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Capítulo 15: Huir, esconder y evadir

HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 15: HUIR, ESCONDER Y EVADIR

Durante la tarde del 02 de noviembre, Aylan, Donovan y yo estuvimos encerrados en mi habitación, tratando de arreglarnos entre los tres para acompañar a mis padres al panteón.

Mi hermano fue el encargado de arreglarnos el cabello y yo tuve que recurrir a toda la paciencia que tenía acumulada para pasar quién sabe cuánto tiempo pintándoles la cara con el clásico diseño de calavera para un catrín, con blanco, negro y algunos toques azulados, verdes o rojizos. Aylan fue muy amable llevando pinturas extras.

—¿Víctor y el resto no irán a la kermés de la iglesia? —Quiso saber Don, siendo el primero en estar listo y, por ende, el más aburrido, porque el Ainsworth y yo nos habíamos entretenido charlando sobre cosas de "Claveles Rojos".

Llevaba un traje clásico y, a diferencia de nosotros, se puso un sombrero decorado con flores.

—Los he invitado, tal y como dijo Hayden, así que sí, supongo. Víc, aún si no se lo hubiéramos dicho, lo habría descubierto y nos habría arrastrado para ir a la fuerza —rio él. Le repliqué que no cerrara los ojos y me dio un beso con sensación cremosa por la pintura—. Mi tía lo habría hecho también. Lo más seguro es que llevará a rastras a Crystal, y a mi tío... Bueno, a él "a rastras" no. Él la complace mucho cuando la ve emocionada.

—Una pareja cero disfuncional, a comparación de otras que podemos encontrar por ahí. Qué envidia —mi hermano suspiró.

Nuestros padres tampoco eran de los que peleaban; de hecho, las veces eran contadas. Antes del cáncer, éramos una familia un poco dividida: por un lado, mi hermano y papá, y por el otro, mamá y yo; durante y después de la leucemia, nos hicimos más cercanos. Sin mencionar que siempre tuvimos algo que nos unía, el arte.

—Al menos no son como la del tío Polo y la tía Maggie —los tres carcajeamos y casi tiré el botecito que contenía la diamantina que le estaba aplicando a mi novio.

—Aunque no lo parezca, tienen mucho tiempo juntos. Creo que su secreto es la división de tareas y que no se la pasan pegados todo el día ... Ya saben, no se hostigan ni intentan hacer todo unidos —Aylan continuó con el otro tema con ninguna intención de ofendernos.

"Yo puedo bromear con eso porque son mis familiares; tú no porque no lo eres", decían por ahí.

—Cada uno por su lado —intenté darle la frase que creí perfecta para describirlos.

Él asintió y luego me ayudó en hacerme los toques finales del maquillaje. Los dos estuvimos listos después de eso.

—Nuestros papás también son así —proseguí—. Hasta hace unos años lograron conseguir el equilibrio perfecto para su relación. Ahora en Colombres, mamá trabaja en el centro y papá en su despacho... Bueno, él igual trabaja en "Claveles Rojos".

Lars completó mi frase diciendo que mi padre no pasaba la misma cantidad de horas que mamá en el edificio, pues era su trabajador.

—Ni sé por qué me interesa hablar de cosas románticas, si ni tengo pareja. Qué asco de vida —Donovan se percató. Guardó su teléfono en el bolsillo lateral de su pantalón y se puso de pie al vernos listos—. Si no encuentro a alguien que aprecie mi corazoncito me haré sacerdote.

Le recordé que él se dormía en misa y me ignoró por seguir hablando.

—Bajemos, de seguro nos están esperando desde hace rato. Estamos atrasados.

Nunca es tarde para amar.

Aylan le dio un golpecito en el pecho a mi hermano, escena que me hizo detenerme en un escalón durante unos segundos para procesar sus palabras, pues estaba muy seguro de haberlas oído antes en alguna parte.

¿En dónde pasó? ¿Fue en un sueño, en una conversación banal o en mi imaginación? Y si fuera la primera opción, ¿cómo demonios fue posible que dijera lo mismo? Peor aún, ¿cómo le diría que tengo sueños con él y su familia casi todas las noches sin sonar como un loco?

Confundido, él se giró hacia mí y dejó que mi hermano siguiera su camino por las escaleras, dejándonos atrás y en un incómodo silencio en el cual intercambiamos miradas consternadas, algo extraño entre nosotros.

—¿Está todo bien? —Quiso saber.

