Capítulo 2: El hilo rojo
HIJOS DE LA NOCHE
HIJA DE UN DESEO
CAPÍTULO 2: EL HILO ROJO
Habíamos estado caminando por más de una hora y me terminó contando gran parte de la historia de cómo llegó a ser rey; me habló de los vampiros, los demonios y de sus planes para el futuro.
Yo lo oí con atención, mientras peleaba con su pesada y cálida capa. Muy apenas podía moverme entre su peso y el asfixiante frío.
—Llegaremos a Meridión al atardecer —me explicó Karlav—. Este camino nos llevará hasta allá y, una vez ahí, le pediré ayuda a uno de los trabajadores más reconocidos del señor Hwang que nos transporte hasta Anemoi.
Como instinto, alcé la cabeza para contemplar el punto en el que se encontraba el Sol para deducir cuánto faltaba para el atardecer, pero mis intenciones pasaron a segundo plano cuando me percaté de un curioso detalle: el cielo de Abaddón no era como el de la Tierra.
Tenía un aspecto fragmentado por líneas de polvo estelar que eran visibles aún de día, asemejándose a una enorme telaraña o un espejo roto que conectaba cada parte al punto central: el Sol. En ese momento, supuse que debía de ser todo un espectáculo nocturno el ver la Luna y las estrellas con semejante aspecto del firmamento.
Volví a mí unos instantes después.
—Qué bueno. Estoy cansada de caminar —confesé. No había comido nada desde la noche anterior—. ¿Qué tan lejos está Anemoi de Meridión?
El hombre me sonrió
—¿Con honestidad?
Asentí.
—Semanas, ¡meses caminando! —Estuve a punto de soltar un quejido, hasta que él prosiguió—. Con ayuda del subordinado del señor Hwang, llegaremos en segundos. Es su poder.
» Las personas como él ofrecen sus servicios a cambio de dinero. La mayor parte del tiempo son contratados por nosotros, los nobles; la gente del pueblo, en casos de emergencia.
Me pareció un servicio muy justo. Algunos podían vivir a base de sus poderes y otros por sus habilidades comunes, como cocinar o bailar.
Seguimos caminando por casi una hora más, deteniéndonos para acariciar a una de las criaturas que vivían en Amadahy; me pareció similar a un mapache regordete con grandes ojos y un pelaje suave. Desapareció de nuestra visión apenas se oyó el aullido de un coyote a lo lejos.
—Antes del monarca anterior, hubo otros que permitieron el libre albedrio —me explicó cuando estuvimos a unos cuantos kilómetros del territorio del Sur y el bullicio de su gente llegó a nosotros—. Los espíritus del bosque y los demonios iban y venían entre la Tierra y Abaddón, siendo ellos la fuente de inspiración de muchas culturas para la formación de sus leyendas y mitos.
» El que acabamos de ver es un Tanuki. Forma parte del folclore japonés y representa al engaño y al robo.
—Debe ser un mapache muy suertudo a la hora de escapar de depredadores, en ese caso... —Pensé en voz alta.
Él rio. Su carcajada fue suave y áspera, muy parecida a la que mi padre me regalaba de niña.
El recuerdo me hizo morderme el labio inferior, inquietándome un poco y dejándome con un dejo de culpabilidad por haber abandonado a todos de manera tan repentina. No volvería a ver a mi padre y lo más seguro era que había dejado a Agnes y a su esposo muy preocupados por haber desaparecido con un completo desconocido que abrió un portal mágico en el lago; sin embargo, si me quedaba ahí y daba explicaciones, acabaría tres metros bajo tierra por contar un relato tan descabellado.
Si antes de hacer algo sospechoso mi padre ya me acusaba de ser una bruja, ¿qué me esperaría al decirle que conocí al rey de los demonios y vampiros después de casi morir ahogada?
Al notar mi silencio, Karlav posó una mano sobre mi hombro y sonrió, curveando sus finos labios y haciendo que sus mejillas se abultaran un poco. Me dijo que en ellos encontraría a la familia que siempre quise formar.
Le creí sin dudarlo mucho porque, al final de cuentas, ya estaba en ese lugar y no había vuelta atrás.
Pocos minutos después, llegamos a la entrada de Meridión, la región que estaba bajo la protección del señor Hwang, un hombre con rasgos asiáticos y al cual conocí hasta tiempo después. Ese día tuve el placer de encontrarme con Marlo Callen, el empleado que el rey me mencionó.
—¡Otra más! —Festejó él al verme de pies a cabeza. Yo hice lo mismo, deteniéndome para contemplar su cabello canoso y cara un poco arrugada.
Nos encontrábamos justo en las grandes puertas que conectaban al pueblo con el bosque.
—La señorita Lawson hará un gran trabajo siendo líder, lo presiento —yo deseé que fuera así, pues no quería defraudar al ser que salvó mi vida.
Nos tomó de las manos y con un esfuerzo magistral nos hizo aparecer en el enorme jardín delantero del palacio Colom, justo en el Norte de Anemoi. Se limpió el sudor con un pañuelo y me entregó el clavel rojo que tenía en su bolsillo antes de sonreír.
—La edad me juega en contra. ¡No todos siguen haciendo tales distancias después de vivir más de tres milenios! —Le agradecí por el detalle y se dirigió al hombre que yacía junto a mí—. Su majestad, si me necesita de nuevo, no dude en mandar una carta a la mansión Hwang. Lo ayudaré, gustoso.
—Muchas gracias, Callen. Puede volver a Meridión o quedarse el tiempo que vea necesario para recuperar fuerzas.
Aquello pareció herir un poco el ego del viejo, pues se paró firme y sacó el pecho con orgullo para darle una reverencia y desaparecer, dejando a su paso la vieja loción que usaba y demostrando que aún podía ser de utilidad para todos. Ese gesto me enterneció un poco.
—¿Debería de tratarte también de usted y usar honoríficos? —Pregunté cuando nos dimos media vuelta para comenzar a caminar hacia la enorme puerta de madera de cedro que conducía al interior del castillo.
—Ellos lo hacen porque es la costumbre —suspiró, negando con la cabeza. Ese tema parecía ser algo molesto para él—. Créeme que intenté demasiadas veces que me llamaran por mi nombre, que me trataran como a uno más de ellos, ¡y es imposible!
» Dicen que es su forma de agradecerme el haberlos salvado de la dictadura del bastardo de Miracle.
—Tiene sentido...
—Sí... No obstante, a ustedes, los futuros fundadores de clanes, no los salvé de él, así que tendrán que tratarme como si fuera un tío... Un padre no porque siento que sería mucha responsabilidad tener a once hijos... —Se calló unos segundos, pensando, y luego continuó—. Responsabilidad y pereza.
—¿Tienen que ser diez fundadores? ¿No pueden ser más o menos?
—Es lo que acordé con James, así que sí —todos sabíamos que encontraron en el otro la figura familiar que necesitaban. James halló a un padre en Karlav; él, a un hijo—. Puede que los lazos me arrojen a más o menos personas. En el mejor escenario, serán los diez.
Mientras nos adentrábamos a la residencia y un par de sirvientes se acercaban para recibirnos y quitarme la pesada capa de Colom, me contó que yo era la cuarta y que el joven anterior a mí le había complicado demasiado la tarea de convencerlo, pues incluso tuvo que ir James para ayudarlo.
—Ve con la señora Patel. Ella te llevará a la que será tu habitación y te ayudará a arreglarte para la cena. Debes de estar hambrienta.
No me opuse porque tenía toda la razón, así que seguí a la mujer de piel morena y cabello oscuro hasta mi alcoba. Tuvimos que subir muchos escalones y recorrer gran cantidad de pasillos y puertas, muy apenas pude aprenderme el camino para no perderme.
Literalmente me ayudó a arreglarme desde cero, sin escuchar mis quejas. Se metió conmigo al baño, me secó y peinó el cabello, me hizo un maquillaje sencillo, me roció de un perfume de magnolias y me obligó a usar un fino vestido verde que no se asemejaba nada a la moda inglesa de la época. Era de un material caliente (perfecto para el clima), de manga larga y adornos dorados; lo mejor fue que no tuve que usar corsé.
