algo que sirva para dar charlas motivacionales —me burlé, cambiando un poco el rumbo de la conversación y huyendo.
Él sonrió, pues se percató; sin embargo, no retomó la charla.
No nos dimos cuenta de que, en el momento en que pasamos por una serie de casas en venta, un grupo de personas nuevas en la ciudad nos miraron con atención. Eran los Ainsworth buscando la residencia perfecta para mudarse, un año antes de yo haberlos conocido.
—¿Son ellos? —Murmuró Aylan, como si nosotros hubiéramos podido oírlos a algunos metros de distancia.
Iris asintió mientras sujetaba la mano de su pareja, un hombre de cabello oscuro y ojos del mismo tono.
—Te dije que esta vez estaba convencida —le recordó. Los otros dos muchachos salieron de la última casa que revisaron en compañía de una mujer pelirroja y del agente de ventas.
—¡Es preciosa! —Dijo la mayor—. Tiene un jardín enorme y las habitaciones son espaciosas.
—Me gusta más la otra casa que vimos —Víctor admitió, sujetando de la mano a Ryuu—. Tiene un precio accesible, buena localización y el señor González dijo que los vecinos más cercanos volverán dentro de poco... ¡Y la tía Iris dijo que tuvo un buen presentimiento cuando la vio!
La construcción que defendió era aquella que yacía a cinco minutos de la nuestra.
—Niño, ¿tú qué vas a saber? Deja estas cosas a los adultos —la pelirroja se apresuró a tomar la palabra de nuevo.
A pesar de sus quejas, se volvieron nuestros vecinos.
La calle Monterreal no era conocida por sus locales o seguridad, sino por ser la que más se conectaba con la naturaleza (y la que tenía los peores baches), pues estaba rodeada de una arboleada tan extensa que todos los habitantes decidieron apodarla como "el bosque de Colombres" (o "el Escondite del Lago Hurón Bravo", un cuerpo de agua artificial creado por la empresa más cercana a la ciudad). Los árboles se expandían tanto que habría sido como un patio enorme compartido por los vecinos, sino fuera por las cercas y rejas que limitaban sus terrenos; las residencias eran bonitas, espaciosas y con un precio razonable (o eso decían, yo nunca lo supe porque la nuestra perteneció a la familia desde antes de mi nacimiento).
La competencia se dividió en tres sets. En el primero, ganaron "los Cuervos"; en el segundo, "las Lechuzas"; durante la mitad del tercero, mi hermano tuvo que tomarse un breve descanso por sentirse agotado.
A decir verdad, lo admiraba mucho (deportivamente hablando); mi único ejercicio era el baile y, a veces, nadar. Donovan seguía apoyando a sus compañeros desde la banca junto a la mánager y otros chicos más, pues las estrategias habían cambiado un poco.
Nunca se confiaron y eso alentó al público.
Cuando lo volvieron a meter y el equipo contrario dio un punto más, estaban a una jugada de desempatar y ponerle fin. Víctor (el cual, por sorpresa, no fue nunca a la banca) fue quien sacó. El sonido de su mano chocando con la pelota y la velocidad de ésta nos puso la piel de gallina; si yo hubiera estado ahí, me habría dado un buen golpe.
Mis piernas se movían muy inquietas en mi asiento, las manos me sudaban y no pude evitar gritar de la emoción junto a mis padres cuando el líbero logró evitar que cayera, lanzándose por ella. El armador la colocó para uno de los bloqueadores y, con un buen remate, intentó hacerla pasar; si bien el intento fue bueno, muy apenas logró su objetivo debido a un bloqueo contrario.
—¡Un toque! —Gritó una lechuza al grado en el que creí que se lastimaría la garganta.
—¡Balón libre! —Se oyó el chillido de un par de personas cercanas a nosotros y, para ese punto, creo que papá se estaba comiendo las uñas de mamá después de haberse acabado las suyas.
Si así de tensos eran los partidos amistosos, no quise imaginarme cómo serían los oficiales.
Tras un pase y un remate, la pelota volvió al equipo de mi hermano. El bloqueador de antes tuvo que estirarse lo máximo que pudo para alcanzarla y evitar que cayera, haciéndola elevarse para que Donovan lograra cruzarla otra vez.
—¡Marco! —Víctor coreó a la par que otro más, refiriéndose a un integrante de la alineación delantera. El mencionado llevaba el número 3 en su uniforme, era el mejor rematando, medía lo mismo que Don y su salto era hermoso, le hacía lucir como si volara.
—¡Lo detendremos! —Casi me morí de nervios ahí mismo cuando escuché la voz de mi hermano menor antes de saltar junto a los otros dos que compartían su misma posición.
Era el primer bloqueo de tres jugadores que hacían esa noche al acercarse un pase recto, yo ya no tenía palomitas y quería comer algo para callar mis gritos. Era una jugada importante y decisiva para que él entrara al equipo principal.
—Dios mío. No quiero ver —oí el quejido de mi madre, comprendiendo su inquietud. Si fallaban de ritmo, si uno se adelantaba, perderían la que podría ser su última oportunidad de ganar.
El sonido del choque del balón contra sus brazos me robó un pequeño chillido y, unos segundos después, al fin rebotó contra la cancha de "las Lechuzas". La gente de las gradas gritó excitada por el gran partido cuando el silbato dio por finalizado el set, incluso los seguidores del equipo perdedor parecieron poder respirar después de semejante jugada.
—¡Eso, mierda! —Gritó un chico cercano a mí, estirándose lo suficiente para que chocara los puños con el líbero de "los Cuervos". Ante mi mirada, sonrió apenado y se le formó un hoyuelo—. Soy su novio.
—Soy su hermano —señalé a Donovan a lo lejos, cuando ambos grupos de aves se formaron para agradecer por el partido.
Me dijo que se llamaba Uriel y su pareja Javier. Pudimos intercambiar un par de palabras y nuestros números antes que yo fuese arrastrado por mis padres hacia la salida del gimnasio para felicitar a mi hermano, el cual se estaba despidiendo de otros chicos.
—¡He sido yo el de la idea del bloqueo! –Presumió con orgullo.
Los tres lo felicitamos, emocionados porque, después de tremenda jugada, estaba más que asegurado su puesto en el equipo principal. Días antes, nos contó que sería el último partido de un miembro y que por eso él adquiriría su lugar.
—¿Cómo se te ocurrió?
—¡Tremendos gritos que se echaban!
—¡Llegando hay que pedir pizza!
—¡Yo invito! —Se apuró a decir—. Se me ocurrió porque, hasta ese momento, habíamos hecho bloqueos amplios y dejábamos un lugar para que pudieran tirar. Fue más como psicología inversa... O algo así. Les hicimos pensar que seguiríamos con esa jugada hasta que, ¡bum! No se lo esperaban.
—¿Y el muchacho que recibió un pelotazo por el de cejas pobladas está bien? —Papá preguntó. Se refería a uno de "los Cuervos" que fue golpeado por la fuerza bruta de un saque de Víctor (para él, el "cejas pobladas").
—Le sangró un poco la nariz. El problema fue que se marea viendo sangre, por eso no siguió jugando —minimizó a la par que íbamos caminando hacia donde estaba la camioneta.
Contra nuestra idea de seguir hablando, nos sorprendimos al descubrir que la familia Ainsworth estaba parada justo a un lado de nuestro vehículo, charlando entre ellos hasta que nos vieron caminar hacia donde estaban.
—¡Dianthus! –Iris se dirigió a mi madre por su nombre, demostrando que esa única tarde que pasaron juntas parecieron hacerse buenas amigas, pese a la diferencia de edad. Su voz era dulce y cantarina. Llevaba un vestido veraniego de tirantes y el cabello recogido, muy similar a la ropa que usaba la otra muchacha que ahora iba de la mano de Víctor—. Lamento esperarlos justo aquí, es que creí que sería el momento perfecto para presentarnos todos, ¿no?
Mis ojos se detuvieron en el azabache con el que intercambié miradas antes de la competencia y, por primera vez en la noche, pude verlo con mayor atención. Tenía labios pomposos y rosados que brillaban bajo la luz del poste que estaba cerca nuestro, su nariz era pequeña y sus ojos se cerraban cuando sonreía (cosa que descubrí cuando notó que tenía la vista fija en él).
Sin percatarme, le devolví el gesto.
—Hola, Iris —saludó mi mamá, acercándose para abrazarla. La joven señora cerró los ojos por la cercanía, disfrutando del perfume hechizante y brazos cálidos de mamá—. Por supuesto que debemos. Déjame comienzo —eso fue señal para que mi hermano se parara firme a mi lado—. Éste es mi marido, Jackson Lynx; ellos son mis hijos, Hayden y Donovan, en orden. Yo soy Red Dianthus, pueden llamarme por cualquier nombre —nos presentó a todos frente a la familia ajena.
Todos saludamos con un leve asentimiento y palabras como "mucho gusto" y "hola".
¿Era normal estar ansioso por conocer gente nueva? Tal vez era porque estaba comenzando desde cero en esa ciudad... ¿O sería por ser amante del chisme?
—Él es mi pareja, Ethan Sayre. Ya te he hablado de él, es un hombre de pocas palabras —el mencionado se sonrojó, estirando la mano a nosotros cuatro para saludar. Yo me pregunté de dónde demonios venían y por qué tenían apellidos más extraños que el nuestro—. Ellos son Víctor Alejandro y Aylan Lars, mis sobrinos; y ella, Ryuunosuke, la prometida de Víctor.
En ese momento no lo supe porque estaba muy ocupado mirando a los tres chicos frente a mí para pensar en esas cosas, pero eran muy buenos inventando historias. Todos parecían ser de diferentes partes del mundo y tenían acentos distintos.
—Falta Crystal Lawson, mi mejor amiga. No vino esta noche.
—Oh. La misteriosa Crystal —mamá parecía saber de quién hablaba porque rio y se sujetó al brazo de papá. La conversación parecía más entre ellas dos y que el resto sobraba—. Espero conocerla pronto.
—A eso veníamos, siendo honestos —para sorpresa de Iris, su pareja fue la que habló. Le hizo sonreír enternecida y vi cómo entrelazaban sus manos—. Nos gustaría invitarlos a cenar en "Los Encinos" —el mejor restaurante que tenía la ciudad. Los otros eran más económicos y familiares— para conocernos mejor, ya que ustedes se han hecho amigas.
—Podría servirnos muy bien a todos. Nosotros buscamos comenzar desde cero y ustedes llevan poco tiempo aquí, ¿no? —Mi padre tomó la palabra, alentado al ver que el otro hombre hizo lo mismo.
Si bien el resto no participamos mucho en la conversación, cuando mi hermano se alejó un poco para hablar con el líbero de su equipo y su novio, noté que la otra pareja de jóvenes estaba hablando entre ellos mientras que mi interacción con Aylan no trascendió más allá de simples intercambios de miradas y las sencillas palabras de presentación que tuvimos.
—Podría ser el domingo por la noche, ¿a las siete les parece? Yo puedo hacer la reservación
Mientras los adultos hablaron y hablaron, yo solo quise descifrar el color de los bonitos ojos del muchacho frente a mí. ¿Capuchino expreso? ¿Caramelo? ¿Miel? ¿Eran los tres el mismo tono? Ni idea.
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