Subió los pocos escalones que nos separaban y puso su mano sobre la mía. Fue entonces cuando me percaté de lo acelerado que se encontraba mi pulso, como si hubiera corrido durante largo rato a través del bosque.

—¿Hayden?

Su voz fue lo suficiente firme para traerme de vuelta a la realidad.

Me aparté al instante y sonreí.

—Tuve un déjà vu, eso es todo —dije.

Vi cómo entreabrió sus labios, como si hubiera querido decir algo. Yo esperé cualquier cosa de su parte que sirviera para tranquilizarme; en cambio, los cerró casi al instante con una mueca.

Por primera vez, quise preguntarle si me ocultaba algo que yo tuviera que saber, pues no me gustaba sentirme confundido y, justo en ese momento y por una estúpida frase, ya no reconocía qué pláticas tuvimos y cuáles fueron producto de mis sueños o imaginación.

¿Y si estaba alucinando? Lo último que me faltaba era estar loco.

—Estoy bien, no te preocupes —continué, forzándome a seguir e ignorar la sensación intranquila que me carcomió.

Entrelacé nuestras manos y él sonrió no del todo convencido.

—Andando.

El cementerio estaba hasta el otro lado de la ciudad, en el "otro Colombres", como se le llamaba a esa zona porque era la más alejada, con pocas casas, baches parecidos a los de nuestra calle y en donde solía duplicarse la inseguridad durante las noches. Era un lugar casi desolado, rozando a las malas películas estadounidenses en las que pintaban a México con un filtro sepia.

El camino fue algo lento porque íbamos con cuidado; sin embargo, papá puso música típica de los noventa y mamá contó un par de historias acerca de nuestros abuelos y bisabuelos (más que por una tradición familiar, fue para introducir a Aylan a la familia). Su voz me sirvió para despejarme y convencerme que mi inquietud fue en vano y que todo fue un simple déjà vu por mis sueños.

A medio trayecto, me sentí como nuevo, así que me di la oportunidad de repasar (quizá por tercera vez) a mi novio, el cual lucía maravilloso. Vestía un traje color vino que le ajustaba en la cintura y el maquillaje que le hice quedó increíble, sin alardear.

(Quizá por tercera vez) le confesé que se veía muy lindo y que no podía dejar de mirarlo, y él (quizá por tercera vez) se burló de mí diciéndome que lo sabía y con una caricia en el dorso de mi mano se encargó de regresarme el cumplido.

—Sabía que mi ojo de mamá halcón no fallaba cuando presentí que ustedes tenían algo especial. ¡Lo confirmé el día en el que les ayudé con esos postres para los muchachos del taller! —Mamá estaba muy orgullosa y feliz de haber acertado en que Aylan y yo seríamos pareja, suposición de la cual yo nunca me enteré hasta ese día—. Las madres nunca se equivocan.

—Mi tía dijo lo mismo —admitió quien era el motivo de mi sonrojo, el cual acabó escondido entre las capas de pintura para la cara—. Tal vez por eso ustedes dos han sido buenas amigas. Tienen ojo de bruja.

—¿Verdad que sí? A lo mejor pondré un puesto para leer la fortuna con las líneas de las manos y cartas del Tarot —ella rio. A sus pies, estaban las bolsas llenas con todo lo que usaríamos: flores y veladoras para decorar las tumbas, algunas ofrendas y lo que nosotros comeríamos—. ¿Viste el altar de muertos de nuestra sala? Mi Jack-Jack lo decoró.

Papá rio un poco avergonzado por haber sido llamado con su apodo delante de alguien ajeno a nosotros, los Lynx Zamora.

—Creo que fue imposible que no lo haya visto —dijo con las orejas rojas, de hecho. Lo había puesto sobre una mesa de madera y lo decoró con las cosas que nos mandaron a comprar a mi hermano y a mí días antes—; no obstante, no es un altar hecho y derecho. Le faltan muchos elementos puesto que no tenemos espacio.

Le di la razón. ¿En dónde pondríamos un arco con flores? ¿O un altar de varios niveles? La intención era lo que contaba, o eso pensábamos.

Cuando llegamos al camposanto, había varias familias distribuidas en grupitos y otras personas más que iban solas o en pareja. Daba un poco de lástima saber cómo era la vida para todos: a veces estás y en otras te vas, tan efímera.

