Capítulo 11.
GRANT.
Eres un estúpido, Grant. Bien merecido lo tienes.
Reprimo un gruñido y una torrente de maldiciones. Mis manos se cierran involuntariamente con mucha más fuerza contra el volante, haciendo picar mis palmas por el cuero. Un nudo se forma en mi garganta, que por más que trate de tragarlo, no puedo. Nunca había sentido tanta furia, tristeza e impotencia como en este momento. Sentía un frío recorrerme el cuerpo entero, que me gustaría atribuir que se trataba por el aire acondicionado del auto. Pero excusa más barata no puede ser.
Desde que Kenya se acercó y me ordenó que hoy estaba encargado de ir a recoger a Ariadna a la Universidad, el estúpido de mi corazón no dejó de latir emocionado, como si el verla y estar junto a ella fuera lo mejor del mundo. Y aunque en parte es así, digamos que en este momento no quiero pensar en nada. Porque ella... con esos bellísimos ojos claros y sonrisa hermosa; me destruyó en cuestión de segundos. Y me maldigo una y otra vez por haberle dado ese poder. ¿Quién demonios le dijo a mi maldito corazón que se enloqueciera por ella? ¿A mi masoquista mente, que fuese ella el único pensamiento? ¡¿Quién maldita sea?! ¡¿Quién?!
—¿Grant?
Parpadeo saliendo de mis pensamientos al escuchar aquella voz que pertenece a esa bruja, porque eso es lo que es, una bruja que no hace sino enloquecerme. Aparto por un momento la mirada del camino y le doy una rápida mirada, serciorándome de no mantener por mucho tiempo mi mirada en ella, algo que solía ocurrir siempre que estaba en frente de mí.
—¿Sí? —me ordeno responder, con un tono neutral—. ¿Se le ofrece algo señorita?
Sabía que aquel trato la lastimaba una milésima de lo que a mí me dolía. ¿Pero qué podía hacer? Ella aunque sea, merecía sufrir un poco. Merecía una muy pequeña parte del dolor que a mí ni siquiera me dejaba respirar.
—¿Puedes llevarme un momento al Bar de Helen? —dice tras un largo y tenso silencio. Levanto ambas cejas un poco sorprendido, pero casi al instante vuelvo a fruncirlas.
—Usted tiene estrictamente prohibido acercarse al Bar de Helen o algún sitio que esté cerca de El Infierno.
La escucho bufar, de reojo la veo cruzar ambos brazos y formar aquel mohín terco con los labios. Aparto la mirada del todo y toma una profunda bocanada de aire, los latidos de mi corazón empiezan acelerarse cuando mi mente —bien masoquista, por cierto— me recuerda lo suave y ricos que son esos labios.
Tenso la mandíbula con fuerza. No caigas. No seas estúpido, ¿acaso no tuviste suficiente con lo de hoy? Ella no es para ti, aceptalo de una maldita vez. Me riño con dureza. Porque bien me conocía y sabía que era muy dado a los impulsos. Si por mí fuera, detenía esa maldita camioneta en media carretera, me giraba y me devoraba esos rellenos y suaves labios; mandando todo al diablo. Pero era algo que no iba a pasar, y no porque ella no fuese a seguirme la corriente, sino porque ya estaba cansado, harto, de que ella hiciese conmigo lo que le diera la gana. Ariadna Kirchner era el amor de mi vida, esa hermosa pero malvada bruja me había robado el corazón desde la primera vez que la vi, y aunque sé que yo tengo un gran espacio en el suyo, no es suficiente. Ella quiere un hombre de familia importante, elitista, de buen apellido... no un don nadie que trabaja para la mafia. Y no puedo culparla, porque si yo estuviese en sus zapatos probablemente buscaría lo mismo.
Pero una cosa es decirlo y otra muy diferente es aceptarlo.
