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Capítulo 1, parte 2.


Muevo las manos con nerviosismo sobre mi regazo, una canción de Coldplay suena por lo bajo en el tenso silencio que hay dentro del auto, pero no presto la mínima de atención. Le doy una mirada de reojo al rostro de mi padre, pero la expresión seria casi indiferente que sus ojos reflejan; disminuyen aún más el impulso de hablarle. Rara vez discuto con papá, de hecho, cuando lo hacemos siempre es por el mismo motivo: mi madre. Sin embargo, las otras ocasiones no fueron tan intensas como esta. Y ese es el motivo de mi nerviosismo. No sé qué hacer o qué decir ante tal muestra de enojo.

—¿P-Papá? —hago el intento finalmente de conversar, no sin antes tragar con fuerza el nudo que siento en la garganta.

—¿Qué sucede? —pregunta sin apartar la mirada del camino y con un tono tan monótono, que aumenta el dolor que siento en el pecho. Escuchar y ver su indiferencia me afecta más que el que me grite o me regañe.

—Y-Yo... —me interrumpo al sentir mis ojos llenarse de lágrimas. Tomo una profunda inhalación y de alguna forma consigo controlarme—. Lamento lo que dije.

—¿Lamentas el hecho de haberle faltado el respeto a tu madre? ¿O el que yo lo haya escuchado?

Aparto la mirada mientras siento mis mejillas ponerse calientes, signo de que me he sonrojado tanto por la vergüenza como por la culpa.

—Necesitas aprender a pensar lo que dices y cómo lo dices. Sé que Dakota tiene una personalidad difícil y me parece bien que hayas sacado de ella la sinceridad, así como decir lo que pienses sin temor. Pero una cosa es decir lo que piensas, a otra muy diferente que es insultar con el único propósito de herir a tu madre —de reojo lo observo darme una rápida pero intensa mirada con esos ojos verdes azulados que cuando me miran de tal forma me hacen sentir como una niña de cinco años y no una de diecisiete.

—Sí, papá —susurro sin levantar la mirada.

Al final el mismo silencio tenso que había entre los dos vuelve a formarse. Un suspiro entrecortado, pero lleno de toda la frustración que siento en mi interior, escapa de mis labios. Levanto la mirada y enfoco mi atención en el paisaje ajetreado de la ciudad de New York que consigo ver a través de la ventana polarizada de la Range Rover, que pertenece a mi padre. Sin embargo, algo llama completamente mi atención. No puedo evitar fruncir el entrecejo al reconocer una de las camionetas de los guardaespaldas personales de la familia, ir a una distancia bastante prudente de nosotros. Rara vez mi padre sale con los guardaespaldas, sobre todo en sus días libres, ya que odia con el alma que alguien lo esté siguiendo a todos lados. De hecho, ni Wyatt ni yo lo soportamos tampoco. La única que medio lo tolera es mi madre, y eso que sus guardaespaldas salieron de su misma mafia.

Esto es demasiado extraño.

Pero como no tengo respuesta a tantas incógnitas, me encojo de hombros, cierro los ojos y espero a que lleguemos a la Élite NY University.

—Buenos días.

Espero que la secretaria levante la mirada y me atienda, pero es como si estuviera hablando con el enorme escritorio de caoba, para la atención que me prestó. Lleno mis pulmones de aire —y de paciencia— para no soltar uno de mis maravillosos comentarios, hago nuevamente el intento de llamar su atención, tocando una pequeña campana está en una esquina del escritorio.

—¿Sí? —enfoca al fin su atención en mi persona mientras quita la campanilla de mi alcance y con una horrible, así como falsa, sonrisa en su rostro. Si no fuera porque su expresión terminó por irritarme aún más, me burlaría de sus esfuerzos por hacer que deje de tocar con insistencia la dichosa campana.

—Soy de primer ingreso. Vengo a matricularme.

—Sin una cita previa no puedo atenderla —dice y me vuelve a dar esa mueca falsa que hace pasar por sonrisa.

—Ya la tengo, mi padre se encargó de llamar con antelación —respondo con tal educación que si me escuchara otra persona nunca creería que en mi mente he mandado a la mierda unas diez veces a esa espanta pájaros que tienen de secretaría. Porque ante todo soy una Kirchner y hay una posición social que debo de mantener. 

—¿Nombre? —masculla borrando finalmente la sonrisa falsa. Frunzo el entrecejo y observo con desagrado la agria expresión que surca ese esquelético rostro, mientras busca una carpeta blanca con el logo y las iniciales de la Universidad

—Ariadna Kirchner —respondo. Y no puedo evitar sonar con arrogancia y egocentrismo.