Ya habían pasado más de diez años desde que fallecieron nuestros familiares. Los que se sintieron un poco más apagados fueron papá y mamá; mi hermano y yo, si bien conocimos a todos esos muertos en vida y tuvimos excelentes recuerdos con ellos, no establecimos un lazo tan especial, al menos no para llorar. De hecho, ni siquiera nuestros padres lloraban para ese entonces; no hacían nada más que tener semblantes tristes.

—Verlos a ustedes me hace desear haber tenido una mejor relación con mi familia —Aylan rompió el silencio que se estableció apenas llegamos a la respectiva área que visitaríamos.

Las tumbas estaban justo a un lado de una que tenía grabado "Ismael Hernández, gran amigo, padre e hijo", la cual siempre lució olvidada. Donovan desde pequeño le ponía una flor y una veladora.

—Me refiero a mis padres y a mi hermano mayor —nadie preguntó nada porque no pareció querer hablar de ellos, sino de nosotros—. Supieron seguir adelante, pese a las dificultades, y siguen todos juntos.

—Tú eres bienvenido a nuestra familia —Aylan rio ante las palabras tan amables de mi madre y aceptó el apretón de hombros que le dio mientras papá y yo encendíamos las veladoras—. Bueno, ¿quién tiene hambre? Traje pan de muerto relleno de nata, de chocolate y el clásico... ¡Ah! Y algo de café en termos.

Todos buscamos un lugar cercano donde sentarnos para poder pasar la siguiente hora de visita ahí. Donovan y mamá se sentaron en una banca algo despintada, mientras que los tres sobrantes nos sentamos en el suelo.

—¿Es cierto que tiene cenizas el pan? Víctor dijo algo así... —Mi hermano carcajeó ante la pregunta y le guiñó un ojo (a decir verdad, fueron los dos porque seguía sin saber cómo hacerlo con uno).

Mi novio pareció un poco disgustado ante la idea de estarse comiendo su pan con un toque de muerto; a pesar de ello, siguió degustándolo junto a largos tragos de café. A todos nos divirtió un poco ver sus expresiones.

En el momento en que nos fuimos de regreso al auto, le expliqué que no era cierto lo de las cenizas y él se molestó un poco, dándome un empujón por no haberle dicho antes. No era mi culpa que se creyera todo lo que le decía su primo.

Al atardecer, llegamos a la zona donde vivíamos, la central. Por las calles había muchos niños y jóvenes maquillados igual que nosotros o mucho más producidos.

Ahí fue donde Aylan descubrió que también existían las catrinas (las cuales, irónicamente, eran más conocidas que su versión masculina). Estaba encantado con las representaciones de Frida Kahlo que nos topamos y los largos vestidos con sombreros extravagantes que usaban algunas mujeres, sin contar que se decepcionó un poco al notar que eran ellas las cuales llevaban muchos más colores en su maquillaje.

En ese momento, le pedí disculpas por no haberle ofrecido una gama más extensa de color, pues tuve que haberlo presentido: él era más que una simple combinación de tres o cuatro tonos.

Mamá lo alentó diciéndole que el próximo año podría hacerse algo mejor en el rostro.

—¿Es falta de respeto si uso vestido? —Me susurró cuando papá encontró el lugar perfecto para estacionar el coche. Ellos se reunirían con mis tíos y Donovan con "los Cuervos", así que Aylan y yo estaríamos a casi nada de tener la cita que le prometí la noche de Halloween—. Es que son muy bonitos...

—La verdad, no tengo ni la menor idea —confesé, alzando mis hombros—. La próxima vez usa lo que quieras, de todos modos. De seguro te verás lindo con un vestido rojo o negro —eran los colores más comunes.

—Oh —rio y me tomó de la mano—. ¿Me dices cosas bonitas porque sabes que me hacen feliz o porque te nace hacerlo?

—Las dos cosas —bromeé antes de descubrir que la consistencia cremosa de sus labios ya se había secado desde el último beso.

Repetí el gesto una vez más antes de despedirnos de mi familia, pues teníamos que buscar a los Ainsworth para saludarlos y luego, por fin, poder curiosear por ahí.

—¿Tienes una idea de cómo lucen? —Pregunté—. Hay un montón de gente.

Cuando llegamos a la calle cerrada por la kermés, nos detuvimos en una esquina para ver la foto que Ethan le mandó a Aylan minutos antes de llegar para que los distinguiéramos. Identifiqué a Iris como María Félix y a Víctor como Pedro Infante, por lo que supuse que el resto de los miembros estaban caracterizados de otros personajes de la historia o entretenimiento mexicano.