—Es un regalo de parte de la mejor modista de Anemoi —me explicó—. Parece que te queda un poco grande... Bueno, nada grave. Eres muy pequeña, ¡nada comparada a la señorita Iris! Ella es más alta que el joven Scorpius.
Aunque quise preguntar quiénes eran, ante los ojos de la señora Patel no había nada más que explicar, por lo que me acabó tomando del brazo para conducirme casi por el mismo camino que seguimos antes.
—A partir de aquí caminas sola. Ve derecho a esas puertas —me señaló después de haberme acompañado gran parte del trayecto. Se despidió con una reverencia y caminó en dirección contraria, dejándome caminar sola.
Mis pasos resonaron con eco por el gran pasillo mientras contemplaba la decoración clásica, un tapiz color vino, jarrones antiguos, grandes candelabros y retratos enormes de las familias nobles que iban acompañados con los apellidos y años de éstas mismas en la parte inferior. Era como un sueño.
Cuando llegué frente a las puertas que me dijo Patel, noté la pintura color hueso decorándola y los dibujos de bellas flores color lila rodeándola. Estuve a punto de abrirlas yo misma cuando alguien desde dentro lo hizo de manera tan lenta que tuve tiempo de actuar como si no hubiera estado a nada de equivocarme.
—Crystal —la voz de Karlav fue la primera que escuché cuando tuve la vista clara—, me alegra que no hayas tardado. Ven, pasa. Te presentaré a todos.
Del otro lado, yacían seis personas: el rey, el antiguo príncipe, los que supuse eran los otros tres candidatos y un joven más.
Mis ojos viajaron del gran hombre a los otros, deteniéndome en los potentes ojos azules de la única muchacha que yacía a su lado. Ella sonrió con tanta dulzura que sentí cómo mis mejillas se tornaron de un tono rosado.
Mi cuerpo se calentó y se ahogó en el pesado material del vestido y mis manos sudaron.
Di un paso en falso, como si hubiera estado hipnotizada, y casi caigo porque la zuela de mi zapato se atoró con la falda de mi vestido. Pude recomponerme a tiempo para ver cómo quiso reírse. No lo hizo al notar mis ojos en ella y se limitó a morder su labio inferior.
—Yo les dije que esos zapatos eran horribles —el único muchacho que no identifiqué fue quien se acercó a ayudarme—. Madame Periwinkle insistió en combinar el vestido con ese calzado, ¡ni Iris habría sabido cómo usarlos! Estoy más que seguro. ¡Son tan altos...!
Me tomó del brazo con cuidado y se hizo espacio entre todos para llevarme hasta mi lugar, ignorando cómo el príncipe pareció molesto por haberle quitado su línea.
—La belleza cuesta. Esos zapatos son oro puro. Yo los habría usado muy bien, como siempre —expresó ella, siendo, al parecer, la tan mencionada Iris.
El joven volvió a su antiguo lugar después de girar un poco mi silla para que pudiera verlos a la hora de presentarse.
—¿Por qué nunca pueden hacer una presentación normal? —Se quejó James, pasando una mano por su frente.
Un pequeño rubio junto a él pareció divertido por su actitud y, pese a aparentar tener intenciones de acercársele aún más, pareció pensarlo dos veces antes de decidir no hacerlo para no empeorar la situación.
El rey suspiró y alzó los ojos al techo como si dijera "pobre de mí".
—Una disculpa por eso —dijo entonces—. Permítanme presentarlos a todos. Jóvenes, ella es Crystal Lawson, viene de Inglaterra y tiene veinticuatro años —yo incliné mi cabeza como saludo. No fui capaz de pararme de mi asiento por miedo a que volviera a casi caerme—. Él es James Miracle, ya te conté de él: (antiguo) príncipe de Abaddón. En septiembre cumplirá 25 años humanos.
—Es un gusto —su voz sonó más estable y tranquila, a comparación de la primera vez que lo oí.
Era tan alto que mi patético metro con 65 me hacía ver como una cucaracha a su lado. Su cabellera castaña y rebelde y su madurez lo hacían ver demasiado guapo.
—Él es Hwang YoungSoo —presentó al noble muchacho que me ayudó segundos atrás—, hijo segundo del señor Hwang. Cumplirá diecinueve años en noviembre y pasa la mayoría de su tiempo aquí, así que será muy común que te lo encuentres en el palacio o paseándose por el pueblo.
El mencionado me sonrió, formando una curiosa sonrisa cuadrada que, combinada con su cabello liso y ojos juguetones, le daba la clásica imagen de un "chico travieso".
—Ellos son los primos Iris Ainsworth y Scorpius Sallow —prosiguió—. Ambos son ingleses, como tú, y tienen veinticuatro y dieciocho.
—Un placer —hablaron a la par.
El joven era tal como me lo detalló la señora Patel: más bajito que su prima, llevaba su cabello rubio bien peinado y tenía los mismos ojos azules que la guapa muchacha a su lado.
Al notar mi mirada sobre ella una vez más, Iris sonrió y acomodó su cabello ondeado detrás de su oreja.
—Por último, él es Lesath Calligaris. Tiene veintitrés años —señaló al último presente, el cual dio una pequeña inclinación con su cabeza— y es el hijo ilegítimo del monarca de un país del sur de Europa.
» Ellos tres serán tus compañeros en la labor de fundar clanes; por ahora, todos siguen siendo humanos. Esperaré a tenerlos a todos y a que se lleven bien para poder transformarlos.
Eso pareció enorgullecerlo un poco, pues sus facciones se relajaron. No quise ni pensar en su estrés diario.
Cuando la cena comenzó, intentaron unirme a la plática para sentirme parte del grupo, en especial Iris y YoungSoo. Lesath, James y Scorpius, si bien también me hablaron, estuvieron debatiendo todo el tiempo sobre un tema que no me interesó mucho: cuál piedra preciosa era la más hermosa.
Yo ni siquiera las conocía.
—Scorps y yo nos unimos en otoño del año pasado—ella me dijo, acabando por pegar tanto su asiento con el mío que nuestras piernas rozaban por debajo de nuestros vestidos, gesto que acabó por avergonzarme apenas me percaté. No fui capaz de moverme—; Lesath, a comienzos de invierno. ¡Tú eres la primera de 1699!
—¡Oh! Deberíamos de publicarlo en el periódico, como en la patética tradición que hacen los humanos —YoungSoo habló tras pasarse un pedazo de moronga, un platillo que, según me explicaron, los demonios acabaron consumiendo de vez en cuando para evitar dañar a los humanos al querer tomar su sangre—. Esa para festejar al primer bebé del año.
» ¡Podrían traerte regalos! Yo quiero regalos.
—Ni siquiera lo piensen —se apuró a decir Karlav, quien había estado callado y disfrutando de su filete hasta ese momento—. Crystal tendrá su fiesta de bienvenida, como lo planeamos para todos los fundadores. Eso es suficiente... A menos que no quieras una fiesta, no te obligaremos a nada.
—Ah. Pues... Nunca he tenido una —confesé, sintiéndome patética y en desventaja.
En esa ocasión, fue Scorpius quien reaccionó primero que todos, soltando un sollozo en mi honor.
—¡Entonces, ni hablar! YoungSoo y yo la organizaremos para que sea bonita e inolvidable —más que una propuesta, fue una confirmación, así que no me negué. Se veía feliz y, a diferencia del príncipe, lo demostraba con una bella sonrisa—. James e Iris pueden llevarte al pueblo para que conozcas un poco más.
» Lesath podrá encargarse de la música. Tiene muy buenos gustos.
Aceptar la celebración fue lo mejor que pude hacer, sin duda alguna, pues fue un proceso muy divertido. James me mostró los puntos principales de todo el reino de la mano de Scarlette (una mujer que tenía el mismo poder que Marlo), la cual se encargó de llevarnos a todas partes; Iris me llevó con el dueño del mejor servicio de banquetes que tenía Anemoi y me dijo muy orgullosa que madame Periwinkle accedió a hacerme otro vestido, esa vez a la medida; Scorpius y YoungSoo me levantaban desde temprano para buscar las mejores decoraciones e invitaciones; por último, Lesath me enseñó a bailar durante las tardes y habló con la representante de Midnight Pleasure (según él, la mejor banda), Elizabeth Bennett.
Durante la noche de la fiesta, los nobles y mucha gente de Anemoi (e incluso de las otras regiones) vinieron para darme la bienvenida de manera oficial. Todos hicieron lo posible para ir a verme, con todo y el frío, y para pasar el rato con familiares y amigos, comiendo algo sabroso y disfrutando de buena música.
Me llevaron tantos regalos que lloré un poco por lo agradecida que estaba.
—Esta semana ha estado de locos, ¿no? —Iris me dijo, meciéndose al ritmo del ambiente—. Hemos estado muy ocupados, así que te pido una disculpa por no haberte dado una bienvenida más tranquila.
El grupo había creado un ritmo tranquilo, alegre y seductor con sus voces e instrumentos. Casi nada era parecido a Inglaterra o, en general, a la Tierra de ese siglo.
—Creo que todo valió la pena. Todos están felices —respondí.
Tras haber limpiado con cuidado el resto de mis lágrimas, pude ver cómo los invitados gozaban en la plaza central de Anemoi, desde mi lugar en el quiosco. Cerca nuestro yacían bailando Scorpius y James, el cual parecía haberse desecho de su máscara de amargado apenas vio al joven con un bonito traje verde.
—Lo invitó hace dos noches —me contó ella, jugueteando con el contenido de su copa.
Iris llevaba un vestido azul precioso de mangas largas y con una bella cola que le hacía ver aún más prestigiosa de lo que llegó a ser con su antigua familia. Parecía una reina.
—Durante la bienvenida de Lesath, Scorpius le confesó que se había vestido bonito con la esperanza de recibir un cumplido de su parte, o algo así. James le dijo que siempre se veía lindo, sin importar lo que usara —me llevé una sorpresa al saber que el príncipe no era tan distante, como aparentaba—; así que, en esta ocasión, sí lo invitó. ¡Estaba tan nervioso!
—Él es mayor —resalté lo obvio.
—Sí —asintió y apoyó el codo en el barandal del quiosco—; no obstante, ninguno tuvo una vida normal que les permitiera sentir en verdad, ¿sabes?
Pasé saliva cuando guio sus ojos hasta los míos, haciéndome imposible apartar la mirada.
—Aun así, no creo que vayan a tener algo... Al menos no ahora —confesó—. Es muy pronto y son felices con lo que tienen hoy en día.
—El hilo rojo...
—Que se joda el hilo rojo, si no los une —me interrumpió. Sus cejas, un poco pobladas, se fruncieron y me pareció el gesto más adorable que pude imaginarme—. Quiero que sean felices, sea el tiempo que sea. Hemos pasado por tantas cosas antes de llegar aquí... En especial Scorps.
Mordí mi labio inferior y fui la primera en apartar la mirada, abrumada de un momento a otro. Sabía su historia porque ella misma me la contó, la primera vez que fuimos a hacer el pedido con madame Periwinkle, para hacerme entrar en confianza y demostrar que no escondían nada.
—Tú igual has pasado por cosas complicadas. Vivir en nuestra Inglaterra no te dejaría hacer mucho, aun siendo de alta clase —Iris chasqueó la lengua, molesta y frustrada ante el recuerdo—. Puedes hacerlo aquí, ¿no? Te puedes volver la pintora famosa que quieres.
—Supongo que sí —susurró y luego suspiró, ligera como una pluma—. Creo que me ha caído muy bien que haya una mujer más entre el círculo más allegado de Karlav. Es decir, James es mi mejor amigo... Pero tú, eres agradable.
» Además, eres linda. Ser linda facilita muchas cosas.
—¿Eso es un halago?
—Si quieres verlo como un halago, entonces sí —asintió una vez más y rio. Sus mejillas estaban rosas por el clima y el resto de su piel casi tan pálida como la de su primo—. Por cierto, ¿no quieres ver el regalo que te preparé? Está en el castillo. Podemos ir y volver, ¡será rápido!
La picardía combinada con una inexplicable inocencia en sus ojos me animó a aceptar la oferta, por lo cual sonrió.
Tiró de mi mano tras dejar la copa por ahí y, con cuidado, nos dirigimos por las sombras de los árboles hasta el interior del palacio entre risitas tontas, las manos heladas y el corazón acelerado.
Su regalo fue un bonito alhajero de plata con incrustaciones de rubí.
Acabó en segundo plano cuando descubrimos la suavidad de los labios ajenos y nos reímos del fuerte sabor a vino que llevábamos encima.
Mientras el alhajero descansaba en un mueble cercano a su cama, mandamos a volar al hilo rojo con la clásica inexperiencia de dos jóvenes que experimentaban por primera vez la atracción hacia alguien más y nos dejamos consumir por el calor y los divertidos besos fugaces que nos dábamos durante nuestro intento de mantener una plática amena.
Poco más de cien años después, cuando James regresó de un viaje y nosotras comprendimos mejor lo que era ser víctimas del destino y que el amor, a veces, no es para siempre, terminamos. Fue algo tranquilo.
No, dolió tanto que creí que mi muerte estaría cerca.
—El amor es una mierda —YoungSoo me dijo una noche en la que me acompañó a beber hasta muy tarde.
Le di la razón a mi mejor amigo, di un gran trago a mi copa y lloré.
Lloré peor de lo que pude pensar porque amaba con locura a Iris Lilium Ainsworth, porque ella se dio cuenta de que no me amaba de la misma forma que yo. Sabía que ella también estaba llorando con James o Scorpius, lamentándose por no poder darme lo que merecía porque ella era así.
Se sentía responsable de todo lo que nos pasaba. Lloraba, gritaba y, en algunas ocasiones, las emociones le robaban el aire. Era doloroso y aterrador verla en esos momentos.
Ni con todos mis intentos, no supe cómo ayudarla.
Quien sí pudo hacerlo fue Ethan Sayre, el primer miembro de su clan que llegó años después. Era un hombre sordo, antes de ser hallado por Iris, y hubiera muerto sin ella; tenía unos cuantos años menos que nosotras y ni siquiera sabía hablar más allá de palabras cortas y balbuceos.
Eso no impidió que supiera cuidarla y amarla tanto como yo, o incluso más.
Por esa razón no dudé en darle mi lugar de segundo al mando, aquel que me gané como premio de consuelo cuando Iris y yo intentamos unirnos, y que no logramos hacerlo al no ser destinadas.
Así, perdí mis posibilidades de tener un clan propio y mi puesto de mano derecha.
Estaba bien. Podía estar con ella.
—Crystal... ¿Estás segura? Eres mi mejor amiga. No me siento cómoda quitándote lo que es tuyo —confesó.
Yo sostuve su mano con fuerza al notarle las intenciones de rascarse su muñeca contraria. Evité que se hiriera, a pesar de saber que sanábamos al poco tiempo, y entrelacé nuestros dedos.
—Ya no podrás tener tu clan. Esto me...
—Tú eres quien me hace feliz —nunca se lo oculté a nadie, ni siquiera a Ethan. No podía odiarlo, al menos no del todo—. Tu clan merece a un buen sublíder que tenga una conexión digna contigo.
» Yo estaré a tu lado, Iris. Las mejores amigas hacen eso.
—No quiero herirte —siempre intentó cuidar mis sentimientos—. ¿Estás segura? —Volvió a preguntar.
Yo la abracé como respuesta y la sostuve con firmeza.
—Te amo —susurró.
Porque las mejores amigas se amaban.
—Lo sé.
Yo la veía más que como una amiga, ella lo sabía.
—Yo también te amo.
Era como un sueño en persona, la mujer más guapa que pude haber conocido.
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