Maldita sea. Suspiro con gran pesadez mientras apoyo mi codo contra el marco de la ventana, y dejo mi mejilla apoyada contra mi puño. Mi otra mano se mantiene firme contra el volante. Leg Lover de Mr Eazi salía del moderno reproductor, aligerando la tensión entre nosotros. Frunzo el ceño al sentir uno de mis bolsillos vibrar, bajo la mirada por un segundo y meto una de mis manos en las bolsas delanteras del pantalón; buscando mi celular. La pantalla deja de iluminarse cuando lo sostengo entre mi mano. Intercalando la mirada del camino y la pantalla, rápidamente lo desbloqueo y le doy "Leer."
Drew nos necesita en El Infierno. Ahora mismo. No tardes.
~Leo~
Frunzo aún más el ceño al leer aquel mensaje. Levanto la mirada poniéndola en la carretera, pero antes de poder bloquearlo y guardarlo, me entra una llamada privada.
—¿Ya llegaste a la Universidad?
Parpadeo sorprendido de escuchar a la señora Atheris, ya que son pocas —casi contadas— las veces que ella misma llama alguno de sus sirvientes, ya que de eso se encarga Kenya y Drew.
—Sí, señora —respondo y le doy una mirada de reojo a su hija, que no tarda en mirarme con interés, uno mal disimulado.
—Bien —antes de que tenga oportunidad de hablar, ella se adelanta—. Ve donde Helen, los guardaespaldas ya deben de estar ahí, ellos se encargarán de llevarla a la mansión.
—¡No! —siento como me ahogo con mi propia saliva al percatarme lo que he dicho y sobre todo a quién—. No se preocupe, yo mismo la llevaré de regreso, de todos modos ella quería ir donde Helen.
Ni siquiera volteó a ver a mi derecha porque el ligero sonrojo que siento en el cuello, pasaría a mi rostro con ver aquella mirada curiosa fija en mi persona. Debería de aprender hacer lo que mi mente decide, se supone que iba hacer distante y ahí voy a prácticamente a rogar para estar más tiempo con ella.
¡Quién carajos te entiende, Grant!
—Como quieras, igual estarán ahí los guardaespaldas y serán quienes los acompañe de regreso. Tienes menos de cuarenta minutos para llegar a la reunión con Drew —y así como llamó, colgó. Sin darle a uno tiempo de nada.
Bloqueo mi celular y lo guardo nuevamente en mi pantalón. Frunzo el ceño pensativo. ¿Qué habrá sucedido para que Drew haya pedido hablar con nosotros? ¿Se robaron otros de los campamentos? No creo, la señora Atheris estaba muy relajada durante la llamada. Aunque entre más enojada está, suele verse y escucharse más tranquila. ¡Maldición!
—¿Sucede algo?
Dejo de tamborilear distraídamente mi labio inferior con los dedos de mi mano derecha y mi ceño se suaviza sólo un poco. Volteo a ver hacia mi derecha, encontrándome con esos preciosos ojos verdes azulados; los cuales me observan curiosos. Abro mi boca, y por un momento me quedo embobado de esa mirada que puede hacer conmigo lo que quiera.
—No —tenso la mandíbula y aparto la mirada rápidamente—. Asuntos que tengo que resolver.
Y con eso corto cualquier otra oportunidad de conversación. En lo único que me concentraba era en la carretera y en la música que salía del reproductor. Por momentos sentía aquella mirada fija en mi persona, acelerando inconscientemente mi pulso y haciéndome perder por unos segundos mi tranquilidad, pero tensando mi agarre contra el volante y tomando disimuladas bocanadas de aire, conseguía tranquilizar ese impulso de voltear y besarla. De sentir esos suaves y dulces labios.
Maldita sea. ¿Cuándo aprenderás Grant? ¿Cuándo?
—¿Qué hacemos aquí? ¿No era que tenía "estrictamente prohibido cualquier lugar cerca de El Infierno, incluido el Bar de Helen"?
Escondo una sonrisa al escucharla devolverme mis propias palabras con una nota resentida en su tono de voz. Apago el motor de la camioneta una vez me estaciono en el viejo pero amplio estacionamiento del Bar, le doy una mirada a la enfurruñada rubia que está a mi lado; la cual con sólo un sutil movimiento le indico que salga. Empujo la puerta, guardo las llaves en los bolsillos de mi pantalón y empiezo a caminar. Casi al unísono escucho un profundo suspiro y el sonido de una de las puertas de la camioneta al ser cerrada. Me detengo y espero que llegue a mi lado, algo que se toma su debido tiempo. No puedo evitar fruncir un poco la nariz cuando me llega aquel delicioso aroma a cítricos, y mi mirada no tarda en fijarse en la suya, la cual no deja de observarme fijamente y con cierta intensidad. Una de la cual estoy muy familiarizado. Porque tanto como la señora Atheris y Wyatt miran de esa manera, casi como si pudieran leerte la mente. Es algo desconcertante e incómodo para quien no está acostumbrado a que lo vean tan fijamente. Por no decir, frustrante de que ellos de alguna forma sepan lo que estás pensando.
—¿Grant?
Meneo la cabeza, saliendo de mis pensamientos. Escondo ambas manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón.
—Entremos.
Ariadna frunce el ceño, abre la boca para decir algo pero no le doy tiempo, ya que empiezo a caminar hacia la entrada del Bar. Reprimo una sonrisa al escuchar el bajo gruñido de frustración de su parte. Empujo la puerta negra de vidrio y espero a que pase ella primero. Mi cuerpo inconsciente se tensa al sentirla tan cerca.
—Nunca se te quitará esa manía.
Bajo la mirada, conectando de inmediato con la suya. Si bajase mi rostro un poco más sería capaz de rozar su nariz. Ambos nos observamos por largos segundos hasta que una risa femenina —que conozco muy bien— nos saca completamente de aquella burbuja. Los vellos de mi nuca se erizan. Siempre sucede cuando entre nosotros crece ese tenso y electrizante ambiente.
—Acaba de llegar mi segunda pareja preferida.
Aparto mi mirada de aquellos brillantes, que en este momento estaban un poco oscurecidos, ojos verdes azulados, encontrándome ahora con unos escalofriantes ojos grises; que nos observan con una chispa siniestra y una expresión divertida.
—¿Y quiénes tienen el honor de ser la primera? —bromeo, cerrando la puerta y apartándome sutilmente de Ariadna, algo que ella también hace.
Helen Brown, nos sonríe con aquella malvada diversión —sobre todo al haber notado nuestro intento de distanciarnos— y se acerca un poco más.
—Por supuesto que los padres de esta jovencita aquí presente —responde dándole un guiño a Ariadna, quien pone los ojos en blanco. Helen ríe y suspira—. Ah, qué buenos tiempos aquellos. Drey y Dakota definitivamente eran un pareja entretenida de ver.
Ari levanta una ceja y observa seriamente a Helen, la cual sólo le sonríe. Suspira y relaja la expresión.
—¿Y Alisson?
Helen señala con la barbilla en dirección a la barra. Ariadna rápidamente la busca con la mirada, frunce el ceño una vez la localiza.
—¿Qué le sucede? —pregunta sin apartar la mirada de la pelirroja.
Helen se encoge de hombros. Levanto una ceja y busco entre las bolsas de pantalón algún cigarrillo. No es que sea un gran fumador ya que una caja me dura cerca de tres meses. Sólo fumo cuando me siento demasiado tenso o nervioso.
—Quién sabe... —responde despreocupada. Ariadna voltea a verla, su ceño se profundiza un poco más—. Tal vez se deba a que ella y tú tienen un serio problema con la vista.
—¿Qué? —pregunta, claramente no comprendiendo el mensaje oculto entre las palabras de Helen. Cierra los ojos y menea la cabeza—. Como sea, iré a ver qué demonios le sucede.
Término de encender mi cigarrillo, dejo escapar un bufido de humo, mis ojos la observan alejarse. Recoge su largo cabello rubio en una alta y desarreglada coleta, mis ojos observan cómo sus dedos pasan entre sus hebras rubias. Inevitablemente mi mano se tensa, deseando ser yo quien lo haga. Un deseo que también tuve que contener en el auto, cuando empezó a tratar de hacerse un recogido con ese sedoso cabello rubio. Que aunque su verdadero color es negro, uno tan oscuro como la tinta, no deja de ser suave al tacto.
—En verdad esas niñas tienen un serio problema de la vista.
Sonrío contra el cigarrillo, tomo otra bocanada y sostengo el humo por unos segundos, hasta dejarlo salir en una lenta exhalación. Aparto la mirada de mi rubia, y pongo mi mirada en aquella mujer.
—Volveré en un rato. No las pierdas de vista.
Helen levanta una ceja en mi dirección, las comisuras de su boca tiemblan, tratando de esconder la sonrisa pícara que trata de formarse en sus muy pintados labios. Se acerca en sus ya comunes y altos tacones. Esta vez soy yo quien enarca una ceja, ladeo mi cabeza soltando una exhalación de humo.
—No te preocupes cariño, personalmente me encargaré de cuidarlas.
Asiento seriamente, bajo mi brazo con la colilla del cigarrillo enrollado entre mis dedos. Mis ojos oscuros la buscan, y siento como una sonrisa trata de abrirse paso en mi rostro al verla reír junto a la bruja pelirroja que tiene hecho un desastre a mi amigo.
«—¡Grant! ¡Deja mi cabello en paz! —chilla una pequeña rubia de unos doce o trece años, sonrojada y molesta, mientras le daba un manotazo a mi mano—. ¿Por qué no vas a molestar a Wyatt o a Alisson?»
No creo que ella supiera, lo bonita que se veía cuando se enojaba. Lo que me gustaba que sus ojos sólo me miraran a mí, a nadie más, solamente a mí.
«—No quiero, Rubia. Es divertido ver cómo te sonrojas.»
Ella odiaba mi arrogancia, sobre todo cuando le sonreía burlonamente una vez conseguía sacarla de sus casillas.
«—¡Dios, eres un fastidioso! —dice mientras pone en blanco sus ojos. Acomoda su largo cabello detrás de su oreja, donde un pequeño zarcillo de oro adornaba su pequeña y pálida oreja—. Si tanto te gusta ver a una mujer sonrojada, ve y busca a otra para molestar.»
De inmediato mi sonrisa se esfuma, así como la diversión. Ella puede que no lo supiera, pero cuando la conocí por primera vez, supe que mis ojos eran incapaces de fijarse en otra que no sea ella.
«—No seas tonta —jalo por última vez su cabello, ganándome un gruñido de su parte. Sonrío y le guiño un ojo—. Tú siempre serás la afortunada.»
«—Sí claro, la afortunada —ironiza enfurruñada. Retrocede cuando me acerco, quedando a centímetros de su rostro.»
«—¿Q-Qué pasa? —balbucea al ver que mis ojos no se apartan de su rostro.»
«—¿Eso es... un grano? —pregunto haciendo que de inmediato ella busque un espejo donde verse. Rápidamente me alejo, y unos segundos después escucho sus gritos de frustración y molestia por mi broma.»
Cierro mis ojos por unos segundos, llevo lo que queda del cigarrillo a mis labios y tomo una última calada, antes de tirarlo en un cenicero que los empleados del lugar cambian periódicamente. Abro mis ojos soltando el humo por mis fosas nasales, encontrándome con aquellos escalofriantes ojos grises fijos en mi persona. Creo que todos en la familia y fuera de esta saben que estoy perdidamente enamorado de Ariadna.
—Llámame si sucede algo. No creo demorar mucho.
Helen asiente sin apartar su mirada de mi rostro. Le doy una última mirada a esa terca rubia. Mi rubia. Y empiezo a caminar hacia la salida. Jugueteo con las llaves en mi mano, abro la puerta de la camioneta y la cierro una vez me siento detrás del volante. De un rápido y suave movimiento de muñeca contra la llave, enciendo el motor y su vez el reproductor; Side Gyal de Alkaline empieza a sonar a todo volumen. Quito el freno de mano y levantando una pequeña nube de polvo, me dirijo a toda velocidad hacia El Infierno.
Mis timberland levantan un poco de polvo cuando empiezo a caminar por ese suelo de tierra, que está lleno de vasos, botellas de cerveza —vacías, algunas medio llenas— y entre otras cosas que sinceramente decido ignorar. Al ser viernes digamos que el lugar no está muy limpio, de hecho, si mi memoria no me falla limpian todos los martes. Algunas veces tienen que hacerlo más de dos veces a la semana, todo depende la cantidad de gente que llegue.
—¡Hey Grant! —saludo con un apretón de manos a uno de los barman, al pasar junto a una de las barras al aire libre.
A lo lejos observo a los DJs que están probando los parlantes y otras cosas; cerciorándose de que todo el equipo funcione. Y finalmente empiezo acercarme a la zona donde se hacen las carreras, que queda completamente al fondo. Drew, Gael y su hijo Alec, Leo, Wyatt y otras cinco personas más, están apuñados en ese desolado lugar. Me acerco a Wyatt que es el que está más apartado, apoyado contra su moto y fumándose un cigarrillo. Algo poco inusual.
—Qué hay, hermano —lo empujo con mi hombro.
—Hey... —murmura y suelta una exhalación. Frunzo el ceño al verlo un poco pálido y ojeroso.
—¿Qué mierdas te pasa? ¿Estás enfermo?
Pero antes de que Wyatt pueda responder, Drew llama la atención de ambos.
—¡Bien! Ya que estamos todos, empecemos —dice dándonos una rápida mirada. Levanto una ceja y comparto una mirada con Wyatt, el cual simplemente se encoge de hombros.
—Por alguna razón los encargos están llegando con demasiados días de atraso o simplemente no llegan —dice frunciendo mucho más el ceño—. Y todos sabemos que a la señora Atheris no le hace mucha gracia que su droga no sea distribuida, ¿no es así?
Los demás asienten, claramente recordando una que otra vez donde Dakota nos ha gritado y alguna vez golpeado —algunos con mayor suerte— por errores con las entregas. Incluso hasta Wyatt ha sido uno de los premiados, ni siquiera menciono la humillada a la que lo sometió; que si bien es cierto que es su hijo, cuando ella es Atheris pasa a ser la líder de una mafia. Eso es algo que él sabe más que perfecto, y ya que fue su decisión entrar a la mafia, tiene que aceptar todo lo que conlleva. Sobre todo en el puesto que está. Todos aquí somos «halcones», o sea, los que nos encargamos que todos los cargamentos lleguen sano y salvo a su destino. Tenemos que vigilar que a ese contenido, ya sea marihuana, cocaína, heroína o lo que sea, no le pase absolutamente nada. Así como también proteger que nadie interceda el cargamento. Creo que es uno de los puestos más peligrosos, porque nunca se sabe qué puede suceder en cada entrega.
—Y si a eso le sumamos, de que algunos "mágicamente" desaparecen —continúa Drew, provocando que en más de un rostro aparezca un ceño fruncido de completo desconcierto.
—¿Qué estás tratando de decir? —dice Rash, uno de los otros chicos. Frunce el ceño mucho más —. ¿Crees que uno de nosotros nos robamos la droga?
Los ojos azules de Drew observan fijamente los de Rash, ni siquiera cambia la expresión de su rostro.
—Así es —afirma sin temor alguno. Algo que provoca que la mayoría se alteren—. Uno, dos o todos ustedes están robando. ¿Y saben lo que eso significa?
Un tenso silencio cae tras aquella pregunta, Wyatt tira el cigarrillo y se endereza. Inevitablemente los vellos de mi nuca se erizan, al sentir como la tensión entre todos crece. Maldición, ahora entiendo porqué Drew nos hizo llamar. Aunque hay algo que no calza y al parecer no soy el único.
—Algo aquí me huele a topo —susurra muy disimuladamente Wyatt a mi lado. Tenso la mandíbula y borro cualquier expresión de mi rostro.
—¡Esto es absurdo! —exclama otro de ellos, los demás lo secundan—. ¿Por qué mierdas le robaríamos a la jefa? Ni que fuéramos estúpidos.
—Pues al parecer sí hay estúpidos que creen que pueden robarle a la líder de una mafia y creen que ésta no se va a enterar. Pero no se preocupen, la propia Atheris se encargará de hacer sufrir a ese o a esos malnacidos —responde Drew con un tono bajo, claramente tratando de provocar que los responsables sientan temor o por lo menos, que empiecen a ponerse nerviosos. Sonríe y oculta ambas manos en los bolsillos del pantalón—. Aunque si son inocentes, no veo porqué tienen que preocuparse, ¿no es así?
Levanto una ceja, todos se miran el uno al otro con sospecha, tratando de buscar al o a los traidores. Claramente Drew lo que quería es que el culpable se enterara de que la señora Atheris sabe sobre ello. Aquí la pregunta es; ¿Para qué? ¿Qué es lo que realmente está pasando?
—Bien eso era todo, muy pronto me contactaré con ustedes para la entrega de los siguientes cargamentos —dice Drew despidiéndose, pero antes se detiene y clava sus ojos azules en nosotros—. Grant, Wyatt, necesito hablar con ustedes un momento.
Levanto ambas cejas pero al instante vuelvo a fruncirlas. Mantengo la expresión neutral e indiferente en mi rostro, cuando los otros ponen su mirada en nosotros. Gael y Alec se acercan, colocándose a nuestro lado, algo que aumenta aún más mi curiosidad y sospecha; ya que ambos todo este tiempo se mantuvieron en silencio. Motores empiezan a ronronear uno tras otro, cuando los demás se alejan en sus motos o autos levantando una gran cortina de humo en su paso. Parpadeo y empiezo a sentir una pequeña ansiedad crecer dentro de mí, no me gusta para nada no saber qué es lo que sucede. Tanto misterio no es bueno.
—¿Ustedes lo notaron, no es así?
Pongo mi mirada en Drew, el cual saca un cigarrillo, lo enciende y se lo lleva a los labios, sin apartar la mirada de ambos.
—¿Qué es lo que está sucediendo? —pregunta Wyatt seriamente. Drew deja salir una exhalación antes de responder.
—Cuatro de todos ellos, le están dando la droga a otras mafias; incluida entre ellas la de Vera —responde Drew dejándonos fríos—. Una gran mierda si me preguntas. Porque todos ustedes saben las rutas y si la D.E.A o cualquier uniformado se entera de algunas de ellas, nos lleva el diablo.
—¿Y cómo se enteraron? —pregunta de nuevo Wyatt, esta vez curioso.
—Sólo una persona vende droga de tan buena calidad en El Infierno —responde Gael, pero es su hijo quien sigue hablando—. Y aunque hay tratos con otros narcotraficantes, hay cierta droga que sólo los «camellos» y «burros» de la mafia de Atheris; distribuyen. Casualmente la misma droga se ha empezado a distribuir por la gente de Vera.
—¿Entonces por qué no los atraparon de una vez? —pregunto no comprendiendo muy bien el asunto. Drew comparte una mirada con Gael.
—Porque no estamos muy seguros quiénes pueden ser —le da otro jalón a su cigarrillo—. Por no mencionar que Dakota sospecha que esto tiene otro motivo.
—¿A qué te refieres? —pregunta Wyatt por ambos. Drew se encoge de hombros.
—Eso, es algo que sólo tu madre lo sabe —responde despreocupado, como si estuviera ya acostumbrado—. Por eso ambos a partir de ahora tienen que mantenerse más espabilados que antes, porque algo me dice que se viene una grande.
Trago saliva y puedo sentir como la adrenalina empieza a correr por mi cuerpo. Comparto una rápida mirada con Wyatt.
—Lo único que les puedo decir es que el traidor va a caer como la asquerosa rata que es.
Lo observo soltar una gran nube de humo de su boca antes de despedirse de un movimiento de cabeza y empezar a caminar hacia su auto.
Mierda, esto no me gusta nada. La guerra entre Vera y la señora Atheris se está haciendo cada vez más peligrosa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro