Capítulo 13, parte 3.
Aquellos escalofriantes ojos negros me observaban con tal intensidad que no hacían si no acelerar mucho más mi desquiciado corazón. La expectación corre con tal fuerza por mi cuerpo, que de alguna manera a duras penas consigo mantener una expresión tranquila en mi rostro. Porque de tranquila no tenía nada. Esto... era lo que tenía que haber sucedido hace tiempo. Era hora de saber la verdad y no me importa cuánto tiempo más me lleve; no pienso irme sin saberla absolutamente toda.
—Recuerdo que papá sólo nos decía que estabas haciendo algo importante, pero no nos decía qué era ése "algo" —soy la primera en hablar al ver que ella no hace el intento de hacerlo. Frunzo el ceño—. Que volverías pronto, pero de alguna u otra forma ése pronto se convirtió en años.
Tenso la mandíbula con fuerza, un nudo lleno de reproches se forma en mi garganta, dificultándome hablar.
—Quiero que me digas la razón del porqué Wyatt y yo nos quedamos sin madre por casi seis años. El porqué papá se quedó sin esposa todo este tiempo —mi voz empezó a subir unas cuantas octavas más. Antes de darme cuenta estaba a menos de medio metro de donde se encontraba ella, con ambas manos convertidas en puño a cada lado de mi cuerpo. Con la mirada clavada en aquellos ojos negros que me observaban con tal serenidad que no entendía.
¿Cómo podía estar tan tranquila?
—Dime mamá. ¡¿Por qué abandonaste a tu familia?!
Un tenso silencio cayó ante aquel reclamo que salió más emocional de lo que hubiera deseado. Era capaz de alguna forma escuchar los latidos rápidos y fuertes de mi acelerado corazón, mi respiración que estaba en la misma condición; era el único sonido que acompañaba el "TicTac" del enorme reloj que señalaba la una de la madrugada. Aquella conversación estaba tomando demasiado tiempo.
—¿No me piensas responder?
Ni una de las dos daba el brazo a torcer, nos mirábamos tan fijamente que bien podía ocurrir un terremoto en ese mismo instante y ni atención prestaríamos. Así de tercas podíamos llegar a ser, pero tal vez fuera la expresión llena de cansancio de su rostro o del suspiro resignado que escapó en ese momento de sus labios, que me indicó muy sutilmente que aquella pequeña batalla de voluntades la había ganado yo.
—Supongo que no queda de otra —susurra, seguido de un nuevo y cansado suspiro.
Rompe el contacto visual, toma la copa con aquel líquido ámbar que estoy segura se trata de whisky, tanto por el aroma como por el color. Cuando se trata de alcohol no se reprime en lo absoluto, qué mejor prueba la pared llena de los mejores —y carísimos, por cierto— Borbones, tequilas, whisky y otros; que son de su exclusivo consumo. Estoy segura que esa pared es el sueño de todo bar tender. Y no es exageración mía. Desde mi lugar la observo cruzar ambos brazos a la altura de su voluptuoso pecho, y apoya un lado de la cadera contra la madera dura y barnizada de su enorme escritorio. Cruza también los tobillos y deja su intensa mirada fija en el frío piso de mármol.
—¿Sinceramente porqué razón crees que me fui? —levanto la mirada, algo sorprendida por el cambio repentino de su tono de voz. Incluso su expresión se volvió igual de seria—. Estoy segura que tuviste que hacerte alguna clase de hipótesis.
—Sí las hice, y debo decir que ninguna sale a tu favor.
—Me lo imaginé —se encoge de hombros, pero tal vez fuera porque he aprendido a leer sus muy escuetas expresiones que esa expresión indiferente no es del todo verdadera.
La observo tomar el mismo encendedor rojo y la caja de cigarrillos que se encuentran sobre su escritorio. Tomándose su tiempo, como en todo, lo enciende y le regala una larga calada. Arrugo la nariz al sentir el fuerte olor a tabaco.
—¿Y bien? —suelta el humo por las fosas nasales y vuelve a tomar la posición que tenía hace unos minutos.
—Desde que tengo razón, papá nunca nos ocultó el hecho de que tú trabajabas para la mafia —sonrío de medio lado—. Creo que si no hubiera sido por él, Wyatt y yo nunca podríamos haber aceptado esa doble vida que llevas. Porque como sabes, hemos sido criados en cierto ambiente, y la mafia no es algo muy...
—¿Aceptado?
—Digamos —me encojo de hombros—. Sin embargo, aún cuando él trató de responder a todas nuestras dudas, no podía decirnos la más importante de todas. ¿Por qué tú no estabas aquí? ¿Por qué te habías ido y abandonado a tu familia? Entonces ahí fue donde pensé: "Ah, en verdad no le importamos. Ella prefiere mil veces a su querida mafia antes de que a su familia"
—¿Mi querida mafia? —sonríe de medio lado y baja la mirada al cigarrillo que sostiene entre el pulgar y el índice. Una expresión seria borra la sonrisa burlona de sus labios—. Odié a la mafia, creo que en alguna parte de mi condenada alma la sigo odiando, pero aprendí a desearla a cambio de poder.
—¿Poder?
—Cuando tienes pensado matar al líder de una mafia, tienes que igualarlo en todo —enfoca su mirada en mi persona—; en poder, en subordinados, en fortuna. En malditamente todo. Una ironía a decir verdad, porque fue el mismo Demetrio el que me hizo odiarla y luego desearla.
Le regala una larga calada al cigarrillo, yo lo único que hago es observarla. Esperando que llegue al punto de esta conversación. ¿Por qué se fue y nos abandonó? ¿Qué hizo todo este tiempo que no estuvo con nosotros?
—Tenía todo perfectamente planeado cuando llegué a New York, en lo único que pensaba era en hacerme respetada, en ganar fama y hacer conexiones que ni Demetrio fue capaz de lograr. Estaba inmersa en mi odio, la ambición y la sed de venganza eran mi única compañía. Si tenía que ser cruel, era la hija de puta más grande que existía, no me importaba nada ni nadie. O eso creía hasta que...
—¿Hasta que conociste a papá? —término por ella al ver que se queda en silencio. Levanta una ceja y ríe entre dientes.
—Admito que Drey fue una muy buena distracción. Tenía el tipo de miradas que me encantaba arrebatarle a todos los que me rodeaban, pero a pesar de lo que vivió y probablemente sintió cuando me involucré en su vida; nunca perdió esa mirada —se queda pensativa y fuma lo que queda del cigarrillo—. Entonces ahí fue cuando me di cuenta: «Ah, encontré a un buen adversario. Probablemente él será el único que alguna vez me hará sentir más que odio y me hará olvidar por un momento que soy la líder de una mafia»
—Te enamoraste de él —y por alguna razón un nudo se forma en mi garganta, tal vez fuera por la emoción que sus palabras tenían o la mirada de esos ojos negros. Era tan... extraña pero a la misma vez, tan intensa.
—Me enamoré de él —afirma y se lleva el cigarrillo a los labios, dándole la última calada antes de dejarlo en el cenicero—. Sin embargo, a pesar de todo el amor que sentía por él, no podía olvidar la razón que me llevó ser quien era.
—¡Por amor a Dios, mamá! ¿Acaso nunca se te ocurrió dejar la mafia? —exploto sin poderlo evitar. Es que simplemente no lo entiendo, ¿para qué seguir en un mundo que odias y abandonar a la persona que amas?
—¿Crees que no lo pensé? —frunce el ceño y también me encara—. Pero así como pensé en dejar la mafia, también sabía que en el momento que decidiera salir iba arrastrar a Drey a un infierno de vida. Él necesitaba convertirse en el mejor informático que los Estados Unidos hubiera conocido, no podía permitir que el odio de Los Anderson también lo arrastrara a ese círculo vicioso de odio en el que Demetrio y yo estábamos tan aferrados. Así que decidí ponerle fin.
—¿A qué te refieres?
—Hace aproximadamente veintidós años ocurrió uno de los momentos más memorables dentro y fuera del mundo de la mafia. La mansión Anderson explotó junto con su dueño, uno de los últimos descendientes directos de Donovan Anderson y su hija Dakota "Atheris" Anderson —levanta la mano, al ver mis claras intenciones de hablar—. O eso es lo que dicen los informes de la D.E.A. Ante la sociedad la D.E.A fue la que se encargó de "matarnos", porque tanto Demetrio como yo nos rehusamos a cooperar de forma pacífica. Pero es pura mierda. Yo fui la que mató a Demetrio, la que hizo explotar la mansión, y si bien es cierto que en un principio la idea era escapar antes de que todo se redujera a nada; en el momento que completé mi venganza es como si algo en mí dejó de existir.
»Es como si en ese momento no supiera qué hacer, qué pensar, cómo actuar. Me sentí tan abrumada que vivir o morir dejó de importar. O eso es lo que pensé. Cuando desperté en una habitación blanca, con parte del cuerpo quemado y con la mente nublada tanto por el dolor como por el medicamento que ingresaba por las vías conectadas a mis adoloridos brazo, me di cuenta que el todo poderoso había decidido que no era tiempo que conociera a mi buen amigo Lucifer. No sabía qué había pasado con Drey, Kenya y los demás, en lo único que me concentraba era en respirar. Y aferrarme a la pequeña esperanza de vida que crecía en mi vientre«
—Wyatt —susurro y llevo una mano a mi boca—. ¿Cómo...
—¿Cómo es que no lo perdí? —pregunta al ver mi sorpresa. Y quién no lo estaría, si con el mero golpe que recibe una mujer embarazada el riesgo de aborto aumenta a grandes proporciones, ahora estar involucrada en una pelea, una explosión y además del estado crítico de la madre; es para pensarlo.
—Estuve a punto de perderlo, si no hubiera sido por Thomas y Gilberth. Me mantuve por largos meses sin poder hacer más que respirar y comer. No podía moverme, no podía hacer el mínimo de esfuerzo —se encoge de hombros—. Fue la experiencia más difícil que tuve que enfrentar. Ser madre era algo que no tenía pensado ni en los delirios más loco que tuve estando drogada.
—¿En serio mamá? —pongo los ojos en blanco.
—¿Qué? —frunce el ceño confundida—. Para empezar se suponía que yo era estéril, Demetrio se encargó que me hicieran una operación de niña, luego está el hecho de que consumía absurdas cantidades de porquerías —droga y alcohol— como para decir que mi sistema era el más sano. Eso, si no menciono la clase de ambiente en el caminaba. ¿Quién en su sano juicio quedaría embarazada en ese momento?
—Tú, al parecer —levanta una ceja ante mi claro sarcasmo. Suspiro y paso una mano por mi cabello—. Por favor dime que papá sabía que estabas embarazada.
—¿Cómo iba a saber que estaba embarazada si ni yo lo sabía? —su sarcasmo contraataca al mío. Mentalmente pongo los ojos en blanco—. Además, era demasiado peligroso contactar con la gente de mi mafia, aún si Kenya y Drey fueran de tan alta confianza.
—¿Entonces? —frunzo el ceño confundida.
—Nada. Thomas, Gilberth y yo nos mantuvimos por tres largos años escondidos de todos. No podíamos volver así como así —cruza ambos brazos a la altura del pecho y se mantiene algo pensativa—, así que los primeros años nos concentramos en recuperarnos. Thomas viajó a Japón donde Sheena todavía se encontraba con Sasha, y Gilberth volvió conmigo a New York. Cuando volví al lado de tu padre, ya no era la mujer que él había conocido. Ahora era "Amira Daguetti" la que se convertiría en la esposa del millonario y reconocido informático Drey Kirchner. ¿Te lo puedes imaginar? Una ex mafiosa viviendo como una persona común y corriente, formando una familia y viviendo la vida perfecta.
Empieza a reírse, una risa que no compartía en lo absoluto. Tanto por el hecho de que no me provocaba gracia, como el hecho de que sus carcajadas eran vacías. No sé porqué ella siempre trataba de verse indiferente, cuando podía notar que en parte le afectaba profundamente. Cuando empezó hablar de Wyatt toda su expresión cambió, si bien se reflejaba el amor por su hijo, había algo angustioso.
—Creí por un instante, estúpidamente, que podría desprenderme de la mafia, pero es algo que nunca sucederá. Nadie puede escapar de la mafia.
—Tú pudiste.
—No —niega con fuerza—. La ignoré todo lo que pude, pero sabía que tarde o temprano iba a ser encontrada por ella. ¿Cómo podía desprenderme de algo que había formado parte de mi vida desde mis ocho años?
Un estremecimiento recorre mi cuerpo, al comprender el doble sentido de su pregunta. Desde que ella volvió, siempre le he recriminado que teniéndolo todo; por mero egoísmo quiere pertenecer a la mafia. Que ella es una criminal porque le gusta serlo y no le importa lo que nosotros como su familia pensamos.
Oh, maldición.
—¿Recuerdas a Vera Banihammad? —parpadeo, saliendo de mis pensamientos y enfoco mi atención en ella. Vuelve aquella expresión indiferente. Frunzo el ceño pensativa, tratando de recordar.
—¡Ah! ¿La mujer que me apuntó con un arma?
—Esa misma... —se detiene e inusualmente se ríe; algo que en parte me deja confundida. Y algo molesta. ¿Es tan divertido ver como le apuntan con un arma a su hija?
—En verdad el parecido que tienen ustedes dos con su padre a veces me deja muy sorprendida —dice sin borrar la ligera sonrisa burlona—. Algún día te contaré cómo fue que conocí a tu padre y la hermosa bienvenida que le dio Kenya.
Frunzo el entrecejo, confundida por sus palabras, pero antes de que tenga la oportunidad de preguntarle, ella se adelanta.
—Como sea. Retomando el punto, no sé si recuerdas que les había dicho que ella había heredado la mafia del ex esposo —dice pendiente de si la sigo o no, a lo que asiento dándole a entender que sí recuerdo aquella conversación. ¿Cómo olvidarla? Sangre, lágrimas, mi padre furioso, todos con expresiones serias, mi madre gritando luego con una expresión tan llena de tristeza que no comprendía en lo absoluto. Por no mencionar a Kenya, que empezó a quejarse muy a su modo —o sea, empezó a maldecir— que yo era una malagradecida y no sé cuánta cosa más. ¡Diablos! Y pensar que lo mucho que ha pasado desde ése día han sido unos cuantos meses. Pero de alguna forma siento que ha pasado medio año.
—Que el odio que sentía Vera por mí eran por dos principales razones. La primera el que yo tenga mucho más poder que ella, que los mafiosos que son considerados como lo más importantes y peligrosos —tanto fuera como dentro del mundo de la mafia— decidan hacer negocios conmigo y no con ella. Bueno, la llena de ira, tal vez con un poco de envidia —la superioridad y arrogancia se apoderan de su cansado pero bello rostro. Mentalmente pongo los ojos en blanco ante tal derroche de humildad—. Aunque uno pensaría que la principal fuente de su odio es porque maté a su esposo, dudo que Vera a estas alturas, siga creyendo que sus acciones están impulsadas por venganza.
—Tal vez realmente sí amó a su esposo, mamá. No puedes afirmar algo que no sabes.
—No, sí lo sé —enarca una ceja prepotente—. Sí, acepto que Vera pudo haber amado a Vin Banihammad, pero aún más el dinero y el poder.
Un silencio, algo incómodo, crece entre las dos. Personalmente entiendo porqué esa mujer desea dicho poder, como bien dije; he visto como todos en El Infierno besan el camino por el que camina mi madre. Tener bajo su mando a tantas personas, ser dueña de una cantidad absurda de negocios de los cuales de alguna u otra forma aumentan su fama; y que además le otorga un tipo de reconocimiento, que los criminales siempre han deseado. Sí, es parte entiendo. Maldición, si estuviera en esa clase de mundo yo también desearía poseer todo aquello. Pero el precio que hay que pagar para tener todo eso, es demasiado alto.
—Cuando decidí volver a la mafia no fue por poder, no fue por odio, no fue porque deseaba ser nuevamente la gran Atheris. ¿Por qué demonios iba yo a volver a ese retorcido mundo si estaba casada, con un hijo de cuatro años y una pequeña niña de enormes pero hermosos ojos verdes azulados, con sólo un año de nacida? —un escalofrío recorre mi cuerpo. Fijo la mirada en mi madre, pero ella me da la espalda. A los segundos escucho el chasquido del encendedor y un fuerte aroma a tabaco—. La única forma para que yo abandonara todo aquello, tendría que ser por algo que afecte directamente a mi familia y las personas importantes para mí.
—¿A qué te refieres?
Desde mi lugar observo como su espalda se mueve, poco a poco se voltea y fija su mirada en mi persona. Lentamente baja el brazo, con el nuevo cigarrillo entre sus dedos, y deja escapar una exhalación. El humo blanquecino revolotea en distorsionadas figuras frente a ella, pero en ningún momento aparta la mirada de la mía.
—Cuando la mafia Anderson y la mafia de la gran Atheris fueron eliminadas, el balance que había en el mundo de la mafia se convirtió en un caos. En resumidas palabras, aquellos tratados de paz con otros mafiosos dejaron de existir, los negocios que había en los Estados Unidos ya no tenían dueño y cualquiera podía tomarlos; algo que afectaba a unos y afectaba a otros —explica sin abandonar la expresión seria de su rostro—. Los Banihammad sabían que sin nuestra interferencia, los Estados Unidos iba a ser su sede principal para la trata de blancas. ¿Y quién podía detenerlos? ¿La policía? Vin tenía amplia conexión con el ejército de los Estados Unidos, de hecho, me enteré unos años después de haberlo matado; que Vin le vendía información a los Estados con el único fin que estos lo dejaran pasar las fronteras como si fueran las puertas de su propia casa.
»Por reglas generales ningún líder de la mafia puede involucrarse en el territorio de otro, a menos que sea por una buena razón. Y me dirás: «¡Pero están traficando personas, es una razón más que válida!» Claro, pero sería hipócrita por parte de ellos, ya que muchos de ellos son dueños de lujosos prostíbulos, otros aunque no practican libremente la esclavitud; tienen bajo a su mando personas que no desean y no quieren estar en ese mundo. ¿Cómo pueden venir y decirle a los Banihammad que no lo hagan? O sea, no tiene sentido. Los únicos que pueden intervenir son los que manejan los territorios de los Estados Unidos, en otras palabras, Los Anderson y yo«
Maldita sea. Maldita sea. Hago el amago de tragar el nudo que siento en la garganta, pero se me hace imposible a medida que comprendo lo que mi madre trata de decirme. Mis uñas se entierran con fuerza contra el cuero del antebrazo del sillón individual en el que estoy sentada.
—¿P-Por qué? —levanto la mirada, una furia que me toma por sorpresa pero que ella de alguna forma ya la veía venir por la tranquilidad con la que sigue fumando el cigarrillo, me observa sin alterar ni un momento su expresión—. ¿¡Por qué tú!? ¿Por qué? ¡Este país tiene miles de organizaciones, tiene ejército, tiene a la maldita D.E.A! ¿Por qué tú tuviste que hacerte cargo?
—Porque Vin era el hijo de puta con más inteligencia y malicia que había conocido en mi vida, sabía la mejor forma de sobornar; a cuáles países usar para sus fines. Esos que su Gobierno eran peor que la mierda —levanta la voz. Y aunque me sienta como una niña de diez años, me niego a comprender porqué un país que supuestamente tiene la mejor fuerza de seguridad; haya permitido aquello—. Así que cuando la mafia me buscó, no me quedó de otra que entrar a mi mundo de nuevo. Supongo que es normal que creas o hayas pensado que los abandoné por gusto, pero ese es el precio que tuve que pagar por ser quien soy.
—¡Tú tenías una familia! —grito, incapaz de creer lo que escucho—. Si lo que ellos querían era que alguien que fuera de Los Anderson o de tu mafia, podías haberle entregado todo ese poder a otra persona.
—¿Tú crees que uno es líder de una mafia por votaciones? Ya te había dicho que el puesto se gana, Ariadna —responde y frunce el ceño al verme tan alterada. Algo que en parte a mí también me sorprendía—. Así es este mundo. La mafia se rige por altos status, casi parecido a esta hipócrita sociedad, salvo que nosotros tenemos más ingenio y manejamos todo a nuestro antojo sin tener que rendir cuentas a nadie. Y ese es el problema. La mafia es demasiado para esta sociedad, sólo una persona que se mueve en él como propio podía hacer algo contra Vin.
—No —niego frustrada.
—¡¿Es que no lo entiendes?! —grita y tira el cigarrillo contra el piso en una arranque de cólera—. ¡No podía dormir de pensar en el hecho de que ese maldito árabe estaba robando niños que podían ser ustedes! Sé que no soy ninguna santa, joder si lo sé, pero cómo podía vivir con el miedo de que al día de mañana ustedes fueran los próximos y yo no pudiera hacer absolutamente nada para ayudarlos.
Un largo y tenso silencio crece entre las dos. Los latidos de mi corazón iban a una secuencia descontrolada, podía de alguna forma sentir como un frío abrasador recorría cada rincón de mi cuerpo, además del dolor que sentía en la boca del estómago. De todo lo que pudo haberme dicho, aquello fue lo peor que pudo decir. Cierro los ojos y bajo la cabeza, provocando que mi propio cabello esconda mi rostro, además del desastre de emociones que pasaban por él.
—No fue fácil, Ariadna. Saber que tenía que dejarlos, sobre todo a ti que estabas tan pequeñita, cuando necesitabas una madre más que nunca. Fue una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar, pero tenía que hacerlo. Vin no se iba a detener, tardé años en poder llegar a él porque tenía que demostrar que seguía siendo la líder. Que seguía siendo la gran "Atheris".
No sigas mamá. Por favor ya no sigas.
—En cuanto tomé la decisión y puse un pie lejos de la mansión —de mi hogar— sabía que probablemente me llevaba el odio de mis hijos.
«—¡Déjame en paz! ¡Nunca estuviste para mí, porqué iba a importarte ahora!»
«—¡Ojalá nunca hubieras regresado! ¡Ni Wyatt, ni papá, y mucho menos yo te necesitamos aquí!»
«—¿Es que no lo entiendes? Yo no necesito de una madre, si no la tuve cuando más la necesité, ¿por qué debería de importarme por tener una ahora?»
«—¿Qué quieres Dakota? ¿Cuántas veces tengo que decirte que para mí tú no eres mi madre. ¿Cómo una criminal podría ser mi madre?»
—E-Entiendo... — entre las mechones rubios que caen sobre mi rostro, busco su mirada, pero el nudo que siento en la garganta además del dolor que siento en el centro del pecho; no me permiten hacerlo. De alguna forma consigo levantar una de las comisuras de mis labios, haciendo pasar aquello como un intento de sonrisa—. Gracias por contarme toda la verdad. Buenas noches, mamá. Ya no te quitaré más tiempo.
Tropiezo con mis propios pies, pero ni siquiera me detengo, camino todo lo rápido que puedo. Abro de un tirón una de las puertas, la cual ni siquiera me tomo el tiempo de cerrar. Prácticamente llego corriendo a las escaleras y aunque estuve a punto de caer en más de una ocasión, ni eso fue suficiente para hacerme detener. Mis acelerados pasos hacían un ligero eco en aquella silenciosa y terrorífica mansión. De pronto aquel pasillo me parecía tan infinito.
«—Esa mujer, ¡esa asesina! No es mi madre.»
«—¡Odio la mafia y te odio a ti!»
—¡Oh, Dios mío! Oh, Dios mío.
Llego a duras penas a mi habitación, dejo caer con fuerza mi espalda contra la dura madera de la puerta, una vez la cierro con más ímpetu de la debida. Mis piernas finalmente son incapaces de aguantar mi peso y con un golpe seco; quedo sentada en la suave alfombra que recubre en gran parte el piso frío de mármol de mi enorme habitación.
«—Fuimos muy injustos con mamá, Ariadna.»
Subo mis rodillas y entierro sin piedad los dedos entre mi cabello, aquel nudo en mi garganta aumentaba hasta el punto que me dificultaba respirar.
«En cuanto puse un pie lejos de la mansión, supe que probablemente me llevaba el odio de mis hijos.»
—C-Creo que hubiera sido más fácil si realmente hubiera conseguido odiarte —sonrío sin ganas y suelto una baja risa que se convirtió en un ahogado sollozo.
De pronto, todas las discusiones con mi madre empezaron a llenar mi mente, las palabras que le dije, las peleas y las miradas indiferentes.
Ah, así que eso es lo que se siente. Bajo las manos de mi cabeza y las dejo encima de mis rodillas, apoyo la cabeza contra la dura madera de mi puerta y observo mi enorme habitación; que se encontraba sumida en la oscuridad. ¿A esto es lo que se refería mi madre con sentirse tan abrumada que no sabía qué sentir, qué hacer o cómo reaccionar?
Maldita sea.
Cierro los ojos y empiezo a reír como una completa lunática. Sin embargo, en algún punto el sonido alegre de mis risas se convirtió en desgarradores sollozos que salían de lo más profundo de mi ser; combinados con saladas lágrimas que reflejaban sólo una parte del dolor que sentía dentro de mi abrumado cuerpo.
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