Capítulo 5.
GRANT.
—¿Estás seguro que quieres incorporarte de nuevo?
Levanto la mirada, por unos segundos donde consigo sostenerle la mirada a esos fríos ojos negros, pero al final la fijo en otra parte. Los vellos de mi nuca se erizan, una reacción de mi cuerpo que me indica el peligro, uno que lleva el apodo de Atheris.
—Sí señora —respondo en un tono seguro, tratando de que ella no note nada que no sea mi indiferencia. Pero por mucho que uno trate de escapar de esos ojos, es como si de alguna forma supieran lo que uno sentía y pensaba.
Era... tan exasperante.
—Bueno, si tú así lo dices, quién soy yo para llevarte la contaría —sonríe de medio lado y con ambos codos apoyados en los antebrazos del sillón de cuero, en el qué está muy cómodamente sentada, me observa fijamente por unos largos segundos—. Aunque debo de recordarte que no estás obligado a trabajar para mí, Grant. Prometí a Luciano —tu tío— cuidar de ti, pero eso no quiere decir que seas mi esclavo.
—Es lo menos que puedo hacer —respondo, esta vez sí consiguiendo sostener su mirada. La señora Dakota me observa intrigada. Tomo una disimulada respiración, aunque no puedo evitar fruncir ligeramente el ceño al tratar de recordar mi pasado—. Desde que tengo memoria mi tío fue quien se encargó de mí, el que me enseñó todo lo que él sabía de autos, pero sobre todo; nunca me hizo olvidar que usted fue la única que lo protegió cuando más necesitó protección. Y aunque él ahora ya no está, me encargaré de retribuir todas las deudas que los Caulfield tenemos con usted.
Un silencio un poco tenso e incómodo cae en ese amplio despacho. Estoy seguro que mis palabras aunque no son muy de su agrado, sabe que son sinceras. Yo le debo a Dakota "Atheris" Anderson más de lo que en esta vida sería capaz de pagar. Gracias a ella no fui a parar a un orfanato, o peor aún, a la calle. Y si el hecho de que mi tío fue uno de los mejores mecánicos encargado de personalizar, alterar autos —así como motos— en el influyente mundo de la mafia, estar bajo la protección de la gran Atheris nos hizo vivir en paz por muchos años. Hasta que hace 5 años, el cáncer se llevó a la única familia que tenía, a la única que reconocía como la figura paterna que no tuve.
—Luciano era un maldito genio cuando se trataba de autos y motos —musita con la voz ligeramente ronca—. Es una lástima que el mundo de la mafia haya perdido a un genio como él.
Tenso la mandíbula cuando los recuerdos tratan de colarse en mi mente, pero los mantengo a raya. Ahora lo importante es que aunque llevo ya años trabajando con la señora Atheris, como bien dije; tratando de contribuir con mis deudas, ahora tras la pérdida de mi tío, es más una forma de sentirme útil. Por no mencionar que volví por otra razón que la de seguir trabajando para la gran Atheris.
—Por cierto —su voz me saca de mis pensamientos. Del asiento individual en el que estoy sentado, levanto la mirada. No puedo evitar fruncir ligeramente el ceño al ver ese brillo malicioso en sus ojos, uno que reconozco más que bien; porque sus dos hijos cuando ponen esa expresión, no agüera nada bueno—. ¿Todavía sigues enamorado de Ariadna?
¿¡Qué demonios!?
No se si aquella maldición consiguió escapar de mis labios, pero de lo que sí estaba seguro es que podía sentir como pasaba de estar paralizado, sudando frío, por la impresión... a sentir como mi rostro se calentaba; lo único que podía significar que me había sonrojado. ¡Maldita sea! ¡Cómo demonios puedo sonrojarme, y en frente de la líder de una de las mafias con más poder de los Estados Unidos!
—No.
La señora Dakota levanta una ceja en mi dirección con una expresión tan burlona, que aumenta el bochorno en mi cuerpo. Algo que no me agrada en lo absoluto.
—No tienes que preocuparte por mí, aunque no diría lo mismo de Drey, se podría decir que es un tanto celoso y sobreprotector —dice lo último con un ligero encogimiento de hombros.
¿Un tanto? Pienso con incredulidad. Desde que la misma señora Dakota me incluyó en su familia, hace ya más de catorce años, he aprendido mucho sobre los Kirchner. Y los celos, así como la sobre protección, no fueron cien por cierto heredado de la parte materna. Drey Kirchner podrá no ser un mafioso, pero temple no le falta.
—Te deseo mucha suerte, Grant.
—¿Suerte? —frunzo con más ahínco el ceño.
—Ariadna es muy testaruda y orgullosa. Creé que puede cambiar su destino por pura fuerza de voluntad, pero lo único que conseguirá es hacerse daño y a los que trata de ignorar.
—¿Por qué me dice esto?
La señora Dakota se mantiene por largos segundos en silencio, al final se encoge de hombros y sonríe ampliamente.
—Quién sabe.
Joder. Si yo creía que Ariadna era imposible de comprender, es que realmente no había prestado la suficiente atención de quién había sacado esos rasgos.
ARIADNA.
—¿Realmente quieres estudiar derecho?
Aparto sólo por un momento la mirada de la ventana, poniendo mi atención en Wyatt. Me regala una mirada de reojo, pero siempre manteniendo la mirada en el camino.
—¿Por qué no? —me encojo de hombros—. No me disgusta y será útil cuando a ti o a mi madre los metan presos.
Wyatt pone los ojos en blanco, mantiene su mano derecha jugando con el freno de mano y la otra sobre el volante. Una camisa manga corta gris, se adhiere a su musculoso cuerpo.
—Si tú lo dices —dice al cabo de unos segundos en silencio.
Me regala una mirada que no consigo descifrar, aparta la mano del freno y la lleva al moderno —y último modelo— reproductor; subiendo el volumen. Trap Queen llena el interior del auto. Vuelvo a poner mi mirada en la ventana. Un pequeño suspiro escapa de mis labios. Todo mi cuerpo se eriza de anticipación, la adrenalina corre sin preocupación así como el latir de mi corazón; y aunque no dormí lo suficiente por los nervios, de alguna forma me encuentro tranquila. Será interesante convivir con personas de mi edad, y de familias más... ¿normales? Bueno, no digo que seamos unos anormales, pero no creo que ser hijos de una mafiosa entre en la categoría de "familias comunes y maravillosamente normales".
Otro suspiro vuelve a escaparse de mis labios. No creo que nadie entienda lo difícil que es ser hija de una persona tan involucrada en ese mundo. Todavía puedo recordar la paranoia que tenía cuando íbamos a los eventos a los que invitaban a mi padre, realmente pensaba que en cualquier momento una de esas personas iba a pararse en frente de nosotros e iba a gritar con total aberración que éramos una familia criminal o algo por el estilo. Siempre, no había evento en el que no pensara eso, vivía con el miedo que una banda de policías irrumpieran en nuestro hogar para llevarse a mis padres a la cárcel, y a Wyatt —y a mí— nos llevaran a algún reformatorio o un lugar de esos donde llevan a los niños y adolescentes problemáticos. Era agotador, por no decir irritante, siempre vivir con esos pensamientos. Esa era de las causas de mis discusiones con Dakota, ella nunca mostraba miedo de aparecerse frente al mundo sabiendo lo que es o hizo, me molesta ver como ella se burla descaradamente de las autoridades. No lo soporto.
—Hey rubia falsa —un jalón de mi cabello me saca de mis pensamientos. Ahogo un grito.
—¿Qué quieres? —gruño mientras lo fulmino con mi mirada. Wyatt levanta una ceja en mi dirección.
—Ya llegamos, tonta.
Frunzo el ceño, aparto mi mirada de él y la pongo en frente. Efectivamente delante del estacionamiento, más allá de los altos portones, se alza la prestigiosa Élite New York University. De pronto el corazón me empieza a latir a toda máquina. Escucho una puerta ser abierta y luego ser cerrada, pero mis ojos no pueden apartarse del edificio de en frente.
—Vamos.
Wyatt me quita el cinturón, toma mis manos y me saca completamente de su auto. Aferro mi bolso contra mi costado, algunas personas pasan y se quedan mirando por unos segundos en nuestra dirección, imagino que el Lamborghini blanco con negro de Wyatt llama demasiado la atención, o él mismo. Por lo menos se puso un gorro de lana que esconde su cabello blanco.
—¿Qué te pasa?—mi hermano toma mis hombros y me hace mirarlo. Sus ojos verdes azulados, idénticos a los de mi padre, me regalan una mirada preocupada—. ¿Estás bien? De pronto te pusiste pálida.
Trago saliva nerviosa, abro la boca para decir algo pero de pronto es como si no pudiera mover mi cuerpo o ser capaz de hablar.
—Ariadna... —Wyatt toma mi rostro entre sus grandes manos. Cualquiera que nos viera pensaría que somos pareja—. Te irá bien. No tienes que preocuparte de nada, por favor, estamos hablando de Ariadna Kirchner, la misma que golpeó una mafiosa y no le importó una mierda.
Sé que no debería de reír, porque gracias a eso puede que nos asesinen en cualquier momento, pero el tono y la forma en que lo dijo Wyatt me arrancó una genuina sonrisa.
—Así me gusta —mi hermano me regala una sonrisa de medio lado, aumentando su atractivo—. Disfrútalo Ariadna, y si tienes algún problema llámame que soy capaz de hacer desaparecer este lugar en un instante.
—Gracias Wyatt.
Abrazo a mi hermano, que él gustoso devuelve. De inmediato llega a mis sentidos su deliciosa y varonil colonia, así como un singular olor a sus confites de hierbabuena. Mi hermano besa la coronilla de mi cabeza y mis mejillas.
—Buena suerte —me regala una última sonrisa, deshago el abrazo y acomodo mi bolso sobre mi hombro. De pronto se pone serio y me señala—. ¡Ah! Y no les hables a ningún chico, está estrictamente prohibido para ti.
Pongo los ojos en blanco, Wyatt entrecierra los ojos y espera una respuesta de mi parte.
—Sí, sí... yo Ariadna Kirchner no le hablaré a ningún chico —sonrío falsamente en dirección de mi hermano, que lo único que hace es sonreír con satisfacción.
Lo observo empezar a caminar hacia su auto, levanto una ceja cuando se detiene para darles una sonrisa de lo más creída y guiñarles un ojo a un grupo de chicas que literalmente se han detenido a comérselo con la mirada. Él con toda su arrogancia, entra a su auto y lo hace rugir llamando la atención de más de uno. Pongo mis ojos en blanco.
Creído.
Levanto mi barbilla, así como mi postura haciendo que me vea un poco más alta. Y sin importarme por las miradas que algunas personas me echan, con mis altos tacones empiezo a caminar hacia el interior de la universidad. Cuando paso las anchas puertas de vidrio, busco con la mirada mi aula; la número once. Con mucho esfuerzo, casi cinco o diez minutos después la encuentro. Antes de abrir la enorme puerta de madera oscura, tomo una pequeña y profunda respiración.
Aquí vamos.
Mis dedos se enrollan en torno al pomo plateado, abro la puerta y la cierro a mis espaldas, levanto la mirada encontrándome con varios pares de ojos clavados en mi persona. Involuntariamente un estremecimiento recorre mi cuerpo, haciendo acopio de las lecciones de indiferencia que aprendí de mi madre, los ignoro y busco un asiento. Encuentro uno en la penúltima fila, al lado de una chica de grandes ojos verdes, escondidos por unos lentes y de un cabello hermosamente rizado. Ella levanta la mirada, me regala una sonrisa un poco incómoda, que le devuelvo con sinceridad.
—Hola, soy Jade Edwards —se presenta al cabo de unos segundos. Pongo mi mirada en ella, se acomoda los lentes en el puente de su respingona nariz.
—Ariadna Kirchner —me presento de vuelta, sonrío ligeramente—. Un gusto, Jade.
Ella también me sonríe, pero de un pronto a otro frunce el ceño y después abre ligeramente sus ojos, así como su boca.
—¿Dijiste Kirchner? ¿E-Eres hija de Drey Kirchner, uno de los informáticos más importantes y famosos del país?
Reprimo las ganas de poner los ojos en blanco, sólo suspiro por lo bajo y le regalo una pequeña sonrisa. Que sólo provoca que la sorpresa de la chica sea mayor, abre la boca para decir algo pero unas carcajadas la interrumpen y llaman nuestra atención. Al salón empiezan a entrar un grupo de tres chicos, que tengo que admitir, son atractivos; pero arrogantes. Empiezan a saludar a una que otra persona y se sientan adelante de nosotras sin dejar de conversar entre ellos.
—¡Hey Ian! ¡Ven y siéntate aquí! —uno de ellos grita cuando otro grupo de personas entran. Solo que esta vez se trata de dos chicas y... ¡oh! ¡¿No es ése el mismo chico que mi padre me prohibió hablarle?! Bueno, no específicamente me dijo eso, pero dio a entender casi que lo mismo.
Observo el grupo acercarse en nuestra dirección, un escalofrío me recorre cuando mis ojos se topan con unos azules. En su rostro empieza a formarse una amplia sonrisa, que de alguna manera hace mi corazón acelerarse sólo un poco.
—¿Ariadna, cierto?
El grupo de chicos que estaban sentados en frente de nosotras voltean a vernos, Jade se remueve incómoda a mi lado.
—¿La conoces? —pregunta una de las chicas que venían con él. Mis ojos se topan con unos grises que no dejan de escanearme con cierta altanería.
—Sí. Es una Kirchner —responde él, como jactándose de ello. Frunzo mi ceño un poco—. Hija de Drey Kirchner, la conocí y a su padre la semana pasada.
—¡Vaya! Eres hija de uno de los Dioses de la informática —dice uno de los chicos, un pelirrojo bastante guapo—. Soy Lucas Walter. Él es Ryan y Max Hayes.
Señala a los otros chicos, que son gemelos, ambos de cabello negro y ojos azules. Aunque uno de ellos tiene una expresión más amigable, en otro a lenguas se puede ver lo mujeriego. Y si sus siguientes palabras no lo confirman, el guiño de uno de sus ojos azules y la sonrisa arrogante de medio lado; son más que suficiente.
—Realmente es un placer conocer a una chica tan hermosa como tú.
Me aguanto el poner los ojos en blanco, pero antes de que pueda responder a su intento fallido de conquista, la puerta ser abierta con gran brusquedad llama mi atención.
—¡Silencio!
Todos guardamos silencio al escuchar la puerta ser cerrada con mucha fuerza, una mujer —que imagino es la profesora— camina con severa lentitud hasta el escritorio, donde deja varios libros bastante gruesos en un seco golpe. Sus ojos marrones, nos dan una fría y severa mirada a todos.
—Mi nombre es Emilia Davis, seré su profesora de Teoría general del derecho —cruza ambos brazos a la altura de su pecho. Camina un poco en frente de todos nosotros sin cambiar la severidad de su mirada—. No me interesa saber sus nombres, mucho menos me interesa si entran o no a mi clase. Esto no es la preparatoria ni la secundaria y mucho menos la primaria, así que si esperan que los trate como a unos niños van listos.
Se detiene, forma una sonrisa que hace estremecer a más de uno. Señala la puerta sin borrar esa escalofriante sonrisa.
—Y si creen que vienen hacerse los vagos que se montan en la espalda de sus compañeros, ahí está la salida —dice borrando aquella sonrisa—. Yo no pienso formar abogados mediocres. Te esfuerzas o renuncias, así de fácil. Para los que quieren renunciar, tienen tiempo de hacerlo y los que no; iniciemos y no perdamos el tiempo.
Camina hasta su escritorio, toma uno de aquellos gruesos libros y antes de darme cuenta estaba escribiendo a tremenda velocidad lo que la profesora dictaba.
Mierda. ¿En qué me metí?
—¿Almorzamos?
Jade levanta la mirada de su libro, con una expresión sorprendida en el rostro. Término de acomodar mis cosas en el bolso, sin apartar la mirada de ella.
—¿Quieres almorzar conmigo? —pregunta con cierta incredulidad que me confunde.
—Sí, no veo nada de malo en eso —respondo, dejando ver la confusión que sus palabras me provocan y la vez me encojo de hombros.
Jade vuelve acomodar sus lentes, toma uno de sus perfectos rizos y lo enrolla en uno de sus dedos.
—Es que creí que comerías con Analy y con los demás —responde un poco avergonzada mientras baja la mirada. Frunzo el ceño y tomo su brazo haciendo que levante la mirada, poniéndola en mi persona
—Primero, no tengo idea quién es esa tal Analy —sonrío divertida—. Segundo, me caes bien, y tercero, no sé qué decir.
Jade sonríe haciendo que un hoyuelo se forme en su mejilla izquierda. Y antes de que tenga oportunidad de volver a negarse, la ayudo a recoger sus demás cosas, tomo su mano; y hago que salgamos de salón para encontrarnos frente a un largo pasillo. Como no conozco del todo bien la Universidad le pregunto con la mirada el camino que debemos tomar. Con cierta renitencia me señala el pasillo derecho. Le sonrío en agradecimiento y ambas empezamos a caminar tranquilamente hacia la cafetería. Una melodía empieza a salir de mi bolso, indicándome que alguien me está llamando. Haciendo malabares lo saco, sin dejar de caminar.
—Mel —contesto y una sonrisa se forma en mi rostro—. ¿Dónde estás?
—¡Hola Ari! Estoy en la cafetería, te espero.
—Bien, ya llego.
Cuelgo la llamada, guardo nuevamente mi celular. Doblamos unas dos veces y llegamos finalmente a la cafetería, pasamos dos amplias puertas de vidrio. A mis sentidos de inmediato llegan el bullicio de los estudiantes, sus conversaciones, risas y alguna discusión, así como también el delicioso aroma a comida. Busco con la mirada a Melanie, frunzo mi ceño un poco cuando la encuentro completamente sola, en una mesa casi que al final. Tomo el brazo de Jade y la jalo hasta la mesa. Algunas personas voltean a ver en nuestra dirección pero me hago la loca.
—¡Ari! —exclama Mel una vez sus ojos se fijan en mi persona, sonríe y pone su mirada en Jade—. ¡Oh! ¡Hola! Soy Melanie Allen.
Enarco una ceja, sorprendida. ¿La tímida Melanie siendo la primera en socializar? Eso sí que es raro.
—S-Soy Jade Edwards —se presenta Jade un poco avergonzada y sorprendida, imagino que tampoco contaba conocer a la hija de Dorian Allen.
Ambas tomamos asiento, dejo mi bolso sobre la mesa y enfoco mi atención en Mel, no puedo evitar abrir la boca sorprendida al verla un poco más maquillada de lo que acostumbra. Poco a poco bajo mi mirada a su pecho.
—¿Te operaste los senos? —pregunto mientras los señalo con la mirada, las mejillas de Mel se ponen un poco coloradas.
—¡A-Ariadna! —riñe completamente sonrojada. Sonrío ampliamente—. La verdad es que decidí utilizar ese tipo de ropa interior que me dijiste.
Entre más hablaba, más se sonrojaba. Rio sin poder contenerme más, es preocupante, y a la misma vez, divertido verla vestir un poco más sexy, no al punto de verse vulgar, pero sí para notarse la diferencia. Como bien dije, ella tiene muy buenos genes y la tía Sky definitivamente sabe cómo hacer resaltar dichos atributos.
—Te ves hermosa, Mel —sonrío, lo que provoca que vuelva a sonrojarse—. Aunque si me permites, por favor no vuelvas a ponerte esos zapatos. ¿En serio, a qué anciana se los robaste?
Jade suelta un baja risa, al final las tres nos echamos a reír un buen rato.
—Voy al baño, ¿Mel, me compras el almuerzo?
Melanie asiente, Jade y ella se levantan para ir a pedir los almuerzos. Antes de poder poner un pie fuera de la cafetería, mi celular empieza a sonar nuevamente, el nombre de Wyatt aparece con una foto que él mismo se tomó y puso en su número de contacto. Deslizo el dedo sobre la pantalla, aceptando la llamada.
—¿Qué pasa? —pregunto, levantando la mirada. Frunzo mi ceño al ver a esas chicas, las que habían llegado con Ian, rodear a Jade. Ni siquiera lo pienso y me acerco a ellas.
—No podré llegar a recogerte a la universidad —la ronca voz de mi hermano suena a través del auricular.
—Debes sentirte afortunada, que una becada como tú tenga de amigas a hijas de multimillonarios —consigo escuchar que le dice una de ellas.
—¡¿Cuál es tu problema?! —le espeta una furiosa Melanie. Apuro mi paso rápidamente.
—¿Ariadna? —pregunta mi hermano irritado—. ¿Escuchaste lo que te dije?
—Sí, sí... —balbuceo—. Wyatt te llamo más tarde.
Y sin esperar una respuesta por parte de él le cuelgo. Guardo mi celular en los bolsillos de mi ajustado pantalón. Todos en la cafetería se mantienen en silencio, atentos a lo que sucede. No puedo creer que incluso en universidades hayan este tipo de conductas tan infantiles, en serio cómo pueden intimidar de esa manera a una estudiante que no les ha hecho absolutamente nada.
—¿Mi problema? Mi problema es que no soporto compartir clases con una becada, con una pobretona como ella.
¿Ya había dicho que no era una persona muy violenta? Bueno, realmente eso de discutir en frente de una gran multitud o agarrarme a golpes así sin más, es de lo más bajo. Pero luego están este tipo de personas que hacen que esa vena endiablada se encienda.
—¿En serio? Pues yo no soporto respirar el mismo aire con una estúpida como tú, y no por eso te digo que te mueras, ¿verdad?
Personas a nuestro alrededor sueltan risas que solo aumenta el enojo de esta chica, la cual no tengo ni la mejor idea de quién es. De lo único que sí recuerdo es la forma altanera con la que me había visto en clases, casi la misma expresión que en este momento sus fulminantes ojos grises me observan.
—¿Qué fue lo que dijiste? —masculla entre dientes, con tal tono indignado, como si una simple basura se haya atrevido de faltarle el respeto a la gran reina. Levanto una ceja y una expresión burlona, del tipo que saca de sus casillas a las demás personas, se forma en mi rostro.
—Además de estúpida, sorda. ¿Es eso contagioso? Porque definitivamente no quiero que se me pase tu estupidez.
Y bueno, para toda provocación hay una reacción. Esta fue que ella tomó la mala idea de abofetearme. Un silencio terroríficamente tenso cayó sobre la cafetería, casi podía estar segura que todos estaban conteniendo el aliento. Volteo el rostro, poniendo mi mirada nuevamente en aquella chica.
—Oh querida, has cometido el peor de los errores.
Y antes que ella lo pudiera ver venir, mi puño fue a caer a su rostro, sería mejor decir a su nariz. Tal vez fue por el silencio que había, que inclusive fui capaz de escuchar un ligero "crack", que estoy cien por ciento segura que proviene de su nariz. Casi como si fuera una adivinación, de inmediato la sangre empezó a salir de sus fosas nasales. Diría que al ver tanta sangre sentí un poco de arrepentimiento pero en cuanto ella se tiró a golpearme, dicho arrepentimiento se fue por donde vino.
—¡Ariadna, déjala!
Tanto Jade como Melanie trataban de separarme, algo inútil a decir verdad.
—¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO AQUÍ? —un grito, que más parece un gruñido, resuena por toda la silenciosa cafetería.
Jade y Melanie, así como otras personas nos consiguen finalmente separar. Mi pecho subía y bajaba por mi acelerada respiración, las chicas me sujetaban fuertemente como si temieran que volviera a tirarme a golpearla. Me hubiera gustado hacerlo de nuevo, como se merecía, pero me contuve. Y es que la forma en la que a Alisson y a mí nos entrenaron para defendernos no es muy... normal. ¡Oh cielos! ¡¿Y es que acaso agarrarse a golpes el primer día es normal?!
¡¿Qué es lo que acabo de hacer?!
—¡Kirchner! ¡McChrystal! A la dirección, ¡ahora! —ruge la directora.
Sujeto mi cabello en una coleta alta, la chica de apellido McChrystal hace tal escándalo que cualquiera pensaría que la están matando, pero como nadie le hace el suficiente caso; mantiene lo justo de lágrimas y lamentos, mientras trata de detener la sangre de la nariz.
—¿Y bien? ¡A la dirección! —demanda la directora con una expresión tan severa que no queda más que obedecer.
La nariz torcida, me fulmina con la mirada, sus ojos grises relampagueando de odio; antes de empezar a caminar hacía la salida con esos horrorosos tacones rojos.
Suelto un largo suspiro, acomodo mi ropa, y sintiendo como si un gato salvaje me hubiera atacado el rostro, camino también hacia la salida.
Sólo espero que llamen a mi padre y no a mi madre. Un estremecimiento me recorre el cuerpo entero.
Realmente debería dejar de defender a las personas, siempre me meto en problemas.
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