Capítulo 13, parte 2.
—¿Hasta dónde te contó Helen?
Levanto la mirada sorprendida al escuchar su voz tras un largo y silencioso tiempo. La verdad verla llorar fue un completo shock para mí, ver aquella expresión tan llena de sufrimiento, no sé, me hizo ver una parte de ella que nunca esperé ver. Jugueteo con mi largo suéter, algo incómoda y frunzo el ceño pensativa al tratar de recordar la conversación con Helen.
—Bueno, nos enseñó a Alisson y a mí la sala o habitación —no sé qué es— que hay detrás de la pesada puerta de hierro en el bar —le comento levantando la mirada por intervalos—. Me dijo que habías vivido tres años en ese lugar.
Mamá frunce el ceño, asiente y entre mis pestañas la observo juguetear un poco nerviosa con el encendedor rojo que estaba al lado de una cajetilla de cigarrillos. El chasquido del encendedor es lo único que se escucha en ese amplio despacho. Mordisqueo inquieta mi labio inferior, tratando de frenar las ganas de seguir preguntando. ¿Por qué lloró de esa manera? ¿Qué fue lo que realmente pasó con la abuela Julie?
—Imagino que te contó que yo no había querido formar parte de la mafia, ¿no?
De inmediato levanto la mirada, mi postura se endereza, rígida. Parpadeo completamente sorprendida e incrédula.
—¡¿En serio?! —pregunto incapaz de esconder el tono incrédulo y sorprendido de mi tono de voz.
—Oh sí —responde, formando una seca sonrisa—. La odiaba. No entendía porqué tenía que formar parte de la mafia cuando se supone que una niña a sus ochos o siete años de edad debería de estar pensando en ser eso, una niña, no en cómo matar a una persona. Las diferentes armas que existen y la clase de dolor que puedes influir con ellas.
Un escalofrío pasa por cada rincón de mi cuerpo dejando una sensación de frío. Abro la boca atónita ante sus palabras, porque definitivamente lo último que pensaba que dijera fuera eso... de que odiaba la mafia. O sea, es casi que imposible de creer. Digo, porque ahora es la líder de una, sin mencionar que es una de las más peligrosas del mundo. No tengo que ser una genia para conseguir descifrar aquel hecho, sólo hay que ver como todos en El Infierno prácticamente besan el suelo por donde ella pasa. Mi entrecejo se frunce sin poderlo evitar.
—Pero si es cierto que lo odiabas, cómo es que...
—¿Ahora soy la líder de una? —me interrumpe con una hosca diversión. El chasquido del encendedor vuelve a sonar—. Bueno, la verdad es que una simple razón no es suficiente para explicarlo.
—Yo quiero... —me detengo, provocando que ella levante la mirada y la fije en mi persona—. Yo quiero saber.
Ella me mira fijamente por largos segundos en los que la tensión no hacía el mínimo amago de disminuir. Sé que estoy siendo egoísta, ya que no tengo que ser una genia para saber que su pasado no es uno de sus temas favoritos, pero sino aprovecho esta oportunidad siempre viviré con esa incógnita.
—Los Anderson eran una de las familias mafiosas con más poder que alguna vez tuvo los Estados Unidos, se dice que sus negocios preferidos era la prostitución y la pornografía. El primer líder fue Donovan Anderson, quien tuvo tres hijos, entre ellos estaba mi abuelo; Desmond Anderson, quien no era el hijo mayor, sino el menor —inicia mi madre con un tono neutral, como si aquello no fuera nada importante, aunque para mí sí lo era—. Mi bisabuelo Donovan era un tremendo hijo de puta con mucha influencia, estaba rodeado de parientes que en resumidas palabras eran una paria social, por lo que para él el único que podía llegar a ser el siguiente sucesor de la mafia Anderson era aquel que podía demostrar su valía. O sea, estamos hablando de quien fuera el hijo de puta criminal más respetado dentro y fuera de el mundo de la mafia, era el que iba a ser elegido. Así que ya te harás una idea del tipo de persona que eran Los Anderson.
—¿Y entonces?
