Capítulo 13, parte 1.
ARIADNA.
«Mientras tú y tu hermano a sus ocho años en lo único que pensaban era en disfrutar de lujos y en ser simplemente niños... tu madre aprendía a matar con sus propias manos.»
—Ariadna...
«No digo que Dakota sea perfecta, está fuera de serlo. Pero debe de ser fácil para ti creer que tienes el derecho de juzgar a la imperfecta de tu madre... y no es de extrañar. Porque a ti nunca te faltó nada, ni siquiera amor de tu propios padres, porque aunque es verdad que Dakota no estuvo contigo cuando más la necesitabas siempre se encargó que Wyatt y tú estuvieran seguros, su mafia; ésa que tú tanto odias, de muy pequeña se encargó de vigilarte las veinticuatro horas del día, se encargó de arreglar los problemas que aparecían ante ustedes. Y está bien que te sientas como te sientes ya que no lo sabías, ¿pero sabes? Nuestra madre no importa la clase de persona que fue y es, es nuestra madre y es algo que no podemos cambiar.»
—Ariadna... ¡Oye, Ariadna!
Aturdida y un poco sobresaltada, le doy rápidas miradas a mi alrededor, reconociendo el interior de la camioneta y la voz ronca de Grant. Con el pulso acelerado y todavía aturdida, pongo mi mirada en aquellos ojos oscuros que no dejan de verme minuciosamente, sin perder detalle de mi expresión.
—¿Qué pasa? —frunzo el ceño desconcertada, casi como un reflejo del nerviosismo que trato de ignorar, mi pierna izquierda empieza su odioso tick.
—Nada. Es sólo que... —se detiene, frunce el ceño mucho más y sus ojos oscuros adquieren cierta intensidad que no hace sino aumentar mi nerviosismo—. Hemos llegado a la mansión hace unos cinco minutos.
De inmediato ladeo mi cabeza, verificando lo que él dice. Parpadeo avergonzada al ver a los guardaespaldas que mi madre había enviado al bar de Helen, esperarme en la entrada del porche. Quién sabe qué deben de haber pensado al ver que tengo cerca de cinco o más minutos de estar sentada todavía en la camioneta junto a Grant. Y como si mi aturdimiento por todo lo sucedido en el bar de Helen no fuera suficiente, por alguna razón empiezo a sonrojarme cuando a la mente se me vienen pensamientos de los más vergonzosos e imágenes igual de estúpidas. Como el hecho de que Grant estuvo viéndome fijamente por más de tres minutos, así como no sé el tipo de expresión que habré hecho en todo ese tiempo.
¡Por Dios, Ariadna! ¿Y a ti qué demonios te importa?
Cierro mis ojos por unos segundos. Maldiciéndome mentalmente, tomo una buena bocanada de aire y pongo mi mejor expresión indiferente; aunque mi interior sea un completo desastre.
—Tienes razón —rio con cierta falsedad, ni siquiera menciono la mueca que hago pasar por sonrisa—. Tengo tantos trabajos y exámenes en los que pensar que simplemente me distraigo muy rápido.
Grant no cambia la seriedad de su atractivo rostro, sus ojos negros me observan tan fijamente que no hacen sino aumentar —en cada silencioso segundo— mis ya destrozados nervios. Me remuevo incómoda y trato de buscar una buena excusa en mi mente, pero al final simplemente opto por lo más sabio; escapar.
—S-Si bueno, estoy muy cansada, gracias por traerme. Nos vemos, Grant.
Con movimientos rápidos me saco el cinturón, tomo la correa de mi bolso y me lo cuelgo con torpeza al hombro, rápidamente busco la manilla de la puerta para salir de la camioneta pero cuando la encuentro y abro la puerta, una mano toma con un poco de fuerza mi brazo. Trago saliva y casi puedo escuchar el latir desenfrenado de mi corazón. Ambas manos, la que sostiene con fuerza la manilla de la puerta y la que prácticamente se encarna la correa del bolso por lo fuerte que la sostiene; empiezan a sudar, claramente dejándome entrever que mi nerviosismo aumenta un poco más.
—¿Qu-Qué pasa? —pregunto en un patético tartamudeo.
—¿Estás bien?
Vuelvo a poner mi mirada en esos oscuros ojos que tienen una mirada que no me gusta ni un poco. Por el simple hecho de que cada vez que me veo reflejada en esa mirada oscura, tan llena de sentimiento, me hace el ser más nervioso que hay en el mundo. Y él lo sabe. Por eso siempre que me sucede algo y trato de esconderlo, hago lo imposible por nunca tener que tratar con Grant. Él fácilmente podría desnudar mi alma con sólo mirarme de esa manera.
—¿Pasó algo en el bar de Helen? —su ronca voz me saca nuevamente de mis delirios.
—¿A-A qué te refieres? —tenso la mandíbula al ver que mi tartamudez no parece querer arreglarse, lo que hace la situación todavía más incómoda. Grant se queda pensativo por un largo lapso de tiempo, al final deja escapar un profundo y largo suspiro.
—No te ves bien, Ari —todo mi cuerpo se estremece y él lo nota, porque su mano todavía permanece sujetando mi brazo. La expresión de su preocupado rostro se suaviza y con la otra mano toma mi barbilla—. ¿Qué sucedió? Saliste del bar de Helen tan pálida como un fantasma, ni siquiera menciono las expresiones que hiciste en todo el camino hasta aquí. Incluso te hablé y te pregunté repetidas veces cualquier cosa, incluido lo que te sucedía; pero tú no respondías. O sería mejor decir, no eras capaz de escucharme.
Bajo la mirada sólo por un segundo, dándome cuenta de lo cerca que estamos los dos. Enfoco mi atención en la mano que sostiene con fuerza, pero sin hacerme el mínimo de daño, contra mi brazo; y observo las cicatrices que marcan gran parte de sus nudillos. Hay una un poco más grande que inicia desde el pulgar y le da como una vuelta a la muñeca. Esa herida tuvo que doler muchísimo.
—Me la hice a los diez años —parpadeo, pero no levanto la mirada. Grant mantiene la voz tranquila, sin dejarme entrever nada en su tono—. Mi tío, quien fue la persona que me crió y fue el mejor padre que pude haber pedido, me estaba enseñando armar un motor de alto rendimiento. Tal vez fuera la admiración que sentía por él, que cada vez que lo veía armando un auto desde la primera a la última pieza, deseaba yo también hacerlo. Pero para poder hacerlo con la misma destreza y agilidad que él, se necesitaba mucha paciencia. Una que en ese momento no tenía, quería empezar, quería demostrar que yo también era capaz. Y ese fue mi error.
—¿Por qué?
Grant se mantiene en silencio y cuando creía que no iba a responder, finalmente lo hace.
—Hay piezas de un motor que a veces uno debe de personalizar y la única manera es cortar y tallar hasta que tome la forma que uno desea. Un descuido, impaciencia, fue más que suficiente para rebanarme la mano —de reojo observo como una sonrisa nostálgica se forma en su atractivo rostro—. Y ahí fue cuando entendí las palabras de mi tío. "Los inquietos son los primeros en conocer el verdadero color de su sangre", era su forma sarcástica de decir, que sólo los necios y aquellos que tomaban todo con impaciencia eran siempre los primeros a los que les sucedía las cosas.
Por alguna razón me imagino a un pequeño niño de ojos oscuros y brillantes, con cabello igual de oscuro, mirándose tan pálido como un fantasma mientras su mano no dejaba de sangrar. Estoy segura que a partir de ese entonces Grant, aprendió que la paciencia es la virtud de la perfección porque rara vez lo he visto perderla. Y ante aquel pensamiento, no puedo evitar sonreír porque en parte es irónico, que la única forma para que él sea ahora tan calmado y paciente es porque casi literalmente se queda sin mano.
—¿Ironías de la vida, no? —levanto la mirada y río abiertamente al ver también la burla en su expresión. Y sin darme cuenta empecé a reír a carcajadas, acompañadas por las de Grant, pero pronto mi risa empezó a convertirse en ahogadas lágrimas. Nuevamente siento ese pesado nudo formarse en mi garganta.
—¿Ari? —con rápidos parpadeos alejo las lágrimas. Grant toma mi rostro con ambas manos, haciendo que mi mirada se encuentre con la de él—. ¿Pasó algo? Puedes decirme lo que sea. Si sucedió algo yo...
¡Maldita sea Grant! No me mires así, por favor.
—N-No, yo... —se acerca, al punto de sentir el aroma de su colonia envolverme. Y por muy mal que esté decirlo, su presencia me hacía sentir bien. En ese momento el sentimiento de debilidad y confusión, me impedían tomar con calma las cosas por lo que inconscientemente buscaba una fuente de calor, alguien que me transmitiera seguridad.
—Ariadna...
—¡No! Espera —con el corazón acelerado y con mis emociones a flor de piel, tomo distancia de él—. Lo siento, Grant. Realmente lo siento.
Y sin que él pueda reaccionar, consigo soltarme y salir de la camioneta. Como la cobarde que soy, corro como si el mismísimo diablo acechara mi alma, ni siquiera me devuelvo a cerrar la puerta de la camioneta ni despedirme de los guardaespaldas que tenían solo Dios sabe cuanto tiempo esperándome en el porche de la mansión, y con toda fuerza de voluntad me ordeno de no voltear porque sé que si lo hago... haré algo de lo que más adelante me arrepentiré.
Maldita sea, a quién engaño. No me arrepentiría ni un poco, pero igualmente no es justo que siga jugando con los sentimientos de Grant. No es justo. Y ése pensamiento es el que me impulsa a seguir caminando hasta llegar finalmente a la puerta, la cual abro y cierro de un fuerte portazo detrás de mi espalda, sin darme oportunidad de ver si Grant venía detrás de mí o no. Cierro los ojos con fuerza, dejo mi espalda apoyada contra la dura madera y un tembloroso suspiro escapa de mis labios.
—¿Ariadna?
Levanto la mirada de golpe, encontrándome con unos falsos ojos azules fijos en mi persona. De inmediato me enderezo y observo a mi madre, que me observa fijamente a unos cuantos metros de distancia.
—¿Acabas de llegar? —pregunta mientras se acerca con ese andar lento y seductor en unos altos tacones grises de suela negra. Observo la falda lápiz gris que se moldea a sus menudas curvas, así como la blusa verde agua un poco transparente que se cierra en torno al cuello con unas delgadas tiras llenas de pequeñas perlas. Casi puedo apostar que la espalda es completamente desnuda.
—¿Ariadna? ¿Me has escuchado?
«La infancia de tu madre fue el peor infierno que uno como persona podría desear. Ya que mientras tu jugabas con muñecas de porcelana y Wyatt con carísimos carros exclusivos, ella aprendía la forma más letal y lenta de cómo arrebatarle la vida a una persona.»
—No. ¡S-Sí! —tomo una profunda bocanada de aire, y trato de acomodar mis pensamientos—. Es que ando un poco distraída con todo lo que tengo que entregar en la Universidad. ¿Qué me decías?
Mi madre enarca una ceja en mi dirección y sus ojos azules me miran fijamente.
—Distraída —murmura sin apartar esa intensa mirada—. Eso veo, ¿pero será por la Universidad?
Ambas nos quedamos algunos segundos en silencio, donde empiezo a sudar frío. No creo que ella se haya enterado de lo que Helen me contó. Es imposible. A menos que la misma Helen le haya ido con el chisme, pero lo dudo, ¿porqué razón me habría contado y recomendado hablar con mi madre, si al final le iba a decir a mi madre algo como: "Hola Dakota, mira le conté parte de tu infancia a tu hija porque tú no lo hiciste. Ah y de paso, le enseñé las fotos que tenías escondidas. Adiós, nos vemos"? O sea, no.
—Como sea —un sonoro suspiro me saca de mis pensamientos—. Ya que estás aquí deberías de ir a cambiarte, la cena estará servida en unos quince minutos.
—¿Vas a cenar con nosotros? —antes de darme cuenta aquella pregunta escapa de mis labios, así como la expresión incrédula de mi rostro. Mi madre que en ese momento se dirigía hacia el ala izquierda —donde está el lujoso comedor y la inmensa cocina de la mansión— se detiene, y enarcando ambas cejas, además con una expresión confundida en el rostro; voltea a verme—. Digo, como casi nunca comes con nosotros.
Inevitablemente lo último sale con un toque de reproche, que ella no tuvo ninguna dificultad en captar. Frunzo el ceño al ver como una sonrisa empieza a formarse en sus labios.
—Quién sabe —es lo único que dice mientras se encoge de hombros, antes de seguir su camino hacia el comedor.
Mi entrecejo se frunce mucho más. ¿Cuándo será el día en que comprenda a mi madre? Un nuevo suspiro cargado de frustración escapa de mis labios y sintiendo de repente todo mi cuerpo pesado, arrastro mis pies hasta mi habitación.
—¿Ya hablaste con tu madre? —la voz estruendosa de Alisson llena el interior de mi habitación, ya que tengo la llamada en altavoz—. Yo que tú en el momento que llegué a la mansión la busco y le pregunto.
—No es tan sencillo —respondo, seguido de un largo suspiro. Tomo el largo peine azul con mis iniciales, que Wyatt me regaló hace unos años y empiezo a desenredar mi cabello.
—¿Cómo? Simplemente ve y le preguntas, fin del dilema. No creo que ella no te responda una vez le enseñes las fotos.
Le frunzo el ceño a mi reflejo, dejo el peine sobre el tocador, tomo el tubo peinador y dejo una pequeña cantidad de espuma para peinar en mi mano, la cual mezclo con mi otra mano; y con parsimonia paso ambas por mi cabello, dejando un rico olor a citricos.
—¿Escuchaste lo que te dije?
—Sí —pongo en blanco los ojos—. No lo sé, déjame pensarlo. Una vez consiga resolver el sí preguntar o no, tú serás la primera en saberlo.
—Bien, te tomo la palabra. No lo olvides.
—Como digas.
—Bueno, te dejo. La anciana está llamándome. ¡No lo olvides Kirchner! —y cuelga sin darme tiempo de responder.
Sonrío, termino de peinar mi cabello semi húmedo, me levanto del cómodo silloncito que está en frente del tocador y camino hasta llegar a un costado de la cama. Sobre el edredón blanco las cuatro fotos están alineadas. Cruzo ambos brazos sobre mi vientre y empiezo a mordisquear mi labio inferior. No se cuántas veces he visto de arriba hacia bajo cada foto, hasta el mínimo detalle. Por cada vez que las veo, noto las diferencias: tanto una foto de la otra y de las mismas personas en cada una de ellas. Por ejemplo hay una donde sale la misma mujer —mi abuela— sólo que un poco más joven, junto a los dos niños que tal vez debían de tener unos seis y cuatro años. Y en esa foto no emanan la tristeza que aparece en la foto familiar, de hecho, los tres tienen una reluciente sonrisa en los labios. Frunzo el ceño con fuerza.
¿Qué habrá pasado en esos dos o tres años como para que sus expresiones hubieran cambiado tanto?
Suspiro, me dejo caer de espaldas sobre el suave colchón y dejo mi mirada en el techo, en la obra de arte de Wyatt. No importa cuánto trate de formar hipótesis en mi cabeza, es imposible saber con exactitud lo que pasó.
«—Lo único que tienes que hacer es preguntarle a Dakota, Ariadna. Ella es la única que puede responderte las preguntas que no dejan de rondar en tu mente.» La voz de Helen llega como alguna clase de recordatorio. Gruño fastidiada. Estoy cansada y harta que nadie me diga qué demonios sucede. Si creía que Helen iba por fin a quitarme las dudas, es que estaba siendo bien incrédula, lo único que hizo fue aumentar mi curiosidad. Maldita sea. Me remuevo molesta, y doy unos cuantos manotazos a la almohada que tengo al lado. La frustración crece a cada segundo y no hace sino enojarme mucho más.
—¡A la mierda con todos y con todo!
Tomo las cuatros fotos, me enfundo las tontas pantuflas que me regaló Alisson y a paso enérgico salgo de mi habitación. Camino por el largo pasillo hasta llegar a la sala de estar —la cual ni siquiera le doy una mirada— y simplemente sigo caminando hasta llegar a los pies de la larga escalera donde finalmente me detengo. ¿Y si... ella no está en el despacho? O peor aún, ¿y si no me quiere recibir? Cierro mis ojos por unos segundos, paso una mano por mi cabello peinándolo hacia atrás, un largo suspiro escapa de mis labios. Levanto la mirada y mis ojos se clavan en el inicio de las dobles puertas que es donde está la única persona que responderá mis preguntas. Tenso mi mandíbula y subo dos escalones, pero titubeo al continuar.
Joder. ¡Deja de ser una cobarde, Ariadna! ¡Acaba con esto de una buena vez!
Y antes de darme cuenta esos dos escalones se convirtieron en ocho, hasta finalmente llegar a la cima. Tomo una temblorosa respiración al llegar al frente del despacho, doy una rápida y nerviosa mirada a mi alrededor, todo el pasillo se encuentra en un sepulcral silencio. No me extrañaría que alguien escuchara el latido frenético de mi corazón. Vuelvo a clavar mi mirada en la oscura madera. Tomo otra bocanada de aire, formo un puño mi mano izquierda y antes de darme tiempo de echarme para atrás toco con fuerza tres veces; esperando que ella esté adentro.
—Adelante.
Su voz llena de autoridad rompe aquel terrorífico silencio, todo mi cuerpo se tensa y un dolor en mi pecho me indica que no le dejo pasar oxigeno a mis pobres pulmones. Las palmas empiezan a sudarme pero no me detengo cuando entreabro la puerta hasta poder introducirme dentro de aquel sombrío despacho. Cierro con una tortuosa lentitud la puerta a mis espaldas.
—¿Ariadna? —la confusión adorna su tono de voz y no puedo culparla ya que rara vez vengo aquí—. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes clases en la mañana?
Tomo una disimulada bocanada de aire, tenso la mandíbula y con gran fuerza de voluntad levanto la mirada. Un nuevo estremecimiento me recorre en cuerpo entero cuando mis ojos conectan con esos escalofriantes ojos negros.
—M-Mamá... —tenso la mandíbula con mucha más fuerza—. ¿Podemos hablar?
Mi madre asiente sin quitar la expresión confusa de su rostro, le da una última calada al cigarrillo que tiene entre los dedos y lo apaga en un cenicero que está en la esquina de su escritorio.
—Ven, siéntate.
Escondo las fotos en la manga de mi largo y holgado suéter, arrastro las pantuflas por la alfombra y tomo asiento en uno de los sillones individuales de cuerina que hay en frente de ella. Sus ojos negros observan con gran atención mis movimientos y aunque sé que debo de ser todo un espectáculo con mi short de pijama rosado con figurillas de búhos y mi suéter dos tallas más grande con un gran búho en el centro; no puedo echarme para atrás. Ya llegué aquí y ni loca pienso irme sin mis respuestas.
—¿Pasó algo? —su pregunta cautelosa llama mi atención—. Drey suele poner esa misma expresión mayormente cuando quiere echarme la bronca por algo que hice.
—¡No! Bueno, sí. Es que... —muerdo mi labio inferior completamente nerviosa. Mi madre me observa fijamente como tratando de descifrar lo que trato de decir.
—Está bien... —murmura, frunce el ceño y apoya ambos codos sobre el escritorio—. ¿Sucede algo, sí o no?
¡Hazlo!
—¿Pu-Puedo preguntarte algo, pero prometes decirme la verdad?
Enarca una de sus cejas y sus ojos no dejan de verme con una desnuda curiosidad que rara vez deja ver. Claramente he conseguido intrigarla, algo bastante beneficioso, ahora está el hecho de cómo sacar a relucir las fotos, así como el tema de su pasado.
—Sabes, andas muy misteriosa —comenta volviéndose apoyar contra el respaldo de su alta silla de cuero. Entrecierra sus ojos oscuros—. ¿Qué me estás ocultando?
Trago saliva nerviosa, mi pulso rápidamente aumenta su frecuencia y casi puedo jurar que mi rostro ha perdido un poco de color. Mi pierna izquierda está empezando su tick nervioso. Trato de controlarme con disimuladas respiraciones entre dientes, pero todo mi cuerpo está tenso y en alerta.
—Te lo diré si me prometes... no, si me juras que me dirás la verdad —digo con una seguridad que sinceramente no sentía, y todo sin romper el contacto visual.
Los vellos de mi nuca se erizan y mi cuero cabelludo hormiguea cuando sus ojos adquieren cierta frialdad que hace más intensa su mirada, y toda expresión de su rostro se borra. Una tensión bastante pesada empieza a crecer dentro de aquel sombrío despacho, el olor a tabaco y un aroma cítrico llegan a mis dilatados sentidos.
—Lo juro —su voz corta por una milésima de segundos aquella tensión, porque el silencio sepulcral cae como una manta nuevamente.
Inhalo una buena cantidad de aire, otorgándole cierto alivio a mis pulmones, pero ese dolor asfixiante que siento en el pecho no desaparece. Todos los músculos desde mi espalda, abdomen están completamente tensos, mis manos se encontraban congeladas y sudorosas. Y mi cerebro no dejaba de buscar una y mil formas de cómo finalmente dar a conocer las fotos que escondo en la manga de mi suéter.
—Sé que tú y yo no tenemos la mejor relación madre e hija que existe en el mundo —inicio con un tono de voz moderado, que repentinamente sale seguro, ocultando el nerviosismo que siento. Mi madre se mantiene en silencio, otorgándome la palabra—. Sin embargo, no puedo evitar tener cierta curiosidad sobre ti.
—¿Curiosidad? —pregunta, y por un momento me pareció ver cierta incredulidad en ella pero como la experta que es; rápidamente tomó una expresión neutral.
—Ya sabes. ¿Por qué eres líder de una mafia? ¿Por qué solamente conocemos al abuelo Thomas y la abuela Sheena? ¿Qué sucedió con los otros abuelos? —a medida que daba a conocer mis preguntas, la mirada de mi madre iba tornándose dura, casi peligrosa.
La tensión aumentaba a cada segundo, que incluso podía sentir como un frío de los más inquietante se colaba bajo mis ropas.
—Quiero que me expliques porqué nos abandonaste. ¿Por qué decidiste abandonar a tu familia?
Silencio. Esa fue su respuestas. Y a medida que pasaba el tiempo conseguía cierta valentía para poder formular las preguntas que nadie nunca había podido responderme, pero que era hora que fueran contestadas, porque definitivamente no iba a continuar en la ignorancia.
Nunca más.
—¿Puedo preguntar a qué se debe aquella curiosidad tan repentina? —su voz sale en un suave tono que para otros sonaría como una simple e inocente pregunta, pero bien sabía que estaba tratando de controlarse, así lo sentía.
Me remuevo incómoda bajo aquella intensa y escalofriante mirada. Los latidos de mi desquiciado corazón no hacían sino aumentar de intensidad, podía sentir como los vellos de todo mi cuerpo se erizaban al notar esa tensión electrizante que rodeaba todo el despacho. Era sofocante.
—¿Ariadna? —empieza a presionar, con un sutil tono.
Dejo escapar una pequeña exhalación, pero al instante vuelvo a llenar mis pobres pulmones de oxigeno. Bajo la atenta mirada de mi madre saco las cuatro fotos de la manga del suéter, pero sin revelar su contenido. Frunce el ceño y observa con interés lo que sostengo entre mis manos.
—Esto me lo dio Helen —levanta la mirada conectando de inmediato con la mía—. Ella me dijo pequeñas cosas sobre ti, pero que la única que podía responder a mis preguntas eras tú.
—¿Qué... —pero su pregunta quedó ahogada cuando dejé las cuatro fotos al descubierto sobre su escritorio.
Mamá de inmediato se levanta, como si aquellas viejas fotos fuesen fuego o veneno que no puede ser tocado. Sus ojos negros empezaron adquirir una mirada que en verdad me asustó y su rostro empezó a perder color. No sabía porqué reaccionaba así, y aunque se escuche cobarde decirlo; temía preguntar. Su expresión no era la más amigable y cálida del mundo. Doy rápidas miradas a mi alrededor, pero mi mirada siempre volvía a ella. No se movía, su expresión era la misma, y si no fuera por su pecho que bajaba y subía con cierta rapidez, juraría que se trataba de alguna estatua.
El silencio era tan tenso que el "TicTac" del enorme reloj que estaba colgado en alguna pared de ese sombrío despacho, era como alguna falta de respeto. Remojo los labios con la punta de mi lengua al sentirlos repentinamente secos, trataba inútilmente de controlar mi impaciencia pero cada minuto en silencio era una hora de tortura.
—¿Quién... —toma una pausa. Desde mi lugar la observo pasarse una mano por su corto cabello rubio—. ¿Quién te dio esas fotos?
—Helen... —susurro sin apartar la mirada.
Mamá no responde, vuelve a su mutismo. Observa con tal intensidad las cuatro fotos que no sé cómo no se han desintegrado. Pasan, no sé, unos diez o quince minutos hasta que con cierto titubeo alarga la mano y toma una de ellas; la más vieja de todas y la que el parecer es la única que le importa. Donde sale mi abuela, es decir su mamá, completamente sola y sentada en un tocador blanco de grandes espejos. En la foto se ve como ella tiene todo aquel espeso y negro cabello en uno de sus hombros mientras pasa los dedos entre sus largas hebras. La espalda del bonito y sencillo vestido celeste era todo de encaje. Personalmente era una imagen difícil de olvidar porque ella se veía como una diosa.
Mamá roza con uno de sus dedos la foto. Me sorprendo al ver la delicadeza con la que sostiene la foto y como su expresión adquiere cierta tristeza y nostalgia, hasta me atrevería a decir; anhelo. Mi entrecejo se frunce un poco cuando le da media vuelta a la foto y roza las dos pequeñas letras que tiene escrita detrás.
—¿Mamá? —murmuro. Ella levanta la mirada, dejándome ver lo opaco de sus ojos negros—. ¿Qué significa «J.M»?
Ella me mira fijamente, pero a la misma vez es como si no lo hiciera, no sé su expresión era extraña. Casi como si estuviese enfrascada en otro mundo o entre sus dolorosos pensamientos.
—Julie Miller —musita tras un largo silencio. Baja la mirada a la foto que sostiene entre las manos, y una pequeña, pero triste sonrisa se forma en sus labios. Levanta la mirada y me sobresalto al ver una lágrima escapar de esos escalofriantes ojos negros—. La única persona que amé con todo mi corazón. Ella es mi madre.
Oh. Diablos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro