Capítulo 14.
ARIADNA.
—¿Wyatt? —toco la puerta de su habitación, pero no creo que me haya conseguido escuchar bajo aquella estruendosa y ridículamente alta que ni siquiera alcanzo a escucharme a mi misma. Rack City llena cada rincón del segundo y parte del primer piso.
Frunzo el ceño molesta, le doy un último golpe a la puerta, antes de voltear e irme dando grandes zancadas hasta llegar a los escalones, donde me tomo mi tiempo para bajar. Doy un pequeño salto, saltándome el último escalón. Me detengo en medio de la sala de estar y doy una mirada a mi alrededor. Toda la mansión está sumida en un aburrido silencio —dejando por lado la música bulliciosa de Wyatt— no se escucha absolutamente nada. Papá si no me equívoco está en las oficinas principales, que está en el centro de New York, y mi madre... Todo mi cuerpo se estremece. No sé dónde está y a decir verdad tampoco quiero saber. Sé que estoy siendo una completa cobarde, han pasado tres días desde que tuvimos aquella conversación y desde que sé toda la verdad. Pero, mis estados de ánimos han sido fluctuantes, por momentos no dejo de llorar, seguidamente me entra mucho enojo conmigo misma, con ella, con todos... No he querido verla, tampoco hablar con ella. La vergüenza que me recorre cada vez que recuerdo todo lo que dije, lo que hice, es tal que siempre término hecha un mar de lágrimas. Así que por el momento he decidido posponer nuestro encuentro. Es lo mejor.
Desganada, arrastro mis pantuflas hasta pasar el umbral que lleva al amplio —y demasiado elegante— comedor. Me detengo por un momento en media estancia; altos estantes de vidrio llenos de toda clase de vinos, por no mencionar la mesa larga ,rectangular, con un impoluto mantel blanco con delgados y detallados bordados dorados. Suspiro, aparto la mirada y sigo mi camino hasta toparme con las puertas deslizables que llevan a la cocina. Ignorando el cuchilleo de las chismosas sirvientas, así como sus expresiones sorprendidas, camino hasta la moderna nevera; de donde tomo jugo de naranja recién exprimido, el cual dejo en la encimera y busco un vaso de vidrio en alguno de los estantes.
De reojo observo sus expresiones, que si me preguntaran sería como si me hubiera crecido tres cabezas, cinco cuernos y tal vez unas diez colas. Me aguanto el poner los ojos en blanco.
—¡S-Señorita! —se acerca una de las cuatro sirvientas. Una castaña un poco rellenita de facciones suaves—. Debió de pedirle que alguna de nosotras le sirviéramos. Por favor, déjeme...
—¿Me tienen miedo? —pregunto curiosa. Llevo el vaso a mis labios, dándole un buen trago a ese delicioso jugo de naranja, les doy una rápida mirada por encima del vaso. Las cuatro no dejan de retorcerse las manos con cierto nerviosismo. Enarco una de mis cejas—. ¿Tan terrorífica soy?
—¡N-No a usted no! Es... —se detiene abruptamente y empieza a sonrojarse con tal fuerza que me deja bastante sorprendida—. Si n-nos disculpa, señorita.
Y las cuatro antes de darme tiempo de preguntar «¿a quién se referían?», salen como alma que lleva el diablo. Me encojo de hombros, dejo el vaso semi vacío en la encimera y empiezo a buscar algo para comer. Dado que todas las sirvientas se fueron y la persona que se encarga de preparar nuestras comidas por el momento está ausente; ya que tiene un problema familiar, según dice una nota que está pegada en la nevera, supongo que no me queda de otra que prepararme algo. Yo no es que no sepa cocinar, es que la cocina no es apta para mis cualidades culinarias.
—¿No deberías de estar en la Universidad?
—¡Mierda! —salto asustada. Con el corazón acelerado, me giro encontrándome con la fea cara de mi hermano—. Joder, Wyatt. ¿Cuál es tu maldito problema?
—¿Perdón? —sonríe con una falsa inocencia que no hace sino ganarse un gruñido de mi parte. Refunfuñada empiezo a sacar las cosas necesarias para unos sándwiches.
—Mi pequeña y falsa rubia, ¿Sabes cuánto te quiero, verdad?
Enarco una ceja, entrecierro los ojos y observo por encima del hombro con sospecha a mi querido hermano; el cual enrolla sus musculosos brazos en torno a mi cintura y apoya su barbilla —la cual tiene una barba de unos cuantos días— en mi hombro. Me muevo al sentir cosquillas, pero Wyatt no me suelta.
—Quieres que te prepare uno, ¿no es así? ¡Entonces quítate!
—No uno, ¿tal vez unos tres ?—sonríe con lo que otras dirían; "encantador", pero como sería muy bizarro de mi parte sólo diré que es un engreído.
—Sí, sí... —pongo los ojos en blanco y escondo la sonrisa que inevitablemente se formó en la comisuras de mis labios—. Ya quítate, pesado.
Mi hermano suelta una ronca carcajada, obviamente no prestando atención a mi falso tono molesto. De reojo lo observo tomar asiento en los altos bancos que están alrededor del desayunador de mármol y toma sin mirar adentro; el mismo vaso en el que estaba bebiendo jugo de naranja. De inmediato hace un mueca. Río entre dientes y me tomo el tiempo para hacer los sándwiches.
—Oye... —gruño al sentir un jalón de mi cabello. Wyatt sonríe de lado y se aparta rápidamente cuando traté de pegarle.
—¿Qué quieres? —mascullo ya harta. Me volteo con ambos brazos cruzados a la altura del pecho, levanto una ceja al verlo sin camisa y sólo con unos pantalones deportivos que le quedan un poco flojos; lo que provoca que le caiga un poco más abajo de la cintura—. ¿No tienes ropa que ponerte? Pareces un actor porno.
—¿Y tú qué? Pareces una vagabunda.
Frunzo el ceño y le doy una rápida mirada a mi holgada pijama. Aunque tengo que admitir que no estoy en mis mejores galas y mi cabello ha conocido mejores peinados; pero tampoco estoy tan mal.
—¿Qué tiene de malo? Es cómoda.
Mi hermano sólo ríe y se sirve más jugo de manzana que consiguió dentro de la nevera. Pongo en blanco los ojos de nuevo y sigo haciendo los sándwiches.
—Pero en serio, ¿por qué no fuiste a la Universidad? —pregunta de nuevo. Suspiro, tomo los dos platos y los dejo encima del desayunador. Wyatt no tarda en tomar el de él y empieza a devorarse los sándwiches; sin apartar su intensa mirada verde azulada de la mía.
—Digamos que esta semana no tenía el suficiente ánimo para ir.
Camino hasta llegar a uno de los bancos que hay en frente de él y tomo asiento, le doy un trago a mi vaso con jugo de naranja; que mi hermano se encargó de rellenar, y con toda la calma del mundo empiezo a mordisquear mi sándwich. Wyatt frunce el ceño y busca mi mirada, pero la fijo en la superficie de la encimera.
—Ariadna...
—Ya lo sé todo, Wyatt —alzo un poco la voz, y nuevamente siento ese sentimiento de vergüenza—. Sé la razón del porqué Vera está tan empeñada en hacer desaparecer a mi madre, sé porqué nos abandonó hace ya diecisiete años. Lo sé todo.
Levanto la mirada. Sus ojos verde azulados —idénticos a los míos y a los de mi padre— se abren como platos; completamente sorprendido. Sonrío con cierto sarcasmo.
—Tuvimos una larga y entretenida conversación.
—Joder... —observo a mi hermano llevarse una mano a su desordenado cabello blanco y lo peina hacia atrás; alborotándolo aún más. Sus ojos vuelven a conectar con los míos—. ¿Lo sabes todo? ¿Todo, todo?
Asiento, le doy otro mordisco a mi sándwich, sólo que sin las mismas ganas. Mastico por pura parsimonia, mientras entre ambos empieza a crecer un silencio un poco tenso. No tengo que levantar la mirada para saber que aquellos ojos están fijos en mi persona.
—Perdona, pequeña rubia —suspira, llamando mi atención—. Todo hubiera sido más fácil si lo supieras desde antes, pero no había manera. Tú y mamá son demasiado tercas.
—¿A qué te refieres? —frunzo el ceño y termino de tragar el pedazo de sándwich con ayuda del jugo de naranja.
—Bueno, tú porque no había manera de sacar el tema ya que desde siempre has evadido cualquier cosa que tenga que ver con mamá. Y mamá... —vuelve a suspirar—, porque ella decía que si tú realmente deseabas saber la verdad o saber algo de ella, sola, sin ayuda de nadie, ibas a buscar las respuestas.
Bajo la mirada de inmediato a mis manos. Trago el repentino nudo que empezó a formarse en mi garganta.
—Ella sabía que tú la odiabas, así que decidió darte tiempo. Que fueras tú quien diera el primer paso.
«En cuanto puse un pie lejos de la mansión, supe que probablemente me llevaba el odio de mis hijos.»
Cierro los ojos, lleno mis pulmones de aire; esperando mantener a raya mis emociones. No quiero llorar, o sería mejor decir: no quiero volver a llorar. No me gusta sentirme vulnerable y débil emocionalmente. Estos tres días fueron más que suficiente. Al final, tanto Wyatt como yo terminamos de comer los sándwiches en silencio, un silencio si bien un poco tenso, pero a la misma vez cómodo. Supongo que ahora que conozco la "verdad" nadie va a tener que caminar en puntillas a mi alrededor. Aunque no cambia el hecho de que ahora no sé cómo tratar con ella. Hemos mantenido una relación odio/odio que será extraño. No sé, supongo que tengo que acostumbrarme, ¿no?
—¿Qué hacen ustedes dos aquí?
¡Joder que he llamado al diablo!
—Ariadna, ¿no deberías estar en la Universidad? Y Wyatt, ¿Drew no te espera a ti y a Grant en la "Zona D"?
Tanto como Wyatt y yo observamos fijamente a mi madre, no la escuchamos llegar, además nos observa fijamente a ambos esperando una explicación de parte de alguno de nosotros. Llevo el vaso con jugo de naranja a mis labios, tratando de pensar una excusa que pueda servirme. Wyatt a mi lado empieza a llenarse la boca de sándwiches, claramente también evadiendo el responder.
—¡Vaya, de pronto mis hijos tienen mutismo! ¡Qué novedad! —crudo sarcasmo tiñe el tono de voz de mi madre. Suspira y sus tacones rompen aquel tenso silencio, pero se detiene abruptamente—. Como sea, los quiero listos a los dos a las siete en punto. Iremos a cenar.
—¿A cenar? —decimos al unísono Wyatt y yo, compartiendo miradas curiosas e incrédulas. Pero mi madre se va antes que alguno de los dos pueda preguntar a qué se debe tan extraña ocasión.
Mierda. ¿Qué estará planeando mi madre?
Deslizo la puerta transparente de la ducha y salgo acompañada de una gran nube de vapor. Enrollo una suave toalla en mi cuerpo, enfundo mis pies en unas pantuflas de baño y salgo del cuarto de baño. For U de Breathe Carolina sale de los parlantes de mi moderno reproductor, ayudándome a controlar los nervios que recorren cada centímetro de mi cuerpo. Lo primero que hago es ponerme ropa interior limpia, unas bragas de la misma tonalidad de mi piel, sin costuras, que se moldean a lo poco que tengo. Y el sostén sin tirantes a juego.
Tomándome mi tiempo empiezo a ponerme la crema corporal hecha de un exquisito aceite de coco mientras murmuro por lo bajo alguna que otra canción que pasa aleatoriamente. Me enfundo nuevamente las pantuflas y camino hasta mi armario, donde me toma unos cuantos minutos buscar qué ponerme. Creo que es el dilema de toda mujer indecisa. Al final opto por un vestido azul de busto corazón, brazos caídos y con una falda aunque un poco corta, acampanada que queda más que perfecto para mi altura. Decido combinarlo con unos altos tacones cerrados color plateados de suela color crema. Taconeando me acerco a mi tocador donde busco mi delgado collar bañado plata y con una "A" llena de pequeños diamantes. Que fue un regalo de papá para mis dieciséis. Escuchando One Word de Deadly Zoo, empiezo a peinarme, como el vestido llama ya demasiado la atención por su color y que además el corte es muy sensual, decido recoger mi cabello con un muy delicado pero elaborado recogido, que deja uno que otro mechón rubio suelto en torno a rostro. En cuanto al maquillaje, aplico lo básico: base, corrector, sombras, eyeline y máscara de pestañas. Así como resaltando algunos rasgos de mi rostro con sombra, y para finalizar un pintalabios color cereza muy a lo natural.
—¿Ariadna? —gracias al reflejo del espejo de mi tocador veo el ceño fruncido de mi querido hermano—. ¿Estás lista?
—Sí, déjame busque un clutch.
