Capítulo 6.
ARIADNA.
¿Qué fue lo que hice?
Despeino con frustración mi cabello, ya que no puedo pasar mis manos por mi rostro. La estúpida esa me rasguñó casi todo el rostro, algunas zonas de mi cuello e inclusive mis brazos tienen uno que otro. Claramente no los sentí mucho en el momento de la pelea pero ya pasado el tiempo, así como una vez mi enojo y mi adrenalina empezaron a normalizarse, han empezado arder como los mil demonios. Ahogo un gemido y observo los nudillos de mi manos.
—¡Tú! ¡Me las vas a pagar! —un chillido, con un chistoso tono nasal, llama mi atención—. ¡Eres una zorra!
Levanto con cuidado una ceja, aquella idiota empieza a decir un poco de impropios hacia mi persona en medio pasillo, que nadie creería que una mimada como esa tenga tal vocabulario. Escondo una sonrisa, ya que eso lo empeoraría, por no mencionar que me duele demasiado la cara como para sonreír. Realmente ambas nos vemos de la mierda, aunque más ella que yo. Por lo menos a mí no me tuvieron que llevar a la enfermería de la Universidad para detener el sangrado de mi nariz. Un estremecimiento me recorre al recordar tanta sangre. Tengo que aprender a controlar esos impulsos.
Para ser sincera, los hematomas, la sangre y la manera en que habla es sólo una pequeña parte de lo que implica una fractura de ese nivel. Le quedó horrible, estoy segura que va a necesitar con urgencia cirugía plástica.
—Señorita McChrystal, absténgase de pronunciar palabras tan... —la señorita, alias momia, Young; hace una pausa buscando la palabra correcta con tal expresión desdeñosa que provoca nuevamente mi risa—. Simplemente haga el favor de guardar silencio.
Nos regala una fulminante mirada antes de seguir escribiendo a toda máquina sobre el teclado. Reprimo una risa histérica. Todo mi cuerpo se siente entumecido, gran parte de mi rostro arde y ni hablar de una sensación de lo más asfixiante que siento en mi pecho. Es como si quisiera llorar pero a la misma vez gritar con todas mis fuerzas, no lo sé, creo que he perdido la razón.
—Haré que te echen de aquí —gruñe mientras sus ojos grises me fulminan. Una de sus cejas tiene un vendaje, además de un pequeño moretón en su pómulo derecho—. Deberían hasta meterte a la cárcel.
—Tú me abofeteaste primero —me encojo de hombros, indiferente a su fulminante mirada. Sonrío maliciosamente—. Además, hasta donde tengo entendido eso es defensa propia, sin mencionar que estabas humillando públicamente a una estudiante, en otras palabras estabas aplicando el dichoso "bullying". Y hay muchas leyes que aplican contra ese comportamiento.
Analy abre la boca para decir algo, pero nada sale de ella. Me aguanto las ganas de reír al ver su expresión. Ella cree que fácilmente me dejaré humillar, es que definitivamente va lista.
—¡Eres una...
—Señorita Kirchner y señorita McChrystal, la directora Lewis las espera —la secretaria Young corta el insulto de Analy. Sonrío burlonamente, tomo mi bolso —que Mel vino a dejar hace unos minutos— y camino hasta la enorme puerta blanca.
Sin esperar que ella me indique que me siente, me acerco hasta uno de los sillones individuales de cuerina blanca y con toda dignidad tomo asiento; dejando una expresión neutral en mi rostro. A los segundos entra Analy, la cual dejando escapar gemidos de dolor y haciendo todo lo posible por dar lástima, toma asiento a mi lado. Los ojos azules de la directora se mantienen fijos en nuestros rostros, la decepción así como la desaprobación brillan en su mirada. Antes de que yo o incluso la directora seamos capaces de decir algo, Analy estalla en lágrimas comenzando con su actuación.
—E-Esto es injusto —solloza mientras pone la mirada más lastimera, que tengo que aceptar, es convincente, y con voz llena de dolor; sigue tratando de causar lástima y compasión—. Yo... Yo lo único que quería era ser amigable con Ana.
—Ariadna —gruño molesta—. Me llamo Ariadna.
Analy detiene por un momento su llanto para mirarme con odio. La directora Lewis levanta una ceja, así que Analy sigue sollozando y balbuceando puras estupideces. Nuevamente reprimo las ganas de llevar las manos a mi rostro. Si realmente quisiera, también me pondría hacer el espectáculo de dar lástima, hasta estoy segura que le ganaría a la idiota de Analy. Pero... siento demasiada ira, tensión, como para dejar fluir las lágrimas. Y además, yo no quiero la lástima de nadie.
—Señorita McChrystal, haga el favor de dejar de llorar —dice la directora mientras le pasa unas toallitas. Cruza sus manos por encima del escritorio, poniendo su mirada en ambas—. Este tipo de conductas nunca han sucedido en nuestra universidad. ¡¿Qué dirán de nuestra institución, cuando llegue a los oídos de los otros padres, que dos estudiantes arreglaron sus pequeñas diferencias a golpes?!
¿Pequeñas diferencias? ¡Ja! Sí, claro.
Me aguanto las ganas de opinar algo, no necesito más problemas. La directora sigue con su parloteo de que gracias a un escándalo como éste la universidad recibirá malos comentarios de la alta sociedad y tonterías similares. Antes de darme cuenta, empieza a relatarnos su aburrida vida de estudiante, que nunca había visto una pelea, porque ellas habían sido criadas para comportarse debidamente. Estoy segura que si Alisson estuviera aquí, estaría descojonándose de la risa. Ella tanto como yo sabemos que estas niñitas de bien, son las peores, porque como nadie sospecha de ellas hacen lo que les da la real gana. Y lo único que tienen que hacer para encubrir sus mierdas, es que papá o mamá suelte sus buenos miles de dólares. O sobornen a alguien.
—¡Analy! ¡Dios mío! ¿Qué le pasó a tu bello rostro, hija mía? —un chillido, seguido de una mujer que parece un tornado, irrumpe abruptamente en la oficina de la directora—. ¡Exijo que en este instante que se me explique porqué mi hija tiene el rostro completamente destrozado!
—Señora McChrystal... —la secretaria Young, un poco exaltada, entra detrás de la mujer—. Lo siento señora Lewis y-yo...
—Está bien. Retírate.
La secretaria Young sale nerviosa de la oficina, entretenida observo el rostro de aquella mujer hacer innumerables expresiones, al ver los pequeños moretones del rostro de su hija. La cual aprovecha que ha venido su madre para subir de nivel su actuación.
—¡Mamá! ¡Mira lo que esa salvaje me hizo! —lloriquea mientras me señala—. Ella fue la que me hizo esto. ¡Haz algo mamá!
Sin poderlo evitar un escalofrío recorre mi cuerpo cuando esos ojos grises, similares a los de la hija, se fijan en mi persona. Me regala tal mirada de desprecio y odio que aumenta esa sensación de asfixio en mi pecho.
—Pero qué clase de universidad es ésta —gruñe la mujer mientras pone ahora su mirada en la directora, la cual no sabe ni qué hacer—. ¡Mi hija ha sido atacada violentamente y usted no hace nada!
—S-Señora McChrystal... —balbucea la directora, completamente intimidada ante aquella mujer.
—¡No, Irene! Mi familia dona excesiva cantidades de dinero a esta universidad. ¡¿Y así es como se nos paga?! —grita la mujer, terminando de intimidar a la directora—. ¡Quiero a esta muchachita fuera de aquí en éste instante! Y ni siquiera pienses que no haremos algo, me encargaré personalmente que en ninguna otra universidad de prestigio se te acepte.
Abro mi boca para decir algo, pero me temo que nada sale de ella. Los ojos se me llenan de lágrimas, un nudo se forma en mi garganta y una enorme impotencia recorre mi cuerpo. Tratando de controlar mi temperamento, le doy una rápida mirada entre mis pestañas a esa mujer; alta y delgada, cuerpo de modelo. Pelirroja con el cabello hasta los hombros perfectamente peinado, un vestido blanco de diseñador, unos altos tacones rojos chillón con suela negra que también son de marca, y ni hablar de la joyería y el enorme bolso de algún escandaloso valor. Esa mujer se baña en millones de dólares, no me extraña que maneje a quien le dé la gana a su antojo.
—Ariadna... —al levantar la mirada con lo primero que me encuentro es con la mirada apenada de la directora. Ni siquiera tiene que decir algo más, porque su mirada me lo dijo todo—. Lo siento, pero estás expulsada de la Élite New York University.
Me levanto como un resorte, entre mis manos estrujo mi bolso. Madre e hija me observan con una enorme sonrisa de satisfacción.
Ni siquiera se te ocurra a ponerte a llorar, Ariadna.
—Esto no se quedará así —sentencio entre dientes. Todo el cuerpo me tiembla de furia, pero consigo mantener mi expresión impasible.
—¿Y qué vas a hacer? —me encara esa mujer, trago saliva y tenso con más ahínco el agarre sobre mi bolso; al sentir de nuevo esa vena endemoniada, tratando de pasar por encima de mi falsa serenidad—. No eres más que otra niña tonta que no conoce su lugar. Los McChrystal, son unas de las familias que se encuentran en lo más alto de la sociedad elitista de New York, ¿y tú realmente crees que puedes contra nosotros?
Lo último lo dice con tal arrogancia, como si su familia fuera de la realeza. El nudo en mi garganta se hace más pesado, lo que provoca que ninguna otra palabra salga de mis labios. ¡Maldita sea, Ariadna! ¡Tú eres una Kirchner, por amor a Dios! Hija de Drey y Amira Kirchner, ¿¡por qué demonios te dejas humillar así!? Pero, por mucho que quiera decir todo aquello mi cuerpo no se movía, el escalofrío que recorría cada rincón de mi frío ser, no podía sentirlo del todo, es como si me encontrara entumecida. Nunca había sido tratada de esa manera, esa forma tan clasista. Y la humillación de saber que no había hecho nada malo, más que defender a una persona que merecía ser defendida.
—¿Acaso eres sorda? Vete antes de que llame a los de seguridad para que te saquen.
Maldita zorr...
Pero antes de poder mover un sólo dedo o tan siquiera poder salir de la oficina, la puerta ser abierta con un poco de fuerza llama la atención de todas. Oh no. Los pelillos de mi nuca se erizan ante el escalofrío que recorre mi cuerpo, en cuento mis ojos se topan con unos furiosos ojos azules, que originalmente son negros como los ojos del mismo diablo.
Oh cielos. Oh santo cielo.
—Siéntate Ariadna.
—Ma-Mamá... —balbuceo incapaz de decir algo más, pero mi madre me regala tal mirada que no me queda de otra que volver a sentarme sin rechinar.
La puerta siendo cerrada con una tortuosa lentitud es lo único que rompe aquel sepulcral silencio, es como si de pronto la presencia de Amira Kirchner absorbiera la tranquilidad de la oficina. De reojo observo a mamá caminar hasta llegar a mi lado, con sus perfectas uñas blancas, pone su bolso de diseñador sobre el escritorio en un seco golpe. Un estremecimiento me recorre el cuerpo entero cuando una de sus manos toma mi barbilla, que aunque su toque era suave, la frialdad de su mirada salía por medio de sus manos. Vuelvo hacer el intento de tragar el nudo de mi garganta, pero en cuanto aquellos intimidantes ojos se enfocan en los rasguños de mi rostro, la tensión en mi cuerpo aumentó a grados ridículos. Y si mi madre ya estaba furiosa —algo que también me sorprende— sus ojos echaban chispas cada vez que encontraba nuevos rasguños en mi rostro.
Mierda. No me gusta ni un poco su expresión.
—¿Es usted la madre de ésta salvaje?
Trago saliva al ver un brillo malicioso pasar por los ojos de mi madre, la cual suelta lentamente mi rostro. Pone su mirada en la señora McChrystal, la cual involuntariamente se estremece. Nadie es inmune a la mirada de Dakota, nadie.
—¿Usted es... —pregunta mi madre con un tono de voz peligrosamente suave, mientras levanta una de sus cejas altanera.
—Alyssa McChrystal —responde con arrogancia. Todas nos tensamos, más yo, cuando en el bello rostro de mi madre se forma una amplia y burlona sonrisa.
—Amira Kirchner, para servirles —responde mientras cruza los brazos a la altura de su pecho, su sonrisa aumenta cuando la directora y esa mujer sueltan un bajo jadeo—. Esposa de Drey Kirchner y madre de esta salvaje.
Los vellos de mi nuca se erizan, el rostro, la mirada y la postura de mi madre; ya no muestran diversión alguna. Dakota Anderson está haciendo acto de presencia. Mi corazón empieza acelerarse de inmediato.
—S-Señora Kirchner....
Mi madre con un solo ademán calla a la directora. Sus ojos no se apartan de los de Alyssa McChrystal quien parece de pronto intimidada, aunque sus ojos miran con cierto rencor a mi madre. Frunzo mi entrecejo confundida.
—No se qué es más desagradable, si encontrarme con una vieja amistad de mi esposo o... —mamá camina alrededor de nosotras con un andar lento, felino. Resaltando su escultural cuerpo—, enterarme que no sólo han rasguñado el rostro de mi hija, sino que además la expulsan y la insultan como si ella fuera inferior a ustedes.
—¡Eso es...
—No he terminado de hablar.
Alyssa McChrystal se encoge ante el tono y la mirada de mi madre. ¿De verdad cree que puede ser oponente de mi madre? Ella no sólo hará que se vea que Analy es la culpable, si no que además manipulará la situación en nuestro favor. Por mucho que trate, inevitablemente una sonrisa resignada se forma en la comisura de mis labios.
—Nunca esperé decir esto... —musita mi madre con falso pesar y lástima, sin embargo, no me pasó por alto el brillo burlón de su mirada—. Pero si no se le pide una disculpa a mi hija inmediatamente, me veré en el caso de demandar no sólo a esta universidad sino a usted señora McChrystal; por faltarle el respeto y acusar injustamente a una menor de edad. Por no mencionar, de utilizar su influencia con el único fin de obligar una expulsión sin fundamentos.
Mierda. Y la creo tan capaz.
—¿¡Qué!? —chilla la mamá de Analy. Su rostro empieza a ponerse de un intenso rojo, mi madre simplemente la mira como si fuese algo insignificante—. ¡Por qué deberíamos de pedir disculpas, cuando fue ella quien golpeó a mi hija! ¡Sólo vea el rostro de Analy!
Mi madre levanta una ceja en su dirección, se mantiene en silencio pensativa. Algo me dice que está creando algún malévolo plan, la conozco. Para empezar es líder de una mafia, está en ella sentir placer de ver el sufrimiento de sus enemigos. Pero también está el hecho, de que aunque ambas nos llevemos de la mierda, no va a tolerar que nadie —absolutamente nadie— le falte el respeto a los Kirchner. Algo que Analy y su madre hicieron al insultarme.
—Ariadna cariño —un estremecimiento recorre mi cuerpo cuando los ojos de mamá se clavan en mi rostro—. ¿Podrías explicarnos el motivo de la pelea?
Trago saliva nerviosa. Analy tiene una expresión de espanto y horror, que nadie creería que hace unos momentos lloraba tan amargamente. Ella estaba completamente segura que iba a salir victoriosa, pero nunca contó que la persona que hizo de la manipulación un arte; saliera en mi defensa. Por lo que comprendiendo más o menos el plan de mi madre, bajo la atenta mirada de todas: relato lo ocurrido. Desde la llamada de mi hermano, así como que al levantar la mirada encontré a Analy con el grupo de sus amigas rodeando a Jade y Melanie tratando de salir en su defensa. El rostro de Alyssa McChrystal iba cambiando al paso de mi relato, el sonrojo de su rostro aumentó a rojo escarlata cuando llegué a la parte donde su hija discriminaba abiertamente a Jade por ser becada.
—Ella fue la primera en abofetearme —término el relato con cierta incomodidad. Esto de acusar, no es lo mío.
—¡E-Eso es... —balbucea Analy, incapaz de ya poder hacer algo.
—Yo no estaba consciente de todo lo ocurrido —murmura con vergüenza la directora Lewis.
—Obviamente —réplica con sarcasmo mi madre y aparta la mirada. Camina hasta llegar a mi lado y no puedo evitar suspirar por lo bajo. Los ojos de mi madre brillan divertidos, eso es lo que ella quería, obtener información para manejarla.
—¿Y se acusa a mi hija por defenderse? —explota mi madre con tal indignación y enojo, que hace creíble su actuación—. ¿Es un delito defender a una estudiante por sufrir acoso? ¡Qué clase de baja categoría es esta universidad!
Y eso fue todo. Con eso último no sólo obtuvo lo que quería, sino además las consiguió humillar. Bajo el rostro, provocando que los mechones largos de mi cabello tape la sonrisa que trata de formarse en mis labios, les doy una mirada entre mis pestañas. Analy me mira con tal odio y rencor cuando no le queda de otra que pedirme perdón, ni hablar de la expresión de la señora McChrystal; está que se revienta.
Lo siento por ellas, pero no existe oponente para Dakota Anderson, y eso es algo en lo que aprendí a resignarme.
—Sube.
Nerviosa todavía, entro al auto de mi madre, un hermoso Audi blanco con detalles en rojo. Las manos me tiemblan cuando me pongo el cinturón, ella ni siquiera se inmuta y sale a toda velocidad del estacionamiento. Un silencio incómodo y tenso empieza a crecer en el interior del auto. Sé que debo de agradecerle por haberme salvado de una expulsión, pero esa disculpa me pesa en la lengua, como dije; heredé de ella lo orgullosa. Además todavía no puedo creérmelo que ella, Dakota Anderson, me haya ayudado y defendido. Un sentimiento de lo más extraño empieza a crecer en mi pecho.
—¿Piensas contarle a tu padre? —la voz de mi madre llama mi atención, frunzo el entrecejo no comprendiendo. Ella me da una rápida mirada antes de ponerla nuevamente en el camino—. No me mires así, tú como yo sabemos que él odia todo lo que tenga que ver con la violencia. Es tu decisión si decides contarle.
—¿No me acusarás con él? —la incredulidad adorna mi tono de voz. Mamá niega mientras una sonrisa de medio lado trata de formarse en su rostro, y que a duras penas contiene. Frunzo mi ceño mucho más confundida—. ¿No se supone que deberías de estar furiosa conmigo?
Mamá levanta una ceja, me regala una rápida mirada como si no entendiera lo que trato de decirle.
—¿Por qué debería de enojarme contigo? —pregunta al final, dejando a relucir su confusión.
¿Está hablando en serio?
Trato de hallar la burla en su voz o algo que me indique que me está vacilando, pero entre más busco menos encuentro. ¿Realmente no me dirá nada por haber peleado el primer día de la universidad? Mi padre ya me estaría mandando a algún psicólogo para control de ira. No bromeo, papá cuando quiere puede ser jodidamente exagerado.
—¿De verdad no me castigarás? —pregunto todavía incrédula y sin dar crédito alguno—. Golpee a alguien. Estoy segura que su nariz se fracturó.
Mamá suspira, me regala una rápida mirada y suelta un risa por lo bajo.
—Eso veo. Además, ¿castigarte sólo por defenderte? —pregunta con un ligero matiz burlón en su voz—. Créeme la situación hubiera sido otra si tú no lo hubieras hecho. Sólo el pensar que la hija de esa estúpida familia te haya ganado, cuando te he entrenado desde que tienes uso de razón, es algo que no te gustaría saber. Por no mencionar, que Kenya te hubiera pateado el trasero.
Un estremecimiento recorre mi cuerpo. Si yo creía que entrenar con mi madre era un infierno, es que estaba siendo una ilusa cuando decidí que fuera Kenya quien me entrenara. Por algo es la segunda al mando y la mano derecha de mi madre. Un suspiro escapa de mis labios. Frunzo el ceño cuando consigo pensar en lo que mi madre me dijo, no me pasó por alto el cambio que tuvo su voz cuando habló sobre los McChrystal. Es como si los odiara o algo parecido. Aunque ahora que lo pienso, mamá mencionó que esa mujer, era una vieja amistad de papá. Sin embargo, el modo en que lo dijo... no sé, es extraño. La curiosidad empieza a recorrer todo mi cuerpo, entre más tiempo nos mantenemos en silencio, mucho más aumenta. Ladeo mi rostro un poco, veo de reojo a mi madre quien parece ajena a mi curiosa mirada. O eso creía yo.
—¿Qué quieres saber? —pregunta sin apartar la mirada de en enfrente, con agilidad maneja por las ajetreadas calles de la ciudad.
Aparto mi mirada rápidamente cuando sus falsos ojos azules hacen contacto con los míos por unos segundos, siento mi rostro calentarse y no tengo que ser una genia para saber que me he sonrojado.
—¿Quién dice que quiero saber algo? ¡Ja! Que estupidez —mascullo mientras cruzo los brazos a la altura de mi pecho. Mi madre suelta una burlona risa que solo aumenta mi sonrojo.
—Ah eres idéntica a tu padre —sonríe, el auto se detiene ante los semáforos. Sus uñas blancas tamborilean contra el volante—. Muy bien. Alyssa Jones, así era como se llamaba antes de adoptar el apellido de su esposo, Jack McChrystal.
Hago la que no me importa, pero estoy atenta a todo lo que dice. Ni siquiera voltea a verme en ningún momento. Carraspea ligeramente, aclarando su voz, que suena un poco tensa.
—Alyssa y Jack eran los mejores amigos de tu padre durante sus primeros años en la Universidad.
Frunzo mi entrecejo.
—¿Por qué nunca los he visto? Papá nunca los ha mencionado —digo ya no pudiendo contener mi curiosidad e interés. Mamá frunce el ceño un poco y tensa la mandíbula.
—Porque ambos traicionaron a tu padre.
Abro los ojos sorprendida. Mi curiosidad aumenta aún más al escuchar aquello. ¿Lo traicionaron? ¿Por qué? ¿Qué fue lo que sucedió? Pero antes de poder formular mis preguntas, mamá continúa hablando.
—Drey en su segundo o tercer año, realmente no recuerdo muy bien, creó un software personalizado y exclusivo para la D.E.A —dice mientras pone el auto en movimiento nuevamente—. La NY Élite tiene como costumbre que a los mejores estudiantes de informática se les ponía como proyecto crear algo que una posible empresa o importante organización pudiera utilizar para su uso personal. Tu padre decidió fabricar un software para los débiles sistemas de la D.E.A, ya que eran constantemente hackeados por la mafia.
Una sonrisa se forma en sus labios, como si pensara algo realmente chistoso. No puedo apartar mi atención de ella, nunca había escuchado esa historia.
—Los proyectos los exponían frente a gente muy importante, lo único que se les pedía como requisito es que un abogado o un estudiante de derecho llevara la parte legal y todo ese ajetreo —ya la diversión de su voz, así como su sonrisa, se han borrado completamente—. Jack McChrystal durante ese tiempo era estudiante de derecho, sin mencionar que viene de una conocida familia de abogados, y dado que era su mejor amigo; Drey ni siquiera lo dudó para pedírselo. Un error que iba a pagar muy caro. Porque ese "mejor amigo" no sólo lo traicionó sino que además le robó el programa. Como Drey no sabía nada de esas cosas de leyes, para Jack fue pan comido hacer ver legalmente que ese dichoso e importante software era de su propiedad.
Abro la boca atónita, es que ni siquiera soy capaz de decir algo. Una subida furia, mezclada con indignación, recorre todo mi cuerpo.
—¿¡Y papá no los demandó!? ¡Ese programa era suyo!
Una expresión sombría se apodera del bello rostro de mi madre. Me regala una rápida mirada y se encoge de hombros.
—Sí lo hizo, pero de nada sirvió. El director, que en ese entonces era el padre de la actual directora, así como los profesores, compañeros y la misma Alyssa, no quisieron ser sus testigos. Aunque sabían que ese programa era de Drey.
¡Pero qué hijos de...
—¡Esto es increíble! —exclamo molesta. Puedo sentir como mi cuerpo se calienta. Y yo sintiendo remordimientos por golpear a la niñata esa, cuando sus padres son una basura.
Pensar por lo que tuvo que pasar papá hace que la sangre me hierva. Ahora entiendo un poco el odio que destila mi madre contra esa mujer, lo que no entiendo y comprendo muy bien es el rencor que siente esa mujer contra mi madre. ¿Le habrá hecho algo? No me sorprendería, he visto y escuchado una que otra historia de lo que mi madre es capaz de hacer. Un suspiro escapa de mis labios. Quién iba a pensar que papá era alguna clase de genio en la universidad. Frunzo mi ceño al percatarme de algo. Mamá dijo que papá creó un software para los hackeos de los mafiosos, y bueno... ella es una. Frunzo mi ceño mucho más. Hay algo aquí que no entiendo, sin mencionar que ahora también me ha entrado la curiosidad por saber cómo mi madre y mi padre se conocieron. Ninguno de los dos nos ha contado su historia cursi y llena de amor.
En serio, ¿por qué mi familia sólo parecer estar llena de secretos?
Un suspiro involuntario se escapa de mis labios, de pronto mi cuerpo se vuelve a sentir pesado.
Vaya día tan normal.
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