—Oh —solté al ver que eran cinco personas, no cuatro como imaginé—. También vino Crystal, entonces. Parece que Víctor y Ryuu sí la lograron convencer.

» Bien, busquémoslos ya. De seguro los hallaremos gracias al atuendo de tu tía.

Iris se había puesto un vestido precioso, aún más de lo que pude haber imaginado. En general, su estilo al vestir era increíble y sofisticado.

—Por cierto, ¿tienen un armario a Narnia o cómo tienen tanta ropa? —Bromeé.

Me explicó que era ropa que iban comprando a lo largo de sus viajes por el mundo, robándome cualquier posibilidad de preguntarle algo más.

Colombres, a veces, era una ciudad contradictoria. No festejaba "el Grito" por la inseguridad y sí el Día de Muertos porque la iglesia lo organizaba; pocos salían a prender fuegos artificiales porque les daba miedo confundirlos con balazos y, sin embargo, muchos salían a medianoche a la iglesia para pasar el año nuevo ahí, como si existiera una clase de protección mística que los salvara de las balas perdidas.

Tampoco era como si toda la población fuese religiosa (algunos fingían para la aprobación social y sentir que sus malas actitudes eran perdonadas). ¡De cualquier forma, eso no eliminaba la hipocresía!

Mi familia no era muy creyente. La única razón por la cual íbamos a misa era porque la situación lo ameritaba, como una boda o celebraciones parecidas. Yo siempre alegué que la gente más "falsa" se podía encontrar en las "casas de Dios", al menos la que ronda entre los quince y treinta años.

La kermés, tal y como la imaginé, estaba llena de niños y sus padres, con juegos de feria y comida mexicana en pequeños puestos. Todo olía tan delicioso que, si no fuera porque debíamos de encontrar a la familia Ainsworth, yo me habría puesto a buscar algo de comer; no obstante, Aylan también pareció más atraído por los platillos porque no tardó nada en tirar de mí hasta uno de los señores que ofrecían sopes y tostadas.

—Te llenarás de nuevo con crema —comenté, burlón.

—¡No es mi culpa! —Reprochó como respuesta—. Las tostadas con mucha crema son lo mejor que he probado desde que llegamos... ¡Y la salsa verde les da un toque especial de acidez, sin llegar a lo picante!

Cuando nos sentamos a comer nuestros pedidos, por obra del destino, descubrimos que a un par de mesas de donde estábamos yacían las personas que "estuvimos buscando". Ryuu parecía a punto de llorar por comer del elote preparado de Víctor porque tenía del "chile que sí pica", Crystal e Iris compartían un pozole e Ethan se estaba peleando en silencio con el queso de una enorme tlayuda (o eso creí que era porque no solían ser comunes en Colombres).

—¡Al fin los encontramos! —Ryuu estaba manchada de chile y queso cuando nos vio—. La tía Crystal —un lindo apodo— dijo que los iría a buscar apenas terminara de comer... Ya es el segundo plato que se sirve con la tía Iris, así que la daba por perdida.

—Gracias por delatarnos —se quejó una de ellas, un tanto ofendida.

No supe en qué persona Crystal se basó para su atuendo. Tuvo que ser una actriz o alguna mujer relacionada a la farándula porque su maquillaje era precioso y el atuendo le hacía sobresalir.

—De todas formas, qué bueno que ya estén aquí —dudé en si fue sincera porque, como de costumbre, sentí un ambiente pesado cuando sus ojos se posaron en mí—. ¡Qué guapos se ven! Aylan, te ves adorable —quería mucho a esos tres.

—¡Bah! —Ethan exclamó. Muy pocas veces lo había oído hablar, al menos dirigiéndose hacia mí, casi siempre estaba callado o en compañía de papá—. No se entretengan con nosotros, váyanse a pasar el rato por ahí. Está muy bonita la noche y, por el clima, no creo que haya insectos.

Con una sonrisa, nos despedimos y nos fuimos a comer a otra de las mesas disponibles. Era de plástico rojo y con el logotipo de Coca-Cola. Nos quitamos los sacos y los dejamos sobre una silla disponible; ignorando el hecho de si el clima era más agradable que el de los meses anteriores, seguía haciendo calor para alguien vestido con tantas capas de ropa, como lo estuvimos nosotros.