—No hay nadie con ese nombre en la lista —responde sin prestar realmente mucha atención a la hoja. Cierra la carpeta, levanta la mirada y me sonríe de tal forma que siento un dolor en la sienes; al tensar mi mandíbula para no decirle nada que no se merezca—. Lo siento, vuelva otro día, cuando consiga verdaderamente una cita.

¡Este es el maldito colmo! ¡Quién mierdas se cree esa secretaría que es!

—¿Ariadna? —la voz de mi padre consigue detenerme, a duras penas, de cantarle unas bellísimas palabras a esa estúpida y amargada espantapájaros—. Lo siento cariño, la llamada me tomó mucho tiempo. ¿Ya pudiste realizar la matrícula!

Pero antes de que tuviera la oportunidad de decirle a mi padre la forma grosera en la que esa secretaría de mierda me atendió; la misma, con una expresión y actitud tan radical, se adelanta.

—¡Buenos días, señor Kirchner! ¿Puedo ayudarlo en algo? —dice con tal disponibilidad que nadie creería que hace un momento me trató peor que a una basura. Parpadeo incrédula al observar su cambio.

—Sí, muchas gracias —le dice papá mientras sonríe en su dirección—. Yo mismo me encargué de solicitar la cita para matricular. Soy consciente que los cupos son muy limitados.

—¡Por supuesto! —exclama, toda sonrisas. Y saca la misma carpeta blanca, con una de sus largas garras, que hace pasar por uñas, lee los nombres de la lista—. Sí, efectivamente aquí está Ariadna Kirchner. Error mío el no fijarme como es debido.

¡Ja! Sí, seguro.

—No se preocupe, es normal a su edad —respondo con tal expresión inocente que quién no me conoce se la creería. Lastimosamente papá me conoce más que bien. Su mirada llena de reproche no se hizo esperar, pero por mucho que haya tratado de mostrarse serio fui capaz de detectar cierta diversión en sus ojos verdes azulados.

Sin embargo, como se vería mal que él pase por alto mis comentarios insolentes, me regala una buena reprimenda. La momia, satisfecha por ser testigo de tal acción, me regala una mirada airada que cambia por una embobada cuando papá con el tipo de sonrisas —que todos de la familia usamos para obtener lo que queremos— le pide iniciar con los trámites de mi matricula. Mentalmente pongo los ojos en blanco. ¿De verdad cree o tiene la esperanza, esa espanta pájaros de que papá le haga el mínimo de caso? Para empezar debe de tener más edad de la que aparenta, es tan delgada (y no del tipo atractivo) que la hace ver demacrada y aumenta las arrugas de su rostro. Uno, cabe mencionar, no es la gran cosa. Sus cejas son demasiado delgadas, sus labios aunque tienen un bonito pintalabios; el rictus con que los frunce le quita aún más atractivo. Ni siquiera hago mención de su maquillaje demasiado pesado y el mal gusto que tiene en cuanto a ropa. Desde mi punto de vista, mi madre se sentiría ofendida ser siquiera comparada con ella. Y eso que Dakota no es de mis personas favoritas. Pero bueno, aunque me escuche como toda una desgraciada criticando a la pobre momia, le aplaudo por no perder las esperanzas de que papá la vea con algo más que no sea con amabilidad.

—Es bastante sorprendente, cuando no hace mucho, era usted señor Kirchner el que asistía a esta universidad —salgo de mis pensamientos al escuchar aquello. Una expresión no tan feliz pasa por el atractivo rostro de mi padre, algo que despierta en gran medida mi curiosidad—. Y pensar que era un becado. Ahora es uno de los multimillonarios con más demanda en al ámbito de la informática. Por no mencionar, por supuesto, uno de los más atractivos.

Levanto una de mis cejas. Papá la observa entre incrédulo como incómodo. Poco a poco empieza a sonrojarse, pero estoy segura que no por la razón de sentirse halagado. Si no el verse siendo víctima de la avaricia, deseo y lujuria de una mujer que bien puede tener la edad de la abuela Sheena.

Más le vale que deje de verlo de esa manera antes de que le tire el florero de mierda que tiene en su escritorio.

—Señora... —carraspeo, llamando su atención. Me fijo en su placa y sonrío falsamente en su dirección—; Young, sería tan amable de anunciarnos con el rector, como bien sabe mí padre es un hombre muy ocupado.

Sus ojos negros me fulminan, pero mi sonrisa falsa se ensancha y pongo la expresión más inocente que tengo.

—Es señorita Young —rectifica entre dientes, antes de salir detrás del escritorio. Levanto una ceja pero no opino nada, ya que la mirada burlona que le regalo por una milésima de segundos fue más que suficiente.

Tomo mi pequeño bolso, el cual acomodo de mejor forma contra mi hombro y tanto mi padre como yo, la seguimos por ese silencioso pasillo, el cual es ligeramente alterado por el eco de nuestras pisadas contra el brillante mármol. Un largo y cansado suspiro escapa de mis labios.

En verdad eres idéntica a tu madre —el murmullo de papá llama mi atención. Y no puedo evitar sorprenderme al verlo mirarme con una expresión divertida en deber de una seria por mis malos modales.

Sin embargo, cuando finalmente caigo en cuenta lo que ha dicho, frunzo el ceño por no entender o comprender del todo a qué se refería con eso de que "era idéntica a mi madre". Pero cuando iba a pedirle que me explicara en el contexto que hizo dicho comentario, la secretaria llega a una enorme puerta; la cual abre para nosotros. Y ya que la poca paciencia que tenía la acabé con ella, soy la primera en ingresar a la espaciosa oficina. Por un momento me detengo y parpadeo, incapaz de creer que las paredes —así como gran parte de los muebles— sean de color blanco. ¡Parecía el interior de un hospital! O peor aún, ¡el de un maldito manicomio!

—¡Bienvenidos! —la voz alegre de una mujer llama mi atención. Enfoco la mirada en la que al parecer es la rectora de la Universidad—. Es todo un placer recibirlo señor Kirchner. Según me dicen solicitó la cita con mi padre, lamentablemente él tiene ya tres años de haberse retirado. Soy Irene Lewis, John Lewis era mi padre.

Observo con una ceja enarcada la sonrisa demasiado feliz, demasiado exagerada y definitivamente demasiado coqueta, con la que recibe a mi padre, ya que al parecer ni siquiera se ha percatado de mi presencia. Escucho la puerta cerrarse a nuestras espaldas, signo de que la señorita Young, alias la momia y espantapájaros, se ha ido. Le doy una desinteresada mirada a esa espaciosa pero monótona oficina, antes de fijarla nuevamente en aquella mujer la que parece muy interesada por contarle a papá lo lamentable que fue para ella no estudiar en la Élite NY, porque si no ambos hubieran coincidido dentro de la Universidad. Ah, y todo sin borrar esa sonrisa exagerada del rostro.

Excelente. Si no me vuelvo loca por tanto blanco, lo más probable es que lo haga de exasperación y frustración.

¡Por todos los cielos!

—Bienvenida a la Elite New York University —camufla su decepción de no poder seguir hablando con mi padre bajo una falsa sonrisa, una que le respondo con el mismo fastidio y falsedad. 

Una vez me encargo de agradecerle, porque ante todo por mucho que me parezca una descarada por la forma en que mira y se dirige a mi padre, tengo modales. Unos que estuve a punto de tirar a la mierda si pasaba un segundo más en esa oficina de lunáticos. Joder, mi padre tampoco es que sea el hombre más atractivo del mundo, pero el que tenga tanto dinero, prácticamente lo convierte en el blanco de todas esas interesadas. Es la primera vez que agradezco que los negocios de él se interpongan en algo, en este caso no seguir escuchando el parloteo de esa mujer. Un suspiro irritado escapa de mis labios y salgo a toda prisa de esa infernal oficina, me acerco al escritorio de la señorita momia Young y le pido mi horario; así como la lista de los libros que necesitaré. Al final me decidí estudiar derecho. Algo que en definitiva molestará a mi madre y que además me será muy útil. Porque aunque está en mis planes desprenderme de la mafia no pienso permitir que ni Wyatt —mucho menos papá— paguen por los negocios de mi madre. Ella es la líder de la mafia, por lo tanto debería de ser ella la única afectada. O eso es lo que me gustaría decir. Porque por mucho que odie aceptarlo, de alguna forma también acepté estudiar derecho por Dakota. Digo, cuando tu madre es una mafiosa, quien además significa mucho para tu hermano y tu padre; supongo que no puedo ser una completa desagradecida, ¿no?

—¿Qué es tan gracioso?

Salgo de mis pensamientos al escuchar la voz irritante de la mejor secretaría del mundo. Pongo mentalmente los ojos en blanco. Y como no tengo la mínima de intención de lidiar con ella, la ignoro y mientras espero a que me entregue todo lo que necesito, saco el celular de mi bolso. Al desbloquearlo me encuentro con un mensaje de Alisson.

El infierno llama a sus demonios esta noche.
¡Definitivamente tenemos que ir!

¡Sí! ¡Joder, sí! Sonrío ampliamente sin poderlo evitar, porque Alisson me acaba de dar la mejor excusa para celebrar mi ingreso a la Universidad. Por lo que sin demorarme ni un segundo más le respondo con un: «¡Maldición! ¡Ya lo creo que sí!». Intercambiamos unos mensajes más, sobre todo para saber a qué hora nos iremos y en cuál auto. Quién quita y hasta se me antoje competir. Con el maravilloso humor con el que estoy, no me preocupa nada.

—Hola.

Por inercia, ya que la voz se escuchó demasiado cerca de mí, levanto la mirada de la pantalla de mi celular.

—Hola —no puedo evitar sonar ligeramente confundida, ya que en mi vida he visto a ese chico. Que viéndolo bien no está nada mal. Guapo, ojos azules, de cabello rubio tirando casi a castaño. No tan alto, pero tampoco muy bajo, cuando mucho debe de medir metro ochenta. Y que además, tanto por su ropa como la forma en que me mira —así como su porte— me indican que está más que acostumbrado a cierto estilo de vida.

O sea, no digo que toda las personas con dinero se comportan igual. Pero en la élite de New York, hay como un patrón que sé leer muy bien. Y algo me dice que tengo al líder, o por lo menos a uno de los importantes de esta Universidad. Algo que en definitiva despierta mi interés.

—Soy Ian Harris —se presenta sin abandonar su sonrisa. Por inercia sonrío también—. Es la primera vez que te veo, ¿de nuevo ingreso?

—Sí, de hecho hace unos minutos terminé con lo de la matrícula —respondo, dejando pasar a propósito mi nombre. Algo en su mirada me dice que sabe quién soy, pero no estoy del todo segura—. ¿Cómo sabías que era de nuevo ingreso?

—Muy fácil —su sonrisa, que tengo que aceptar es muy bonita; por no mencionar que le aumenta aún más atractivo, crece en sus labios—. La Élite NY University, está ligada a una serie de preparatorias, secundarias y primarias, donde la mayoría ya nos hemos conocido. Por no mencionar que gran parte de nuestras familias tienen algún negocio en conjunto. La sociedad elitista de New York es muy predecible en ese aspecto, todos se conocen. Y en caso que no lo hagan, otro lo hará por nosotros.

Lo último lo dice con un despreocupado encogimiento de hombros. Me abstengo de levantar una ceja y de responder con sarcasmo, ya que por mucho dinero, por mucho prestigio que ellos se crean que tienen no los hace diferente de la sociedad media. Los rumores y los chismes es lo que más le fascina a la alta sociedad o elitistas. Ah, y ver quién tiene más dinero, así como en la mierda más absurda en la que lo gastaron.

—Tienes razón —de alguna forma consigo que mi sonrisa salga natural y no falsa—. Soy Ariadna Kirchner. Un placer conocerte, Ian.

—El placer es todo mío —responde y el interés en sus ojos aumenta. Esta vez no tengo que actuar la sonrisa, ya que aunque no me gusta mucho cuando las personas se interesan en mí por ser hija de uno de los informáticos más importantes de los Estados Unidos, además de ser hija también de Amira Kirchner; una de las empresarias más influyentes en el ámbito empresarial tanto nacional como internacional. Es beneficioso para mí despertar el interés en Ian, porque si mis instintos no me fallan, muy pronto me veré involucrada con la élite neoyorquina.

Y me desprenderé finalmente de la mafia.

Abro la boca para decir algo, pero la puerta de la rectora, llama la atención de ambos. De inmediato la trajeada figura de mi padre sale hablando en un perfecto y fluido japonés. Espero pacientemente a que mi padre llegue a mi lado y cuelgue la llamada.

—¿Lista? —pregunta una vez finaliza la llamada. Asiento en su dirección, muerdo ligeramente el interior de mi mejilla y tomo los papeles de la secretaria, que nuevamente observa casi babeando a mi padre. La fulmino con la mirada.

—Soy Drey Kirchner —se presenta mi padre cuando se percata de Ian a mi lado. El aludido observa como embobado a mi padre, lo empujo ligeramente ocasionando que salga de su ensoñación y acepte la mano que le ofrece mi padre.

—Ian Harris —se presenta saliendo totalmente de su ensoñación. Observo mi padre fruncir ligeramente el entrecejo.

—¿Harris? ¿De casualidad eres hijo de Karl Harris? —pregunta sin apartar sus ojos verdes azulados de los azules de Ian.

—Así es señor —responde Ian con arrogancia. Levanto una ceja al ver, por un momento ensombrecerse la mirada de mi padre, pero al instante ese detalle desaparece.

—Bueno, fue un gusto. Saluda a tu padre de mi parte —comparte un último apretón con Ian, el cual gustoso devuelve y promete pasar el saludo. También me despido de Ian antes de empezar a caminar junto a mi padre hasta la salida, algunos estudiantes se quedan sorprendidos al ver a mi padre el cual humildemente los saluda.

Eso es algo que siempre respetaré de él, no importa el poder que posea o el dinero, no hace menos a nadie. Mi padre no desborda la misma arrogancia de mi madre. Y cosas como aquellas son las que no entiendo. ¿Cómo un ser tan humilde como papá puede vivir con alguien que tiene un carácter tan difícil y complicado como el de mi madre? ¿Cómo?

—Vamos Ariadna —la voz de mi padre me saca de mi ensoñación.

Frunzo el ceño, desconcertada, de escuchar todo mi nombre ser pronunciado por él. Su tono mantiene una entonación fuerte, enfadada. Rápidamente me subo al auto, me pongo el cinturón mientras escucho el ronroneo del motor cobrar vida, segundos después salimos del estacionamiento y papá manejando como un experto por esas calles que supongo debe de conocer como la palma de la mano; nos lleva directamente hasta la ciudad.

—Papá —musito tras un largo y tenso silencio—. ¿Sigues enfadado conmigo?

Creo que es la segunda o tercera vez que le pregunto esto, pero no puedo evitarlo. Odio esta tensión entre ambos, la forma en que pronuncia mi nombre cuando siempre usa nombres cariñosos o simplemente "Ari". Cuando se trata de papá, es como si fuera de nuevo una niña de ocho años. Desde que tengo uso de razón siempre ha sido papá el que ha estado para mí, el que me ha criado, el que me ha dado amor. El único... que no nos abandonó. Un suspiro, largo y cansado, me saca de mis pensamiento. Lo observo suavizar la expresión y me regala una rápida mirada. Una en la que fui más que capaz de ver que a él también no le gustaba ni un poco esta situación.

—No estoy enojado, sino decepcionado, Ariadna —responde volviendo a poner la mirada en el camino. Un pequeño nudo se forma en mi garganta, la aclaro para que mi voz no salga débil.

—Lo siento —me disculpo, sintiendo mis fosas nasales cosquillear y los ojos ligeramente irritados. En cualquier momento me soltaré a llorar y no quiero hacerlo.

Papá vuelve a suspirar.

—Ari, no es a mí a quien le debes una disculpa —responde con el reproche tiñendo su tono de voz. Pongo los ojos en blanco sin que él me vea.

Sí claro, disculparme con mi madre. Algo que definitivamente no sucederá.

—Cariño, sé que tú madre tiene un carácter difícil, creo habértelo dicho, pero sigue siendo tu madre. Y aunque no lo creas, tus comentarios la hieren profundamente —la tristeza de su voz no me pasa desapercibida. Frunzo mi entrecejo un poco más, tenso ligeramente la mandíbula.

¿Tiene esa mujer siquiera sentimientos?

—Por supuesto que sí —responde mi padre. Al parecer aquel pensamiento lo dije en voz alta. Siento mis mejillas enrojecer un poco cuando me riñe con la mirada—. Como todos ella también tiene sentimientos, Ariadna. Que sea inexpresiva no quiere decir que no tenga, ésa es su forma de ser, y tienes que aprender que no todos tenemos el mismo carácter o la misma personalidad.

Muerdo mi mejilla con un poco de fuerza. Al final me he conseguido una buena bronca por parte de mi padre. Y lo peor, es que al final está consiguiendo que me arrepienta por cómo traté a mi madre. Suspiro resignada, supongo que me lo merezco. Es que simplemente ese maldito resentimiento que está incrustado en mi pecho me hace decirle cosas muy hirientes. No puedo evitarlo, es algo automático.

Maldición. Al final tendré que disculparme, y lo que es peor, es que definitivamente heredé de ella lo orgullosa.

¡Maldita sea!

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