Capítulo 12.
ARIADNA.
—¿Me dirás qué demonios te sucede? ¿Estás enferma?
Alisson menea la cabeza, sin hacer el amago de levantarla de sus brazos, que tiene cruzados sobre la barra del bar. Mi entrecejo se frunce mucho más y reprimo un gruñido. He tratado de todas las formas posibles de que me diga qué le sucede, pero ha sido inútil, no quiere hablar. Y lastimosamente no puedo obligarla, porque como soy quien más la conoce, soy testigo de lo terca que puede llegar a ser.
Si yo soy terca, ella me gana por mucho.
Suspirando nuevamente, tomo asiento en uno de los altos bancos que hay en frente de la barra y cruzo ambos brazos a la altura de mi pecho. Giro un poco y le doy una rápida mirada al interior del bar. Tenía ya bastante de no venir, se podría decir que mi madre —otra persona terca— se encargó que ninguno de nosotros estuviéramos a metros de El Infierno; el Bar de Helen incluido. Por lo que de alguna forma me sorprende encontrar tantos cambios, unos que no tenía hace unos meses. Para empezar en la pista dos chicas están limpiando el oscuro piso de mármol negro, que fue absurdamente ampliado. Si antes era grande, ahora es una exageración, porque el bar está divido en zona VIP —que no es nada pequeña— y la zona normal. Ahora se agregó una tercera zona, que si bien desde aquí no soy capaz de vislumbrar, sí puedo notar que es igual de grande.
Los chicos que son los encargados de poner la música y la iluminación, corren de un lado a otro divididos en las tres zonas, detrás de parlantes y las consolas de los DJ. Se podría decir que todos están apurados, limpiando y organizando el lugar para la noche, donde siempre se llena hasta reventar.
Siempre me ha parecido interesante la vida de Helen. Que una mujer sea la propietaria de uno de los bares más importantes de estos lados, que además es anexo con uno de los pocos prostíbulos que tiene más... ¿Cómo decirlo? ¿Clase? Porque sí, es un prostíbulo, a las mujeres les pagan por sexo, pero tampoco es como si permitiera a cualquiera. Por no mencionar que si alguna de ellas desea irse, nadie las retiene. Gran parte de las mujeres que trabajan en el "Morfo Azul", que es como se llama el prostíbulo, son las que no están formadas profesionalmente o económicamente son muy deplorables. A lo que entendí y me explicaron, a todas se les entrega su propia propiedad; una casa o un departamento, así como un salario base —que tengo que admitir, es bastante alto— y un seguro médico. Lo irónico, es que hasta parece mejor pagado que una persona con titulo universitario y es ahí donde te das cuenta que tan jodida esta la sociedad y el gobierno.
Ni modo. Lastimosamente se necesita de dinero para comer y no se consigue en el aire o en los árboles.
—¿Y a ti qué te pasa?
Frunzo el ceño confundida y de inmediato pongo mi mirada en la loca pelirroja que tengo por amiga. Sus ojos verdes, que se veían algo opacos, me regalan una mirada ausente. Se mantiene todavía apoyada sobre la barra, dejando su barbilla contra sus brazos. Viéndola de esta manera me percato de las profundas ojeras bajo sus ojos, la palidez enfermiza de su rostro y la tristeza, porque no quiero pensar que está en depresión, que emana de su cuerpo.
—Estás...
—¿Hecho un desastre? —termina por mí. Suelta una seca risa, que no hace sino preocuparme más. Forma una mueca que hace pasar por sonrisa—. No te preocupes. No estoy depresiva, ni enferma. Solo estoy... cansada.
Se endereza, dejando caer su largo y trenzado cabello rojo sobre sus hombros, por su palidez el color de su cabello es mucho más notable. Aquellos ojos opacos no se apartan de mi rostro.
—No te preocupes, Ari. Estaré bien.
Cómo no quiere que me preocupe, si parece un fantasma. Y por alguna razón, de inmediato el nombre de mi hermano aparece en mi mente. Ya que está peor o igual que ella. Ambos parecen un par de fantasmas.
—¿Pasó algo con Wyatt?
Alisson mantiene una expresión indiferente, pero sus ojos, esos iris verdes albergan tal tristeza que no tiene que decir nada, porque ellos me lo han dicho todo.
—Lo perdí —dice simplemente, mientras aparta la mirada. Vuelve a formar esa seca sonrisa—. Pero supongo que eso era algo que tarde o temprano iba a suceder.
Un estremecimiento me recorre el cuerpo entero cuando sus ojos vuelven a conectar con los míos. Mi expresión se suaviza al ver sus ojos llenos de lagrimas y sus labios temblar.
—Le rompí el corazón a tu hermano, Ariadna... —musita despacio, tratando que la voz no salga entrecortada y reteniendo a duras penas las lágrimas—. Le rompí el corazón al único hombre que he amado en mi vida y el único que me ha querido por ser quien soy. ¡Una huérfana, hija de una prostituta!
Alisson vuelve apoyarse contra la barra y entierra nuevamente su rostro entre sus brazos. Pongo una de mis manos en su coronilla y comparto el dolor de mi mejor amiga. Porque aunque las razones sean diferentes, ambas estamos en la misma situación. Ni una de las dos puede estar con la persona que nuestro masoquista corazón escogió para amar. Así es esto, una no escoge de quién enamorarse, pero sí qué hacer con esos sentimientos. Y al parecer las dos no tomamos la opción más sencilla, de hecho, creo que en parte es cierto lo que una vez nos dijo Kenya —la madre adoptiva de Alisson y subordinada de mi madre—: "Tienen el gran defecto de complicarse la vida. No importa la razón que sea, siempre escogerán el camino más difícil"
Aunque claro, eso nos los dijo cuando teníamos unos diez años.
—Sabes, si la tía Kenya te escucha decir eso te golpearía —trato de bromear con un tono suave—. Y lo más probable cumpla la amenaza de enviarte a Alaska.
Una pequeña sonrisa se forma en mi rostro al escucharla reír, aunque ella y yo sabemos muy bien que aquella amenaza es verdadera. Por algo tía Kenya es la mano derecha de mi madre, ambas son unas mujeres muy crueles. No tienen compasión de sus hijas, ni siquiera quiero recordar las vez que nos dieron la charla de sexo. Un escalofrío recorre mi cuerpo el sólo pensarlo. Fue incómodo, bizarro y extraño.
—Ayer me dijo que si me veía borracha otra vez, me iba a meter en un convento y que no le iba a importar —dice levantando el rostro un poco, dibujando una ligera sonrisa en su pálido rostro—. Que era hora que le sirviera a Jesús y siguiera los caminos del Señor. ¿Sabes lo bizarro que fue, que la mano derecha de una mafiosa te diga eso?
Ambas soltamos una sonora carcajada y antes de darnos cuenta a esa le siguieron otras más, hasta empezar un ataque de risa imposible de parar. Tomo grandes bocanadas de aire, tratando de hacerle llegar oxígeno a mis pulmones. Pero aún cuando sienta ese ligero dolor, la preocupación y todo el estrés que sentía encima; empezó a volverse menos pesado. Y ver la expresión de Alisson, que si bien no recuperó todo su esplendor —se ve mucho más animada— estoy segura que le pasa lo mismo.
La risa, es uno de los mejores remedios.
—Vaya, creo que acabo de tener alguna clase de Dejá vu —dice una voz que conozco muy bien—. Es como si hubiera sido ayer, cuando en esa misma barra Kenya y Dakota pasaban gran parte de su tiempo.
La risa lentamente va menguando y mientras limpio las lágrimas de mis ojos, volteo a ver a la dueña de dicha voz. Unos seductores y escalofriantes ojos grises nos observan divertidos a ambas. Inevitablemente mis ojos buscan a su acompañante, lo buscan a él, pero sólo consigo ver su espalda; donde aquella camisa de algodón se tensa perfectamente.
—No te preocupes cariño, volverá por ti.
De inmediato siento mis mejillas calientes, frunzo el ceño y pongo mi mejor expresión indiferente.
—Por supuesto que tiene que volver, me tiene que llevar a la mansión.
Helen enarca una perfecta ceja en mi dirección y aquellos ojos grises adquieren esa chispa burlona, tan característica en ellos. Toma asiento en el banco que está a mi derecha, sus largas y perfectas uñas color carmesí tamborilean sobre la superficie de la barra.
—En definitiva, eres un clon de tu padre, aunque a veces eres idéntica a tu madre —dice viéndome con aire pensativo—. Si no fuera por ese precioso color que tienen tus ojos y ese falso cabello rubio, realmente pensaría que se trata de Dakota.
Mi entrecejo se frunce un poco, mis ojos no se apartan de Helen Brown, la abuela adoptiva de mi amiga. Aunque Helen no entra en la categoría de abuelas convencionales y hogareñas. Desde su sedoso cabello castaño con toques blancos que no le queda nada mal, un cuerpo que no tengo la menor idea de cómo demonios conserva, digo, a la edad que debe de tener; Helen se ve muy bien. Aunque tampoco es que esconda las tenues arrugas que se notan en las comisuras de los labios y una que otras cerca de sus ojos.
—¿Hace cuánto conoces a mi madre? —antes de darme cuenta aquello sale de mis labios, imposible de frenar mi curiosidad.
—No te preocupes —responde tranquila y con una ligera sonrisa al ver mi expresión, que estoy segura pudo ver el arrepentimiento de mi curiosidad. Una que es cada vez más difícil de controlar cuando se trata sobre mi madre. ¿Cómo era de pequeña? ¿Qué la llevó a ser la líder de una mafia? Porque aunque papá nos informó siempre del estilo de vida que mi madre llevaba, más nunca nos dijo los motivos.
—Vamos a ver, si hablamos de la primera vez que la conocí diría que fue cuando era una mocosa de catorce o quince años —suelta una carcajada divertida y nostálgica—. Samuel, que en ese entonces era mi primer esposo y padre de Kenya, la trajo a este mismo Bar; que no tenía más que unos dos años de estar en curso. Recuerdo que me quedé muy impresionada, tanto por el hecho de que él recogió a una niña de las calles de Los Ángeles, de la cual no sabía absolutamente nada, como al hecho... de que esa niña tenía los ojos de un asesino.
Parpadeo sorprendida. ¿Mi madre vivió en las calles? Inevitablemente mi cuerpo se estremece porque por alguna razón me imagino esa mirada que Helen describe, pero sobre todo me sorprende escuchar de la procedencia de mi madre. Y pensar que la gran Amira Kirchner, multimillonaria, haya vivido en su adolescencia en las calles... es tan, no sé, sorprendente. Pero sobre todo, triste y extraño.
—Hay miradas que uno sólo con verlas sabes el tipo de persona que es —levanto la mirada, enfocando mi atención en Helen—. Pero con Dakota era todo muy extraño. Durante toda mi vida, sobre todo cuando establecí mis negocios en este lugar, me tocó ver toda clase de personas que variaban desde psicópatas, asesinos, mafiosos... Ya saben, la clase que los demás los conocen como "almas pérdidas de la sociedad." Por lo que para mí era muy fácil juzgar la personalidad. Sin embargo, con Dakota no fue así. Veía la mirada de un asesino, pero no la satisfacción de uno. La astucia e inteligencia de una persona cuerda, pero con la actitud de una completa psicópata. Cuando la mirabas, era como ver un rompecabezas de la cual todas sus piezas pertenecían a uno diferente. Por una vez en mi vida me sentí intimidada, y por una mocosa de catorce años que se movía como si el mundo le perteneciera y el Universo fuera a ser suyo.
Helen sonríe ampliamente y nos da una mirada a Alisson a mí.
—"No me importa cuántas almas tendré que arrebatar o sobre cuántos tendré que quitar de mi camino, pero algún día, juro que seré una de las mafiosas más peligrosas y respetadas del mundo. Porque para mí, los Estados Unidos es demasiado pequeño y fácil de gobernar"
—E-Eso...
—Sí, eso lo dijo Dakota. Y supongo que no eran simples palabras, porque cuando Samuel se la trajo de Los Ángeles venía con un motivo muy claro —me da una mirada seria que en muy raras ocasiones le he visto poner—. Y era el de abrirse camino en el mundo de la mafia. Si me preguntas, no deberías de juzgarla tan duro por cómo es. Sé que eso no justifica mucha de sus acciones y ella es la primera en reconocerlo, pero si lo piensas Dakota a pesar de ser una mafiosa; se mantiene fiel a si misma.
Maldición. Un profundo suspiro escapa de mis labios. Bajo la mirada a mis manos y frunzo el entrecejo pensativa. Enterarme de cierta parte de la infancia de mi madre de alguna forma afecta el tipo de imagen que tengo de ella y no me gusta ni un poco el sentimiento de empatía que crece en mi pecho.
—En fin, no puedo decir que tenerla viviendo con nosotros fue tan malo. No sabes lo divertido que era verla plantarse frente a tipos que le triplicaban en tamaño. Ella ni siquiera era consciente que los brazos de esos tipos eran más grandes que su propia cabeza, aunque bueno, lo más probable es que ya lo sabía pero no le importaba. Ya sabes como es ella —cuenta sin quitar aquella expresión nostálgica y la sonrisa que adorna sus labios rojo escarlata—. Dakota siempre fue temeraria, haciéndose notar sin ser del todo consciente. Ah, ella en verdad era entretenida de ver. Una lastima que llevaba muchos fantasmas sobre los hombros.
Frunzo el ceño desconcertada por el tono y expresión que usó. Comparto una mirada con Alisson, la cual mantiene una expresión neutral, también pendiente de lo que dice Helen. Vuelvo a poner mi mirada en ella, parecía pérdida en sus pensamientos, ¿tal vez, del pasado?
—¿Helen? —mi voz parece ser capaz de sacarla de sus pensamientos. Levanta la mirada, poniéndola en mi persona y sonríe, siendo consciente de mi todavía gran curiosidad.
Sé que me juré nunca preguntar sobre la vida de mi madre. Ni siquiera a mi padre le llegué a preguntar tanto por ella. Pero entre más sé, más preguntas tengo. ¿Cómo era de niña? ¿Cómo eran sus padres? ¿Quiénes eran? ¿Hace cuánto y porqué entró en este mundo de la mafia? Ése tipo de cosas. Y sé que ella no me las diría, o por lo menos no me atrevería a preguntárselo. A pesar de que es mi madre, siento por momentos como si viviese con una desconocida.
—Vengan, quiero mostrarles algo —la voz de Helen me saca de mis pensamientos, volteo a verla de inmediato; frunciendo el ceño desconcertada al verla levantarse del banco y caminar resuelta hacia una puerta de hierro que pasaría desapercibida muy bien de noche sino fuera por el enorme guardaespaldas que siempre la mantiene custodiada.
—¿Qué esperan? ¿No quieren saber lo que contiene esa puerta detrás? Digo, como ustedes dos siempre trataron de entrar —dice en un tono jocoso, dándonos una mirada por encima del hombro—. Aunque si no quieren...
—¡No! —exclamamos ambas al unísono, arrancando una carcajada divertida a Helen.
Alisson cruza la barra de un brinco, no perdemos ni un segundo más y rápidamente la seguimos; temiendo que vaya a echarse para atrás, porque oportunidades como aquella no surge de la noche a la mañana. No importa los trucos y maniobras que hayamos utilizado, nunca pudimos conseguir entrar. De hecho, los tres guardaespaldas que se turnan para cuidarla, siempre se morían de la risa cuando nos veían tratando de entrar. He de mencionar, que ellos eran una de las principales razones por las que no podíamos saber qué había detrás de esa maldita puerta.
Entusiasmadas y tensas por la anticipación, observamos fijamente la puerta; esperando que sea abierta finalmente. Puedo sentir mi pulso acelerarse, así como el pequeño estremecimiento de pura anticipación y curiosidad, recorrerme el cuerpo entero. Un jadeo queda bloqueado en mi garganta cuando finalmente Helen abre la puerta, dejándola lo bastante entreabierta para ver un largo pasillo. Alisson y yo, como en sincronía y con la misma expresión tonta en el rostro, somos las primeras en entrar. Mis ojos observan el piso de mármol negro, brillante y pulido, las paredes blancas, decoradas con extraños cuadros, por no mencionar la hilera de puertas rojas de ambos lados.
—¿Qué es este lugar? —pregunta Alisson, casi que leyéndome el pensamiento. Ambas ponemos la mirada en Helen, sus ojos grises nos observan fijamente por unos segundos, antes de darle una indiferente mirada a las puertas rojas.
—Muy pronto lo descubrirán —es lo único que dice, formando una significativa y ladeada sonrisa en sus labios pintados de un mate escarlata.
Frunzo el entrecejo. Helen nos rodea y empieza a caminar por ese largo pasillo sin detenerse en ninguna de esas puertas que tienen extraños símbolos sobre ellas que hasta me atrevería a decir que están en latín. Pero como no lo hablo ni borracha, no sabría decir si se trata de ese extraño idioma o se trata de otro. Cada paso que damos provocan un ligero eco en aquel silencioso pasillo. Inevitablemente los vellos de mi nuca se erizan por el repentino escalofrío, mi ceño se frunce mucho más cuando Helen finalmente se detiene en frente de la última puerta roja de ese extenso pasillo. Trato de leer lo que dice la puerta, pero es inútil.
—¿Qué dice ahí? —le señalo el símbolo a Helen cuando voltea a verme. Frunce un poco el ceño y observa el símbolo que le señalo, toda expresión se borra de su rostro.
—Mortem... —responde—. Lo que para nosotras sería; muerte.
Por alguna razón escalofríos empiezan a recorrerme el cuerpo, en cuanto Helen pronuncia aquella palabra. El "click" de la puerta al ser abierta es el único sonido en ese largo y vacío pasillo, ni siquiera rechina cuando Helen la empuja. Nos da una pequeña señal para que esperemos, y así lo hacemos, sus tacones también provocan un pequeño eco dentro de aquel cuarto o sala, no sabría decir, ya que está completamente oscuro. Casi al instante ante aquel pensamiento se empiezan a encender algunas bombillas, otorgando un tenue pero justa luz.
—Pueden entrar —aquello no había salido muy bien de los labios de Helen cuando nosotras ya habíamos entrado.
En lo primero que me percato es la decoración elegante pero sombría, por no mencionar que la iluminación tenue de las bombillas le aumentan aún más el toque siniestro. Un enorme sillón en forma de "U" invertida, de cuero negro y que se ve bastante cómodo; le quita gran espacio a aquella singular sala. Una alfombra roja recubre gran parte del piso de mármol, una mesita ratona alargada de vidrio está en frente del sillón en forma de "U", y una enorme pantalla plana está pegada a la pared. Por no mencionar la estantería llena de licores, al lado de un mini bar.
El espacio no es tan grande y sinceramente no sé cómo todo aquello alcanzó en ese reducido espacio, y aún así, uno es capaz de desplazarse sin chocar con los muebles. Frunzo mi entrecejo y busco con la mirada a Helen.
—¿Por qué entramos a esta habitación y no en las otras? —pregunto, no pudiendo retener más mi curiosidad. Los ojos grises de Helen me dan una mirada tan intensa, que me hace removerme un poco incómoda.
—Este lugar fue donde Dakota vivió y durmió por tres años.
Mi entrecejo se frunce mucho más, doy una rápida mirada a todo el lugar y un: «¿¡Aquí!?» estuvo a punto de salir de mis labios, pero Helen nos da la espalda para acercarse a un largo espejo de pared que no había notado. Mis cejas inevitablemente se levantan al ver como ese espejo —que al perecer es alguna clase de entrada secreta— se desplaza, dejando un pequeño espacio para que solamente una persona sea capaz de pasar. Alisson y yo compartimos una mirada completamente sorprendidas, Helen entra por aquel reducido espacio y unos tres minutos o menos, vuelve; sólo que con algo en manos. El espejo vuelve a su lugar, cumpliéndo su función de camuflaje. Helen se acerca hacia nosotras.
—Siéntense. Quiero enseñarles algo.
Y así lo hacemos. Las tres tomamos asiento en el mullido sillón de cuero, quedando Helen en el centro.
—Quiero que sepas algo Ariadna... —dice poniendo su mirada en mi persona—. Eres muy afortunada por lo que tienes, me alegra muchísimo cariño que no te falte absolutamente nada, pero dejando lo material aparte que no tiene valor alguno. Eres el doble de afortunada con los padres que tienes.
Helen ni siquiera me deja abrir la la boca para decir algo, porque tanto la mirada que me regala, así como el hecho de que toma la palabra al instante.
—Ya sé lo que dirás referente al hecho de que Dakota sea una mafiosa, pero aún así, el que ella lo sea o no, te ama Ariadna. Dakota es capaz de hacer arder el mundo si algo llegara a sucederle a tu hermano o a ti —dice sin apartar esa intensa mirada de la mía, que bajo por un momento incapaz de aguantar su mirada—. Ella te ama, aunque sé que tiene una singular forma de demostrarlo. Lastimosamente Dakota no tiene figuras ejemplares a las que acudir como tu padre lo tiene con Sheena, tu abuela.
—¿Por qué? ¿A qué te refieres? —pregunto levantando la mirada y frunciendo el ceño confundida. Helen entrecierra un poco los ojos.
—¿Dakota no te ha hablado nunca de sus padres? —niego—. ¿De su infancia? ¿Tan siquiera sabes quién es Demetrio Anderson?
Su mueca incrédula aumenta en cada pregunta a la cual niego, cada vez más confundida.
—Lo único que sé sobre su pasado, fue lo que nos acabas de decir y que perteneció al clan Anderson, que es como una familia mafiosa, ¿no?
Cierra los ojos y deja salir un exasperado suspiro.
—Esa Atheris, nunca cambiará —gruñe entre dientes. Abre los ojos nuevamente y suaviza su expresión—. Lo siento, pensé que...
—¿Qué? —pregunto al ver que deja la frase inconclusa.
—Nada, no me hagas caso —suspira y niega—. Bien, lo que quería enseñarte era esto.
Pone en mis manos lo que trajo de aquella habitación, que son exactamente cuatro fotos, las cuatro están igual de viejas y un poco rotas en los bordes. La primera que decido ver es una donde aparecen cuatro personas, mis ojos de inmediato caen en las facciones delicadas de una mujer menuda, bastante hermosa, con un bonito y sencillo vestido color coral suelto que se moldea a sus pequeñas curvas. Un brillante y largo cabello negro, caía sobre sus pálidos hombros. Poseía unos llamativos ojos caramelo que por alguna razón se notaban un poco apagados. Mis ojos se fijan esta vez en el hombre que está a su lado. Peligrosamente atractivo, es lo primero que pienso. Porque aquel hombre alto, fornido, cabello negro como el carbón, tenía una mirada que sólo he visto en una persona... por no mencionar esos ojos negros que parecían como si pudieran verte el alma a través de esa foto. Sí, así de intensa era su mirada. Frunzo el ceño al ver a las otras dos personas restantes, se trata de un chico que lo mucho que puede tener son unos nueve u ocho años, pelinegro, ojos casi del mismo tono de la mujer; sólo que un poco más oscuros.
Puedo sentir como un escalofrío me recorre el cuerpo entero.
—¿E-Esa... Esa es...
—Sí, esa es Dakota —afirma Helen al verme tan sorprendida. De inmediato pongo mi mirada en la niña que está al lado del chico.
¿En serio esa es mi madre? Veo a esa pequeña niña, pálida, de un cabello tan negro como la tinta y esos ojos, que no han perdido esa intensidad —de la cual tengo que hacer gran énfasis— es idéntica a la mirada que tiene el hombre. Observo en silencio y detenidamente la foto en general, cualquiera que la viera, vería una simple y vieja foto familiar. Pero había algo que no calzaba. Tal vez se debía a la tristeza que emanaba la mirada de la mujer o la tensión del hombre, por no mencionar la mueca irritada del chico que se notaba no quería estar ahí. Y mi madre... esos ojos negros brillaban de odio, odio puro.
¿Pero... para quién iba todo ese odio?
—Ese hombre que ves ahí es Demetrio Anderson, el padre de Dakota y ex líder de la mafia Anderson.
De inmediato pongo mi mirada en Helen, la cual adquiere una expresión escalofriante. El tono irritado y molesto que utilizó al referirse al padre de mamá, no me pasó inadvertido. Frunce el ceño y se mantiene pensativa por un momento. Mi mirada inevitablemente vuelve a caer en la imagen de mi madre. Un vestido muy parecido al que tiene la mujer, sólo que de color verde agua y unos bajos zapatos, la hacen ver un poco tierna, pero los pequeños brazos cruzados sobre su inexistente pecho, la expresión refunfuñada y esa mirada le quita cualquier ternura.
¿Podré... finalmente conocer el misterioso pasado de mi madre?
☆☆☆
💕Nota de Autora:
♥Morfo Azul: es el nombre de una mariposa que se encuentra en extinción.
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