Capítulo 4.
ARIADNA.
—¡¿En qué mierdas estaban pensando?!
Todos nos escogemos al escuchar a mi madre gritar furiosa. Tratando de controlar mi expresión, para no demostrar mi nerviosismo, entre mis pestañas la observo caminar de un lado hacia el otro. El vestido de cuero se moldea a sus bien proporcionadas, pero menudas curvas, los tacones altos rojos más la peluca negra lacia que le llega a la altura de los hombros, le termina de agregar un aire sensual. Que si no fuera por la expresión de su rostro, el brillo escalofriante de esos ojos negros y el tatuaje de la Atheris que consigo vislumbrar por la abertura en la espalda... parecería una persona normal.
—¡Maldita sea! —gruñe, sin dejar de caminar mientras empieza a murmurar entre dientes.
Frunzo el ceño desconcertada. No entiendo el porqué está tan enojada, sí, sé que empecé una pelea que puso los aires un poco tensos, pero no pasó a más. En cuanto aparecieron Malik y Alec, junto con su padre, todo volvió a la normalidad. La música empezó a sonar a todo volumen, la gente volvió a sus asuntos y la mujer que estuvo a punto de matarnos, con una última mirada de odio hacia mi madre se perdió en ese mar de gente. Pero mi madre... ¡Dios! Con la voz llena de falsa calma, nos ordenó que teníamos exactamente cinco minutos para que lleváramos nuestros problemáticos traseros a los autos. Y en cuanto todos llegamos a la mansión, se puso hecha una furia.
—¡Por esa razón les ordené que no fueran, maldita sea! —su voz me saca de mis pensamientos. Se detiene y esta vez enfoca completamente su atención en mi persona—. ¡Pero claro! La niña aquí presente siempre tiene que obtener lo que quiere, sin pensar en las consecuencias.
Ironía mezclada con doloroso sarcasmo se apodera del tono de voz de mi madre. Siento un nudo crecer en mi garganta de enojo, culpa y resentimiento. Y aunque siento los ojos irritados, me trago todo aquello cerrando con fuerza mis manos a cada lado de mi cuerpo, dejando una expresión indiferente en mi rostro. Tratando de que nadie se percate lo mucho que sus palabras me afectaban, así como el hecho de que todos en el despacho se mantenían en silencio, ninguno dispuesto a salir en mi defensa. Ni siquiera Wyatt que sabe muy bien lo que pasó dice algo, mucho menos lo hará mi padre. El cual desde que llegamos a la mansión se ha mantenido al margen, con una expresión seria y que aunque sus ojos me observan preocupados, no dejo de sentirme traicionada por su silencio.
—¿Por qué nunca me haces caso, Ariadna? ¿Por qué? —aquel susurro, con un tono de voz que nunca la he escuchado utilizar, de alguna forma consigue colarse entre mis pensamientos.
Levanto la mirada sorprendida. Una expresión sombría, con cierta tristeza, se apodera del hermoso rostro de mi madre. Cuando aquellos escalofriantes ojos negros hacen contacto con los míos aparta la mirada rápidamente, no sin antes haber visto su mirada afligida.
¿Qué demonios?
La observo caminar hasta el mini bar que tiene a un lado de su sombrío despacho, un silencio tenso y pesado cae sobre todos. Mi madre con el cuerpo completamente tenso vierte una gran cantidad de vodka en un vaso de vidrio, tapa la botella, toma el vaso y lo lleva a sus labios; dándole un merecido trago sin inmutarse.
—Aguanta cariño, ya casi término.
Un sollozo por parte de Melanie arranca mi atención de mi madre. Kenya está limpiando todas las heridas que tiene en las piernas y en las manos, incluso tuvo que suturar una que otra. Nada grave, pero sí doloroso. Sé que Melanie en este momento debe de estar maldiciéndome de todas las formas posibles en su mente, y no puedo culparla, yo fui la que la llevó a ese lugar sin tomar en cuenta su opinión. Por mi insistencia y majadería tuvo que experimentar todo aquello, si ella no se hubiera visto obligada a ir por mi culpa, nada de esto estuviera sucediendo.
—Listo.
Melanie con el rostro pálido y ojeroso, le regala una pequeña sonrisa a Kenya, la cual sólo asiente. Se quita los guantes, echa las gazas con sangre y todo lo que utilizó en una bolsa roja, la cual Leo toma y sale del despacho para tirarla en algún lado.
—Se supone que tu madre debería de saber lo que te ha ocurrido —dice mi madre seriamente mientras le da ligeros sorbos a su vaso lleno de vodka—, pero conociéndola armará un escándalo. Así que no te preocupes yo tomaré la responsabilidad, de todo.
Tenso mi mandíbula, al igual que mis manos. Si algo tengo es orgullo, y si alguien se lástima por mi culpa o yo soy culpable de algo, nunca me escondo en las faldas de nadie.
—No hace falta que las tomes tú —mascullo entre dientes. Mi madre levanta una ceja en mi dirección—. Yo tomaré la responsabilidad, no necesito de tu ayuda.
—¿Y crees que lo hago para ayudarte?
Respira Ariadna. Respira.
—No seas ilusa. Simplemente no me conviene que Dorian se entere de lo ocurrido —dice en un tono indiferente que de alguna manera me afecta—. Y ni pienses que tú no serás castigada. ¿Cuándo aprenderás que no tienes seis años sino diecisiete?
Y eso fue todo.
—¡¿Y tú cómo mierdas vas a saberlo si me abandonaste?!
En cuanto exploté y aquello salió de mis labios es como si hubiese tocado un tema tabú. De inmediato mi padre, Wyatt, Kenya e incluso Grant; pusieron una expresión tan seria que me desconcertó completamente. Mi cuerpo temblaba por la furia reprimida, ni hablar del nudo que sentía en mi garganta, pero no podía dejar de sentir un mal presentimiento en la boca del estómago.
—Es cierto —concede mi madre al cabo de un largo y tenso silencio.
De inmediato mi padre abre la boca para decir algo, pero mi madre le da tal mirada, que lo único que hace es tensar la mandíbula y salir hecho una furia del despacho. Mi desconcierto aumenta olímpicamente, busco respuestas en la mirada de Wyatt, pero él está tan serio —y me atrevería a decir que furioso— como mi padre, que se mantiene con la mirada fija en otra parte que no sea en mi persona. Y la tía Kenya... bueno, tiene esa mirada escalofriante que me pone los pelos de punta, por lo que no espero que sea ella quien decida romper aquel tenso silencio. De alguna forma mi mirada cae en la última persona, en esos ojos oscuros que me observan fijamente, también con una expresión seria, pero a excepción de los demás, sus ojos tenían ese brillo sobreprotector que conocía demasiado bien.
Tengo la sensación que aquí hay algo que no me han dicho, y no me gusta no saberlo.
—¿Qué mierdas pasa? Y no me digan que nada, nunca he visto a papá tan enojado —reprocho sin dejar de verlos sospechosamente a todos, menos a Melanie que está igual o más de pérdida que yo.
Sin embargo, nadie parece querer decir nada. Mi madre me regala una larga mirada antes de tomar de su vaso de vodka. Ella me esconde algo, eso es algo que he notado, más nunca he tenido la necesidad o sería mejor decir; el interés de preguntar. Incluso ahora que lo pienso, cada vez que le echaba en cara lo de su abandono, ella no decía nada y simplemente aceptaba todos mis insultos, todos mis reproches y malos tratos. Como si ella de alguna forma estuviera autocastigándose
—¡Estoy harta! —explota la tía Kenya de pronto—. ¡Dile de una maldita vez Dakota! No soporto ver a esta malcriada hablarte de esa manera, cuanto tú has hecho tanto por ella.
—¡Es suficiente! —ordena mi madre con un tono de voz que me provoca un estremecimiento por todo el cuerpo—. Lleva a Melanie a una de las habitaciones, Grant y Leo esperen afuera, tenemos asuntos que resolver.
—¡Sí señora!
Ni siquiera se oponen u opinan sobre el tema, aunque no me pasó por alto la mirada que le regaló Kenya a mi madre. Estoy que no salgo de mi asombro. ¿De qué hablaba Kenya? ¿Qué son esas "cosas" que tanto ha hecho mi madre por mí? Cada vez estoy más confundida, yo sé que mi madre es una mujer llena de secretos, por favor, estamos hablando de una mafiosa. Pero cuando esos secretos tienen que ver conmigo, simplemente no sé cómo reaccionar o qué decir.
—Wyatt a partir de hoy está encargado de ir a dejarte y recogerte a la universidad.
Salgo de mis pensamientos al escuchar a mi madre. Frunzo mi entrecejo, de inmediato abro la boca para renegar en cuanto proceso lo que ha dicho, pero me echa tal mirada que de muy mala gana me quedo callada. Normalmente haría lo imposible por sacarla de sus casillas, pero si soy sincera, en este momento se ve muy escalofriante y realmente no quiero que desate su ira contra mí. La observo darnos una última mirada antes de caminar hasta su escritorio, rodearlo y sentarse en su silla de cuero.
—Siéntense.
Y sí señores, es una orden.
Suspiro sin poderlo evitar, tomo asiento en uno de los dos sillones individuales de cuero que hay en frente a su escritorio. Cruzo los brazos a la altura de mi pecho, Wyatt también toma asiento a mi lado sin borrar la expresión enojada y seria de su rostro. Tengo que decir también, que mi hermano da miedo cuando se ve tan serio.
—Tengo que admitir que hiciste bien en defender a Melanie, el problema está contra quien fue —dice mi madre llamando mi atención. Frunzo el ceño confusa—. Vera Banihammad es la última persona con la deberías haberte encontrado.
Antes de que yo o Wyatt podamos decir algo, ella sigue hablando, aunque con un tono más sombrío.
—Sé que odias todo lo que tiene que ver con "este mundo" —dice sin apartar su mirada de la mía—, pero tienes que saber quién es y de lo que es capaz, para que sepas la magnitud del problema.
Algo me dice que haber pateado a esa mujer me traerá muchos problemas.
—Antes debes de saber unas cosas, que aunque no son necesarias sí les hará más fácil de comprender —dice con una expresión pensativa—. En el mundo hay cerca de veinte o tal vez más, mafias que se dividen ya sea por continente o por país. Depende de la extensión de territorio que tienen bajo su poder. Pero como esto no es "Historia y Cultura de la mafia", voy hablar más específicamente sobre los Estados Unidos. El territorio de los Estados estaba dividido en tres mafias, la frontera con México y parte de Miami pertenece a la Mafia Mexicana (La EME); los cuáles aunque extendieron su poder hasta este país, no son tan influyentes. La mafia que tenía un alto poder y territorio era la de los Anderson. Bueno, tenía, hasta que apreció la tercera. La mía.
Parpadeo y observo con sorpresa, así como con curiosidad, el rostro indiferente de mi madre. No se si serán ideas mías, pero algo en su tono... no sé, fue escalofriante la manera en que nombró a los Anderson. Si me pongo a pensarlo no sabría explicarme, porque aunque no soy un genio en la materia de la Mafia y todo el asunto, sé que mi madre no usa la influencia de los Anderson. Siempre se refieren a ella como "Atheris", por no mencionar que ella es la líder de su propia Mafia. Lo que me llega a preguntarme: ¿Qué habrá sucedido con su familia?
—Por muy incrédulo o bizarro que parezca, entre el mundo de la Mafia hay ciertas reglas que se deben de cumplir —dice con un tono de voz relajado, apoyándose con la misma tranquilidad contra el respaldo del sillón de cuero—. No involucrarse en el territorio o los negocios de la Mafia que pertenezca a otro país u continente, a menos que tenga una buena excusa. Involucrar a personas ajenas al mundo de la Mafia, aunque no está prohibido, se trata de no hacerlo. Toda enemistad o venganza que tengan los líderes en zonas neutrales deben dejarse por fuera. Guste a quien le guste.
»Y por último, pero no menos importante, cualquier persona que se involucre con la esposa (o), amante, con cualquier persona que tenga una relación amorosa con el líder de una mafia, es considerado prohibido. Del modo sexual o del modo romántico. Y aunque estoy segura que hay muchas más, por el momento esas son las más importantes. Es raro que un líder tenga problemas o guerras con un líder de otro territorio, normalmente son de su mismo continente o país. Ya que puede que los negocios de ambas Mafias sean competencia. Como sea, eso no es lo importante, sino mi problema con los Banihammad«
Lo último lo agrega, como si pudiera leer nuestro pensamiento. Aunque no niego que su explicación sobre las reglas y el cómo está dividido este mundo de la mafia, es algo interesante. Sin embargo, nuestra curiosidad está enfocada en esa mujer.
—Mucho antes de crear mi propia Mafia ya me había hecho de cierta fama, quien me conocía sabía que la persona que estuviera involucrada o anexada conmigo, iba a recibir grandes cantidades de dinero. Por eso no me sorprendió que los Banihammad, una familia árabe encargada de uno de los negocios de tratas de blancas más grande que he visto en mi vida, me buscara para hacer negocios conmigo. Para ese entonces tenía dos años de haber formado mi mafia y sabían que la única forma de tener vía libre con los Estados Unidos es que hicieran contacto con los Anderson o conmigo.
»Primero lo intentaron con los Anderson, pero Demetrio —quien era para ese entonces el líder— no era de los que sentían gran necesidad de compartir, además de que no era estúpido. Sabía que involucrarse con ese tipo de negocios iba aumentar los enemigos en deber de los aliados. Por lo que no les quedó más opción de contactar conmigo. Vin y Said Banihammad; eran los hijos de puta más enfermos que he visto en mi vida«
Wyatt y yo, compartimos una mirada sorprendida. Sin embargo, mi madre se encuentra tan absorta en sus pensamientos que no nos da oportunidad alguna de comentar o interrumpirla.
—No soy una santa, nunca he esperado serlo, pero si hay algo que odio es involucrar a personas inocentes o ajenas al mundo en el que nosotros nos desenvolvemos —lo primero dice dándome una significativa mirada, con un ligero toque burlón. Me aguanto el poner los ojos en blanco—. Y así se los hice ver, valiéndome mierda que tal vez se hubieran ofendido por mis palabras. Si le preguntas a cualquiera que esté involucrado en la Mafia, la trata de blancas es el último de los negocios en los que uno desearía involucrarse.
—¿Por qué? —pregunto, llamando la atención de Wyatt y la de mi madre.
—Fácil, por lo que el simple negocio significa. La trata de blancas no tiene como requisito sexo, edad, nacionalidad, estado físico y condición socioeconómica —responde Wyatt a mi lado. Mamá asiente seriamente a sus palabras—. En otras palabras, les vale una mierda vender a recién nacidos, personas adultas mayores, mujeres, niños, etc... si con eso les genera una gran cantidad de dinero. Importando poco lo que estos tengan que decir a esa venta.
¡Maldita sea! Trago grueso y siento como un estremecimiento recorre mi cuerpo.
—Vin aunque se molestó por mi palabras, las aceptó, pero Said —mi madre vuelve a retomar el tema. Los músculos de mi abdomen se tensan ante su expresión y su silencio—, cometió el terrible error de desafiar mi paciencia. Por lo que no me quedó más opción que hacerlo desaparecer y mandarlo al pacífico mundo de los muertos.
»Sin embargo, no era completamente consciente, hasta pasado unos años que los Banihammad seguían siendo una amenaza. Su negocio se siguió expandiendo de manera preocupante, y para cuando las dos mafias que podían negarle la entrada a los Estados Unidos desparecieron; Vin Banihammad reclamó los territorios de los Anderson y el mío, como suyos. Algo que las demás mafias no podían tolerar, los únicos que podían intervenir eran los dueños. Por razones —que no diré— al final tuve que encargarme de él, y así lo hice. Lo maté.«
Un nuevo estremecimiento recorre mi cuerpo. No sé qué es más escalofriante, el hecho que existan personas tan mierda o que mi madre lo haya matado, y lo que es peor, que no muestre remordimiento alguno.
—Todos pensamos que se había solucionado el problema al haber quitado a ese estorbo de nuestro camino... —la voz de mi madre me saca de mis pensamientos. Vuelvo a poner mi mirada en ella—, pero nunca contábamos con que Vin se había casado. Vera Banihammad es la viuda de Vin, por ende heredó todos los negocios de su marido, así como los clientes y los aliados. En resumen, ella es igual de poderosa que yo en este momento, y el hecho de que ella me odia con toda su podrida alma...
Hace una ligera pausa, quedando pensativa por unos segundos. Tanto mi hermano y yo observamos preocupados a mi madre. En otras palabras lo que ella está diciendo es que esa mujer tratará de lastimar a mi madre de la misma forma que ella lo hizo. O sea, irá tras nosotros o mi padre.
Mierda.
Un escalofrío recorre mi cuerpo entero. Definitivamente no tuve que haber ido, sobre todo, no tuve que haberla humillado. Sólo pensar en su mirada, cargada de maldad y hambrienta de venganza, me pone los pelos de punta.
—Pero no se preocupen... —la voz de mi madre vuelve a llamar mi atención—. Ella con la última persona que le conviene meterse es conmigo, aunque es mejor prevenir. Así que ambos tienen prohibido ir a El Infierno y no hay excusas o excepción. A partir de hoy tendrán más de un guardaespaldas.
—Pero...—mi hermano trata de decir algo pero mi madre lo corta con una mirada.
¡Cielos! ¡¿En serio?! ¿Ella ha mirado de esa manera a su hijo preferido? ¡¿A él?!
Insólito.
—No hay objeción alguna —gruñe mi madre. Enarco ambas cejas completamente sorprendida—. Ahora si lo han entendido bien y no tienen más tonterías que decir, pueden irse.
Y así sin más, nos echó de su despacho.
—Maldita sea.
No importa cuánto trate, no soy capaz de conciliar el sueño. Siento los ojos irritados, los párpados pesados y el cuerpo tenso, pero el sueño no viene. Supongo que estoy tan cansada que no puedo dormir. Suspiro completamente irritada, le doy un fuerte manotazo a mi almohada antes de levantarme de muy mal humor, me pongo unas pantuflas de Tigres de lo más tontas que Alisson me regaló para molestarme. Pero aunque son tontas, tengo que admitir que son cómodas. Al salir de mi habitación me encuentro con un silencio terrorífico y tenso, uno que no presto la mínima de atención. Paso de largo la sala de estar, el umbral del comedor y al final entro a la cocina. Las encimeras blancas, algunas con detalles en vidrio a duras penas consigo identificarlas. Y como no siento deseos de despertar a nadie, ni siquiera me tomo la molestia de encender alguna bombilla. Arrastrando mis cómodas pantuflas, me acerco al refrigerador y sólo su tenue luz alumbra aquella enorme —y moderna— cocina. Observo su interior, buscando... la verdad no tengo idea, algo que me ayude dormir.
—¿Pastel? No. Deseo dormir, no pasar despierta toda la semana —balbuceo—. ¿Leche? Puede ser, pero qué pereza poner a hervir...
—¡¿Qué estás haciendo aquí?!
—¡Mierda! —grito asustada al escuchar una voz muy cerca de mi oído.
Llevo una mano a mi pecho donde siento que mi pobre corazón está a punto de salirse de mi pecho, aunque no puedo decir lo mismo de mi alma y volteo buscando al causante de provocarme un casi Pre-Infarto.
—¿Qué? ¿Se asustó la niña?
Entrecierro los ojos molesta, al ver como Wyatt empieza a descojonarse de la risa. Ni siquiera lo pienso y lo golpeo. No seré una mujer violenta, pero crecer con tantos chicos que hacían de tus "hermanos mayores" y de tu verdadero hermano mayor, tuve que aprender a golpear y muy fuerte.
—¡Dios! ¡Ariadna! —exclama en un jadeo adolorido mi querido hermano—. A veces olvido lo fuerte que pegas.
Pongo los ojos en blanco. Lo ignoro, saco la leche del refrigerador y pongo a hervir para mí. Ya que Wyatt odia la leche. Salvo la cerveza, lo único que toma es jugo de manzana. Pero qué se puede esperar, él es extraño.
—¿No puedes dormir? —pregunta Wyatt manteniendo la burla en su tono de voz.
—Soy sonámbula, ¿no ves?
—Siempre tan linda.
Sonrío sin poderlo evitar, saco jugo de manzana y le sirvo. Toma mi rostro y besa mi mejilla. Así es nuestra relación siempre, aunque a veces nos digamos cosas muy feas, mantenemos una relación muy estrecha. Él haría lo que sea por mí, y yo ni se diga.
—Oye, Wyatt... —musito dándole pequeños sorbos a mi leche ya hervida, con unas dos gotas de vainilla. Mi hermano hace una seña con su cabeza para que continúe. Tomo una ligera respiración—. ¿Qué quiso decir la tía Kenya con eso de que mamá hizo muchas cosas por mí?
El vaso de jugo quedó a medio camino de la boca de mi hermano, aunque la cocina está completamente oscura, entran unos que otros rayos de luz que proviene de la bellísima Luna, a través de los enormes ventanales de vidrio. Mis ojos no se apartan del rostro atractivo de Wyatt, la mitad de su rostro está iluminado y el otro completamente oscuro.
—Mamá te quiere... no... ella te ama más de lo te imaginas, aunque tú no lo creas —me responde después de un largo silencio. Mi ceño se frunce de inmediato—. Y aunque realmente me encantaría decírtelo, no puedo. A veces necesitamos nosotros mismos buscar las respuestas.
Suspiro sonoramente. Ya sabía yo que iba a ser difícil que Wyatt me dijera, y aunque sé que tiene razón, no puedo ir y preguntarle a mi madre. Lo más seguro terminemos discutiendo. Un silencio un poco tenso cae sobre ambos, Wyatt se apoya contra el desayunador, me acerco y quedo a su lado. Él pasa uno de sus trabajados brazos sobre mis hombros, apoyo mi mejilla contra el cálido —y desnudo— pecho de mi hermano.
—Sabes... —murmuro sin apartar la mirada de una de las encimeras—. Siempre he querido saber por qué tú no la odias, digo, ella también te abandonó.
Wyatt permanece en silencio, manteniendo la mirada fija en otro lugar que no sea mi rostro. Sus facciones se endurecen solo un poco bajo la tenue luz que entra en aquella enorme cocina.
—La odiaba —confiesa al cabo de un buen rato. De inmediato pongo toda mi atención en él, ladeando mi cabeza y parte de mi cuerpo—. Era un niño. Lo único que me interesaba era saber por qué era el único que no tenía una madre que fuera a las reuniones o recogerme a la escuela; como sucedía con mis compañeros. Odiaba que de burlaran de mí, la odiaba por habernos dejado a ti, a papá y a mí, solos. Pero lo que más odiaba era no saber la razón por la cual nos abandonó.
Wyatt suelta una seca carcajada, ladea su cabeza poniendo por unos segundos su atención en mi persona, me regala una sonrisa triste.
—Fuimos muy injustos con mamá, Ariadna —dice mientras pasa una de sus manos por mi cabeza—. Aunque bueno, éramos niños e ignorábamos el motivo por el cual ella se fue. Pero aún así, todo que le dijimos... cielos, no sabes cuanto lamento las cosas que le dije. Todas la veces que la desprecié y le grité.
Aparta su mano de mi cabeza, al igual que su mirada. Frunzo el ceño claramente no comprendiendo lo que dice mi hermano. Sé que tratábamos muy mal a mi madre, algunas veces realmente me arrepentí de alguna de ellas, pero Wyatt y yo teníamos mucho odio y otros sentimientos negativos reprimidos. Y cuando ella apareció de repente, aparentando tal tranquilidad fue como nuestro detonante. Pero la diferencia ahora es que Wyatt ya no parece tener resentimiento contra ella, en cambio yo... bueno, no la odio. Pero siento algo en mi pecho cada vez que la veo, realmente no sé qué es lo que siento o me sucede.
—¿Tú sabes el motivo por el cuál ella se fue?
Salgo de mis pensamientos por la pregunta repentina de Wyatt. Pongo mi mirada en mi hermano, sus ojos verdes azulados están fijos en mi rostro. Enarco ambas cejas al verlo tan serio.
—La verdad las pocas veces que le pregunté a papá, me respondía algo como; "ella está haciendo algo muy importante" "volverá muy pronto" —respondo tratando de recordar esas conversaciones—. Como a la quinta vez de escuchar lo mismo, simplemente asumí que ella nos había abandonado porque éramos un estorbo. No es muy normal que tu madre desaparezca seis años y no se comunique con su familia nunca.
Wyatt asiente distraídamente sin quitar esa expresión seria. Sube la mirada por un momento al techo, suspira y parece debatirse en algo. Tomo mi vaso y el suyo, para dejarlos en el lavaplatos.
—¿Te acuerdas de ese árabe? ¿El que mamá mencionó? —pregunta Wyatt, dejándome un poco confundida.
—¿El que ella mató?
—Sí... —hace una pausa y carraspea un poco—. Ella habló sobre unas razones, las cuales son las mismas por las cuales se fue.
Frunzo el ceño. Me doy media vuelta, observo a mi hermano sin comprender. ¿Mamá se fue todo este tiempo para matar a ese árabe?
—¿De qué mierdas estás hablando, Wyatt?
Mi hermano suelta un largo suspiro y murmura algo sobre "que es una mierda explicando". Sí hermano lo eres, o yo soy muy mala comprendiendo tus flojas frases.
—¡Mamá había dejado la mafia por nosotros! —dice con un ligero matiz exasperado. Mi ceño se frunce mucho más. Pasa ambas manos por su rostro y me fulmina con la mirada, al ver mi clara expresión confusa.
—¡Me rindo! Si quieres saber toda la verdad pregúntale a mamá.
Y se va, completamente furioso, completamente exasperado.
¿Y ahora qué hice? Observo estupefacta la figura de mi hermano perderse entre la oscuridad del pasillo. Paso una mano por mi cabello.
¿Qué trataba de decirme Wyatt?
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