Le conté de algunas vacaciones de verano en Colombres, de cómo íbamos durante las fechas cívicas (cuando nos daban días libres en la universidad y en los trabajos de mis padres) y que a esa celebración dejamos de asistir al habernos mudado a Montemayor porque "una cosa era ir a visitar a nuestros difuntos y otra muy diferente perder el tiempo", según mamá. Cuando Aylan se acabó su segunda tostada, anunció que iría a ver si había algún puesto de aguas frescas y me ordenó que me quedara ahí para que no nos robaran el lugar.

Pasaron dos, tres e incluso cinco minutos, y no regresaba; ocho, nueve y a los diez comencé a preocuparme porque en un comienzo justifiqué su tardanza con que había demasiada gente o que no mintió al decir que iría a todos los puestos.

Le mandé un mensaje y no obtuve respuesta.

Fue hasta los trece minutos de su ida que decidí pararme para buscarlo con la mirada y a los quince me encaminé hacia donde estaba el resto de su familia, contándoles la situación.

Un poco inquietos, se pusieron de pie, olvidándose de la comida y de la plática que tenían para ponernos a buscarlo.

Si bien nos dividimos para realizar la tarea más rápido, me sentí como si fuera el único exasperado cuando Iris me pidió que respirara, pues, según ella, tal vez estuviéramos exagerando y él estaría por ahí, jugando o perdido entre el mar de gente. Iris podía decir eso porque no conocía tan bien como yo la inseguridad de la ciudad.

Ni siquiera los policías eran de confianza, en algunas ocasiones.

Decidí detenerme a tomar aire cuando la gran cantidad de personas comenzó a asfixiarme y me pregunté en dónde estaría yo si fuera Aylan.

Una corazonada hizo que mi vista se detuvo en la parte trasera de los puestos, justo donde mi cerebro me dijo que no tenía sentido que se encontrara.

Atrás de los sitios de comida y algunas carpas de juegos, lejos del ruido y la música, fui capaz de escuchar voces en uno de los callejones más cercanos y el taconeo apresurado de alguien corriendo en dirección contraria de donde yo estaba. Mi paso se aceleró.

—¿Acaso no sabes respetar?

—¡Bájame, imbécil!

Eran forcejeos, así que por instinto llevé la mano hacia donde tenía guardado mi celular, en caso de ser una emergencia.

Cuando fui capaz de distinguir, creí que de verdad era una porque sí, justo ahí se encontraba Aylan, pero siendo él quien alzaba con aparente facilidad a un tipo más alto que él y que no conocía.

—¡Aylan!

Mi voz se oyó a la par de una femenina, la de Iris.

Ella llegó al mismo tiempo que yo y presenció la escena, solo que del lado opuesto del callejón. Estaba con Ethan y sus ojos brillaban y no de una manera metafórica, sino que en realidad brillaban en diferentes tonos de anaranjado y rojo escarlata respectivamente.

Los adultos atravesaron el callejón, caminando en dirección al par que se encontraba en medio de un enfrentamiento. El desconocido gritó para que yo hiciera algo para ayudarlo, siendo el único que lucía normal. Yo, por mi parte, no supe qué hacer aparte de presionar con fuerza mi celular, sintiendo los adornos de la carcasa marcándose en la palma de mi mano, lastimándome y diciéndome que no era un sueño ni alucinación.

La respiración se me quedó estancada en mis pulmones y mantuve los ojos bien abiertos, en shock.

Cuando el rostro de Lars se giró hacia mí, contemplé, aún con estupor, cómo sus ojos también adquirieron un tono anaranjado, similares a los de su tío. Su expresión se suavizó apenas me miró, sin soltar al tipo que sostenía. No lo hizo hasta que Iris se lo ordenó con un tono de voz fuerte y firme.

Fue el último grito del tipo seguido de un chasquido de hueso lo que me hizo reaccionar.

Parpadeé, recuperé mi color natural y tomé una gran bocanada de aire, procesando muy apenas lo que ocurría.

Comencé a caminar de reversa al instante en que mi (aparente) novio me llamó, pronunciando mi nombre de una manera tan lastimera y lenta que casi caigo en su juego.

Casi porque hui.

Hui tan pronto mis piernas me lo permitieron.

Corrí y corrí, aún después de que comenzaron a caer gotas de lluvia que pronto se volvió en un aguacero. No me preocupé por la fiesta del pueblo, tampoco del mensaje de mis familiares diciéndome que se refugiarían con mi tía Maggie, ni de la cita inconclusa con mi novio.

Yo escapé, llegué a casa y me encerré.

Lo mejor que podíamos hacer los humanos cuando algo nos asustaba era eso: huir, escondernos y evadir todo lo relacionado.

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