—Pues nada, Daryl quien era el hijo mayor decidió que los negocios de la pornografía era más lucrativa y beneficiosa, que empezar alguna clase de guerra con sus hermanos menores —explica mientras se encoge de hombros—. Donato aunque lo intentó con el narcotráfico, no era lo suficiente inteligente como para tratar con los narcotraficantes, así que al final lo mataron. Por lo que sólo quedó Desmond, mi abuelo, y quien se convertiría en el siguiente sucesor de la mafia Anderson. Sin embargo, aún cuando él sabía que su puesto como líder estaba asegurado, digamos que se tomó muy a pecho de lo de hacerse con la fama. Por lo que empezó con los casinos, de los cuales no sólo tenía uno de los mejores negocios de lavado de dinero, sino que además ofrecía los servicios de los prostíbulos que el mismo Donovan había creado y una buena distribución de drogas muy exclusivas que consiguió en alianza con la Yakuza japonesa. Una cabe mencionar, no era muy dada hacer negocios con muchas personas.
—¿Y la policía nunca dio con ellos? —pregunto curiosa, porque si bien es cierto que antes no había tantas organizaciones policiales, eran menos corruptos, como lo son ahora.
—Sí y no —se queda pensativa por unos segundos—. Ellos sabían sobre los Anderson, sabían la gran parte de los negocios en los que estaban involucrados. Pero también, gran parte de la población masculina disfrutaba de esos negocios.
Hago una mueca de completo desagrado, algo que le provoca una sonrisa burlona a mi madre, pero que rápidamente sustituye por una neutral. Y antes de que pueda pensar en alguna pregunta, ella sigue hablando.
—Y bueno, ya lo demás es historia. El bisabuelo disfrutó una corrupta vida hasta los ochenta años, Daryl según tengo entendido murió joven aunque no sé la razón, y el abuelo Desmond; digamos que entre más poder poseía más loco se volvía, hasta que finalmente murió por una sobredosis cuando yo tenía por ahí de unos dos años de edad.
—¿Y qué pasó con la mafia Anderson? —pregunto mientras frunzo el ceño.
—Antes de que muriera Desmond Anderson, dejó un heredero. Demetrio, él fue quien se hizo cargo de la mafia Anderson.
—¿Todavía siguen vivas las esposas de todos ellos? —pregunto algo que he querido saber desde que ella mencionó a Los Anderson.
—Por alguna razón, todas las esposas Anderson morían muy jóvenes —mamá sigue jugueteando con el encendedor—. Creo que todavía existen algunos hijos ilegítimos de mis tíos abuelos, pero no estoy segura. La verdad no me sorprende para nada que ninguna de ellas hayan tenido una larga vida, porque estar casada con los miserables de los Anderson es el peor castigo que puede existir.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. ¿Estará refiriéndose a ella también? La observo fijamente, con gran curiosidad por lo que esté pensando, ya que si bien su expresión ya no es tan escalofriante sigue viéndose muy tensa. El chasquido del encendedor suena otra vez, pareciera como si quisiera encender un cigarrillo. Lo que no entiendo es porqué no lo hace. ¿Será porque yo lo odio? ¡Ja! ¡Imposible! Ella hace siempre lo que le viene en gana y el que yo esté o no, no es impedimento alguno. Bajo la mirada a mis manos, repentinamente una duda a cuela entre mis pensamientos.
—Mamá —llamo su atención. Levanta una ceja en mi dirección—. ¿Quiénes son las otras dos personas que salen en la foto?
El dedo con el que enciende el encendedor se detiene, su mirada de inmediato se endurece, la cual baja sólo una milésima de segundo a la foto familiar; esa donde sale toda la familia y fue la primera que Helen me enseñó.
—Demetrio y Daymond Anderson —masculla con el odio bien marcado en su tono de voz, así como en su mirada.
Me sorprendo al notar la gran diferencia con la que se dirige a ellos, porque con la abuela Julie tanto su expresión y como el hecho de que la identificó como "mi madre"; fue completamente cariñoso, llena de sentimiento. En cambio con los otros dos, ni siquiera dijo: "mi padre" y "mi hermano". Dios, todo esto es tan extraño y a la misma vez tan... increíble. No sé qué pasa conmigo, tal vez se deba a que mi madre transmite cierto halo misterioso, así como el hecho de que ella no es muy dada a las palabras, que entre más confiesa sobre su pasado, más quiero saber. Y a duras penas controlo mi curiosidad.
—¿Tuvo el tío Daymond y tú que pasar por la misma prueba de los demás? —desde mi lugar observo como su mandíbula se tensa en cuanto me refiero a su hermano. Por un instante me arrepiento, pero es demasiado tarde para retractarme.
—No —escupe las palabras con cierta dificultad. Frunzo el entrecejo confundida.
—¿Por qué?
—Porque —levanta la voz—, Demetrio sabía que Daymond era un bueno para nada. Demasiado débil para ser el siguiente líder de los Anderson, pero suficiente hijo suyo para hacerse cargo de los sucios negocios de la familia. Por lo que no quedó más opción que usarme a mí como su marioneta, se encargó de crear al perfecto monstruo que mereciera llevar el apellido Anderson.
—¿Él fue una de las razones...
—¿Por las que entré a la mafia? —se adelanta con un tono brusco. Muerdo mi labio inferior y asiento—. Él fue una de las razones principales. Sin embargo, aunque soy la líder de una mafia nunca lo fui de Los Anderson.
Un largo y tenso silencio crece entre ambas. En mi mente empiezo a repasar todo lo que he descubierto. Para empezar la familia Anderson son o fueron unos maniáticos, el padre de mi madre; Demetrio Anderson prácticamente obligó a mi madre entrar al mundo de la mafia. Pero hay algo ahí que no consigo entender, ¿por qué tanto odio contra su padre y su hermano? ¿Qué sucedió en realidad?
—Mamá —interrumpo el tenso silencio que hay dentro del despacho. Tanto la expresión de mi madre así como su suspiro; me indican que toda esta conversación está sacando toda de su escasa paciencia. E internamente le agradezco de todo corazón que mantenga su promesa—. ¿Puedo preguntar qué fue lo que pasó con Demetrio y Daymond?
Mi madre deja con un poco de brusquedad el encendedor contra el escritorio. Por un momento creo que hablé de más y finalmente conseguí que perdiera la calma. Con el corazón acelerado y el cuerpo tenso, la observo sacar —con cierta desesperación— un cigarrillo de la caja que está al lado de una desordenada pila de documentos. Se lleva el cigarrillo a los labios, y no tarda en encenderlo, otorgándole una buena calada. Entrecierro los ojos al ver el humo blanquecino bailotear en distorsionadas figuras. Mi madre le regala cerca de cinco caladas más al cigarrillo para que su expresión empiece a suavizarse.
—Mi padre y mi hermano... están muertos —se lleva el cigarrillo a los labios, sus ojos negros conectan con los míos; dejándome fría con esa sombría mirada, pero más aún por sus siguientes palabras—. Yo los maté y no sabes cuánto lo disfruté.
Ahogo una exclamación y el ahogado jadeo que estuvo a punto de escapar de mis labios. Tenso ambas manos —convirtiéndolas en puños— sobre mi regazo, para no llevar ambas manos a mi boca; donde sé, debe de estar ligeramente entreabierta. Trato de tragar el nudo que siento en la garganta pero es imposible. Mi cuero cabelludo hormiguea, todos los vellos de mi brazo están completamente erizados.
—¿Sorprendida? —su voz llama mi atención. Forma otra poco natural sonrisa, que no hace sino darle cierta crueldad a su rostro—. Debe de ser bastante sorprendente escuchar que una persona haya disfrutado matar a su propio padre y hermano.
Otro escalofrío recorre mi cuerpo entero. Mamá deja escapar una exhalación de humo, llenando el interior del despacho de un intenso olor a tabaco.
—Maté al hombre que me obligó a ser parte de algo que odiaba, el que se empecinó por hacer de mi vida un completo infierno —escupe cada palabra con tal odio y rencor que me deja atónita—, el que se encargó de formar el monstruo que soy ahora.
Trago saliva nerviosa cuando aquella atormentada mirada conecta con la mía. Los pelillos de mi nuca se erizan. Ahora entiendo cuando Helen decía que nunca había conocido a una persona como mi madre. Se encargaron de arrebatarle toda luz que los seres humanos poseemos en nuestro interior y lo sustituyeron por sombras llenas de odio, de rencor.
—Él fue todo, menos un padre. Lo entendería si su forma de introducirme a la mafia hubiera sido más... humana, pero todo lo que hizo. Lo que viví en esa mansión del terror que pertenecía a Los Anderson; es algo que nunca olvidaré —exhala una gran nube de humo—. Y por otra parte está mi querido hermano. Daymond Anderson, el bastardo consentido de Demetrio.
Se queda en silencio por un largo lapso de tiempo, donde inevitablemente mi pulso aumentaba su frecuencia. Cada palabra que salía de los labios de mi madre me dejaban helada, ni siquiera era capaz de moverme o articular palabra. Cuando decidí saber sobre el misterioso pasado de mi madre, nunca imaginé que iba abrir la caja Pandora. Hay demasiados demonios y fantasmas dentro de ella.
—Mi querido hermano, la persona que compartía mi misma sangre, se llevó de mi lado a la persona que yo más amaba en el mundo.
¡¿Qué?!
—Así es —sonríe—. Él mató a mi madre, Ariadna. Mi hermano, la persona con la que crecí y viví bajo el mismo techo por varios años, mató a mi madre. A la única que ese oscuro y podrido mundo de la mafia no había corrompido, a la única que de alguna forma me mantenía cuerda.
Esta vez soy incapaz de retener el jadeo tembloroso que escapó de mis labios. La visión de pronto se me empezó a poner borrosa, sorprendiéndome ante el hecho de que mis ojos estaban inundados de lágrimas, a punto de caer. Ni siquiera sabía porqué tenía esas ganas de llorar, teniendo en cuenta que no conocí a ninguno de ellos, ni siquiera sabía de ellos hasta el día de hoy. Pero tal vez fuera por la tristeza y el tormento que reflejaba la mirada oscura de mi madre o el crudo tono doloroso con el que ella hablaba sobre su madre. Era doloroso escuchar el anhelo de su voz. Toda ella sufría por lo que su propia familia, esos que compartían su misma sangre, habían hecho con su vida al punto de arruinarla.
—Tu hermano y tú son muy afortunados, Ariadna —dice viendo fijamente el cigarrillo que sostiene entre el pulgar y el índice. Frunzo el ceño, limpio rápidamente una tonta lágrima que consiguió escapar de mis ojos y que ella no consiguió ver. Levanta la mirada y me regala una ligera sonrisa—. Drey es el mejor padre que pude haber encontrado para mis hijos. Porque él definitivamente nunca los obligaría a ninguno de los dos hacer algo que pudiera perjudicarlos, en todos los aspectos posibles. Él nunca los obligaría a empuñar un arma y hacerlos matar a personas inocentes por mero deleite.
La ligera sonrisa que se formó en su rostro se ensancha, y si bien le quita un poco de tensión, no alcanza sus ojos oscuros. Que seguían tan opacos, tan llenos de sufrimiento. Trato de tragar el nudo que siento en la garganta.
—Ah, mi querido Drey —suelta una pequeña carcajada—. Preferiría cortarse las manos que llegar alzarlas contra alguno de ustedes. Él nunca sería capaz de encerrarlos y matarlos de hambre por más de cinco días. El amor de Drey por ustedes es tal, que si alguna vez yo hiciera algo contra ustedes, no dudaría ni un segundo en defenderlos por mucho amor que sienta por mí.
—Mamá...
—No te preocupes —vuelve a formar aquella vacía sonrisa. Juguetea con el cigarrillo entre los dedos, pero al final lo deja sobre el cenicero. Cruza ambos brazos a la altura del pecho. Sus ojos negros me observan con cierta serenidad que sus palabras no transmitían—. Mi infancia fue una completa mierda, es algo que no puedo cambiar. Fui obligada a formar parte de la mafia, aprendí a desenvolverme en un mundo que se alimenta de traiciones y aprender a sobrevivir en él. Ver sufrir a las personas no me provoca absolutamente nada. Ni tristeza ni felicidad. Sólo indiferencia.
Un nuevo silencio se forma tras su duras palabras. Sus ojos negros observan fijamente los míos, como si... como si tratara de decirme algo. Un algo que definitivamente no consigo descifrar. Bajo la mirada a mis sudorosas manos, un agudo dolor empieza a crecer en mis sienes; mucha información que procesar. Y aunque ella haya contado pequeños fragmentos de su pasado, sé que eso no es todo, pero no puedo pedir más de lo que ya obtuve. Ahora entiendo un poco su singular forma de ser, aunque definitivamente nunca la terminaré de comprender. Un malestar se instala en la boca del estómago sólo imaginar por todo lo que su padre la hizo pasar, siendo sólo una niña.
—Pero bueno... —su voz me saca rápidamente de mis pensamientos—. ¿No deberías de irte a dormir? Mañana tienes Universidad, ¿no? Ya son pasadas de las doce.
—Sí —asiento, pero no hago el mínimo intento de levantarme. Mi madre enarca una ceja en mi dirección, al ver que no me levanto ríe entre dientes y ella es la que se levanta de la alta silla de cuero.
—Ve a dormir, Ariadna.
Frunzo el ceño al ver la ropa sencilla y tengo que aceptar; bastante cómoda, que lleva puesta. No son aquellos atrevidos pijamas que más parece ropa interior que otra cosa. Uno de esos pantalones deportivos flojos que la hacen ver divertidamente más bajita, una camisa manga larga blanca recogida hasta los codos y unas tenis bajas, negras. El sonido de los cubos de hielo contra el vidrio, seguido de la tapa de alguna de tantas botellas que tiene en toda esa repisa; son los únicos sonidos que se escucha en esa enorme habitación. Observo el desordenado y corto cabello rubio de mi madre, casi una imagen de una niña con un largo cabello negro se cuela entre mis pensamientos. Ahora que lo pienso, la cuarta foto es de ella. Tal vez con unos cinco o cuatro años de edad, sentada sobre un pequeño columpio verde. Aquel largo y espeso cabello negro como la tinta estaba recogido en dos chistosas coletas en lo alto. Vestía un pomposo vestido azul casi turquesa bastante bonito, acompañado de unas zapatillas blancas. Toda la imagen en general transmitía tal inocencia, que sólo pensar que unos dos años después empezó a perder poco a poco aquella inocencia, me provoca un asfixiante dolor en el pecho.
—Oye, mamá... —levanto la mirada, cualquier expresión de mi rostro se esfuma. Enarca una ceja, dándome una mirada por encima de la copa de vidrio, una muy sutil seña de que continúe. Sin embargo, antes de soltar la última y tal vez la más importantes de mi dudas; un largo silencio crece entre las dos.
Antes de venir por respuestas venía con una idea lo que podía llegar a descubrir, más nunca pensé que iba a ser tan intenso. La mafia es un mundo que arrebata más de lo que ofrece, a mi madre le arrebató todo aquello que ella consideró importante. Y a mí me arrebató a mi madre por seis largos años. ¿Debería o no odiar al mundo de la mafia? Esa es una de las incógnitas que pienso responder. Pero antes...
—¿Te encuentras bien?
Levanto la mirada. Con la determinación y mi renovada voluntad, poco a poco me levanto del sillón individual que pasé todo este tiempo sentada. Y enfoco mi mirada en la mujer que está en frente de mi, la mujer que se supone es mi madre, la que es líder de su propia Mafia y es una de las últimas descendiente de los maniáticos Anderson.
—Me juré que si llegaba el día que ambas pudiéramos hablar como iguales, sin discusiones, sin gritos —tomo una profunda respiración—, iba hacerte la pregunta que me hice todas las noches al comprender que mi hermano y yo nos habíamos quedado sin madre.
—Ariadna.
—Y ahora es el momento perfecto para saberlo. ¿Por qué nos abandonaste, mamá? Quiero que me digas con sinceridad y con la verdad, ¿del porqué dejaste a tu familia y te fuiste?
La observo bajar lentamente el brazo que había levantado para darle un trago al líquido ámbar que contenía la copa de vidrio, camina con ese andar tan característico en ella hasta su escritorio; donde deja apoyada la copa en una esquina. Tomándose su tiempo voltea y enfoca su mirada en mi persona.
—¿Estás segura de querer saberlo? A veces el odio y la ignorancia no son tan malos.
—¡No! —agrego con cierta brusquedad—. Para odiar se necesita conocer la verdad, por lo que es hora que la conozca.
—Muy bien, Ariadna. Te contaré la razón que me llevó abandonar todo hace dieciséis años.
Finalmente... conoceré la verdad. Lo único que deseo es que no sea tan diferente a la que mi mente construyó como una defensa, porque entonces no sabría como tratar con la persona que odié durante tantos años.
☆☆☆
☆Nota de Autora☆
♥El capítulo está dividido en 3 partes ^^
♥Árbol genealógico de Los Anderson (Más Link de descarga para mejor visualización en mi muro):
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