Aplico unas pocas gotas de perfume detrás de mis orejas y un poco en mi cuello, antes de pasar nuevamente por mi vestidor.
—¡Ya! Estoy lista —mi sonrisa lentamente se borra cuando finalmente soy consciente de la vestimenta de Wyatt.
Desde el otro lado de la habitación soy capaz de oler aquella exquisita colonia de hombre. Unos pantalones a la medida negros, zapatos relucientes de cuero negro, y una camisa formal manga larga negra. El saco a juego con el mismo material del pantalón, que se ve asombrosamente bien en él sin corbata o corbatín; dejando una pequeña porción de su amplio pecho. Y si a eso le sumamos su cabello blanco.
—¿Qué, te enamoraste de mí? —sonríe arrogante mientras forma una seductora sonrisa de medio lado. Pongo los ojos en blanco.
—Ya quisieras. Engreído.
Wyatt ríe, abre la puerta de mi habitación y deja que pase primero. No tarda en llegar a mi lado, toma mi brazo y lo deja en su antebrazo. Levanto una ceja en su dirección.
—Hoy seré tu cita perfecta —me guiña un ojo y mantiene aquella sonrisa que sabe muy bien que lo hace ver muy atractivo.
Simplemente río y dejo que haga lo que le dé la gana. Cuando llegamos a la sala de estar encontramos a mamá acomodando la corbata de papá, ambos no dejan de verse a los ojos, haciendo que Wyatt y yo apartemos la mirada incomodos. Papá tiene un traje parecido al de Wyatt salvo que el de papá es gris oscuro con detalles en negro, e inusualmente le queda muy bien. Y ni siquiera menciono a mi madre, que el vestido gris metálico con mangas largas que caen un poco de los hombros; le hacen ver el cuello más esbelto. Además como el vestido no es completamente largo y deja ver una pequeña porción de su pierna, le favorece a su baja estatura. Aunque de eso tiene que agradecerle especialmente a los altísimos tacones rojos que combinan con su clutch de diseñador.
Aunque trato de que el cuerpo de Wyatt me esconda de ella, no puedo evitar sentir esa ligera envidia cada vez que la veo. Mi madre es hermosa, tiene un cuerpo que personas a sus cuarenta años envidiaría tener, eso si no hablo la forma majestuosa que tiene de moverse. Le agrega un algo a su físico que cualquiera quien la vea, no pueda apartar la mirada de ella.
—¿Listos? —la voz de papá me saca abruptamente de mis pensamientos. Levanto la mirada y ambos nos observan, esperando una respuesta por nuestra parte. Sólo sonrío y Wyatt asiente con una expresión algo distraída. Algo que no me sorprende, ya que a mi hermano esto de salir tan lujosos a cenar no es muy de su gusto, pero tiene que hacerlo.
Los cuatro como en sincronía salimos de la mansión, encontrando la Range Rover blanca con grandes aros negros que tanto ama mi padre, estacionada en la entrada. Wyatt me ayuda a subir al auto, regalándome otro guiño de su parte, mi padre también ayuda a mi madre y de reojo lo observo rodear la camioneta hasta llegar al lado del conductor. Cuatro camionetas negras —que no había notado en lo absoluto— no tardan en encenderse también. Dos de ellas sale antes que nosotros y las otras dos nos sigue a una distancia más o menos prudente. Frunzo el ceño desconcertada.
—¿Desde cuándo tenemos tantos guardaespaldas? —pregunto rompiendo aquel tenso silencio. Consigo ver la mirada que mi padre y mi madre comparten, lo que hace que mi desconcierto aumente aún más.
—Simple seguridad, cariño —responde finalmente papá. Frunzo el ceño mucho más.
¿Seguridad? ¿Seguridad para qué?
Casi como para indicarme algo, un escalofrío empieza a recorrer toda mi espalda, erizando los vellos de mi nuca.
Mierda. Sólo espero esta noche sea una simple y familiar cena.
Eso es lo único que pido.
☆☆☆
*Nota De Autora*
~Clutch: Es la palabra en moda para referirse a los bolsos y carteras de mano, sea de tela, plástico y todo tipo de material que los diseñadores utilizan.
☆☆
~Mansión de Los Kirchner:
~Una pequeña parte del Vestidor de Ariadna:
~Outfit de Dakota y Ariadna:
♥ARIADNA:
♥DAKOTA:
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